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Capítulo 3.
Una Noche con Macarena.
―¿De qué querés hablar? ―Preguntó Macarena.
Puse a funcionar mi cerebro, en un esfuerzo por olvidar el detalle de que mi hermana y yo estábamos en ropa interior… en la misma cama. Ella con su bombacha rosa y yo con un bóxer gris que, en cualquier momento, me traicionaría. Si mi pene creía apenas un poco, se notaría el bulto y no podría disimularlo.
―No sé… yo solamente quiero que te sientas bien.
―Si me salís con la frase: “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena”, te juro que te echo a patadas.
―Prometí no molestarte más con eso ―dije, riéndome.
―¡Mejor! Porque esa puta canción me va a torturar toda la vida.
―Solamente dejame decir que “Tu cuerpo es pa’ darle alegria y cosa buena”.
―¡Tarado!
Agarró una almohada y empezó a pegarme, al menos ya se estaba riendo. Algo que creí imposible. Maca aún debía estar asimilando que su amante, su profesor de la universidad, había contraído el virus, y seguramente ella también… lo que la hacía culpable de contagiar a toda su familia. Esa sí que era mucha información para procesar.
―No sé si me molesta más la canción en sí ―dijo, cuando terminó de azotarme con la almohada―, o que sea una de las canciones favoritas de mamá.
―Para colmo vos sos muy del rock…
―Totalmente. Ni siquiera sé cómo se llama la banda que canta “Macarena”, solo sé que los odio; yo me quedo toda la vida escuchando La Renga, o Rata Blanca.
―Y Divididos… también jodés mucho con ellos.
―Muy cierto. Puede que algún día cumpla con mi objetivo en la vida: lograr que mi hermanito escuche algunas de esas bandas.
―Las escucho, pero me dan lo mismo ―dije, encogiéndome de hombros―. A mí la música me da un poquito igual.
―No digas eso delante de mí, porque se me parte el alma. Vas a terminar como mamá, escuchando cualquier cosa, porque todo le da lo mismo.
―Me parece que no te llevás nada bien con mamá.
―Antes nos llevábamos mejor, pero últimamente está actuando cada vez más raro. Creo que esa mujer está loca.
―Siempre estuvo loca.
―No, Nahuel. Lo digo de verdad ―me miró con un semblante sombrío, indicándome que hablaba muy en serio―. Me refiero a que está clínicamente loca. Tiene actitudes muy raras, cambios de humor muy repentinos.
―Vos estudiás psicología. De eso sabrás más que yo.
―Sí, pero apenas estoy en tercer año. Sin embargo muchos de los trastornos de los que nos hablan, encajan muy bien con las actitudes de mamá.
―¿Por ejemplo?
―Mmmm… como el trastorno bipolar.
―¿El de la doble personalidad? ―Pregunté, intrigado.
―No, gil. Eso es otra cosa. Muchos psicólogos piensan que no existe tal cosa como la “doble personalidad”. Sino que es una persona que se comporta de formas muy diferentes, dependiendo del contexto en el que está. Pero no deja de ser la misma persona.
―¿Entonces qué carajo es el trastorno bipolar?
―Es complejo. Resumiendo: se caracteriza por cambios de humor brusco. Una persona puede estar muy feliz en un momento, y a los diez minutos, sin causa aparente, está deprimida o enojada.
―Como mamá.
―Exacto. También está lo que se llama “Trastorno Límite de la Personalidad”. Varios síntomas encajan con el comportamiento de mamá.
―¿Como cuáles?
―Bueno, antes que nada aclaro que uno de los síntomas es la automutilación. Nunca vi a mamá lastimarse a sí misma, ni tiene cicatrices en los brazos ni nada eso. Pero este síntoma no siempre se presenta. Sin embargo hay otros síntomas que sí encajan a la perfección: la irritabilidad; impulsividad; ―los fue enumerando con sus dedos―. Hostilidad; falta de autocontrol… también tiene comportamiento compulsivo.
―De eso tiene mucho. Solo hay que ver cómo lava los platos... dos veces.
―Sí, buena observación. Eso podría ser una señal de comportamiento compulsivo.
―También tiene fobia a los gérmenes ―aseguré―. Ya viste lo dictatorial que se puso con todo el tema del Covid… y cómo te gritó a vos.
―Sí. Ella no quiere reconocerlo, pero eso de lavar los platos dos veces; fregar siempre los pisos con lavandina; no compartir el baño. Creo que son todas señales de una fuerte fobia hacia los gérmenes.
Me estaba gustando esto de psicoanalizar a mi madre. De pronto las piezas de su errático comportamiento comenzaron a encajar.
―Antes compartía el baño ―le recordé a mi hermana―. Creo que nos prohibió la entrada el año pasado.
―Sí, pero creo que es entendible, si tomamos en cuenta que sus trastornos empeoran cada día. Tal vez crea que si usamos su baño, lo vamos a contaminar. Me da miedo pensar cómo puede afectarle todo este asunto de la cuarentena. Para ella debe ser una situación sumamente estresante, que la va a llevar a hacer locuras…
―Como quitarle las llaves a Pilar; o encerrarte en tu pieza.
―Eso no es nada, creo que se va a poner mucho peor. Especialmente si el test del Covid nos da positivo. Y aunque no sea así, por algún milagro, igual vamos a tener que seguir haciendo cuarentena. Eso la va a poner histérica e irracional.
