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Capítulo 36.
Alquiler.
Los gemidos de Brenda y Gisela nos llegaban con total claridad. Me pregunté qué estaría pasando en la habitación de Macarena, ella también estaba a una pared de distancia del cuarto de Gisela, pero del lado contrario al mío… y si los cálculos no me fallan, mi tía Cristela está con ella. No necesito ser el tipo más creativo del mundo para imaginarme que, ahora mismo, Macarena y Cristela deben estar dándose una jugosa chupada en la concha, es posible que estén en pleno 69. Aunque ellas tienen que esforzarse para no ser oídas. Sería muy extraño explicarle a Brenda por qué Macarena estaba cogiendo con su tía.
Otra que debía hacer un gran esfuerzo para opacar sus gemidos era mi madre. Alicia estaba dando potentes saltos sobre mi verga y a mí me preocupaba el movimiento de la cama. Aún no hacíamos mucho ruido, pero si ella continuaba con ese violento meneo de caderas, el respaldar de la cama comenzaría a azotarse contra la pared y se escucharía en toda la casa.
―Despacito, mamá ―le dije―. Brenda nos puede escuchar.
―Sí, tenés razón, perdón… ―relajó considerablemente sus movimientos―. Es que… llevo tanto tiempo sin hacer esto que… simplemente perdí la cabeza. Sos mi hijo, Nahuel. ¿Qué mierda estamos haciendo?
―No sé, pero me gusta. Y se nota que vos también estás disfrutando.
―Ay, no me digas eso, que me hacés sentir peor.
―¿Tanto te molesta admitir que podés disfrutar del sexo?
―Más me molesta si se trata de la verga de mi hijo… pero, no puedo parar.
Apoyó sus manos contra mis hombros provocando que sus grandes tetas quedaran colgadas ante mis ojos. Empezó a menear la cadera otra vez, de atrás para adelante, de arriba hacia abajo y en círculos, lo hizo de todas las maneras posibles, intentando no mover mucho la cama. Su concha estaba totalmente mojada y mi verga no encontraba resistencia al entrar, su dilatación era total.
No sé mucho de orgasmos femeninos, pero estoy casi seguro de que mi madre tuvo al menos uno. Para no gemir tuvo que morderse el labio y se aferró a las sábanas con fuerza. Dio saltos más largos y luego se quedó sentada, con mi verga completamente metida dentro de su concha e inició un nuevo meneo de caderas, esta vez más frenético y sin que la verga saliera ni un centímetro de ese agujero.
Cuando lo que yo creo que fue un orgasmo terminó, ella emitió un suspiro sordo y comenzó a respirar de forma agitada, como intentando recuperar el aire, pero sin hacer ruido. Aunque un par de gemidos se le escaparon y estoy seguro de que fueron oídos en el cuarto de Gisela. No me preocupé demasiado, Brenda podría creer que Alicia estaba masturbándose con alguno de sus numerosos dildos, no tenía forma de sospechar que yo estaba en la habitación. De todas maneras, lo más sensato era no llamar mucho la atención.
Alicia se bajó de su montura y sonrió mostrándome que ya estaba satisfecha, creí que ese sería el final del asunto, pero ella fue considerada conmigo. Es cierto que yo había acabado, pero cuando el acto sexual se reanudó, mi verga tuvo tiempo de despertarse otra vez, ella aún no quería irse a dormir. Alicia, entendiendo esto, se la tragó tanto como pudo e inició una nueva mamada. Esta vez fue más sensual, más fogosa. Ella quería demostrarme lo buena que era haciendo petes y realmente lo estaba consiguiendo.
Cerré los ojos y disfruté de los sensuales gemidos que provenían del cuarto de mi hermana. La lengua de Alicia no se detuvo ni un segundo, ni siquiera cuando eyaculé dentro de su boca. Ella siguió chupando y lamiendo como si nada. Por supuesto, se tragó todo el semen. Después de esta acabada mi cuerpo se relajó tanto que en cuestión de segundos me quedé dormido… con la verga aún dentro de la boca de mi madre.
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El día transcurrió con normalidad, y esta vez sí lo digo en serio. Volvimos a ser una familia normal, donde todo el mundo lleva la ropa puesta. Quizás Brenda pueda sospechar que no somos del todo convencionales por lo que pasó durante la noche con mi mamá, pero no tiene motivos para sospechar nada más. Hasta Macarena se vistió con un pantalón y una remera discreta y ayudó en la limpieza de la casa. Brenda intentó ayudar, pero se lo impidieron. Mi tía le dijo que ella, de momento, tenía el carácter de invitada y no estaba obligada a ayudar con los quehaceres domésticos. Sin embargo, con el tiempo, podría ganarse el “status” de una más de la casa… ahí sí le daremos una escoba.
Un par de horas después del almuerzo la casa comenzó a quedar vacía y en silencio, cada una se retiró a su propio cuarto, o al que tenía asignado. Yo estaba por golpearle la puerta a Tefi, para que me permitiera jugar con la PlayStation un rato, cuando mi mamá me hizo señas.
―Vení Nahuel ―me acerqué a ella―. Vos sabés que yo te quiero mucho y que siempre te voy a agradecer todo lo que estás haciendo por mí. Gracias a vos, y bueno, también un poco gracias a tus hermanas, estoy haciendo cambios importantes en mi vida y en mi forma de pensar.
―¿A qué viene todo esto, mamá?
―Sé que Ayelén se apoderó de tu cuarto… y sé lo mucho que apreciás tener tu espacio personal. Por eso te quiero ayudar.
―¿Me vas a ayudar a recuperarlo?
―No exactamente. Eso quizás no sea posible, de momento; pero al menos quiero ayudarte a que sientas que la situación es un poquito más justa. ¿Estás listo?
―No sé… ¿qué tengo que hacer?
―Ahora vas a ver… seguime.
Ella golpeó la puerta de mi cuarto, no pudimos entrar porque ahora todas las habitaciones tienen trabas, incluyendo la mía. Esperamos hasta que Ayelén nos abrió la puerta, ella ya se había desnudado completamente y no tuvo ningún reparo en mostrarnos toda su anatomía.
―Che, andá para adentro ―dijo mi mamá en voz baja―, te puede ver Brenda.
―¿Y qué me importa si me ve?
―A mí sí me importa ―respondió Alicia, tajante―. Es mi casa y no quiero que la chica se lleve una mala impresión. Me cae bien.
―¿De pronto ya aceptaste que a tu hija le gusta la concha y la dejás tener novia? ―Preguntó mi prima―. No seas hipócrita, tía. Te debés estar muriendo por dentro de saber que esas dos, ahora mismo, se deben estar dando tremenda chupada en la argolla. ¿Qué vas a hacer cuando decidan blanquear la situación y contarle a todo el mundo que son parejas? ¿Vas a decir con orgullo, ahí va Gisela, mi hija tortillera? ¿Eh?
Al escucharla hablar de esa forma de mi hermana me dieron ganas de agarrar la afeitadora eléctrica y raparle la cabeza. Por suerte no fue necesario hacerlo. Esta vez mi mamá no retrocedió.
―Entrá ―le dijo a su sobrina, dándole un ligero empujón. Cuando los tres estuvimos dentro de mi cuarto, cerró la puerta y la trabó―. Ahora vamos a hablar claro, pendeja. Esta es mi casa. Si vas a vivir acá, y gratis, entonces vas a hacer lo que yo te diga. Mi casa, mis reglas. ¿Está claro?
―¿O sino qué? ¿Eh? ¿Me vas a echar?
―Así es ―respondió Alicia, con una sonrisa triunfante―. Ya hablé con Cristela sobre este asunto. Al igual que yo, tu mamá piensa que podrías pasar el resto de la cuarentena en la casa de la abuela. A mi mamá le encantaría verte ―Ayelén se puso más pálida que las paredes―. ¿No te dan ganas de visitarla? Ella siempre dice que vos sos su nieta favorita… claro, porque no sabe lo arpía que sos en realidad.
―Es cierto ―intervine―. Siempre está haciéndose la buenita frente a la abuela Nanda, como si fuera un angelito. Y la vieja se lo cree.
―No le digas vieja a mi mamá ―se quejó Alicia―, porque me hacés sentir vieja a mí. Entre la abuela Fernanda y yo hay solo dieciocho años de diferencia.
―¿Y te parece poco? ―Pregunté―. Dieciocho años es toda mi vida… desde mi punto de vista las dos son viejas. ―Mi mamá me fulminó con la mirada―. Pero esta discusión no viene al caso. Seguí hablando con Ayelén. Ella parece muy entusiasmada por visitar a la abuela Nanda.
Sabía muy bien que eso no era cierto. Ayelén detesta a la abuela Nanda, porque es incluso más estricta y obsesiva que mi madre. Sin embargo, a la abuela le sobra el dinero. Siempre está dispuesta a desembolsar unos billetes para su nieto o sus nietas, siempre y cuando sean obedientes, amables, puros y castos. Esto último no lo dice, pero estoy casi seguro de que lo piensa.
Mi abuela se hizo rica el día en que mi abuelo murió de forma trágica al caer sobre una máquina en la fábrica en la que trabajaba. No sientan pena por mí, ni siquiera recuerdo cómo era mi abuelo, esto ocurrió hace mucho. Si van a sentir pena, que sea por él, debió sufrir mucho en sus últimos minutos de vida. Para mi abuela, en cambio, fue como ganarse la lotería. Detestaba a mi abuelo (no sé exactamente por qué, quizás el tipo le era infiel o algo así), y más de una vez amenazó con divorciarse de él. Hoy en día asegura que la mejor decisión de su vida fue, justamente, no divorciarse. Eso le permitió cobrar la jugosa pensión que le dejó y la fortuna que tuvo que pagarle la fábrica. Y sí que le pagaron bien, porque se demostró que el accidente fue causado por las malas condiciones del establecimiento y que mi abuelo fue una pobre víctima. Sí, tal y como lo dije: mi abuela se ganó la lotería.
