Soy una mujer madura de 40 años, me llamo Sonsoles y estoy divorciada de mi marido desde hace cinco años. Tengo dos hijos, la parejita que todo el mundo desea. La niña ya está felizmente casada y mi hijo Gregorio, el pequeño, todavía vive conmigo. Yo trabajo toda la semana fuera de casa limpiando en unas conocidas oficinas de la ciudad así pues por las noches suelo llegar reventada a casa.
No diré que soy una mujer de bandera pero sí que soy resultona y todavía apetecible para los hombres. Aún me conservo bien pese a mis cuarenta años y a mis dos embarazos. Soy bajita pues mido 1,55 m, tengo el pelo moreno y cortito y los pechos grandes aunque algo caídos. Las caderas son anchas aunque no estoy para nada gorda. Lo que más destaca de mi cuerpo son mis labios carnosos y mi tremendo pompis respingón que aún consigue hace volver la vista a más de un hombre.
En el trabajo, pese a mi recatado uniforme, más de un joven ejecutivo me ha lanzado algún piropo ensalzando mi cuerpo o, directamente, me ha propuesto acostarme con él. Los habituales de la oficina normalmente me dan un trato exquisito. El problema lo he tenido con alguno que viene de vez en cuando y que, por dicho motivo, no se corta para nada diciéndome que me quitaría la bata allí mismo o cosas así. Yo siempre trato de mantenerme seria y firme, sin darles la más mínima confianza pero la verdad es que a veces resulta difícil no responder a sus súplicas. Hay algún que otro muchacho al que le dejaría que me hiciera un favor, para que mentir.
Mi hijo Gregorio ha cumplido los dieciocho años apenas hace cuatro meses. Ambos estamos muy unidos desde que su hermana se casó. Hace poco se sacó el carné de conducir así que ya empieza a disfrutar de su independencia. Quiero decir que es como cualquier chico de su edad, ha salido con alguna chica, tiene su grupo de amigos…..Lo que no lleva nada bien es la separación de sus padres. Pese a que ya hace cinco años de ello aún no lo ha superado. No perdona a mi ex esposo que me dejara por otra, desde hace tres años no se habla con él. La verdad es que yo lo llevo mucho mejor que él. Yo trato de quitarle hierro al asunto diciéndole que al fin y al cabo es su padre, que debe hablar con él, pero Gregorio es muy tozudo y no da su brazo a torcer.
Una vez presentados los protagonistas de la historia pasaré a relatar los hechos acaecidos. La aventura que nos aconteció tuvo lugar fuera de casa. Tenía unos días libres en el trabajo, unos diez días más o menos, así que decidí llamar a unos parientes a los que hacía tiempo que no veíamos. Se alegraron enormemente de hablar con nosotros y nos dijeron que si Gregorio no tenía nada que hacer podía ir también a visitarles, que estarían encantados de volver a vernos. Al día siguiente Gregorio se encargó de sacar los billetes de tren y cuando tuvimos las maletas preparadas nos dispusimos a disfrutar de unos días de campo. La verdad es que los tenía bien merecidos pues hacía seis meses largos que no gozaba de algún día de descanso. Al llegar al pueblo nuestros parientes nos recibieron cordialmente y nos hospedaron en su casa. Nos divertimos bastante durante esos días, es un pueblo pequeño del interior del país donde poder relajarse lejos del jaleo de la gran ciudad.
Tras unos días de estar allí, una noche coincidimos con un matrimonio conocido los cuales nos invitaron a pasar un rato en una discoteca cercana la cual era el centro de reunión de la juventud de los pueblos de los alrededores. Le pregunté a mi hijo si le apetecía la idea y me contestó que si me animaba él se apuntaba. No lo pensé más y llamé a mis amigos confirmándoles que iríamos con ellos a mover el esqueleto un rato. Nos dijeron que pasarían por casa a recogernos en una hora así que me dí una ducha rápida y me vestí lo más guapa que pude para dar buena impresión. Un poco de maquillaje, un jersey de cuello cisne de color amarillo limón, una falda corta a medio muslo de color negro, medias amarillo limón a juego con el jersey y por último unos zapatos negros de alto tacón para resaltar mi figura. Todo este conjunto lo complementé con un collar de cristal de murano que me gustaba horrores. Cuando Gregorio me vio no pudo reprimirse y me dijo que estaba muy guapa.
En la discoteca bailamos hasta cansarnos. La verdad es que me gusta bailar y con mi amigo, mi hijo y algún lugareño que me sacó a bailar, la verdad es que no tuve problema para encontrarme bien acompañada. Nos mezclábamos entre los cuatro y en alguna ocasión pude ver a Gregorio disfrutando de la compañía de alguna joven muchacha.
Pedimos varias consumiciones así que gracias al alcohol empecé a desinhibirme. Hacía un calor sofocante y allí no nos conocía nadie así que me relajé por completo. A eso de las dos y media de la madrugada nuestros amigos nos dijeron que estaban cansados y que querían irse a casa. Gregorio lo estaba pasando muy bien bailando con varias chicas así que pensé que como estábamos cerca del pueblo podíamos quedarnos un rato más y que ya nos las apañaríamos para volver con alguien pues la gente es hospitalaria y siempre hay alguien que te saca del apuro. Nuestros amigos se despidieron con dos besos y allí nos quedamos solos.
Al verme sola al borde de la pista de baile algún que otro muchacho me invitó a salir a bailar. Lo pasé realmente bien bailando aquellos bailes entre los brazos de mis circunstanciales acompañantes.
Serían ya las tres y media cuando decidimos descansar pues estábamos verdaderamente agotados, sobre todo yo. Debo reconocer que ya no aguanto como cuando era joven aunque la verdad es que todavía me defiendo bien. Nos sentamos en un amplio sofá de cara a la gente y empezamos a charlar de la gente que había, del calor que hacía.
Madre, ¿lo estás pasando bien? ¿Quieres que nos vayamos? ¿estás cansada?
No Gregorio, nada de eso. La verdad es que lo estoy pasando muy bien. Quedémonos un rato más. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien –le respondí riendo.
Cinco minutos más tarde Gregorio me sacó a bailar dejándome llevar entre sus brazos. Me sentía muy cómoda junto a él y no paraba de reír al escuchar los comentarios que hacía mi hijo sobre las parejas que se juntaban más de lo conveniente. Debo reconocer que la noche estaba resultando realmente divertida y que no me acordaba de la rutina de todos los días.
Como dije me había vestido con aquel jersey de cuello cisne que remarcaba perfectamente mis curvas. La falda me tapaba un poco más arriba de las rodillas las cuales estaban cubiertas por unas medias de color amarillo chillón que estilizaban mis piernas. Gracias a los zapatos de tacón parecía tan alta como mi hijo. Habíamos dejado los abrigos en el guardarropa para no tener que preocuparnos por ellos hasta que marcháramos.
A aquella hora avanzada de la noche ambos habíamos bebido más de lo conveniente. Normalmente con dos cubatas de vodka con limón suelo tener bastante pero, con nuestros amigos y con mis ocasionales acompañantes, había cargado más de la cuenta pues también había tomado algún que otro chupito. Los bailes con Gregorio resultaban un auténtico desastre pues me costaba mantenerme en pie. La cabeza me daba vueltas con los potentes focos de la discoteca. De tanto en tanto aprovechaba para apoyarme sobre su joven cuerpo con lo cual Gregorio me agarraba de la cintura o de los hombros como si fuéramos un par de enamorados. En uno de los bailes mi hijo se pegó a mí más de la cuenta y pude notar el roce de su bulto sobre uno de mis muslos.
En esos instantes la pista de baile estaba a oscuras pues habían apagado las luces para que las parejas pudiesen disfrutar de sus cuerpos con la música de la bonita balada que estaba sonando. No sé a qué fue debido, si al calor reinante o a los tragos de más que llevaba pero el caso es que el contacto con su joven cuerpo hizo nacer en mí un sentimiento largamente olvidado. Hacía un montón de tiempo que no experimentaba algo parecido.
Me sentía cómoda entre los brazos de Gregorio, reía ante cualquier comentario que él hacía. Sé que mi querido hijo está bien armado pues en alguna ocasión, y como por descuido, le había visto desnudo y la verdad es que posee una polla de grandes dimensiones, mucho mayor que la de su padre. No pude dejar de recordar su cuerpo desnudo aquella vez en que le ví al salir de la ducha. Aquel recuerdo imborrable hizo que me excitara sin remedio. ¿Estaba loca o qué me pasaba? ¡Es mi hijo! –pensé en un breve momento de lucidez. Rápidamente olvidé dicho pensamiento entregándome a aquel sensual baile que tanto me gustaba.
Me duele un poco la cabeza, hijo –le dije al oído para que pudiera oírme pues en esos momentos el volumen de la música era más alto.
¿Tienes alguna aspirina? –me preguntó realmente preocupado.
Creo que en el bolso tengo alguna. Voy a mirar.
Espérame aquí, mamá. Voy a buscar una botella de agua a la barra. Enseguida vuelvo.
Abandoné la pista de baile y me senté nuevamente en el mismo sofá en el que habíamos estado antes. Gregorio tardó apenas dos minutos en volver a mi lado. Tomé la aspirina con un poco de agua de la botella que había traído mi hijo y aprovechamos un rato para descansar viendo a la gente bailar. Una vez recuperada del mareo animé a Gregorio a salir otra vez a bailar.
Sonaba una conocida canción y juntamos nuestros cuerpos. Gregorio me tenía cogida por la cintura y de pronto me encontré de espaldas a él notando su pubis pegado a mis nalgas. Me balanceaba lentamente adelante y atrás dejándome llevar por aquella música que me envolvía. Sentí algo duro apretando mi trasero; era su polla, estaba segura. No podía ser otra cosa. Me volví hacia él y seguimos bailando. Apoyé una mano en su hombro y con la otra enredé mis dedos en su cabello acariciándole la nuca. Notaba su aparato pegado contra mi cuerpo y podía sentir cómo iba creciendo por momentos. Gregorio respiraba con dificultad junto a mi oído pero no pronunció palabra. Moví las caderas sobre él siguiendo el ritmo de la música. Pude apreciar una leve sensación de bienestar entre las piernas. Me estaba poniendo cachonda sintiendo cómo mi hijo se excitaba gracias al roce con mi maduro cuerpo.
