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Capítulo 12.
Noches Húmedas.
Me encontraba jugando a la Play. Al igual que en los últimos días, lo hacía solo para distraerme con algo, porque ya conocía prácticamente de memoria los juegos que tenía. De todas formas, algunos todavía lograban divertirme.
La puerta se abrió de repente y me alegré de tener la ropa puesta. Se trataba de mi prima. Ayelén me miró desde la puerta, pude notar la rabia contenida en sus ojos. Antes de que tuviera tiempo de decir algo, ella habló.
―Fuera ―dijo con voz seca.
―¿Qué? ¿Por qué? Tefi me dio permiso para estar acá todo el tiempo que yo quiera.
―Eso cambió. Ahora esta es mi pieza. Voy a dormir con Estefanía por unos días. Vos podés volver a tu pieza.
―¿De verdad? ―Pregunté, alegrándome, como el gran ingenuo que soy. Un segundo después me di cuenta de que esto debía ser una trampa.
―Sí, vas a dormir con mi mamá.
Toda mi alegría se desvaneció al instante. Entendí que Ayelén se las había ingeniado para convencer a Estefanía de pasar la noche acá, solo para obligarme a dormir con Cristela. Macarena aún no me permitía volver a su cuarto, no quería molestar a Gisela y, ni por asomo, quería quedarme a solas con Pilar. Mi única opción era Tefi… hasta que Ayelén cambió todo.
―Dale, pendejo ―me dijo―. Salí de acá. Si querés llevate la mugrosa PlayStation.
Salí de la pieza, pero no me llevé la Play, porque quizás Tefi quisiera jugar. Además en mi dormitorio tenía otras formas de entretenimiento.
Volver a mi cuarto me entusiasmó. Por unas horas pude estar tranquilo en mi propia guarida, jugando con la computadora. Ahí mi catálogo de juegos era mucho más grande, y llevaba sin tocarlos desde que inició la cuarentena. Se sintió como una bocanada de aire fresco. Sin embargo esto se terminó cuando mi tía Cristela decidió que ya había llegado la hora de dormir.
―Perdón ―me dijo apenas entró al dormitorio―. Imagino que no te debe resultar cómodo dormir con la pesada de tu tía; pero Ayelén insistió mucho en que quería pasar algunas noches con Estefanía. No me extraña, Tefi es la única con la que se lleva bien.
―No pasa nada, tía. Ya me estoy acostumbrando a esto de dormir con otras personas. Solo espero no molestarte.
―No, a mí no me molestás para nada.
Al decir esto se quitó la blusa y el short, quedando en tanga y en corpiño. Ya la había visto así, durante el torneo de culos, pero ahora ella era la única mujer presente. Su anatomía no competía contra la de chicas más jóvenes y voluptuosas. Toda mi atención se centraba en su definida figura. Su vientre plano, y esos dos melones, casi tan grandes como los de Gisela. Tengo que reconocer que, para la edad que tiene, y considerando que es madre, mi tía Cristela tiene un cuerpo maravilloso. Hay algunas huellas que delatan su edad, pero son mínimas.
Cristela se acostó en la cama y decidí que lo mejor era hacer lo mismo. Al fin y al cabo ya tenía sueño y cuanto antes me durmiera, más rápido se me pasaría la noche.
Para acostarme me quedé en bóxer, lo cual no me avergonzó para nada, porque prácticamente era como tener puesto un short. La cama es de una plaza y media, eso significa que dos personas pueden dormir ahí… siempre y cuando no sean muy voluminosas. Soy delgado y mi tía también, pero aún así quedamos demasiado juntos en la cama.
―Que descanses ―me dijo ella, con amabilidad, y apagó la luz.
Me quedé con los ojos abiertos, mirando hacia la oscuridad, creyendo que esta noche me resultaría imposible dormir. Pero ocurrió como tantas otras veces en las que concilié el sueño sin darme cuenta.
Solo me percaté de que me había quedado dormido cuando, a mitad de la noche, algo que se movía debajo de las sábanas me despertó. Me quedé paralizado del miedo hasta que mi atontado cerebro reaccionó. Recordé que a mi lado se encontraba mi tía Cristela y el alma me volvió al cuerpo.
Estaba dispuesto a volver a dormirme cuando una vez más noté un extraño movimiento… hasta pude sentir el colchón vibrando de forma extraña. A mi izquierda mi tía Cristela parecía estar temblando. Por suerte antes de abrir la boca decidí esperar, para poder comprender mejor la situación.
Contra mi hombro izquierdo podía sentir el brazo de mi tía moviéndose rápidamente, eso ya me dio una importante pista; pero lo que me dejó todo más claro fueron los sonidos. Escuchando atentamente noté que ella respiraba de forma agitada y a la vez contenida, como si no quisiera ser oída. A esto se le agregaba un tenue chasquido húmedo, que se hacía más intenso cuando la respiración de mi tía se agitaba más.
Me quedé paralizado por la sorpresa. Solo bastaba conectar estos puntos para saber que Cristela se estaba masturbando. No podía tratarse de otra cosa.
Permanecí estático, sin mover ni un solo músculo. Si las luces estuvieran encendidas, yo estaría mirando hacia el techo; pero solo podía ver oscuridad. Eso agudizó mejor mis otros sentidos y el oído se me puso cada vez más fino. Ese tenue chasquido húmedo se hizo mucho más fácil de identificar. No me cabía ninguna duda, ella se estaba metiendo los dedos en la concha, y a pesar de querer pasar desapercibida, lo hacía muy rápido. A veces ella parecía olvidar que no debía llamar mi atención. En esos momentos podía escucharla suspirar de placer, mientras sus dedos ganaban velocidad al moverse contra su concha.
Sentí mucha vergüenza. Si ella llegaba a descubrir que yo estaba despierto, podría… no sé… no tengo idea de cómo podría reaccionar. Pero seguramente no sería algo positivo.
Me quedé muy quieto, sin tener mucha noción del tiempo. Por culpa de los jadeos de mi tía, la verga se me puso dura. Fue una suerte que estuviera apuntando hacia el techo, como el mástil de un barco, de esta forma ella no notaría mi erección.
Por suerte Cristela quedó satisfecha y fue reduciendo progresivamente sus movimientos, hasta quedar completamente quieta.
Esta vez me costó mucho más conciliar el sueño, especialmente porque estaba muy excitado y quería masturbarme; pero hacerlo junto a mi tía sería una locura, especialmente teniendo en cuenta que ella podría seguir despierta.
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El día siguiente fue bastante normal… bueno, si es que se puede considerar normal estar en cuarentena por culpa de una pandemia. Pasé bastante tiempo en mi pieza, jugando con la computadora, sin poder dejar de pensar en la masturbación nocturna de mi tía. Ese suceso me dejó extrañamente excitado, sin embargo no me atreví a hacerme una paja, tenía miedo de que ella entrara repentinamente en la habitación y me sorprendiera con las manos en la masa.
Para no caer en la tentación de tocarme, decidí salir de mi cuarto.
No fue buena idea.
En el living me encontré con Macarena, en tanga, luciendo sus tetas con suma tranquilidad. Pero lo que captó casi toda mi atención fue Gisela, que también estaba sentada en uno de los sillones del living, y al igual que Macarena, ella no tenía corpiño. Sus enormes tetas estaban totalmente a la vista.
Macarena me invitó a unirme a ellas, para tomar unos mates. Acepté encantado y me esforcé mucho para no mirarle las tetas… o la entrepierna, porque las dos estaban en tanga y a pesar de estar sentadas, podía notar cómo la tela de su ropa interior trazaba el contorno de sus labios vaginales.
En un momento perdí la concentración y quedé embobado, admirando los grandes pechos de Gisela. Me pregunté cómo se sentiría tocar unas tetas así… o chuparlas. Sus pezones eran firmes y muy bonitos, aunque no tan grandes como los de mi tía Cristela.
De pronto Gisela giró su cabeza hacia mí y pude notar el miedo en sus ojos. Intenté apartar la mirada de sus tetas, pero ya era demasiado tarde. Ella me había sorprendido infraganti. Pude notar cómo sus mejillas se ponían rojas.
―Ya vengo ―dijo Gisela, casi al instante.
Salió del living mientras Macarena me cebaba un mate. Cuando terminé de tomarlo, Gisela regresó. Tenía puesta una remera blanca. Se le marcaban mucho los pezones, pero no era lo mismo que estar en tetas. Me sentí muy mal. Por mi insolente forma de mirarla había avergonzado a mi hermana y ella, en lugar de mantener la promesa que le hizo a Macarena, de dejar sus tetas libres, tuvo que cubrirlas con algo.
“Nahuel, no podés ser tan imbécil”, me recriminé. Quería explicarle a Gisela que, de todas mis hermanas, ella era la que menos recibiría miradas libidinosas de mi parte; pero… no pude evitarlo. Sus tetas son… demasiado llamativas. Teniendo en cuenta la personalidad tan introvertida que tiene, habrá sufrido mucho al poseer tetas tan grandes, y que éstas se vuelvan el centro de atención de todas las personas que la rodean. Y yo, como un imbécil, la hice sentir mal en su propia casa.
Volví a mi pieza, para conectarme una vez más a la computadora. No pude soportar la desilusión en la mirada de Gisela.
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Esa noche me fui a dormir antes de que mi tía Cristela entrara a la pieza. Creía que con eso me ahorraría una situación incómoda. No quería estar mirándola en ropa interior mientras pensaba en la paja que se había hecho la noche anterior. También supuse que si ella ya se había sacado las ganas de tocarse, entonces tardaría varios días en volver a hacerlo. Siempre creí que las mujeres rara vez se masturban… aunque Macarena ya me había demostrado que algunas mujeres pueden hacerlo con más frecuencia. No creía que mi tía fuera esa clase de mujeres. Si llegó al punto de masturbarse estando yo en la misma cama, seguramente fue porque ella estaba en uno de esos extraños días en los que ya no se aguanta más la abstinencia sexual.