Hubo un tiempo en el que me pregunté por qué debemos llevar una vida tan modesta. ¿Por qué nos falta el dinero, si a mi abuela le sobra? Ahora lo entiendo mejor. Es porque mi abuela odia a sus hijas. No sé a cuál de las dos odia más, eso tendría que analizarlo. Me da la impresión de que Fernanda castiga a sus hijas por algo. Es como si quisiera, para ellas, el infierno en vida. Nunca me animé a preguntarle a mi mamá el por qué de este ferviente odio hacia sus hijas, aunque ahora tengo algunas sospechas. Quizás fue porque se enteró de los rumores que había en el barrio sobre Alicia, “La mejor petera”. Eso no explicaría por qué odia también a Cristela, pero vamos, no es que mi tía sea una monja precisamente. Seguramente ella también tuvo sus andanzas.
Ayelén suele mostrarse dulce, casta y simpática cuando habla con la abuela Nanda y siempre que hace eso sale bien recompensada. Sin embargo, para mi prima sería una tortura vivir en la casa de la abuela, porque ahí tendría que mantener su personaje de “la niña perfecta” durante semanas o meses.
―¿Y? ¿Qué decís, Ayelén? ―Preguntó mi mamá, con los brazos en jarra―. ¿Vas a escuchar mis condiciones de pago o preferís armar tu valija? La abuela te va a recibir con los brazos abiertos.
Mi prima guardó silencio durante varios segundos cargados de tensión. Su cara se puso roja y de sus ojos salían relámpagos.
―No tengo plata para pagar ―dijo por fin.
―Ya lo sé. No vas a pagar con dinero.
―¿Entonces?
―Antes que nada te voy a dejar en claro dos cosas ―mi mamá levantó dos dedos―. Primero: estás durmiendo en el cuarto de Nahuel, así que el alquiler se lo vas a pagar a él. Segundo: la que te da de comer soy yo, por eso la comida me la vas a pagar a mí. ¿Está claro?
―¿Todos en la casa tienen que pagar alquiler? ―Preguntó Ayelén.
―No, solamente vos ―le respondió Alicia―. Es injusto, lo sé. Podés protestar todo lo que quieras, y con eso solo vas a conseguir que te echemos de la casa.
―¿Y por qué soy la única que tiene que pagar alquiler?
―Porque me caés mal ―dijo mi mamá, con tono tajante―. Porque le caés mal a todos. En esta casa no hay ni una sola persona que quiera tenerte de compañera de cuarto. No hay una sola persona que te aguante. Ni siquiera tu mamá.
Esas fueron las palabras más hirientes que le escuché decir a mi madre en toda mi vida… y lo peor de todo es que tiene razón. Nadie quiere a Ayelén. Ella se las ingenió para hacerse odiar, incluso por Tefi, que era la única con la que se llevaba más o menos bien.
Y con respecto a mi mamá… ¡wow! No sabía que podía ser tan cruel. Esto encaja con la teoría de Pilar de que algo se rompió dentro de Alicia.
―¿Y de qué forma tengo que pagar por todo eso? ―Preguntó Ayelén, con los dientes apretados. Más allá de su evidente enojo, ella no parecía muy afectada por las palabras de su tía. Ayelén no es de las que se tiran a la cama a llorar cuando les dicen algo hiriente.
―De la única forma en que sabés hacerlo. Con esto… ―Alicia se acercó a su sobrina y le acarició la concha―. Muchas veces la usaste para demostrar tu poder sobre la gente, incluso para humillar a algunos. Ahora le vas a dar otro uso.
―¿Sabés que esto puede terminar muy mal? ―Dijo Ayelén, con una mirada desafiante―. Esto no se va a terminar con sacar las cajas de dildos de tu baño. Yo sé cosas que vos no querés que tus hijos sepan, Alicia.
―Es posible, o quizás te equivocás. Tal vez no me importa que lo sepan. ¿Querés hacer la prueba? Contale a Nahuel algo de lo que sabés. ―Ayelén no abrió la boca―. Ya me parecía. Esa información es demasiado valiosa como para dejarla salir en un arrebato de rabia. ¿No es cierto? Estás esperando el momento justo para usarla, así es como te gusta dominar a la gente. Muy bien, esperá a que llegue ese “momento justo”, yo voy a estar preparada. Mientras tanto, vas a hacer lo que yo te diga. Mi casa, mis reglas. Y al alquiler lo vas a pagar… o te vas a vivir con tu abuela. Vos elegís.
Mi prima guardó silencio una vez más. Casi podía escuchar los engranajes de su cerebro retorciéndose en busca de la mejor respuesta. Si era tan sensata y astuta como lo parecía, sabía que su mejor alternativa era acatar todo lo que Alicia dijera y luego ya tendría tiempo para pensar en la forma de devolverle el golpe. Así es como funciona una mente macabra como la de Ayelén. Lo sé porque leo muchos cómics de superhéroes y ella se parece un poco a Lex Luthor, el archienemigo de Superman.
―Muy bien. ¿Qué tengo que hacer? ―dijo, mostrando una calma tan absoluta que se me erizaron los pelos de los brazos. ¿Cómo es capaz de apagar sus emociones de esta manera? ¿Acaso esta chica es un robot?
―Así me gusta, que seas obediente ―dijo mi madre, al mismo tiempo que se bajaba el pantalón. Quedó completamente desnuda antes de que yo pudiera preguntarle por qué tenía los pezones tan erectos.
No soy tonto, solo lo parezco. Sé muy bien que este momento significa una victoria y una superación para mi madre. Ella está excitada, sexualmente excitada, porque pudo vender en una batalla a su peor enemiga. Aunque la guerra siga, aunque al final mi madre termine perdiendo, esta batalla la ganó… le encanta cómo se siente el sabor de la victoria. Lo puedo notar, no solo en la dureza de sus pezones, sino también en lo erguidas que están sus tetas, apuntando al frente, con el pecho hinchado de orgullo. Está parada con las manos en las cintura y con las piernas separadas, para que Ayelén pueda ver que tiene mojada la concha. Hasta hay pequeños hilitos de flujos bajando de sus labios vaginales hasta la cara interna de sus muslos. Ver a mi madre de esta forma me puso dura la pija al instante. Fue tremendo. Creo que nunca tuve una erección tan rápida en toda mi vida. Se me puso tan dura que tuve que sacarla del pantalón, para que no apretara. No me importó. En cierta forma yo también quería que mi madre viera lo que estaba provocando en mí. Cuando se fijó en mi miembro noté una pequeña sonrisa en su rostro, una sonrisa entre cómplice y lujuriosa.
―¿Podés disimular un poco? ―Preguntó Ayelén―. Debería darte vergüenza. Mirá cómo se te moja la argolla al mirarle la pija a tu hijo.
―Es que tiene una pija muy linda que me hace sentir una madre muy orgullosa. Anoche me la metió toda. Me hizo acabar dos veces.
Ayelén no esperaba esta respuesta. Retrocedió un paso, como si le hubieran dado un cachetazo. Y debo admitir que yo tampoco me lo esperaba. No sé qué le estará pasando a mi mamá, pero me encanta. Verla tan segura de sí misma me calienta.
―Ahora, de rodillas ―dijo Alicia―, y empezá a chupar.
―¿Qué tengo que chupar? ―Preguntó Ayelén.
―Las dos cosas ―le respondió mi madre―. Nos debés a los dos, así que… dale.
Ayelén es una arpía. Una bruja fría y calculadora. Por eso sé que en este momento está planificando su venganza. Sin embargo, esta vez fue derrotada y no le queda otra alternativa que acatar las órdenes de su tía.
Se puso de rodillas y le dio una lamida en la concha a Alicia tan potente y lésbica que la pija se me puso como un fierro. Lamió y tragó todos los jugos vaginales de mi madre y metió la lengua en busca de más. No sé por qué se está esforzando tanto en hacerlo bien. Quizás por puro orgullo, para demostrar que ella tiene talento para el sexo. No lo sé, lo que sí sé es que en el momento en que empezó a succionar mi verga, casi me hace acabar. Me dio un chupón tan potente en el glande que creí que me lo iba a arrancar.
Maldita. Hasta en la derrota muestra su poder. Por suerte logré contenerme, no le di el gusto de humillarme. Siguió chupando con ganas, mientras le metía los dedos en la concha a mi mamá. Buscaba hacernos acabar lo antes posible.
A mi mamá se le ocurrió otra brillante idea para demostrarle a Ayelén que no podría dominarla tan fácil al acusarla de ser una madre incestuosa.
Alicia se puso en cuatro sobre la cama, dejando su culo sobresaliendo del borde y me hizo señas para que me acercara.
―Vení, Nahuel, quiero que me dejes la concha bien llena de leche, para que esta puta se la trague toda. ¿Te gusta eso, Ayelén? Yo sé que sí.
No pude negarme, estaba demasiado excitado. Me acerqué a mi madre y le metí la verga tan hondo como pude, luego la saqué, solo para meterla más profundo. Ayelén se mantuvo de rodillas lamiendo mis testículos y el clítoris de Alicia. Me pregunté qué estaría pensando sobre este acto tan poco ético. ¿Le resultaría excitante al menos?