En esos momentos tuve un fugaz remordimiento de conciencia en torno a los lujuriosos pensamientos que acudían a mi cabeza. Algo mareada me dejé llevar por el deseo, la razón no me respondía. Sentía la música y el cuerpo de mi hijo moviéndose al ritmo de la misma. Cerré los ojos disfrutando del contacto con aquel juvenil cuerpo, no podía pronunciar palabra. Cualquiera que nos viera pensaría que éramos una pareja de enamorados pese a la evidente diferencia de edad, pensaría que nos estábamos calentando en medio de la pista pues no parábamos de movernos de manera altamente sensual.
Debo reconocer que me sentí un tanto confundida pues notaba mi entrepierna completamente mojada. Sí, querido lector, ¡tenía el tanga totalmente empapado por debajo de la falda! Gregorio tenía que haberse dado cuenta de lo que ocurría, era imposible que no se hubiera percatado del terrible calentón que invadía mi vagina. ¡Aquello era una locura! Era mi hijo quien me calentaba de aquel modo, si me lo hubiesen dicho jamás lo hubiera creído pero la verdad es que aquello me estaba gustando, me sentía realmente emocionada.
¿Lo pasas bien, madre? –me preguntó amablemente alzando la voz.
Sí hijo, realmente muy bien. Me gustaría que no acabara nunca la noche –contesté mientras pensaba en sus masculinos brazos que me tenían hechizada, en sus manos que me sujetaban con fuerza contra él.
Me costaba respirar, creo que me ruboricé imaginando que Gregorio pudiera sospechar los pensamientos que rondaban mi loca cabecita. Gracias a Dios la oscuridad ocultaba a su vista las diversas emociones que me embargaban en esos momentos, era una especie de nerviosismo y de inquietud. Aquel nerviosismo se vio acentuado al darme la sensación de que Gregorio, con discreción, presionaba su pubis contra el mío haciéndome sentir el tremendo bulto que guardaba debajo del pantalón…. Pero, ¿y si realmente aquello era tan solo una ilusión que me dominaba, una estupenda fantasía pero sin ningún viso de realidad?
Mi hijo me dijo que estaba cansado y me rogó que nos sentáramos, así pues le acompañé como un autómata hasta una esquina un tanto oscura. Empezamos a hablar no recuerdo bien de qué, ambos reíamos con ganas. Aproveché para recostar la cabeza sobre su pecho mientras Gregorio me tenía cogida por la cintura. Cerré levemente los ojos y de pronto mi hijo se dobló sobre mí para decirme algo. Me miró fijamente a los ojos como si quisiera traspasarme con su mirada, sólo pude sonreír tímidamente, me sentía como una niña pequeña, completamente indefensa. Sin esperármelo me cogió de la barbilla con sus dedos y me dio un beso en la frente y después otro en la boca.
Aquellos dulces besos, sin aparente malicia, hicieron que temblara de emoción. Estaba segura o más bien deseaba pensarlo, que aquellos besos de mi hijo eran completamente inocentes, besos entre madre e hijo. Sin embargo, no pude menos que entreabrir levemente los labios sintiendo el agradable contacto con los suyos. Noté la respiración de mi hijo, sus labios húmedos sobre los míos. Gregorio aprovechó para pedir dos copas más a una joven camarera que pasó a nuestro lado. Aquella guapa muchacha sonrió a mi hijo de manera cómplice, seguramente debió pensar que aquel apuesto muchacho se había ligado a una madurita. Me deshice de él con dificultad y dándole un beso en la mejilla le dije:
Gregorio, salgamos a bailar. Sólo el último baile y nos vamos. Ya son las cinco de la mañana.
Nuevamente en el baile, mi hijo me acogió entre sus brazos. Gracias a los zapatos de tacón me encontraba casi a su altura. Estaba con las piernas abiertas con lo que notaba la dureza del miembro de Gregorio rozando mis muslos y mi pubis. Pensé que aquel roce era imposible que fuera casual. El cabrón de mi hijo se estaba dando el lote a mi costa. Seguramente cuando estuviera solo aprovecharía para masturbarse.
Reconozco que mi actitud era totalmente injustificable. Dejaba que mi joven hijo se restregara sobre mí sin el más mínimo reparo. Supongo que todo aquello era debido a mi falta de sexo, las copas acumuladas y mi creciente desazón….Noté su entrepierna apretando nuevamente, parecía aumentar de tamaño por momentos presionando con fuerza contra la tela del pantalón como si quisiera romperla. El aliento de Gregorio golpeaba contra mi oído, me sentía totalmente incapaz de parar aquello.
Sentí el roce de su cuerpo sobre el mío. Ahora sí estaba segura que aquello era completamente premeditado. Experimenté un sentimiento de culpabilidad por calentar de aquel modo a mi pobre hijo sin poner remedio a dicha situación. Sin embargo, me volví de nuevo de espaldas a él incitándole mientras tiraba mi redondo trasero hacia atrás. Gregorio no se echó atrás y, muy al contrario, se apretó contra mí haciéndome sentir su virilidad entre mis nalgas. Di un respingo al notar aquella terrible humanidad presionando de aquel modo.
Seguimos bailando de aquel modo enloquecedor, nos movíamos con total desfachatez. Seguramente estábamos dando un buen espectáculo. Me sentía empapada entre las piernas, no tardaría en correrme si aquello seguía así. ¿Y si son sólo figuraciones mías? No es posible que sea real. Estuve a punto de decirle algo pero no quise quedar como una tonta y seguí bailando. No pude aguantar más tiempo aquella inquietante caricia y cerré los ojos al tiempo que lanzaba un fuerte gemido de placer mientras me corría entre sus brazos.
Madre, ¿qué nos está pasando? ¿Nos hemos vuelto locos? –me susurró al oído mientras me estremecía notando cómo el clímax me recorría desde la vagina hasta el cerebro.
Las fuerzas me abandonaban, las piernas no me mantenían en pie. Tuve que agarrarme de su cuello para no caer. Hacía tiempo que no sentía un orgasmo tan intenso. Tan solo pude girar levemente la cabeza ofreciéndole los labios. Gregorio juntó los suyos y nos besamos de forma apasionada. Abrí los labios dejando paso a la húmeda lengua de mi hijo la cual se mezcló junto a la mía.
Unos instantes más tarde abrí los ojos con dificultad mientras me separaba ligeramente de él para mirarle a los ojos. La cosa ya estaba más que clara. Me había corrido en compañía de mi hijo y la verdad es que me había gustado, no me sentía culpable por ello.
Hijo, vámonos a casa. Estoy cansada pero quiero estar contigo esta noche.
¿Estás realmente segura? –me preguntó mirándome con ojos incrédulos.
Completamente segura –respondí con convicción. Creo que nunca he estado más segura de algo.
Madre, pero es pecado lo que me pides…. ¿lo sabes, verdad?
Gregorio no me desprecies. Quiero que me folles, ya no hay vuelta atrás. Tú me has puesto cachonda y ahora te toca solucionarlo –le dije mientras apretaba con fuerza su miembro por encima de la tela del pantalón haciéndole gritar de dolor.
Recogimos los abrigos en el guardarropa y salimos a la calle. Hacía frío pero iba tan caliente que ni lo notaba. En la primera esquina encontramos pronto un taxi al cual subimos sin demora. Nada más sentarnos me lancé sobre Gregorio empezando a besarle de manera salvaje. Extraje mi lengua de la boca y se la entregué mezclando mi saliva con la suya. No pensé ni por un segundo que el taxista nos estaba viendo, ni siquiera había reparado en su presencia. Seguimos con aquel beso enloquecedor respirando con gran dificultad.
De pronto bajé la mano hacia la entrepierna de mi hijo empezando a masajearle por encima del pantalón. Notaba su polla durísima, como si estuviera a punto de reventar. Abrí ligeramente los ojos y de reojo pude ver al taxista viéndonos a través del retrovisor. Era un hombre de mediana edad, calvo y no muy atractivo. La verdad es que se estaba poniendo las botas, le estábamos dando un buen espectáculo. Me separé de mi hijo y dirigiéndome al hombre le dije:
Tenga este billete y no pare de conducir hasta que le digamos.
El hombre miró la cantidad y dándome las gracias me dijo:
Usted manda señora. ¿No le gustaría que participara? –exclamó con total
descaro.
Cariño, quizás otro día. Por hoy tengo más que suficiente –le respondí antes de volver a entregarle mis húmedos labios a Gregorio.
Mi hijo no había abierto la boca en todo el rato, seguramente estaba alucinando viéndome tan lanzada. Bajé con suma tranquilidad la cremallera e introduje mi mano buscando su virilidad. Noté cómo Gregorio se estremeció al sentir el contacto de mi fría mano sobre su caliente miembro. La extraje con decisión de su encierro y apareció brillante y desafiante. Aquel músculo joven y poderoso superaba con creces todo aquello que había podido imaginar.
Señora, ¿me permite que me masturbe mientras les miro? –preguntó el taxista con voz temblorosa.
Haga lo que le plazca. Por nosotros no hay ningún problema.
El hombre aminoró la marcha mientras bajaba con dificultad la cremallera del pantalón. Vi con satisfacción cómo sacaba un pene no tan grande como el de mi hijo pero para nada despreciable. Empezó a mover la mano lentamente arriba y abajo al tiempo que nos seguía observando a través del retrovisor.
Dejé al hombre a un lado para centrarme exclusivamente en mi hijo. Agaché la cabeza y empecé a lamer la húmeda cabeza la cual estaba brillante gracias a los primeros líquidos pre-seminales- Gregorio gimió de placer. Agarré con decisión aquella horrible masculinidad y me entretuve subiendo y bajando a lo largo de aquel tronco que tenía a mi entera disposición. Lo ensalivé por completo y finalmente lo introduje en el interior de mi boca comenzando a chuparlo sin descanso.
Podía escuchar las respiraciones entrecortadas de mi hijo y del taxista. Gregorio me agarró del cabello apretándome contra él. Su polla me llenaba la boca por completo y me costaba respirar. Levanté la vista unos segundos y comprobé la cara de placer que mostraba mi hijo. Lo estaba pasando realmente bien.
¡Sigue, sigue así! Sigue chupándomela así. ¡Me vuelves loco!
¿Te gusta cariño? ¿Quieres que siga así? –pregunté con voz melosa.
Oh sí, me estás volviendo loco. Si sigues así no creo que tarde mucho en correrme.
Tranquilo mi niño, no hay prisa. Aguanta todo lo que puedas, así el placer cuando revientes será mayor. Quiero que me des todo tu semen en la boca. No la saques, ¿de acuerdo?
