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Capítulo 26.
Desfile de Conchas.
―¿Estás nerviosa? ―Pregunté.
Mi hermana Pilar me miraba fijamente a los ojos, ella estaba acostada frente a mí, con las piernas abiertas. Mi verga erecta estaba a pocos centímetros de su concha.
―Sí, muy nerviosa.
―Es lógico que te sientas así ―dijo Macarena―. Al fin y al cabo… va a ser tu primera vez.
―No es solo por eso, y lo sabés.
―Bueno, sí… primera vez… y encima con tu hermano. Pero eso ya lo hablamos… esta es tu última oportunidad para arrepentirte.
Mientras hablaba, Macarena le acariciaba el clítoris a su hermana. Pilar cerró los ojos y dijo:
―Vamos a hacerlo. Después tendré tiempo para mortificarme por esto.
―Esa es la actitud ―dijo Macarena. Le metió dos dedos en la concha, los movió durante unos segundos, y cuando los sacó pude ver que estaban cubiertos de jugos vaginales―. Esta concha ya está lista, Nahuel.
Yo no estaba tan nervioso como Pilar, todas las cosas que pasaron durante los últimos días me ayudaron a curtirme un poco. Lo único que me tenía preocupado era defraudarla… o lastimarla. Aunque ya había comprobado que mi verga entraba bien en esa concha.
Hablando de mi verga… la muy desgraciada no deja de palpitar, como si supiera lo que le espera dentro de esa cuevita.
La agarré y la apoyé suavemente entre los labios vaginales de Pilar. Lo primero que sentí fue tibieza y humedad. Miré a mi hermana una vez más a los ojos, como si le estuviera preguntando si estaba lista. No hicieron falta palabras, ella comprendió perfectamente. Asintió con la cabeza y casi al instante empujé.
La primera parte de la penetración fue suave, sin resistencia. Se sintió como si su vagina abrazara mi glande. Macarena observaba la escena casi sin respirar, a pesar de que ella nos había convencido de hacer esto, parecía no poder creer lo que veía. Pilar levantó las piernas, agarrándolas por debajo de sus rodillas. Su boca estaba entreabierta y sus preciosos ojos seguían clavados en mí. Sus grandes tetas subían y bajaban al acelerado ritmo de su respiración. Se me hizo raro pensar que esa mujer tan sensual era mi hermana.
Encontré la primera resistencia, retrocedí un poco y empecé a dar pequeños empujoncitos. No sé bien por qué lo hice, simplemente me resultó intuitivo. Si quería meterla más, sin hacerle daño, esa era la mejor opción.
El verdadero placer comencé a sentirlo cuando atravesé esta primera barrera de resistencia. Pilar se aferró a las sábanas, evidentemente le dolía un poco. Ella no tenía práctica en el tema y el tamaño de mi verga debería resultar intimidante.
Quizás con la intención de que se tranquilizara más, Macarena volvió a acariciarle el clítoris.
Lentamente mi verga se fue hundiendo más y más. Definitivamente no fue como cuando se la metí a Ayelén, esto era aún más morboso. Imagino que si existe alguna “escala del morbo” cogerse a una hermana siempre va a ser mucho más morboso que hacerlo con una prima… aunque esa prima esté muy buena.
Metí más o menos la mitad de la verga y me quedé quieto, como si mi cerebro se hubiera apagado.
―Dale, nene. ¿Qué esperás? ―Me dijo Macarena―. Empezá a darle.
―¿A darle? ―Le pregunté porque mi cerebro no podía procesar el significado de ninguna palabra.
―Y sí… ¿o acaso creías que bastaba con meter la verga? Pilar quiere que te la cojas. ¿No es cierto, Pilar?
―Bueno… si lo decís de esa manera…
―No importa cómo lo diga, lo importante es que ustedes lo hagan.
Macarena se colocó detrás de mí, envolvió mi cintura con ambos brazos, pude sentir sus pequeños pechos, de erectos pezones, apoyándose contra mi espalda. Ella comenzó el suave bamboleo, marcándome el ritmo. Mi verga retrocedió y volvió a entrar, para luego repetir todo el proceso una y otra vez. Pilar me miró con los ojos muy abiertos, casi desencajados, como si me estuviera diciendo: “De verdad está pasando… de verdad me estás cogiendo”.
―Agarrale las piernas ―Me dijo Macarena al oído―. Con fuerza ―Hice lo que ella me pidió―. Ahora empezá a darle… metela todo lo que puedas. Ahora no te preocupes por hacerlo rápido. Está bien que vayas despacio, para que se le abra bien la concha. Tenés mucha pija, Nahuel, así que vas a tener que aprender a ser paciente con las mujeres.
―Especialmente con las primerizas ―remarcó Pilar.
―¿Te duele?
―No, no… para nada. Si me llega a doler, yo te aviso.
―¿Y te gusta? ―Le preguntó Macarena.
―Em… bueno, sí… se siente muy rico.
―Y se va a sentir mucho mejor, te lo puedo asegurar.
Eso era cierto y lo pude comprobar casi al instante. Pude sentir toda mi virilidad palpitando desde el interior de mi verga. Esto me ayudó a tomar coraje. Sujeté las piernas de Pilar con más fuerza y empecé a marcar yo mismo el ritmo de las penetraciones. Mi hermana cerró los ojos y abrió la boca en un mudo gesto de placer.
―Dale, dale… así… ―Susurró Macarena a mi oído―. Andá aumentando el ritmo de a poquito.
Macarena se movió conmigo todo el tiempo, esto era el equivalente a usar rueditas extras al aprender a andar en bicicleta. Ella me indicaba cuando acelerar y cuándo frentar.
―Eso, ahora bajá un poquito, hacela disfrutar. Si siempre se la metés al mismo ritmo, pierde la gracia. Ella tiene que desearla un poquito… que te la pida ―remarcó cada sílaba de esa frase de una forma tan sensual que un escalofrío cruzó por mi columna vertebral.
Pilar estaba con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas, ella jadeaba y me dio la impresión de que intentaba contener sus gemidos, para que no se oyeran en toda la casa.
Moví lentamente mi verga, quería darle rápido, el cuerpo me lo pedía; sin embargo esperé, tal y como me dijo Macarena. Esperé y esperé… sin dejar de moverme, pero sin acelerar.
―Metemela fuerte ―dijo Pilar, en un susurro casi inaudible.
―Si la querés, pedila con más ganas ―dijo Macarena―. ¿La querés?
―Sí…
―No te escucho.
―Sí, la quiero toda adentro… metemela fuerte…
Era casi como si hablaran entre ellas, como si fuera la propia Macarena quien se la estaba cogiendo. Aunque el que se llevaba la mejor parte era yo, estaba bien apretadito entre las dos, más caliente que nunca. Recién ahí caí en la cuenta de que llevaba un buen rato metiéndole la verga, y ni siquiera había pensado en eyacular.
Empecé a metérsela fuerte otra vez, intentando penetrarla tan hondo como me fue posible. Me encantó ver cómo mi verga se perdía dentro de su concha, parecía magia. No podía creer que todo eso estuviera entrando en el cuerpo de mi hermana.
―¿La estás pasando bien? ―Le preguntó Macarena a Pilar.
―Sí… muuuuy bien. Esto es mejor que hacerse mil pajas.
―Totalmente de acuerdo ―dije, sin dejar de moverme.
―Te dije que te iba a gustar. Espero que no te arrepientas de haberlo probado.
―Espero que no… y ya que estamos… em… me gustaría probar otra cosa ―Pilar habló sin mirarnos, evidentemente se avergonzaba de lo que estaba pidiendo.
―¿Qué querés probar? ―Preguntó Macarena.
―Vos ya sabés… no me hagas decirlo.
―Mmm… ya veo. ¿Estás totalmente segura? Mirá que eso es un viaje de ida…
―Es solo una probadita…
―Bueno, si insistís…
Macarena se apartó de mí, gateó por la cama hasta colocarse junto a Pilar y luego puso las rodillas a los lados de la cabeza de su hermana, dándome la espalda. La concha de Macarena quedó justo encima de la boca de Pilar.
―Yo estoy lista cuando vos estés lista ―dijo Maca.
Pude ver sus dedos apareciendo por debajo de sus labios vaginales. Me sorprendió que Pilar quisiera probar una concha justo ahora. Pensé que si hacía eso esperaría a estar a solas con Macarena.
―En cuanto yo esté lista, te vas a enterar ―dijo Pilar.
―Che, Nahuel… ¿podrías metérsela un poquito más rápido? A esta putita la quiero bien caliente… porque si me va a chupar la concha, quiero que lo haga bien.