A mitad de la noche algo me despertó, no estoy seguro de si fue algún ruido o un movimiento… o quizás las dos cosas. Cuando recobré la consciencia me quedé rígido, sin mover ni un solo músculo.
Estaba ocurriendo otra vez.
A mi lado Cristela se movía suavemente y su respiración sonaba agitada, como si hubiera estado corriendo una carrera. Una vez más noté el temblequeo en su brazo derecho, que estaba prácticamente pegado a mi cuerpo. Cualquier mujer que estuviera acariciándose la concha se movería igual.
A diferencia de la noche anterior, esta vez mi tía se tomó más tiempo para satisfacer sus necesidades sexuales. Supuse que ahora estaba más confiada… y ese exceso de confianza la llevó a ser menos prudente. El chasquido húmedo de los dedos entrando y saliendo de su concha se fue haciendo cada vez más rápido. Solo se detenía en determinados momentos… pero su brazo seguía moviéndose. Comprendí que en esos momentos ella frotaba su clítoris, y luego volvía a meterse los dedos.
Considerando que mi tía Cristela es una mujer voluptuosa y muy bonita, y que se estaba pajeando a mi lado, no creo que nadie pueda juzgarme por tener una erección. Esta vez no pude contenerla. La verga se me puso como un garrote… quedó tan rígida que tuve que sacarla del bóxer. Solo quedó la sábana cubriéndome. Pero la oscuridad era total. Ni la persona con la vista más aguda podría haberse dado cuenta de que yo la tenía parada. Eso me tranquilizó mucho. Lo único que tenía que hacer era quedarme muy quieto hasta que mi tía diera por concluida su masturbación. Luego mi verga bajaría sola… o al menos eso esperaba.
Pero todo cambió en un instante. No sé exactamente qué fue lo que ocurrió, solo sé que de pronto sentí los dedos de mi tía sobre mi verga erecta. Ella la tocó como quien busca una linterna en la oscuridad.
―¡Ay! ―Exclamó Cristela. Fue un grito ahogado, a pesar de su sorpresa, no quería despertar a todos los miembros de la casa.
Todo pasó muy rápido. Ella se sacudió en la cama, escuché ruidos en la mesita de luz de su lado y súbitamente se hizo la luz.
Nunca voy a poder olvidar esa imagen de mi tía Cristela. Estaba sentada en la cama. Sus cabellos, exageradamente rojos, estaban despeinados; sus ojos parecían a punto de saltar fuera de las cuencas; estaba cubierta por finas gotas de sudor y sus tetas… sus grandes tetas al desnudo, subían y bajaban con el acelerado ritmo de su respiración. Su mirada saltaba de mis ojos a mi verga. Ahí me di cuenta de que Cristela, al intentar cubrir la parte inferior de su cuerpo, había tirado de la sábana, la cual aferraba con sus manos. Eso había dejado mi verga completamente a la vista.
No sabía qué decir, ni cómo reaccionar. Me quedé tan duro como mi propio pene.
―¡Nahuel! Yo… em… vos… este… no sabía que estabas despierto. Yo… este…
Ella estaba tan nerviosa como yo. No encontraba palabras para explicar por qué se estaba haciendo una paja, y yo no quería explicar por qué tenía la pija dura.
Cristela volvió a apoyar la cabeza en la almohada y se quedó mirando el techo en silencio. Yo hice lo mismo, aunque… de reojo, espié sus tetas varias veces. No pude evitarlo. Eran casi tan grandes como las de Gisela, y lucían muy sensuales con las pequeñas gotas de sudor que las cubrían… y el ritmo con el que subían y bajaban. Mi tía estaba agitada y no sabía si era por la paja que se había hecho, o por el susto que se llevó. Probablemente fuera por las dos cosas.
―Perdoname, Nahuel ―dijo ella. Volvió a sentarse y sus ojos fueron directamente a mi verga, la cual yo no me había molestado en cubrir―. Fui una estúpida. Ni siquiera voy a intentar negar lo que estaba haciendo. Vos ya sos grande y serías muy boludo si no te dieras cuenta. Esta es tu pieza y yo vine a invadirte, y para colmo… hago esto. No quiero que pienses mal de mí. Te juro que creí que estabas totalmente dormido. Es más, ni siquiera te escuchaba respirar. ―Quizás eso se debió a que yo estaba conteniendo mi respiración, intentando que fuera lo más tranquila posible, para que ella no se diera cuenta de que me desperté. Pero no pude evitar que mi verga me delatara―. Y mirá cómo te pusiste… por mi culpa. ―Se acostó una vez más y volvió a reinar el silencio, durante largos segundos―. Estoy muy avergonzada. Te prometo que vamos a hablar de esto; pero ahora no… no puedo. Me siento una pelotuda.
―No te sientas mal, tía ―las palabras salieron de mi boca de forma automática, ni siquiera lo pensé. Reaccioné por puro instinto―. No hiciste nada malo. No estoy enojado con vos, ni siquiera un poquito.
―Bueno, me alegra saber eso. Pero aún así, me siento mal. ―Ella apagó la luz―. ¿Podemos volver a dormir? Ahora no puedo hablar de esto.
―Sí, está bien.
―Cuando haya aclarado un poco mi cabeza, vamos a hablar. Que descanses, te prometo no hacer nada raro durante toda la noche.
―Que descanses.
Diario de Cuarentena:
<¿Y ahora quién me baja la verga?>
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Una vez más las salas comunes de mi casa rebosaban de culos en tanga: Ayelén, Estefanía, Macarena… e incluso Gisela, andaban por ahí luciendo ropa interior diminuta. No tenía dónde esconderme de esa estimulación visual, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que la verga se me puso dura. La primera en notarlo fue Macarena, porque ella estaba sentada a mi lado en uno de los sillones del living. Me ignoró, siguió concentrada en su teléfono celular y yo intenté ocultar mi vergonzosa carpa. Fue inútil, porque mi madre se dio cuenta. Ella se acercó a mí, con el ceño fruncido, y bajando la voz me dijo:
―¿Se puede saber por qué estás así?
La miré boquiabierto, no sabía qué responderle. ¿Cómo iba a decirle que se me paró la verga porque mis hermanas estaban usando tanga. Mucho menos podía mencionarle lo que pasó con mi tía Cristela durante la noche. Por suerte, antes de que Alicia pudiera decir algo más, Macarena intervino.
―¿No es obvio, mamá? Porque ya no aguanta más las ganas de hacerse una paja.
Mi madre retrocedió, como si le hubieran dado un cachetazo.
―Entonces… entonces que vaya a su pieza a hacerlo. Ahora que no está Ayelén…
―Está la tía Cristela ―le dije―. No le voy a decir que salga para que yo pueda… ―no me atreví a completar la frase.
―Mamá ―volvió a hablar Macarena―. ¿No habíamos acordado que vos lo ibas a ayudar dándole un lugar tranquilo en el que pudiera… hacer eso?
―Em…
―Nunca le ofreciste nada.
―¿Y dónde querés que lo meta? ―Se defendió Alicia―. Todas las piezas están ocupadas.
―La tuya no. ―le dijo Macarena.
―¿Estás loca? ¿Cómo le voy a prestar mi pieza para eso?
―Mamá, él necesita un lugar para hacer eso, ya lo hablamos. Si vos seguís negando la realidad, es peor para Nahuel. Al pobre chico le van a explotar los huevos si sigue reteniendo tanto tiempo.
―Todavía no entiendo bien cuál es el problema ―dijo Alicia―. ¿Tiene que… eyacular, o no? Porque con eso de la eyaculación precoz…
―Es así, mamá… te lo explico para que te quede bien claro ―Macarena habló con un tono profesional. Estoy seguro de que algún día se va a convertir en una gran psicóloga―. Nahuel necesita masturbarse porque a un hombre de su edad le puede hacer mucho daño estar reteniendo el semen durante tanto tiempo. Es parte de su sistema biológico: no puede dejar de producir semen… menos a los dieciocho años, cuando tiene las hormonas alteradas. Sin embargo, al momento de masturbarse, lo mejor es que aguante lo más que pueda… que no acabe tan rápido. Es conclusión: tiene que eyacular; pero también debe aprender a contenerse mientras se esté masturbando… o mientras tenga sexo. De lo contrario va a ser un eyaculador precoz toda su vida, o peor… se puede quedar impotente.
Después de este discurso me dieron ganas de tirarme al piso y empezar a reírme a carcajadas. No podía creer que Macarena fuera capaz de decir tantas estupideces juntas, sin siquiera sonreír. Sin embargo logré contenerme. La que estaba hecha un espanto era mi mamá. Estaba pálida y nos miraba con los ojos muy abiertos. Para ella debía ser como estar en la terraza de un rascacielos para una persona con vértigo. No solo tenía miedo del virus que estaba dando vueltas por todo el mundo, sino que ahora su único hijo varón corría el riesgo de ser impotente. Eso a mí no me asustaba, lo único que no me dejaba del todo tranquilo era la parte en la que Macarena tenía razón: debo aprender a contenerme. No puede ser que ante el menor estímulo termine acabando. Es humillante.
―Está bien. Puede ir a mi pieza.
―Y no lo apures, mamá. Si tiene que tardar una hora, que tarde una hora… ¿está claro?
―Sí… que se tome el tiempo que necesite. De todas formas hoy pensaba cambiar las sábanas.
―¿Qué esperás, pendejo? ―Preguntó Macarena―. Andá, dale. Aprovechá que tenés permiso. Hacé lo que tengas que hacer.
En ese momento recordé algo que me pareció importante.
―¿Vos no me ibas a mostrar un método para que yo pudiera aguantar más? ―Le pregunté a Macarena.
―Mmm… sí.
―¿Cómo es?
