You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Aislado Entre Mujeres [31].

Series de Relatos Publicados (Click en el link)



Aislado Entre Mujeres [31].



Capítulo 31.

La Mejor Petera del Barrio.

Lo que más me dolió no fue el fuerte apretón que me dio mi mamá en la verga, hasta podría decir que lo disfruté. Lo que en verdad me dolió fue que Macarena se apartara. Ella estuvo rozando su concha contra todo mi falo durante un buen par de minutos. Desistió porque Alicia no dejaba de decirle cosas como: “Tené cuidado, se te puede meter”. “No te olvides que Nahuel es tu hermano”. “Esta clase de educación sexual ya llegó demasiado lejos”. 
Supuse que Macarena diría algo como “Ok, mamá. Lo dejamos por ahora. Ya fue suficiente”. Eso hubiera sido lo más sensato. Sin embargo, ella dejó en claro que tenía otros planes.
―La tía Cristela me dijo que a mi edad eras la mejor petera del barrio ―dijo, con una sonrisa desafiante―. ¿Es cierto?
Alicia abrió los ojos como platos y se sonrojó.
―No sé por qué dice eso. 
―No te hagas la humilde, Alicia ―intervino Cristela―. ¿Querés que les cuente por qué te ganaste la fama de la mejor petera del barrio?
―No.
―Yo sí quiero saber ―las palabras salieron de mi boca sin que pueda contenerlas. Mi mamá me fulminó con la mirada y volvió a presionar mi verga con fuerza―. Perdón, es que me da curiosidad.
―¿Te da curiosidad que a tu madre le digan “la mejor petera del barrio”? ―Espetó Alicia.
―Bueno, em… sí… ―no sabía dónde meterme―. Me intriga saber quién te decía así, y por qué. O sea… quizás era mentira y lo decían solo para molestarte. A veces la gente puede ser muy cruel.  
―Mmmm… bueno… así sí. 

Diario de Cuarentena:
<Felicitaciones, cadete Nahuel. Manejó la situación con cautela y logró salir airoso>.

―Dale, tía… contanos por qué a mi mamá le decían así ―insistió Macarena.
―¿Qué decís, Alicia? ¿Les cuento? Esta historia me la sé de memoria, la puedo contar como si yo misma hubiera estado ahí… a, esperá… ¡es que yo estuve ahí! ―Soltó una risita. 
―¿De verdad les vas a contar? ―Preguntó Alicia, abatida. 
―Ellos merecen saberlo, al fin y al cabo esta es una clase de educación sexual. ¿O no? 
―Quizás sea bueno que lo sepan ―dijo mi mamá―. Especialmente Macarena, porque creo que ella está cometiendo los mismos errores que yo cometí a su edad. 
―No lo veo como errores.
―Pero Cristela, si vos misma me dijiste más de una vez “Todo esto fue un error”.
―Sí, lo sé… pero ¿cuándo te lo dije por última vez? ¿Qué teníamos? ¿Veinticinco años? Pasó mucho tiempo. Tuve tiempo para crecer, aprender y así pude ver las cosas de otra manera. Sé que vos te arrepentís de todo lo que hiciste cuando eras joven, pero yo no. A mí me alegra haberlo hecho.
―¿Todo te alegra?
―Sí, todo. Incluyendo los jueguitos que había entre nosotras… y lo que pasó el día que…
―No, eso sí que no. De eso ni hablar. Eso no se lo vas a contar.
―Ay… ahora me muero de la intriga ―dijo Macarena.
―No me importa. Te quedarás con la duda ―sentenció Alicia―. Y vos, Cristela, prometeme que no le vas a hablar de eso a nadie. Porque si lo hacés, ahí sí que te saco a patadas de la casa.
―Está bien, está bien. Calmate, hermanita. No les voy a contar nada sobre eso. Ya sabés, Maca, no me preguntes sobre ese tema porque no te voy a contar. Lo mismo va para vos, Nahuel. 
―Es que ni siquiera sé sobre lo que no tengo que preguntar ―dije.
―Vos limitate a no hacer demasiadas preguntas sobre mi pasado, y todo va a estar bien ―dijo mi mamá.
―Pero lo otro sí lo vas a contar ―recordó Macarena―. Lo del asunto de la petera del barrio.
―Eso sí lo puede contar, aunque me da mucha vergüenza ―dijo Alicia―. Quiero que los dos tengan en cuenta que yo me arrepentí de eso. Que ya no soy así. Cometí errores, porque era joven e inocente. Solo permito que se lo cuenten porque no quiero que ustedes vayan por el mismo camino, en especial vos, Macarena. 
Macarena y yo miramos a mi tía como si nos hubiera traído los regalos navideños por anticipado. Queríamos que empezara a hablar ya. Agradecí que mi mamá no soltara mi verga. Ella siguió masturbándome a un ritmo muy lento. Macarena se acostó a mi lado, abrió las piernas y comenzó a acariciarse la concha, como anunciando: “Me voy a hacer tremenda paja con el relato de la tía”. 
―¡Perfecto! ―Exclamó Cristela―. Prepárense, porque lo que les voy a contar les va a cambiar la percepción que tienen sobre su madre.
―Eso es lo que más me preocupa ―se lamentó Alicia.