Estaba lanzada, me sentía como una auténtica guarra haciendo el amor con mi propio hijo delante de un completo desconocido. Sin embargo, debo decir que no me importaba en absoluto, lo estaba disfrutando al máximo. Chupé y chupé cada vez más deprisa apreciando cómo la herramienta de mi querido hijo palpitaba entre mis dedos. Sentía entre mis labios cómo aquel estupendo aparato no paraba de bombear sangre. Lamí con glotonería aquel par de cargados testículos que pronto me darían todo el líquido que tenían almacenado. Gregorio se retorcía en aquel estrecho asiento, estaba segura que no iba a aguantar mucho más. Me cogió con fuerza la cabeza obligándome a tragarme de nuevo su terrible aparato. Escupí sobre su polla humedeciéndola para que se desplazara en el interior de mi boca con mayor facilidad. Empecé a masturbarle con la mano mientras chupaba con rapidez con mis labios y mi lengua. Mi querido hijo jadeaba totalmente enloquecido.
Voy a correrme. No aguanto más. Dios, me corro. ¡Qué gusto siento!
¡Yo también me corro! –escuché que gritaba el taxista mientras noté sorprendida cómo Gregorio explotaba en el interior de mi boca llenándomela de espeso semen el cual me tragué con evidente dificultad.
Parte de su abundante eyaculación rebosó entre las comisuras de mis labios yendo a parar a la tapicería del asiento trasero del taxi. Me recompuse sentándome en el asiento mientras arreglaba la arrugada falda echándola hacia abajo con las manos para que no se me viera el tanga. ¡Dios! ¿Qué había hecho? Había hecho correr a mi propio hijo y me había tragado su leche con gran placer. Me había comportado como una vulgar ramera y la verdad es que lo había disfrutado al máximo. Miré al taxista y vi cómo volvía a recoger su arrugado miembro en el pantalón.
Bien, ahora ya puede llevarnos a casa. El espectáculo ya terminó –le dije con voz autoritaria.
El hombre aceleró con cara de disgusto pues estoy segura que le hubiera gustado seguir en algún lugar más discreto. Sin embargo, el fin de fiesta lo tenía reservado para Gregorio. Aún seguía con el miembro erecto pese a su reciente corrida. ¡Bendita juventud! Me relamí pensando en lo que haríamos al llegar a casa. Al dormir en el piso de arriba no había problemas con nuestros parientes pues estarían durmiendo a pierna suelta a esa hora avanzada de la madrugada.
De todos modos abrí con cuidado la puerta para que no despertaran y subimos con sigilo al dormitorio que nos habían asignado. Una vez en el dormitorio le dije a mi hijo que deseaba ducharme pues necesitaba relajarme de las sensaciones vividas. Gregorio se dispuso a desnudarse delante de mí sin ningún problema. Vi aparecer su desnudo torso una vez se deshizo de la camisa y cuando se disponía a quitarse los pantalones corrí al baño riendo como una colegiala pillada en falta.
Me di una ducha rápida con agua fría para desentumecer los músculos. Los sentía terriblemente tensionados y el contacto del agua fría cayendo sobre mi cuerpo consiguió hacerme relajar. Cogí el bote de gel y esparcí la espuma por todo mi cuerpo. Acaricié con suavidad mis pechos y el leve contacto con mis dedos hizo que los pezones se endurecieran al instante. Bajé mi mano buscando mi pubis. Introduje dos dedos en mi vagina imaginando que era Gregorio quien me lo hacía. Lo tenía apenas a unos metros de mí en la otra habitación. No hacía más que fantasear pensando en lo que podríamos hacer en unos minutos.
Me masturbé con fuerza acariciando el pequeño botón el cual creció al momento deseoso de sentir el contacto con mis dedos. Necesitaba correrme, necesitaba un rápido alivio con el que aplacar aquel terrible deseo que me invadía…. ¡Dios, lo necesitaba tanto! Moví mis dedos en forma circular sobre mi inflamado clítoris adquiriendo a cada momento mayor velocidad. La espuma ayudaba al movimiento de mis dedos los cuales resbalaban entre mis piernas ofreciéndome un placer inaudito. ¡Gregorio hijo, te deseo…..te deseo tanto! –dije en voz baja masturbándome de un modo bestial. Sentí cómo el tan deseado orgasmo se acercaba y tuve que morderme el labio inferior cuando acabé corriéndome empapando mis dedos con mis jugos.
Una vez relajada de aquel modo tan fantástico, me puse el albornoz, me limpié los dientes con celeridad y salí al dormitorio donde encontré a mi hijo tumbado sobre el amplio lecho completamente desnudo a excepción del bóxer gris que cubría su masculinidad. Tenía una pierna tapada con la sábana negra de tafetán la cual descorrí para acostarme junto a él. Le miré a los ojos y me lancé a besarle con auténtica devoción. Le pasé mi saliva en un beso apasionado mientras alargaba mi mano posándola sobre su muslo.
Madre, ¿estás segura de lo que vamos a hacer? –me preguntó en voz baja.
Gregorio cariño, ya te dije antes que sólo quiero follar contigo esta noche. Así pues disfruta de mi cuerpo y no hagas más preguntas.
Volví a besarle de forma más suave apenas posando mis labios sobre los suyos. Dirigí mi traviesa mano hacia su entrepierna encontrándome con aquel joven animal del que había gozado unos minutos antes en el viaje a casa.
¡Dios, es tan grande! La tienes mucho más grande que la de tu padre. ¡Me encanta! –exclamé mientras humedecía mis resecos labios con la lengua.
Es toda para ti. ¿Quieres comértela otra vez? –me interrogó mientras notaba como se estremecía.
Sin responder me tumbé sobre él chupándole el cuello como una auténtica gata en celo. Me hice con sus pezones y escuché como mi querido hijo sollozaba suavemente deleitándose con aquel juego con el que le obsequiaba. Bajé lentamente a través de su vientre plano hasta llegar a la altura de aquel tesoro tan deseado por mí. Le mordisqueé por encima de la tela sin atreverme aún a despojarle de aquella prenda que escondía su dura herramienta.
¡Madre, por favor! No me hagas sufrir más. No seas mala conmigo.
¿Acaso pretendes ahogarme con eso otra vez? ¿Quién es el malo aquí? –le pregunté sonriéndole de forma perversa.
Agarré la tela del bóxer por ambos lados y la fui dejando caer con extrema tranquilidad a través de sus muslos hasta que finalmente pude ver cómo aquel tremendo miembro saltaba hacia delante buscando respirar. Lo observé detenidamente, realmente asombrada ante el terrible desarrollo que mostraba. Noté mi vagina completamente empapada. ¡Qué ganas tenía de sentir semejante intruso en mi interior! Clavé mi mirada en aquel rosado champiñón encima del cual sobresalían unas gotas de líquido pre-seminal. Las venas se marcaban a lo largo de aquel tronco como si la sangre que discurría a través de ellas quisiera explotar. Me dediqué a lamerle los huevos con fruición escuchando a mi hijo gemir gracias al dulce tratamiento que le daba.
¡Hijo mío, menuda maravilla que tienes! ¡Qué ganas que tengo de ti!
Sin más demora introduje su polla en mi boca hasta la garganta. Tuve que sacarla y tosí con fuerza. Aquello era demasiado para mi pobre boquita. En el segundo intento me lo tomé con más calma introduciéndola centímetro a centímetro mientras la iba ensalivando con mi glotona lengua. Volví a extraerla y me dediqué a jugar con la punta de la lengua sobre el grueso glande. De ahí fui bajando por toda la longitud de su polla ensalivándola de arriba abajo. Estaba disfrutando horrores dándole placer a mi propio hijo. Quería que aquel fuera un momento único para ambos.
Gregorio me apartó de su lado y me ayudó a quitarme el albornoz desatándome el cinturón que lo sujetaba a mi cintura. Una vez desnuda se quedó mirándome con cara de vicio recreándose en la contemplación de mi cuerpo maduro y todavía apetecible. Me tumbó boca arriba y se dispuso a gozar de mis encantos. Doblé las piernas abriéndolas para que así tuviera una mejor visión de mi excitado sexo del cual manaban abundantes jugos.
Cómetelo amor, vamos disfruta de él que lo está deseando –le animé con el tono de voz más sugerente que pude encontrar.
Se puso cómodo entre mis piernas abriéndolas aún más y empezó a lamerme con decisión. Vibré de emoción sintiendo aquella lengua cálida en la entrada de mi sexo. Se hizo con mi clítoris mordiéndolo, lamiéndolo, sorbiéndolo suavemente hasta empezar a introducir la punta de la lengua en el interior de mi vagina. Era una sensación realmente placentera la de sentir como iba subiendo el calor desde mi coño hasta mi cara.
El cuerpo me temblaba, sentía escalofríos de placer. Volvió hacia mi clítoris golpeándolo con la punta de la lengua. No tardó en lograr que respondiera a sus caricias haciendo que se endureciera gracias a aquel contacto. Giraba la lengua en forma circular alrededor de mi duro botón arrancándome angustiosos ayes de placer. Me estaba volviendo completamente loca con aquella caricia que me prodigaba. Pronto acabaría explotando entre sus labios, estaba segura.
Así….así, mi niño. Sigue así, lo haces muy bien. ¡Me estás volviendo loca! –dije agarrándole del cabello para que siguiera haciéndome gozar.
Mi hijo no me dejó descansar un solo segundo y continuó sorbiendo una y otra vez cada vez más rápido. Me daba pequeños mordiscos en el clítoris aprisionándolo entre sus dientes. Tuve que morder mi labio inferior para no gritar y que pudiéramos ser oídos. ¡El escándalo podía ser mayúsculo! Allí follando en una casa extraña con mi propio hijo. Aquello superaba con creces todas las expectativas creadas. Al fin acabé corriéndome llenando los labios de Gregorio con mis abundantes líquidos. ¡Dios, cómo me había hecho gozar!
¿Qué tal estás? ¿Te ha gustado, madre? –me preguntó con cara de pillo.
¿Tú que crees? Jamás había disfrutado de este modo con tu padre. Debo decirte que lo has hecho realmente bien. Pero ahora deberás follarme, esto aún no ha acabado.
Le hice levantar de la cama y, cogiéndole de la mano, le hice acompañarme hasta el baño. Nada más llegar me hizo sentarme en el mármol del lavamanos de cara a él. Se agachó entre mis piernas y empezó a comerme el coñito nuevamente para ponérmelo bien a punto. Estaba segura que quería follarme, podía verlo en su lujuriosa mirada. Tan solo hacía falta darle el último empujón para que al fin se decidiera a hacerme suya. Ya hacía rato que deseaba que me follara, sentir el ardiente miembro de mi hijo en el interior de mi cueva. Me estuvo humedeciendo mi entrada vaginal con su lengua y su saliva para así facilitar la tarea que pronto llevaría a cabo.
