Andrea no contestó, pero los dos nos levantamos del sofá, ella recogió su tanga y juntos nos dirigimos a la alcoba que compartíamos su madre y yo, aunque antes pasó a su habitación de la que salió con un rotulador en la mano.
Mientras íbamos por el pasillo no pude evitar poner mi mano en sus glúteos y palparlos sintiendo como se endurecían al andar constatando lo firmes que eran.
Llegamos a la habitación y Andrea se quedó de pie sin saber muy bien lo que hacer. Le dije que se sentara y después de dejar la tanga a un lado, se sentó en el borde de la cama.
Estaba preciosa. Con su inexperiencia se dejaba guiar y hacía todo lo que yo le indicaba sin tan siquiera preguntar para qué.
Le dije que me dejara ver el “ rotulador”.
Era de color negro de una conocida marca alemana, tenía un extremo cubierto por un capuchón rojo y el otro por un tapón redondeado del mismo color.
Me acerqué y me arrodille sobre la alfombra delante de ella. Acaricié sus pechos y pezones con mucha delicadeza que respondieron poniéndose tiesos y duros.
Le dije que se echara y ella obediente así lo hizo dejándose caer sobre la cama dejando los pies apoyados en el suelo.
Me incliné sobre ella, acaricié sus pechos y besé y chupé sus pezones. La cara de Andrea era la viva imagen del deseo.
No decía nada pero la manera de morderse los labios y los leves gemidos que escapaban de su garganta, eran lo suficientemente elocuentes para que por sí solos significaran que por encima de todo, deseaba abandonarse al placer y sentir en cada poro de su piel la sensación del clímax sexual proporcionado por otra persona, que hasta este día no había conocido en toda su plenitud.
Ya no era la niña a la que todos creíamos inocente e ingenua, era una mujer anhelando caricias y deseosa de alcanzar las más altas cotas del placer.
Así lo demostraba ofreciendo su cuerpo sin pudor y reclamando a cambio el del hombre que la hiciera alcanzar el clímax.
Era una hembra esperando que el macho hundiera su miembro en ella y se vaciara en sus entrañas inundándola de semen.
Deseaba ser follada.
Sin decirlo con palabras, lo decía con su cuerpo y con sus actos.
Buscaba aplacar la calentura que la consumía y deseaba hacerlo como una auténtica mujer.
Nada de masturbaciones a escondidas, ella quería que la penetrara hasta el fondo para sentir dentro toda mi virilidad y la descarga en lo más profundo de su vientre de la leche, como la que un rato antes tuvo extendida en sus pezones.
Había probado el sexo en pareja y le había gustado, por eso su joven cuerpo ansiaba las caricias que quizás en tantas ocasiones había soñado en la intimidad de su alcoba mientras se masturbaba.
Ahora tenía la oportunidad de hacer realidad esas fantasías y las quería todas.
Quería experimentar todo aquello que había imaginado mientras acariciaba su sexo o introducía su “juguete” en el ano, soñando que era un amante imaginario quien le hacía todo eso.
Deslicé una de mis manos hasta su vientre y empecé a juguetear con su vello púbico rizado y sedoso, para seguidamente acariciar, sin llegar a meter los dedos dentro de su hendidura, su sexo.
Sin yo pedírselo, Andrea separó las piernas y cuando pasé mi mano por sus labios, recorriéndolos desde el perineo hasta el pubis, Andrea se estremeció a la par que me miraba en una muda súplica para que calmara el ardor que la consumía.
Era la sensualidad personificada y se moría por ser penetrada como una gatita en celo.
- ¿Tienes muchas ganas?, le pregunté mientras besaba sus deliciosos pezones.
- Siiiiiii, quiero que me lo hagas.
Su respuesta acrecentó mi excitación, aunque no quería precipitar las cosas. Me tomaba mi tiempo para prolongar el disfrute y el morbo que me producía ver a Andrea, una preciosa chica adolescente desnuda, totalmente entregada y dispuesta a complacerme en cualquier cosa que le pidiera.
Sentía un hormigueo indescriptible en todo el cuerpo pensando que podía hacer lo que quisiera con Andrea, y que ella se me ofrecía gustosa para gozar del sexo sin límites.
Tomé sus piernas y las flexioné hasta que quedaron en posición ginecológica con lo que su sexo se mostraba en toda su plenitud, a la par que su ano se dejó ver con la punta del vibadror clavada profundamente en él.
Me quedé extasiado mirándolo. Los labios mayores eran dos carnosos ligeramente más sonrosados que el resto de la piel, separados por una hendidura que en esa posición no dejaba ver el interior.
He visto otros así, pero en fotos o vídeos.
Era como el sexo de una niña pequeña en la que no salen los labios menores por la hendidura, todo está cerrado como en un estuche.