―Muy tarde, hermanita. Hace unas semanas tuvimos una discusión, se acordarán de que yo dije que a Alicia le gustaba mostrar el orto por todo el barrio. Siempre andaba con pantalones super ajustados, mini shorts que no le tapaban ni la mitad de las nalgas, o minifaldas muy cortitas. 
―Sí, y también dijiste que le gustaba pasearse vestida así frente al taller mecánico del barrio ―acotó Macarena.
―Así es. Ese detalle es muy importante.
―Que conste que ya no hago esas cosas ―aclaró Alicia―. Ahora entiendo que tendría que haberle hecho caso a mi mamá. Ella me dijo mil veces: “Alicia, no salgas a la calle vestida así, o todos van a pensar que sos puta”. No le hice caso. Estaba atravesando una etapa de rebeldía. 
―Me hubiera encantado verte con uno de esos mini shorts, mamá ―aseguró Macarena―. ¡Cómo se te habrá marcado el orto! 
―Bueno, eso sí ―mi mamá mostró una sonrisa tímida y se sonrojó―. Es que soy culona.
―Era una diosa ―continuó Cristela―. Hasta yo me sorprendía al mirarle el orto. ¿Alguna vez le miraron el culo a Gisela? Bueno, con eso ya se pueden hacer una idea de cómo era Alicia de joven… y no es que ahora esté mal, solo que en esa época estaba todavía mejor. Una tarde íbamos caminando por el barrio, volvíamos a casa, y la gente no dejaba de girar la cabeza para mirarle el orto a Alicia. Ella tenía puesto un mini short de jean, que le marcaba mucho el papo y le dejaba la mitad de las nalgas a la vista. Creo que más de una de las señoras del barrio tuvieron un despertar lésbico al verle el orto. ―Alicia soltó una risita―. Y los tipos… uf, estaban todos con la pija dura. Cuando pasamos por la puerta del taller nos encontramos con Aníbal, el mecánico, y uno de sus empleados. Por supuesto, empezaron a decirle de todo: “Mamita, que orto tenés”, “Quiero que esas nalgas me aplaudan contra la cara”, “¿Por qué no venís un ratito a desfilar al taller”. Nosotras ya estábamos acostumbradas, eso era cosa de todos los días. Bastaba con que Alicia pusiera un pie sobre la vereda del taller, para que empezaran a decirle barbaridades.
―¿Y a vos no te decían nada? ―Le pregunté a mi tía. 
―A veces sí, por supuesto. Pero solo cuando Alicia no estaba conmigo. En esa época yo no usaba el pelo rojo, y me vestía de forma bastante discreta. Si iba sola por la calle, atraía algunas miradas; pero si Alicia me acompañaba, yo me volvía invisible. Todos los ojos se fijaban en ella.
―¿Eso te molestaba? ―Quiso saber Macarena.
―No, para nada…
―No mientas, Cristela ―intervino Alicia―. Si vas a contar esto, tenés que ser sincera.
―Bueno, solo me molestaba a veces. Ese día sí que me molestó. Había días en los que Alicia se paraba a hablar con Aníbal, o con alguno de sus empleados. No sabía por qué lo hacía, si el tipo la trataba como una puta barata. Ese día se quedó a hablar con los dos tipos del taller. Yo empecé a decirle: “Vamos, Alicia, mamá nos espera en casa”. Claro, a mí nadie me escuchaba, yo era invisible. Los tipos estaban hipnotizados con el culo y las tetas de Alicia. Porque sí, también tenía un buen escote por el que se le veían gran parte de las tetas.
―Mami, estabas hecha una bomba ―dijo Macarena―. Qué envidia, yo no tengo ese cuerpazo.
―Vos sos preciosa, Macarena. No dejes que nadie te convenza de lo contrario ―dijo Alicia. Su mano seguía acariciando mi verga lentamente.
―Tu mamá tiene razón, Maca ―siguió Cristela―. Estoy segura de que esos tipos se hubieran vuelto locos si te veían. Como iba diciendo, me enojé con mi hermana, pero creí que sería cuestión de unos segundos, después seguiríamos viaje. Sin embargo, cuando me descuidé, ya se la estaban llevando para adentro del taller… y el empleado estaba cerrando el portón. Me asusté un montón, quedamos las dos solas con esos tipos. Yo me paré en un rincón, creyendo que en cualquier momento uno de los dos se me iba a tirar encima. Ni siquiera me miraron. Estaban franeleando con Alicia y ella les sonreía como si fueran viejos amigos. Me acuerdo que le dije: “Nena, date cuenta que estos tipos te quieren coger. Vamos a casa”. Entonces Aníbal dijo: “Lo de coger lo podemos dejar para otro día, pero esta ricura no se va de acá sin comer morcilla”. 
―¡Apa! ―Exclamó Macarena―. Se metieron en la boca del lobo ―Sus dedos ganaron intensidad al moverse sobre su concha.
―¡Sí! ¡Eso mismo pensé yo! Para colmo Aníbal le tocó el orto a Alicia de una forma brutal. Casi que le enterró los dedos en la argolla por encima de la tela del short. No era la primera vez que la tocaba así… Alicia ya se había comido unos cuantos manotazos iguales por parte de Aníbal o sus empleados.
―¿Y vos no decías nada, mamá? ―Pregunté.
―No. Hacía de cuenta que nada pasaba. No quería armar un escándalo. Ahora entiendo que…
―Sí, sí… ya sé ―interrumpió Maca―. El discursito de que está mal. Ya lo dijiste. Dejá que la tía siga contando.