Vamos Gregorio, hijo. Fóllame vamos, no me hagas esperar más. No soporto más este dulce tormento.
¿Estás segura, madre? –me dijo mirándome con la polla cogida entre sus dedos.
¡Hazlo, vamos! ¿A qué estás esperando? –le dije plenamente emocionada.
Al fin se decidió y colocándose entre mis piernas y apuntando a la entrada de mi empapado coñito fue empujando con fuerza hasta que noté cómo su grueso champiñón iba ingresando aprovechando lo dilatada que me encontraba. Mi querido hijo me cogió una pierna y la levantó hasta dejarla reposar sobre su hombro. Grité de dolor y de placer al sentirlo dentro de mí. Aquella era una sensación agradable y dolorosa al mismo tiempo. Tenía a mi propio hijo dentro de mí y aquella era la sensación más maravillosa que había sentido en toda mi vida. Tuvo que ponerse de puntillas para quedar a mi altura y así poder penetrarme con mayor facilidad.
¡Más adentro, vamos, más adentro! Te quiero dentro de mí. ¡Vamos cariño, clavámela hasta el fondo! –le incité mientras le agarraba con fuerza de las nalgas atrayéndolo hacia mí.
Gregorio fue empujando más y más hasta que noté toda aquella enorme barra de carne en el interior de mis entrañas. ¡Dios mío, le sentía fuerte y poderoso! Sentía su cuerpo juvenil y sudoroso junto al mío. Dirigí uno de mis dedos hacia su estrecho agujerito posterior rozándolo con suavidad. Gregorio dio un respingo al notar dicho contacto. Supongo que nadie le había acariciado aún en esa zona tan delicada. Pude ver que le gustaba al oírle decir:
Madre, ¿qué está haciendo? Así, siga acariciándome ahí. ¡Me gusta!
Se quedó quieto unos instantes hasta que ambos empezamos a movernos como si formáramos parte de una danza sensual y macabra. Mi hijo me clavaba y me desclavaba a cada paso con pasión creciente mientras yo aprovechaba para introducirle un dedo en su estrecho ano. Notaba mi espalda contra el frío espejo del baño mientras aquel terrible émbolo no paraba de follarme una y otra vez.
Cerré los ojos y mordí con fuerza su sudoroso hombro al tiempo que le clavaba con fuerza las uñas en la espalda lacerando su fina piel. Me estaba matando con su inmensa humanidad. Aquella polla era magnífica, me llenaba hasta el fondo extrayéndome los mejores placeres. Golpeaba sin descanso haciéndome sentir una catarata de lujuriosas emociones. Me corrí entres sus brazos encadenando dos orgasmos, aquel tremendo placer fue subiendo a través de mi columna vertebral hasta rebotar en mi cerebro y de ahí fue bajando hasta mi extenuado sexo.
Abrí los ojos con dificultad y me encontré con el rostro descompuesto de mi joven hijo. Le miré con ojos de cordero degollado, me había hecho la mujer más feliz del mundo. Ni en mis mejores polvos con mi ex marido había disfrutado de aquel modo. Supongo que el morbo por estar follando con mi hijo me hizo disfrutarlo aún más.
Gregorio hijo, ha sido magnífico: Me has hecho correr como nunca. Gracias, muchas gracias.
¡Gracias a ti madre! Me ha encantado verte retorcer y gozar de manera tan salvaje. Realmente he quedado sorprendido.
Pero tú aún no te has corrido. Ahora es tu turno. Venga, acompáñame al dormitorio. ¡Me duele el culo de estar sentada! –le dije cogiéndole de la mano para que me siguiera.
Volvimos a la alcoba sin perder un segundo, el deseo nos animaba a seguir con aquel peligroso juego que habíamos empezado y que parecía no tener fin. Apoyé a Gregorio en la cómoda y me puse de cuclillas entre sus piernas. Con rapidez volví a apoderarme de su sexo llevándomelo a la boca para continuar con aquella sesión incestuosa. Aquel pene me tenía totalmente hipnotizada. Era tan grueso y poderoso que no estaba dispuesta a dejarlo marchar de mi lado. Quería sacar de él todo el placer que fuera capaz de ofrecerme.
Nuevamente lo ensalivé por completo con gran satisfacción por su parte. No tardó en volver a ponerse rígido gracias a las dulces atenciones que le prodigué. Podía ver cómo se destacaban las venas azuladas a lo largo del tronco. Deseaba hacerle correr, que me diese todo su elixir masculino. ¡Dios mío! ¡Tenía tantas ganas de que me hiciera suya! Chupé con ganas su rosado glande dejándolo completamente limpio de sus primeras gotas pre-seminales indicativas de todo aquello que no tardaría mucho en entregarme. Me hice con sus testículos lamiéndolos como si quisiera extraer de ellos todo el semen almacenado.
Así madre, así. ¡Me gusta tanto lo que me haces! ¡Me das tanto placer!
¿Te gusta hijo? ¿Quieres follarme, ya? ¡Vamos fóllame, quiero que me hagas tuya! –le estimulé para que lo hiciera.
Gregorio me hizo levantar y mordisqueándome el cuello me puso de espaldas a él mirando al ancho espejo de la cómoda donde podíamos vernos reflejados perfectamente. Ambos rostros mostraban el deseo que nos envolvía. Gemí al notar cómo mi hijo me restregaba su dura herramienta sobre mis apetitosas nalgas. Tenía el cabello desordenado y la frente sudorosa. Gregorio respiraba junto a mi oído haciéndome sentir su entrecortado aliento. Saqué mi redondo trasero moviéndolo en forma circular para notar con mayor fuerza su gruesa polla que no tardaría en estar follándome.
Me abrió las piernas acomodándose entre ellas para dirigir su miembro hasta la entrada de mi deseosa vagina la cual chorreaba jugos sin cesar. Finalmente apuntó comenzando a apretar con fuerza consiguiendo que mis labios vaginales fueran dilatándose permitiendo la entrada de aquel músculo atroz. Notaba su miembro palpitando dentro de mí, fue entrando con lentitud como si estuviera profanando un tesoro largamente codiciado. Me ensartó por completo pues pude comprobar cómo sus testículos golpeaban contra mis hambrientas nalgas.
Nos quedamos quietos como si quisiéramos disfrutar de aquella entrega. Fui yo la que empecé a moverme rotando mi trasero alrededor de aquel eje que me tenía atravesada hasta el fondo. Gregorio no tardó en acompañarme en aquel dulce martilleo entrando y saliendo cada vez con mayor velocidad. Se entretuvo chupándome la nuca y el lóbulo de la oreja. Con extrema dificultad logré abrir los ojos viéndome reflejada a través del espejo. La cara de placer que mostraba era realmente indescriptible.
Había roto con todos los límites de la razón. Estaba siendo follada por mi hijo y lo estaba disfrutando a más no poder. Aquella juvenil polla me follaba sin descanso, no daba síntoma alguno de cansancio. Me follaba hasta el fondo de mis entrañas haciéndome aullar de placer. Gregorio me agarró uno de mis senos y tirándome hacia atrás empezó a chuparme el cuello al tiempo que me decía palabras soeces junto al oído. Volví a correrme cayendo de bruces sobre la cómoda.
Gregorio sacó su húmedo aparato del interior de mi coñito y lo dirigió a la entrada de mi ano empezando a jugar con él.
¿No pretenderás follarme el culo? –le pregunté con voz temerosa.
Sin contestar ni hacer caso de mis ruegos empujó con fuerza hasta que el anillo se fue abriendo aceptando sumisamente la entrada de aquel enorme monstruo. Pensé que iba a abrirme en canal, destrozándome con aquella barra de acero. Gracias a la lubricación de su polla la penetración se hizo más llevadera aunque debo reconocer que creí morir de placer. Me estremecí notando su gruesa cabeza dentro de mi estrecho agujerito.
Gregorio jadeaba como un auténtico animal, tanto era el placer que estaba sintiendo. Eché la cabeza hacia atrás mientras me agarraba con fuerza al borde de la cómoda notando como iba penetrando hasta invadir por completo mi afligido ano.
¡Me matas! ¡Me matas maldito cabrón, pero no dejes de hacerlo! –exclamé mirándole a través del espejo.
Empezó a moverse con rapidez y con renovadas fuerzas, parecía no cansarse nunca. Por mi parte, no hacía más que jadear como si me estuviera quedando sin aire mientras mi hijo seguía golpeándome de manera salvaje. Creí perder el mundo de vista. La cabeza me daba vueltas como si estuviera montada en un tiovivo. Rebotaba sobre su cuerpo una y otra vez. Sentí como iba entrando y saliendo de mi dolorido esfínter al tiempo que no hacía más que chorrear jugos a través de mi coñito.
Pude ver los primeros rayos del sol entrando por la ventana. ¡Ya se estaba haciendo de día! Se me había pasado la noche volando. Nuestros parientes no tardarían en despertar así que debíamos ir acabando con aquel explosivo encuentro. Por suerte podríamos dormir tranquilamente hasta la hora de comer, así que disponíamos de unas horas para recuperar fuerzas.
No podía más, aquello era completamente alucinante. Gregorio era insaciable, envidiaba la fortuna que iba a tener la muchacha que se lo llevara. Me acerqué a su oído avisándole con voz quebrada que iba a correrme otra vez.
Madre, ¿puedo correrme dentro? –me preguntó de manera deliciosa.
Pues claro tonto. ¿a qué esperas? Dámelo todo, ¡vamos córrete!
Un cañonazo de semen salió disparado hacia el interior de mi ano llenándolo de aquel espeso líquido el cual me quemaba por dentro. Gregorio expulsó toda la leche hasta caer rendido sobre mi espalda mientras acariciaba mis senos.
Me sentí en la gloria notándome completamente llena de su joven vitalidad. Un pensamiento de culpabilidad me invadió, pensé cómo iba a solucionar aquello pero rápidamente lo deseché. No quería pensar en lo que habíamos hecho sino sólo disfrutar de la compañía de mi hijo. Ya habría tiempo de pensar en ello.
Hijo, vamos a dormir. ¡Estoy muerta de sueño! Debemos recuperar fuerzas.