Pilar soltó una risita nerviosa, no recuerdo que alguien la haya llamado “putita” alguna vez, debió parecerle divertido que su hermana le dijera de esa manera justo en esta situación.
Me aferré con más fuerza a las piernas de Pilar y empecé a darle de la misma forma en que lo había hecho con mi prima Ayelén. Podía ver mi verga entrando y saliendo casi al completo de esa concha, aunque a veces mis movimientos eran cortitos, pero rápidos. Intenté ir variando esto, siguiendo con el consejo de Macarena de no hacerlo siempre al mismo ritmo.
―Miralo de esta forma ―dijo Maca―. Esta es la única oportunidad que te voy a dar de probar concha, la aceptás ahora, o te quedarás con las ganas hasta que consigas otra.
―Mmm… si me lo ponés de esa manera…
La lengua de Pilar se estiró hasta encontrarse con los labios vaginales de su hermana. Noté cierta timidez en la lamida, pero fue bastante consistente, por ser la primera. Luego la siguió otra… y otra. Al parecer Pilar decidió que seguiría adelante con esto, porque agarró ambas nalgas de Macarena y empezó a darle pequeños chupones a la concha, especialmente en la zona del clítoris.
―Eso… así me gusta… que te animes… ¿ves que no era tan difícil?
Mientras tanto yo agudicé mis oídos, temía que alguien quisiera interrumpirnos en el mejor momento. Especialmente porque Pilar había hecho bastante ruido con sus gemidos. Giré la cabeza para mirar la puerta, que estaba detrás de mí. Me tranquilicé al ver que la silla seguía en su sitio, haciendo casi imposible que alguien entrara sin tener que empujar durante un buen rato. Tampoco llegó nadie a preguntar qué eran esos ruidos tan extraños.
Ya más tranquilo, recobré el ritmo de mis penetraciones, aunque no lo hice demasiado rápido. Aún no quería acabar. Me entretuve mirando cómo Pilar chupaba concha y cómo Macarena parecía estar bailando sobre ella. El meneo de cadera era formidable, sutil, pero sumamente sensual.
Después de un rato Macarena decidió cambiar de posiciones.
―Vení, nena… ahora me toca a mí devolverte el favor ―le dijo a su hermana.
Las dos bajaron de la cama, yo me quedé en la misma posición exacta: de rodillas y con la pija dura. Macarena se acostó boca arriba, con la cara del lado de mi verga, y empezó a chupármela al instante. Después de tres o cuatro chupones, le hizo señas a Pilar para que se acercara. Ella obedeció, se acomodó tal y como lo había hecho antes Macarena, dándome la espalda, solo que su cola quedó mucho más cerca de mí. Pude sentir los dedos de Maca orientando mi verga para que volviera a hundirse en la concha.
Esta posición me gustó mucho. Tomé a Pilar de la cintura y empecé a moverme de atrás para adelante. Bajé la mirada, porque me gusta mucho ver la verga entrando… además así también pude contemplar cómo la lengua de Macarena jugaba con la concha de Pilar. Se notaba que Maca tenía mucha más experiencia en el asunto, lo hacía con una maestría sorprendente. Me pregunté cuántas veces habrá tenido sexo con su amiga… ¿y habrá estado con otras mujeres además de Camila? Probablemente sí…
―Estoy por acabar ―anuncié, con timidez, después de un rato.
―No te preocupes ―dijo Maca―. A mí me encantaría que acabaras ahora mismo y dejaras esta rica concha bien llena de leche.
Entendí al instante a qué se refería. Ella pretendía replicar la escena que habíamos visto en su celular, cuando se tomó el semen que salía de la concha de Camila. Me dio mucho morbo que quisiera hacerlo con mi semen… y con la concha de Pilar.
―Yo también estoy por acabar ―dijo Pilar―. Esto es lo más lindo que hice en mi vida… me encanta. No me imaginé que coger se sintiera tan bien. Ahora sé por qué te gusta tanto, Maca.
―Espero que no te arrepientas de haberlo probado en estas circunstancias.
―Espero que no ―dijo Pilar―. Intentaré tener en mente que si no lo hacíamos así, íbamos a tener que esperar quién sabe cuánto tiempo…
Yo casi no las escuchaba. Estaba totalmente concentrado en meter y sacar la verga, esta vez sin miedo a dejar salir todo lo que acumulaban mis testículos.
La espera no fue mucha, entre tantas embestidas constantes, mi semen consiguió el impulso suficiente como para saltar a chorros. Me sentí muy extraño sabiendo que todo eso iba a ir a parar al interior de Pilar… supe que estaba mal; pero me tranquilicé cuando ella dijo:
―¡Uy, qué rico! No saben las ganas que tenía de que me llenaran la concha de leche. Es muy lindo sentirla calentita.
Macarena no respondió, ella estaba concentrada lamiendo las gotas que lograron escapar de la concha… y el gran momento llegó cuando yo saqué la verga. Fue como destapar una botella de leche y voltearla. El líquido blanco fluyó hacia afuera y Macarena lo recibió con la boca abierta. Se lo tragó todo sin dudarlo y siguió lamiendo, para tomarse hasta la última gota. También le dio algunos chupones a mi glande, con la misma finalidad.
Mientras ocurría esto, Pilar se masturbaba a toda velocidad. Su respiración se agitó mucho, imagino que ella también tuvo un orgasmo. Luego hizo algo que me sorprendió, bajó la cabeza hasta encontrarse con la concha de Macarena y empezó a chuparla. Yo me coloqué junto a ellas, para admirar cómo dos de mis hermanas hacían un perfecto 69. Se chupaban la una a la otra como si llevaran años haciéndolo.
Pasaron unos segundos y empecé a sentir unas fuertes ganas de orinar.
―Bueno, chicas, yo me voy ―les dije―. Las dejo tranquilas ―ninguna respondió―. Lo único que te pido, Maca, es que no le cuentes a Pilar lo que pasó en la playa, hasta que yo esté presente. Quiero saber todo… lo mismo va para los videos. Todavía no se los muestres.
Macarena hizo una seña con la mano que bien podía significar: “Andá tranquilo, que no le voy a contar nada” o “Salí de acá, pendejo, dejanos comer concha en paz”.
Antes de salir tuve que destrabar la puerta. Al salir me quedé unos segundos en el pasillo, sin respirar. Cuando estuve seguro de que no había nadie cerca, corrí hasta el baño. Me estaba re meando.
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Al día siguiente estaba muy tranquilo en mi pieza, buscando algo para leer en mi pequeña biblioteca personal cuando escuché quejas provenientes del living-comedor.
“¿Otra vez están peleando?”, pensé.
Me di cuenta de que la situación no era normal cuando vi a Pilar y a Macarena completamente desnudas, sentadas en un sillón. Las había visto sin ropa recientemente, eso no fue lo que me resultó extraño. Lo curioso era verlas así frente a todas las demás, porque todas las mujeres que viven en mi casa estaban allí, y la que más se quejaba era Gisela.
―¿Es que no les da vergüenza estar sin nada? Eso de andar en tetas ya me parecía mucho. ¿Por qué tenemos que estar viéndoles la cachucha? De vos, Maca, no me sorprende… pero ¿Vos también Pilar? Eso sí que no lo vi venir.
A pesar de sus quejas, mi hermana mayor estaba despampanante, tenía puesto un corpiño deportivo gris que le apretaba sus grandes tetas semejantes a pelotas. Además tenía puesta una diminuta tanga blanca que a duras penas le tapaba la concha, incluso se podía ver todo su pubis depilado. Cuando se giró un segundo, para hablar con mi mamá, pude ver que casi toda la tela de la tanga se perdía dentro de sus voluminosas nalgas. Solo se podía ver una pequeña franja que parecía pintada sobre sus labios vaginales. La raya de la concha se le marcaba a la perfección.
―¿No les vas a decir algo, mamá? ―Preguntó Gisela.
―No sé por qué te quejás tanto ―dijo Macarena―. Vos estás prácticamente en concha. Eso no te tapa nada.
―No es lo mismo ―dijo Gisela―. Al menos estoy usando algo… y ya iba a ponerme un pantalón.
―Si es por mí, no hace falta que lo uses ―intervine―. A mí no me molesta que anden en tanga, o sin nada… ya me acostumbré.
Para demostrar que mi intención no era discutir, me senté en el sillón que estaba justo frente a Pilar y Macarena, a mi izquierda quedó Tefi, que parecía más preocupada de la pantalla de su celular que de la discusión familiar.