―En fin ―continuó Cristela―. Ese manotazo fue uno de tantos, pero vino acompañado de un gesto mucho más directo. Aníbal se bajó el pantalón y ¡ZAZ! Chicas, acá tienen mi morcilla. 
―¿Era muy grande? ―Preguntó Maca, mientras se colaba dos dedos en la concha.
―Si, casi como la de Nahuel. Ancha, venosa y bien oscura. Toda una morcilla. Al ver eso, Alicia reculó. Empezó a decir: “Bueno, me tengo que ir, me esperan en casa… mi mamá se va a enojar si llego tarde”. Pero Aníbal: “Nada, nada… de rodillas y a comerla. Por todas las veces que nos calentaste la pija al pasear el orto por la puerta del taller”. El otro tipo, ni me acuerdo cómo se llama, solo que era flaco y alto. Aníbal era más bien gordo y retacón.
―No era tan gordo ―dijo Alicia―. Solo algo… panzón.
―Como sea. El otro tipo se acercó a Alicia por detrás, le arrimó el paquete en el orto y empezó a manosearle las gomas por encima de la remera. Alicia se puso colorada. Yo dije: “Chau, a mi hermana la van a partir al medio”. Creí que Alicia empezaría a resistirse, pero no hizo eso, sino todo lo contrario. Se puso de rodillas, agarró la morcilla de Aníbal, y se la tragó. Me quedé atónita. No podía creer que mi hermana estuviera haciendo una cosa así. Para colmo… ustedes tendrían que ver con qué ganas se comió esa pija, como si hubiera pasado meses esperando ese momento. 
―¿Cómo te la comiste, mamá? ―Preguntó Macarena.
―No sé, es difícil de explicar…
―¿Y por qué no nos mostrás? ―Sugirió mi hermana, señalando mi verga.
―No me parece buena idea…
―Ay, mamá… acabás de tragarte toda la leche de Nahuel, saliendo directamente de la concha de tu hermana. ¿Qué problema hay si nos mostrás cómo se la chupaste al mecánico? 
―Es solo una demostración, Alicia ―acotó mi tía.
―Mmm… bueno, está bien. Solo porque es Nahuel, y no la verga de algún desconocido. 
Eso dejaba implícito que ella prefería comerse la verga de su propio hijo antes que la de un desconocido. Sin embargo, preferí ignorar el tema. Quizás mi mamá solo se expresó mal. Además ya la habían convencido. Cualquier acotación de mi parte hubiera arruinado el momento.
Alicia se colocó frente a mí, sus grandes tetas quedaron colgando, cortesía de la gravedad. Me miró a los ojos un segundo, agarró fuerte mi verga y se la tragó. Fue espectacular. No dudó ni un segundo. Casi todo el falo se hundió dentro de su boca y de inmediato comenzó a mover la cabeza de atrás para adelante, a un buen ritmo. Ni siquiera Cristela me la había chupado de esa manera.
―¡Wow! ―Exclamó Macarena, los dedos salían de su concha totalmente húmedos―. Con razón te ganaste el apodo de la mejor petera del barrio.
―Ahora imaginate que eso mismo lo está haciendo con dos pijas a la vez ―dijo Cristela. Maca y yo la miramos asombrados―. Sí, sí… con dos. Porque el ayudante de Aníbal también sacó su verga y se la ofreció a Alicia. ¿Vos te creés que ella dudó? Apenas le pusieron la segunda pija al lado de la cara, dejó la de Aníbal y se tragó esa.
―¡Qué puta! ―Exclamó Maca.
―Sí, lo mismo pensé yo ―dijo Cristela. Mi madre no se dio por aludida, siguió engullendo mi pija como una profesional del pete―. Por supuesto que los tipos aprovecharon para manosearle todas las tetas mientras ella tragaba pija. Yo dura, mirando todo con los ojos abiertos como platos. La cabeza de Alicia se movía como un martillo neumático. Traca-traca-traca. Y no hacía más que tragar poronga. Primero una, después la otra. Las dejó bien ensalivadas. Aníbal dijo: “Siempre supe que eras una puta. Mostraste el orto porque estabas buscando guerra… bueno, un día de estos te vamos a dar guerra”. ―Alicia miró de reojo a su hermana, sin sacarse mi pija de la boca―. Sin embargo, yo creí que ellos no se animarían a tanto, y bueno, Alicia tampoco. De todas maneras les dio una chupada de pija monumental. Yo nunca había visto a una mujer comiendo dos vergas a la vez. Yo no hubiera sabido qué hacer en ese momento. Ahí sospeché que no era la primera vez que mi hermana hacía una cosa así…
―Pero sí fue la primera vez ―dijo Alicia―. Lo juro. 
―Entonces ¿por qué lo hiciste tan bien? ―Preguntó Macarena―. ¿Por qué quedaste como la mejor petera del barrio?
―Porque tenía miedo de que ellos creyeran que yo era inexperta en el sexo. Lo cual era verdad. Así que hice lo mejor que pude. Le puse muchas ganas, sin saber muy bien lo que hacía. Fue puro instinto. Igual ellos también aprovecharon bastante la situación.
―¿A qué te referís? ―Pregunté.
―Se refiere a que le cogieron la boca. 
―¿Ah sí? ¿Y cómo fue? ―Quise saber más.