―¿Todavía más? Creo que es más peligrosa ella que todo el Covid del mundo.
―Es posible.
―Con Gisela estuvimos hablando de lo que te pasó… pensamos que tal vez a mamá le molestó más que vos hayas tenido una aventura con tu profesor, que el virus.
―No creo que sea así… con el terror que le tiene a los gérmenes, y a las enfermedades. Sin embargo es muy cierto que mamá parece tener…
―¿Odio hacia el sexo?
―Tal vez no sea odio ―ella se puso a pensar, después dijo―. Más bien no sabe cómo manejar la sexualidad. A mí me dio consejos muy contradictorios. Me dejó confundida. Por un lado me daba la impresión de que ella quería que yo cumpliera noventa años siendo virgen…
―Esa es la Alicia que yo conozco ―aseguré.
―Sí, pero también hubo otras cosas, que me daban a entender que yo debía disfrutar de mi vida sexual…
―¿Como cuáles?
―A ver, dejame hacer memoria y te cuento algunas de esas incómodas charlas de “madre e hija” que tuve con ella. ―Después de reflexionar unos segundos, continuó hablando―. Una vez me dio a entender que yo no me tenía que hacer la paja… ¡Ay, perdón! Lo solté así de una, sin pensar. No sé si estos temas te molestan.
―No, la verdad que no ―me generaba cierta incomodidad escuchar a una de mis hermanas hablando de hacerse la paja; pero podía manejarlo… siempre y cuando no se me pusiera dura la verga―. No me molesta, hablá tranquila… pero si a vos te jode…
―Nah, ¡qué me va a joder! Estudio psicología, nene… nos pasamos el día hablando de sexo. No hay asignatura que no esté relacionada con el sexo, de una u otra manera. En estos dos años y medio que llevo cursando la carrera, ya tuve tiempo más que suficiente para acostumbrarme a hablar de sexo con otras personas. Incluso con compañeros que ni siquiera conozco.
―¿De verdad hablan tanto de sexo en psicología?
―Sí, ¿por qué? ¿Estás pensando estudiarla? ―Preguntó con tono picarón.
―Tal vez… parece interesante.
―Y lo es. Se aprende mucho de la gente. Bueno, sigo… ya que estamos entrando en confianza ―me miró en silencio.
―¿Qué pasa? ―Pregunté.
―Es que nunca tuvimos una charla como esta antes. ¿Tuve que contagiarme de Covid para que te pongas a conversar conmigo?
―Bueno, es que… sos mi hermana mayor, y siempre creí que yo te molestaba.
―Nunca me molestaste, tarado. Sos mi único hermano varón ―me acarició la pierna―. Las cuatro te adoramos por eso, sos nuestro pequeño protegido. Tal vez si fueras el mayor no sería así; pero te tocó ser el más chico.
―Estefanía no me adora, de eso estoy seguro. Y con Pilar… con ella hablo menos que con vos. No sé casi nada de su vida. Es como tener a una vecina viviendo dentro de tu casa.
―Nadie sabe nada de la vida de Pilar. No recuerdo cuándo fue la última vez que charlé con ella, estando las dos solas. Y Tefi te quiere… a su manera.
―Sí, me quiere matar.
Maca soltó una risotada.
―No, tarado. De verdad. Las cuatro te queremos mucho, de eso estoy segura. Deberías intentar hablar más seguido con nosotras, sin necesidad de que haya una Pandemia de por medio.
―Lo voy a intentar… y justamente por eso estoy acá con vos. Quiero conocerte mejor. ―De pronto se me ocurrió una idea―. ¿Podrías hacerme un favor, Maca?
―¿Cuál?
―Si todo este asunto del Covid no sale tan mal como pinta, ¿podrías intentar hablar con Pilar?
―¿Para qué?
―Para saber algo más sobre ella… ¿qué le pasa? ¿qué piensa? ¿qué le gusta? Vos tenés razón, no hablo con mis hermanas tanto como debería ―recordé el consejo de Gisela: mi trato con las mujeres debería ser muy bueno, al tener cuatro hermanas mujeres; pero antes tengo que empezar a hablar con todas ellas―. Me gustaría poder conocer un poquito mejor a Pilar… pero me da miedo. Puedo hablar con vos, con Gise y hasta con Tefi; pero con Pilar.... no sé ni por donde empezar a hablarle.
―Entiendo. Bueno, voy a hacer el intento, no es que yo me lleve demasiado bien con Pilar.
―Pero sos estudiante de psicología, sabés cómo comunicarte con la gente. Tomalo como un experimento.
―Eso me gusta ―soltó una risita―. Navegar dentro de la oscura mente de Pilar. Podría ser toda una aventura.
―Creo que sí…
―Bueno, te prometo que lo voy a intentar. ¿Querés que siga contándote lo que pasó con mamá, o lo dejamos para otro día?
―Contame. Ese tema me parece de lo más interesante.
―Está bien, pero te advierto que puedo ser un poquito muy directa. Si vamos a hablar como hermana mayor y hermano menor, no voy a andar poniéndole algodones a las palabras, para que sean más suaves. No es mi estilo. ¿Está claro? Si vamos a entrar en confianza, lo vamos a hacer bien.