Mi tía Cristela y mi prima Ayelén estaban sentadas en la mesa del comedor, a pocos metros de los sillones, tomando mates, y mi mamá iba de acá para allá con un plumero, limpiando sobre lo limpio. Ella también estaba vestida de una forma muy sensual. Me di cuenta de que mi casa parecía el set de una película porno. Está llena de mujeres con cuerpos exhuberantes y con muy poca ropa… o ninguna. En el caso de mi madre su atuendo consistía en una blusa blanca sin mangas y tanto escote que al agacharse siempre alguna de sus grandes tetas terminaba escapándose un poco… o al menos mostraba un pezón. Debajo tenía una tanga blanca muy parecida a la de Gisela, solo que no tan pequeña. Sin embargo, a ella también se le marcaban bastante los labios vaginales. Recordé que ella había agarrado algunas de las tangas de Macarena, probablemente ésta era una de ellas. Mi mamá tiene más cadera y más nalgas que Maca, se nota que esa tanga le queda muy ajustada. Incluso, si se agacha mucho, se puede ver parte de sus labios vaginales asomando por los costados. Y hablando de asomar… dentro de mi pantalón hay alguien que lucha por asomarse afuera y ver, con su único ojo, a las hermosas mujeres que me rodean.
―Yo sabía que esto iba a pasar ―dijo mi mamá, sin dejar de limpiar―. Cuando se quedaron en tetas y decretaron el uso de las tangas, supe que tarde o temprano todas iban a querer andar desnudas.
―No todas ―dijo Gisela―. Yo no quiero andar así, y agradecería que ellas también se taparan un poco.
―A mí me gusta la idea de andar sin ropa ―dijo Ayelén. Al parecer no le importó que varias de las personas de la casa estuvieran contra ella, dio su opinión igual.
―¿Y por qué te gusta? ―Le preguntó mi mamá.
―Porque es más cómodo. No hay libertad más grande que andar sin ropa… y últimamente, con tanto encierro, nos vendría bien un poquito de libertad.
―No siempre estoy de acuerdo con Ayelén ―comenzó diciendo Macarena―; pero esta vez opino igual que ella.
―¿Y a vos por qué te molesta? ―Le preguntó Alicia a Gisela.
―¿Me vas a decir que a vos no te molesta?
―No dije eso, solo te pido tu opinión ―noté a mi mamá más democrática de lo habitual. ¿Será que realmente está cambiando su actitud? ¿Estará aprendiendo a convivir con sus hijas?
―No me gusta. Me parece muy vulgar eso de estar todo el tiempo desnuda frente a la familia. Vulgar e inapropiado.
―¿Te da miedo que al pajero de tu hermano se le ponga dura la pija al verte la concha? ―Preguntó Ayelén, con su acostumbrado gesto entre burlón y desafiante.
Gisela bajó la cabeza y ni siquiera se animó a responder.
―¿Así que el problema soy yo? ―Pregunté.
―No, Nahuel, nunca dije eso ―Gisela evitó el contacto visual conmigo―. Es solo que… a mí me resultaría incómodo andar desnuda delante tuyo… y sí, claro, lo mismo me pasaría si te veo con una erección a cada rato. Y seamos honestos… si todas anduviéramos desnudas todo el tiempo ¿creés que no te afectaría… ahí abajo? ―Señaló el creciente bulto de mi pantalón.
―Obvio que le afectaría ―dijo Macarena―. Es un pendejo de dieciocho años que pasa más tiempo haciéndose la paja que estudiando.
―Gracias ―le dije―. Por suerte te tengo a vos para que me defiendas.
―No lo digo como algo malo, Nahuel. A mí me parece perfecto que te hagas todas las pajas que quieras. Así como también me parece perfecto que te acostumbres a vernos desnudas, eso te va a dar confianza con las mujeres… y en vos mismo. Va a llegar un punto en el que te va a resultar tan normal vernos desnudas, que ya ni siquiera se te va a parar la verga.
―Es un buen punto ―dijo Tefi, quien hasta ese momento había permanecido en silencio―. Además no hace falta que andemos desnudas para que a este se le ponga dura la pija. Apenas ve un culo en tanga se le para… aunque sea el culo de una de las hermanas, o de la madre.
―Porque es un degenerado ―acotó Ayelén.
―Che, no le digas así a tu primo ―intervino mi tía Cristela―. Esto ya lo hablamos antes. A Nahuel se le va a parar más de una vez al día, dejen de hacer tanto escándalo por eso, especialmente vos, Gisela. De todas las presentes vos sos la que más debería solidarizarse con Nahuel. Para él sos como una segunda madre, y lo sabés muy bien.
Hubo silencio durante unos segundos, luego Gisela miró a Alicia y preguntó:
―¿Vos qué opinás, mamá? ¿Estarías dispuesta a andar desnuda?
―No. Y no es porque me moleste que Nahuel me vea desnuda. Simplemente no me parece apropiado hacerlo. En este punto pienso igual que vos. Creí que Pilar opinaba igual, porque dijo un montón de veces que no se iba a quitar la ropa… y ahora anda así. ¿Qué fue lo que cambió?
―No cambió nada ―dijo Pilar―. Me pone muy nerviosa estar desnuda delante de ustedes, me cuesta un montón.
―¿Entonces por qué lo hacés? ―Quiso saber Tefi.
―Por el mismo motivo que explicó Macarena para Nahuel: va a llegar un punto en el que me va a resultar natural estar desnuda frente a ustedes. Eso me va a dar más confianza en mí misma. Y si alguna de ustedes quiere colaborar, quitándose la ropa, lo voy a agradecer mucho. No me voy a sentir tan rara al andar desnuda.
―Yo no tengo problema en andar desnudo frente a ustedes ―no era del todo cierto, aún me inhibe un poco; pero lo vi como una forma de apoyar a Pilar―. Y eso que soy el único que no tiene concha. Siempre me voy a sentir raro estando desnudo frente a ustedes… o tal vez no. Tal vez Macarena tiene razón.
―Yo apoyo totalmente la moción ―dijo mi tía Cristela.
Acto seguido se levantó y de un tirón se sacó la tanga violeta que tenía puesta. Pude ver su hermosa concha, de carnosos labios, aparecer ante mis ojos… y mi verga lo supo.
―¿Alguien más? ―Preguntó Pilar.
―Yo me sumo ―dijo Tefi.
Mientras Cristela liberaba sus tetas, Estefanía se quitó el short y la remera que traía puesta, mostrándonos su cuerpo de curvas perfectas y bien definidas.
―A mí siempre me gustó la idea de andar desnuda ―dijo Ayelén―. No lo hago porque Pilar me lo pida, sino simplemente porque se me da la gana.
―No hace falta que aclares ―dijo Macarena―, de todas formas nadie esperaba un acto solidario de tu parte.
Las dos intercambiaron miradas furiosas, prácticamente se podían ver las chispas saltando por el aire. Había que distraerlas rápido, antes de que el living-comedor se convirtiera en un campo de batalla.
―Bien, entonces yo también me sumo ―dije.
Me puse de pie de un salto y me quité el pantalón, mostrándole a todas mi verga, que ya estaba casi completamente dura. Las siete mujeres de la casa me quedaron mirando fijamente.
―Excelente ―dijo Macarena, con una radiante sonrisa―. Ahora solo falta convencer a estas dos ―señaló a Alicia y a Gisela.
―Yo me puedo encargar de mi hermana ―dijo Cristela. Caminó hacia Alicia, sus tetas rebotaron a cada paso que dio. Con el pelo tan rojo y sin ropa, realmente era capaz de atraer las miradas de todos los presentes―. Vení, Alicia, dejá el plumero, que te va a hacer mal limpiar tanto.
―Pero…
―Nada de peros.
La tomó de la mano y la llevó hasta la mesa. Luego le dio un leve empujoncito, obligándola a apoyar las manos sobre la mesa. Alicia quedó dándome la espalda, como a casi todos los demás. A la única que miraba de frente era a Ayelén, que aún seguía en su silla. Mi mamá estaba preciosa, sus redondas y definidas nalgas parecían un durazno maduro y jugoso. Cristela empujó un poco más su espalda, haciendo que levantara más el culo. A continuación le dio un fuerte golpe con la mano abierta. Sono un ¡PAF! y los dedos de Cristela quedaron marcados en la nalga derecha de mi mamá.
―¡Auch! ―Se quejó Alicia―. ¿Por qué hiciste eso?
―Porque tenés un culo tan lindo que provoca mandarle toda la mano… además de que la mano me entra completita… mirá, los cinco dedos marcados en la misma nalga, y todavía queda lugar.
―¿Me estás diciendo culona?
―Siempre fuiste culona. Creí que estabas orgullosa de eso.