Me da la impresión de que sí, porque sus lamidas acompañaron a la perfección mis penetraciones. Mi mamá volvió a mostrarme ese don que tenía tan bien escondido: la gran habilidad que tiene con las caderas. Es impresionante cómo se mueve. Un chico de mi edad simplemente no quiere pensar que su madre es capaz de moverse como una fiera en celo cuando le meten una verga; pero está ocurriendo y no lo puedo negar. Seguramente Alicia adquirió esta maestría montando varias vergas. Eso me pone un poco incómodo, y al mismo tiempo me resulta excitante.
Lo bueno de estar metiéndole la verga a ella y no a Ayelén, es que no necesité contenerme. Cuando mi semen pidió salir, lo dejé fluir, al fin y al cabo todo esto era parte del plan de Alicia. Quería humillar a Ayelén, como ella la había humillado antes. Ahora sería el turno de mi prima de lamer una concha chorreando leche… y así lo hizo.
En cuanto saqué la verga, el semen comenzó a fluir justo sobre la lengua de mi prima, ella me apartó dándome un empujón y se prendió a la concha de Alicia con fervor. Al parecer mi mamá tenía razón en algo: a Ayelén le gustan las conchas con semen. Tomo nota. Quizás pueda usar esta información a mi favor en algún momento.
Y estoy seguro de que esta última parte sí la hizo por puro gusto, y no para demostrar nada. Lamió cada rincón de esa concha y buscó con la lengua hasta la última gota de semen que había en el interior. Mientras ella se entretenía con esto, mi mamá me hizo señas para que me acercara. Chupó mi verga, permitiendo que las gotas rezagadas de semen cayeran dentro de su boca.
Luego de tragarlas, y con mi prima aún chupándole la concha, dijo:
―Con esto pagás una semana de alquiler y de la comida. Eso quiere decir que una vez a la semana vas a tener que pagarnos. Pero como llevás viviendo en esta casa varias semanas, tenemos que ponernos al día con la deuda. Así que… em… digamos que vas a tener que pagarnos cada tres o cuatro días.
Ayelén no dijo nada, se mantuvo lamiendo y pude notar que se estaba masturbando. No siento pena por ella, porque sé que también está disfrutando de la situación. Lo que sí siento es miedo. Porque no se va a quedar de brazos cruzados. Va a buscar la forma de vengarse de mi mamá y temo que Alicia salga lastimada.
Aunque al parecer a mi madre no le importa eso ahora mismo.
―Vení, acostate acá ―le dijo a su sobrina―. Ahora me toca a mí, yo también necesito chupar un poco de concha.
Ayelén se acostó en la cama con las piernas bien abiertas.
―Sabía que algún día ibas a admitir que te gusta la argolla ―le dijo.
―Lo único que voy a admitir es que chupar una concha tiene un efecto terapéutico para mí. Me relaja.
Pegó su boca a la vagina de Ayelén y comenzó a succionar. Me quedé mirando la escena durante unos segundos y luego decidí que lo mejor era dejarlas solas. Entre estas dos hay una extraña relación de amor-odio que solo ellas entienden.
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Salí del cuarto del Ayelén… bah, en realidad es mío, pero técnicamente ahora se lo estoy alquilando a mi prima.
En el living me encontré con Gisela y su… ¿novia?
―Hey, Nahuel ¿por qué no venís a tomar mates con nosotras? ―Me preguntó mi hermana―. Así conocés mejor a Brenda.
―Bueno, está bien…
No alcancé a poner el culo en un sillón cuando un tornado llamado Macarena apareció. Le dio un fuerte abrazo a Gisela, se sentó a su lado, quedando justo entre su hermana mayor y Brenda y dijo:
―Veo que ya terminaron de garchar… ―las dos chicas a su lado se pusieron rojas como tomates, a mí me pareció divertido, aunque intenté disimular mi sonrisa, no quería que Brenda se enojara conmigo―. Ustedes sí que le sacaron lustre a la concha.
―Esta desubicada es mi hermana Macarena ―dijo Gisela―. No tiene filtro, así que vas a tener que acostumbrarte.
―A partir de hoy, para mí sos una hermana más ―dijo Maca, abrazando a Brenda.
―Bueno, gracias… ―dijo Brenda―. Me alegra que me hayan recibido tan bien… aunque te aviso que a mí me va a costar mucho acostumbrarme a esta situación…
―Lo que Brenda quiere decir ―intervino Gise, mientras me alcanzaba un mate―, es que le da vergüenza hablar de sexo con tanta soltura como lo hacés vos… y más si la ponés en evidencia.
―Yo no la puse en evidencia ―se atajó Macarena―, eso lo hicieron ustedes solitas. Creo que hasta el Papa, en el Vaticano, se enteró que ustedes estuvieron cogiendo toda la noche.
―Espero que mi mamá no haya escuchado nada, porque me mata ―dijo Brenda―. Y pido disculpas por haberlas molestado… no era mi intención hacer tanto ruido.
―¿Molestarme? ―Preguntó Maca―. No me molestó para nada. Me hice como cuatro pajas mientras ustedes cogían… casi me tiran la pared abajo.
―¿Te dije que no tiene filtros? ―Dijo Gisela.
―Sí… ya veo… yo no podría admitir algo así frente a mi hermana… y menos si tuviera un hermano ―me miró con ojos temerosos, como si fuera un conejito asomando entre los arbustos en busca de algo para comer.
Me dio mucho morbo, porque a esa chica ya le vi la concha… incluso la vi chupando concha… y verga… ¡la vi con la cara llena de leche! Para colmo ahora tiene una minifalda rosa muy cortita y al tener las piernas ligeramente separadas puedo ver su bombacha blanca marcándole los labios vaginales.
“Que no se me pare la pija… que no se me pare la pija…”, era lo único que podía pensar.
―A mí no molesta hablar de sexo con mi hermano ―dijo Macarena.
―No te molesta hablar de sexo con nadie ―acotó Gisela.
―Bueno, sí, eso es cierto. Y no creas que hago esto para hacerte sentir incómoda, Brenda. Es que yo me tomo esto con mucha naturalidad. Es decir, me parece perfecto que se hayan pasado toda la noche cogiendo y me alegro mucho por Gisela, sé muy bien que ella necesitaba sentirse feliz… y hoy se levantó con la cara de felicidad más linda que le vi en la vida. Y eso es gracias a vos.
―Oh… qué dulce ―Brenda abrazó a Maca, aunque fue un abrazo débil y tímido.
―Sé que las dos deben estar pasando un momento difícil ―continuó Macarena―. A las dos les debe estar costando mucho esto de blanquear sus tendencias lésbicas. Sé que no es fácil. Yo también pasé por esto con una amiga.
―¿Qué? ¿De verdad? ―Brenda parecía muy interesada―. No tenés cara de lesbiana… bueno, en realidad no sé cómo sería la cara de una lesbiana. Tampoco sé mucho del tema, ni siquiera sé por qué hago esto con Gisela… solo intento, dejarme llevar, como me sugirió mi psicóloga. De no ser por ella, yo no estaría acá. A lo que voy es que nunca te hubiera imaginado en la cama con una mujer.
―Pero lo hice, y en más de una ocasión. Tuve un viaje muy interesante con una amiga, donde pasaron muchas cosas locas. Para mí fue toda una revelación. Y por cierto, yo estoy estudiando psicología y si tenés una psicóloga que te ayudó a dar este paso tan importante, me encantaría conocerla.
―Bueno, em… sí, claro… supongo que ella sabrá preservar la confidencialidad de sus pacientes.
―Sí, quedate tranquila que no pretendo preguntarle nada de vos, solo me gustaría conocer su opinión profesional sobre temas sexuales.
―Ah, entonces te vas a llevar muy bien con ella, Sabrina es una especialista en temas sexuales. Después te paso su número.
De casualidad me encontré la furiosa mirada de Gisela. Ella me hizo señas para que levantara la vista, porque yo, como buen pajero que soy, me quedé mirando fijamente la bombacha de Brenda, sin ningún tipo de disimulo. Si ella no lo notó fue porque estaba mirando a Macarena.
―Dale, le voy a escribir ―dijo Maca― y, de verdad, quedate tranquila que no le voy a preguntar nada sobre tu vida sexual…
―Gracias…
―Porque eso te lo puedo preguntar directamente a vos. ¿Qué tan buena es Gise chupando concha?
Brenda abrió tanto los ojos que casi se le caen… la sorpresa la llevó a separar más sus piernas. Gise volvió a hacerme señas para que dejara de mirar ahí, pero yo le di a entender que eso no era posible. Para corroborarlo, mi hermana mayor se sentó a mi lado y miró por sí misma que la bombacha de Brenda estaba un poco corrida y uno de sus gajos vaginales se asomaba. No sé cómo pedirle a mi cerebro que deje de fijarse en ese detalle.
―Maca, ¿no te parece que vas demasiado rápido con Brenda? ―Preguntó Gisela.
―Ufa… no, la verdad no lo creo. Porque… ustedes ya rompieron el hielo, los gemidos de anoche ya nos dejaron bien en claro que se dieron con todo. No hay nadie en esta casa (ni en toda la manzana) que piense lo contrario. ¿Me vas a decir que no se pasaron la lengua por las conchas? Vamos… no seamos tan absurdas. Hasta Nahuel, que es medio pelotudo, lo sabe.
―¡Hey! ―Protesté―. Pero es cierto ―intenté mirar a Brenda a los ojos―. ¿Querés un consejo? Intentá responder las preguntas de Macarena, porque sino se va a poner muy insistente. Lo mejor es que entres en confianza con ella y ahí te vas a dar cuenta de que, a pesar de estar loca, es una buena amiga.
―No estoy loca… solo soy algo… especial.