―Entiendo. ―dije, totalmente aterrado. Era la primera vez que hablaba de esta manera con Macarena, y no sabía qué tan “directa” podría llegar a ponerse.
―Perfecto. Entonces te voy a contar cómo fue esa charla con mamá, y por qué se dio. Fue hace unos tres años. Yo estaba acá, en mi pieza, muy tranquila… haciéndome una paja ―me miró con esos impresionantes ojos azules, como si estuviera evaluando mi reacción. Tragué saliva y no dije nada. Noté que mi verga empezaba a despertarse, como si la sola mención de la palabra “Paja” hubiera activado su detector sexual―. Estoy segura de que vos te harás más de una paja, así que ni siquiera voy a pretender que yo no hago lo mismo.
―Me cuesta pensar que las mujeres lo hacen ―dije, con timidez―. Y más me cuesta creer que mis hermanas puedan hacerlo.
―Sos muy iluso, Nahuel. Sí que lo hacemos, hablo de las mujeres en general, y tal vez lo hacemos tan seguido como los hombres. Tengo amigas que opinan que no, que los hombres se pajean más. Yo tengo mis dudas. Tuve etapas bastante pajeras.
Macarena y Giesela tenían mucha razón en algo: Debía empezar a hablar más con mis hermanas. Mi política siempre fue la de no molestarlas, para que ellas no me molesten. Nunca me metí en sus vidas, ni ellas en la mía. Sin embargo en estos días de cuarentena aprendí más de mis hermanas que en los últimos años. Tal vez se debía a que ellas también estaban aburridas, y no sabían qué hacer; o quizás sea porque ya alcancé la edad suficiente como para que empiecen a tratarme de otra forma. Puede que sea un poquito de ambas.
―De verdad me cuesta mucho imaginarte haciendo esas cosas, Maca.
―Está bien, nadie dijo que debas imaginarlas ―soltó una de sus alegres risotadas―. Me quedo más tranquila sabiendo que no vas a intentar imaginar cómo me hago una paja. ―Evitarlo va a ser una tarea difícil, especialmente si ella sigue de hablando del tema con tanta soltura―. Me basta con que sepas que es así, y que no lo veas como algo raro. En mi opinión no hay nada de malo en hacerse la paja.
―Pero mamá no opina igual…
―A eso voy. Ese día, que yo estaba tan tranquila jugando con mi… asunto, mamá abrió la puerta de la pieza sin golpear ―siguió contándome―. Ahora te lo estoy contando con mucha calma, porque creo que ya lo superé; pero te aseguro que fue uno de los momentos más vergonzosos e incómodos de mi vida.
―Me imagino ―no, la verdad es que no me imaginaba, ni quería. Evité a toda costa ponerme en la situación de Macarena, y que mi propia madre me descubriera masturbándome. En ese momento recordé lo que pasó unos días atrás―. A mí me pasó lo mismo, en plena paja; pero con Gisela.
Maca abrió mucho sus ojos azules, se enderezó un poco en la cama, como si mi comentario la hubiera despertado.
―¿Gisela te sorprendió haciéndote una paja? ―Ya me había arrepentido de haber abierto la boca; pero era demasiado tarde. No podía hacer nada para esquivar este momento incómodo en el que me había metido―. ¿Cómo fue? Contame…
Diario de Cuarentena:
<Me metí en alto quilombo, por pajero>.
―Em… fue la semana pasada.
―Ah, hace re poquito.
―Sí… todavía no lo supero. ―¿Por qué le tuve que contar que me estaba pajeando? ¿No podría haber dicho simplemente que me vio desnudo?―. Pasó mientras yo me estaba bañando… en el único baño que mamá nos permite usar, a todos. Gisela quería hacer pis… entró igual, y bueno… me vio.
―¿Vos la tenias dura?
Nunca le había hablado a Macarena de mi verga, jamás. Ni una sola vez. En este quilombo me metí solito y nadie me iba a salvar.
―Em… sí… bastante dura. Digamos que fue imposible disimular. Fue muy incómodo, porque ella hizo pis mientras yo…
―¿Seguiste pajeándote con ella en el baño?
―No, no… me quedé quieto… y desnudo. Ella me miró raro…
―Como si hubiera descubierto a su hermano con la pija dura, haciéndose una paja.
―Algo así.
―Pobre Gise. Ella no es muy dada para los temas sexuales, le dan muchísima vergüenza. ¿Te dijo algo?
―No, se quedó muda. Terminó de hacer pis, y se fue ―no pensaba seguir confesando cosas. Me podía ahorrar los detalles sobre la charla que tuve con Gisela apenas unas horas antes.
―Bueno, no la culpo. Yo no sé cómo hubiera reaccionado en esa situación. No es que me moleste verte el pito, sino por la sorpresa. Una no se espera, al abrir una puerta, que del otro lado habrá una persona masturbándose. Estuve en la misma situación que vos, y sé cómo te sentiste. Gracias por contármelo.
―De nada, supongo.