―Bueno, yo…
―Y te conozco bien, hermanita. Sé que preferís mantener las apariencias, pero en el fondo te encanta que te miren. ¿Te acordás de cómo pasabas frente al taller mecánico con un mini-short que te dejaba la mitad de las nalgas afuera?
―¿Mamá andaba así por la calle? ―Preguntó Gisela, muy sorprendida.
―No siempre… porque le gustaba aparentar que era una chica buena, pero a veces… a veces simplemente salía a provocar. No digas que no, Alicia, porque no te voy a creer. Hubo un día en el que yo estaba caminando con ella, y cuando pasamos justo frente al taller, a Alicia se le cayeron las llaves al piso. Y la muy desgraciada se agachó parando bien el orto y apuntándolo justo hacia donde estaban todos los muchachos del taller. Se pusieron como locos.
―¿Ella tenía puesto el mini-short? ―Pregunté, con la verga palpitando.
―¿Que si lo tenía puesto? Lo tenía encarnado. Se le metió bien entre las nalgas, incluso entre los labios de la concha ―Cristela pasó un dedo dibujando la raya de la vagina de mi mamá―. “Te vamos a romper el orto, putita”, fue lo más suave que le dijeron los tipos del taller. Yo me quedé anonadada… y ella, siguió caminando como si no hubiera escuchado nada. Un poco más tarde, cuando ya estábamos en casa, espié dentro de su cuarto y vi que se estaba haciendo tremenda paja.
―Era joven, no sabía lo que hacía ―se defendió mi mamá.
―Ya tenías como veinte años, Alicia. Creo que lo sabías muy bien lo que hacías. Y estoy segura de que esto de andar desnuda también te va a favorecer a vos.
―Y… porque te va a levantar la autoestima si alguien se te queda mirando, como hacían los tipos del taller.
―Pero son mis hijas… y mi hijo.
―Ajá, sí… pero igual tienen ojos, querida.
―No sé… no me parece.
―A mí me parece que sí…
Aquí la cosa empezó a tomar otro color. Cristela volvió a pasar la mano por la concha de Alicia, pero lo hizo lentamente, ejerciendo más presión. Sus dedos comenzaron a moverse en círculos, en poco tiempo quedó claro que la estaba masturbando por encima de la diminuta tanga. La tela blanca se fue perdiendo más y más dentro de los labios vaginales de mi madre.
―La tenés muy linda, Alicia ―dijo mi tía―. No nos prives de verla. Estamos en familia. Acá nadie te va a juzgar.
Noté que mi madre se inclinaba más hacia adelante y levantaba la cola, como si se estuviera ofreciendo a los toqueteos. Cristela aprovechó este momento de debilidad para tirar de la tanga y bajársela hasta las rodillas, luego hizo que mi mamá separase un poco las piernas. Acarició una vez más la concha y la abrió usando dos dedos. Todos pudimos ver el interior de la vagina de Alicia. Estaba muy húmeda.
Cristela juntó dos dedos y los introdujo de una sola vez en la concha. Alicia soltó un quejido.
―Tía, me parece que te estás pasando un poquito… ―dijo Gisela, que miraba la escena con los ojos desencajados.
―Gise, yo soy la hermana de Alicia. Pasé con ella mucho más tiempo que vos. Nos criamos juntas. Sé lo que estoy haciendo.
Los dedos empezaron a entrar y salir rápidamente, como si con ellos se estuviera cogiendo a su hermana. Los quejidos de Alicia se transformaron en gemidos.
―Tenés una concha muy linda, mamá ―dijo Macarena―. No deberías avergonzarte de mostrarla.
―Es cierto, mamá. A mí no me molesta verte desnuda ―opinó Tefi.
―Y estoy segura de que al pajero de tu hijo tampoco le molesta ―acotó Ayelén.
―Es cierto, no me molesta ―dije―. Porque esta es la casa de todos, y si vamos a estar tanto tiempo encerrados, está bueno que nos sintamos cómodos. Sin que nadie nos juzgue por como nos vestimos… desvestimos. Y con esto también quiero decir que dejen a Gisela en paz, si ella no quiere desnudarse, que no lo haga ―mi hermana mayor me regaló una sonrisa maternal―. Pero vos también, Gise. Deberías respetar la desición de las demás, si ellas quieren andar desnudas, que lo hagan.
―Mmm… bueno, mientras no me obliguen a mi a desnudarme ―miró fijamente cómo los dedos de la tía Cristela entraban y salían de la concha de nuestra madre―. Y si alguna me toca así, sin mi permiso, la cago a trompadas… y te estoy hablando especialmente a vos, Macarena.
―Yo no hice nada. ―Se defendió la aludida―. Y quedate tranquila, que no te voy a obligar a desnudarte, ni te voy a meter los dedos. Estas dos tienen sus propia forma de arreglar los conflictos; pero no significa que nosotras debamos hacer lo mismo.
―Me parece una forma muy alocada de resolver conflictos.
―Y todavía no viste nada ―dije.
―¿A qué te referís? ―Preguntó Gisela.
―Nada… nada… es solo que, no es la primera vez que veo a la tía haciendo eso mismo con mamá. Nada más.
Metí la pata y no quise aclarar que había visto algo mucho más intenso que un toqueteo de concha.
―¿Y qué me decís, Alicia? ―Preguntó Cristela, como si no hubiera escuchado la conversación―. ¿Vas a andar desnudita? Mirá que a nosotras nos va a encantar verte la concha todo el día…
―Mm… bueno, está bien… si me lo pedís así… ―soltó otro gemido.
Cristela se apartó de ella, me dio la sensación de que, de haberlo querido, podría continuar con la masturbación hasta que Alicia llegara al orgasmo, porque ella no se lo impediría.
Mi mamá terminó de quitarse la tanga y luego de hacer lo mismo con su blusa nos miró, sus mejillas estaban muy rojas, parecía desconcertada, y sus pezones estaban erectos. Estaba realmente sexy.
―Está bien, chicas. Si quieren andar desnudas, pueden hacerlo. Solo les pido que respeten a las que no quieran hacerlo.
―Me parece bien ―dijo Macarena―. Me conformo con que me dejen andar en concha, y en paz. Además me quedo muy contenta porque la mayoría se sumaron a la iniciativa. ―Sonrió con mucho orgullo―. Quizás algún día Gisela también se cope con la idea.
―Lo dudo mucho.
―Yo no ―dijo Tefi―. Porque te animaste a andar así… y vamos, hermana, seamos honestas… se te recontra marca la cajeta con esa tanga tan diminuta. Por cierto, te queda re bien.
―Bueno, em… gracias… supongo.
―A mí me parece que…
―A nadie le importa lo que vos opinás, pendeja ―dijo Macarena, cortando en seco a Ayelén. Quizás sospechó que nuestra prima diría algún comentario hiriente hacia Gisela, por lo que no me molestó que la interrumpiera.
―No quiero que empiecen a pelear otra vez, por favor ―intervino Alicia―. Sé que la situación no es la mejor del mundo y que Ayelén tiene una personalidad un poquito… peculiar. Pero ella también vive en esta casa, y me gustaría que la traten con respeto, como a los demás.
―¿Un poquito peculiar? ―Preguntó Maca―. Gisela tiene una personalidad “un poquito peculiar”. Ayelén es una basura, y perdón tía si te molesta que te diga esto de tu hija; pero es lo que pienso. Ella trata como la mierda a todos y no para de hacer comentarios hirientes o conflictivos.
―Sí, lo sé ―dijo Cristela. Miró a su hija, Ayelén tenía chispas en los ojos y la boca fruncida en un gesto de rabia contenida. Parecía a punto de estallar―. ¿Por qué no te vas, Ayelén?
Esta pregunta hizo reaccionar a la rubia como si le hubieran tirado un baldazo de agua fría.
―¿Qué? ¿Me estás echando?
―No, lo digo en serio. Evidentemente no tenés ganas de estar acá. Te llevás mal con todo el mundo y no hacés nada para remediarlo. Ninguna de tus primas quiere que duermas en su pieza, y no me extrañaría que tu tía Alicia también termine hartándose. Acá nadie te retiene.
No sabía si mi tía lo decía en serio o si era una treta para hacer entender a Ayelén lo precaria que era su situación. De todas maneras sonó muy convincente.
Ayelén se puso de pie y se fue corriendo, con lágrimas en los ojos, hasta mi pieza. Se encerró allí dando un portazo.
―Bueno, con eso va a dejar de molestar por unos días ―dijo Macarena.
―Espero que eso la ayude a reflexionar ―acotó Pilar.
Diario de Cuarentena:
<¿Acaso a nadie le importa que yo me acabo de quedar sin mi base de operaciones? ¿Y ahora cómo mierda hago para sacar a esa bruja de ahí?>
Capítulo 26.