―Y si te da vergüenza hablar de esto frente a mí ―continué―, em bueno… ―miré a Gisela―. ¿Me puedo tomar un atrevimiento? Es solo para que Brenda se sienta más cómoda.
―Ay… no sé ―dijo Gise, asustada―. ¿Y si se enoja?
―¿Por qué debería enojarme?
―Bueno, te lo digo yo ―respondió Gisela. Me sentí un poco mal, porque la dejé arrinconada con mi pregunta. No fue mi intención―. Justo antes de que vos llegues a casa, yo le estaba contando a Nahuel sobre las experiencias sexuales que tuve con vos. ―Las mejillas de Brenda habían perdido un poquito de color… pero ahora volvieron a ser rojas como un semáforo―. Es que necesitaba contárselo a alguien, y mi hermano es la persona en la que más confío en el mundo. Espero que no te enojes conmigo, pero Nahuel ya sabe todo lo que pasó entre nosotras.
―¿Todo?
―Em… también le conté lo que pasó con Augusto…
―¡Ay!
Brenda dio un saltito, se tapó la boca con una mano… y sus piernas quedaron aún más abiertas. Por suerte ella estaba tan consternada que ni siquiera notó que ahora todos, incluyendo a Macarena, estábamos mirando cómo se le asomaba una parte de la concha.
Maca me miró con una sonrisa cargada de picardía, como si dijera: “¿Viste que linda la concha que se está comiendo Gisela?”.
―Perdón ―se apresuró a decir Gise―. Sé que es un tema muy personal, pero yo de verdad necesitaba compartirlo con alguien.
―¿Qué pasó con ese tal Augusto? ―Preguntó Macarena.
―Y si mi hermano quería usar esto como ejemplo ―dijo Gise, ignorando a Maca―, es para que no te sientas tan avergonzada hablando de esto frente a él. Al fin y al cabo, él ya lo sabe.
―En realidad ―dije―, no me refería a lo que pasó con Augusto, ese tema no iba a mencionarlo, hermanita.
―Ay… ¿metí la pata? ―Esta vez fue Gise la que se mostró asustada.
Yo solo quería comentarle que me mostraste el video en el que Brenda te chupó la concha, o sea… ya sé que hicieron eso.
―Ah, no… pero ustedes no pueden ser tan boludos ―dijo Macarena, riéndose a carcajadas. La cara de Brenda se puso de todos los colores―. Uno la caga y el otro la empeora. Por cierto ¿por qué Nahuel vio ese video y yo no?
―¿Le mostraste a tu hermano un video en el que se ve tu concha? ―Preguntó Brenda, consternada.
―Em… sí… sé que suena raro, pero… es que… mi hermano y yo nos tenemos mucha confianza. Y con la maldita cuarentena pasamos mucho tiempo aburridos, y bueno… no sé qué decir. Creo que cualquier cosa que diga solo va a hacer que la situación se vea más rara y turbia de lo que ya es. No pienses mal de esto.
En realidad si Brenda “pensaba mal”, quizás ni se acercaría a adivinar lo que ocurrió conmigo y con Gisela minutos antes de que ella llegara a casa. Brenda nos estaba mirando como si fuéramos dos bichos raros. Por primera vez desde que empezó la cuarentena sentí genuina vergüenza de las cosas que pasaron con mis hermanas, con mi tía, mi prima… y en especial con mi mamá. Y quizás lo seamos…
―No te mortifiques tanto, Brenda ―dijo Macarena―. Sé que te va a llevar un tiempito poder comprenderlo, pero lo que en algunas casas puede ser una rareza, quizás en otras sea lo normal. ¿Sabías que hay gente que practica el nudismo en sus casas, junto con su familia? Para esa gente es normal estar viéndose la concha… o la verga.
―Pude ser ―Brenda parecía confundida. ¿Habrá recordado su charla con mi madre?―. Lo que pasa es que yo vengo de una casa donde hay normas muy estrictas, a pesar de que somos tres mujeres. Mi mamá ni siquiera tolera vernos en bombacha y corpiño. Si mi hermana y yo salimos de nuestra habitación, ya tenemos que estar “decentes y presentables”, por si un vecino llega de visita de forma imprevista… a pesar de que eso nunca ocurre.
―Uy, si hablamos de madres estrictas, nosotros podemos dar cátedra de eso ―dijo Macarena―. Aunque también debo admitir que desde que empezó la cuarentena empezamos a generar ciertas normas de convivencia que antes eran impensables. Eso nos ayudó a vivir más cómodas.
―En mi casa fue al revés ―dijo Brenda―. Mi mamá se volvió aún más estricta con la cuarentena, y más insoportable. Les juro que si la vida fuera más fácil, no volvería a poner un pie en esa casa nunca más. Pero… es mi mamá. No quiero vivir toda la vida lejos de ella. Prefiero que me acepte como soy… aunque eso es imposible. Si llega a enterarse que anoche me pasé horas chupándole la concha a una mujer, se muere de un disgusto… o me mata a mí. Por lo visto ustedes son una familia muy diferente, se quieren mucho, eso se nota.
―También tenemos nuestras diferencias ―dijo Gisela―, como cualquier otra familia. Pero sí es cierto que nos queremos mucho entre todos… bueno, casi todos. A Ayelén no hay quien la aguante, ya viste cómo se puso cuando llegaste. Pero aún así, hacemos lo posible por tolerarla, porque es familia.
―Y si quisieras andar en bombacha y corpiño, en esta casa podrías hacerlo ―aseguró Macarena―. Y no te preocupes por Nahuel, vive rodeado de conchas, culos y tetas… ya sabe cómo son, ya está acostumbrado a verlas.
―¿Por qué? ¿Suelen andar mucho sin ropa?
―Em… no, claro que no ―se apresuró a decir Gisela, antes de que Macarena dijera otra cosa―. Pero la casa no es tan grande y somos muchas mujeres, a veces hay descuidos, y somos tantas mujeres que con el tiempo hasta te olvidás de que acá también vive un hombre. Acá no somos tan estrictas con la ropa como en tu casa, eso sí es cierto. Por eso es inevitable que Nahuel nos vea desnudas de vez en cuando… por la simple convivencia.
―Ah, claro… ya veo. ¿Por eso me pediste que hoy usara minifalda? Vos sabés que mi mamá no me deja usar… ―Brenda miró hacia abajo y descubrió lo que todos ya sabíamos. Luego sus ojos saltaron por los nuestros, nos miró a todos como si quisiera asegurarse de que ya estábamos al tanto de lo ocurrido. No pudimos disimular, y ella tampoco―. ¿Hace cuanto que…?
―Un ratito nomás ―dijo Gisela―. Estaba buscando la forma de avisarte sin que nadie se diera cuenta, pero…
―Ay, dios… ¡qué vergüenza! ―Cerró las piernas y se tapó―. Tu hermana y tu hermano me vieron toda la concha… me quiero morir.
―No se vio toda ―dijo Macarena―, solo una partecita. Y bueno, ¿ahora entendés por qué te estábamos hablando de este tema? No te sientas mal, nena. Esto es algo típico en esta casa. ¿Sabés la cantidad de veces que alguna entró a bañarse para descubrir que no había toalla? Y ahí no queda otra que salir desnuda del baño… antes mi mamá se mortificaba por eso; pero le hicimos entender que no podemos vivir ocultando cada teta de la casa como si fuera un pecado mostrarlas. Y Nahuel también se dio sus paseos del baño a la pieza con el ganso colgando entre las piernas…
Inesperadamente, esto provocó una fuerte carcajada en Brenda. La pobrecita explotó de histeria… o simplemente encontró gracioso el comentario. Quiero creer que fue lo segundo.
―Son una familia muy rara, lo admito ―dijo Brenda―. Creo que podría acostumbrarme a esto… con el tiempo. Necesitaba un cambio de aire, y no me refiero solo a cambiar de casa. Ahora me estoy muriendo de la vergüenza, pero también me estoy riendo. Es justo lo que me dijo mi psicóloga: “Necesitás romper con la monotonía de tu vida y salir de tu zona de confort”.
―Y yo estoy dispuesta a ayudarte con eso ―dijo Gisela―. No creas que sos la única intentando generar cambios.
―Sí, lo sé… vos también estás lidiando con tus cosas. Eso me hace sentir acompañada.
―Y te pido perdón por haberle mostrado ese video a mi hermano…
―No hace falta que te disculpes, Gise. No estoy enojada, solo… se me hizo muy raro que le hayas mostrado a tu hermano un video en el que estás… en pleno acto sexual. Podría decir que me da vergüenza que él me haya visto chupando concha, pero… con todo el ruido que hicimos anoche, todos saben lo que pasó. Y respondiendo a tu pregunta, Maca… le doy un diez a Gise. Es una experta chupando concha. No es que yo tenga mucha experiencia con mujeres, pero ella sí que sabe encontrar los puntos más sensibles.
―Ya me parecía ―dijo Maca, con una gran sonrisa―. Gise parece una santa, y vos también… pero ya sabés lo que dicen: Las “santitas” son las más putas en la cama.
Otra vez Brenda se rió a carcajadas, Gise se mostró alegre y divertida, al igual que yo.
No tengo idea de qué va a pasar con Brenda viviendo en esta casa ni sé cuántas cosas tendrán que cambiar en su estadía; pero al menos me queda la tranquilidad que, dentro de una habitación, con la puerta bien cerrada, puedo seguir experimentando con las mujeres de mi casa. Aunque ya extraño verlas desnudas.
¿Y si de alguna forma logramos convencer a Brenda para que acepte el nudismo familiar?
Eso sería fantástico… aunque lo veo difícil. Todo depende de que Gisela esté de acuerdo, sin su ayuda, va a ser imposible.
