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Capítulo 33.
El Lamento de Gisela.
Durante un par de días mi casa se convirtió en algo parecido a un cementerio. Permaneció oscura y en silencio, la gente había desaparecido. Dormí dos noches seguidas en el sofá porque yo también necesitaba estar solo, y aproveché que casi nadie salía de su cuarto más que para ir al baño o para buscar algo de comida en la heladera. Mi mamá dejó una abundante cantidad de jamón, queso, salame y pan, para que nos hiciéramos un sandwiches. Creí que pasaríamos toda la semana comiendo eso, por suerte Tefi nos rescató. Pidió al delivery varias pizzas y antes de llevarse una buena selección de porciones a su cuarto pegó el grito: “Hay pizza, la que quiera que venga a buscar”. Por supuesto, el primero en atacar esas cajas de pizza fui yo. Fue un gran error dejarme solo con ellas, aunque creo que Tefi previó que esto iba a pasar y pidió más de la cuenta, tanto que ni siquiera todos pudimos agotar las raciones.
De hambre no nos íbamos a morir, lo que estaba matando a mi familia era la indiferencia. El duelo emocional entre Gisela y Alicia nos dejó traumados y ahora todos evitamos hablar de cualquier cosa en espacios compartidos.
Al menos no tuve que quedarme solo en la penumbra del living durante dos días. Tefi me acogió en su cuarto durante varias horas, y si bien no hablamos del asunto que nos preocupaba, pasamos un buen rato disfrutando de un nuevo juego llamado Fall Guys. Es super divertido, en especial para jugar con otra persona. Nos reímos un montón.
Mientras jugábamos se me ocurrió preguntarle algo que me mantuvo pensando durante un buen rato… sí, porque a veces pienso, aunque no lo parezca.
―¿Por qué participaste en el concurso de petes?
―¿Eh? ¿Y por qué no? ―Dijo ella, sin dejar de mirar la pantalla. Era gracioso ver cómo sacaba la lengua y se movía de un lado a otro intentando que su personaje no cayera por alguna cornisa.
―Por lo que dijo Ayelén… me dio la impresión de que te quedaste mal cuando ella insinuó que… bueno… que te gustaba mucho hacer ciertas cosas conmigo.
Tefi perdió la partida, yo ya había perdido mucho antes así que solo estaba esperando a que ella terminara.
Me miró con sus hermosos ojos y sonrió.
―Si me hubiera mostrado afectada por eso, Ayelén se habría salido con la suya. No voy a permitir que esa yegua me arruine la vida.
―Ah, sí… ya veo. Con mamá hablamos de ese tema. Ella me dijo: “Nunca hay que mostrar señal de debilidad frente a Ayelén”.
―Así es. Eso aplica para todas las personas que son tan hijas de puta como ella, personas que solo vienen a joderte la vida. ¿No te diste cuenta de lo enojada que estaba ese día?
―Ayelén siempre está enojada ―aseguré.
―Bueno, pero esta vez su enojo tenía un motivo: me vio a mí actuando como si nada y se puso furiosa. No puede tolerar que sus jueguitos diabólicos no den resultado. Le pega de lleno en el orgullo. Y sí, a mí me resultó difícil chuparte la verga… especialmente hacerlo frente a todas las demás…
―Pero demostraste que sos más astuta que Ayelén… y más valiente.
―Así es. Además me sirvió para otra cosa. Imagino que algún día tengo que contarles a las otras cómo conseguí tanto dinero. Porque eso va a pasar tarde o temprano. Y bueno, ya me vieron con tu pija en la boca… así que, tal vez, no se escandalicen tanto cuando se enteren.
―Ah, sí… es buena idea ir preparando el terreno para cuando eso ocurra.
―De todas formas, no creas que van a pasar esas cosas entre nosotros. Intentaremos limitarlas a las fotos, solo en caso que sea estrictamente necesario.
―Muy bien… pero no te olvides que prometiste ayudarnos con mamá…
―Sí, eso es otra cosa, además todavía no sé qué tiene en mente Pilar. Ayer estuvimos charlando un rato, pero no me comentó nada de este tema. De todas maneras, no estoy nerviosa. Es Pilar, no va a salir con alguna locura absurda, como lo haría Macarena… por eso le pedí que, por favor, no meta a Maca en este asunto… y de paso te pido lo mismo a vos.
―Sí, tenés razón. Macarena intentaría llevarlo a un extremo. A ella le encanta hacer experimentos psicológicos con la gente.
Luego de un par de partidas más decidí que ya había pasado suficiente tiempo junto a Tefi. No es que me moleste estar con ella, ya no… sin embargo me dio la impresión de que quería estar sola, ya sea para pensar o simplemente porque quería jugar a otra cosa.
Además no quería que se me pusiera dura la verga frente a ella, porque eso nos dejaría una vez más en una situación incómoda. Tefi no estaba completamente desnuda, tenía puesta su ropa interior y yo solo contaba con un boxer color gris. De eso a estar desnudos había solo un paso.
Había llegado el momento de hacerle frente a eso que estuve esquivando tanto tiempo: Tenía que hablar con Gisela.
Golpeé la puerta de su cuarto y escuché un tenue: “¿Quién es?”.
―Soy yo, Nahuel. ¿Puedo pasar?
―Sí, está bien.
Abrí lentamente, dentro del cuarto todo era penumbra. No había oscuridad total gracias a la tenue claridad que se colaba por la ventana. Eso me permitió ver que Gisela estaba acostada en su cama… y que no tenía buen aspecto. Sus ojos estaban hinchados por el llanto y su pelo parecía el de una vieja bruja, solo le faltaban telarañas. Estaba tapada hasta el cuello por la sábana, como si se rehusara a abandonar ese refugio.
―Vení ―dijo Gisela, dando dos golpecitos al colchón.
Cerré la puerta y me acosté junto a ella. Levanté un poco las sábanas para cubrirme con ellas y me arrepentí al instante. Pude ver que las tetas de Gisela estaban al desnudo. Sin embargo a ella no pareció importarle este detalle.
―Este… em… yo ―comencé diciendo.
No pude hablar más. Gisela me interrumpió dándome un fuerte abrazo. Quizás el más fuerte que me dio en toda su vida. Pude sentir la tibieza de su cuerpo pegado al mío. Sus grandes tetas se aplastaron contra mi pecho. Una de sus piernas pasó por encima de las mías y en un acto reflejo quise abrazarla yo también. Pasé uno de mis brazos por debajo de su cuerpo y con esa mano acaricié su espalda, la otra mano se movió como si estuviera siendo guiada por mi líbido, y se aferró a sus nalgas. Así descubrí que, de la cintura para abajo, también estaba desnuda. Este detalle, sumado a los roces con su cuerpo, impactó directamente en mi verga. De a poquito se me fue poniendo cada vez más dura. Supuse que ella se alejaría de mí al notar esto, pero no fue así. Mi miembro, no tenía mucho espacio para crecer, así que, irremediablemente, quedó apretado contra su concha. Incluso pude sentir como mi verga quedaba apretada justo entre las piernas de Gise. Por suerte la tela del bóxer impedía que ocurriera algún accidente.
―Necesitaba abrazarte ―me dijo―. ¿Por qué tardaste tanto en venir?
―Em… perdón… creí que querías estar sola. No quería molestar.
―Vos nunca me molestás, tonto ―su cara estaba muy cerca a la mía y pude notar una leve sonrisa. Eso me alegró.
―¿Y qué tal lo estás llevando? ―Pregunté.
―No muy bien. Cristela y Macarena me ayudaron mucho. Si no hubiera charlado con ellas me sentiría todavía peor. ¿Mamá te comentó algo sobre este asunto?
―No, ni siquiera hablé con ella… y ese día no dijo nada.
―Tan insensible como siempre ―dijo Gisela.
―No es tan así… a ver, no pretendo defenderla, sé que actuó mal con vos y que te lastimó mucho; pero Pilar tiene la teoría de que lo que le dijiste la dejó muy impactada. No pidió perdón, y creo que debería hacerlo, sin embargo… sí se mostró afectada, al menos a su manera. Como si quisiera demostrar que ya no es la mujer de mente cerrada y prejuiciosa que era antes.
―Bueno, si todo esto sirve para que ella cambie un poquito, entonces me alegra.
Me conmovió que ella pusiera el cambio de nuestra madre por encima de su propia felicidad. Y eso me llevó a agregar:
―Aún así está en deuda con vos. De alguna forma tiene que compensar todo lo que te hizo pasar.