Bajé la persiana y nos metimos en la cama tapándonos con las sábanas. Gregorio se pegó a mí abrazándome por detrás. Pude sentir su fláccido miembro descansando sobre mis nalgas. El descanso del guerrero había llegado al fin. Parecía mentira que aquello tan débil proporcionara el placer que me había hecho sentir. Cerré los ojos y en pocos segundos me dormí profundamente……
No diré que soy una mujer de bandera pero sí que soy resultona y todavía apetecible para los hombres. Aún me conservo bien pese a mis cuarenta años y a mis dos embarazos. Soy bajita pues mido 1,55 m, tengo el pelo moreno y cortito y los pechos grandes aunque algo caídos. Las caderas son anchas aunque no estoy para nada gorda. Lo que más destaca de mi cuerpo son mis labios carnosos y mi tremendo pompis respingón que aún consigue hace volver la vista a más de un hombre.
En el trabajo, pese a mi recatado uniforme, más de un joven ejecutivo me ha lanzado algún piropo ensalzando mi cuerpo o, directamente, me ha propuesto acostarme con él. Los habituales de la oficina normalmente me dan un trato exquisito. El problema lo he tenido con alguno que viene de vez en cuando y que, por dicho motivo, no se corta para nada diciéndome que me quitaría la bata allí mismo o cosas así. Yo siempre trato de mantenerme seria y firme, sin darles la más mínima confianza pero la verdad es que a veces resulta difícil no responder a sus súplicas. Hay algún que otro muchacho al que le dejaría que me hiciera un favor, para que mentir.
Mi hijo Gregorio ha cumplido los dieciocho años apenas hace cuatro meses. Ambos estamos muy unidos desde que su hermana se casó. Hace poco se sacó el carné de conducir así que ya empieza a disfrutar de su independencia. Quiero decir que es como cualquier chico de su edad, ha salido con alguna chica, tiene su grupo de amigos…..Lo que no lleva nada bien es la separación de sus padres. Pese a que ya hace cinco años de ello aún no lo ha superado. No perdona a mi ex esposo que me dejara por otra, desde hace tres años no se habla con él. La verdad es que yo lo llevo mucho mejor que él. Yo trato de quitarle hierro al asunto diciéndole que al fin y al cabo es su padre, que debe hablar con él, pero Gregorio es muy tozudo y no da su brazo a torcer.
Una vez presentados los protagonistas de la historia pasaré a relatar los hechos acaecidos. La aventura que nos aconteció tuvo lugar fuera de casa. Tenía unos días libres en el trabajo, unos diez días más o menos, así que decidí llamar a unos parientes a los que hacía tiempo que no veíamos. Se alegraron enormemente de hablar con nosotros y nos dijeron que si Gregorio no tenía nada que hacer podía ir también a visitarles, que estarían encantados de volver a vernos. Al día siguiente Gregorio se encargó de sacar los billetes de tren y cuando tuvimos las maletas preparadas nos dispusimos a disfrutar de unos días de campo. La verdad es que los tenía bien merecidos pues hacía seis meses largos que no gozaba de algún día de descanso. Al llegar al pueblo nuestros parientes nos recibieron cordialmente y nos hospedaron en su casa. Nos divertimos bastante durante esos días, es un pueblo pequeño del interior del país donde poder relajarse lejos del jaleo de la gran ciudad.
Tras unos días de estar allí, una noche coincidimos con un matrimonio conocido los cuales nos invitaron a pasar un rato en una discoteca cercana la cual era el centro de reunión de la juventud de los pueblos de los alrededores. Le pregunté a mi hijo si le apetecía la idea y me contestó que si me animaba él se apuntaba. No lo pensé más y llamé a mis amigos confirmándoles que iríamos con ellos a mover el esqueleto un rato. Nos dijeron que pasarían por casa a recogernos en una hora así que me dí una ducha rápida y me vestí lo más guapa que pude para dar buena impresión. Un poco de maquillaje, un jersey de cuello cisne de color amarillo limón, una falda corta a medio muslo de color negro, medias amarillo limón a juego con el jersey y por último unos zapatos negros de alto tacón para resaltar mi figura. Todo este conjunto lo complementé con un collar de cristal de murano que me gustaba horrores. Cuando Gregorio me vio no pudo reprimirse y me dijo que estaba muy guapa.
En la discoteca bailamos hasta cansarnos. La verdad es que me gusta bailar y con mi amigo, mi hijo y algún lugareño que me sacó a bailar, la verdad es que no tuve problema para encontrarme bien acompañada. Nos mezclábamos entre los cuatro y en alguna ocasión pude ver a Gregorio disfrutando de la compañía de alguna joven muchacha.
Pedimos varias consumiciones así que gracias al alcohol empecé a desinhibirme. Hacía un calor sofocante y allí no nos conocía nadie así que me relajé por completo. A eso de las dos y media de la madrugada nuestros amigos nos dijeron que estaban cansados y que querían irse a casa. Gregorio lo estaba pasando muy bien bailando con varias chicas así que pensé que como estábamos cerca del pueblo podíamos quedarnos un rato más y que ya nos las apañaríamos para volver con alguien pues la gente es hospitalaria y siempre hay alguien que te saca del apuro. Nuestros amigos se despidieron con dos besos y allí nos quedamos solos.
Al verme sola al borde de la pista de baile algún que otro muchacho me invitó a salir a bailar. Lo pasé realmente bien bailando aquellos bailes entre los brazos de mis circunstanciales acompañantes.
Serían ya las tres y media cuando decidimos descansar pues estábamos verdaderamente agotados, sobre todo yo. Debo reconocer que ya no aguanto como cuando era joven aunque la verdad es que todavía me defiendo bien. Nos sentamos en un amplio sofá de cara a la gente y empezamos a charlar de la gente que había, del calor que hacía.
Madre, ¿lo estás pasando bien? ¿Quieres que nos vayamos? ¿estás cansada?
No Gregorio, nada de eso. La verdad es que lo estoy pasando muy bien. Quedémonos un rato más. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien –le respondí riendo.
Cinco minutos más tarde Gregorio me sacó a bailar dejándome llevar entre sus brazos. Me sentía muy cómoda junto a él y no paraba de reír al escuchar los comentarios que hacía mi hijo sobre las parejas que se juntaban más de lo conveniente. Debo reconocer que la noche estaba resultando realmente divertida y que no me acordaba de la rutina de todos los días.
Como dije me había vestido con aquel jersey de cuello cisne que remarcaba perfectamente mis curvas. La falda me tapaba un poco más arriba de las rodillas las cuales estaban cubiertas por unas medias de color amarillo chillón que estilizaban mis piernas. Gracias a los zapatos de tacón parecía tan alta como mi hijo. Habíamos dejado los abrigos en el guardarropa para no tener que preocuparnos por ellos hasta que marcháramos.
A aquella hora avanzada de la noche ambos habíamos bebido más de lo conveniente. Normalmente con dos cubatas de vodka con limón suelo tener bastante pero, con nuestros amigos y con mis ocasionales acompañantes, había cargado más de la cuenta pues también había tomado algún que otro chupito. Los bailes con Gregorio resultaban un auténtico desastre pues me costaba mantenerme en pie. La cabeza me daba vueltas con los potentes focos de la discoteca. De tanto en tanto aprovechaba para apoyarme sobre su joven cuerpo con lo cual Gregorio me agarraba de la cintura o de los hombros como si fuéramos un par de enamorados. En uno de los bailes mi hijo se pegó a mí más de la cuenta y pude notar el roce de su bulto sobre uno de mis muslos.
En esos instantes la pista de baile estaba a oscuras pues habían apagado las luces para que las parejas pudiesen disfrutar de sus cuerpos con la música de la bonita balada que estaba sonando. No sé a qué fue debido, si al calor reinante o a los tragos de más que llevaba pero el caso es que el contacto con su joven cuerpo hizo nacer en mí un sentimiento largamente olvidado. Hacía un montón de tiempo que no experimentaba algo parecido.
Me sentía cómoda entre los brazos de Gregorio, reía ante cualquier comentario que él hacía. Sé que mi querido hijo está bien armado pues en alguna ocasión, y como por descuido, le había visto desnudo y la verdad es que posee una polla de grandes dimensiones, mucho mayor que la de su padre. No pude dejar de recordar su cuerpo desnudo aquella vez en que le ví al salir de la ducha. Aquel recuerdo imborrable hizo que me excitara sin remedio. ¿Estaba loca o qué me pasaba? ¡Es mi hijo! –pensé en un breve momento de lucidez. Rápidamente olvidé dicho pensamiento entregándome a aquel sensual baile que tanto me gustaba.
Me duele un poco la cabeza, hijo –le dije al oído para que pudiera oírme pues en esos momentos el volumen de la música era más alto.
¿Tienes alguna aspirina? –me preguntó realmente preocupado.
Creo que en el bolso tengo alguna. Voy a mirar.
Espérame aquí, mamá. Voy a buscar una botella de agua a la barra. Enseguida vuelvo.
Abandoné la pista de baile y me senté nuevamente en el mismo sofá en el que habíamos estado antes. Gregorio tardó apenas dos minutos en volver a mi lado. Tomé la aspirina con un poco de agua de la botella que había traído mi hijo y aprovechamos un rato para descansar viendo a la gente bailar. Una vez recuperada del mareo animé a Gregorio a salir otra vez a bailar.
Sonaba una conocida canción y juntamos nuestros cuerpos. Gregorio me tenía cogida por la cintura y de pronto me encontré de espaldas a él notando su pubis pegado a mis nalgas. Me balanceaba lentamente adelante y atrás dejándome llevar por aquella música que me envolvía. Sentí algo duro apretando mi trasero; era su polla, estaba segura. No podía ser otra cosa. Me volví hacia él y seguimos bailando. Apoyé una mano en su hombro y con la otra enredé mis dedos en su cabello acariciándole la nuca. Notaba su aparato pegado contra mi cuerpo y podía sentir cómo iba creciendo por momentos. Gregorio respiraba con dificultad junto a mi oído pero no pronunció palabra. Moví las caderas sobre él siguiendo el ritmo de la música. Pude apreciar una leve sensación de bienestar entre las piernas. Me estaba poniendo cachonda sintiendo cómo mi hijo se excitaba gracias al roce con mi maduro cuerpo.
En esos momentos tuve un fugaz remordimiento de conciencia en torno a los lujuriosos pensamientos que acudían a mi cabeza. Algo mareada me dejé llevar por el deseo, la razón no me respondía. Sentía la música y el cuerpo de mi hijo moviéndose al ritmo de la misma. Cerré los ojos disfrutando del contacto con aquel juvenil cuerpo, no podía pronunciar palabra. Cualquiera que nos viera pensaría que éramos una pareja de enamorados pese a la evidente diferencia de edad, pensaría que nos estábamos calentando en medio de la pista pues no parábamos de movernos de manera altamente sensual.