Capítulo 36.
Alquiler.
Los gemidos de Brenda y Gisela nos llegaban con total claridad. Me pregunté qué estaría pasando en la habitación de Macarena, ella también estaba a una pared de distancia del cuarto de Gisela, pero del lado contrario al mío… y si los cálculos no me fallan, mi tía Cristela está con ella. No necesito ser el tipo más creativo del mundo para imaginarme que, ahora mismo, Macarena y Cristela deben estar dándose una jugosa chupada en la concha, es posible que estén en pleno 69. Aunque ellas tienen que esforzarse para no ser oídas. Sería muy extraño explicarle a Brenda por qué Macarena estaba cogiendo con su tía.
Otra que debía hacer un gran esfuerzo para opacar sus gemidos era mi madre. Alicia estaba dando potentes saltos sobre mi verga y a mí me preocupaba el movimiento de la cama. Aún no hacíamos mucho ruido, pero si ella continuaba con ese violento meneo de caderas, el respaldar de la cama comenzaría a azotarse contra la pared y se escucharía en toda la casa.
―Despacito, mamá ―le dije―. Brenda nos puede escuchar.
―Sí, tenés razón, perdón… ―relajó considerablemente sus movimientos―. Es que… llevo tanto tiempo sin hacer esto que… simplemente perdí la cabeza. Sos mi hijo, Nahuel. ¿Qué mierda estamos haciendo?
―No sé, pero me gusta. Y se nota que vos también estás disfrutando.
―Ay, no me digas eso, que me hacés sentir peor.
―¿Tanto te molesta admitir que podés disfrutar del sexo?
―Más me molesta si se trata de la verga de mi hijo… pero, no puedo parar.
Apoyó sus manos contra mis hombros provocando que sus grandes tetas quedaran colgadas ante mis ojos. Empezó a menear la cadera otra vez, de atrás para adelante, de arriba hacia abajo y en círculos, lo hizo de todas las maneras posibles, intentando no mover mucho la cama. Su concha estaba totalmente mojada y mi verga no encontraba resistencia al entrar, su dilatación era total.
No sé mucho de orgasmos femeninos, pero estoy casi seguro de que mi madre tuvo al menos uno. Para no gemir tuvo que morderse el labio y se aferró a las sábanas con fuerza. Dio saltos más largos y luego se quedó sentada, con mi verga completamente metida dentro de su concha e inició un nuevo meneo de caderas, esta vez más frenético y sin que la verga saliera ni un centímetro de ese agujero.
Cuando lo que yo creo que fue un orgasmo terminó, ella emitió un suspiro sordo y comenzó a respirar de forma agitada, como intentando recuperar el aire, pero sin hacer ruido. Aunque un par de gemidos se le escaparon y estoy seguro de que fueron oídos en el cuarto de Gisela. No me preocupé demasiado, Brenda podría creer que Alicia estaba masturbándose con alguno de sus numerosos dildos, no tenía forma de sospechar que yo estaba en la habitación. De todas maneras, lo más sensato era no llamar mucho la atención.
Alicia se bajó de su montura y sonrió mostrándome que ya estaba satisfecha, creí que ese sería el final del asunto, pero ella fue considerada conmigo. Es cierto que yo había acabado, pero cuando el acto sexual se reanudó, mi verga tuvo tiempo de despertarse otra vez, ella aún no quería irse a dormir. Alicia, entendiendo esto, se la tragó tanto como pudo e inició una nueva mamada. Esta vez fue más sensual, más fogosa. Ella quería demostrarme lo buena que era haciendo petes y realmente lo estaba consiguiendo.
Cerré los ojos y disfruté de los sensuales gemidos que provenían del cuarto de mi hermana. La lengua de Alicia no se detuvo ni un segundo, ni siquiera cuando eyaculé dentro de su boca. Ella siguió chupando y lamiendo como si nada. Por supuesto, se tragó todo el semen. Después de esta acabada mi cuerpo se relajó tanto que en cuestión de segundos me quedé dormido… con la verga aún dentro de la boca de mi madre.
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El día transcurrió con normalidad, y esta vez sí lo digo en serio. Volvimos a ser una familia normal, donde todo el mundo lleva la ropa puesta. Quizás Brenda pueda sospechar que no somos del todo convencionales por lo que pasó durante la noche con mi mamá, pero no tiene motivos para sospechar nada más. Hasta Macarena se vistió con un pantalón y una remera discreta y ayudó en la limpieza de la casa. Brenda intentó ayudar, pero se lo impidieron. Mi tía le dijo que ella, de momento, tenía el carácter de invitada y no estaba obligada a ayudar con los quehaceres domésticos. Sin embargo, con el tiempo, podría ganarse el “status” de una más de la casa… ahí sí le daremos una escoba.
Un par de horas después del almuerzo la casa comenzó a quedar vacía y en silencio, cada una se retiró a su propio cuarto, o al que tenía asignado. Yo estaba por golpearle la puerta a Tefi, para que me permitiera jugar con la PlayStation un rato, cuando mi mamá me hizo señas.
―Vení Nahuel ―me acerqué a ella―. Vos sabés que yo te quiero mucho y que siempre te voy a agradecer todo lo que estás haciendo por mí. Gracias a vos, y bueno, también un poco gracias a tus hermanas, estoy haciendo cambios importantes en mi vida y en mi forma de pensar.
―¿A qué viene todo esto, mamá?
―Sé que Ayelén se apoderó de tu cuarto… y sé lo mucho que apreciás tener tu espacio personal. Por eso te quiero ayudar.
―¿Me vas a ayudar a recuperarlo?
―No exactamente. Eso quizás no sea posible, de momento; pero al menos quiero ayudarte a que sientas que la situación es un poquito más justa. ¿Estás listo?
―No sé… ¿qué tengo que hacer?
―Ahora vas a ver… seguime.
Ella golpeó la puerta de mi cuarto, no pudimos entrar porque ahora todas las habitaciones tienen trabas, incluyendo la mía. Esperamos hasta que Ayelén nos abrió la puerta, ella ya se había desnudado completamente y no tuvo ningún reparo en mostrarnos toda su anatomía.
―Che, andá para adentro ―dijo mi mamá en voz baja―, te puede ver Brenda.
―¿Y qué me importa si me ve?
―A mí sí me importa ―respondió Alicia, tajante―. Es mi casa y no quiero que la chica se lleve una mala impresión. Me cae bien.
―¿De pronto ya aceptaste que a tu hija le gusta la concha y la dejás tener novia? ―Preguntó mi prima―. No seas hipócrita, tía. Te debés estar muriendo por dentro de saber que esas dos, ahora mismo, se deben estar dando tremenda chupada en la argolla. ¿Qué vas a hacer cuando decidan blanquear la situación y contarle a todo el mundo que son parejas? ¿Vas a decir con orgullo, ahí va Gisela, mi hija tortillera? ¿Eh?
Al escucharla hablar de esa forma de mi hermana me dieron ganas de agarrar la afeitadora eléctrica y raparle la cabeza. Por suerte no fue necesario hacerlo. Esta vez mi mamá no retrocedió.
―Entrá ―le dijo a su sobrina, dándole un ligero empujón. Cuando los tres estuvimos dentro de mi cuarto, cerró la puerta y la trabó―. Ahora vamos a hablar claro, pendeja. Esta es mi casa. Si vas a vivir acá, y gratis, entonces vas a hacer lo que yo te diga. Mi casa, mis reglas. ¿Está claro?
―¿O sino qué? ¿Eh? ¿Me vas a echar?
―Así es ―respondió Alicia, con una sonrisa triunfante―. Ya hablé con Cristela sobre este asunto. Al igual que yo, tu mamá piensa que podrías pasar el resto de la cuarentena en la casa de la abuela. A mi mamá le encantaría verte ―Ayelén se puso más pálida que las paredes―. ¿No te dan ganas de visitarla? Ella siempre dice que vos sos su nieta favorita… claro, porque no sabe lo arpía que sos en realidad.
―Es cierto ―intervine―. Siempre está haciéndose la buenita frente a la abuela Nanda, como si fuera un angelito. Y la vieja se lo cree.
―No le digas vieja a mi mamá ―se quejó Alicia―, porque me hacés sentir vieja a mí. Entre la abuela Fernanda y yo hay solo dieciocho años de diferencia.
―¿Y te parece poco? ―Pregunté―. Dieciocho años es toda mi vida… desde mi punto de vista las dos son viejas. ―Mi mamá me fulminó con la mirada―. Pero esta discusión no viene al caso. Seguí hablando con Ayelén. Ella parece muy entusiasmada por visitar a la abuela Nanda.
Sabía muy bien que eso no era cierto. Ayelén detesta a la abuela Nanda, porque es incluso más estricta y obsesiva que mi madre. Sin embargo, a la abuela le sobra el dinero. Siempre está dispuesta a desembolsar unos billetes para su nieto o sus nietas, siempre y cuando sean obedientes, amables, puros y castos. Esto último no lo dice, pero estoy casi seguro de que lo piensa.
Mi abuela se hizo rica el día en que mi abuelo murió de forma trágica al caer sobre una máquina en la fábrica en la que trabajaba. No sientan pena por mí, ni siquiera recuerdo cómo era mi abuelo, esto ocurrió hace mucho. Si van a sentir pena, que sea por él, debió sufrir mucho en sus últimos minutos de vida. Para mi abuela, en cambio, fue como ganarse la lotería. Detestaba a mi abuelo (no sé exactamente por qué, quizás el tipo le era infiel o algo así), y más de una vez amenazó con divorciarse de él. Hoy en día asegura que la mejor decisión de su vida fue, justamente, no divorciarse. Eso le permitió cobrar la jugosa pensión que le dejó y la fortuna que tuvo que pagarle la fábrica. Y sí que le pagaron bien, porque se demostró que el accidente fue causado por las malas condiciones del establecimiento y que mi abuelo fue una pobre víctima. Sí, tal y como lo dije: mi abuela se ganó la lotería.