―No busco ninguna compensación, Nahuel. Lo único que quiero es una explicación. ¿Por qué fue tan cruel conmigo? ¿Por qué rechazó mi sexualidad, siendo que ella estuvo metida en la cama con mujeres? ¡Y con su propia hermana! Cristela me quiso contar todo, pero le dije que no. Porque si me voy a enterar de lo que pasó, quiero que me lo cuente mamá.
―Me parece justo.
―Necesito saber en qué punto de su vida empezó a considerar que ser lesbiana era una aberración y que debía artormentar a su hija mayor para que no se acueste con mujeres.
―No sé si esto ayudará mucho, pero… mamá fue castradora con todos, incluso conmigo.
―Sí, lo sé. Macarena me dijo lo mismo. Ella tiene una personalidad más fuerte, nunca le hizo caso, salió al mundo a disfrutar su vida. Y me alegro por ella. Ojalá Pilar y yo hubiéramos hecho lo mismo.
―Y Tefi…
―¿Tefi? Pero si ella debió coger más que Macarena.
―No, para nada. Por más que Tefi se muestre muy segura con su sexualidad, en realidad le tiene bastante miedo al sexo. Al menos eso me pareció. No tuvo muchas experiencias, y por lo que me contó, las pocas que tuvo no fueron muy satisfactorias.
―Ay, pobrecita. Y yo creía que estaba viviendo la vida loca. Hasta pensaba que era… bueno… un poquito puta.
―Creo que esa fue su forma de desafiar a mamá.
―Siempre decía que se iba a bailar y que no sabía a la hora que volvía, ni con quien.
―Sí, es cierto. No se me ocurrió preguntarle qué hacía en sus salidas, pero ahora me queda claro que no se iba a un hotel con nadie, al menos no en la mayoría de los casos.
―Entonces en esta casa nadie se salvó de las garras prejuiciosas de mamá.
―Sí, Macarena ―dije.
―Ella también sufrió bastante. En más de una ocasión mamá la hizo sentir como una maniática sexual… solo por disfrutar de la masturbación.
―Ah, sí… eso es cierto. Al menos ella encontró la forma de disfrutar un poco. Y me imagino que vos también. Me baso en algunas cosas que me dijiste. Sé que no sos virgen. Alguna linda experiencia sexual habrás tenido.
―Eso es cierto ―dijo Gisela, mostrando otra sonrisa. Nuestros cuerpos aún seguían pegados el uno al otro y ya podía sentir mi verga palpitando entre sus piernas―. ¿Querés que te cuente alguna?
―Eh… no, no… mmm… bueno, sí… pero solamente si vos querés. No quiero que te sientas obligada.
―Macarena me dijo que me haría bien contarle a otra persona alguna de mis experiencias sexuales sin sentirme juzgada. Eso me haría sentir un poquito más… normal.
―Es cierto. Y yo no te estoy juzgando. Cuando dijiste que habías hecho algunas cosas de las que te arrepentís, me quedé pensando en qué habrás hecho. Y quizás no fue nada malo, tal vez sentís ese arrepentimiento por culpa de mamá.
―Que analítico. Te estás juntando mucho con Macarena. Y puede que eso sea cierto. Mi cerebro me dice: “Lo que hiciste estuvo mal, Gisela”, pero Celeste opina lo contrario. Ella dice que todavía ni empecé a disfrutar a pleno de mi sexualidad. Por eso me mete en sus jueguitos locos y absurdos. Quiere que yo me suelte un poco y experimente sensaciones nuevas.
―En eso coincido con ella.
―Pero Celeste también está un poquito loca. A ella no le importa si el juego consiste en que vos me llenes la cara de leche… todavía me siento mal por lo que pasó la última vez. A Celeste le encantó todo lo que hicimos y le fascinaron las fotos…
―Y vos te sentís culpable por lo que pasó.
―Sí, me siento muy mal. Sé que las cosas se me fueron de las manos, y no entiendo por qué. Te pido perdón, Nahuel. Me da la impresión de que te espanté. No sé por qué me comporté de esa manera. Yo no soy así.
―Lo sé. Y no pasa nada, Gise. Yo también entiendo que eso solo fue parte de un juego. Me alegra que a Celeste le hayan gustado las fotos.
―Le gustaron tanto que todos los días me pide fotos nuevas. Esta vez no le hice mucho caso. Pero bueno, vos querés escuchar alguna de mis anécdotas sexuales… y la verdad es que ahora que estás acá ya me siento mucho mejor. Me va a hacer bien hablar de esto. Celeste opina que cuando me pueda hacer una paja y la disfrute, ya me voy a sentir mejor.
―Entonces contame, a mí me gustaría mucho saber que tuviste alguna linda aventura.
―Gracias, Nahuel. De verdad me está haciendo muy bien poder hablar de esto con alguien. Bueno, para empezar… ¿te acordás de lo que te dije cuando te hablé de las candidatas para que conocieras?
―Em… me dijiste que tenías tres candidatas, pero yo solo me acuerdo de Celeste.
―Es que de las tres, elegiste la peor. Está bien, no te culpo. Celeste causa mucho impacto en la gente, desde el principio me imaginé que la elegirías a ella. Ese día también te hablé de Brenda, la recepcionista. ―Gisela giró un momento, agarró su celular, que estaba sobre la mesita de luz, y buscó algo sin alejarse mucho de mí. Me mostró la pantalla y dijo―. ¿Qué te parece?
Me quedé sorprendido. Pude ver a una chica joven, no debía tener más de veinticuatro años, con cabello castaño formando perfectos bucles, grandes ojos grises y labios sensuales. Sonreía con timidez y cierto profesionalismo. Tenía puesto un uniforme de oficina. Solo pude ver su cara y la parte superior de su torso, eso me alcanzó para determinar que Brenda es una chica preciosa.
―¿Qué pasa? Te quedaste mudo. ¿No será que ahora te arrepentís de no haberla elegido?
―Em… podrías haberme mostrado la foto antes.
―Te dije que era bonita. Debiste confiar en mi criterio. Sé cuando una mujer es hermosa.
―En ese momento no sabía que tuvieras… un radar tan bueno para la belleza femenina. Y ahora estoy super intrigado ¿Qué tiene que ver esa chica en todo esto?
―Bueno… Brenda es una chica súper tímida, más que yo… de verdad. Te juro que al lado de ella parezco Macarena. A pesar de esto ella es una excelente recepcionista, porque tiene mucho profesionalismo. Se toma su trabajo en serio y cada vez que tiene que hablar con un cliente, lo hace de forma correcta y educada. Una vez vi que un tipo le empezó a hacer comentarios medio subidos de tono, se trataba de un cliente importante, de esos que dejan mucho dinero en la empresa. Sin embargo, a mí me partió el alma ver cómo Brenda agachaba la cabeza, parecía a punto de llorar. El tipo seguía haciéndose el galán… de muy mala manera, por cierto. Nunca seas así, Nahuel. No te conviertas en un imbécil que solo busca acosar a las mujeres y hacerlas sentir mal.
―Te lo prometo.
―Gracias. En fin, yo intervine. No soy la mujer con más carácter del mundo, pero tengo lo mío. Le dije al tipo que si no paraba le iba a poner una denuncia por acoso sexual. Por supuesto, el tipo se hizo el ofendido y prometió que a mí me haría echar y que a Brenda… bueno, ya te imaginarás lo que quería hacerle a ella. Elevó su queja a mi jefa, Amanda. Te juro que pensé que se me iba a armar el quilombo más grande de mi vida laboral, porque al tipo le dije de todo y las empresas suelen defender más a sus clientes que a sus empleados. Al ratito cayó el cliente acompañado de la jefa diciendo: “Esta es la que me faltó el respeto”. Amanda preguntó qué había pasado y yo, que ya me imaginaba buscando otro trabajo, le dije la verdad. Le comenté la clase de trato que tuvo ese sorete con Brenda. ¿Y sabés qué? Ese día descubrí que mi jefa es mejor persona que empresaria. Cuando se dio cuenta de que yo decía la verdad, miró al tipo y le dijo: “Buscate un buen abogado, de acá te vas con una demanda por acoso sexual”.
―Wow…
―Sí, lo mismo pensé yo. Amanda es una mujer muy bonita. Tiene buenas tetas, bien redondas y firmes, y el pelo castaño cobrizo la hace destacar mucho, para colmo tiene unos ojos celestes que te infartan. Ella sabe lo que es recibir acoso por parte de babosos que se creen intocables por tener mucho dinero. Lo mejor de todo este asunto es que la demanda prosperó, porque Amanda descubrió que el tipo tenía otras denuncias por acoso y se las arregló para sentarlo frente a un juez y que diera explicaciones por su comportamiento.