Desfile de Conchas.
―¿Estás nerviosa? ―Pregunté.
Mi hermana Pilar me miraba fijamente a los ojos, ella estaba acostada frente a mí, con las piernas abiertas. Mi verga erecta estaba a pocos centímetros de su concha.
―Sí, muy nerviosa.
―Es lógico que te sientas así ―dijo Macarena―. Al fin y al cabo… va a ser tu primera vez.
―No es solo por eso, y lo sabés.
―Bueno, sí… primera vez… y encima con tu hermano. Pero eso ya lo hablamos… esta es tu última oportunidad para arrepentirte.
Mientras hablaba, Macarena le acariciaba el clítoris a su hermana. Pilar cerró los ojos y dijo:
―Vamos a hacerlo. Después tendré tiempo para mortificarme por esto.
―Esa es la actitud ―dijo Macarena. Le metió dos dedos en la concha, los movió durante unos segundos, y cuando los sacó pude ver que estaban cubiertos de jugos vaginales―. Esta concha ya está lista, Nahuel.
Yo no estaba tan nervioso como Pilar, todas las cosas que pasaron durante los últimos días me ayudaron a curtirme un poco. Lo único que me tenía preocupado era defraudarla… o lastimarla. Aunque ya había comprobado que mi verga entraba bien en esa concha.
Hablando de mi verga… la muy desgraciada no deja de palpitar, como si supiera lo que le espera dentro de esa cuevita.
La agarré y la apoyé suavemente entre los labios vaginales de Pilar. Lo primero que sentí fue tibieza y humedad. Miré a mi hermana una vez más a los ojos, como si le estuviera preguntando si estaba lista. No hicieron falta palabras, ella comprendió perfectamente. Asintió con la cabeza y casi al instante empujé.
La primera parte de la penetración fue suave, sin resistencia. Se sintió como si su vagina abrazara mi glande. Macarena observaba la escena casi sin respirar, a pesar de que ella nos había convencido de hacer esto, parecía no poder creer lo que veía. Pilar levantó las piernas, agarrándolas por debajo de sus rodillas. Su boca estaba entreabierta y sus preciosos ojos seguían clavados en mí. Sus grandes tetas subían y bajaban al acelerado ritmo de su respiración. Se me hizo raro pensar que esa mujer tan sensual era mi hermana.
Encontré la primera resistencia, retrocedí un poco y empecé a dar pequeños empujoncitos. No sé bien por qué lo hice, simplemente me resultó intuitivo. Si quería meterla más, sin hacerle daño, esa era la mejor opción.
El verdadero placer comencé a sentirlo cuando atravesé esta primera barrera de resistencia. Pilar se aferró a las sábanas, evidentemente le dolía un poco. Ella no tenía práctica en el tema y el tamaño de mi verga debería resultar intimidante.
Quizás con la intención de que se tranquilizara más, Macarena volvió a acariciarle el clítoris.
Lentamente mi verga se fue hundiendo más y más. Definitivamente no fue como cuando se la metí a Ayelén, esto era aún más morboso. Imagino que si existe alguna “escala del morbo” cogerse a una hermana siempre va a ser mucho más morboso que hacerlo con una prima… aunque esa prima esté muy buena.
Metí más o menos la mitad de la verga y me quedé quieto, como si mi cerebro se hubiera apagado.
―Dale, nene. ¿Qué esperás? ―Me dijo Macarena―. Empezá a darle.
―¿A darle? ―Le pregunté porque mi cerebro no podía procesar el significado de ninguna palabra.
―Y sí… ¿o acaso creías que bastaba con meter la verga? Pilar quiere que te la cojas. ¿No es cierto, Pilar?
―Bueno… si lo decís de esa manera…
―No importa cómo lo diga, lo importante es que ustedes lo hagan.
Macarena se colocó detrás de mí, envolvió mi cintura con ambos brazos, pude sentir sus pequeños pechos, de erectos pezones, apoyándose contra mi espalda. Ella comenzó el suave bamboleo, marcándome el ritmo. Mi verga retrocedió y volvió a entrar, para luego repetir todo el proceso una y otra vez. Pilar me miró con los ojos muy abiertos, casi desencajados, como si me estuviera diciendo: “De verdad está pasando… de verdad me estás cogiendo”.
―Agarrale las piernas ―Me dijo Macarena al oído―. Con fuerza ―Hice lo que ella me pidió―. Ahora empezá a darle… metela todo lo que puedas. Ahora no te preocupes por hacerlo rápido. Está bien que vayas despacio, para que se le abra bien la concha. Tenés mucha pija, Nahuel, así que vas a tener que aprender a ser paciente con las mujeres.
―Especialmente con las primerizas ―remarcó Pilar.
―¿Te duele?
―No, no… para nada. Si me llega a doler, yo te aviso.
―¿Y te gusta? ―Le preguntó Macarena.
―Em… bueno, sí… se siente muy rico.
―Y se va a sentir mucho mejor, te lo puedo asegurar.
Eso era cierto y lo pude comprobar casi al instante. Pude sentir toda mi virilidad palpitando desde el interior de mi verga. Esto me ayudó a tomar coraje. Sujeté las piernas de Pilar con más fuerza y empecé a marcar yo mismo el ritmo de las penetraciones. Mi hermana cerró los ojos y abrió la boca en un mudo gesto de placer.
―Dale, dale… así… ―Susurró Macarena a mi oído―. Andá aumentando el ritmo de a poquito.
Macarena se movió conmigo todo el tiempo, esto era el equivalente a usar rueditas extras al aprender a andar en bicicleta. Ella me indicaba cuando acelerar y cuándo frentar.
―Eso, ahora bajá un poquito, hacela disfrutar. Si siempre se la metés al mismo ritmo, pierde la gracia. Ella tiene que desearla un poquito… que te la pida ―remarcó cada sílaba de esa frase de una forma tan sensual que un escalofrío cruzó por mi columna vertebral.
Pilar estaba con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas, ella jadeaba y me dio la impresión de que intentaba contener sus gemidos, para que no se oyeran en toda la casa.
Moví lentamente mi verga, quería darle rápido, el cuerpo me lo pedía; sin embargo esperé, tal y como me dijo Macarena. Esperé y esperé… sin dejar de moverme, pero sin acelerar.
―Metemela fuerte ―dijo Pilar, en un susurro casi inaudible.
―Si la querés, pedila con más ganas ―dijo Macarena―. ¿La querés?
―Sí…
―No te escucho.
―Sí, la quiero toda adentro… metemela fuerte…
Era casi como si hablaran entre ellas, como si fuera la propia Macarena quien se la estaba cogiendo. Aunque el que se llevaba la mejor parte era yo, estaba bien apretadito entre las dos, más caliente que nunca. Recién ahí caí en la cuenta de que llevaba un buen rato metiéndole la verga, y ni siquiera había pensado en eyacular.
Empecé a metérsela fuerte otra vez, intentando penetrarla tan hondo como me fue posible. Me encantó ver cómo mi verga se perdía dentro de su concha, parecía magia. No podía creer que todo eso estuviera entrando en el cuerpo de mi hermana.
―¿La estás pasando bien? ―Le preguntó Macarena a Pilar.
―Sí… muuuuy bien. Esto es mejor que hacerse mil pajas.
―Totalmente de acuerdo ―dije, sin dejar de moverme.
―Te dije que te iba a gustar. Espero que no te arrepientas de haberlo probado.
―Espero que no… y ya que estamos… em… me gustaría probar otra cosa ―Pilar habló sin mirarnos, evidentemente se avergonzaba de lo que estaba pidiendo.
―¿Qué querés probar? ―Preguntó Macarena.
―Vos ya sabés… no me hagas decirlo.
―Mmm… ya veo. ¿Estás totalmente segura? Mirá que eso es un viaje de ida…
―Es solo una probadita…
―Bueno, si insistís…
Macarena se apartó de mí, gateó por la cama hasta colocarse junto a Pilar y luego puso las rodillas a los lados de la cabeza de su hermana, dándome la espalda. La concha de Macarena quedó justo encima de la boca de Pilar.
―Yo estoy lista cuando vos estés lista ―dijo Maca.
Pude ver sus dedos apareciendo por debajo de sus labios vaginales. Me sorprendió que Pilar quisiera probar una concha justo ahora. Pensé que si hacía eso esperaría a estar a solas con Macarena.
―En cuanto yo esté lista, te vas a enterar ―dijo Pilar.
―Che, Nahuel… ¿podrías metérsela un poquito más rápido? A esta putita la quiero bien caliente… porque si me va a chupar la concha, quiero que lo haga bien.