Hubo un tiempo en el que me pregunté por qué debemos llevar una vida tan modesta. ¿Por qué nos falta el dinero, si a mi abuela le sobra? Ahora lo entiendo mejor. Es porque mi abuela odia a sus hijas. No sé a cuál de las dos odia más, eso tendría que analizarlo. Me da la impresión de que Fernanda castiga a sus hijas por algo. Es como si quisiera, para ellas, el infierno en vida. Nunca me animé a preguntarle a mi mamá el por qué de este ferviente odio hacia sus hijas, aunque ahora tengo algunas sospechas. Quizás fue porque se enteró de los rumores que había en el barrio sobre Alicia, “La mejor petera”. Eso no explicaría por qué odia también a Cristela, pero vamos, no es que mi tía sea una monja precisamente. Seguramente ella también tuvo sus andanzas.
Ayelén suele mostrarse dulce, casta y simpática cuando habla con la abuela Nanda y siempre que hace eso sale bien recompensada. Sin embargo, para mi prima sería una tortura vivir en la casa de la abuela, porque ahí tendría que mantener su personaje de “la niña perfecta” durante semanas o meses.
―¿Y? ¿Qué decís, Ayelén? ―Preguntó mi mamá, con los brazos en jarra―. ¿Vas a escuchar mis condiciones de pago o preferís armar tu valija? La abuela te va a recibir con los brazos abiertos.
Mi prima guardó silencio durante varios segundos cargados de tensión. Su cara se puso roja y de sus ojos salían relámpagos.
―No tengo plata para pagar ―dijo por fin.
―Ya lo sé. No vas a pagar con dinero.
―¿Entonces?
―Antes que nada te voy a dejar en claro dos cosas ―mi mamá levantó dos dedos―. Primero: estás durmiendo en el cuarto de Nahuel, así que el alquiler se lo vas a pagar a él. Segundo: la que te da de comer soy yo, por eso la comida me la vas a pagar a mí. ¿Está claro?
―¿Todos en la casa tienen que pagar alquiler? ―Preguntó Ayelén.
―No, solamente vos ―le respondió Alicia―. Es injusto, lo sé. Podés protestar todo lo que quieras, y con eso solo vas a conseguir que te echemos de la casa.
―¿Y por qué soy la única que tiene que pagar alquiler?
―Porque me caés mal ―dijo mi mamá, con tono tajante―. Porque le caés mal a todos. En esta casa no hay ni una sola persona que quiera tenerte de compañera de cuarto. No hay una sola persona que te aguante. Ni siquiera tu mamá.
Esas fueron las palabras más hirientes que le escuché decir a mi madre en toda mi vida… y lo peor de todo es que tiene razón. Nadie quiere a Ayelén. Ella se las ingenió para hacerse odiar, incluso por Tefi, que era la única con la que se llevaba más o menos bien.
Y con respecto a mi mamá… ¡wow! No sabía que podía ser tan cruel. Esto encaja con la teoría de Pilar de que algo se rompió dentro de Alicia.
―¿Y de qué forma tengo que pagar por todo eso? ―Preguntó Ayelén, con los dientes apretados. Más allá de su evidente enojo, ella no parecía muy afectada por las palabras de su tía. Ayelén no es de las que se tiran a la cama a llorar cuando les dicen algo hiriente.
―De la única forma en que sabés hacerlo. Con esto… ―Alicia se acercó a su sobrina y le acarició la concha―. Muchas veces la usaste para demostrar tu poder sobre la gente, incluso para humillar a algunos. Ahora le vas a dar otro uso.
―¿Sabés que esto puede terminar muy mal? ―Dijo Ayelén, con una mirada desafiante―. Esto no se va a terminar con sacar las cajas de dildos de tu baño. Yo sé cosas que vos no querés que tus hijos sepan, Alicia.
―Es posible, o quizás te equivocás. Tal vez no me importa que lo sepan. ¿Querés hacer la prueba? Contale a Nahuel algo de lo que sabés. ―Ayelén no abrió la boca―. Ya me parecía. Esa información es demasiado valiosa como para dejarla salir en un arrebato de rabia. ¿No es cierto? Estás esperando el momento justo para usarla, así es como te gusta dominar a la gente. Muy bien, esperá a que llegue ese “momento justo”, yo voy a estar preparada. Mientras tanto, vas a hacer lo que yo te diga. Mi casa, mis reglas. Y al alquiler lo vas a pagar… o te vas a vivir con tu abuela. Vos elegís.
Mi prima guardó silencio una vez más. Casi podía escuchar los engranajes de su cerebro retorciéndose en busca de la mejor respuesta. Si era tan sensata y astuta como lo parecía, sabía que su mejor alternativa era acatar todo lo que Alicia dijera y luego ya tendría tiempo para pensar en la forma de devolverle el golpe. Así es como funciona una mente macabra como la de Ayelén. Lo sé porque leo muchos cómics de superhéroes y ella se parece un poco a Lex Luthor, el archienemigo de Superman.
―Muy bien. ¿Qué tengo que hacer? ―dijo, mostrando una calma tan absoluta que se me erizaron los pelos de los brazos. ¿Cómo es capaz de apagar sus emociones de esta manera? ¿Acaso esta chica es un robot?
―Así me gusta, que seas obediente ―dijo mi madre, al mismo tiempo que se bajaba el pantalón. Quedó completamente desnuda antes de que yo pudiera preguntarle por qué tenía los pezones tan erectos.
No soy tonto, solo lo parezco. Sé muy bien que este momento significa una victoria y una superación para mi madre. Ella está excitada, sexualmente excitada, porque pudo vender en una batalla a su peor enemiga. Aunque la guerra siga, aunque al final mi madre termine perdiendo, esta batalla la ganó… le encanta cómo se siente el sabor de la victoria. Lo puedo notar, no solo en la dureza de sus pezones, sino también en lo erguidas que están sus tetas, apuntando al frente, con el pecho hinchado de orgullo. Está parada con las manos en las cintura y con las piernas separadas, para que Ayelén pueda ver que tiene mojada la concha. Hasta hay pequeños hilitos de flujos bajando de sus labios vaginales hasta la cara interna de sus muslos. Ver a mi madre de esta forma me puso dura la pija al instante. Fue tremendo. Creo que nunca tuve una erección tan rápida en toda mi vida. Se me puso tan dura que tuve que sacarla del pantalón, para que no apretara. No me importó. En cierta forma yo también quería que mi madre viera lo que estaba provocando en mí. Cuando se fijó en mi miembro noté una pequeña sonrisa en su rostro, una sonrisa entre cómplice y lujuriosa.
―¿Podés disimular un poco? ―Preguntó Ayelén―. Debería darte vergüenza. Mirá cómo se te moja la argolla al mirarle la pija a tu hijo.
―Es que tiene una pija muy linda que me hace sentir una madre muy orgullosa. Anoche me la metió toda. Me hizo acabar dos veces.
Ayelén no esperaba esta respuesta. Retrocedió un paso, como si le hubieran dado un cachetazo. Y debo admitir que yo tampoco me lo esperaba. No sé qué le estará pasando a mi mamá, pero me encanta. Verla tan segura de sí misma me calienta.
―Ahora, de rodillas ―dijo Alicia―, y empezá a chupar.
―¿Qué tengo que chupar? ―Preguntó Ayelén.
―Las dos cosas ―le respondió mi madre―. Nos debés a los dos, así que… dale.
Ayelén es una arpía. Una bruja fría y calculadora. Por eso sé que en este momento está planificando su venganza. Sin embargo, esta vez fue derrotada y no le queda otra alternativa que acatar las órdenes de su tía.
Se puso de rodillas y le dio una lamida en la concha a Alicia tan potente y lésbica que la pija se me puso como un fierro. Lamió y tragó todos los jugos vaginales de mi madre y metió la lengua en busca de más. No sé por qué se está esforzando tanto en hacerlo bien. Quizás por puro orgullo, para demostrar que ella tiene talento para el sexo. No lo sé, lo que sí sé es que en el momento en que empezó a succionar mi verga, casi me hace acabar. Me dio un chupón tan potente en el glande que creí que me lo iba a arrancar.
Maldita. Hasta en la derrota muestra su poder. Por suerte logré contenerme, no le di el gusto de humillarme. Siguió chupando con ganas, mientras le metía los dedos en la concha a mi mamá. Buscaba hacernos acabar lo antes posible.
A mi mamá se le ocurrió otra brillante idea para demostrarle a Ayelén que no podría dominarla tan fácil al acusarla de ser una madre incestuosa.
Alicia se puso en cuatro sobre la cama, dejando su culo sobresaliendo del borde y me hizo señas para que me acercara.
―Vení, Nahuel, quiero que me dejes la concha bien llena de leche, para que esta puta se la trague toda. ¿Te gusta eso, Ayelén? Yo sé que sí.
No pude negarme, estaba demasiado excitado. Me acerqué a mi madre y le metí la verga tan hondo como pude, luego la saqué, solo para meterla más profundo. Ayelén se mantuvo de rodillas lamiendo mis testículos y el clítoris de Alicia. Me pregunté qué estaría pensando sobre este acto tan poco ético. ¿Le resultaría excitante al menos?