―Me alegra mucho. Esos tipos tienen que aprender que no pueden hacer lo que se les ocurra, tengan dinero o no.
―Así es. Esa historia terminó muy bien. Yo me gané el respeto y la confianza de mi jefa y la amistad de Brenda. Desde ese día empezamos a pasar más tiempo juntas, dentro y fuera de la oficina. No sé por qué, un día le conté a Brenda que soy lesbiana. A ver, lo pensé mucho y tengo mis teorías. Necesitaba decírselo a alguien más y además no quería que ella se sintiera inhibida si sospechaba que yo la miraba raro.
―¿Brenda te gustó?
―Mmmm… a ver… te voy a confesar algo: a mí me gustan todas las mujeres bonitas que conozco. Y con “bonitas” me refiero a que tengan algo que me agrade, no necesariamente hablo de su aspecto físico. Creo que eso se debe a que nunca pude tener una novia con la que aplacar un poco ese sentimiento “enamoradizo”.
―Bueno, a mí también me pasa… pero creo que lo mío es pura calentura.
Gisela soltó una risotada.
―Y quizás lo mío también, solo que a mí no me gusta hablar de calentura, sino de pasión y deseo.
―Y amor y romance…
―No tan así, tampoco soy tan empalagosa como Pilar. ―Nos reímos los dos―. No le digas que dije eso. En fin, como decía. Le conté la verdad a Brenda y ella…
―¿Te dijo que también era lesbiana?
―No. Todo lo contrario. Me dijo que no quería seguir juntándose conmigo, porque a ella la criaron en un hogar cristiano y le enseñaron que eso de ser lesbiana es pecado.
―Uy dios… me imagino que eso debió afectarte.
―Me hizo mierda. Tuve que explicarle que yo no le conté esto para intentar “levantarla”, quería decírselo solo para que nuestra amistad sea sincera y que sepa que nunca me acerqué a ella buscando otra cosa que no fuera simple y pura amistad. Esta parte la entendió, por suerte… pero aún así, me dijo que prefería evitar hablar conmigo de ahora en adelante. Por culpa de este suceso caí en una profunda depresión. Ni siquiera quería ir a trabajar. Pedí varios días de franco y le pedí a mi jefa que me permitiera trabajar desde casa por un tiempo. Amanda no hizo demasiadas preguntas, porque siempre rendí muy bien en el trabajo, y aunque me quedé en casa, seguí mostrando buenos resultados. Mi jefa me dijo que me tomara el tiempo necesario.
―¿Y cómo hiciste para salir de esa depresión?
―Fue gracias a Celeste. Con ella ya éramos amigas, y sabía que a mí me gustaban las mujeres. Llevaba varios días evitándola hasta que me habló y me pidió que le contara todo. Y así lo hice. ¿Sabés cuál fue su respuesta? “Vení a casa, que estoy sola todo el fin de semana, lo que a vos te hace falta es una buena cogida”.
―A la mierda….
―Y yo le contesté que no quería que me presentara a ninguno de sus “amigotes”. Sabía muy bien de sus andanzas y de los cuernos de su marido. Entonces me dijo: “Gise, no me estás entendiendo, la que te va a coger soy yo”.
―Uy… ―La pija se me puso más dura y sentí cómo se encajaba entre los labios vaginales de mi hermana. De no haber tenido puesto el bóxer, la hubiera penetrado. A pesar de lo evidente de este arrimón, a Gisela pareció no molestarle. Ni siquiera se apartó―. ¿Y qué hiciste? Decime que fuiste…
―Sí, fui ―me miró con una sonrisa picarona, que en ella se veía rara y al mismo tiempo me causaba ternura―. Y Celeste tenía razón. Todavía no sé cómo hizo para convencerme. Además sé que ella no es lesbiana, lo hizo enteramente para que yo pudiera disfrutar. Ahí me dejó en claro una cosa: ella sabe perfectamente lo que su cuerpo puede causar en la gente y convive con eso. Ahora busca que yo me sienta igual acerca de mi propio cuerpo. Todavía está lejos de lograrlo, pero gracias a sus “jueguitos” ya hubo grandes avances.
―¿Como cuáles?
―Em… bueno, a mí me costó horrores entender por qué a vos se te podía parar la verga al verme desnuda.
―Perdón, yo no…
―No hace falta que te disculpes, Nahuel. Soy consciente de que hice cosas para que se te pare. No tenés por qué sentirte culpable. Es una reacción natural y me parece perfecto. Gracias a Celeste aprendí a entender eso. Que está bien que se te ponga dura al verme. Entiendo que mi cuerpo puede resultar atractivo. Esto ya lo hablamos. Imaginate, a mí me gusta mirarle el culo a Macarena, o las tetas a tía Cristela. Me caliento con solo mirarlas.
―Y eso está bien ―dije.
―Tal vez, pero yo no lo veo así. Conmigo no. Sé que es difícil de entender. Puedo aceptar que la otra persona se excite, pero no lo puedo aceptar conmigo misma. No me gusta reconocer que yo también puedo calentarme. Como si el solo hecho de estar excitada ya fuera “pecado”. Entonces siempre busco aplacar ese sentimiento, esconderlo.
―Me hacés acordar mucho a mamá. Cristela me dijo lo mismo sobre ella. Alicia detesta admitir que está excitada. Como si fuera algo que ella no se puede permitir.
―Sí, así es. Y yo lo heredé de ella. Es una sensación horrible. Por eso no quiero que te sientas culpable, ni un poquito, si se te pone dura la verga estando conmigo. Es más, eso también me ayuda a entender mejor lo que mi propio cuerpo puede generar en las demás personas.
―Bueno, me alegra saberlo… porque me pasa bastante cuando estoy con vos, en especial si estás usando poca ropa. Y me duele que no puedas disfrutar de tu cuerpo con libertad, porque de verdad sos preciosa, Gisela. Cualquier persona que sienta un poquito de gusto por las mujeres se excitaría al verte.
―Eso es lo que me dijo Celeste. “Gisela, tenés que entender que yo soy heterosexual… y aún así me caliento al verte las tetas… y el culo… y todo lo demás”.
―¿Y cómo fue coger con ella?
―Una maravilla. Pensé que por tener poca experiencia lésbica ella estaría nerviosa, pero no fue así. Se mostró totalmente segura en todo momento. No tuvo problema en tomar la iniciativa. Ella fue la primera en chupar concha y me preguntó: “¿Lo estoy haciendo bien?”. Le respondí que lo estaba haciendo de maravilla. Casi me da un orgasmo ni bien arrancamos. Y bueno, ella también tiene un cuerpo de infarto. Cuando llegó mi turno, disfruté de cada centímetro de sus tetas y de su concha… dios, ¡qué linda la tiene! No te culpo por hacerte tantas pajas mirando sus fotos, yo también me las hago. Le comenté a Celeste que yo respetaba su sexualidad, por eso nunca le insinué nada, aunque eso no quita que quisiera acostarme con ella. ¿Y sabés qué me dijo? “Ya lo sabía, nena. Se te salen los ojos al mirarme las tetas”.
Soltó una risita.
―A mí me pasaría lo mismo estando frente a ella.
―Sí, lo sé. A mí me dio un poquito de vergüenza. No me gusta que se note tanto cuando una chica me calienta. Pero Celeste tiene un sexto sentido para estas cosas. Ella sabe mucho de sexo y entiende las señales que da la gente. Es como mi mentora en la materia sexualidad. Con ella aprendí un montón.
―¿Pudiste superar lo de Brenda?
―No del todo, aunque sí dejé de sentirme tan culpable. Celeste me ayudó a entender que no es mi culpa que la chica tenga tantos prejuicios. Y eso es cierto. Gracias a lo que pasó con Celeste, me animé a reincorporarme al trabajo y mi trato con Brenda pasó a ser estrictamente profesional.
―¿Y tu trato con Celeste dentro de la oficina cambió mucho? Porque me acuerdo que comentaste que ella te agarró las tetas una vez…
Gisela soltó una pequeña risita.
―En realidad eso pasó muchas veces. Desde que nos acostamos, Celeste aprovechó cada momento que tuvo para toquetearme en la oficina, y no fueron solo las tetas. En esas oficinas hay dos cocinas, una es la que está mejor equipada, la que usa todo el mundo cuando quiere picar algo o tomar un café. Pero también hay otra, pequeñita, que está medio perdida al fondo de un pasillo. No la usa casi nadie. A mí me encanta usarla, porque ahí se puede estar tranquila, al menos por un rato. A veces charlábamos ahí con Brenda durante varios minutos sin que nadie se diera cuenta. Celeste aprovechó más de una vez esa cocina para meterme mano.