―Lo bueno es que vas a entender cómo me sentí yo cuando mamá abrió la puerta. Lo mío también era indisimulable. Estaba desnuda, toda despatarrada… con los dedos metidos en la concha. ¿Qué le iba a decir? ¿Que me estaba rascando muy adentro? ―Empecé a reírme, más por los nervios que por otra cosa―. Mamá se enojó mucho. No me dio ni chances de taparme la concha. Me gritó de todo. Dijo que las señoritas decentes no se andan toqueteando de esa manera. Lo cual me pareció una exageración. No estaba haciendo nada malo, era una paja… pero para ella fue como si yo me hubiera estado sacrificando un cordero en un ritual satánico. Dijo que hacerme la paja era muy malo para mi salud mental. Que eso me iba a convertir en una puta adicta al sexo.
―¿Y eso tiene algo de cierto?
―No, para nada. Al contrario, desde el punto de vista psicológico y fisiológico, hacerse la paja es algo normal. Nos ayuda a aliviar la tensión sexual, y a conocer mejor nuestros cuerpos. Pero mamá me hizo prometerle que ya no me estaría toqueteando de esa manera.
―¿Le hiciste caso?
―Al principio sí, pero poco después empecé a estudiar psicología, y mi comprensión sobre el sexo cambió radicalmente. Es más, un día se lo comenté, como quien no quiere la cosa. “Mamá, estuve leyendo algo muy interesante en un libro de psicología. Al parecer masturbarse es algo positivo, para la salud mental”. Le solté un pequeño discurso, sobre los beneficios de hacerse la paja. Ella me miró con los ojos desorbitados, y no dijo nada.
―¿Nada de nada?
―No, se quedó totalmente muda. Como si mis palabras hubieran roto algo en su interior. Después de esta charla empezaron las cosas contradictorias. Un día me decía: “Espero que no vayas a la pieza a toquetearte”; y unas semanas después me soltaba: “Te noto contenta. Me parece que estuviste haciéndote una rica paja; el rubor de las mejillas te delata… y te queda lindo”.
―Bueno, eso es cierto.
―¿Qué? ¿O sea que vos también notaste cuando yo me había hecho una paja?
―No, nada que ver. Jamás me imaginé que vos hicieras eso. Me refiero a que el rubor te queda lindo. Te hace resaltar mucho el color de los ojos.
―Ay, gracias. Sos un dulce. Ni siquiera mi profesor me dijo algo tan lindo.
―¿Me vas a contar sobre él?
―Tal vez, ¿te interesa oírlo?
―Me da curiosidad saber cómo terminaste en la cama con tu profesor.
―¿No te parece que es algo malo?
―No, para nada. Ustedes ya son adultos.
―Bueno, termino de contarte lo de mamá, y te cuento lo del profesor. Total, tenemos toda la noche.
―Sí, quiero saber qué más te dijo mamá… para estar preparado, por si alguna vez me suelta el discursito de “hacerse la paja está mal”.
―Es que eso es lo contradictorio. No siempre me dijo “Está mal”. Hubo un día en el que, otra vez, se metió a mi pieza sin golpear… y yo estaba en plena paja. Me enojé mucho con ella, porque si tengo mi cuarto es para tener privacidad. No me gusta que nadie entre sin golpear. Lo considero una falta de respeto. Tal vez su cambio de actitud se debió a que en esta ocasión fui yo la que se enojó. Me pidió perdón, me dijo que yo tenía razón, que ella debió golpear, que no lo iba a hacer más… y además dijo: “Seguí con lo que estabas haciendo, no era mi intención interrumpirte. Solamente vine a buscar algo de ropa, para salir con mis amigas”.
―¿No será que te trató bien para que le prestes tu ropa?
―Sí, puede ser, eso también lo pensé. Pero de verdad, había en ella un brillo especial. Me dio la impresión de que estaba siendo sincera. A eso agregó: “¿Sabés que yo nunca aprendí a hacerme bien la paja?” Casi me muero ahí nomás. Ya no sentía vergüenza de que ella me viera en concha; pero ese comentario me dejó totalmente descolocada.
―No me imagino a mamá…
―No creo que sea algo que debas estar imaginando.
―¿Y ésto cuándo pasó?
―Hace unos siete u ocho meses. Y ese día la noté incluso interesada en aprender a hacerse una paja. Me dijo: “Algún día me deberías enseñar a hacerlo bien”. Me quedé helada. Pero lo que más me sorprendió fue que me preguntara: “¿Estás viéndote con algún noviecito? Ya estás en edad de tener alguno?”.
―¿Y vos le dijiste algo?
―No, nada. Me tapé con las sábanas y esperé a que ella saliera de la pieza. No sabía cómo mierda reaccionar. Mamá es una persona muy inestable. Cualquier cosa que le hubiera dicho, se la podría haber tomado muy mal… o muy bien. Decidí no correr ese riesgo. Además, ¿qué le iba a decir? “Sí, mamá… justamente ayer le estuve chupando la verga al profe Marcelo”.
―Apa… ¿eso es cierto?
Ella me sonrió con mucha picardía, algo que nunca creí ver en la cara de Macarena. Ella posee facciones que inspiran mucha dulzura, uno simplemente no puede imaginarla como “Una chica que se porta mal”.
―¿Y a vos qué te parece? Ya sabés que me lo cogí.
―Sí, pero pensé que era algo más reciente… de hace apenas unas semanas. Si pasó hace unos ocho meses, entonces no hay mucho riesgo de contagio.