―Vení, Nahuel. Parate al lado de la cama.
―¿Es necesario, Cristela? ―Preguntó mi mamá.
―Si les vas a mostrar, mostrales todo, Alicia. A medias no. 
―La tía tiene razón ―acotó Macarena―. Quiero saber qué más hicieron.
Me puse de pie junto a la cama sin estar demasiado convencido de lo que hacía. Alicia se arrodilló delante de mí y me miró con una carita que decía: “Me da mucha vergüenza hacer esto”.
―Ahora, agarrale los pelos ―me pidió mi tía.
―¿Puedo? ―Le pregunté a mi mamá―. Porque yo no voy a hacer nada que vos no quieras.
Ella sonrió.
―Sí, hijo. Podés. No tengas miedo. A veces me preocupo en exceso por las cosas… y después me doy cuenta de que en realidad no es para tanto. 
―Bien…
Agarré sus pelos y ella se tragó mi verga. Aunque más que tragarla, eso fue acomodarla dentro de su boca. Cuando mi miembro estuvo ahí, bien apuntalado, Cristela me dio la orden.
―Ahora movete, como si la estuvieras cogiendo. 
Empecé a mover mi cadera y pude ver cómo mi verga entraba y salía de la boca de mi madre, de la misma forma en que lo había hecho minutos antes con la concha de Cristela. Alicia me miraba con los ojos muy abiertos y sus labios parecían aferrarse con fuerza a mi tronco. 
―Aníbal le pegó tremenda cogida en la boca. Si empieza a lagrimear, no te asustes, Nahuel. Es normal en este tipo de situaciones. Cuando una verga tan grande te entra hasta la garganta, puede que los ojos empiecen a lagrimear un poco. Aníbal estuvo un largo rato dándole y después le cedió el turno a su amigo. Como este tipo no tenía la pija tan grande como la del mecánico, le dio más duro. Esa verga sí se la tragó toda, hasta el fondo. Ella emitía sonidos guturales, como si se estuviera ahogando, pero supe que no le pasaba nada malo porque en ningún momento intentó apartarse de ellos, al contrario, observaba a los tipos con las manitos muy quietas sobre las rodillas, como si estuviera fascinada con esas pijas, y dejaba que se la clavaran hasta el fondo de la garganta.
Con el relato de mi tía, y la chupada de verga que me estaba dando mi mamá, se me subió la temperatura. Empecé a acelerar el ritmo de mis movimientos y Alicia me miró como si fuera un perrito faldero… me miró de la misma forma en la que, seguramente, miró a Aníbal. 
En ese interín, Macarena se arrodilló junto a su madre. Sonrió con lujuria y dijo:
―Yo también quiero probar.
Por la sorpresa, solté la cabeza de Alicia. Ella se apartó de mi verga y mientras se limpiaba el exceso de saliva con el dorso de la mano, dijo:
―No me parece buena idea que hagas eso con tu hermano.
―Lo sé, mamá. A vos nada te parece buena idea. ¿Te das cuenta de cuántas veces dijiste eso en lo que llevamos acá dentro? 
―¿Vos alguna vez hiciste algo así? ―Preguntó Alicia.
―Me comí varias pijas, si es lo que estás preguntando, pero nunca de esa forma. Quiero saber qué se siente. Me gustaría ponerme por un minuto en el mismo lugar que vos, para entender mejor por qué te gustó tanto lo que te hicieron esos tipos.
―¿Y qué te hace pensar que me gustó mucho?
―Es obvio, mamá. La tía lo describió perfecto: te quedaste quietita, con las manos sobre las rodillas. Eso es estar totalmente entregada. Y si no quisiste sacártelos de encima a pesar de que te estaban metiendo la pija hasta la garganta, es porque lo estabas disfrutando.
El análisis de Macarena era claro y preciso, yo también pensé lo mismo; pero alguien tenía que decirlo. 
―¿Y Alicia? ―Preguntó Cristela―. ¿Te gustó cómo Aníbal y su amigo te hicieron comer pija?
―Em… bueno, una no es de madera… eso no significa que yo sea una puta.
―Nadie te está tratando de puta, mamá ―le dije.
―Hace dos minutos Macarena me dijo puta ―se quejó, y tenía razón.
―Sí, te lo dije. La diferencia es que para mí, ser puta, no es ningún insulto. Ser puta es saber disfrutar del sexo sin tantos prejuicios. Ser puta es tener libertad sexual. Pero vos le tenés terror a la libertad, mamá. Por eso nos tenés a todos encerrados las veinticuatro horas del día.
―Hay una pandemia, y todavía no salió ninguna vacuna… ―dijo Alicia.
―Bueno, bueno, no empiecen a discutir por eso ahora ―agradecí mucho la intervención de mi tía―. Ese tema lo dejamos para otro momento. Alicia, dejá que Macarena pruebe un ratito, sino va a ser peor. Lo van a querer hacer a escondidas… 
―Mmm… ―Mi mamá nos miró como si dijera “No había pensado en ese detalle”―. Está bien, lo pueden hacer. 
―¡Genial! ―Exclamó Maca―. Y dale sin miedo, hermanito. Si con mamá lo pudiste hacer, entonces conmigo también vas a poder.
―Lo voy a intentar ―le dije.