Con ambas manos separé los labios y apareció ante mí su sexo más bonito que he visto jamás.
Era de un tono sonrosado precioso y los labios menores, pequeños y delgados, se unían en la parte superior formando la pequeña cresta del capuchón que guarda el clítoris.
Con ambas manos estiré el vello púbico hacia arriba para dejar totalmente al descubierto su clítoris.
Acerqué mi nariz y aspiré el aroma que emanaba.
Era un olor intenso pero no desagradable, más bien al contrario, era un olor embriagador que invitaba a empaparse de él.
Lo tenía todo impregnado del fluido que había segregado antes y se veía brillante y apetitoso.
Forcé la separación de los labios por su parte inferior y vi como se abrió un pequeño agujero en la entrada de su vagina de un diámetro no mayor de un centímetro, que se cerraba si dejaba de separarle los labios.
Estaba claro que era virgen.
No pude aguantar más, posé mi boca sobre su sexo y empecé a besar y lamer sus labios cálidos y suaves como el terciopelo. Con mi lengua recogí la cremita de un tono nacarado que lo cubría y acto seguido empecé a deslizarla hacia arriba recogiendo los juguitos que para mí eran todo un manjar.
Llegué hasta el capuchón que guardaba el clítoris y me entretuve en chupetearlo, succionarlo y mordisquearlo con mis labios a la vez que lo impregnaba de los juguitos que llenaban mi boca.
Seguí así un ratito pasando mi lengua por toda su rajita y chupeteando el clítoris que se notaba hinchado y tumefacto por la excitación.
Yo estaba disfrutando comiéndome el coño más delicioso de mi vida y Andrea también disfrutaba, pues no dejaba de emitir pequeños gemidos.
Después de un ratito comiéndome tan exquisito manjar y con Andrea plena de excitación, lo que me aseguraba que no se negaría, le dije:
- Me gustaría ver lo que haces con el “rotulador ”.
- Entonces tengo que ir a mi habitación por vaselina.
- No hace falta, tu madre y yo tenemos gel para estas cosas.
Le indiqué que se echara en el centro de la cama y le acerqué a su mano el frasco de gel.
Se puso una pequeña cantidad en el dedo y adoptando de nuevo la postura ginecológica se la aplicó en el ano dándose un pequeño masaje.
Yo no me perdía detalle y cada vez estaba más caliente viendo como Andrea se preparaba para penetrarse ella misma.
De nuevo puso más gel en su dedo y repitió la misma operación metiéndose la yema del dedo de vez en cuando.
Acto seguido cogió el rotulador y después de untarlo también con gel, lo apoyó en la entrada de su ano por la parte redondeada y lo fue introduciendo poco a poco hasta que más de la mitad del mismo hubo desaparecido dentro de su agujero, con lo que calculé que se metió más de diez centímetros, pues estos rotuladores son bastante largos.
Se quedó quieta con el rotulador dentro y le pregunté qué hacía después a lo que me contestó que lo dejaba así mientras se masturbaba.
Le dije que lo hiciera, que quería verla y Andrea puso su mano sobre su clítoris y con sus dedos empezó a masajearlo con suaves movimientos rotatorios.
Mi verga había vuelto a babear y también deseaba participar de la fiesta así que me subí a la cama y me puse de rodillas frente a ella y le dije que se abriera los labios con las manos y apartara el vello para que el clítoris quedara bien expuesto, cosa que hizo al instante.
Me acerqué hasta que mi verga estuvo a la altura de su sexo. En esta posición presioné mi miembro desde la raíz hasta el glande para hacer salir mis fluidos preseminales que cayeron en un hilillo continuo sobre su clítoris y lo extendí sobre él con mi miembro.
Puse el glande presionando ligeramente la entrada de su virginal vagina y Andrea, que había levantado la cabeza y no se perdía detalle de lo que hacía, preguntó:
- ¿Me va a doler mucho?
- Nada de eso cariño, te prometo que sólo vas a sentir placer.
Estaba claro que pensaba que iba a penetrarla pero yo ya había decidido, por temor a dejarla embarazada entre otras cosas, que como aún nos quedaban muchos días de vacaciones para seguir disfrutando, Andrea recordara su primera relación conmigo como algo placentero y no como algo traumático por el dolor que pudiera causarle la desfloración.
Con mi mano deslicé mi verga a lo largo de su rajita hasta el clítoris, al que Andrea se encargaba de mantener despejado del vello púbico que con sus manos lo estiraba hacia su vientre como yo le había indicado que hiciera.
Realicé ese movimiento de abajo a arriba, recorriendo toda su rajita, frotando mi verga por su sexo repetidas veces, entreteniéndome en su clítoris que era lo que más agradaba a Andrea.
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