Pilar soltó una risita nerviosa, no recuerdo que alguien la haya llamado “putita” alguna vez, debió parecerle divertido que su hermana le dijera de esa manera justo en esta situación.
Me aferré con más fuerza a las piernas de Pilar y empecé a darle de la misma forma en que lo había hecho con mi prima Ayelén. Podía ver mi verga entrando y saliendo casi al completo de esa concha, aunque a veces mis movimientos eran cortitos, pero rápidos. Intenté ir variando esto, siguiendo con el consejo de Macarena de no hacerlo siempre al mismo ritmo.
―Miralo de esta forma ―dijo Maca―. Esta es la única oportunidad que te voy a dar de probar concha, la aceptás ahora, o te quedarás con las ganas hasta que consigas otra.
―Mmm… si me lo ponés de esa manera…
La lengua de Pilar se estiró hasta encontrarse con los labios vaginales de su hermana. Noté cierta timidez en la lamida, pero fue bastante consistente, por ser la primera. Luego la siguió otra… y otra. Al parecer Pilar decidió que seguiría adelante con esto, porque agarró ambas nalgas de Macarena y empezó a darle pequeños chupones a la concha, especialmente en la zona del clítoris.
―Eso… así me gusta… que te animes… ¿ves que no era tan difícil?
Mientras tanto yo agudicé mis oídos, temía que alguien quisiera interrumpirnos en el mejor momento. Especialmente porque Pilar había hecho bastante ruido con sus gemidos. Giré la cabeza para mirar la puerta, que estaba detrás de mí. Me tranquilicé al ver que la silla seguía en su sitio, haciendo casi imposible que alguien entrara sin tener que empujar durante un buen rato. Tampoco llegó nadie a preguntar qué eran esos ruidos tan extraños.
Ya más tranquilo, recobré el ritmo de mis penetraciones, aunque no lo hice demasiado rápido. Aún no quería acabar. Me entretuve mirando cómo Pilar chupaba concha y cómo Macarena parecía estar bailando sobre ella. El meneo de cadera era formidable, sutil, pero sumamente sensual.
Después de un rato Macarena decidió cambiar de posiciones.
―Vení, nena… ahora me toca a mí devolverte el favor ―le dijo a su hermana.
Las dos bajaron de la cama, yo me quedé en la misma posición exacta: de rodillas y con la pija dura. Macarena se acostó boca arriba, con la cara del lado de mi verga, y empezó a chupármela al instante. Después de tres o cuatro chupones, le hizo señas a Pilar para que se acercara. Ella obedeció, se acomodó tal y como lo había hecho antes Macarena, dándome la espalda, solo que su cola quedó mucho más cerca de mí. Pude sentir los dedos de Maca orientando mi verga para que volviera a hundirse en la concha.
Esta posición me gustó mucho. Tomé a Pilar de la cintura y empecé a moverme de atrás para adelante. Bajé la mirada, porque me gusta mucho ver la verga entrando… además así también pude contemplar cómo la lengua de Macarena jugaba con la concha de Pilar. Se notaba que Maca tenía mucha más experiencia en el asunto, lo hacía con una maestría sorprendente. Me pregunté cuántas veces habrá tenido sexo con su amiga… ¿y habrá estado con otras mujeres además de Camila? Probablemente sí…
―Estoy por acabar ―anuncié, con timidez, después de un rato.
―No te preocupes ―dijo Maca―. A mí me encantaría que acabaras ahora mismo y dejaras esta rica concha bien llena de leche.
Entendí al instante a qué se refería. Ella pretendía replicar la escena que habíamos visto en su celular, cuando se tomó el semen que salía de la concha de Camila. Me dio mucho morbo que quisiera hacerlo con mi semen… y con la concha de Pilar.
―Yo también estoy por acabar ―dijo Pilar―. Esto es lo más lindo que hice en mi vida… me encanta. No me imaginé que coger se sintiera tan bien. Ahora sé por qué te gusta tanto, Maca.
―Espero que no te arrepientas de haberlo probado en estas circunstancias.
―Espero que no ―dijo Pilar―. Intentaré tener en mente que si no lo hacíamos así, íbamos a tener que esperar quién sabe cuánto tiempo…
Yo casi no las escuchaba. Estaba totalmente concentrado en meter y sacar la verga, esta vez sin miedo a dejar salir todo lo que acumulaban mis testículos.
La espera no fue mucha, entre tantas embestidas constantes, mi semen consiguió el impulso suficiente como para saltar a chorros. Me sentí muy extraño sabiendo que todo eso iba a ir a parar al interior de Pilar… supe que estaba mal; pero me tranquilicé cuando ella dijo:
―¡Uy, qué rico! No saben las ganas que tenía de que me llenaran la concha de leche. Es muy lindo sentirla calentita.
Macarena no respondió, ella estaba concentrada lamiendo las gotas que lograron escapar de la concha… y el gran momento llegó cuando yo saqué la verga. Fue como destapar una botella de leche y voltearla. El líquido blanco fluyó hacia afuera y Macarena lo recibió con la boca abierta. Se lo tragó todo sin dudarlo y siguió lamiendo, para tomarse hasta la última gota. También le dio algunos chupones a mi glande, con la misma finalidad.
Mientras ocurría esto, Pilar se masturbaba a toda velocidad. Su respiración se agitó mucho, imagino que ella también tuvo un orgasmo. Luego hizo algo que me sorprendió, bajó la cabeza hasta encontrarse con la concha de Macarena y empezó a chuparla. Yo me coloqué junto a ellas, para admirar cómo dos de mis hermanas hacían un perfecto 69. Se chupaban la una a la otra como si llevaran años haciéndolo.
Pasaron unos segundos y empecé a sentir unas fuertes ganas de orinar.
―Bueno, chicas, yo me voy ―les dije―. Las dejo tranquilas ―ninguna respondió―. Lo único que te pido, Maca, es que no le cuentes a Pilar lo que pasó en la playa, hasta que yo esté presente. Quiero saber todo… lo mismo va para los videos. Todavía no se los muestres.
Macarena hizo una seña con la mano que bien podía significar: “Andá tranquilo, que no le voy a contar nada” o “Salí de acá, pendejo, dejanos comer concha en paz”.
Antes de salir tuve que destrabar la puerta. Al salir me quedé unos segundos en el pasillo, sin respirar. Cuando estuve seguro de que no había nadie cerca, corrí hasta el baño. Me estaba re meando.
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Al día siguiente estaba muy tranquilo en mi pieza, buscando algo para leer en mi pequeña biblioteca personal cuando escuché quejas provenientes del living-comedor.
“¿Otra vez están peleando?”, pensé.
Me di cuenta de que la situación no era normal cuando vi a Pilar y a Macarena completamente desnudas, sentadas en un sillón. Las había visto sin ropa recientemente, eso no fue lo que me resultó extraño. Lo curioso era verlas así frente a todas las demás, porque todas las mujeres que viven en mi casa estaban allí, y la que más se quejaba era Gisela.
―¿Es que no les da vergüenza estar sin nada? Eso de andar en tetas ya me parecía mucho. ¿Por qué tenemos que estar viéndoles la cachucha? De vos, Maca, no me sorprende… pero ¿Vos también Pilar? Eso sí que no lo vi venir.
A pesar de sus quejas, mi hermana mayor estaba despampanante, tenía puesto un corpiño deportivo gris que le apretaba sus grandes tetas semejantes a pelotas. Además tenía puesta una diminuta tanga blanca que a duras penas le tapaba la concha, incluso se podía ver todo su pubis depilado. Cuando se giró un segundo, para hablar con mi mamá, pude ver que casi toda la tela de la tanga se perdía dentro de sus voluminosas nalgas. Solo se podía ver una pequeña franja que parecía pintada sobre sus labios vaginales. La raya de la concha se le marcaba a la perfección.
―¿No les vas a decir algo, mamá? ―Preguntó Gisela.
―No sé por qué te quejás tanto ―dijo Macarena―. Vos estás prácticamente en concha. Eso no te tapa nada.
―No es lo mismo ―dijo Gisela―. Al menos estoy usando algo… y ya iba a ponerme un pantalón.
―Si es por mí, no hace falta que lo uses ―intervine―. A mí no me molesta que anden en tanga, o sin nada… ya me acostumbré.
Para demostrar que mi intención no era discutir, me senté en el sillón que estaba justo frente a Pilar y Macarena, a mi izquierda quedó Tefi, que parecía más preocupada de la pantalla de su celular que de la discusión familiar.