Estaba nervioso, sí, claro… al fin y al cabo meterle una pija en la boca a una de mis hermanas siempre me va a generar un morbo especial, aunque lo haga un millón de veces. Por suerte tenía a mi favor la calentura. La verga me palpitaba, la sentía muy dura, como si me estuviera pidiendo por favor que la metiera en algún agujero suave, tibio y húmedo. 
Macarena no esperó a que yo hiciera algo. Se tragó buena parte de mi verga y empezó a chuparla. A mi madre se le desencajaron los ojos al ver cómo su hija comía pija. 
Me aferré a los pelos de Maca y comencé el vaivén. Lo hice despacito porque ella misma movía su cabeza como loca. Creí que se iba a calmar de a poco, cuando entendiera que el ritmo lo marcaría yo. Sin embargo, con el paso de los segundos, fue ocurriendo lo contrario. Ella se movió más de lo que yo pude moverme, hasta que directamente me quedé quieto, dejando que ella hiciera todo el trabajo.
―Tenés que quedarte quieta, Macarena ―dijo mi mamá―. Esa es la gracia.
Mi hermana me hizo señas para que la soltara, cuando la dejé ir miró a su madre y le dijo:
―¿Eso significa que te gustó cómo te cogieron la boca?
―Em… bueno… admito que en ese momento fue excitante.
―¿Y qué fue lo que te gustó tanto?
―No sé… 
―Dale, mamá, hacé un esfuerzo. Esto es una charla de educación sexual. Es tu oportunidad de enseñarnos algo sobre sexo. ¿No me habías dicho que te sentías mal por haber sido tan castradora?
―No usé el término “castradora”, pero sé a qué te referís. Quizás fui demasiado severa con ustedes. Está bien, voy a hacer lo posible para explicarlo. Ya aclaré que esa fue mi primera experiencia con el sexo oral, y por eso estaba muy nerviosa… además eran dos tipos. Creo que eso de que me agarran de los pelos y me la metieran en la boca me gustó porque me quitó la responsabilidad. Quedé a merced de ellos, de lo que quisieran hacerme. 
―¿Ves? Sabía que ibas a poder ―la felicitó su hija―. Diste una muy buena explicación. Y quizás no sea lo que yo estoy buscando. Eso de no tener “poder” durante el acto sexual no me emociona tanto. Por eso no puedo evitar mover la cabeza, aunque me tengan agarrada de los pelos. Al menos agradezco haber tenido la oportunidad de probarlo. 
―Tengo que reconocer que la cosa no salió tan mal ―dijo Alicia, con una sonrisa―. Fueron solo unos segundos.
―Te dije que era solo una probadita.
―Sí, pero no te creí. Por lo general vos no hacés las cosas en pequeñas cantidades. Te mandás por todo. 
―No siempre es así. A veces lo mejor es detenerse.
Me quedé pensando en las palabras de Macarena. Me dio la impresión de que ella montó este pequeño teatro para ganarse la confianza de su madre. Para demostrarle que ella sabía cuándo poner un límite. 
―Ahora me toca mostrarles algo a ustedes ―dijo Cristela, poniéndose de rodilla junto a las otras dos.
―¿Se la vas a chupar otra vez? ―Preguntó mi mamá.
―Algo mejor que eso: se la vamos a chupar entre las tres. ¿Te animás, Nahuel?
―¡Claro! ―Mi voz sonó algo aflautada, como si tuviera los huevos atorados en la garganta. ¿De verdad me la van a chupar entre las tres?
―Ay no sé… ―dijo Alicia―. ¿Por qué haríamos una cosa así?
―Para que veas que Nahuel sí puede aguantar estímulos fuertes ―aseguró Cristela―. Solo necesita acabar una vez… o dos… porque es pendejo y la leche se le sube enseguida por la pija. Pero cuando se saca las ganas una vez, después puede aguantar mucho más. Para colmo, la pija se le pone dura enseguida, aunque ya haya acabado.
―Eso es cierto ―dijo mi mamá―. La tiene tan dura como al principio. ¿De verdad creés que puede aguantar semejante estímulo?
Cristela no le respondió. Se lanzó sobre mi verga y empezó a chupar. Casi al instante Macarena hizo lo mismo con mis testículos. Ella quedó en el centro. Mi mamá contempló la escena con los ojos muy abiertos, sin decir una palabra. Cristela y Maca se fueron cediendo la pija la una a la otra. La tragaron como verdaderas campeonas. Repitieron esta acción varias veces, hasta que le alcanzaron la verga a mi mamá.
―Ahora te toca a vos ―dijo Cristela.
Alicia acercó su boca dubitativa, como si fuera la primera vez que me la chupaba. Sin embargo, cuando el glande estuvo dentro de su boca empezó a chupar más fuerte. Me imaginé que así lo había hecho con el mecánico. Con ese desenfreno, con esas ganas. Parecía adicta a la verga. 
Cuando ella quiso retroceder, me apresuré a sujetarla por los pelos. Ella se quedó quieta al instante. Así que empecé a moverme. Me miró a los ojos como diciendo: “Estoy lista para tu verga”. Se la enterré hasta el fondo de la boca. Le di bastante rápido, sin llegar a ahogarla ni nada. Por la comisura de sus labios chorreaba el exceso de saliva y sus ojos comenzaron a lagrimear. Ella debía mantener la mandíbula muy abierta para que toda la verga pudiera entrar. Esto debía suponer un gran esfuerzo. 