―No, mejor te lo digo otro día…
―¿Por qué otro día? ―Quiso saber mi mamá―. Dale, Macarena. Si sabés de algo que lo pueda ayudar, tenés que explicárselo ahora. Así puede empezar a aplicar ese método.
―Es que… no te va a gustar, mamá. Estoy segura.
―¿Qué es lo que no me va a gustar? ¿En qué consiste este método tuyo?
Macarena sopló hacia arriba, mandando a volar un mechón de su largo cabello negro.
―Pueden ser muy insistentes cuando se lo proponen. Está bien, Nahuel. Vamos a la pieza de mamá y te explico.
―Yo también voy ―dijo Alicia―. Si ese susodicho método tiene algo que no me va a gustar, quiero saber qué es. Además es mi pieza… y no quiero que termine toda enchastrada.
―¿Ves lo que lograste, Nahuel? ―Dijo Macarena―. Si te hubieras quedado callado, habríamos hablado en otro momento.
En eso mi hermana tenía razón. Me sentí un boludo.
Los tres nos dirigimos hasta la pieza de mi mamá. Cuando entramos, ella cerró la puerta con traba. Al parecer no quería que nadie supiera lo que iba a ocurrir allí dentro… y yo no estaba seguro de querer saberlo.
Macarena se acostó en la cama y me pidió que hiciera lo mismo. Estaba preciosa, y como se había hecho habitual, no tenía puesta más que una pequeña tanga. Admiré sus piernas y la curva de su cola, luego di un vistazo fugaz a sus tetas y por fin me acosté a su lado. Ella no me dio tregua.
―Sacate el short ―me dijo. Como yo no me moví, añadió―. Dale, ¿me vas a decir que ahora te da vergüenza que te veamos la verga? Mamá ya te la vio toda… y desde cerca… muy cerca.
―No quiero acordarme de eso ―dijo Alicia. Yo tampoco quería recordarlo.
Macarena tenía razón, era una estupidez sentir vergüenza después de que las dos me habían visto la verga parada, en más de una ocasión. Me quité el short y allí quedó, todo mi miembro erecto y venoso. Sentí que se endurecía aún más… y me dieron ganas de agarrarlo y empezar a masturbarme. Pero no podía, si Macarena y mi mamá estaban allí.
Alicia se sentó en la cama, del lado contrario al que ocupaba Macarena. Quedé rodeado por dos mujeres y en ese momento me percaté de que mi mamá estaba usando un amplio escote, que dejaba a la vista buena parte de sus grandes tetas. Es inusual que mi madre se vista de esta manera, pero debo reconocer que le queda muy bien. La hace parecer más joven, como si tuviera treinta años.
―¿Y? ¿En qué consiste tu dichoso método? ―Preguntó mi mamá, impaciente. Estoy seguro de que al igual que yo, ella quería que esto terminara lo antes posible.
―Es una idea muy sencilla, ―dijo Macarena―. Lo complicado es llevarlo a la práctica, teniendo en cuenta la situación en la que estamos. Porque tenemos pocas opciones.
―¿Pocas opciones para qué? ―preguntó Alicia.
―Para darle una mano a Nahuel con su problema.
Al parecer eso de “darme una mano” no era una expresión tan metafórica. Macarena se inclinó hacia mí y acercó su mano izquierda a mi verga. Pasó sus dedos suavemente desde los huevos hasta el glande. La acción duró apenas un segundo, pero bastó para que todo mi cuerpo se estremeciera. Luego sus dedos se cerraron en torno a mi pene y ella comenzó a mover la mano lentamente.
―Esperá, Maca ―dijo mi mamá―. ¿Me estás diciendo que vas a masturbar a tu hermano para que aprenda a aguantar? ¿Vos estás loca?
―Es la mejor forma, mamá.
―¿Por qué? ¿Acaso él no tiene manos para hacerse la paja?
―Sí, pero no sirve de nada que lo haga él. Nahuel ya está acostumbrado a sentir su propia mano. Para ganar resistencia, necesita un estímulo más potente… necesita que otra persona lo toque. Porque es fácil posponer el orgasmo si podés detener la masturbación; pero si te toca otra persona, no tenés el control. Si no estuviéramos en cuarentena, no descansaría hasta que Nahuel encontrara una “amiguita” que lo ayude con este asunto. Pero si querés le puedo decir a una amiga que venga...
―No, ni hablar. A la casa no entra nadie ―dijo mi mamá, con determinación.
―Entonces esta es la única opción que tenemos.
―Pero… sos la hermana, Macarena.
―Sí, lo sé. Y te juro que, de existir otra opción, yo ni siquiera pensaría en hacerlo. Pero es mi hermano, y no quiero que pase vergüenza la primera vez que tenga sexo con una mujer. Además, ¿te estás olvidando de que ya lo masturbé una vez?
―Eso fue diferente. Era para demostrar si Nahuel era capaz de aguantar. Se supone que era algo que iba a pasar una sola vez.
―Y así es, porque no te voy a pedir a pedir que pongas la cara delante de la verga… a menos que quieras hacerlo.
―¿Qué? ¡No, claro que no!
―Sería un buen incentivo para Nahuel, así se esfuerza para aguantar más.
―No, ni hablar. Ya suficiente tengo con saber que mi hijo me acabó en la cara dos veces. ¿Te das cuenta de lo que es eso? ¡Dos veces! Un hijo nunca debería hacerle una cosa así a su madre.
―Mamá, si lo decís de esa manera ―dijo Macarena, mientras seguía masturbándome lentamente―, vas a hacer quedar a Nahuel como un degenerado que busca llenarle la cara de leche a la madre.
―No… no quise decir eso ―dijo mi madre, apenada―. Me expresé mal. No le echo la culpa por lo que pasó. Menos en la segunda, porque yo misma me ofrecí como voluntaria. Lo que quiero decir es que se supone que esas cosas no deberían pasar entre una madre y un hijo. Sean voluntarias o no. Y tampoco me gusta que lo estés tocando de esa manera, es tu hermano.
―Entonces menos te va a gustar el siguiente paso de este… método.
―¿Qué? ¿Hay más?
―Sí, te dije que Nahuel necesita un estímulo bastante fuerte.
Macarena bajó su cabeza hasta colocarla junto a mi verga, sacó su lengua y dio una rápida lamida a mi glande. Casi me explota la cabeza de la chota.
―¿Pero qué hacés, Macarena? ―Preguntó mi mamá, asombrada. Mi hermana, sin dejar de pajearme, volvió a dar una rápida lamida a mi verga, como si estuviera tomando helado―. ¡Es tu hermano, Macarena! ¿Qué mierda estás haciendo?
―Lo estoy ayudando. Si es capaz de aguantar eso por un rato, entonces su problema de eyaculación precoz va a estar solucionado.
―Pero… ¿te volviste loca? ¿Cómo se la vas a chupar?
―No es tan así. No le estoy haciendo un pete, mamá… solo pasé la lengua, para estimularlo un poquito. ¿Sabés cuál es el principal problema de Nahuel? Que nunca tuvo a nadie que pudiera brindarle esta clase de estímulos. Por eso no aguanta nada.
Quizás en eso Macarena tenía razón, y por la mirada de mi madre supuse que ella pensaba lo mismo, de todas maneras a Alicia no le estaba gustando el método.
―Pero no podés hacerlo vos, sos la hermana.
―¿Y quién lo va a hacer? ―Una vez más pasó su lengua por mi verga, en esta ocasión la lamida fue más lenta y empezó desde la mitad de mi miembro y subió hasta la punta―. Y no es la primera verga que me llevo a la boca…
―Ay, no digas esas cosas, Macarena.
―¿Por qué? ¿Acaso nunca hiciste un pete en toda tu vida? Yo sí… hice varios.
Ni siquiera me podía imaginar a mi mamá haciendo un pete. Simplemente era una imagen que no parecía encajar con ella.
―No quiero hablar de ese tema ―se quejó Alicia―. Menos frente a Nahuel. Tampoco quiero que sigas haciendo esto…
―Mamá, te juro que si hubiera otra forma, no haría esto. Pero ¿cómo querés que ayudemos a Nahuel? ¿Quién sabe cuánto tiempo va a durar esta pandemia? Quizás un año… o dos… quizás más. Y puede que para ese entonces ya sea demasiado tarde y Nahuel nunca aprenda a contenerse. Hay hombres que son eyaculadores precoces durante toda su vida. El pobre se va a pasar la vida de un psicólogo a otro.
―Más psicólogo va a necesitar si su hermana le chupa la verga.
―No, si es que él entiende por qué estoy haciendo esto. ¿Lo entendés, Nahuel?
―Em… sí… sí lo entiendo ―no entendía una mierda.
―¿Ves? Mientras dejemos las cosas claras desde el principio, no tiene por qué pasar nada malo.
―Te conozco, Macarena ―dijo mi mamá―. Para vos el fin justifica los medios. Pero yo no lo veo así. No me parece apropiado que hagas esto, siendo la hermana.
―Bueno, mamá… hagamos una cosa. Lo ayudo hoy con esto, para ver cómo reacciona. Después buscaremos alguna otra forma. Pero si realmente no te gusta este método, te sugiero que te esfuerces por encontrar otro.
―Voy a pensar en otra forma de ayudarlo ―prometió mi madre―. ¿Va a ser solo por esta vez?
―Sí, mamá. Te lo prometo. Solo por esta vez… a menos que vos me des permiso para volver a hacerlo.
―No te voy a dar permiso… y tampoco quiero estar preocupada cada vez que ustedes compartan una pieza. Tenés que prometerme que no lo vas a repetir, aunque estén los dos solos.
―Quiero que te quedes tranquila, mamá. Te prometo que no lo voy a hacer otra vez, ni siquiera aunque nos toque dormir en la misma cama.
―Bien. Entonces… ―Alicia apretó sus labios hasta que se pusieron blancos―. Podés hacerlo. Pero solamente esta vez.