―No te hagas ilusiones, Nahuel. Mi aventura con Marcelo empezó hace unos ocho meses; pero sigue hasta el día de hoy… bueno, creo que después de todo esto ya no.
―¿Cuándo fue la última vez que…?
―¿Que cogimos? ―Preguntó con total naturalidad. A mí se me estaba parando la verga, intenté disimularlo flexionando un poco una pierna―. Justo antes de que empiece la cuarentena. Un día antes de festejar mi cumpleaños… me dio un lindo regalito.
―No sé si quiero saber de ese regalito.
Ella soltó una risita, se cubrió la boca con una mano, para no hacer mucho ruido.
―Si te molestan los detalles, entonces mejor no te cuento nada. Porque cuando yo me pongo a contar estas cosas… suelo ser muy detallista.
―Eso me gusta. Cuando leo libros, me gusta que el escritor sea muy detallista; creo que por eso me agrada tanto Stephen King.
―Yo leí un par de libros de ese autor, me gustaron mucho.
―¿En serio? No te imaginaba leyendo esas cosas.
―A mí me gusta leer, te lo dije mil veces.
―Sí, pero pensé que te gustaban otro tipo de novelas.
―Es que me gustan otro tipo de novelas; pero también me agrada King.
―¿Y qué libros leíste de él? ―Estaba ganando tiempo, para que mi verga bajara un poco.
―Cementerio de Animales y El Resplandor. Me gustaron mucho los dos.
―Sí, a mí también. Ya los leí. Cementerio de Animales es mi favorito.
―No me vendría mal leer algo, para despejar un poco la mente. Vos tenés un montón de libros de Stephen King.
―Tengo casi todos, y son un montón. En cada cumpleaños me regalaron como diez.
―Sí, me acuerdo que Gisela venía con una lista de libros de Stephen King que todavía no tenías, y nos decía que te regaláramos uno para tu cumple.
―Es una genia Gisela, sin ella no hubiera podido conseguir tantos. Después entrá a mi pieza y elegí cualquiera que te resulte interesante.
―Muchas gracias, hermanito ―me dio un repentino beso en la mejilla.
Supuse que ella andaba muy necesitada de afecto, en este duro momento que estaba atravesando. El problema fue que el contacto con la tibieza de su cuerpo me jugó una mala pasada, para colmo uno de los pechos de Macarena se posó sobre mi brazo. Mi verga despertó y fue ganando tamaño a un ritmo preocupante. Ella no se apartó, cruzó un brazo por detrás de mi espalda, y se quedó allí, pegada a mí. Busqué en mi mente un tema para sacar conversación, pero lo único que atiné a decir fue:
―¿Pasó algo más con mamá, o desde ese día no te jodió más por hacerte la paja?
―Sí, pasaron más cosas… es que ella es una mujer sumamente extraña. Su forma de actuar depende muchísimo de su estado de ánimo. Hubo una tarde en la que se enojó con Ayelén…
―¿Por qué no me extraña? Ayelén es insoportable.
―Es cierto; pero se me hizo muy raro que mamá discutiera con ella. Por lo general Ayelén y Alicia se llevan muy bien. Hace unos cuatro meses las vi discutiendo, mamá le decía que tenían que solucionar urgente ese problema, no sé a qué se referían, ni me importó. Ayelén le respondió que actuando como una loca histérica no iba a solucionar nada. Al final entendí que Alicia estaba exagerando ese problema, y Ayelén le decía que no era para tanto. Lo importante de este asunto es que la ligué yo, sin tener nada que ver. Me había asomado en el living, para escuchar qué pasaba… como venía de mi pieza, estaba en tanga. Cuando mamá me vio se puso como loca, me gritó que yo era una puta, por andar por la casa en tanga, sabiendo que hay más gente conviviendo allí, incluso un hombre. Pero Alicia estaba hecha una furia y me gritó que seguramente yo estaba pensando en hacerme una paja, como una adicta. Lo curioso fue que Ayelén me defendió, ella dijo algo muy cierto: “Nahuel se pasó la vida conviviendo con mujeres, no se va a morir por ver a una de las hermanas en tanga”.
―Claro, es muy cierto…
―Sí, eso mismo pensé. Ver mujeres en ropa interior debería ser lo más normal del mundo para vos.
―Puede ser…
Pero no lo era. Mis hermanas solían ser bastante recatadas con ese tema, no acostumbraban a pasearse por la casa en ropa interior… y estar viendo a Macarena en tanga, desde tan cerca, me estaba provocando una de las erecciones más incómodas de mi vida.
―En fin ―continuó diciendo ella―. Le grité a mamá que no se metiera en mi vida privada y le dije que si yo quería andar en calzones en mi propia casa, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Ayelén agregó que si ella viviera acá, andaría en tanga sin problemas; porque le importa tres carajos el impacto que pueda tener en un… ―me miró con una sonrisa picarona―, en un pendejo pajero.
―¿Lo dijo por mí?
―Sí, pero no te ofendas… ya sabés cómo es ella.
―Eso explica por qué andaba en tanga en mi pieza, cuando entré a buscar el libro. No le importó en lo más mínimo.