Mi tía Cristela y mi prima Ayelén estaban sentadas en la mesa del comedor, a pocos metros de los sillones, tomando mates, y mi mamá iba de acá para allá con un plumero, limpiando sobre lo limpio. Ella también estaba vestida de una forma muy sensual. Me di cuenta de que mi casa parecía el set de una película porno. Está llena de mujeres con cuerpos exhuberantes y con muy poca ropa… o ninguna. En el caso de mi madre su atuendo consistía en una blusa blanca sin mangas y tanto escote que al agacharse siempre alguna de sus grandes tetas terminaba escapándose un poco… o al menos mostraba un pezón. Debajo tenía una tanga blanca muy parecida a la de Gisela, solo que no tan pequeña. Sin embargo, a ella también se le marcaban bastante los labios vaginales. Recordé que ella había agarrado algunas de las tangas de Macarena, probablemente ésta era una de ellas. Mi mamá tiene más cadera y más nalgas que Maca, se nota que esa tanga le queda muy ajustada. Incluso, si se agacha mucho, se puede ver parte de sus labios vaginales asomando por los costados. Y hablando de asomar… dentro de mi pantalón hay alguien que lucha por asomarse afuera y ver, con su único ojo, a las hermosas mujeres que me rodean.
―Yo sabía que esto iba a pasar ―dijo mi mamá, sin dejar de limpiar―. Cuando se quedaron en tetas y decretaron el uso de las tangas, supe que tarde o temprano todas iban a querer andar desnudas.
―No todas ―dijo Gisela―. Yo no quiero andar así, y agradecería que ellas también se taparan un poco.
―A mí me gusta la idea de andar sin ropa ―dijo Ayelén. Al parecer no le importó que varias de las personas de la casa estuvieran contra ella, dio su opinión igual.
―¿Y por qué te gusta? ―Le preguntó mi mamá.
―Porque es más cómodo. No hay libertad más grande que andar sin ropa… y últimamente, con tanto encierro, nos vendría bien un poquito de libertad.
―No siempre estoy de acuerdo con Ayelén ―comenzó diciendo Macarena―; pero esta vez opino igual que ella.
―¿Y a vos por qué te molesta? ―Le preguntó Alicia a Gisela.
―¿Me vas a decir que a vos no te molesta?
―No dije eso, solo te pido tu opinión ―noté a mi mamá más democrática de lo habitual. ¿Será que realmente está cambiando su actitud? ¿Estará aprendiendo a convivir con sus hijas?
―No me gusta. Me parece muy vulgar eso de estar todo el tiempo desnuda frente a la familia. Vulgar e inapropiado.
―¿Te da miedo que al pajero de tu hermano se le ponga dura la pija al verte la concha? ―Preguntó Ayelén, con su acostumbrado gesto entre burlón y desafiante.
Gisela bajó la cabeza y ni siquiera se animó a responder.
―¿Así que el problema soy yo? ―Pregunté.
―No, Nahuel, nunca dije eso ―Gisela evitó el contacto visual conmigo―. Es solo que… a mí me resultaría incómodo andar desnuda delante tuyo… y sí, claro, lo mismo me pasaría si te veo con una erección a cada rato. Y seamos honestos… si todas anduviéramos desnudas todo el tiempo ¿creés que no te afectaría… ahí abajo? ―Señaló el creciente bulto de mi pantalón.
―Obvio que le afectaría ―dijo Macarena―. Es un pendejo de dieciocho años que pasa más tiempo haciéndose la paja que estudiando.
―Gracias ―le dije―. Por suerte te tengo a vos para que me defiendas.
―No lo digo como algo malo, Nahuel. A mí me parece perfecto que te hagas todas las pajas que quieras. Así como también me parece perfecto que te acostumbres a vernos desnudas, eso te va a dar confianza con las mujeres… y en vos mismo. Va a llegar un punto en el que te va a resultar tan normal vernos desnudas, que ya ni siquiera se te va a parar la verga.
―Es un buen punto ―dijo Tefi, quien hasta ese momento había permanecido en silencio―. Además no hace falta que andemos desnudas para que a este se le ponga dura la pija. Apenas ve un culo en tanga se le para… aunque sea el culo de una de las hermanas, o de la madre.
―Porque es un degenerado ―acotó Ayelén.
―Che, no le digas así a tu primo ―intervino mi tía Cristela―. Esto ya lo hablamos antes. A Nahuel se le va a parar más de una vez al día, dejen de hacer tanto escándalo por eso, especialmente vos, Gisela. De todas las presentes vos sos la que más debería solidarizarse con Nahuel. Para él sos como una segunda madre, y lo sabés muy bien.
Hubo silencio durante unos segundos, luego Gisela miró a Alicia y preguntó:
―¿Vos qué opinás, mamá? ¿Estarías dispuesta a andar desnuda?
―No. Y no es porque me moleste que Nahuel me vea desnuda. Simplemente no me parece apropiado hacerlo. En este punto pienso igual que vos. Creí que Pilar opinaba igual, porque dijo un montón de veces que no se iba a quitar la ropa… y ahora anda así. ¿Qué fue lo que cambió?
―No cambió nada ―dijo Pilar―. Me pone muy nerviosa estar desnuda delante de ustedes, me cuesta un montón.
―¿Entonces por qué lo hacés? ―Quiso saber Tefi.
―Por el mismo motivo que explicó Macarena para Nahuel: va a llegar un punto en el que me va a resultar natural estar desnuda frente a ustedes. Eso me va a dar más confianza en mí misma. Y si alguna de ustedes quiere colaborar, quitándose la ropa, lo voy a agradecer mucho. No me voy a sentir tan rara al andar desnuda.
―Yo no tengo problema en andar desnudo frente a ustedes ―no era del todo cierto, aún me inhibe un poco; pero lo vi como una forma de apoyar a Pilar―. Y eso que soy el único que no tiene concha. Siempre me voy a sentir raro estando desnudo frente a ustedes… o tal vez no. Tal vez Macarena tiene razón.
―Yo apoyo totalmente la moción ―dijo mi tía Cristela.
Acto seguido se levantó y de un tirón se sacó la tanga violeta que tenía puesta. Pude ver su hermosa concha, de carnosos labios, aparecer ante mis ojos… y mi verga lo supo.
―¿Alguien más? ―Preguntó Pilar.
―Yo me sumo ―dijo Tefi.
Mientras Cristela liberaba sus tetas, Estefanía se quitó el short y la remera que traía puesta, mostrándonos su cuerpo de curvas perfectas y bien definidas.
―A mí siempre me gustó la idea de andar desnuda ―dijo Ayelén―. No lo hago porque Pilar me lo pida, sino simplemente porque se me da la gana.
―No hace falta que aclares ―dijo Macarena―, de todas formas nadie esperaba un acto solidario de tu parte.
Las dos intercambiaron miradas furiosas, prácticamente se podían ver las chispas saltando por el aire. Había que distraerlas rápido, antes de que el living-comedor se convirtiera en un campo de batalla.
―Bien, entonces yo también me sumo ―dije.
Me puse de pie de un salto y me quité el pantalón, mostrándole a todas mi verga, que ya estaba casi completamente dura. Las siete mujeres de la casa me quedaron mirando fijamente.
―Excelente ―dijo Macarena, con una radiante sonrisa―. Ahora solo falta convencer a estas dos ―señaló a Alicia y a Gisela.
―Yo me puedo encargar de mi hermana ―dijo Cristela. Caminó hacia Alicia, sus tetas rebotaron a cada paso que dio. Con el pelo tan rojo y sin ropa, realmente era capaz de atraer las miradas de todos los presentes―. Vení, Alicia, dejá el plumero, que te va a hacer mal limpiar tanto.
―Pero…
―Nada de peros.
La tomó de la mano y la llevó hasta la mesa. Luego le dio un leve empujoncito, obligándola a apoyar las manos sobre la mesa. Alicia quedó dándome la espalda, como a casi todos los demás. A la única que miraba de frente era a Ayelén, que aún seguía en su silla. Mi mamá estaba preciosa, sus redondas y definidas nalgas parecían un durazno maduro y jugoso. Cristela empujó un poco más su espalda, haciendo que levantara más el culo. A continuación le dio un fuerte golpe con la mano abierta. Sono un ¡PAF! y los dedos de Cristela quedaron marcados en la nalga derecha de mi mamá.
―¡Auch! ―Se quejó Alicia―. ¿Por qué hiciste eso?
―Porque tenés un culo tan lindo que provoca mandarle toda la mano… además de que la mano me entra completita… mirá, los cinco dedos marcados en la misma nalga, y todavía queda lugar.
―¿Me estás diciendo culona?
―Siempre fuiste culona. Creí que estabas orgullosa de eso.