―¿Te metió los dedos en la…?
―Sí, un montón de veces. Y no te voy a mentir, yo también hice lo mismo con ella. Me sentía rara por estar comportándome de esa manera en un entorno laboral, pero al mismo tiempo era muy excitante meterle los dedos en la concha y besarla sabiendo que mis compañeros estaban en alguna parte, a pocos metros. Hubo una vez, y a esto es adonde quería llegar, en la que Brenda nos sorprendió en pleno toqueteo. Celeste estaba detrás de mí, agarrándome los pechos… y bueno, mis tetas estaban fuera de la camisa y del corpiño…
―Habrá sido una imagen muy erótica.
―Sí que lo fue. Y me imagino que a Brenda le habrá impactado mucho verme así. Según me comentó más adelante, nunca se imaginó que yo pudiera animarme a “portarme mal” en la oficina. Cuando nos vio se quedó helada durante unos segundos, luego dio media vuelta y se alejó sin decir una palabra. Yo me quería morir de la vergüenza. A Celeste no le importó demasiado. En ese momento pensé: “Ahora sí que Brenda me va a odiar”.
―¿Eso empeoró las cosas entre ustedes?
―Esperá, antes tengo que contarte sobre la segunda vez que nos sorprendió… esta fue mucho peor.
―Contame ―dije, refregando mi verga contra su concha, fue un instinto primitivo que no pude evitar. Sentía la verga a punto de estallar. Necesitaba darle espacio de alguna manera.
―Celeste decidió llevar las cosas más lejos y no se limitó solo a tocarme y a besarme. Un día se arrodilló y empezó a chuparme la concha, ahí mismo, en la cocina. Yo le dije que estaba loca, que si alguien nos descubría nos iban a echar a la calle. Ella me respondió: “Admití que te calienta el riesgo”. Y… en eso tenía razón. Pasé gran parte de mi vida huyendo del sexo y ahora tenía una amiga con la que podía disfrutar sin hacerme tanto drama. Quería recuperar el tiempo perdido. Así que la deje. Incluso hubo veces en las que yo misma me animé a chuparle la concha a ella. Eran situaciones que duraban apenas unos segundos, tampoco queríamos arriesgarnos tanto. Salíamos de ahí acaloradas y las conchas mojadas. Eso hacía las jornadas de trabajo mucho más llevaderas. A veces nos quedábamos después de hora para aprovechar que no había nadie en la oficina.
―Con razón pasabas tanto tiempo ahí, y nosotros creíamos que trabajabas mucho.
Gisela soltó una carcajada. Verla feliz me devolvió la alegría a mí también.
―Hubo veces en las que sí me quedé trabajando, pero ya ves… también hubo momentos que fueron para el ocio. Sin embargo era un juego muy riesgoso y sabía que tarde o temprano alguien nos iba a sorprender en pleno acto. Pasó uno de esos días en los que creíamos que ya todos se habían ido a sus casas. Yo estaba sentada en la mesada de la cocina, con la pollera subida y las piernas abiertas. Celeste arrodillada frente a mí, me estaba dando una chupada tremenda. Ya llevábamos un buen rato haciéndolo cuando apareció Brenda. Ella se detuvo en seco y se puso pálida, como la última vez, sin embargo en esta ocasión no se fue al instante. Se quedó mirando la escena, como si no fuera capaz de moverse. Me miró a los ojos y noté incertidumbre en su mirada. Yo tendría que haber detenido a Celeste, pero ella no se dio cuenta de que Brenda estaba allí, porque tenía la cabeza bien metida entre mis piernas y además había cerrado los ojos. La boquita de Brenda quedó abierta de una forma muy sensual, me dio mucha ternura. A pesar de eso tuve miedo. Así como ella no era capaz de salir corriendo, yo no era capaz de detener la situación. Me quedé ahí, toda abierta, casi como si le estuviera diciendo: “Mirame toda la concha”. Y en ese momento de calentura, de verdad quería que ella me mirase. Hasta abrí la concha con los dedos y la miré. Solo me faltó decirle: “Esto es lo que tengo para vos”. Después de un rato, ella se fue sin hacer ruido. Yo me sentí muy mal. Había quedado expuesta de una forma muy obscena. Estaba segura de que esta vez me acusaría con la jefa.
―¿Y lo hizo?
―No. De todas formas yo quería hablarle, necesitaba explicar la situación. Así que un día, cuando la vi yendo a la cocina del fondo, la seguí. Se asustó un poco al verme entrar. Le dije que solo quería pedirle perdón por mi comportamiento. No era mi intención que ella fuera testigo de ese acto y le aclaré que estaba muy avergonzada por lo ocurrido. Lo más sorprendente fue que ella me dijo que me perdonaba, pero que mi actitud había sido inapropiada. Pensé que se refería al acto lésbico en sí, por eso me quedé confundida cuando dijo: “No está mal que tengas sexo con Celeste, solo no deberías hacerlo en la oficina, te pueden echar… y eso sería una pena, sos muy buena trabajadora”. Su actitud conmigo había cambiado. Era tan evidente que no pude dejar de preguntarle a qué se debía ese cambio. Me comentó que estuvo tratándose con una psicóloga.
―Espero que no haya sido Macarena.
―No, por suerte no… ―Gisela soltó una risita―. Además Maca todavía no tiene el título, y con lo loca que está, no creo que se lo den. ―Otra vez nos reímos los dos a la vez―. No le digas que dije eso. La psicóloga de Brenda se llama Sabrina, y me acuerdo de ese detalle porque me la mencionó un montón de veces. Que con Sabrina aprendí esto, con Sabrina aprendí lo otro… Sabrina, Sabrina, Sabrina. A veces habla de esa psicóloga como si estuviera enamorada de ella.
―Eso quiere decir que volvieron a ser amigas.
―Algo así. Brenda me contó que Sabrina la ayudó a ver el mundo desde otra perspectiva, porque ella estaba sufriendo mucho. Le contó de mi caso y cómo le afectó enterarse de que yo era lesbiana. Brenda en realidad quería ser mi amiga y le dolió mucho tener que apartarse de mí. No sé qué clase de tratamiento habrá hecho con Sabrina, pero realmente fue muy contundente. Cuando volvimos a entrar en confianza, Brenda me confesó que ver cómo Celeste me chupaba la concha la excitó mucho.
―Eso sí que no me lo esperaba.
―Ni yo. Sin embargo ella aclaró que su calentura no se debía al sexo lésbico en sí, sino al riesgo de hacer algo indebido en la oficina. Me dijo que a ella le gustaría hacer algo así, pero que nunca se animó. Ahí descubrí que Brenda podrá ser muy tímida y puritana, pero también tiene alguna fantasía erótica escondida muy en el fondo de su ser. Al fin y al cabo es un ser humano. Me puse a pensar: Si Brenda, que es tan tímida, es capaz de cumplir alguna de sus fantasías, quizás eso me serviría para aceptar que yo también puedo disfrutar del sexo. Yo también soy humana.
―¿Y te propusiste ayudarla? Digo, como lo hiciste conmigo.
―Así es. Por cierto… hay algo que me está molestando…
Me puse tenso, sabía que en algún momento ella se quejaría de la forma tan directa en la que la estoy arrimando.
―Perdón… es que se me puso dura sin darme cuenta.
―Sonso, te dije que no pidas perdón por eso. No me molesta ni un poquito que se te haya parado. Lo que me jode es el bóxer. La tela me está lastimando un poquito. Si querés que sigamos hablando de este tema, vas a tener que sacártelo.
Me quedé mudo y tragué saliva. Como no dije nada, ella siguió.
―Todavía me quedan cosas muy interesantes por contar. ¿No te parece que lo mejor es que nos pongamos cómodos?
―Es cierto.
―Y bueno, sacatelo. Así podemos hablar tranquilos.
Hice lo que me pidió. Cuando me desnudé, ella volvió a posicionarse justo donde estaba, una vez más mi verga quedó apuntalada a lo largo de sus labios vaginales. Pude sentir la tibieza y la humedad de los mismos. Era como tener una boca lamiéndome la pija. Si Gisela pretendía contarme más sobre sus anécdotas sexuales, sin duda ésta era la mejor forma para disfrutarlas.