―Bueno, allá voy… y no estés interrumpiendo a cada rato. La idea es que el estímulo sea constante; de lo contrario el método no sirve para nada. Nahuel tiene que demostrar que es capaz de aguantar un estímulo constante.
―Está bien, entiendo. ―Luego me miró fijamente a los ojos―. Y vos hacé lo posible por aguantar. No quiero que termines llenándole la cara de leche a tu hermana.
Ahí fue cuando caí en la cuenta de que si Macarena estaba tan cerca, corría el riesgo de recibir todo mi semen en la cara.
―No sería la primera vez que me acaban en la cara… ―dijo ella, con una sonrisa.
―¡Macarena! ¡Por Dios! No andes diciendo esas cosas… menos frente a tu hermano.
―Sos demasiado estricta, mamá. Si lo hice fue porque quería… y me gustó ―mi madre la miraba espantada―. No quiero que Nahuel me acabe en la cara… pero no me voy a enojar con él si llega a pasar.
―Vos tenés que moverte si ves que está por acabar… o si ves que sale semen.
―¿Vos te moviste cuando él te acabó en la cara la última vez?
―No…
―¿Y por qué era importante que no te movieras? ¿Te acordás?
―Para… para que Nahuel se esforzara más en aguantar… para evitar que su madre terminara con la cara llena de semen.
―Exacto. Y al final su madre terminó con la cara llena de semen. No pudo aguantar ni cinco minutos, por más que lo intentó.
―Sí, ya entiendo ―dijo mi mamá―. Él tiene que entender que habrá una mala consecuencia si no consigue aguantar. Pero aún así… no quiero que vos termines… ya sabés… con semen de tu hermano en la cara, o en la boca. A mí me cayó bastante dentro de la boca y… ―estrujó la sábana con los dedos, clara señal de que estaba nerviosa―. No fue nada agradable. ―Me miró, como si yo hubiera aparecido de repente frente a ella―. Perdón, hijo. No quise decirlo así. No quiero que te sientas culpable. Pasó lo que tenía que pasar. Así entendí que de verdad tenés un problemita… pero podemos solucionarlo. ―Me tomó de la mano y apretó con fuerza―. Yo te quiero mucho y voy a hacer todo lo posible para que estés bien.
―Como futura psicóloga ―dijo Macarena, que aún me masturbaba lentamente―, te aconsejo que le expliques lo que sentiste en ese momento, bah… en esos momentos, porque pasó dos veces. Porque lo dijiste como si te hubiera clavado un puñal por la espalda.
―Sí, tenés razón. Me expresé muy mal. No quiero que Nahuel piense que estoy enojada con él.
―No creo que estés enojada conmigo ―le dije con sinceridad―. Aunque sí algo… asqueada.
―¿Ves, mamá? Nahuel piensa que hizo algo asqueroso e imperdonable. Como si el semen fuera la cosa más horrible del mundo.
―Perdón, hijo. No quise hacerte sentir así.
―Voy a empezar ―dijo Maca―. Nahuel, solamente tenés que aguantar unos minutos. Si no lo lográs… bueno, ya sabés qué va a pasar… y preferiría que eso no pase. ¿Está claro?
―Sí, muy claro.
Macarena volvió a acercar su boca a mi verga, y su lengua recorrió todo mi glande. Me estremecí y sin querer apreté más fuerte la mano de mi mamá; pero ella no se quejó. Cuando vio lo que su hija estaba haciendo, pensé que le haría algún otro comentario recordándole lo mal que estaba todo esto; sin embargo hizo algo que me sorprendió: le acarició la cabeza y pasó sus dedos por el pelo de Macarena. Como si estuviera diciendo: “Sé que estás haciendo este esfuerzo por el bien de tu hermano”. La lengua y la mano de mi hermana trabajaban en perfecta coordinación. Sus lamidas eran sutiles, pero la forma en la que me pajeaba, no.
―Entonces… ¿no te molestó tanto? ―Pregunté. Supuse que un poco de conversación me ayudaría a distraerme un poco.
―No, la verdad es que no me molestó. A ver, la primera vez me sorprendí mucho, y puede que me hayas notado enojada, porque lo estaba. Sin embargo mi enojo se debía a que estabas masturbándote en la pieza de tu hermana… no tenía idea de que ella te había dado permiso. Al final se dio una situación bastante… cómica. ―Ella soltó una risita… es raro verla reír, por lo general anda siempre preocupada por algo―. Aunque no te voy a negar fue un tanto… difícil para mí. No sé cómo explicarlo.
―¿Qué tal si lo explicás de la forma más simple y directa posible? ―Sugirió Macarena, justo antes de dar una nueva lamida a mi glande. Su lengua se estaba poniendo muy juguetona―. Y no tengas miedo si te ponés un poquito… vulgar. Al fin y al cabo tu hijo te pintó la cara con semen… y te dio de tomar la lechita. Es una de las situaciones más porno que se me puede ocurrir, no creo que la puedas empeorar con algo que digas… y no me mires con esa cara, mamá. Sabés que digo la verdad… es imposible que, con todo lo que Nahuel acabó en tu cara, no hayas terminado tragando un poco de leche. Bueno, más que un poco, diría que tragaste bastante, especialmente la segunda vez. Yo vi cómo se te llenaba la boca de leche, pero no la vi salir. Podrías haberla escupido, pero te la tragaste… no sé por qué.
Mi mamá se quedó muda y Macarena volvió a su tarea. Tuve que concentrarme mucho para no eyacular en cuanto su lengua tocó mi verga.
―Tenés razón, Maca ―dijo mi madre por fin―. Va a ser mejor que lo explique de la forma más simple y directa que pueda… aunque suene vulgar. Porque sino puede haber muchas confusiones, y de esas ya tenemos demasiadas. ―Alicia tomó aire, como si se preparara para hacer una gran confesión. En ese momento sentí los labios de Macarena sobre mi glande, esto fue brutal, porque al mismo tiempo ella movía rápidamente su lengua contra la punta de mi verga y me masturbaba. Realmente tenía mucho talento… y seguramente había practicado bastante―. La primera vez me sorprendí al verte con una erección. Nunca pensé que mi hijo pudiera tener la verga tan grande… especialmente teniendo en cuenta que la de tu padre no era gran cosa. Lo heredaste de mi familia. Y bueno, cuando acabaste me pasó algo parecido. No me imaginé que iba a salir tanta leche. Sentí el primer chorro en la cara y me quedé paralizada. Para colmo, por la sorpresa, abrí un poco la boca… y varios chorros de leche terminaron adentro. Te puedo asegurar que no es nada habitual en mí estar recibiendo semen en la cara. Imaginate cómo se puede sentir una madre si su propio hijo le acaba en la cara. Fue muy impactante. ―Miró a Macarena. Mi hermana ya tenía todo mi glande dentro la boca y su lengua se movía tan frenéticamente como su mano. Creí que mi mamá le diría algo, por estar usando su boca de esa manera, pero se limitó a acariciarle el pelo otra vez. Todo mi cuerpo se estremecía y estaba haciendo mi mejor esfuerzo para no acabar―. La segunda vez fue peor, porque al ofrecerme como voluntaria, tuve tiempo para pensar en las consecuencias. Algo me decía que no ibas a ser capaz de aguantar. No es que no confíe en vos, es solo que… si Maca sospechaba que tenías este problemita de eyaculación precoz, lo más probable es que fuera cierto. No podía dejar de pensar “Me va a llenar la cara de leche otra vez”; pero no porque me produjera asco. Ya había recibido el semen una vez, y podía hacerlo otra vez, si era por una buena causa. Mi preocupación era la imagen que te quedaría de mí. De ver a tu propia madre con la cara llena de leche, como si fuera una puta.
―Creo que eso es lo que menos tiene que preocuparte ―dijo Macarena. En cada pausa que hacía al hablar, volvía a pasar su lengua por mi verga.
―¿Por qué lo decís?
―No puedo ―dio una lamida― explicarlo ahora ―pasó su lengua alrededor de mi glande―. Te dije que ―otra lamida― el estímulo debe ser ―sus labios se cerraron sobre mi glande, dio un pequeño chupón y siguió hablando― constante. Pero si querés que ―otra lamida más― lo explique, podrías ―otro chupón― seguir vos con esto…
―¿Qué? No… yo no…
―Vamos, mamá… ―su lengua no se olvidaba de mi pija―. Es solo un minuto. Lo que voy a decir ―tragó todo mi glande y lo sacó lentamente de su boca―, te va a dejar mucho más tranquila. Lo prometo.
―Ay… es que…
―Te llenó la cara de semen, dos veces… ―volvió a lamer―, te tragaste la leche… ¿y te da asco tocarle un poco la verga con la lengua?
―Bueno… viéndolo de esa manera. ―Dudó unos instantes, mientras Macarena continuaba con sus estímulos constantes―. Está bien… explicame a qué te referís. Si es algo que me va a tranquilizar un poco, entonces quiero escucharlo. Y vos, Nahuel… quiero que sepas que esto lo hago solo para ayudarte… porque es una buena causa. De lo contrario, ni loca lo haría… ¿está claro?
―Sí, muy claro ―dije, con el corazón acelerado.
No solo tenía a mi hermana dando frenéticas lamidas a mi verga, sino que ahora mi madre también se sumaría. No tenía idea de cómo iba a hacer para contenerme; pero no quería acabarle en la cara a mi mamá por tercera vez. Por nada del mundo.
Creí que mi mamá se arrepentiría a último momento, pero no fue así. Acercó su cara a mi verga, me la agarró con una mano, justo cuando Macarena la soltó, y comenzó a masturbarme con fuerza. De pronto su lengua se acercó a mi glande… e hizo contacto. La lamida no fue diferente a las de Macarena; pero se sintió mucho más rara. Había imaginado a mi hermana chupando vergas, pero a mi madre… nunca. Jamás pensé que ella fuera capaz de hacer algo así.
Continúa en el siguiente post:
Aislado Entre Mujeres [12] (Parte2).