―A ver, yo no me llevo muy bien con Ayelén, eso ya lo sabés; pero tengo que admitir que en este caso tiene razón. Mamá es demasiado estricta con eso de la ropa interior. La mayor parte de los miembros de la casa somos mujeres, podríamos andar en tetas todo el día, que nos daría lo mismo. ―Intenté no llevar mi imaginación por ese lado, sería contraproducente imaginarme a todas mis hermanas en tetas, caminando por la casa―. Y en cuanto a vos, que sos el único varón… bueno, te vas a acostumbrar. Al fin y al cabo somos tus hermanas.
―Sí, totalmente ―dije, fingiendo una seguridad que no tenía―. No es para tanto ver mujeres en calzones, si son mis hermanas.
―O tu mamá… porque Alicia también podría andar igual, si lo quisiera.
―Claro… ―la idea de que mi madre deambulase en tanga por la casa se me hacía de lo más irreal―. Así que ahora mamá volvió a odiar que te… que te hagas la paja.
―No, porque ella es tan cambiante como el clima. Con ella un día llueve, y al otro sale el sol. Hace poco, cuando se estaba acercando mi cumpleaños, llegué re cansada de la facultad. Me senté en una silla y ella se me acercó por detrás, me hizo unos masajes en los hombros y me abrazó de forma muy maternal. Hacía rato que no la veía tan cariñosa. Pero lo más raro fue lo que dijo: “¿Por qué no te das un baño y te acostás un rato? De paso te podés hacer alguna rica paja, así aliviás un poquito la tensión”.
―¡Wow… qué loco! Me cuesta mucho imaginar a mamá diciendo la frase “hacerse la paja”. Como que no parece propio de ella.
―Sí, me resultó muy chocante cada vez que le escuché decir algo así; pero lo dijo, como si fuera lo más natural del mundo. O sea, hacerse la paja es algo natural, sin embargo para ella no lo es tanto. Ese día le hice caso, cuando entré a mi pieza ella estaba cambiando las sábanas de mi cama, cosa que casi nunca hace. Me dijo que lo hizo para que yo estuviera más cómoda. Para ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar, cerré la puerta y me quité la toalla. “Perfecto”, le dije, “tengo muchas ganas de hacerme una buena paja, últimamente ando muy caliente”. Eso era cierto, aunque no le dije que el motivo eran mis aventuras con el profe. Me acosté en la cama, abrí las piernas y la miré, desafiante, como si le estuviera diciendo: “Mirá que me voy a pajear de verdad”. Ella no se movió, y yo fui más lejos… era como un duelo de miradas en el viejo oeste, la primera que cediera, perdía. Empecé a acariciarme la concha. ―Para mostrarme cómo lo hizo, Macarena masajeó su entrepierna, por encima de la ropa interior. Mi verga se puso totalmente dura, dentro del bóxer, y fue imposible disimularlo―. Mamá siguió sin moverse, y para colmo ahora miraba directamente lo que yo estaba haciendo con los dedos. Siendo honesta, me costaba mucho concentrarme en la tarea de pajearme con ella mirando; pero si hay algo que heredé de Alicia es la testarudez. No pensaba ceder. Me froté el clítoris tan rápido como pude, como diciéndole: “Mirá, mamá… así es como me hago la paja. ¿No querías aprender?”. Pensé que ella se ofendería por mi actitud, pero nada… me miró muda, como si yo fuera un interesante sujeto de experimento. Con tanta frotada a mí se me subió la temperatura… empecé a calentarme en serio, a pesar de que ella estuviera ahí. Es una cuestión física, más que psicológica. No me gusta estar excitada frente a mí mamá; pero la paja que me estaba haciendo iba muy en serio. Tanto que empecé a colarme los dedos… ―Mi pija se puso tensa hasta el límite cuando me imaginé a Macarena con las piernas abiertas, metiendo dos dedos dentro de su concha… ella es una mujer muy hermosa y cualquier hombre heterosexual se hubiera calentado al ver esa escena. Mi imaginación no tenía que trabajar demasiado, porque Macarena seguía acariciando todo el largo de sus gajos vaginales, por encima de la bombacha. Hasta pude notar una protuberancia donde estaba su clítoris―. Por suerte la primera en ceder fue mamá, porque de lo contrario me hubiera visto obligada a hacerme toda la paja delante de ella, una situación muy incómoda. Antes de irse ella me sonrió y dijo: “Pasala lindo”.
―Me confunde mucho esa mujer.
―Y a mí más. Incluso con todo lo que sé de psicología, me cuesta mucho comprender cómo piensa. Hay días en los que me trata como si yo fuera la peor puta del mundo, por hacerme una paja, y otras veces me habla como si fuéramos íntimas amigas.
―Espero no tener que pasar por situaciones como esas.
―Ojala que no. Pero bueno, al menos desde ese momento me dejó en paz con mi masturbación… hasta que pasó lo de esta noche.
―Me da más miedo cómo va a reaccionar ella que el Covid, te lo juro.
―Sí, a mí también….
―¿Creés que sería capaz de echarte de la casa?
―¡Ay, no! Espero que no… dudo mucho que llegue tan lejos; pero sí que se va a enojar un montón. Me va a tratar para la mierda… y para colmo vamos a tener que estar lidiando con ese puto virus.
―Mejor no pensemos en eso ahora.
―Sí, tenés razón ―ella bajó su mirada, hasta toparse con mi más que evidente erección―. Me parece que vos llevás mucho rato sin hacerte una paja ―dijo, señalando mi bulto.