Me da la impresión de que sí, porque sus lamidas acompañaron a la perfección mis penetraciones. Mi mamá volvió a mostrarme ese don que tenía tan bien escondido: la gran habilidad que tiene con las caderas. Es impresionante cómo se mueve. Un chico de mi edad simplemente no quiere pensar que su madre es capaz de moverse como una fiera en celo cuando le meten una verga; pero está ocurriendo y no lo puedo negar. Seguramente Alicia adquirió esta maestría montando varias vergas. Eso me pone un poco incómodo, y al mismo tiempo me resulta excitante.
Lo bueno de estar metiéndole la verga a ella y no a Ayelén, es que no necesité contenerme. Cuando mi semen pidió salir, lo dejé fluir, al fin y al cabo todo esto era parte del plan de Alicia. Quería humillar a Ayelén, como ella la había humillado antes. Ahora sería el turno de mi prima de lamer una concha chorreando leche… y así lo hizo.
En cuanto saqué la verga, el semen comenzó a fluir justo sobre la lengua de mi prima, ella me apartó dándome un empujón y se prendió a la concha de Alicia con fervor. Al parecer mi mamá tenía razón en algo: a Ayelén le gustan las conchas con semen. Tomo nota. Quizás pueda usar esta información a mi favor en algún momento.
Y estoy seguro de que esta última parte sí la hizo por puro gusto, y no para demostrar nada. Lamió cada rincón de esa concha y buscó con la lengua hasta la última gota de semen que había en el interior. Mientras ella se entretenía con esto, mi mamá me hizo señas para que me acercara. Chupó mi verga, permitiendo que las gotas rezagadas de semen cayeran dentro de su boca.
Luego de tragarlas, y con mi prima aún chupándole la concha, dijo:
―Con esto pagás una semana de alquiler y de la comida. Eso quiere decir que una vez a la semana vas a tener que pagarnos. Pero como llevás viviendo en esta casa varias semanas, tenemos que ponernos al día con la deuda. Así que… em… digamos que vas a tener que pagarnos cada tres o cuatro días.
Ayelén no dijo nada, se mantuvo lamiendo y pude notar que se estaba masturbando. No siento pena por ella, porque sé que también está disfrutando de la situación. Lo que sí siento es miedo. Porque no se va a quedar de brazos cruzados. Va a buscar la forma de vengarse de mi mamá y temo que Alicia salga lastimada.
Aunque al parecer a mi madre no le importa eso ahora mismo.
―Vení, acostate acá ―le dijo a su sobrina―. Ahora me toca a mí, yo también necesito chupar un poco de concha.
Ayelén se acostó en la cama con las piernas bien abiertas.
―Sabía que algún día ibas a admitir que te gusta la argolla ―le dijo.
―Lo único que voy a admitir es que chupar una concha tiene un efecto terapéutico para mí. Me relaja.
Pegó su boca a la vagina de Ayelén y comenzó a succionar. Me quedé mirando la escena durante unos segundos y luego decidí que lo mejor era dejarlas solas. Entre estas dos hay una extraña relación de amor-odio que solo ellas entienden.
---------
Salí del cuarto del Ayelén… bah, en realidad es mío, pero técnicamente ahora se lo estoy alquilando a mi prima.
En el living me encontré con Gisela y su… ¿novia?
―Hey, Nahuel ¿por qué no venís a tomar mates con nosotras? ―Me preguntó mi hermana―. Así conocés mejor a Brenda.
―Bueno, está bien…
No alcancé a poner el culo en un sillón cuando un tornado llamado Macarena apareció. Le dio un fuerte abrazo a Gisela, se sentó a su lado, quedando justo entre su hermana mayor y Brenda y dijo:
―Veo que ya terminaron de garchar… ―las dos chicas a su lado se pusieron rojas como tomates, a mí me pareció divertido, aunque intenté disimular mi sonrisa, no quería que Brenda se enojara conmigo―. Ustedes sí que le sacaron lustre a la concha.
―Esta desubicada es mi hermana Macarena ―dijo Gisela―. No tiene filtro, así que vas a tener que acostumbrarte.
―A partir de hoy, para mí sos una hermana más ―dijo Maca, abrazando a Brenda.
―Bueno, gracias… ―dijo Brenda―. Me alegra que me hayan recibido tan bien… aunque te aviso que a mí me va a costar mucho acostumbrarme a esta situación…
―Lo que Brenda quiere decir ―intervino Gise, mientras me alcanzaba un mate―, es que le da vergüenza hablar de sexo con tanta soltura como lo hacés vos… y más si la ponés en evidencia.
―Yo no la puse en evidencia ―se atajó Macarena―, eso lo hicieron ustedes solitas. Creo que hasta el Papa, en el Vaticano, se enteró que ustedes estuvieron cogiendo toda la noche.
―Espero que mi mamá no haya escuchado nada, porque me mata ―dijo Brenda―. Y pido disculpas por haberlas molestado… no era mi intención hacer tanto ruido.
―¿Molestarme? ―Preguntó Maca―. No me molestó para nada. Me hice como cuatro pajas mientras ustedes cogían… casi me tiran la pared abajo.
―¿Te dije que no tiene filtros? ―Dijo Gisela.
―Sí… ya veo… yo no podría admitir algo así frente a mi hermana… y menos si tuviera un hermano ―me miró con ojos temerosos, como si fuera un conejito asomando entre los arbustos en busca de algo para comer.
Me dio mucho morbo, porque a esa chica ya le vi la concha… incluso la vi chupando concha… y verga… ¡la vi con la cara llena de leche! Para colmo ahora tiene una minifalda rosa muy cortita y al tener las piernas ligeramente separadas puedo ver su bombacha blanca marcándole los labios vaginales.
“Que no se me pare la pija… que no se me pare la pija…”, era lo único que podía pensar.
―A mí no molesta hablar de sexo con mi hermano ―dijo Macarena.
―No te molesta hablar de sexo con nadie ―acotó Gisela.
―Bueno, sí, eso es cierto. Y no creas que hago esto para hacerte sentir incómoda, Brenda. Es que yo me tomo esto con mucha naturalidad. Es decir, me parece perfecto que se hayan pasado toda la noche cogiendo y me alegro mucho por Gisela, sé muy bien que ella necesitaba sentirse feliz… y hoy se levantó con la cara de felicidad más linda que le vi en la vida. Y eso es gracias a vos.
―Oh… qué dulce ―Brenda abrazó a Maca, aunque fue un abrazo débil y tímido.
―Sé que las dos deben estar pasando un momento difícil ―continuó Macarena―. A las dos les debe estar costando mucho esto de blanquear sus tendencias lésbicas. Sé que no es fácil. Yo también pasé por esto con una amiga.
―¿Qué? ¿De verdad? ―Brenda parecía muy interesada―. No tenés cara de lesbiana… bueno, en realidad no sé cómo sería la cara de una lesbiana. Tampoco sé mucho del tema, ni siquiera sé por qué hago esto con Gisela… solo intento, dejarme llevar, como me sugirió mi psicóloga. De no ser por ella, yo no estaría acá. A lo que voy es que nunca te hubiera imaginado en la cama con una mujer.
―Pero lo hice, y en más de una ocasión. Tuve un viaje muy interesante con una amiga, donde pasaron muchas cosas locas. Para mí fue toda una revelación. Y por cierto, yo estoy estudiando psicología y si tenés una psicóloga que te ayudó a dar este paso tan importante, me encantaría conocerla.
―Bueno, em… sí, claro… supongo que ella sabrá preservar la confidencialidad de sus pacientes.
―Sí, quedate tranquila que no pretendo preguntarle nada de vos, solo me gustaría conocer su opinión profesional sobre temas sexuales.
―Ah, entonces te vas a llevar muy bien con ella, Sabrina es una especialista en temas sexuales. Después te paso su número.
De casualidad me encontré la furiosa mirada de Gisela. Ella me hizo señas para que levantara la vista, porque yo, como buen pajero que soy, me quedé mirando fijamente la bombacha de Brenda, sin ningún tipo de disimulo. Si ella no lo notó fue porque estaba mirando a Macarena.
―Dale, le voy a escribir ―dijo Maca― y, de verdad, quedate tranquila que no le voy a preguntar nada sobre tu vida sexual…
―Gracias…
―Porque eso te lo puedo preguntar directamente a vos. ¿Qué tan buena es Gise chupando concha?
Brenda abrió tanto los ojos que casi se le caen… la sorpresa la llevó a separar más sus piernas. Gise volvió a hacerme señas para que dejara de mirar ahí, pero yo le di a entender que eso no era posible. Para corroborarlo, mi hermana mayor se sentó a mi lado y miró por sí misma que la bombacha de Brenda estaba un poco corrida y uno de sus gajos vaginales se asomaba. No sé cómo pedirle a mi cerebro que deje de fijarse en ese detalle.
―Maca, ¿no te parece que vas demasiado rápido con Brenda? ―Preguntó Gisela.
―Ufa… no, la verdad no lo creo. Porque… ustedes ya rompieron el hielo, los gemidos de anoche ya nos dejaron bien en claro que se dieron con todo. No hay nadie en esta casa (ni en toda la manzana) que piense lo contrario. ¿Me vas a decir que no se pasaron la lengua por las conchas? Vamos… no seamos tan absurdas. Hasta Nahuel, que es medio pelotudo, lo sabe.
―¡Hey! ―Protesté―. Pero es cierto ―intenté mirar a Brenda a los ojos―. ¿Querés un consejo? Intentá responder las preguntas de Macarena, porque sino se va a poner muy insistente. Lo mejor es que entres en confianza con ella y ahí te vas a dar cuenta de que, a pesar de estar loca, es una buena amiga.
―No estoy loca… solo soy algo… especial.