Capítulo 12.
Noches Húmedas.
Me encontraba jugando a la Play. Al igual que en los últimos días, lo hacía solo para distraerme con algo, porque ya conocía prácticamente de memoria los juegos que tenía. De todas formas, algunos todavía lograban divertirme.
La puerta se abrió de repente y me alegré de tener la ropa puesta. Se trataba de mi prima. Ayelén me miró desde la puerta, pude notar la rabia contenida en sus ojos. Antes de que tuviera tiempo de decir algo, ella habló.
―Fuera ―dijo con voz seca.
―¿Qué? ¿Por qué? Tefi me dio permiso para estar acá todo el tiempo que yo quiera.
―Eso cambió. Ahora esta es mi pieza. Voy a dormir con Estefanía por unos días. Vos podés volver a tu pieza.
―¿De verdad? ―Pregunté, alegrándome, como el gran ingenuo que soy. Un segundo después me di cuenta de que esto debía ser una trampa.
―Sí, vas a dormir con mi mamá.
Toda mi alegría se desvaneció al instante. Entendí que Ayelén se las había ingeniado para convencer a Estefanía de pasar la noche acá, solo para obligarme a dormir con Cristela. Macarena aún no me permitía volver a su cuarto, no quería molestar a Gisela y, ni por asomo, quería quedarme a solas con Pilar. Mi única opción era Tefi… hasta que Ayelén cambió todo.
―Dale, pendejo ―me dijo―. Salí de acá. Si querés llevate la mugrosa PlayStation.
Salí de la pieza, pero no me llevé la Play, porque quizás Tefi quisiera jugar. Además en mi dormitorio tenía otras formas de entretenimiento.
Volver a mi cuarto me entusiasmó. Por unas horas pude estar tranquilo en mi propia guarida, jugando con la computadora. Ahí mi catálogo de juegos era mucho más grande, y llevaba sin tocarlos desde que inició la cuarentena. Se sintió como una bocanada de aire fresco. Sin embargo esto se terminó cuando mi tía Cristela decidió que ya había llegado la hora de dormir.
―Perdón ―me dijo apenas entró al dormitorio―. Imagino que no te debe resultar cómodo dormir con la pesada de tu tía; pero Ayelén insistió mucho en que quería pasar algunas noches con Estefanía. No me extraña, Tefi es la única con la que se lleva bien.
―No pasa nada, tía. Ya me estoy acostumbrando a esto de dormir con otras personas. Solo espero no molestarte.
―No, a mí no me molestás para nada.
Al decir esto se quitó la blusa y el short, quedando en tanga y en corpiño. Ya la había visto así, durante el torneo de culos, pero ahora ella era la única mujer presente. Su anatomía no competía contra la de chicas más jóvenes y voluptuosas. Toda mi atención se centraba en su definida figura. Su vientre plano, y esos dos melones, casi tan grandes como los de Gisela. Tengo que reconocer que, para la edad que tiene, y considerando que es madre, mi tía Cristela tiene un cuerpo maravilloso. Hay algunas huellas que delatan su edad, pero son mínimas.
Cristela se acostó en la cama y decidí que lo mejor era hacer lo mismo. Al fin y al cabo ya tenía sueño y cuanto antes me durmiera, más rápido se me pasaría la noche.
Para acostarme me quedé en bóxer, lo cual no me avergonzó para nada, porque prácticamente era como tener puesto un short. La cama es de una plaza y media, eso significa que dos personas pueden dormir ahí… siempre y cuando no sean muy voluminosas. Soy delgado y mi tía también, pero aún así quedamos demasiado juntos en la cama.
―Que descanses ―me dijo ella, con amabilidad, y apagó la luz.
Me quedé con los ojos abiertos, mirando hacia la oscuridad, creyendo que esta noche me resultaría imposible dormir. Pero ocurrió como tantas otras veces en las que concilié el sueño sin darme cuenta.
Solo me percaté de que me había quedado dormido cuando, a mitad de la noche, algo que se movía debajo de las sábanas me despertó. Me quedé paralizado del miedo hasta que mi atontado cerebro reaccionó. Recordé que a mi lado se encontraba mi tía Cristela y el alma me volvió al cuerpo.
Estaba dispuesto a volver a dormirme cuando una vez más noté un extraño movimiento… hasta pude sentir el colchón vibrando de forma extraña. A mi izquierda mi tía Cristela parecía estar temblando. Por suerte antes de abrir la boca decidí esperar, para poder comprender mejor la situación.
Contra mi hombro izquierdo podía sentir el brazo de mi tía moviéndose rápidamente, eso ya me dio una importante pista; pero lo que me dejó todo más claro fueron los sonidos. Escuchando atentamente noté que ella respiraba de forma agitada y a la vez contenida, como si no quisiera ser oída. A esto se le agregaba un tenue chasquido húmedo, que se hacía más intenso cuando la respiración de mi tía se agitaba más.
Me quedé paralizado por la sorpresa. Solo bastaba conectar estos puntos para saber que Cristela se estaba masturbando. No podía tratarse de otra cosa.
Permanecí estático, sin mover ni un solo músculo. Si las luces estuvieran encendidas, yo estaría mirando hacia el techo; pero solo podía ver oscuridad. Eso agudizó mejor mis otros sentidos y el oído se me puso cada vez más fino. Ese tenue chasquido húmedo se hizo mucho más fácil de identificar. No me cabía ninguna duda, ella se estaba metiendo los dedos en la concha, y a pesar de querer pasar desapercibida, lo hacía muy rápido. A veces ella parecía olvidar que no debía llamar mi atención. En esos momentos podía escucharla suspirar de placer, mientras sus dedos ganaban velocidad al moverse contra su concha.
Sentí mucha vergüenza. Si ella llegaba a descubrir que yo estaba despierto, podría… no sé… no tengo idea de cómo podría reaccionar. Pero seguramente no sería algo positivo.
Me quedé muy quieto, sin tener mucha noción del tiempo. Por culpa de los jadeos de mi tía, la verga se me puso dura. Fue una suerte que estuviera apuntando hacia el techo, como el mástil de un barco, de esta forma ella no notaría mi erección.
Por suerte Cristela quedó satisfecha y fue reduciendo progresivamente sus movimientos, hasta quedar completamente quieta.
Esta vez me costó mucho más conciliar el sueño, especialmente porque estaba muy excitado y quería masturbarme; pero hacerlo junto a mi tía sería una locura, especialmente teniendo en cuenta que ella podría seguir despierta.
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El día siguiente fue bastante normal… bueno, si es que se puede considerar normal estar en cuarentena por culpa de una pandemia. Pasé bastante tiempo en mi pieza, jugando con la computadora, sin poder dejar de pensar en la masturbación nocturna de mi tía. Ese suceso me dejó extrañamente excitado, sin embargo no me atreví a hacerme una paja, tenía miedo de que ella entrara repentinamente en la habitación y me sorprendiera con las manos en la masa.
Para no caer en la tentación de tocarme, decidí salir de mi cuarto.
No fue buena idea.
En el living me encontré con Macarena, en tanga, luciendo sus tetas con suma tranquilidad. Pero lo que captó casi toda mi atención fue Gisela, que también estaba sentada en uno de los sillones del living, y al igual que Macarena, ella no tenía corpiño. Sus enormes tetas estaban totalmente a la vista.
Macarena me invitó a unirme a ellas, para tomar unos mates. Acepté encantado y me esforcé mucho para no mirarle las tetas… o la entrepierna, porque las dos estaban en tanga y a pesar de estar sentadas, podía notar cómo la tela de su ropa interior trazaba el contorno de sus labios vaginales.
En un momento perdí la concentración y quedé embobado, admirando los grandes pechos de Gisela. Me pregunté cómo se sentiría tocar unas tetas así… o chuparlas. Sus pezones eran firmes y muy bonitos, aunque no tan grandes como los de mi tía Cristela.
De pronto Gisela giró su cabeza hacia mí y pude notar el miedo en sus ojos. Intenté apartar la mirada de sus tetas, pero ya era demasiado tarde. Ella me había sorprendido infraganti. Pude notar cómo sus mejillas se ponían rojas.
―Ya vengo ―dijo Gisela, casi al instante.
Salió del living mientras Macarena me cebaba un mate. Cuando terminé de tomarlo, Gisela regresó. Tenía puesta una remera blanca. Se le marcaban mucho los pezones, pero no era lo mismo que estar en tetas. Me sentí muy mal. Por mi insolente forma de mirarla había avergonzado a mi hermana y ella, en lugar de mantener la promesa que le hizo a Macarena, de dejar sus tetas libres, tuvo que cubrirlas con algo.
“Nahuel, no podés ser tan imbécil”, me recriminé. Quería explicarle a Gisela que, de todas mis hermanas, ella era la que menos recibiría miradas libidinosas de mi parte; pero… no pude evitarlo. Sus tetas son… demasiado llamativas. Teniendo en cuenta la personalidad tan introvertida que tiene, habrá sufrido mucho al poseer tetas tan grandes, y que éstas se vuelvan el centro de atención de todas las personas que la rodean. Y yo, como un imbécil, la hice sentir mal en su propia casa.
Volví a mi pieza, para conectarme una vez más a la computadora. No pude soportar la desilusión en la mirada de Gisela.
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Esa noche me fui a dormir antes de que mi tía Cristela entrara a la pieza. Creía que con eso me ahorraría una situación incómoda. No quería estar mirándola en ropa interior mientras pensaba en la paja que se había hecho la noche anterior. También supuse que si ella ya se había sacado las ganas de tocarse, entonces tardaría varios días en volver a hacerlo. Siempre creí que las mujeres rara vez se masturban… aunque Macarena ya me había demostrado que algunas mujeres pueden hacerlo con más frecuencia. No creía que mi tía fuera esa clase de mujeres. Si llegó al punto de masturbarse estando yo en la misma cama, seguramente fue porque ella estaba en uno de esos extraños días en los que ya no se aguanta más la abstinencia sexual.