Capítulo 33.
El Lamento de Gisela.
Durante un par de días mi casa se convirtió en algo parecido a un cementerio. Permaneció oscura y en silencio, la gente había desaparecido. Dormí dos noches seguidas en el sofá porque yo también necesitaba estar solo, y aproveché que casi nadie salía de su cuarto más que para ir al baño o para buscar algo de comida en la heladera. Mi mamá dejó una abundante cantidad de jamón, queso, salame y pan, para que nos hiciéramos un sandwiches. Creí que pasaríamos toda la semana comiendo eso, por suerte Tefi nos rescató. Pidió al delivery varias pizzas y antes de llevarse una buena selección de porciones a su cuarto pegó el grito: “Hay pizza, la que quiera que venga a buscar”. Por supuesto, el primero en atacar esas cajas de pizza fui yo. Fue un gran error dejarme solo con ellas, aunque creo que Tefi previó que esto iba a pasar y pidió más de la cuenta, tanto que ni siquiera todos pudimos agotar las raciones.
De hambre no nos íbamos a morir, lo que estaba matando a mi familia era la indiferencia. El duelo emocional entre Gisela y Alicia nos dejó traumados y ahora todos evitamos hablar de cualquier cosa en espacios compartidos.
Al menos no tuve que quedarme solo en la penumbra del living durante dos días. Tefi me acogió en su cuarto durante varias horas, y si bien no hablamos del asunto que nos preocupaba, pasamos un buen rato disfrutando de un nuevo juego llamado Fall Guys. Es super divertido, en especial para jugar con otra persona. Nos reímos un montón.
Mientras jugábamos se me ocurrió preguntarle algo que me mantuvo pensando durante un buen rato… sí, porque a veces pienso, aunque no lo parezca.
―¿Por qué participaste en el concurso de petes?
―¿Eh? ¿Y por qué no? ―Dijo ella, sin dejar de mirar la pantalla. Era gracioso ver cómo sacaba la lengua y se movía de un lado a otro intentando que su personaje no cayera por alguna cornisa.
―Por lo que dijo Ayelén… me dio la impresión de que te quedaste mal cuando ella insinuó que… bueno… que te gustaba mucho hacer ciertas cosas conmigo.
Tefi perdió la partida, yo ya había perdido mucho antes así que solo estaba esperando a que ella terminara.
Me miró con sus hermosos ojos y sonrió.
―Si me hubiera mostrado afectada por eso, Ayelén se habría salido con la suya. No voy a permitir que esa yegua me arruine la vida.
―Ah, sí… ya veo. Con mamá hablamos de ese tema. Ella me dijo: “Nunca hay que mostrar señal de debilidad frente a Ayelén”.
―Así es. Eso aplica para todas las personas que son tan hijas de puta como ella, personas que solo vienen a joderte la vida. ¿No te diste cuenta de lo enojada que estaba ese día?
―Ayelén siempre está enojada ―aseguré.
―Bueno, pero esta vez su enojo tenía un motivo: me vio a mí actuando como si nada y se puso furiosa. No puede tolerar que sus jueguitos diabólicos no den resultado. Le pega de lleno en el orgullo. Y sí, a mí me resultó difícil chuparte la verga… especialmente hacerlo frente a todas las demás…
―Pero demostraste que sos más astuta que Ayelén… y más valiente.
―Así es. Además me sirvió para otra cosa. Imagino que algún día tengo que contarles a las otras cómo conseguí tanto dinero. Porque eso va a pasar tarde o temprano. Y bueno, ya me vieron con tu pija en la boca… así que, tal vez, no se escandalicen tanto cuando se enteren.
―Ah, sí… es buena idea ir preparando el terreno para cuando eso ocurra.
―De todas formas, no creas que van a pasar esas cosas entre nosotros. Intentaremos limitarlas a las fotos, solo en caso que sea estrictamente necesario.
―Muy bien… pero no te olvides que prometiste ayudarnos con mamá…
―Sí, eso es otra cosa, además todavía no sé qué tiene en mente Pilar. Ayer estuvimos charlando un rato, pero no me comentó nada de este tema. De todas maneras, no estoy nerviosa. Es Pilar, no va a salir con alguna locura absurda, como lo haría Macarena… por eso le pedí que, por favor, no meta a Maca en este asunto… y de paso te pido lo mismo a vos.
―Sí, tenés razón. Macarena intentaría llevarlo a un extremo. A ella le encanta hacer experimentos psicológicos con la gente.
Luego de un par de partidas más decidí que ya había pasado suficiente tiempo junto a Tefi. No es que me moleste estar con ella, ya no… sin embargo me dio la impresión de que quería estar sola, ya sea para pensar o simplemente porque quería jugar a otra cosa.
Además no quería que se me pusiera dura la verga frente a ella, porque eso nos dejaría una vez más en una situación incómoda. Tefi no estaba completamente desnuda, tenía puesta su ropa interior y yo solo contaba con un boxer color gris. De eso a estar desnudos había solo un paso.
Había llegado el momento de hacerle frente a eso que estuve esquivando tanto tiempo: Tenía que hablar con Gisela.
Golpeé la puerta de su cuarto y escuché un tenue: “¿Quién es?”.
―Soy yo, Nahuel. ¿Puedo pasar?
―Sí, está bien.
Abrí lentamente, dentro del cuarto todo era penumbra. No había oscuridad total gracias a la tenue claridad que se colaba por la ventana. Eso me permitió ver que Gisela estaba acostada en su cama… y que no tenía buen aspecto. Sus ojos estaban hinchados por el llanto y su pelo parecía el de una vieja bruja, solo le faltaban telarañas. Estaba tapada hasta el cuello por la sábana, como si se rehusara a abandonar ese refugio.
―Vení ―dijo Gisela, dando dos golpecitos al colchón.
Cerré la puerta y me acosté junto a ella. Levanté un poco las sábanas para cubrirme con ellas y me arrepentí al instante. Pude ver que las tetas de Gisela estaban al desnudo. Sin embargo a ella no pareció importarle este detalle.
―Este… em… yo ―comencé diciendo.
No pude hablar más. Gisela me interrumpió dándome un fuerte abrazo. Quizás el más fuerte que me dio en toda su vida. Pude sentir la tibieza de su cuerpo pegado al mío. Sus grandes tetas se aplastaron contra mi pecho. Una de sus piernas pasó por encima de las mías y en un acto reflejo quise abrazarla yo también. Pasé uno de mis brazos por debajo de su cuerpo y con esa mano acaricié su espalda, la otra mano se movió como si estuviera siendo guiada por mi líbido, y se aferró a sus nalgas. Así descubrí que, de la cintura para abajo, también estaba desnuda. Este detalle, sumado a los roces con su cuerpo, impactó directamente en mi verga. De a poquito se me fue poniendo cada vez más dura. Supuse que ella se alejaría de mí al notar esto, pero no fue así. Mi miembro, no tenía mucho espacio para crecer, así que, irremediablemente, quedó apretado contra su concha. Incluso pude sentir como mi verga quedaba apretada justo entre las piernas de Gise. Por suerte la tela del bóxer impedía que ocurriera algún accidente.
―Necesitaba abrazarte ―me dijo―. ¿Por qué tardaste tanto en venir?
―Em… perdón… creí que querías estar sola. No quería molestar.
―Vos nunca me molestás, tonto ―su cara estaba muy cerca a la mía y pude notar una leve sonrisa. Eso me alegró.
―¿Y qué tal lo estás llevando? ―Pregunté.
―No muy bien. Cristela y Macarena me ayudaron mucho. Si no hubiera charlado con ellas me sentiría todavía peor. ¿Mamá te comentó algo sobre este asunto?
―No, ni siquiera hablé con ella… y ese día no dijo nada.
―Tan insensible como siempre ―dijo Gisela.
―No es tan así… a ver, no pretendo defenderla, sé que actuó mal con vos y que te lastimó mucho; pero Pilar tiene la teoría de que lo que le dijiste la dejó muy impactada. No pidió perdón, y creo que debería hacerlo, sin embargo… sí se mostró afectada, al menos a su manera. Como si quisiera demostrar que ya no es la mujer de mente cerrada y prejuiciosa que era antes.
―Bueno, si todo esto sirve para que ella cambie un poquito, entonces me alegra.
Me conmovió que ella pusiera el cambio de nuestra madre por encima de su propia felicidad. Y eso me llevó a agregar:
―Aún así está en deuda con vos. De alguna forma tiene que compensar todo lo que te hizo pasar.