Saqué la verga de su boca, para dejarla descansar, y repetí la misma acción con Macarena. Esta vez ella se quedó quieta. Si bien no noté en ella tanta predisposición como en Alicia, la cosa salió bastante bien… mejor dicho, entró bastante bien. Se la tragó casi completa y pude mostrarle que sé llevar un buen ritmo. No es tan difícil si prestás atención a las señales. En sus caras se nota cuando ya no pueden tragar más. Macarena se puso toda roja, como si no pudiera respirar, por eso la solté. Tosió un poco y dijo:
―¡Wow! Me dejás sorprendida, hermanito. Eso fue mucho mejor de lo que me imaginaba.
Era el turno de Cristela. Ella se colocó en posición y permitió que yo le cogiera la boca como había hecho con las otras dos. Con mi tía pude ir un poco más adentro. Se nota que ella tiene experiencia en lo que llaman “garganta profunda”. Sus ojos no lagrimearon tanto como los de Maca o los de mi mamá, pero sí produjo más saliva. Seguramente esa era la clave para mantener una buena lubricación. 
Cuando la solté ella se rió y dijo:
―Estás mejorando mucho, Nahuel. Vas a ser un gran amante. Eso te lo puedo asegurar. ¿Estás listo para otro round? La tía quiere pija…
―Ay, Cristela. ¿Por qué se lo tenés que decir así? ―Preguntó mi mamá.
―Porque el chico necesita saber que algunas mujeres aceptamos que nos gusta la verga y no nos hacemos tanto drama por eso. A mí me gusta la pija. Quiero que me la meta.
A continuación se subió a la cama, se colocó en cuatro patas, dejando la cabeza justo encima de las almohadas y me esperó con las nalgas bien abiertas.
Ni siquiera miré a mi mamá, no tenía ganas de aguantar su mirada acusadora. Si la tía quería pija, yo estaba dispuesto a dársela. Esa concha estaba abierta y llena de jugos. Lista para ser penetrada. Se la metí hasta la mitad y empecé a moverme. De a poquito la fui metiendo más y más. En esta ocasión pude escuchar a mi tía gimiendo. La estaba haciendo disfrutar y eso me llenó de alegría. La sujeté fuerte por la cintura y empecé a darle con más fuerza. Sus nalgas se sacudían con cada impacto de mi pelvis. 
―Uf… sí… así… esto me lo tengo merecido, por ser tan buena tía. ¿No te parece, Alicia?
―Lo que me parece es que vos me debés algo, por exponer una historia tan personal de mi vida. 
―Vos estuviste de acuerdo en que la contara.
―Sí, pero nunca dije que te fuera a salir gratis. 
Mi mamá hizo algo que nunca me imaginé, viniendo de ella. Se puso de pie sobre la cama y se colocó justo frente a Cristela, dándole la espalda. Apoyó las manos contra la pared y levantó la cola. Esas grandes nalgas quedaron a centímetros de la boca de mi tía.
―Está bien, si este es el precio a pagar, lo acepto. Al fin y al cabo vos también pagaste después de chuparle la pija a los dos tipos del taller.
―¿Y de qué forma pagó? ―Quiso saber Macarena.
―Esa misma noche, cuando llegamos a casa, yo estaba muy enojada ―contó Cristela―. Tanto que la amenacé con decirle a mamá lo que había ocurrido. Alicia entendió que tenía que hacer algo para comprar mi silencio. Fuimos a su pieza, puso la cabeza entre mis piernas y empezó a darme una de las mejores chupadas de concha de mi vida.
―Al parecer se había quedado con ganas de seguir chupando ―comentó Maca.
―Lo hice para que no hablara.
―Ah, callate, Alicia. Bien que te gustó ―respondió su hermana―. Me la chupaste con unas ganas tremendas, hasta te hiciste terrible paja. Me hiciste acabar como tres veces. Esa noche fue mi esclava sexual. Si yo me sentaba en su cara, me tenía que comer la concha, sin chistar. Y lo hizo. Me la comió cada vez que yo le puse la concha en la cara.
―Y me imagino que habrás aprovechado la situación.
―¡Claro! La tuve toda la noche lamiéndome la rajita. Me lo merecía, por el tremendo papelón que me hizo pasar en el taller. Alicia es toda una experta comiendo concha, conmigo tuvo tiempo de practicar un montón.
―Vos también practicaste bastante ―dijo mi mamá―. Incluso esa misma noche.
―Bueno, sí… es que no me podía quedar con las ganas. Yo también quería chupar algo. 
―¡Uf! Me imagino los tremendos sesenta y nueve que habrán hecho ―dijo Maca―. Se me hace agua la concha.
―Estuvo mal que hiciéramos eso ―aclaró Alicia―. Fue un error. Éramos jóvenes e inocentes. No entendíamos por qué eso estaba tan mal. Sin embargo… sí, hicimos varios sesenta y nueve… y tengo que reconocer que estuvieron muy buenos. En especial los de esa noche. Creo que las dos estábamos muy excitadas.
―Uy, hermanita ¿estás admitiendo que estabas excitada? No lo puedo creer. Eso sí que merece una rica chupada de concha.
Cristela abrió las nalgas de mi mamá y se lanzó contra sus gajos vaginales. Comenzó a pasarles la lengua sin dejar un rincón inexplorado. Ver eso me motivó un montón. No aceleré mi ritmo, porque no quería acabar tan rápido, pero sí fui capaz de mantenerlo. Me moví como una máquina sexual. Mi verga se deslizó dentro de esa concha de la misma forma en que la lengua de Cristela lo hacía dentro de la concha de Alicia. Mi mamá comenzó a masturbarse, ella se encargó de frotarse el clítoris mientras su hermana se encargaba de lamer todo lo demás.
