El episodio de celos de mi hija termina con los dos en el jacuzzi...
Año dos mil cinco. Yo acababa de cumplir los cuarenta y seis años, mi esposa Carmen los cuarenta y dos y estábamos en nuestro mejor momento. Nuestra vida era como la habíamos planeado desde el principio, una hija preciosa, Carla, que ya había cumplido los doce años y comenzaba a ser autónoma lo que nos dejaba a mi mujer y a mí más tiempo libre para nosotros. Teníamos nuestra casa soñada, un gran chalet en las afueras con una gran piscina, jardín y el mini campo de golf. Dos coches, una moto que usábamos para ir a concentraciones por todo el país, nuestro viaje por el mundo cada año, comida con los amigos cada fin de semana, escapadas a casas rurales, trabajos fijos, gimnasio a diario, compras en las tiendas más exclusivas, todo lo que se puede desear cuando te acercas a los cincuenta y te has partido los cuernos a trabajar.
Recuerdo aquella tarde de principios de primavera. Llegué a casa como cualquier otro día y allí estaba Carmen, sentada en el sofá en estado de shock, con la mirada perdida y pálida como un cadáver:
- Estoy embarazada! _ me susurró cuando me senté a su lado.
Nueve meses después nació Andrea y nuestra vida, o mejor dicho no vida, volvió a ser la de trece años antes. Pañales, noches en vela y carreras a urgencias nada más. Sólo que ahora éramos mucho más viejos y eso lo empeoraba todo. Los meses pasaron y cuando pensábamos que las cosas ya sólo podían mejorar, Carla que ya tenía los trece cumplidos, comenzó a comportarse de manera extraña. Ella que siempre había sido una niña modelo en todo, cariñosa, sensible, atenta, estudiosa y amable con todo el mundo ahora se había convertido en todo lo contrario. Aquella dulce niña rubita de ojos verdes, con carita de ángel que empezaba a ser una mujer, se había transformado en una bruja odiosa. No hablaba, gruñía, peleas en el colegio, calificaciones que no rozaban ni el suspenso siquiera, vestía con la ropa que te podías encontrar en un contenedor de basura, no quería asearse, ni limpiar su cuarto y no hablar de cómo trataba a su hermana, ni la miraba o tocaba solo cara de desprecio cada vez que s ele acercaba. Carla se había convertido en un monstruo.
Mi mujer y yo estábamos desbordados con aquella situación y temiendo que un día se nos fuera la mano y la acabásemos colgando de una lámpara la llevamos al psicólogo:
- Es muy fácil_ comenzó a explicarnos aquella amable señora unas semanas después de comenzar a tratar a la niña_ Carla tiene celos de su hermana.
¿Celos? Pensé yo ¡Toda aquella amargura era por celos! Anda no me joda señora.
Yo no quería hacer ni puto caso a lo que había contado aquella vieja, pero mi mujer se puso en plan maternal conmigo y accedí. El caso era el siguiente; Carla camino de los quince años quería ser tratada como su hermana de poco más de un año. Si le comprabas un sonajero a la una, pues tráele algo similar a la otra, que ropita pues también a la otra, que jueguitos pues que se una la mayor y así con todo.
Al principio creí que era una gilipollez como un mundo, pero el caso es que la cosa empezó a funcionar. Medio año después Carla volvía a ser la adorable niña que era antes de nacer su hermana. Andrea cumplió los tres años y Carla rondaba los diecisiete cuando apareció otro problema.
Hacía unos meses que tanto yo como Carmen aprovechábamos nuestros baños en el jacuzzi para jugar un poco con Andrea que ya había crecido lo suficiente para no ahogarse en la inmensa bañera, de paso que nos relajábamos un poco bañábamos a la niña y ella también se lo pasaba genial con sus juguetitos, las burbujas y todo eso:
- ¿Crees que Carla querría usar el jacuzzi?