―No busco ninguna compensación, Nahuel. Lo único que quiero es una explicación. ¿Por qué fue tan cruel conmigo? ¿Por qué rechazó mi sexualidad, siendo que ella estuvo metida en la cama con mujeres? ¡Y con su propia hermana! Cristela me quiso contar todo, pero le dije que no. Porque si me voy a enterar de lo que pasó, quiero que me lo cuente mamá.
―Me parece justo.
―Necesito saber en qué punto de su vida empezó a considerar que ser lesbiana era una aberración y que debía artormentar a su hija mayor para que no se acueste con mujeres.
―No sé si esto ayudará mucho, pero… mamá fue castradora con todos, incluso conmigo.
―Sí, lo sé. Macarena me dijo lo mismo. Ella tiene una personalidad más fuerte, nunca le hizo caso, salió al mundo a disfrutar su vida. Y me alegro por ella. Ojalá Pilar y yo hubiéramos hecho lo mismo.
―Y Tefi…
―¿Tefi? Pero si ella debió coger más que Macarena.
―No, para nada. Por más que Tefi se muestre muy segura con su sexualidad, en realidad le tiene bastante miedo al sexo. Al menos eso me pareció. No tuvo muchas experiencias, y por lo que me contó, las pocas que tuvo no fueron muy satisfactorias.
―Ay, pobrecita. Y yo creía que estaba viviendo la vida loca. Hasta pensaba que era… bueno… un poquito puta.
―Creo que esa fue su forma de desafiar a mamá.
―Siempre decía que se iba a bailar y que no sabía a la hora que volvía, ni con quien.
―Sí, es cierto. No se me ocurrió preguntarle qué hacía en sus salidas, pero ahora me queda claro que no se iba a un hotel con nadie, al menos no en la mayoría de los casos.
―Entonces en esta casa nadie se salvó de las garras prejuiciosas de mamá.
―Sí, Macarena ―dije.
―Ella también sufrió bastante. En más de una ocasión mamá la hizo sentir como una maniática sexual… solo por disfrutar de la masturbación.
―Ah, sí… eso es cierto. Al menos ella encontró la forma de disfrutar un poco. Y me imagino que vos también. Me baso en algunas cosas que me dijiste. Sé que no sos virgen. Alguna linda experiencia sexual habrás tenido.
―Eso es cierto ―dijo Gisela, mostrando otra sonrisa. Nuestros cuerpos aún seguían pegados el uno al otro y ya podía sentir mi verga palpitando entre sus piernas―. ¿Querés que te cuente alguna?
―Eh… no, no… mmm… bueno, sí… pero solamente si vos querés. No quiero que te sientas obligada.
―Macarena me dijo que me haría bien contarle a otra persona alguna de mis experiencias sexuales sin sentirme juzgada. Eso me haría sentir un poquito más… normal.
―Es cierto. Y yo no te estoy juzgando. Cuando dijiste que habías hecho algunas cosas de las que te arrepentís, me quedé pensando en qué habrás hecho. Y quizás no fue nada malo, tal vez sentís ese arrepentimiento por culpa de mamá.
―Que analítico. Te estás juntando mucho con Macarena. Y puede que eso sea cierto. Mi cerebro me dice: “Lo que hiciste estuvo mal, Gisela”, pero Celeste opina lo contrario. Ella dice que todavía ni empecé a disfrutar a pleno de mi sexualidad. Por eso me mete en sus jueguitos locos y absurdos. Quiere que yo me suelte un poco y experimente sensaciones nuevas.
―En eso coincido con ella.
―Pero Celeste también está un poquito loca. A ella no le importa si el juego consiste en que vos me llenes la cara de leche… todavía me siento mal por lo que pasó la última vez. A Celeste le encantó todo lo que hicimos y le fascinaron las fotos…
―Y vos te sentís culpable por lo que pasó.
―Sí, me siento muy mal. Sé que las cosas se me fueron de las manos, y no entiendo por qué. Te pido perdón, Nahuel. Me da la impresión de que te espanté. No sé por qué me comporté de esa manera. Yo no soy así.
―Lo sé. Y no pasa nada, Gise. Yo también entiendo que eso solo fue parte de un juego. Me alegra que a Celeste le hayan gustado las fotos.
―Le gustaron tanto que todos los días me pide fotos nuevas. Esta vez no le hice mucho caso. Pero bueno, vos querés escuchar alguna de mis anécdotas sexuales… y la verdad es que ahora que estás acá ya me siento mucho mejor. Me va a hacer bien hablar de esto. Celeste opina que cuando me pueda hacer una paja y la disfrute, ya me voy a sentir mejor.
―Entonces contame, a mí me gustaría mucho saber que tuviste alguna linda aventura.
―Gracias, Nahuel. De verdad me está haciendo muy bien poder hablar de esto con alguien. Bueno, para empezar… ¿te acordás de lo que te dije cuando te hablé de las candidatas para que conocieras?
―Em… me dijiste que tenías tres candidatas, pero yo solo me acuerdo de Celeste.
―Es que de las tres, elegiste la peor. Está bien, no te culpo. Celeste causa mucho impacto en la gente, desde el principio me imaginé que la elegirías a ella. Ese día también te hablé de Brenda, la recepcionista. ―Gisela giró un momento, agarró su celular, que estaba sobre la mesita de luz, y buscó algo sin alejarse mucho de mí. Me mostró la pantalla y dijo―. ¿Qué te parece?
Me quedé sorprendido. Pude ver a una chica joven, no debía tener más de veinticuatro años, con cabello castaño formando perfectos bucles, grandes ojos grises y labios sensuales. Sonreía con timidez y cierto profesionalismo. Tenía puesto un uniforme de oficina. Solo pude ver su cara y la parte superior de su torso, eso me alcanzó para determinar que Brenda es una chica preciosa.
―¿Qué pasa? Te quedaste mudo. ¿No será que ahora te arrepentís de no haberla elegido?
―Em… podrías haberme mostrado la foto antes.
―Te dije que era bonita. Debiste confiar en mi criterio. Sé cuando una mujer es hermosa.
―En ese momento no sabía que tuvieras… un radar tan bueno para la belleza femenina. Y ahora estoy super intrigado ¿Qué tiene que ver esa chica en todo esto?
―Bueno… Brenda es una chica súper tímida, más que yo… de verdad. Te juro que al lado de ella parezco Macarena. A pesar de esto ella es una excelente recepcionista, porque tiene mucho profesionalismo. Se toma su trabajo en serio y cada vez que tiene que hablar con un cliente, lo hace de forma correcta y educada. Una vez vi que un tipo le empezó a hacer comentarios medio subidos de tono, se trataba de un cliente importante, de esos que dejan mucho dinero en la empresa. Sin embargo, a mí me partió el alma ver cómo Brenda agachaba la cabeza, parecía a punto de llorar. El tipo seguía haciéndose el galán… de muy mala manera, por cierto. Nunca seas así, Nahuel. No te conviertas en un imbécil que solo busca acosar a las mujeres y hacerlas sentir mal.
―Te lo prometo.
―Gracias. En fin, yo intervine. No soy la mujer con más carácter del mundo, pero tengo lo mío. Le dije al tipo que si no paraba le iba a poner una denuncia por acoso sexual. Por supuesto, el tipo se hizo el ofendido y prometió que a mí me haría echar y que a Brenda… bueno, ya te imaginarás lo que quería hacerle a ella. Elevó su queja a mi jefa, Amanda. Te juro que pensé que se me iba a armar el quilombo más grande de mi vida laboral, porque al tipo le dije de todo y las empresas suelen defender más a sus clientes que a sus empleados. Al ratito cayó el cliente acompañado de la jefa diciendo: “Esta es la que me faltó el respeto”. Amanda preguntó qué había pasado y yo, que ya me imaginaba buscando otro trabajo, le dije la verdad. Le comenté la clase de trato que tuvo ese sorete con Brenda. ¿Y sabés qué? Ese día descubrí que mi jefa es mejor persona que empresaria. Cuando se dio cuenta de que yo decía la verdad, miró al tipo y le dijo: “Buscate un buen abogado, de acá te vas con una demanda por acoso sexual”.
―Wow…
―Sí, lo mismo pensé yo. Amanda es una mujer muy bonita. Tiene buenas tetas, bien redondas y firmes, y el pelo castaño cobrizo la hace destacar mucho, para colmo tiene unos ojos celestes que te infartan. Ella sabe lo que es recibir acoso por parte de babosos que se creen intocables por tener mucho dinero. Lo mejor de todo este asunto es que la demanda prosperó, porque Amanda descubrió que el tipo tenía otras denuncias por acoso y se las arregló para sentarlo frente a un juez y que diera explicaciones por su comportamiento.