Macarena se las ingenió para colocarse en la cama, en medio de nosotros. Quedó acostada boca arriba justo debajo de Cristela. De hecho sus conchas quedaron prácticamente juntas. Lo mejor era que Maca tenía las piernas bien abiertas, no tenía más opción, porque yo estaba ocupando ese lugar. 
―¿Qué hacés, Macarena? ―Preguntó Alicia, sin dejar de pajearse.
―La tía te está comiendo la concha. A mí me gustan las conchas. Quiero ver cómo lo hace. Así aprendo un poco. Y no empieces con tus discursos, mamá. No soy lesbiana, pero no vas a evitar que me coma una concha de vez en cuando. Lo voy a hacer y punto. Y sos la menos indicada para quejarte, después de todas las veces que le comiste la concha a la tía Cristela. Además…
―Está bien, lo entiendo. Podés chupar conchas, si eso te gusta ―dijo Alicia. Macarena se quedó muda por un segundo.
―Me alegra que lo entiendas. Por cierto, tenés una concha muy linda. Me dan ganas de darle una probadita.
Me pareció que Macarena estaba tentando demasiado su suerte. Alicia podría enojarse en cualquier momento y mandaría todo a la mierda. Sin embargo, mi mamá debía estar mucho más excitada de lo que me imaginé. Sin decir nada, se agachó, quedando en cuclillas, con las piernas bien separadas. Por desgracia no pude ver cómo Macarena le comía la concha, pero debió ser un gran espectáculo. Sé que lo hizo, porque podía escuchar el chasquido húmedo que producía su lengua contra la concha, y los gemidos de mi mamá acompañaron la escena.
Cristela giró la cabeza, me miró, guiñó un ojo y se puso el índice sobre los labios, indicándome que me quedara callado. Agarró mi verga, la sacó de su concha y la orientó hacia abajo… hacia donde estaba la concha de Macarena. 
Asustado, negué con la cabeza. Con señas intenté decirle que mi hermana se podría enojar mucho si yo me tomaba semejante atrevimiento. Pero Cristela insistió. Sus señas eran algo confusas, pero entendí que me decía algo como: 
“Sé que no le va a molestar, yo la conozco, soy la tía. A esta puta le encanta la verga y se va a poner muy contenta si se la metés toda, en especial vos, que la tenés tan grande. Metesela toda sin miedo y dale duro”. 
Bueno, quizás sus señas no fueron tan específicas. Es posible que yo me haya inventado más de la mitad de las cosas. Pero la idea general era más o menos esa. 
Esta vez sí que se me subieron los huevos a la garganta… en sentido metafórico, claro. Apoyé el glande en la entrada de la concha de Macarena y esperé. Estaba seguro de que ella se quejaría, pero no fue así. Siguió chupando la concha de su madre con mucho ímpetu. Eso lo sé por los sonidos que producía su boca. 
―Uy, sí… qué rica pija ―dijo Cristela, para disimular que yo ya no la estaba cogiendo.
Con eso entendí que tendría que empezar a moverme rápido, antes de que Alicia comenzara a sospechar. Mi glande se fue hundiendo de a poco y comprendí la diferencia entre la concha de Cristela (muy abierta y experimentada) y la de Macarena (más estrecha y juvenil). A pesar de eso, la pija fue entrando con relativa facilidad. Metí una cuarta parte, no quise ir más adentro. Inicié el movimiento, lo hice rápido y con fuerza, más que nada para que la cama se sacudiera un poco. De esa forma mi mamá creería que se la estaba metiendo a Cristela. Pero algo mucho más interesante estaba ocurriendo ahí debajo. Macarena separó más las piernas, como si me estuviera diciendo: “Dale, nene… metemela toda”. Empujé con más fuerza y pude escuchar un gemido de Maca que se perdió entre los labios vaginales de Alicia. 
Mientras tanto, Cristela, amasó las tetas de su hermana y comenzó a besarla en el cuello. Fue una escena sumamente erótica. Mi mamá es muy sexy y Cristela la besaba como si fueran amantes. Alicia giró la cabeza y recibió un jugoso beso en la boca. Eso me llevó a preguntarme cuántas veces estas hermanitas se habían comido la boca de esa manera. Posiblemente ocurrió muchas veces… en especial en la noche posterior al pete doble.  
Verlas besarse de esa forma me puso a mil. Empecé a taladrar a Macarena, ya sin medir si mi verga entraba toda o no. Solo quería darle y darle. Es que mi verga se sentía tan bien dentro de su concha que no podía detenerme. El cuerpo me pedía más. Mi hermana gemía y eso me daba miedo, no quería que mi mamá sospechara lo que estaba ocurriendo. Aunque, pensándolo bien, Alicia tenía sus propias distracciones. Seguramente ella estaba más preocupada por los movimientos de la lengua de su hija, y no tanto por sus gemidos. 
Al parecer mi mamá aún quería cariñitos de su propia hermana, porque volvió a ponerse de pie y se abrió las nalgas. Me sorprendió que esta vez Cristela fuera a lamer directamente el agujero del culo. Alicia, en lugar de quejarse, levantó más la cola, como si dijera: “Dale por ahí, que me gusta”. 