- Puede hacerlo cuando quiera_ le maticé yo a mi esposa mientras nos acostábamos.
- Sé que puede hacerlo, pero digo con nosotros como hacemos con su hermana.
- Ella ya es una mujer hecha y derecha, no creo que quiera jugar en el jacuzzi con patitos de goma con su mamá y mucho menos con su papá.
Poco importaba lo que yo dijese, aquello iba a hablarse como hacía Carmen con todo lo referente a sus hijas, sobre todo desde el problema de dos años atrás. Carmen fue de frente con Carla:
- ¿Te sientes desplazada por no venir al jacuzzi con nosotros?
Carla no contestó nada, no hizo falta. Yo me esperaba un; que va, soy una mujer mayor y no necesito esas bobadas de juegos, estáis locos y bla bla bla, pero no, bajó la mirada al suelo sin decir nada mientras se frotaba las manos. Yo no podía creérmelo, mi mujer volvía a tener razón.
Como padres sensatos que éramos o creíamos serlo, acordamos que Carla fuera al jacuzzi cuando fuera su madre y su hermana. Al menos yo creía que el problema estaba solucionado, pero no; una vez me dijo mi madre que los hijos no vienen con libro de instrucciones, uno lo hace lo mejor que puede o sabe y no debe pensar a tiempo pasado lo de; si yo hiciese, si cambiase esto, eso solo valía para mortificarnos. Pues sepan que tenía más razón que un santo. Lo que les decía, yo creía que todo estaba bien pero no era así:
- Carla me preguntó si era algo malo que ella te acompañase a ti en el baño_ me dijo mi mujer como si tal cosa en la cena.
- ¿Y qué le has dicho? _ esa niña está mal de la cabeza es lo que deseaba decir.
- Que si ella quiere hacerlo no tiene nada de malo.
No dije nada ya que Carmen había decidido por mí, pero en que estaba pensando. Era mi hija sí, pero también era también una mujer de diecisiete años, con una carita preciosa y un cuerpo de diecisiete años. ¿Qué mujer no está buena con esa edad? No me jodas. Yo sabía que la cosa podía ponerse fea, no me mal interpreten, no es que sueñe con follarme a mi hija ni nada de eso, pero me conozco y sé que algunas veces en lo tocante al sexo me cuesta controlarme y pierdo la cabeza.
- Carla, ¿Tú quieres bañarte con papá? _ le pregunté semanas después presionado por mi mujer.
Se encogió de hombros y no dijo nada cuando tenía que decir; sí que me importa, no quiero, estás loco. Que sea lo que Dios quiera, pensé.
Una tarde bañaba a Andrea, más bien ella jugaba y yo me relajaba medio dormido cuando entró Carmen y sacó a la niña:
- Déjate estar _ dijo cuando yo pretendía salir _ Ahora viene Carla.
Me quedé de piedra. La mirada de mi mujer me pedía comprensión, yo la tenía. Lo que no sabía era como iba a reaccionar mi cuerpo y eso me mataba. Unos minutos después entró mi hija mayor envuelta en una toalla con una gran sonrisa en la boca. Justo enfrente de mí dejó caer la toalla y su cuerpo completamente desnudo quedó parado delante de mis ojos. Como había sospechado era toda una mujer de los pies a la cabeza y estaba muy buena. Todo en su sitio; unas tetas del tamaño perfecto con unos pezones rosados que vencían a la gravedad sin problema, el pirsin del ombligo adornaba su vientre plano que podría ser esculpido por el mismísimo Miguel Ángel y justo debajo la cintura estrechita que empezaba a curvar hasta llegar a unas caderas anchas y perfectas seguidas de unas piernas de diosa. Y luego estaba su coñito, perfecto, con unos labios suaves y marcados que el vello rasurado dejaba ver a la perfección. Siempre había pensado que los dioses habían sido generosos con el culo de mi hija, pero al verlo allí delante me di cuenta que cualquier hombre daría años de vida por disfrutar de él. Sin duda era la mejor parte de su cuerpo, su culazo. Me sonrió y entró al agua.