―Me alegra mucho. Esos tipos tienen que aprender que no pueden hacer lo que se les ocurra, tengan dinero o no.
―Así es. Esa historia terminó muy bien. Yo me gané el respeto y la confianza de mi jefa y la amistad de Brenda. Desde ese día empezamos a pasar más tiempo juntas, dentro y fuera de la oficina. No sé por qué, un día le conté a Brenda que soy lesbiana. A ver, lo pensé mucho y tengo mis teorías. Necesitaba decírselo a alguien más y además no quería que ella se sintiera inhibida si sospechaba que yo la miraba raro.
―¿Brenda te gustó?
―Mmmm… a ver… te voy a confesar algo: a mí me gustan todas las mujeres bonitas que conozco. Y con “bonitas” me refiero a que tengan algo que me agrade, no necesariamente hablo de su aspecto físico. Creo que eso se debe a que nunca pude tener una novia con la que aplacar un poco ese sentimiento “enamoradizo”.
―Bueno, a mí también me pasa… pero creo que lo mío es pura calentura.
Gisela soltó una risotada.
―Y quizás lo mío también, solo que a mí no me gusta hablar de calentura, sino de pasión y deseo.
―Y amor y romance…
―No tan así, tampoco soy tan empalagosa como Pilar. ―Nos reímos los dos―. No le digas que dije eso. En fin, como decía. Le conté la verdad a Brenda y ella…
―¿Te dijo que también era lesbiana?
―No. Todo lo contrario. Me dijo que no quería seguir juntándose conmigo, porque a ella la criaron en un hogar cristiano y le enseñaron que eso de ser lesbiana es pecado.
―Uy dios… me imagino que eso debió afectarte.
―Me hizo mierda. Tuve que explicarle que yo no le conté esto para intentar “levantarla”, quería decírselo solo para que nuestra amistad sea sincera y que sepa que nunca me acerqué a ella buscando otra cosa que no fuera simple y pura amistad. Esta parte la entendió, por suerte… pero aún así, me dijo que prefería evitar hablar conmigo de ahora en adelante. Por culpa de este suceso caí en una profunda depresión. Ni siquiera quería ir a trabajar. Pedí varios días de franco y le pedí a mi jefa que me permitiera trabajar desde casa por un tiempo. Amanda no hizo demasiadas preguntas, porque siempre rendí muy bien en el trabajo, y aunque me quedé en casa, seguí mostrando buenos resultados. Mi jefa me dijo que me tomara el tiempo necesario.
―¿Y cómo hiciste para salir de esa depresión?
―Fue gracias a Celeste. Con ella ya éramos amigas, y sabía que a mí me gustaban las mujeres. Llevaba varios días evitándola hasta que me habló y me pidió que le contara todo. Y así lo hice. ¿Sabés cuál fue su respuesta? “Vení a casa, que estoy sola todo el fin de semana, lo que a vos te hace falta es una buena cogida”.
―A la mierda….
―Y yo le contesté que no quería que me presentara a ninguno de sus “amigotes”. Sabía muy bien de sus andanzas y de los cuernos de su marido. Entonces me dijo: “Gise, no me estás entendiendo, la que te va a coger soy yo”.
―Uy… ―La pija se me puso más dura y sentí cómo se encajaba entre los labios vaginales de mi hermana. De no haber tenido puesto el bóxer, la hubiera penetrado. A pesar de lo evidente de este arrimón, a Gisela pareció no molestarle. Ni siquiera se apartó―. ¿Y qué hiciste? Decime que fuiste…
―Sí, fui ―me miró con una sonrisa picarona, que en ella se veía rara y al mismo tiempo me causaba ternura―. Y Celeste tenía razón. Todavía no sé cómo hizo para convencerme. Además sé que ella no es lesbiana, lo hizo enteramente para que yo pudiera disfrutar. Ahí me dejó en claro una cosa: ella sabe perfectamente lo que su cuerpo puede causar en la gente y convive con eso. Ahora busca que yo me sienta igual acerca de mi propio cuerpo. Todavía está lejos de lograrlo, pero gracias a sus “jueguitos” ya hubo grandes avances.
―¿Como cuáles?
―Em… bueno, a mí me costó horrores entender por qué a vos se te podía parar la verga al verme desnuda.
―Perdón, yo no…
―No hace falta que te disculpes, Nahuel. Soy consciente de que hice cosas para que se te pare. No tenés por qué sentirte culpable. Es una reacción natural y me parece perfecto. Gracias a Celeste aprendí a entender eso. Que está bien que se te ponga dura al verme. Entiendo que mi cuerpo puede resultar atractivo. Esto ya lo hablamos. Imaginate, a mí me gusta mirarle el culo a Macarena, o las tetas a tía Cristela. Me caliento con solo mirarlas.
―Y eso está bien ―dije.
―Tal vez, pero yo no lo veo así. Conmigo no. Sé que es difícil de entender. Puedo aceptar que la otra persona se excite, pero no lo puedo aceptar conmigo misma. No me gusta reconocer que yo también puedo calentarme. Como si el solo hecho de estar excitada ya fuera “pecado”. Entonces siempre busco aplacar ese sentimiento, esconderlo.
―Me hacés acordar mucho a mamá. Cristela me dijo lo mismo sobre ella. Alicia detesta admitir que está excitada. Como si fuera algo que ella no se puede permitir.
―Sí, así es. Y yo lo heredé de ella. Es una sensación horrible. Por eso no quiero que te sientas culpable, ni un poquito, si se te pone dura la verga estando conmigo. Es más, eso también me ayuda a entender mejor lo que mi propio cuerpo puede generar en las demás personas.
―Bueno, me alegra saberlo… porque me pasa bastante cuando estoy con vos, en especial si estás usando poca ropa. Y me duele que no puedas disfrutar de tu cuerpo con libertad, porque de verdad sos preciosa, Gisela. Cualquier persona que sienta un poquito de gusto por las mujeres se excitaría al verte.
―Eso es lo que me dijo Celeste. “Gisela, tenés que entender que yo soy heterosexual… y aún así me caliento al verte las tetas… y el culo… y todo lo demás”.
―¿Y cómo fue coger con ella?
―Una maravilla. Pensé que por tener poca experiencia lésbica ella estaría nerviosa, pero no fue así. Se mostró totalmente segura en todo momento. No tuvo problema en tomar la iniciativa. Ella fue la primera en chupar concha y me preguntó: “¿Lo estoy haciendo bien?”. Le respondí que lo estaba haciendo de maravilla. Casi me da un orgasmo ni bien arrancamos. Y bueno, ella también tiene un cuerpo de infarto. Cuando llegó mi turno, disfruté de cada centímetro de sus tetas y de su concha… dios, ¡qué linda la tiene! No te culpo por hacerte tantas pajas mirando sus fotos, yo también me las hago. Le comenté a Celeste que yo respetaba su sexualidad, por eso nunca le insinué nada, aunque eso no quita que quisiera acostarme con ella. ¿Y sabés qué me dijo? “Ya lo sabía, nena. Se te salen los ojos al mirarme las tetas”.
Soltó una risita.
―A mí me pasaría lo mismo estando frente a ella.
―Sí, lo sé. A mí me dio un poquito de vergüenza. No me gusta que se note tanto cuando una chica me calienta. Pero Celeste tiene un sexto sentido para estas cosas. Ella sabe mucho de sexo y entiende las señales que da la gente. Es como mi mentora en la materia sexualidad. Con ella aprendí un montón.
―¿Pudiste superar lo de Brenda?
―No del todo, aunque sí dejé de sentirme tan culpable. Celeste me ayudó a entender que no es mi culpa que la chica tenga tantos prejuicios. Y eso es cierto. Gracias a lo que pasó con Celeste, me animé a reincorporarme al trabajo y mi trato con Brenda pasó a ser estrictamente profesional.
―¿Y tu trato con Celeste dentro de la oficina cambió mucho? Porque me acuerdo que comentaste que ella te agarró las tetas una vez…
Gisela soltó una pequeña risita.
―En realidad eso pasó muchas veces. Desde que nos acostamos, Celeste aprovechó cada momento que tuvo para toquetearme en la oficina, y no fueron solo las tetas. En esas oficinas hay dos cocinas, una es la que está mejor equipada, la que usa todo el mundo cuando quiere picar algo o tomar un café. Pero también hay otra, pequeñita, que está medio perdida al fondo de un pasillo. No la usa casi nadie. A mí me encanta usarla, porque ahí se puede estar tranquila, al menos por un rato. A veces charlábamos ahí con Brenda durante varios minutos sin que nadie se diera cuenta. Celeste aprovechó más de una vez esa cocina para meterme mano.