Debo reconocer que me sentí un tanto confundida pues notaba mi entrepierna completamente mojada. Sí, querido lector, ¡tenía el tanga totalmente empapado por debajo de la falda! Gregorio tenía que haberse dado cuenta de lo que ocurría, era imposible que no se hubiera percatado del terrible calentón que invadía mi vagina. ¡Aquello era una locura! Era mi hijo quien me calentaba de aquel modo, si me lo hubiesen dicho jamás lo hubiera creído pero la verdad es que aquello me estaba gustando, me sentía realmente emocionada.
¿Lo pasas bien, madre? –me preguntó amablemente alzando la voz.
Sí hijo, realmente muy bien. Me gustaría que no acabara nunca la noche –contesté mientras pensaba en sus masculinos brazos que me tenían hechizada, en sus manos que me sujetaban con fuerza contra él.
Me costaba respirar, creo que me ruboricé imaginando que Gregorio pudiera sospechar los pensamientos que rondaban mi loca cabecita. Gracias a Dios la oscuridad ocultaba a su vista las diversas emociones que me embargaban en esos momentos, era una especie de nerviosismo y de inquietud. Aquel nerviosismo se vio acentuado al darme la sensación de que Gregorio, con discreción, presionaba su pubis contra el mío haciéndome sentir el tremendo bulto que guardaba debajo del pantalón…. Pero, ¿y si realmente aquello era tan solo una ilusión que me dominaba, una estupenda fantasía pero sin ningún viso de realidad?
Mi hijo me dijo que estaba cansado y me rogó que nos sentáramos, así pues le acompañé como un autómata hasta una esquina un tanto oscura. Empezamos a hablar no recuerdo bien de qué, ambos reíamos con ganas. Aproveché para recostar la cabeza sobre su pecho mientras Gregorio me tenía cogida por la cintura. Cerré levemente los ojos y de pronto mi hijo se dobló sobre mí para decirme algo. Me miró fijamente a los ojos como si quisiera traspasarme con su mirada, sólo pude sonreír tímidamente, me sentía como una niña pequeña, completamente indefensa. Sin esperármelo me cogió de la barbilla con sus dedos y me dio un beso en la frente y después otro en la boca.
Aquellos dulces besos, sin aparente malicia, hicieron que temblara de emoción. Estaba segura o más bien deseaba pensarlo, que aquellos besos de mi hijo eran completamente inocentes, besos entre madre e hijo. Sin embargo, no pude menos que entreabrir levemente los labios sintiendo el agradable contacto con los suyos. Noté la respiración de mi hijo, sus labios húmedos sobre los míos. Gregorio aprovechó para pedir dos copas más a una joven camarera que pasó a nuestro lado. Aquella guapa muchacha sonrió a mi hijo de manera cómplice, seguramente debió pensar que aquel apuesto muchacho se había ligado a una madurita. Me deshice de él con dificultad y dándole un beso en la mejilla le dije:
Gregorio, salgamos a bailar. Sólo el último baile y nos vamos. Ya son las cinco de la mañana.
Nuevamente en el baile, mi hijo me acogió entre sus brazos. Gracias a los zapatos de tacón me encontraba casi a su altura. Estaba con las piernas abiertas con lo que notaba la dureza del miembro de Gregorio rozando mis muslos y mi pubis. Pensé que aquel roce era imposible que fuera casual. El cabrón de mi hijo se estaba dando el lote a mi costa. Seguramente cuando estuviera solo aprovecharía para masturbarse.
Reconozco que mi actitud era totalmente injustificable. Dejaba que mi joven hijo se restregara sobre mí sin el más mínimo reparo. Supongo que todo aquello era debido a mi falta de sexo, las copas acumuladas y mi creciente desazón….Noté su entrepierna apretando nuevamente, parecía aumentar de tamaño por momentos presionando con fuerza contra la tela del pantalón como si quisiera romperla. El aliento de Gregorio golpeaba contra mi oído, me sentía totalmente incapaz de parar aquello.
Sentí el roce de su cuerpo sobre el mío. Ahora sí estaba segura que aquello era completamente premeditado. Experimenté un sentimiento de culpabilidad por calentar de aquel modo a mi pobre hijo sin poner remedio a dicha situación. Sin embargo, me volví de nuevo de espaldas a él incitándole mientras tiraba mi redondo trasero hacia atrás. Gregorio no se echó atrás y, muy al contrario, se apretó contra mí haciéndome sentir su virilidad entre mis nalgas. Di un respingo al notar aquella terrible humanidad presionando de aquel modo.
Seguimos bailando de aquel modo enloquecedor, nos movíamos con total desfachatez. Seguramente estábamos dando un buen espectáculo. Me sentía empapada entre las piernas, no tardaría en correrme si aquello seguía así. ¿Y si son sólo figuraciones mías? No es posible que sea real. Estuve a punto de decirle algo pero no quise quedar como una tonta y seguí bailando. No pude aguantar más tiempo aquella inquietante caricia y cerré los ojos al tiempo que lanzaba un fuerte gemido de placer mientras me corría entre sus brazos.
Madre, ¿qué nos está pasando? ¿Nos hemos vuelto locos? –me susurró al oído mientras me estremecía notando cómo el clímax me recorría desde la vagina hasta el cerebro.
Las fuerzas me abandonaban, las piernas no me mantenían en pie. Tuve que agarrarme de su cuello para no caer. Hacía tiempo que no sentía un orgasmo tan intenso. Tan solo pude girar levemente la cabeza ofreciéndole los labios. Gregorio juntó los suyos y nos besamos de forma apasionada. Abrí los labios dejando paso a la húmeda lengua de mi hijo la cual se mezcló junto a la mía.
Unos instantes más tarde abrí los ojos con dificultad mientras me separaba ligeramente de él para mirarle a los ojos. La cosa ya estaba más que clara. Me había corrido en compañía de mi hijo y la verdad es que me había gustado, no me sentía culpable por ello.
Hijo, vámonos a casa. Estoy cansada pero quiero estar contigo esta noche.
¿Estás realmente segura? –me preguntó mirándome con ojos incrédulos.
Completamente segura –respondí con convicción. Creo que nunca he estado más segura de algo.
Madre, pero es pecado lo que me pides…. ¿lo sabes, verdad?
Gregorio no me desprecies. Quiero que me folles, ya no hay vuelta atrás. Tú me has puesto cachonda y ahora te toca solucionarlo –le dije mientras apretaba con fuerza su miembro por encima de la tela del pantalón haciéndole gritar de dolor.
Recogimos los abrigos en el guardarropa y salimos a la calle. Hacía frío pero iba tan caliente que ni lo notaba. En la primera esquina encontramos pronto un taxi al cual subimos sin demora. Nada más sentarnos me lancé sobre Gregorio empezando a besarle de manera salvaje. Extraje mi lengua de la boca y se la entregué mezclando mi saliva con la suya. No pensé ni por un segundo que el taxista nos estaba viendo, ni siquiera había reparado en su presencia. Seguimos con aquel beso enloquecedor respirando con gran dificultad.
De pronto bajé la mano hacia la entrepierna de mi hijo empezando a masajearle por encima del pantalón. Notaba su polla durísima, como si estuviera a punto de reventar. Abrí ligeramente los ojos y de reojo pude ver al taxista viéndonos a través del retrovisor. Era un hombre de mediana edad, calvo y no muy atractivo. La verdad es que se estaba poniendo las botas, le estábamos dando un buen espectáculo. Me separé de mi hijo y dirigiéndome al hombre le dije:
Tenga este billete y no pare de conducir hasta que le digamos.
El hombre miró la cantidad y dándome las gracias me dijo:
Usted manda señora. ¿No le gustaría que participara? –exclamó con total
descaro.
Cariño, quizás otro día. Por hoy tengo más que suficiente –le respondí antes de volver a entregarle mis húmedos labios a Gregorio.
Mi hijo no había abierto la boca en todo el rato, seguramente estaba alucinando viéndome tan lanzada. Bajé con suma tranquilidad la cremallera e introduje mi mano buscando su virilidad. Noté cómo Gregorio se estremeció al sentir el contacto de mi fría mano sobre su caliente miembro. La extraje con decisión de su encierro y apareció brillante y desafiante. Aquel músculo joven y poderoso superaba con creces todo aquello que había podido imaginar.
Señora, ¿me permite que me masturbe mientras les miro? –preguntó el taxista con voz temblorosa.
Haga lo que le plazca. Por nosotros no hay ningún problema.
El hombre aminoró la marcha mientras bajaba con dificultad la cremallera del pantalón. Vi con satisfacción cómo sacaba un pene no tan grande como el de mi hijo pero para nada despreciable. Empezó a mover la mano lentamente arriba y abajo al tiempo que nos seguía observando a través del retrovisor.
Dejé al hombre a un lado para centrarme exclusivamente en mi hijo. Agaché la cabeza y empecé a lamer la húmeda cabeza la cual estaba brillante gracias a los primeros líquidos pre-seminales- Gregorio gimió de placer. Agarré con decisión aquella horrible masculinidad y me entretuve subiendo y bajando a lo largo de aquel tronco que tenía a mi entera disposición. Lo ensalivé por completo y finalmente lo introduje en el interior de mi boca comenzando a chuparlo sin descanso.
Podía escuchar las respiraciones entrecortadas de mi hijo y del taxista. Gregorio me agarró del cabello apretándome contra él. Su polla me llenaba la boca por completo y me costaba respirar. Levanté la vista unos segundos y comprobé la cara de placer que mostraba mi hijo. Lo estaba pasando realmente bien.
¡Sigue, sigue así! Sigue chupándomela así. ¡Me vuelves loco!
¿Te gusta cariño? ¿Quieres que siga así? –pregunté con voz melosa.
Oh sí, me estás volviendo loco. Si sigues así no creo que tarde mucho en correrme.
Tranquilo mi niño, no hay prisa. Aguanta todo lo que puedas, así el placer cuando revientes será mayor. Quiero que me des todo tu semen en la boca. No la saques, ¿de acuerdo?