―Más o menos… es un poco difícil hacerlo, sin dormitorio propio ―intentaba mantener la compostura, actuar como si todo fuera super normal; pero tenía ganas de salir corriendo. Me avergonzaba mucho que mi hermana me viera la pija dura.
―Sí, eso mismo estaba pensando. Yo no sé qué haría si no tuviera una pieza para mí… con lo pajera que soy ―mi verga dio un pequeño saltito―. ¿Querés que hagamos un trato? ―Noté un brillo de picardía en sus ojos―. Quiero darme un baño, y puede que me demore un poquito. Vos podés aprovechar ese rato libre para… jugar con el muñeco ―señaló mi bulto―. Eso sí, te pido que después uses los pañuelos descartables, para limpiar todo… no quiero un enchastre en mi cama.
―¿Lo decís en serio? ―Fue lo único que atiné a preguntar.
―Sí, claro. A mí no me molesta que lo hagas, hasta me siento un poquito mal de que no tengas un espacio en la casa para poder hacerlo tranquilo. Yo te presto la pieza por un rato, mientras me baño. Te prometo que cuando vuelva, golpeo la puerta, no quiero interrumpirte.
Se puso de pie casi de un salto y se dirigió hacia la puerta, sus nalgas se bambolearon ante mis ojos y pude ver cómo los labios de su concha mordían la ropa interior. La verga se me puso aún más dura. Ella salió del cuarto sin darme tiempo a decir nada más.
Me quedé solo, mirando el techo. No sabía qué hacer. Me hice muchas pajas a lo largo de mi vida, pero nunca con el permiso de una de mis hermanas. Era muy extraño tocarme sabiendo que Macarena sabía lo que yo estaba haciendo. Sin embargo ya no aguantaba más, tenía los huevos llenos de leche, y necesitaba sacarla, cuanto antes.
Saqué la verga del bóxer y sin perder más tiempo empecé a pajearme con ganas. Fue un alivio inmediato, tenía una erección muy potente, que clamaba a gritos por atención, y ahora se la estaba dando. Por mi mente vagaron varias imágenes que me hicieron sentir culpable: el culo de mi prima Ayelén; las fotos eróticas de Estefanía… y la bombacha de Macarena, apretada entre sus labios.
Culpable o no, estas imágenes me ayudaron un montón con la tarea. Cerré los ojos y castigué mi verga tan rápido como mi mano derecha me lo permitía. Por lo general me gusta aguantar un buen rato antes de acabar; pero esta vez no podía darme ese lujo. No sabía cuánto demoraría mi hermana en regresar, y quería tener el asunto ya bien terminado cuando volviera. Masajeé mis huevos, eso siempre me ayuda a aumentar la calentura, y dejé que mi mente vagara un rato por esos rincones prohibidos, llenos de imágenes de mis hermanas. Ganaron mucho protagonismo las grandes tetas de Gisela, pocas veces las vi en escotes, ya que a ella le avergüenza un poco mostrarlas; pero lo poco que había visto servía de maravilla para ilustrar el momento. Estaba llegando a un asombroso clímax, cuando escuché el ruido de la puerta.
Pensé que se trataba de Macarena, tal vez ella había olvidado su promesa de golpear la puerta. Pero al abrir los ojos me encontré con la peor imagen posible, hubiera preferido que se me apareciera un fantasma, o el mismísimo Satanás (si es que existe). Lo que vi fue mucho peor.
Acogoté mi verga, como si intentara matar a un ganso, esto detuvo la inminente eyaculación; pero sabía que no podría aguantarlo durante mucho tiempo.
Diario de Cuarentena:
<Tengo la verga está a punto de escupir litros de leche, como si fuera un volcán… y mi mamá me está mirando>.
Capítulo 3.
Una Noche con Macarena.
―¿De qué querés hablar? ―Preguntó Macarena.
Puse a funcionar mi cerebro, en un esfuerzo por olvidar el detalle de que mi hermana y yo estábamos en ropa interior… en la misma cama. Ella con su bombacha rosa y yo con un bóxer gris que, en cualquier momento, me traicionaría. Si mi pene creía apenas un poco, se notaría el bulto y no podría disimularlo.
―No sé… yo solamente quiero que te sientas bien.
―Si me salís con la frase: “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena”, te juro que te echo a patadas.
―Prometí no molestarte más con eso ―dije, riéndome.
―¡Mejor! Porque esa puta canción me va a torturar toda la vida.
―Solamente dejame decir que “Tu cuerpo es pa’ darle alegria y cosa buena”.
―¡Tarado!
Agarró una almohada y empezó a pegarme, al menos ya se estaba riendo. Algo que creí imposible. Maca aún debía estar asimilando que su amante, su profesor de la universidad, había contraído el virus, y seguramente ella también… lo que la hacía culpable de contagiar a toda su familia. Esa sí que era mucha información para procesar.
―No sé si me molesta más la canción en sí ―dijo, cuando terminó de azotarme con la almohada―, o que sea una de las canciones favoritas de mamá.
―Para colmo vos sos muy del rock…
―Totalmente. Ni siquiera sé cómo se llama la banda que canta “Macarena”, solo sé que los odio; yo me quedo toda la vida escuchando La Renga, o Rata Blanca.