Mi polla reaccionó y de inmediato se puso dura como una piedra, menos mal que el agua la tapaba casi al completo. Carla empezó a jugar un poco nerviosa con los patitos de goma de su hermana, los sumergía y dejaba que subieran solos a la superficie mientras esperaba claramente a que yo hiciese lago. ¿Qué podía hacer? Si yo no podía dejar de mirar aquellas preciosas tetas e imaginarme mil cosas que hacer con ellas.
Pasaron algunos minutos y no se me ocurrió otra cosa más que la tontería de salpicarla a la cara con poco de agua y espuma de jabón. Ella respondió el envite al momento y en unos segundos el agua volaba por todos lados salpicándonos a ambos y a todo el baño. El juego derivó en empujones, agarrones y aguadillas. No lo hice a posta o quizás sí, pero mientras jugábamos mis manos recorrían el cuerpo de mi hija sin pudor. Amasaban sus tetas, recorrían su vientre plano hasta perderse entre sus piernas, los dedos se recreaban en la entrada de su ano, en todo su coñito explorando sin reservas la entrada de ambos agujeros. Yo esperaba que ella pusiese fin en cualquier momento a aquel sobe descarado, pero Carla se reía como una loca cuando mis manos apretaban sus tetas o se mordía los labios con fuerza cada vez que uno de mis dedos entraba en su culo o en su coño, no puedo saber a ciencia cierta si ella buscaba aquel roce o lo veía como las consecuencias del juego. Fuese como fuese ella no decía nada.
Como había supuesto, llegado aquel momento yo ya no era consciente de que la hembra que tenía entre mis manos era mi hija, sabía que por mí mismo no podría parar.
La sujeté por la cintura cuando Carla intentaba agarrar el bote de jabón de la repisa, ella estaba de espaldas a mí así que mi polla se alojó entre la raja de su culo, la apreté con fuerza mientras mi glande resbalaba entre sus labios vaginales y su culo, ¡que gustazo! Ella se apretaba fuerte contra mí, el roce de mi polla en su coño y culo la estaba volviendo loca. Con fuerza la senté sobre mi regazo, mi polla dura como un bloque de hormigón quedó justo entre los labios de su coño separándolos hasta dejar su clítoris crecido y duro, rozando contra mi capullo. Nos reíamos mientras tomábamos aire, ella intentaba recobrar el aliento yo intentaba controlar mis impulsos de penetrarla allí mismo. Unos segundos después ella rodeó con sus manos toda mi polla y comenzó a moverla arriba y abajo despacio, Carla miraba atenta a sus manos para ver como el glande gordo y palpitante se movía. Mis dedos buscaron su clítoris y después de separar sin mucho cuidado sus piernas comencé a frotarlo en pequeños círculos. Apoyó su espalda en mi pecho mientras soltaba pequeños suspiros de placer. Mi polla palpitaba entre sus manos y su botoncito entre las mías. Bajé mi cabeza hasta que mi boca estaba a la altura de la suya y la besé, primero muy suave en los labios, luego con más fuerza hasta que nuestras lenguas se enredaron. Le succioné los pezones y le comí la boca hasta que sus jadeos se hicieron más y más fuertes. Carla estaba a punto de correrse y los latidos de mi polla junto con los calambres de mis huevos me anunciaban que la leche no tardaba en salir. Carla curvó la espalda y con su cabeza mirando al techo comenzó a respirar a bufidos, se sestaba corriendo y ¡de que manera! Froté con fuerza mi polla contra sus labios hinchados y la leche se derramó sobre el vientre, pecho y coño de mi hija. Ambos nos quedamos jadeantes un buen rato y así estábamos cuando la puerta se abrió de un golpe:
- La cena está en la mesa.