Estaba lanzada, me sentía como una auténtica guarra haciendo el amor con mi propio hijo delante de un completo desconocido. Sin embargo, debo decir que no me importaba en absoluto, lo estaba disfrutando al máximo. Chupé y chupé cada vez más deprisa apreciando cómo la herramienta de mi querido hijo palpitaba entre mis dedos. Sentía entre mis labios cómo aquel estupendo aparato no paraba de bombear sangre. Lamí con glotonería aquel par de cargados testículos que pronto me darían todo el líquido que tenían almacenado. Gregorio se retorcía en aquel estrecho asiento, estaba segura que no iba a aguantar mucho más. Me cogió con fuerza la cabeza obligándome a tragarme de nuevo su terrible aparato. Escupí sobre su polla humedeciéndola para que se desplazara en el interior de mi boca con mayor facilidad. Empecé a masturbarle con la mano mientras chupaba con rapidez con mis labios y mi lengua. Mi querido hijo jadeaba totalmente enloquecido.
Voy a correrme. No aguanto más. Dios, me corro. ¡Qué gusto siento!
¡Yo también me corro! –escuché que gritaba el taxista mientras noté sorprendida cómo Gregorio explotaba en el interior de mi boca llenándomela de espeso semen el cual me tragué con evidente dificultad.
Parte de su abundante eyaculación rebosó entre las comisuras de mis labios yendo a parar a la tapicería del asiento trasero del taxi. Me recompuse sentándome en el asiento mientras arreglaba la arrugada falda echándola hacia abajo con las manos para que no se me viera el tanga. ¡Dios! ¿Qué había hecho? Había hecho correr a mi propio hijo y me había tragado su leche con gran placer. Me había comportado como una vulgar ramera y la verdad es que lo había disfrutado al máximo. Miré al taxista y vi cómo volvía a recoger su arrugado miembro en el pantalón.
Bien, ahora ya puede llevarnos a casa. El espectáculo ya terminó –le dije con voz autoritaria.
El hombre aceleró con cara de disgusto pues estoy segura que le hubiera gustado seguir en algún lugar más discreto. Sin embargo, el fin de fiesta lo tenía reservado para Gregorio. Aún seguía con el miembro erecto pese a su reciente corrida. ¡Bendita juventud! Me relamí pensando en lo que haríamos al llegar a casa. Al dormir en el piso de arriba no había problemas con nuestros parientes pues estarían durmiendo a pierna suelta a esa hora avanzada de la madrugada.
De todos modos abrí con cuidado la puerta para que no despertaran y subimos con sigilo al dormitorio que nos habían asignado. Una vez en el dormitorio le dije a mi hijo que deseaba ducharme pues necesitaba relajarme de las sensaciones vividas. Gregorio se dispuso a desnudarse delante de mí sin ningún problema. Vi aparecer su desnudo torso una vez se deshizo de la camisa y cuando se disponía a quitarse los pantalones corrí al baño riendo como una colegiala pillada en falta.
Me di una ducha rápida con agua fría para desentumecer los músculos. Los sentía terriblemente tensionados y el contacto del agua fría cayendo sobre mi cuerpo consiguió hacerme relajar. Cogí el bote de gel y esparcí la espuma por todo mi cuerpo. Acaricié con suavidad mis pechos y el leve contacto con mis dedos hizo que los pezones se endurecieran al instante. Bajé mi mano buscando mi pubis. Introduje dos dedos en mi vagina imaginando que era Gregorio quien me lo hacía. Lo tenía apenas a unos metros de mí en la otra habitación. No hacía más que fantasear pensando en lo que podríamos hacer en unos minutos.
Me masturbé con fuerza acariciando el pequeño botón el cual creció al momento deseoso de sentir el contacto con mis dedos. Necesitaba correrme, necesitaba un rápido alivio con el que aplacar aquel terrible deseo que me invadía…. ¡Dios, lo necesitaba tanto! Moví mis dedos en forma circular sobre mi inflamado clítoris adquiriendo a cada momento mayor velocidad. La espuma ayudaba al movimiento de mis dedos los cuales resbalaban entre mis piernas ofreciéndome un placer inaudito. ¡Gregorio hijo, te deseo…..te deseo tanto! –dije en voz baja masturbándome de un modo bestial. Sentí cómo el tan deseado orgasmo se acercaba y tuve que morderme el labio inferior cuando acabé corriéndome empapando mis dedos con mis jugos.
Una vez relajada de aquel modo tan fantástico, me puse el albornoz, me limpié los dientes con celeridad y salí al dormitorio donde encontré a mi hijo tumbado sobre el amplio lecho completamente desnudo a excepción del bóxer gris que cubría su masculinidad. Tenía una pierna tapada con la sábana negra de tafetán la cual descorrí para acostarme junto a él. Le miré a los ojos y me lancé a besarle con auténtica devoción. Le pasé mi saliva en un beso apasionado mientras alargaba mi mano posándola sobre su muslo.
Madre, ¿estás segura de lo que vamos a hacer? –me preguntó en voz baja.
Gregorio cariño, ya te dije antes que sólo quiero follar contigo esta noche. Así pues disfruta de mi cuerpo y no hagas más preguntas.
Volví a besarle de forma más suave apenas posando mis labios sobre los suyos. Dirigí mi traviesa mano hacia su entrepierna encontrándome con aquel joven animal del que había gozado unos minutos antes en el viaje a casa.
¡Dios, es tan grande! La tienes mucho más grande que la de tu padre. ¡Me encanta! –exclamé mientras humedecía mis resecos labios con la lengua.
Es toda para ti. ¿Quieres comértela otra vez? –me interrogó mientras notaba como se estremecía.
Sin responder me tumbé sobre él chupándole el cuello como una auténtica gata en celo. Me hice con sus pezones y escuché como mi querido hijo sollozaba suavemente deleitándose con aquel juego con el que le obsequiaba. Bajé lentamente a través de su vientre plano hasta llegar a la altura de aquel tesoro tan deseado por mí. Le mordisqueé por encima de la tela sin atreverme aún a despojarle de aquella prenda que escondía su dura herramienta.
¡Madre, por favor! No me hagas sufrir más. No seas mala conmigo.
¿Acaso pretendes ahogarme con eso otra vez? ¿Quién es el malo aquí? –le pregunté sonriéndole de forma perversa.
Agarré la tela del bóxer por ambos lados y la fui dejando caer con extrema tranquilidad a través de sus muslos hasta que finalmente pude ver cómo aquel tremendo miembro saltaba hacia delante buscando respirar. Lo observé detenidamente, realmente asombrada ante el terrible desarrollo que mostraba. Noté mi vagina completamente empapada. ¡Qué ganas tenía de sentir semejante intruso en mi interior! Clavé mi mirada en aquel rosado champiñón encima del cual sobresalían unas gotas de líquido pre-seminal. Las venas se marcaban a lo largo de aquel tronco como si la sangre que discurría a través de ellas quisiera explotar. Me dediqué a lamerle los huevos con fruición escuchando a mi hijo gemir gracias al dulce tratamiento que le daba.
¡Hijo mío, menuda maravilla que tienes! ¡Qué ganas que tengo de ti!
Sin más demora introduje su polla en mi boca hasta la garganta. Tuve que sacarla y tosí con fuerza. Aquello era demasiado para mi pobre boquita. En el segundo intento me lo tomé con más calma introduciéndola centímetro a centímetro mientras la iba ensalivando con mi glotona lengua. Volví a extraerla y me dediqué a jugar con la punta de la lengua sobre el grueso glande. De ahí fui bajando por toda la longitud de su polla ensalivándola de arriba abajo. Estaba disfrutando horrores dándole placer a mi propio hijo. Quería que aquel fuera un momento único para ambos.
Gregorio me apartó de su lado y me ayudó a quitarme el albornoz desatándome el cinturón que lo sujetaba a mi cintura. Una vez desnuda se quedó mirándome con cara de vicio recreándose en la contemplación de mi cuerpo maduro y todavía apetecible. Me tumbó boca arriba y se dispuso a gozar de mis encantos. Doblé las piernas abriéndolas para que así tuviera una mejor visión de mi excitado sexo del cual manaban abundantes jugos.
Cómetelo amor, vamos disfruta de él que lo está deseando –le animé con el tono de voz más sugerente que pude encontrar.
Se puso cómodo entre mis piernas abriéndolas aún más y empezó a lamerme con decisión. Vibré de emoción sintiendo aquella lengua cálida en la entrada de mi sexo. Se hizo con mi clítoris mordiéndolo, lamiéndolo, sorbiéndolo suavemente hasta empezar a introducir la punta de la lengua en el interior de mi vagina. Era una sensación realmente placentera la de sentir como iba subiendo el calor desde mi coño hasta mi cara.
El cuerpo me temblaba, sentía escalofríos de placer. Volvió hacia mi clítoris golpeándolo con la punta de la lengua. No tardó en lograr que respondiera a sus caricias haciendo que se endureciera gracias a aquel contacto. Giraba la lengua en forma circular alrededor de mi duro botón arrancándome angustiosos ayes de placer. Me estaba volviendo completamente loca con aquella caricia que me prodigaba. Pronto acabaría explotando entre sus labios, estaba segura.
Así….así, mi niño. Sigue así, lo haces muy bien. ¡Me estás volviendo loca! –dije agarrándole del cabello para que siguiera haciéndome gozar.
Mi hijo no me dejó descansar un solo segundo y continuó sorbiendo una y otra vez cada vez más rápido. Me daba pequeños mordiscos en el clítoris aprisionándolo entre sus dientes. Tuve que morder mi labio inferior para no gritar y que pudiéramos ser oídos. ¡El escándalo podía ser mayúsculo! Allí follando en una casa extraña con mi propio hijo. Aquello superaba con creces todas las expectativas creadas. Al fin acabé corriéndome llenando los labios de Gregorio con mis abundantes líquidos. ¡Dios, cómo me había hecho gozar!
¿Qué tal estás? ¿Te ha gustado, madre? –me preguntó con cara de pillo.
¿Tú que crees? Jamás había disfrutado de este modo con tu padre. Debo decirte que lo has hecho realmente bien. Pero ahora deberás follarme, esto aún no ha acabado.
Le hice levantar de la cama y, cogiéndole de la mano, le hice acompañarme hasta el baño. Nada más llegar me hizo sentarme en el mármol del lavamanos de cara a él. Se agachó entre mis piernas y empezó a comerme el coñito nuevamente para ponérmelo bien a punto. Estaba segura que quería follarme, podía verlo en su lujuriosa mirada. Tan solo hacía falta darle el último empujón para que al fin se decidiera a hacerme suya. Ya hacía rato que deseaba que me follara, sentir el ardiente miembro de mi hijo en el interior de mi cueva. Me estuvo humedeciendo mi entrada vaginal con su lengua y su saliva para así facilitar la tarea que pronto llevaría a cabo.