A mitad de la noche algo me despertó, no estoy seguro de si fue algún ruido o un movimiento… o quizás las dos cosas. Cuando recobré la consciencia me quedé rígido, sin mover ni un solo músculo.
Estaba ocurriendo otra vez.
A mi lado Cristela se movía suavemente y su respiración sonaba agitada, como si hubiera estado corriendo una carrera. Una vez más noté el temblequeo en su brazo derecho, que estaba prácticamente pegado a mi cuerpo. Cualquier mujer que estuviera acariciándose la concha se movería igual.
A diferencia de la noche anterior, esta vez mi tía se tomó más tiempo para satisfacer sus necesidades sexuales. Supuse que ahora estaba más confiada… y ese exceso de confianza la llevó a ser menos prudente. El chasquido húmedo de los dedos entrando y saliendo de su concha se fue haciendo cada vez más rápido. Solo se detenía en determinados momentos… pero su brazo seguía moviéndose. Comprendí que en esos momentos ella frotaba su clítoris, y luego volvía a meterse los dedos.
Considerando que mi tía Cristela es una mujer voluptuosa y muy bonita, y que se estaba pajeando a mi lado, no creo que nadie pueda juzgarme por tener una erección. Esta vez no pude contenerla. La verga se me puso como un garrote… quedó tan rígida que tuve que sacarla del bóxer. Solo quedó la sábana cubriéndome. Pero la oscuridad era total. Ni la persona con la vista más aguda podría haberse dado cuenta de que yo la tenía parada. Eso me tranquilizó mucho. Lo único que tenía que hacer era quedarme muy quieto hasta que mi tía diera por concluida su masturbación. Luego mi verga bajaría sola… o al menos eso esperaba.
Pero todo cambió en un instante. No sé exactamente qué fue lo que ocurrió, solo sé que de pronto sentí los dedos de mi tía sobre mi verga erecta. Ella la tocó como quien busca una linterna en la oscuridad.
―¡Ay! ―Exclamó Cristela. Fue un grito ahogado, a pesar de su sorpresa, no quería despertar a todos los miembros de la casa.
Todo pasó muy rápido. Ella se sacudió en la cama, escuché ruidos en la mesita de luz de su lado y súbitamente se hizo la luz.
Nunca voy a poder olvidar esa imagen de mi tía Cristela. Estaba sentada en la cama. Sus cabellos, exageradamente rojos, estaban despeinados; sus ojos parecían a punto de saltar fuera de las cuencas; estaba cubierta por finas gotas de sudor y sus tetas… sus grandes tetas al desnudo, subían y bajaban con el acelerado ritmo de su respiración. Su mirada saltaba de mis ojos a mi verga. Ahí me di cuenta de que Cristela, al intentar cubrir la parte inferior de su cuerpo, había tirado de la sábana, la cual aferraba con sus manos. Eso había dejado mi verga completamente a la vista.
No sabía qué decir, ni cómo reaccionar. Me quedé tan duro como mi propio pene.
―¡Nahuel! Yo… em… vos… este… no sabía que estabas despierto. Yo… este…
Ella estaba tan nerviosa como yo. No encontraba palabras para explicar por qué se estaba haciendo una paja, y yo no quería explicar por qué tenía la pija dura.
Cristela volvió a apoyar la cabeza en la almohada y se quedó mirando el techo en silencio. Yo hice lo mismo, aunque… de reojo, espié sus tetas varias veces. No pude evitarlo. Eran casi tan grandes como las de Gisela, y lucían muy sensuales con las pequeñas gotas de sudor que las cubrían… y el ritmo con el que subían y bajaban. Mi tía estaba agitada y no sabía si era por la paja que se había hecho, o por el susto que se llevó. Probablemente fuera por las dos cosas.
―Perdoname, Nahuel ―dijo ella. Volvió a sentarse y sus ojos fueron directamente a mi verga, la cual yo no me había molestado en cubrir―. Fui una estúpida. Ni siquiera voy a intentar negar lo que estaba haciendo. Vos ya sos grande y serías muy boludo si no te dieras cuenta. Esta es tu pieza y yo vine a invadirte, y para colmo… hago esto. No quiero que pienses mal de mí. Te juro que creí que estabas totalmente dormido. Es más, ni siquiera te escuchaba respirar. ―Quizás eso se debió a que yo estaba conteniendo mi respiración, intentando que fuera lo más tranquila posible, para que ella no se diera cuenta de que me desperté. Pero no pude evitar que mi verga me delatara―. Y mirá cómo te pusiste… por mi culpa. ―Se acostó una vez más y volvió a reinar el silencio, durante largos segundos―. Estoy muy avergonzada. Te prometo que vamos a hablar de esto; pero ahora no… no puedo. Me siento una pelotuda.
―No te sientas mal, tía ―las palabras salieron de mi boca de forma automática, ni siquiera lo pensé. Reaccioné por puro instinto―. No hiciste nada malo. No estoy enojado con vos, ni siquiera un poquito.
―Bueno, me alegra saber eso. Pero aún así, me siento mal. ―Ella apagó la luz―. ¿Podemos volver a dormir? Ahora no puedo hablar de esto.
―Sí, está bien.
―Cuando haya aclarado un poco mi cabeza, vamos a hablar. Que descanses, te prometo no hacer nada raro durante toda la noche.
―Que descanses.
Diario de Cuarentena:
<¿Y ahora quién me baja la verga?>
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Una vez más las salas comunes de mi casa rebosaban de culos en tanga: Ayelén, Estefanía, Macarena… e incluso Gisela, andaban por ahí luciendo ropa interior diminuta. No tenía dónde esconderme de esa estimulación visual, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que la verga se me puso dura. La primera en notarlo fue Macarena, porque ella estaba sentada a mi lado en uno de los sillones del living. Me ignoró, siguió concentrada en su teléfono celular y yo intenté ocultar mi vergonzosa carpa. Fue inútil, porque mi madre se dio cuenta. Ella se acercó a mí, con el ceño fruncido, y bajando la voz me dijo:
―¿Se puede saber por qué estás así?
La miré boquiabierto, no sabía qué responderle. ¿Cómo iba a decirle que se me paró la verga porque mis hermanas estaban usando tanga. Mucho menos podía mencionarle lo que pasó con mi tía Cristela durante la noche. Por suerte, antes de que Alicia pudiera decir algo más, Macarena intervino.
―¿No es obvio, mamá? Porque ya no aguanta más las ganas de hacerse una paja.
Mi madre retrocedió, como si le hubieran dado un cachetazo.
―Entonces… entonces que vaya a su pieza a hacerlo. Ahora que no está Ayelén…
―Está la tía Cristela ―le dije―. No le voy a decir que salga para que yo pueda… ―no me atreví a completar la frase.
―Mamá ―volvió a hablar Macarena―. ¿No habíamos acordado que vos lo ibas a ayudar dándole un lugar tranquilo en el que pudiera… hacer eso?
―Em…
―Nunca le ofreciste nada.
―¿Y dónde querés que lo meta? ―Se defendió Alicia―. Todas las piezas están ocupadas.
―La tuya no. ―le dijo Macarena.
―¿Estás loca? ¿Cómo le voy a prestar mi pieza para eso?
―Mamá, él necesita un lugar para hacer eso, ya lo hablamos. Si vos seguís negando la realidad, es peor para Nahuel. Al pobre chico le van a explotar los huevos si sigue reteniendo tanto tiempo.
―Todavía no entiendo bien cuál es el problema ―dijo Alicia―. ¿Tiene que… eyacular, o no? Porque con eso de la eyaculación precoz…
―Es así, mamá… te lo explico para que te quede bien claro ―Macarena habló con un tono profesional. Estoy seguro de que algún día se va a convertir en una gran psicóloga―. Nahuel necesita masturbarse porque a un hombre de su edad le puede hacer mucho daño estar reteniendo el semen durante tanto tiempo. Es parte de su sistema biológico: no puede dejar de producir semen… menos a los dieciocho años, cuando tiene las hormonas alteradas. Sin embargo, al momento de masturbarse, lo mejor es que aguante lo más que pueda… que no acabe tan rápido. Es conclusión: tiene que eyacular; pero también debe aprender a contenerse mientras se esté masturbando… o mientras tenga sexo. De lo contrario va a ser un eyaculador precoz toda su vida, o peor… se puede quedar impotente.
Después de este discurso me dieron ganas de tirarme al piso y empezar a reírme a carcajadas. No podía creer que Macarena fuera capaz de decir tantas estupideces juntas, sin siquiera sonreír. Sin embargo logré contenerme. La que estaba hecha un espanto era mi mamá. Estaba pálida y nos miraba con los ojos muy abiertos. Para ella debía ser como estar en la terraza de un rascacielos para una persona con vértigo. No solo tenía miedo del virus que estaba dando vueltas por todo el mundo, sino que ahora su único hijo varón corría el riesgo de ser impotente. Eso a mí no me asustaba, lo único que no me dejaba del todo tranquilo era la parte en la que Macarena tenía razón: debo aprender a contenerme. No puede ser que ante el menor estímulo termine acabando. Es humillante.
―Está bien. Puede ir a mi pieza.
―Y no lo apures, mamá. Si tiene que tardar una hora, que tarde una hora… ¿está claro?
―Sí… que se tome el tiempo que necesite. De todas formas hoy pensaba cambiar las sábanas.
―¿Qué esperás, pendejo? ―Preguntó Macarena―. Andá, dale. Aprovechá que tenés permiso. Hacé lo que tengas que hacer.
En ese momento recordé algo que me pareció importante.
―¿Vos no me ibas a mostrar un método para que yo pudiera aguantar más? ―Le pregunté a Macarena.
―Mmm… sí.
―¿Cómo es?