Relato ficticio, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia
Año dos mil cinco. Yo acababa de cumplir los cuarenta y seis años, mi esposa Carmen los cuarenta y dos y estábamos en nuestro mejor momento. Nuestra vida era como la habíamos planeado desde el principio, una hija preciosa, Carla, que ya había cumplido los doce años y comenzaba a ser autónoma lo que nos dejaba a mi mujer y a mí más tiempo libre para nosotros. Teníamos nuestra casa soñada, un gran chalet en las afueras con una gran piscina, jardín y el mini campo de golf. Dos coches, una moto que usábamos para ir a concentraciones por todo el país, nuestro viaje por el mundo cada año, comida con los amigos cada fin de semana, escapadas a casas rurales, trabajos fijos, gimnasio a diario, compras en las tiendas más exclusivas, todo lo que se puede desear cuando te acercas a los cincuenta y te has partido los cuernos a trabajar.
Recuerdo aquella tarde de principios de primavera. Llegué a casa como cualquier otro día y allí estaba Carmen, sentada en el sofá en estado de shock, con la mirada perdida y pálida como un cadáver:
- Estoy embarazada! _ me susurró cuando me senté a su lado.
Nueve meses después nació Andrea y nuestra vida, o mejor dicho no vida, volvió a ser la de trece años antes. Pañales, noches en vela y carreras a urgencias nada más. Sólo que ahora éramos mucho más viejos y eso lo empeoraba todo. Los meses pasaron y cuando pensábamos que las cosas ya sólo podían mejorar, Carla que ya tenía los trece cumplidos, comenzó a comportarse de manera extraña. Ella que siempre había sido una niña modelo en todo, cariñosa, sensible, atenta, estudiosa y amable con todo el mundo ahora se había convertido en todo lo contrario. Aquella dulce niña rubita de ojos verdes, con carita de ángel que empezaba a ser una mujer, se había transformado en una bruja odiosa. No hablaba, gruñía, peleas en el colegio, calificaciones que no rozaban ni el suspenso siquiera, vestía con la ropa que te podías encontrar en un contenedor de basura, no quería asearse, ni limpiar su cuarto y no hablar de cómo trataba a su hermana, ni la miraba o tocaba solo cara de desprecio cada vez que s ele acercaba. Carla se había convertido en un monstruo.
Mi mujer y yo estábamos desbordados con aquella situación y temiendo que un día se nos fuera la mano y la acabásemos colgando de una lámpara la llevamos al psicólogo:
- Es muy fácil_ comenzó a explicarnos aquella amable señora unas semanas después de comenzar a tratar a la niña_ Carla tiene celos de su hermana.
¿Celos? Pensé yo ¡Toda aquella amargura era por celos! Anda no me joda señora.
Yo no quería hacer ni puto caso a lo que había contado aquella vieja, pero mi mujer se puso en plan maternal conmigo y accedí. El caso era el siguiente; Carla camino de los quince años quería ser tratada como su hermana de poco más de un año. Si le comprabas un sonajero a la una, pues tráele algo similar a la otra, que ropita pues también a la otra, que jueguitos pues que se una la mayor y así con todo.
Al principio creí que era una gilipollez como un mundo, pero el caso es que la cosa empezó a funcionar. Medio año después Carla volvía a ser la adorable niña que era antes de nacer su hermana. Andrea cumplió los tres años y Carla rondaba los diecisiete cuando apareció otro problema.
Hacía unos meses que tanto yo como Carmen aprovechábamos nuestros baños en el jacuzzi para jugar un poco con Andrea que ya había crecido lo suficiente para no ahogarse en la inmensa bañera, de paso que nos relajábamos un poco bañábamos a la niña y ella también se lo pasaba genial con sus juguetitos, las burbujas y todo eso:
- ¿Crees que Carla querría usar el jacuzzi?