―Mami ―dijo Macarena―. ¿Cómo terminó el pete a los mecánicos? ¿Te cogieron o no?
―No, pero sí me mandaron mano de lo lindo… aunque sin sacarme el short. 
―Pero hubo algo más, Alicia ―dijo Cristela―. Dale, contales lo lindo que fue el final. 
―Hubo semen ―dijo mi mamá―. Y mucho. Sabía que los hombres podían eyacular bastante, eso ya lo había visto, aunque nunca había estado tan cerca. El primero en acabar fue el propio Aníbal. Me dijo: “Abrí la boca, mamita, es hora de tomar la leche. Está bien calentita, como a vos te gusta”. Pensé que eso me iba a dar asco, pero estaba tan excitada que cuando el primer chorro de leche me cayó en la lengua, me lo tragué todo. Y ahí nomás empezó a acabar el segundo tipo, sobre mi cara.
―Yo no lo podía creer ―dijo Cristela―. La dejaron toda llena de leche. No había ni un centímetro de su cara que no estuviera cubierto por semen. Fue hermoso. Hasta yo estuve tentada a ir a buscar un poquito de leche… pero Alicia no parecía dispuesta a compartir. Se aferró a esas pijas como si fueran su trofeo y las succionó hasta sacarles la última gota de leche. 
Los detalles de ese relato me calentaron tanto que pude sentir el semen saliendo de mi verga. Por suerte atiné a sacar la pija. Creo que el primer chorro sí fue a dar dentro de la concha de Macarena, pero los demás cayeron por fuera. Penetré a mi tía Cristela para terminar de eyacular allí dentro. Esta fue la mejor decisión, por dos motivos: primero porque así habría abundante semen en mi tía, y mi mamá no sospecharía nada; y segundo, porque acabar dentro de una concha es infinitamente mejor que hacerlo afuera.
―Tu hijo me dejó llena de leche otra vez, Alicia. ¿Por qué no me la limpiás con la lengua?
Esta vez mi mamá no puso objeción. Se dio la vuelta y encaró hacia donde yo estaba. Se puso boca abajo en la cama y miró el desastre que yo había hecho.
―Uy, acá hay mucha leche… y les tocó a las dos ―dijo Alicia.
―Entonces nos vas a tener que limpiar a las dos ―sugirió Macarena. 
Mi mamá le dio un fuerte chupón a mi verga, ocasionando que los últimos vestigios de semen cayeran dentro de su boca. Esto de darle de tomar la leche a mi mamá cada día me gusta más. Me encanta ver cómo ella se la traga. 
Luego se lanzó de cabeza contra la concha de Cristela y empezó a limpiarla con grandes lamidas que arrastraban semen y jugos vaginales por igual. Después de dos o tres lamidas pasó a la de Macarena. Creí que le costaría más, tratándose de la concha de su propia hija, sin embargo lo hizo con bastante soltura. Lamió esos gajos vaginales de la misma forma en que lo había hecho con los de Cristela… o con los de Ayelén. Quizás con esto mi mamá le demostraba a su hija que quería hacer las paces con ella. Que aceptaba que Macarena quisiera comerse una concha de vez en cuando. Era como si le dijera: “¿Ves? Yo también me como alguna que otra concha de vez en cuando”. 
El espectáculo fue hermoso. Duró varios minutos. Mi mamá no dejó ni por un segundo de chupar concha, ya sea una o la otra. Mientras tanto Macarena le chupó las tetas a Cristela y se dieron unos cuantos besos en la boca. Me pregunto si mi mamá habrá notado que parte del semen salió del interior de la concha de Maca. Quizás no, con tanto semen y tantos jugos, es difícil determinarlo. Pero estoy seguro. Ella metió la lengua por el agujero y tal vez pudo notar el sabor a semen que había allí dentro. O tal vez no, y solo me estoy haciendo la cabeza al pedo. 
Más allá de todo esto, Alicia no dijo nada. Se limitó a chupar concha. Yo miré atentamente la escena, para guardarla muy bien en mi memoria. Me sería muy útil para futuras referencias pajeriles.
Después de esto fuimos todos al living-comedor e hicimos un poco de vida familiar, algo que hubiera sido totalmente normal, de no ser porque estábamos desnudos. No sé adónde nos llevará este tipo de vida, pero ahora puedo decir que estoy disfrutando de la cuarentena. Hasta me da miedo que termine. 
¿Qué pasaría si de pronto todas las mujeres de mi casa pudieran recuperar su vida social normal? ¿Seguirían acercándose a mí? ¿Tendríamos momentos tan íntimos como el que ocurrió en el cuarto de Macarena?
Me jode pensar en eso. Y más me jode tener que estar de acuerdo con mi mamá: prefiero que todas se queden dentro de la casa, aunque no por el puto virus, sino porque así la paso mejor. Es muy egoísta de mi parte, lo sé… por eso me jode tanto. 
 

3 comentarios - Aislado Entre Mujeres [31].

garcheskikpo
Nahuel está listo para vivir como los jeques, con muchas minas
JRider3
Brutal cuarteto👏👏
nesthor1220
Dios, lo estoy releyendo, y no encuentro punto débil en el relato ( quizá se deba a que cada que leo, sí o sí termine pajeandome jaja)

10/10 a la autora👍