―No, mejor te lo digo otro día…
―¿Por qué otro día? ―Quiso saber mi mamá―. Dale, Macarena. Si sabés de algo que lo pueda ayudar, tenés que explicárselo ahora. Así puede empezar a aplicar ese método.
―Es que… no te va a gustar, mamá. Estoy segura.
―¿Qué es lo que no me va a gustar? ¿En qué consiste este método tuyo?
Macarena sopló hacia arriba, mandando a volar un mechón de su largo cabello negro.
―Pueden ser muy insistentes cuando se lo proponen. Está bien, Nahuel. Vamos a la pieza de mamá y te explico.
―Yo también voy ―dijo Alicia―. Si ese susodicho método tiene algo que no me va a gustar, quiero saber qué es. Además es mi pieza… y no quiero que termine toda enchastrada.
―¿Ves lo que lograste, Nahuel? ―Dijo Macarena―. Si te hubieras quedado callado, habríamos hablado en otro momento.
En eso mi hermana tenía razón. Me sentí un boludo.
Los tres nos dirigimos hasta la pieza de mi mamá. Cuando entramos, ella cerró la puerta con traba. Al parecer no quería que nadie supiera lo que iba a ocurrir allí dentro… y yo no estaba seguro de querer saberlo.
Macarena se acostó en la cama y me pidió que hiciera lo mismo. Estaba preciosa, y como se había hecho habitual, no tenía puesta más que una pequeña tanga. Admiré sus piernas y la curva de su cola, luego di un vistazo fugaz a sus tetas y por fin me acosté a su lado. Ella no me dio tregua.
―Sacate el short ―me dijo. Como yo no me moví, añadió―. Dale, ¿me vas a decir que ahora te da vergüenza que te veamos la verga? Mamá ya te la vio toda… y desde cerca… muy cerca.
―No quiero acordarme de eso ―dijo Alicia. Yo tampoco quería recordarlo.
Macarena tenía razón, era una estupidez sentir vergüenza después de que las dos me habían visto la verga parada, en más de una ocasión. Me quité el short y allí quedó, todo mi miembro erecto y venoso. Sentí que se endurecía aún más… y me dieron ganas de agarrarlo y empezar a masturbarme. Pero no podía, si Macarena y mi mamá estaban allí.
Alicia se sentó en la cama, del lado contrario al que ocupaba Macarena. Quedé rodeado por dos mujeres y en ese momento me percaté de que mi mamá estaba usando un amplio escote, que dejaba a la vista buena parte de sus grandes tetas. Es inusual que mi madre se vista de esta manera, pero debo reconocer que le queda muy bien. La hace parecer más joven, como si tuviera treinta años.
―¿Y? ¿En qué consiste tu dichoso método? ―Preguntó mi mamá, impaciente. Estoy seguro de que al igual que yo, ella quería que esto terminara lo antes posible.
―Es una idea muy sencilla, ―dijo Macarena―. Lo complicado es llevarlo a la práctica, teniendo en cuenta la situación en la que estamos. Porque tenemos pocas opciones.
―¿Pocas opciones para qué? ―preguntó Alicia.
―Para darle una mano a Nahuel con su problema.
Al parecer eso de “darme una mano” no era una expresión tan metafórica. Macarena se inclinó hacia mí y acercó su mano izquierda a mi verga. Pasó sus dedos suavemente desde los huevos hasta el glande. La acción duró apenas un segundo, pero bastó para que todo mi cuerpo se estremeciera. Luego sus dedos se cerraron en torno a mi pene y ella comenzó a mover la mano lentamente.
―Esperá, Maca ―dijo mi mamá―. ¿Me estás diciendo que vas a masturbar a tu hermano para que aprenda a aguantar? ¿Vos estás loca?
―Es la mejor forma, mamá.
―¿Por qué? ¿Acaso él no tiene manos para hacerse la paja?
―Sí, pero no sirve de nada que lo haga él. Nahuel ya está acostumbrado a sentir su propia mano. Para ganar resistencia, necesita un estímulo más potente… necesita que otra persona lo toque. Porque es fácil posponer el orgasmo si podés detener la masturbación; pero si te toca otra persona, no tenés el control. Si no estuviéramos en cuarentena, no descansaría hasta que Nahuel encontrara una “amiguita” que lo ayude con este asunto. Pero si querés le puedo decir a una amiga que venga...
―No, ni hablar. A la casa no entra nadie ―dijo mi mamá, con determinación.
―Entonces esta es la única opción que tenemos.
―Pero… sos la hermana, Macarena.
―Sí, lo sé. Y te juro que, de existir otra opción, yo ni siquiera pensaría en hacerlo. Pero es mi hermano, y no quiero que pase vergüenza la primera vez que tenga sexo con una mujer. Además, ¿te estás olvidando de que ya lo masturbé una vez?
―Eso fue diferente. Era para demostrar si Nahuel era capaz de aguantar. Se supone que era algo que iba a pasar una sola vez.
―Y así es, porque no te voy a pedir a pedir que pongas la cara delante de la verga… a menos que quieras hacerlo.
―¿Qué? ¡No, claro que no!
―Sería un buen incentivo para Nahuel, así se esfuerza para aguantar más.
―No, ni hablar. Ya suficiente tengo con saber que mi hijo me acabó en la cara dos veces. ¿Te das cuenta de lo que es eso? ¡Dos veces! Un hijo nunca debería hacerle una cosa así a su madre.
―Mamá, si lo decís de esa manera ―dijo Macarena, mientras seguía masturbándome lentamente―, vas a hacer quedar a Nahuel como un degenerado que busca llenarle la cara de leche a la madre.
―No… no quise decir eso ―dijo mi madre, apenada―. Me expresé mal. No le echo la culpa por lo que pasó. Menos en la segunda, porque yo misma me ofrecí como voluntaria. Lo que quiero decir es que se supone que esas cosas no deberían pasar entre una madre y un hijo. Sean voluntarias o no. Y tampoco me gusta que lo estés tocando de esa manera, es tu hermano.
―Entonces menos te va a gustar el siguiente paso de este… método.
―¿Qué? ¿Hay más?
―Sí, te dije que Nahuel necesita un estímulo bastante fuerte.
Macarena bajó su cabeza hasta colocarla junto a mi verga, sacó su lengua y dio una rápida lamida a mi glande. Casi me explota la cabeza de la chota.
―¿Pero qué hacés, Macarena? ―Preguntó mi mamá, asombrada. Mi hermana, sin dejar de pajearme, volvió a dar una rápida lamida a mi verga, como si estuviera tomando helado―. ¡Es tu hermano, Macarena! ¿Qué mierda estás haciendo?
―Lo estoy ayudando. Si es capaz de aguantar eso por un rato, entonces su problema de eyaculación precoz va a estar solucionado.
―Pero… ¿te volviste loca? ¿Cómo se la vas a chupar?
―No es tan así. No le estoy haciendo un pete, mamá… solo pasé la lengua, para estimularlo un poquito. ¿Sabés cuál es el principal problema de Nahuel? Que nunca tuvo a nadie que pudiera brindarle esta clase de estímulos. Por eso no aguanta nada.
Quizás en eso Macarena tenía razón, y por la mirada de mi madre supuse que ella pensaba lo mismo, de todas maneras a Alicia no le estaba gustando el método.
―Pero no podés hacerlo vos, sos la hermana.
―¿Y quién lo va a hacer? ―Una vez más pasó su lengua por mi verga, en esta ocasión la lamida fue más lenta y empezó desde la mitad de mi miembro y subió hasta la punta―. Y no es la primera verga que me llevo a la boca…
―Ay, no digas esas cosas, Macarena.
―¿Por qué? ¿Acaso nunca hiciste un pete en toda tu vida? Yo sí… hice varios.
Ni siquiera me podía imaginar a mi mamá haciendo un pete. Simplemente era una imagen que no parecía encajar con ella.
―No quiero hablar de ese tema ―se quejó Alicia―. Menos frente a Nahuel. Tampoco quiero que sigas haciendo esto…
―Mamá, te juro que si hubiera otra forma, no haría esto. Pero ¿cómo querés que ayudemos a Nahuel? ¿Quién sabe cuánto tiempo va a durar esta pandemia? Quizás un año… o dos… quizás más. Y puede que para ese entonces ya sea demasiado tarde y Nahuel nunca aprenda a contenerse. Hay hombres que son eyaculadores precoces durante toda su vida. El pobre se va a pasar la vida de un psicólogo a otro.
―Más psicólogo va a necesitar si su hermana le chupa la verga.
―No, si es que él entiende por qué estoy haciendo esto. ¿Lo entendés, Nahuel?
―Em… sí… sí lo entiendo ―no entendía una mierda.
―¿Ves? Mientras dejemos las cosas claras desde el principio, no tiene por qué pasar nada malo.
―Te conozco, Macarena ―dijo mi mamá―. Para vos el fin justifica los medios. Pero yo no lo veo así. No me parece apropiado que hagas esto, siendo la hermana.
―Bueno, mamá… hagamos una cosa. Lo ayudo hoy con esto, para ver cómo reacciona. Después buscaremos alguna otra forma. Pero si realmente no te gusta este método, te sugiero que te esfuerces por encontrar otro.
―Voy a pensar en otra forma de ayudarlo ―prometió mi madre―. ¿Va a ser solo por esta vez?
―Sí, mamá. Te lo prometo. Solo por esta vez… a menos que vos me des permiso para volver a hacerlo.
―No te voy a dar permiso… y tampoco quiero estar preocupada cada vez que ustedes compartan una pieza. Tenés que prometerme que no lo vas a repetir, aunque estén los dos solos.
―Quiero que te quedes tranquila, mamá. Te prometo que no lo voy a hacer otra vez, ni siquiera aunque nos toque dormir en la misma cama.
―Bien. Entonces… ―Alicia apretó sus labios hasta que se pusieron blancos―. Podés hacerlo. Pero solamente esta vez.