―¿Te metió los dedos en la…?
―Sí, un montón de veces. Y no te voy a mentir, yo también hice lo mismo con ella. Me sentía rara por estar comportándome de esa manera en un entorno laboral, pero al mismo tiempo era muy excitante meterle los dedos en la concha y besarla sabiendo que mis compañeros estaban en alguna parte, a pocos metros. Hubo una vez, y a esto es adonde quería llegar, en la que Brenda nos sorprendió en pleno toqueteo. Celeste estaba detrás de mí, agarrándome los pechos… y bueno, mis tetas estaban fuera de la camisa y del corpiño…
―Habrá sido una imagen muy erótica.
―Sí que lo fue. Y me imagino que a Brenda le habrá impactado mucho verme así. Según me comentó más adelante, nunca se imaginó que yo pudiera animarme a “portarme mal” en la oficina. Cuando nos vio se quedó helada durante unos segundos, luego dio media vuelta y se alejó sin decir una palabra. Yo me quería morir de la vergüenza. A Celeste no le importó demasiado. En ese momento pensé: “Ahora sí que Brenda me va a odiar”.
―¿Eso empeoró las cosas entre ustedes?
―Esperá, antes tengo que contarte sobre la segunda vez que nos sorprendió… esta fue mucho peor.
―Contame ―dije, refregando mi verga contra su concha, fue un instinto primitivo que no pude evitar. Sentía la verga a punto de estallar. Necesitaba darle espacio de alguna manera.
―Celeste decidió llevar las cosas más lejos y no se limitó solo a tocarme y a besarme. Un día se arrodilló y empezó a chuparme la concha, ahí mismo, en la cocina. Yo le dije que estaba loca, que si alguien nos descubría nos iban a echar a la calle. Ella me respondió: “Admití que te calienta el riesgo”. Y… en eso tenía razón. Pasé gran parte de mi vida huyendo del sexo y ahora tenía una amiga con la que podía disfrutar sin hacerme tanto drama. Quería recuperar el tiempo perdido. Así que la deje. Incluso hubo veces en las que yo misma me animé a chuparle la concha a ella. Eran situaciones que duraban apenas unos segundos, tampoco queríamos arriesgarnos tanto. Salíamos de ahí acaloradas y las conchas mojadas. Eso hacía las jornadas de trabajo mucho más llevaderas. A veces nos quedábamos después de hora para aprovechar que no había nadie en la oficina.
―Con razón pasabas tanto tiempo ahí, y nosotros creíamos que trabajabas mucho.
Gisela soltó una carcajada. Verla feliz me devolvió la alegría a mí también.
―Hubo veces en las que sí me quedé trabajando, pero ya ves… también hubo momentos que fueron para el ocio. Sin embargo era un juego muy riesgoso y sabía que tarde o temprano alguien nos iba a sorprender en pleno acto. Pasó uno de esos días en los que creíamos que ya todos se habían ido a sus casas. Yo estaba sentada en la mesada de la cocina, con la pollera subida y las piernas abiertas. Celeste arrodillada frente a mí, me estaba dando una chupada tremenda. Ya llevábamos un buen rato haciéndolo cuando apareció Brenda. Ella se detuvo en seco y se puso pálida, como la última vez, sin embargo en esta ocasión no se fue al instante. Se quedó mirando la escena, como si no fuera capaz de moverse. Me miró a los ojos y noté incertidumbre en su mirada. Yo tendría que haber detenido a Celeste, pero ella no se dio cuenta de que Brenda estaba allí, porque tenía la cabeza bien metida entre mis piernas y además había cerrado los ojos. La boquita de Brenda quedó abierta de una forma muy sensual, me dio mucha ternura. A pesar de eso tuve miedo. Así como ella no era capaz de salir corriendo, yo no era capaz de detener la situación. Me quedé ahí, toda abierta, casi como si le estuviera diciendo: “Mirame toda la concha”. Y en ese momento de calentura, de verdad quería que ella me mirase. Hasta abrí la concha con los dedos y la miré. Solo me faltó decirle: “Esto es lo que tengo para vos”. Después de un rato, ella se fue sin hacer ruido. Yo me sentí muy mal. Había quedado expuesta de una forma muy obscena. Estaba segura de que esta vez me acusaría con la jefa.
―¿Y lo hizo?
―No. De todas formas yo quería hablarle, necesitaba explicar la situación. Así que un día, cuando la vi yendo a la cocina del fondo, la seguí. Se asustó un poco al verme entrar. Le dije que solo quería pedirle perdón por mi comportamiento. No era mi intención que ella fuera testigo de ese acto y le aclaré que estaba muy avergonzada por lo ocurrido. Lo más sorprendente fue que ella me dijo que me perdonaba, pero que mi actitud había sido inapropiada. Pensé que se refería al acto lésbico en sí, por eso me quedé confundida cuando dijo: “No está mal que tengas sexo con Celeste, solo no deberías hacerlo en la oficina, te pueden echar… y eso sería una pena, sos muy buena trabajadora”. Su actitud conmigo había cambiado. Era tan evidente que no pude dejar de preguntarle a qué se debía ese cambio. Me comentó que estuvo tratándose con una psicóloga.
―Espero que no haya sido Macarena.
―No, por suerte no… ―Gisela soltó una risita―. Además Maca todavía no tiene el título, y con lo loca que está, no creo que se lo den. ―Otra vez nos reímos los dos a la vez―. No le digas que dije eso. La psicóloga de Brenda se llama Sabrina, y me acuerdo de ese detalle porque me la mencionó un montón de veces. Que con Sabrina aprendí esto, con Sabrina aprendí lo otro… Sabrina, Sabrina, Sabrina. A veces habla de esa psicóloga como si estuviera enamorada de ella.
―Eso quiere decir que volvieron a ser amigas.
―Algo así. Brenda me contó que Sabrina la ayudó a ver el mundo desde otra perspectiva, porque ella estaba sufriendo mucho. Le contó de mi caso y cómo le afectó enterarse de que yo era lesbiana. Brenda en realidad quería ser mi amiga y le dolió mucho tener que apartarse de mí. No sé qué clase de tratamiento habrá hecho con Sabrina, pero realmente fue muy contundente. Cuando volvimos a entrar en confianza, Brenda me confesó que ver cómo Celeste me chupaba la concha la excitó mucho.
―Eso sí que no me lo esperaba.
―Ni yo. Sin embargo ella aclaró que su calentura no se debía al sexo lésbico en sí, sino al riesgo de hacer algo indebido en la oficina. Me dijo que a ella le gustaría hacer algo así, pero que nunca se animó. Ahí descubrí que Brenda podrá ser muy tímida y puritana, pero también tiene alguna fantasía erótica escondida muy en el fondo de su ser. Al fin y al cabo es un ser humano. Me puse a pensar: Si Brenda, que es tan tímida, es capaz de cumplir alguna de sus fantasías, quizás eso me serviría para aceptar que yo también puedo disfrutar del sexo. Yo también soy humana.
―¿Y te propusiste ayudarla? Digo, como lo hiciste conmigo.
―Así es. Por cierto… hay algo que me está molestando…
Me puse tenso, sabía que en algún momento ella se quejaría de la forma tan directa en la que la estoy arrimando.
―Perdón… es que se me puso dura sin darme cuenta.
―Sonso, te dije que no pidas perdón por eso. No me molesta ni un poquito que se te haya parado. Lo que me jode es el bóxer. La tela me está lastimando un poquito. Si querés que sigamos hablando de este tema, vas a tener que sacártelo.
Me quedé mudo y tragué saliva. Como no dije nada, ella siguió.
―Todavía me quedan cosas muy interesantes por contar. ¿No te parece que lo mejor es que nos pongamos cómodos?
―Es cierto.
―Y bueno, sacatelo. Así podemos hablar tranquilos.
Hice lo que me pidió. Cuando me desnudé, ella volvió a posicionarse justo donde estaba, una vez más mi verga quedó apuntalada a lo largo de sus labios vaginales. Pude sentir la tibieza y la humedad de los mismos. Era como tener una boca lamiéndome la pija. Si Gisela pretendía contarme más sobre sus anécdotas sexuales, sin duda ésta era la mejor forma para disfrutarlas.
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