Vamos Gregorio, hijo. Fóllame vamos, no me hagas esperar más. No soporto más este dulce tormento.
¿Estás segura, madre? –me dijo mirándome con la polla cogida entre sus dedos.
¡Hazlo, vamos! ¿A qué estás esperando? –le dije plenamente emocionada.
Al fin se decidió y colocándose entre mis piernas y apuntando a la entrada de mi empapado coñito fue empujando con fuerza hasta que noté cómo su grueso champiñón iba ingresando aprovechando lo dilatada que me encontraba. Mi querido hijo me cogió una pierna y la levantó hasta dejarla reposar sobre su hombro. Grité de dolor y de placer al sentirlo dentro de mí. Aquella era una sensación agradable y dolorosa al mismo tiempo. Tenía a mi propio hijo dentro de mí y aquella era la sensación más maravillosa que había sentido en toda mi vida. Tuvo que ponerse de puntillas para quedar a mi altura y así poder penetrarme con mayor facilidad.
¡Más adentro, vamos, más adentro! Te quiero dentro de mí. ¡Vamos cariño, clavámela hasta el fondo! –le incité mientras le agarraba con fuerza de las nalgas atrayéndolo hacia mí.
Gregorio fue empujando más y más hasta que noté toda aquella enorme barra de carne en el interior de mis entrañas. ¡Dios mío, le sentía fuerte y poderoso! Sentía su cuerpo juvenil y sudoroso junto al mío. Dirigí uno de mis dedos hacia su estrecho agujerito posterior rozándolo con suavidad. Gregorio dio un respingo al notar dicho contacto. Supongo que nadie le había acariciado aún en esa zona tan delicada. Pude ver que le gustaba al oírle decir:
Madre, ¿qué está haciendo? Así, siga acariciándome ahí. ¡Me gusta!
Se quedó quieto unos instantes hasta que ambos empezamos a movernos como si formáramos parte de una danza sensual y macabra. Mi hijo me clavaba y me desclavaba a cada paso con pasión creciente mientras yo aprovechaba para introducirle un dedo en su estrecho ano. Notaba mi espalda contra el frío espejo del baño mientras aquel terrible émbolo no paraba de follarme una y otra vez.
Cerré los ojos y mordí con fuerza su sudoroso hombro al tiempo que le clavaba con fuerza las uñas en la espalda lacerando su fina piel. Me estaba matando con su inmensa humanidad. Aquella polla era magnífica, me llenaba hasta el fondo extrayéndome los mejores placeres. Golpeaba sin descanso haciéndome sentir una catarata de lujuriosas emociones. Me corrí entres sus brazos encadenando dos orgasmos, aquel tremendo placer fue subiendo a través de mi columna vertebral hasta rebotar en mi cerebro y de ahí fue bajando hasta mi extenuado sexo.
Abrí los ojos con dificultad y me encontré con el rostro descompuesto de mi joven hijo. Le miré con ojos de cordero degollado, me había hecho la mujer más feliz del mundo. Ni en mis mejores polvos con mi ex marido había disfrutado de aquel modo. Supongo que el morbo por estar follando con mi hijo me hizo disfrutarlo aún más.
Gregorio hijo, ha sido magnífico: Me has hecho correr como nunca. Gracias, muchas gracias.
¡Gracias a ti madre! Me ha encantado verte retorcer y gozar de manera tan salvaje. Realmente he quedado sorprendido.
Pero tú aún no te has corrido. Ahora es tu turno. Venga, acompáñame al dormitorio. ¡Me duele el culo de estar sentada! –le dije cogiéndole de la mano para que me siguiera.
Volvimos a la alcoba sin perder un segundo, el deseo nos animaba a seguir con aquel peligroso juego que habíamos empezado y que parecía no tener fin. Apoyé a Gregorio en la cómoda y me puse de cuclillas entre sus piernas. Con rapidez volví a apoderarme de su sexo llevándomelo a la boca para continuar con aquella sesión incestuosa. Aquel pene me tenía totalmente hipnotizada. Era tan grueso y poderoso que no estaba dispuesta a dejarlo marchar de mi lado. Quería sacar de él todo el placer que fuera capaz de ofrecerme.
Nuevamente lo ensalivé por completo con gran satisfacción por su parte. No tardó en volver a ponerse rígido gracias a las dulces atenciones que le prodigué. Podía ver cómo se destacaban las venas azuladas a lo largo del tronco. Deseaba hacerle correr, que me diese todo su elixir masculino. ¡Dios mío! ¡Tenía tantas ganas de que me hiciera suya! Chupé con ganas su rosado glande dejándolo completamente limpio de sus primeras gotas pre-seminales indicativas de todo aquello que no tardaría mucho en entregarme. Me hice con sus testículos lamiéndolos como si quisiera extraer de ellos todo el semen almacenado.
Así madre, así. ¡Me gusta tanto lo que me haces! ¡Me das tanto placer!
¿Te gusta hijo? ¿Quieres follarme, ya? ¡Vamos fóllame, quiero que me hagas tuya! –le estimulé para que lo hiciera.
Gregorio me hizo levantar y mordisqueándome el cuello me puso de espaldas a él mirando al ancho espejo de la cómoda donde podíamos vernos reflejados perfectamente. Ambos rostros mostraban el deseo que nos envolvía. Gemí al notar cómo mi hijo me restregaba su dura herramienta sobre mis apetitosas nalgas. Tenía el cabello desordenado y la frente sudorosa. Gregorio respiraba junto a mi oído haciéndome sentir su entrecortado aliento. Saqué mi redondo trasero moviéndolo en forma circular para notar con mayor fuerza su gruesa polla que no tardaría en estar follándome.
Me abrió las piernas acomodándose entre ellas para dirigir su miembro hasta la entrada de mi deseosa vagina la cual chorreaba jugos sin cesar. Finalmente apuntó comenzando a apretar con fuerza consiguiendo que mis labios vaginales fueran dilatándose permitiendo la entrada de aquel músculo atroz. Notaba su miembro palpitando dentro de mí, fue entrando con lentitud como si estuviera profanando un tesoro largamente codiciado. Me ensartó por completo pues pude comprobar cómo sus testículos golpeaban contra mis hambrientas nalgas.
Nos quedamos quietos como si quisiéramos disfrutar de aquella entrega. Fui yo la que empecé a moverme rotando mi trasero alrededor de aquel eje que me tenía atravesada hasta el fondo. Gregorio no tardó en acompañarme en aquel dulce martilleo entrando y saliendo cada vez con mayor velocidad. Se entretuvo chupándome la nuca y el lóbulo de la oreja. Con extrema dificultad logré abrir los ojos viéndome reflejada a través del espejo. La cara de placer que mostraba era realmente indescriptible.
Había roto con todos los límites de la razón. Estaba siendo follada por mi hijo y lo estaba disfrutando a más no poder. Aquella juvenil polla me follaba sin descanso, no daba síntoma alguno de cansancio. Me follaba hasta el fondo de mis entrañas haciéndome aullar de placer. Gregorio me agarró uno de mis senos y tirándome hacia atrás empezó a chuparme el cuello al tiempo que me decía palabras soeces junto al oído. Volví a correrme cayendo de bruces sobre la cómoda.
Gregorio sacó su húmedo aparato del interior de mi coñito y lo dirigió a la entrada de mi ano empezando a jugar con él.
¿No pretenderás follarme el culo? –le pregunté con voz temerosa.
Sin contestar ni hacer caso de mis ruegos empujó con fuerza hasta que el anillo se fue abriendo aceptando sumisamente la entrada de aquel enorme monstruo. Pensé que iba a abrirme en canal, destrozándome con aquella barra de acero. Gracias a la lubricación de su polla la penetración se hizo más llevadera aunque debo reconocer que creí morir de placer. Me estremecí notando su gruesa cabeza dentro de mi estrecho agujerito.
Gregorio jadeaba como un auténtico animal, tanto era el placer que estaba sintiendo. Eché la cabeza hacia atrás mientras me agarraba con fuerza al borde de la cómoda notando como iba penetrando hasta invadir por completo mi afligido ano.
¡Me matas! ¡Me matas maldito cabrón, pero no dejes de hacerlo! –exclamé mirándole a través del espejo.
Empezó a moverse con rapidez y con renovadas fuerzas, parecía no cansarse nunca. Por mi parte, no hacía más que jadear como si me estuviera quedando sin aire mientras mi hijo seguía golpeándome de manera salvaje. Creí perder el mundo de vista. La cabeza me daba vueltas como si estuviera montada en un tiovivo. Rebotaba sobre su cuerpo una y otra vez. Sentí como iba entrando y saliendo de mi dolorido esfínter al tiempo que no hacía más que chorrear jugos a través de mi coñito.
Pude ver los primeros rayos del sol entrando por la ventana. ¡Ya se estaba haciendo de día! Se me había pasado la noche volando. Nuestros parientes no tardarían en despertar así que debíamos ir acabando con aquel explosivo encuentro. Por suerte podríamos dormir tranquilamente hasta la hora de comer, así que disponíamos de unas horas para recuperar fuerzas.
No podía más, aquello era completamente alucinante. Gregorio era insaciable, envidiaba la fortuna que iba a tener la muchacha que se lo llevara. Me acerqué a su oído avisándole con voz quebrada que iba a correrme otra vez.
Madre, ¿puedo correrme dentro? –me preguntó de manera deliciosa.
Pues claro tonto. ¿a qué esperas? Dámelo todo, ¡vamos córrete!
Un cañonazo de semen salió disparado hacia el interior de mi ano llenándolo de aquel espeso líquido el cual me quemaba por dentro. Gregorio expulsó toda la leche hasta caer rendido sobre mi espalda mientras acariciaba mis senos.
Me sentí en la gloria notándome completamente llena de su joven vitalidad. Un pensamiento de culpabilidad me invadió, pensé cómo iba a solucionar aquello pero rápidamente lo deseché. No quería pensar en lo que habíamos hecho sino sólo disfrutar de la compañía de mi hijo. Ya habría tiempo de pensar en ello.
Hijo, vamos a dormir. ¡Estoy muerta de sueño! Debemos recuperar fuerzas.
Bajé la persiana y nos metimos en la cama tapándonos con las sábanas. Gregorio se pegó a mí abrazándome por detrás. Pude sentir su fláccido miembro descansando sobre mis nalgas. El descanso del guerrero había llegado al fin. Parecía mentira que aquello tan débil proporcionara el placer que me había hecho sentir. Cerré los ojos y en pocos segundos me dormí profundamente……
1 comentarios - madre queda satisfecha por el pene de su hijo