―Bueno, allá voy… y no estés interrumpiendo a cada rato. La idea es que el estímulo sea constante; de lo contrario el método no sirve para nada. Nahuel tiene que demostrar que es capaz de aguantar un estímulo constante.
―Está bien, entiendo. ―Luego me miró fijamente a los ojos―. Y vos hacé lo posible por aguantar. No quiero que termines llenándole la cara de leche a tu hermana.
Ahí fue cuando caí en la cuenta de que si Macarena estaba tan cerca, corría el riesgo de recibir todo mi semen en la cara.
―No sería la primera vez que me acaban en la cara… ―dijo ella, con una sonrisa.
―¡Macarena! ¡Por Dios! No andes diciendo esas cosas… menos frente a tu hermano.
―Sos demasiado estricta, mamá. Si lo hice fue porque quería… y me gustó ―mi madre la miraba espantada―. No quiero que Nahuel me acabe en la cara… pero no me voy a enojar con él si llega a pasar.
―Vos tenés que moverte si ves que está por acabar… o si ves que sale semen.
―¿Vos te moviste cuando él te acabó en la cara la última vez?
―No…
―¿Y por qué era importante que no te movieras? ¿Te acordás?
―Para… para que Nahuel se esforzara más en aguantar… para evitar que su madre terminara con la cara llena de semen.
―Exacto. Y al final su madre terminó con la cara llena de semen. No pudo aguantar ni cinco minutos, por más que lo intentó.
―Sí, ya entiendo ―dijo mi mamá―. Él tiene que entender que habrá una mala consecuencia si no consigue aguantar. Pero aún así… no quiero que vos termines… ya sabés… con semen de tu hermano en la cara, o en la boca. A mí me cayó bastante dentro de la boca y… ―estrujó la sábana con los dedos, clara señal de que estaba nerviosa―. No fue nada agradable. ―Me miró, como si yo hubiera aparecido de repente frente a ella―. Perdón, hijo. No quise decirlo así. No quiero que te sientas culpable. Pasó lo que tenía que pasar. Así entendí que de verdad tenés un problemita… pero podemos solucionarlo. ―Me tomó de la mano y apretó con fuerza―. Yo te quiero mucho y voy a hacer todo lo posible para que estés bien.
―Como futura psicóloga ―dijo Macarena, que aún me masturbaba lentamente―, te aconsejo que le expliques lo que sentiste en ese momento, bah… en esos momentos, porque pasó dos veces. Porque lo dijiste como si te hubiera clavado un puñal por la espalda.
―Sí, tenés razón. Me expresé muy mal. No quiero que Nahuel piense que estoy enojada con él.
―No creo que estés enojada conmigo ―le dije con sinceridad―. Aunque sí algo… asqueada.
―¿Ves, mamá? Nahuel piensa que hizo algo asqueroso e imperdonable. Como si el semen fuera la cosa más horrible del mundo.
―Perdón, hijo. No quise hacerte sentir así.
―Voy a empezar ―dijo Maca―. Nahuel, solamente tenés que aguantar unos minutos. Si no lo lográs… bueno, ya sabés qué va a pasar… y preferiría que eso no pase. ¿Está claro?
―Sí, muy claro.
Macarena volvió a acercar su boca a mi verga, y su lengua recorrió todo mi glande. Me estremecí y sin querer apreté más fuerte la mano de mi mamá; pero ella no se quejó. Cuando vio lo que su hija estaba haciendo, pensé que le haría algún otro comentario recordándole lo mal que estaba todo esto; sin embargo hizo algo que me sorprendió: le acarició la cabeza y pasó sus dedos por el pelo de Macarena. Como si estuviera diciendo: “Sé que estás haciendo este esfuerzo por el bien de tu hermano”. La lengua y la mano de mi hermana trabajaban en perfecta coordinación. Sus lamidas eran sutiles, pero la forma en la que me pajeaba, no.
―Entonces… ¿no te molestó tanto? ―Pregunté. Supuse que un poco de conversación me ayudaría a distraerme un poco.
―No, la verdad es que no me molestó. A ver, la primera vez me sorprendí mucho, y puede que me hayas notado enojada, porque lo estaba. Sin embargo mi enojo se debía a que estabas masturbándote en la pieza de tu hermana… no tenía idea de que ella te había dado permiso. Al final se dio una situación bastante… cómica. ―Ella soltó una risita… es raro verla reír, por lo general anda siempre preocupada por algo―. Aunque no te voy a negar fue un tanto… difícil para mí. No sé cómo explicarlo.
―¿Qué tal si lo explicás de la forma más simple y directa posible? ―Sugirió Macarena, justo antes de dar una nueva lamida a mi glande. Su lengua se estaba poniendo muy juguetona―. Y no tengas miedo si te ponés un poquito… vulgar. Al fin y al cabo tu hijo te pintó la cara con semen… y te dio de tomar la lechita. Es una de las situaciones más porno que se me puede ocurrir, no creo que la puedas empeorar con algo que digas… y no me mires con esa cara, mamá. Sabés que digo la verdad… es imposible que, con todo lo que Nahuel acabó en tu cara, no hayas terminado tragando un poco de leche. Bueno, más que un poco, diría que tragaste bastante, especialmente la segunda vez. Yo vi cómo se te llenaba la boca de leche, pero no la vi salir. Podrías haberla escupido, pero te la tragaste… no sé por qué.
Mi mamá se quedó muda y Macarena volvió a su tarea. Tuve que concentrarme mucho para no eyacular en cuanto su lengua tocó mi verga.
―Tenés razón, Maca ―dijo mi madre por fin―. Va a ser mejor que lo explique de la forma más simple y directa que pueda… aunque suene vulgar. Porque sino puede haber muchas confusiones, y de esas ya tenemos demasiadas. ―Alicia tomó aire, como si se preparara para hacer una gran confesión. En ese momento sentí los labios de Macarena sobre mi glande, esto fue brutal, porque al mismo tiempo ella movía rápidamente su lengua contra la punta de mi verga y me masturbaba. Realmente tenía mucho talento… y seguramente había practicado bastante―. La primera vez me sorprendí al verte con una erección. Nunca pensé que mi hijo pudiera tener la verga tan grande… especialmente teniendo en cuenta que la de tu padre no era gran cosa. Lo heredaste de mi familia. Y bueno, cuando acabaste me pasó algo parecido. No me imaginé que iba a salir tanta leche. Sentí el primer chorro en la cara y me quedé paralizada. Para colmo, por la sorpresa, abrí un poco la boca… y varios chorros de leche terminaron adentro. Te puedo asegurar que no es nada habitual en mí estar recibiendo semen en la cara. Imaginate cómo se puede sentir una madre si su propio hijo le acaba en la cara. Fue muy impactante. ―Miró a Macarena. Mi hermana ya tenía todo mi glande dentro la boca y su lengua se movía tan frenéticamente como su mano. Creí que mi mamá le diría algo, por estar usando su boca de esa manera, pero se limitó a acariciarle el pelo otra vez. Todo mi cuerpo se estremecía y estaba haciendo mi mejor esfuerzo para no acabar―. La segunda vez fue peor, porque al ofrecerme como voluntaria, tuve tiempo para pensar en las consecuencias. Algo me decía que no ibas a ser capaz de aguantar. No es que no confíe en vos, es solo que… si Maca sospechaba que tenías este problemita de eyaculación precoz, lo más probable es que fuera cierto. No podía dejar de pensar “Me va a llenar la cara de leche otra vez”; pero no porque me produjera asco. Ya había recibido el semen una vez, y podía hacerlo otra vez, si era por una buena causa. Mi preocupación era la imagen que te quedaría de mí. De ver a tu propia madre con la cara llena de leche, como si fuera una puta.
―Creo que eso es lo que menos tiene que preocuparte ―dijo Macarena. En cada pausa que hacía al hablar, volvía a pasar su lengua por mi verga.
―¿Por qué lo decís?
―No puedo ―dio una lamida― explicarlo ahora ―pasó su lengua alrededor de mi glande―. Te dije que ―otra lamida― el estímulo debe ser ―sus labios se cerraron sobre mi glande, dio un pequeño chupón y siguió hablando― constante. Pero si querés que ―otra lamida más― lo explique, podrías ―otro chupón― seguir vos con esto…
―¿Qué? No… yo no…
―Vamos, mamá… ―su lengua no se olvidaba de mi pija―. Es solo un minuto. Lo que voy a decir ―tragó todo mi glande y lo sacó lentamente de su boca―, te va a dejar mucho más tranquila. Lo prometo.
―Ay… es que…
―Te llenó la cara de semen, dos veces… ―volvió a lamer―, te tragaste la leche… ¿y te da asco tocarle un poco la verga con la lengua?
―Bueno… viéndolo de esa manera. ―Dudó unos instantes, mientras Macarena continuaba con sus estímulos constantes―. Está bien… explicame a qué te referís. Si es algo que me va a tranquilizar un poco, entonces quiero escucharlo. Y vos, Nahuel… quiero que sepas que esto lo hago solo para ayudarte… porque es una buena causa. De lo contrario, ni loca lo haría… ¿está claro?
―Sí, muy claro ―dije, con el corazón acelerado.
No solo tenía a mi hermana dando frenéticas lamidas a mi verga, sino que ahora mi madre también se sumaría. No tenía idea de cómo iba a hacer para contenerme; pero no quería acabarle en la cara a mi mamá por tercera vez. Por nada del mundo.
Creí que mi mamá se arrepentiría a último momento, pero no fue así. Acercó su cara a mi verga, me la agarró con una mano, justo cuando Macarena la soltó, y comenzó a masturbarme con fuerza. De pronto su lengua se acercó a mi glande… e hizo contacto. La lamida no fue diferente a las de Macarena; pero se sintió mucho más rara. Había imaginado a mi hermana chupando vergas, pero a mi madre… nunca. Jamás pensé que ella fuera capaz de hacer algo así.
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Aislado Entre Mujeres [12] (Parte2).
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