- Puede hacerlo cuando quiera_ le maticé yo a mi esposa mientras nos acostábamos.
- Sé que puede hacerlo, pero digo con nosotros como hacemos con su hermana.
- Ella ya es una mujer hecha y derecha, no creo que quiera jugar en el jacuzzi con patitos de goma con su mamá y mucho menos con su papá.
Poco importaba lo que yo dijese, aquello iba a hablarse como hacía Carmen con todo lo referente a sus hijas, sobre todo desde el problema de dos años atrás. Carmen fue de frente con Carla:
- ¿Te sientes desplazada por no venir al jacuzzi con nosotros?
Carla no contestó nada, no hizo falta. Yo me esperaba un; que va, soy una mujer mayor y no necesito esas bobadas de juegos, estáis locos y bla bla bla, pero no, bajó la mirada al suelo sin decir nada mientras se frotaba las manos. Yo no podía creérmelo, mi mujer volvía a tener razón.
Como padres sensatos que éramos o creíamos serlo, acordamos que Carla fuera al jacuzzi cuando fuera su madre y su hermana. Al menos yo creía que el problema estaba solucionado, pero no; una vez me dijo mi madre que los hijos no vienen con libro de instrucciones, uno lo hace lo mejor que puede o sabe y no debe pensar a tiempo pasado lo de; si yo hiciese, si cambiase esto, eso solo valía para mortificarnos. Pues sepan que tenía más razón que un santo. Lo que les decía, yo creía que todo estaba bien pero no era así:
- Carla me preguntó si era algo malo que ella te acompañase a ti en el baño_ me dijo mi mujer como si tal cosa en la cena.
- ¿Y qué le has dicho? _ esa niña está mal de la cabeza es lo que deseaba decir.
- Que si ella quiere hacerlo no tiene nada de malo.
No dije nada ya que Carmen había decidido por mí, pero en que estaba pensando. Era mi hija sí, pero también era también una mujer de diecisiete años, con una carita preciosa y un cuerpo de diecisiete años. ¿Qué mujer no está buena con esa edad? No me jodas. Yo sabía que la cosa podía ponerse fea, no me mal interpreten, no es que sueñe con follarme a mi hija ni nada de eso, pero me conozco y sé que algunas veces en lo tocante al sexo me cuesta controlarme y pierdo la cabeza.
- Carla, ¿Tú quieres bañarte con papá? _ le pregunté semanas después presionado por mi mujer.
Se encogió de hombros y no dijo nada cuando tenía que decir; sí que me importa, no quiero, estás loco. Que sea lo que Dios quiera, pensé.
Una tarde bañaba a Andrea, más bien ella jugaba y yo me relajaba medio dormido cuando entró Carmen y sacó a la niña:
- Déjate estar _ dijo cuando yo pretendía salir _ Ahora viene Carla.
Me quedé de piedra. La mirada de mi mujer me pedía comprensión, yo la tenía. Lo que no sabía era como iba a reaccionar mi cuerpo y eso me mataba. Unos minutos después entró mi hija mayor envuelta en una toalla con una gran sonrisa en la boca. Justo enfrente de mí dejó caer la toalla y su cuerpo completamente desnudo quedó parado delante de mis ojos. Como había sospechado era toda una mujer de los pies a la cabeza y estaba muy buena. Todo en su sitio; unas tetas del tamaño perfecto con unos pezones rosados que vencían a la gravedad sin problema, el pirsin del ombligo adornaba su vientre plano que podría ser esculpido por el mismísimo Miguel Ángel y justo debajo la cintura estrechita que empezaba a curvar hasta llegar a unas caderas anchas y perfectas seguidas de unas piernas de diosa. Y luego estaba su coñito, perfecto, con unos labios suaves y marcados que el vello rasurado dejaba ver a la perfección. Siempre había pensado que los dioses habían sido generosos con el culo de mi hija, pero al verlo allí delante me di cuenta que cualquier hombre daría años de vida por disfrutar de él. Sin duda era la mejor parte de su cuerpo, su culazo. Me sonrió y entró al agua.