―Bueno, yo…
―Y te conozco bien, hermanita. Sé que preferís mantener las apariencias, pero en el fondo te encanta que te miren. ¿Te acordás de cómo pasabas frente al taller mecánico con un mini-short que te dejaba la mitad de las nalgas afuera?
―¿Mamá andaba así por la calle? ―Preguntó Gisela, muy sorprendida.
―No siempre… porque le gustaba aparentar que era una chica buena, pero a veces… a veces simplemente salía a provocar. No digas que no, Alicia, porque no te voy a creer. Hubo un día en el que yo estaba caminando con ella, y cuando pasamos justo frente al taller, a Alicia se le cayeron las llaves al piso. Y la muy desgraciada se agachó parando bien el orto y apuntándolo justo hacia donde estaban todos los muchachos del taller. Se pusieron como locos.
―¿Ella tenía puesto el mini-short? ―Pregunté, con la verga palpitando.
―¿Que si lo tenía puesto? Lo tenía encarnado. Se le metió bien entre las nalgas, incluso entre los labios de la concha ―Cristela pasó un dedo dibujando la raya de la vagina de mi mamá―. “Te vamos a romper el orto, putita”, fue lo más suave que le dijeron los tipos del taller. Yo me quedé anonadada… y ella, siguió caminando como si no hubiera escuchado nada. Un poco más tarde, cuando ya estábamos en casa, espié dentro de su cuarto y vi que se estaba haciendo tremenda paja.
―Era joven, no sabía lo que hacía ―se defendió mi mamá.
―Ya tenías como veinte años, Alicia. Creo que lo sabías muy bien lo que hacías. Y estoy segura de que esto de andar desnuda también te va a favorecer a vos.
―Y… porque te va a levantar la autoestima si alguien se te queda mirando, como hacían los tipos del taller.
―Pero son mis hijas… y mi hijo.
―Ajá, sí… pero igual tienen ojos, querida.
―No sé… no me parece.
―A mí me parece que sí…
Aquí la cosa empezó a tomar otro color. Cristela volvió a pasar la mano por la concha de Alicia, pero lo hizo lentamente, ejerciendo más presión. Sus dedos comenzaron a moverse en círculos, en poco tiempo quedó claro que la estaba masturbando por encima de la diminuta tanga. La tela blanca se fue perdiendo más y más dentro de los labios vaginales de mi madre.
―La tenés muy linda, Alicia ―dijo mi tía―. No nos prives de verla. Estamos en familia. Acá nadie te va a juzgar.
Noté que mi madre se inclinaba más hacia adelante y levantaba la cola, como si se estuviera ofreciendo a los toqueteos. Cristela aprovechó este momento de debilidad para tirar de la tanga y bajársela hasta las rodillas, luego hizo que mi mamá separase un poco las piernas. Acarició una vez más la concha y la abrió usando dos dedos. Todos pudimos ver el interior de la vagina de Alicia. Estaba muy húmeda.
Cristela juntó dos dedos y los introdujo de una sola vez en la concha. Alicia soltó un quejido.
―Tía, me parece que te estás pasando un poquito… ―dijo Gisela, que miraba la escena con los ojos desencajados.
―Gise, yo soy la hermana de Alicia. Pasé con ella mucho más tiempo que vos. Nos criamos juntas. Sé lo que estoy haciendo.
Los dedos empezaron a entrar y salir rápidamente, como si con ellos se estuviera cogiendo a su hermana. Los quejidos de Alicia se transformaron en gemidos.
―Tenés una concha muy linda, mamá ―dijo Macarena―. No deberías avergonzarte de mostrarla.
―Es cierto, mamá. A mí no me molesta verte desnuda ―opinó Tefi.
―Y estoy segura de que al pajero de tu hijo tampoco le molesta ―acotó Ayelén.
―Es cierto, no me molesta ―dije―. Porque esta es la casa de todos, y si vamos a estar tanto tiempo encerrados, está bueno que nos sintamos cómodos. Sin que nadie nos juzgue por como nos vestimos… desvestimos. Y con esto también quiero decir que dejen a Gisela en paz, si ella no quiere desnudarse, que no lo haga ―mi hermana mayor me regaló una sonrisa maternal―. Pero vos también, Gise. Deberías respetar la desición de las demás, si ellas quieren andar desnudas, que lo hagan.
―Mmm… bueno, mientras no me obliguen a mi a desnudarme ―miró fijamente cómo los dedos de la tía Cristela entraban y salían de la concha de nuestra madre―. Y si alguna me toca así, sin mi permiso, la cago a trompadas… y te estoy hablando especialmente a vos, Macarena.
―Yo no hice nada. ―Se defendió la aludida―. Y quedate tranquila, que no te voy a obligar a desnudarte, ni te voy a meter los dedos. Estas dos tienen sus propia forma de arreglar los conflictos; pero no significa que nosotras debamos hacer lo mismo.
―Me parece una forma muy alocada de resolver conflictos.
―Y todavía no viste nada ―dije.
―¿A qué te referís? ―Preguntó Gisela.
―Nada… nada… es solo que, no es la primera vez que veo a la tía haciendo eso mismo con mamá. Nada más.
Metí la pata y no quise aclarar que había visto algo mucho más intenso que un toqueteo de concha.
―¿Y qué me decís, Alicia? ―Preguntó Cristela, como si no hubiera escuchado la conversación―. ¿Vas a andar desnudita? Mirá que a nosotras nos va a encantar verte la concha todo el día…
―Mm… bueno, está bien… si me lo pedís así… ―soltó otro gemido.
Cristela se apartó de ella, me dio la sensación de que, de haberlo querido, podría continuar con la masturbación hasta que Alicia llegara al orgasmo, porque ella no se lo impediría.
Mi mamá terminó de quitarse la tanga y luego de hacer lo mismo con su blusa nos miró, sus mejillas estaban muy rojas, parecía desconcertada, y sus pezones estaban erectos. Estaba realmente sexy.
―Está bien, chicas. Si quieren andar desnudas, pueden hacerlo. Solo les pido que respeten a las que no quieran hacerlo.
―Me parece bien ―dijo Macarena―. Me conformo con que me dejen andar en concha, y en paz. Además me quedo muy contenta porque la mayoría se sumaron a la iniciativa. ―Sonrió con mucho orgullo―. Quizás algún día Gisela también se cope con la idea.
―Lo dudo mucho.
―Yo no ―dijo Tefi―. Porque te animaste a andar así… y vamos, hermana, seamos honestas… se te recontra marca la cajeta con esa tanga tan diminuta. Por cierto, te queda re bien.
―Bueno, em… gracias… supongo.
―A mí me parece que…
―A nadie le importa lo que vos opinás, pendeja ―dijo Macarena, cortando en seco a Ayelén. Quizás sospechó que nuestra prima diría algún comentario hiriente hacia Gisela, por lo que no me molestó que la interrumpiera.
―No quiero que empiecen a pelear otra vez, por favor ―intervino Alicia―. Sé que la situación no es la mejor del mundo y que Ayelén tiene una personalidad un poquito… peculiar. Pero ella también vive en esta casa, y me gustaría que la traten con respeto, como a los demás.
―¿Un poquito peculiar? ―Preguntó Maca―. Gisela tiene una personalidad “un poquito peculiar”. Ayelén es una basura, y perdón tía si te molesta que te diga esto de tu hija; pero es lo que pienso. Ella trata como la mierda a todos y no para de hacer comentarios hirientes o conflictivos.
―Sí, lo sé ―dijo Cristela. Miró a su hija, Ayelén tenía chispas en los ojos y la boca fruncida en un gesto de rabia contenida. Parecía a punto de estallar―. ¿Por qué no te vas, Ayelén?
Esta pregunta hizo reaccionar a la rubia como si le hubieran tirado un baldazo de agua fría.
―¿Qué? ¿Me estás echando?
―No, lo digo en serio. Evidentemente no tenés ganas de estar acá. Te llevás mal con todo el mundo y no hacés nada para remediarlo. Ninguna de tus primas quiere que duermas en su pieza, y no me extrañaría que tu tía Alicia también termine hartándose. Acá nadie te retiene.
No sabía si mi tía lo decía en serio o si era una treta para hacer entender a Ayelén lo precaria que era su situación. De todas maneras sonó muy convincente.
Ayelén se puso de pie y se fue corriendo, con lágrimas en los ojos, hasta mi pieza. Se encerró allí dando un portazo.
―Bueno, con eso va a dejar de molestar por unos días ―dijo Macarena.
―Espero que eso la ayude a reflexionar ―acotó Pilar.
Diario de Cuarentena:
<¿Acaso a nadie le importa que yo me acabo de quedar sin mi base de operaciones? ¿Y ahora cómo mierda hago para sacar a esa bruja de ahí?>
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