―Y si te da vergüenza hablar de esto frente a mí ―continué―, em bueno… ―miré a Gisela―. ¿Me puedo tomar un atrevimiento? Es solo para que Brenda se sienta más cómoda.
―Ay… no sé ―dijo Gise, asustada―. ¿Y si se enoja?
―¿Por qué debería enojarme?
―Bueno, te lo digo yo ―respondió Gisela. Me sentí un poco mal, porque la dejé arrinconada con mi pregunta. No fue mi intención―. Justo antes de que vos llegues a casa, yo le estaba contando a Nahuel sobre las experiencias sexuales que tuve con vos. ―Las mejillas de Brenda habían perdido un poquito de color… pero ahora volvieron a ser rojas como un semáforo―. Es que necesitaba contárselo a alguien, y mi hermano es la persona en la que más confío en el mundo. Espero que no te enojes conmigo, pero Nahuel ya sabe todo lo que pasó entre nosotras.
―¿Todo?
―Em… también le conté lo que pasó con Augusto…
―¡Ay!
Brenda dio un saltito, se tapó la boca con una mano… y sus piernas quedaron aún más abiertas. Por suerte ella estaba tan consternada que ni siquiera notó que ahora todos, incluyendo a Macarena, estábamos mirando cómo se le asomaba una parte de la concha.
Maca me miró con una sonrisa cargada de picardía, como si dijera: “¿Viste que linda la concha que se está comiendo Gisela?”.
―Perdón ―se apresuró a decir Gise―. Sé que es un tema muy personal, pero yo de verdad necesitaba compartirlo con alguien.
―¿Qué pasó con ese tal Augusto? ―Preguntó Macarena.
―Y si mi hermano quería usar esto como ejemplo ―dijo Gise, ignorando a Maca―, es para que no te sientas tan avergonzada hablando de esto frente a él. Al fin y al cabo, él ya lo sabe.
―En realidad ―dije―, no me refería a lo que pasó con Augusto, ese tema no iba a mencionarlo, hermanita.
―Ay… ¿metí la pata? ―Esta vez fue Gise la que se mostró asustada.
Yo solo quería comentarle que me mostraste el video en el que Brenda te chupó la concha, o sea… ya sé que hicieron eso.
―Ah, no… pero ustedes no pueden ser tan boludos ―dijo Macarena, riéndose a carcajadas. La cara de Brenda se puso de todos los colores―. Uno la caga y el otro la empeora. Por cierto ¿por qué Nahuel vio ese video y yo no?
―¿Le mostraste a tu hermano un video en el que se ve tu concha? ―Preguntó Brenda, consternada.
―Em… sí… sé que suena raro, pero… es que… mi hermano y yo nos tenemos mucha confianza. Y con la maldita cuarentena pasamos mucho tiempo aburridos, y bueno… no sé qué decir. Creo que cualquier cosa que diga solo va a hacer que la situación se vea más rara y turbia de lo que ya es. No pienses mal de esto.
En realidad si Brenda “pensaba mal”, quizás ni se acercaría a adivinar lo que ocurrió conmigo y con Gisela minutos antes de que ella llegara a casa. Brenda nos estaba mirando como si fuéramos dos bichos raros. Por primera vez desde que empezó la cuarentena sentí genuina vergüenza de las cosas que pasaron con mis hermanas, con mi tía, mi prima… y en especial con mi mamá. Y quizás lo seamos…
―No te mortifiques tanto, Brenda ―dijo Macarena―. Sé que te va a llevar un tiempito poder comprenderlo, pero lo que en algunas casas puede ser una rareza, quizás en otras sea lo normal. ¿Sabías que hay gente que practica el nudismo en sus casas, junto con su familia? Para esa gente es normal estar viéndose la concha… o la verga.
―Pude ser ―Brenda parecía confundida. ¿Habrá recordado su charla con mi madre?―. Lo que pasa es que yo vengo de una casa donde hay normas muy estrictas, a pesar de que somos tres mujeres. Mi mamá ni siquiera tolera vernos en bombacha y corpiño. Si mi hermana y yo salimos de nuestra habitación, ya tenemos que estar “decentes y presentables”, por si un vecino llega de visita de forma imprevista… a pesar de que eso nunca ocurre.
―Uy, si hablamos de madres estrictas, nosotros podemos dar cátedra de eso ―dijo Macarena―. Aunque también debo admitir que desde que empezó la cuarentena empezamos a generar ciertas normas de convivencia que antes eran impensables. Eso nos ayudó a vivir más cómodas.
―En mi casa fue al revés ―dijo Brenda―. Mi mamá se volvió aún más estricta con la cuarentena, y más insoportable. Les juro que si la vida fuera más fácil, no volvería a poner un pie en esa casa nunca más. Pero… es mi mamá. No quiero vivir toda la vida lejos de ella. Prefiero que me acepte como soy… aunque eso es imposible. Si llega a enterarse que anoche me pasé horas chupándole la concha a una mujer, se muere de un disgusto… o me mata a mí. Por lo visto ustedes son una familia muy diferente, se quieren mucho, eso se nota.
―También tenemos nuestras diferencias ―dijo Gisela―, como cualquier otra familia. Pero sí es cierto que nos queremos mucho entre todos… bueno, casi todos. A Ayelén no hay quien la aguante, ya viste cómo se puso cuando llegaste. Pero aún así, hacemos lo posible por tolerarla, porque es familia.
―Y si quisieras andar en bombacha y corpiño, en esta casa podrías hacerlo ―aseguró Macarena―. Y no te preocupes por Nahuel, vive rodeado de conchas, culos y tetas… ya sabe cómo son, ya está acostumbrado a verlas.
―¿Por qué? ¿Suelen andar mucho sin ropa?
―Em… no, claro que no ―se apresuró a decir Gisela, antes de que Macarena dijera otra cosa―. Pero la casa no es tan grande y somos muchas mujeres, a veces hay descuidos, y somos tantas mujeres que con el tiempo hasta te olvidás de que acá también vive un hombre. Acá no somos tan estrictas con la ropa como en tu casa, eso sí es cierto. Por eso es inevitable que Nahuel nos vea desnudas de vez en cuando… por la simple convivencia.
―Ah, claro… ya veo. ¿Por eso me pediste que hoy usara minifalda? Vos sabés que mi mamá no me deja usar… ―Brenda miró hacia abajo y descubrió lo que todos ya sabíamos. Luego sus ojos saltaron por los nuestros, nos miró a todos como si quisiera asegurarse de que ya estábamos al tanto de lo ocurrido. No pudimos disimular, y ella tampoco―. ¿Hace cuanto que…?
―Un ratito nomás ―dijo Gisela―. Estaba buscando la forma de avisarte sin que nadie se diera cuenta, pero…
―Ay, dios… ¡qué vergüenza! ―Cerró las piernas y se tapó―. Tu hermana y tu hermano me vieron toda la concha… me quiero morir.
―No se vio toda ―dijo Macarena―, solo una partecita. Y bueno, ¿ahora entendés por qué te estábamos hablando de este tema? No te sientas mal, nena. Esto es algo típico en esta casa. ¿Sabés la cantidad de veces que alguna entró a bañarse para descubrir que no había toalla? Y ahí no queda otra que salir desnuda del baño… antes mi mamá se mortificaba por eso; pero le hicimos entender que no podemos vivir ocultando cada teta de la casa como si fuera un pecado mostrarlas. Y Nahuel también se dio sus paseos del baño a la pieza con el ganso colgando entre las piernas…
Inesperadamente, esto provocó una fuerte carcajada en Brenda. La pobrecita explotó de histeria… o simplemente encontró gracioso el comentario. Quiero creer que fue lo segundo.
―Son una familia muy rara, lo admito ―dijo Brenda―. Creo que podría acostumbrarme a esto… con el tiempo. Necesitaba un cambio de aire, y no me refiero solo a cambiar de casa. Ahora me estoy muriendo de la vergüenza, pero también me estoy riendo. Es justo lo que me dijo mi psicóloga: “Necesitás romper con la monotonía de tu vida y salir de tu zona de confort”.
―Y yo estoy dispuesta a ayudarte con eso ―dijo Gisela―. No creas que sos la única intentando generar cambios.
―Sí, lo sé… vos también estás lidiando con tus cosas. Eso me hace sentir acompañada.
―Y te pido perdón por haberle mostrado ese video a mi hermano…
―No hace falta que te disculpes, Gise. No estoy enojada, solo… se me hizo muy raro que le hayas mostrado a tu hermano un video en el que estás… en pleno acto sexual. Podría decir que me da vergüenza que él me haya visto chupando concha, pero… con todo el ruido que hicimos anoche, todos saben lo que pasó. Y respondiendo a tu pregunta, Maca… le doy un diez a Gise. Es una experta chupando concha. No es que yo tenga mucha experiencia con mujeres, pero ella sí que sabe encontrar los puntos más sensibles.
―Ya me parecía ―dijo Maca, con una gran sonrisa―. Gise parece una santa, y vos también… pero ya sabés lo que dicen: Las “santitas” son las más putas en la cama.
Otra vez Brenda se rió a carcajadas, Gise se mostró alegre y divertida, al igual que yo.
No tengo idea de qué va a pasar con Brenda viviendo en esta casa ni sé cuántas cosas tendrán que cambiar en su estadía; pero al menos me queda la tranquilidad que, dentro de una habitación, con la puerta bien cerrada, puedo seguir experimentando con las mujeres de mi casa. Aunque ya extraño verlas desnudas.
¿Y si de alguna forma logramos convencer a Brenda para que acepte el nudismo familiar?
Eso sería fantástico… aunque lo veo difícil. Todo depende de que Gisela esté de acuerdo, sin su ayuda, va a ser imposible.
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