Mi polla reaccionó y de inmediato se puso dura como una piedra, menos mal que el agua la tapaba casi al completo. Carla empezó a jugar un poco nerviosa con los patitos de goma de su hermana, los sumergía y dejaba que subieran solos a la superficie mientras esperaba claramente a que yo hiciese lago. ¿Qué podía hacer? Si yo no podía dejar de mirar aquellas preciosas tetas e imaginarme mil cosas que hacer con ellas.
Pasaron algunos minutos y no se me ocurrió otra cosa más que la tontería de salpicarla a la cara con poco de agua y espuma de jabón. Ella respondió el envite al momento y en unos segundos el agua volaba por todos lados salpicándonos a ambos y a todo el baño. El juego derivó en empujones, agarrones y aguadillas. No lo hice a posta o quizás sí, pero mientras jugábamos mis manos recorrían el cuerpo de mi hija sin pudor. Amasaban sus tetas, recorrían su vientre plano hasta perderse entre sus piernas, los dedos se recreaban en la entrada de su ano, en todo su coñito explorando sin reservas la entrada de ambos agujeros. Yo esperaba que ella pusiese fin en cualquier momento a aquel sobe descarado, pero Carla se reía como una loca cuando mis manos apretaban sus tetas o se mordía los labios con fuerza cada vez que uno de mis dedos entraba en su culo o en su coño, no puedo saber a ciencia cierta si ella buscaba aquel roce o lo veía como las consecuencias del juego. Fuese como fuese ella no decía nada.
Como había supuesto, llegado aquel momento yo ya no era consciente de que la hembra que tenía entre mis manos era mi hija, sabía que por mí mismo no podría parar.
La sujeté por la cintura cuando Carla intentaba agarrar el bote de jabón de la repisa, ella estaba de espaldas a mí así que mi polla se alojó entre la raja de su culo, la apreté con fuerza mientras mi glande resbalaba entre sus labios vaginales y su culo, ¡que gustazo! Ella se apretaba fuerte contra mí, el roce de mi polla en su coño y culo la estaba volviendo loca. Con fuerza la senté sobre mi regazo, mi polla dura como un bloque de hormigón quedó justo entre los labios de su coño separándolos hasta dejar su clítoris crecido y duro, rozando contra mi capullo. Nos reíamos mientras tomábamos aire, ella intentaba recobrar el aliento yo intentaba controlar mis impulsos de penetrarla allí mismo. Unos segundos después ella rodeó con sus manos toda mi polla y comenzó a moverla arriba y abajo despacio, Carla miraba atenta a sus manos para ver como el glande gordo y palpitante se movía. Mis dedos buscaron su clítoris y después de separar sin mucho cuidado sus piernas comencé a frotarlo en pequeños círculos. Apoyó su espalda en mi pecho mientras soltaba pequeños suspiros de placer. Mi polla palpitaba entre sus manos y su botoncito entre las mías. Bajé mi cabeza hasta que mi boca estaba a la altura de la suya y la besé, primero muy suave en los labios, luego con más fuerza hasta que nuestras lenguas se enredaron. Le succioné los pezones y le comí la boca hasta que sus jadeos se hicieron más y más fuertes. Carla estaba a punto de correrse y los latidos de mi polla junto con los calambres de mis huevos me anunciaban que la leche no tardaba en salir. Carla curvó la espalda y con su cabeza mirando al techo comenzó a respirar a bufidos, se sestaba corriendo y ¡de que manera! Froté con fuerza mi polla contra sus labios hinchados y la leche se derramó sobre el vientre, pecho y coño de mi hija. Ambos nos quedamos jadeantes un buen rato y así estábamos cuando la puerta se abrió de un golpe:
- La cena está en la mesa.
Relato ficticio, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia
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