―Y Divididos… también jodés mucho con ellos.
―Muy cierto. Puede que algún día cumpla con mi objetivo en la vida: lograr que mi hermanito escuche algunas de esas bandas.
―Las escucho, pero me dan lo mismo ―dije, encogiéndome de hombros―. A mí la música me da un poquito igual.
―No digas eso delante de mí, porque se me parte el alma. Vas a terminar como mamá, escuchando cualquier cosa, porque todo le da lo mismo.
―Me parece que no te llevás nada bien con mamá.
―Antes nos llevábamos mejor, pero últimamente está actuando cada vez más raro. Creo que esa mujer está loca.
―Siempre estuvo loca.
―No, Nahuel. Lo digo de verdad ―me miró con un semblante sombrío, indicándome que hablaba muy en serio―. Me refiero a que está clínicamente loca. Tiene actitudes muy raras, cambios de humor muy repentinos.
―Vos estudiás psicología. De eso sabrás más que yo.
―Sí, pero apenas estoy en tercer año. Sin embargo muchos de los trastornos de los que nos hablan, encajan muy bien con las actitudes de mamá.
―¿Por ejemplo?
―Mmmm… como el trastorno bipolar.
―¿El de la doble personalidad? ―Pregunté, intrigado.
―No, gil. Eso es otra cosa. Muchos psicólogos piensan que no existe tal cosa como la “doble personalidad”. Sino que es una persona que se comporta de formas muy diferentes, dependiendo del contexto en el que está. Pero no deja de ser la misma persona.
―¿Entonces qué carajo es el trastorno bipolar?
―Es complejo. Resumiendo: se caracteriza por cambios de humor brusco. Una persona puede estar muy feliz en un momento, y a los diez minutos, sin causa aparente, está deprimida o enojada.
―Como mamá.
―Exacto. También está lo que se llama “Trastorno Límite de la Personalidad”. Varios síntomas encajan con el comportamiento de mamá.
―¿Como cuáles?
―Bueno, antes que nada aclaro que uno de los síntomas es la automutilación. Nunca vi a mamá lastimarse a sí misma, ni tiene cicatrices en los brazos ni nada eso. Pero este síntoma no siempre se presenta. Sin embargo hay otros síntomas que sí encajan a la perfección: la irritabilidad; impulsividad; ―los fue enumerando con sus dedos―. Hostilidad; falta de autocontrol… también tiene comportamiento compulsivo.
―De eso tiene mucho. Solo hay que ver cómo lava los platos... dos veces.
―Sí, buena observación. Eso podría ser una señal de comportamiento compulsivo.
―También tiene fobia a los gérmenes ―aseguré―. Ya viste lo dictatorial que se puso con todo el tema del Covid… y cómo te gritó a vos.
―Sí. Ella no quiere reconocerlo, pero eso de lavar los platos dos veces; fregar siempre los pisos con lavandina; no compartir el baño. Creo que son todas señales de una fuerte fobia hacia los gérmenes.
Me estaba gustando esto de psicoanalizar a mi madre. De pronto las piezas de su errático comportamiento comenzaron a encajar.
―Antes compartía el baño ―le recordé a mi hermana―. Creo que nos prohibió la entrada el año pasado.
―Sí, pero creo que es entendible, si tomamos en cuenta que sus trastornos empeoran cada día. Tal vez crea que si usamos su baño, lo vamos a contaminar. Me da miedo pensar cómo puede afectarle todo este asunto de la cuarentena. Para ella debe ser una situación sumamente estresante, que la va a llevar a hacer locuras…
―Como quitarle las llaves a Pilar; o encerrarte en tu pieza.
―Eso no es nada, creo que se va a poner mucho peor. Especialmente si el test del Covid nos da positivo. Y aunque no sea así, por algún milagro, igual vamos a tener que seguir haciendo cuarentena. Eso la va a poner histérica e irracional.
―¿Todavía más? Creo que es más peligrosa ella que todo el Covid del mundo.
―Es posible.
―Con Gisela estuvimos hablando de lo que te pasó… pensamos que tal vez a mamá le molestó más que vos hayas tenido una aventura con tu profesor, que el virus.
―No creo que sea así… con el terror que le tiene a los gérmenes, y a las enfermedades. Sin embargo es muy cierto que mamá parece tener…
―¿Odio hacia el sexo?
―Tal vez no sea odio ―ella se puso a pensar, después dijo―. Más bien no sabe cómo manejar la sexualidad. A mí me dio consejos muy contradictorios. Me dejó confundida. Por un lado me daba la impresión de que ella quería que yo cumpliera noventa años siendo virgen…
―Esa es la Alicia que yo conozco ―aseguré.
―Sí, pero también hubo otras cosas, que me daban a entender que yo debía disfrutar de mi vida sexual…
―¿Como cuáles?
―A ver, dejame hacer memoria y te cuento algunas de esas incómodas charlas de “madre e hija” que tuve con ella. ―Después de reflexionar unos segundos, continuó hablando―. Una vez me dio a entender que yo no me tenía que hacer la paja… ¡Ay, perdón! Lo solté así de una, sin pensar. No sé si estos temas te molestan.
―No, la verdad que no ―me generaba cierta incomodidad escuchar a una de mis hermanas hablando de hacerse la paja; pero podía manejarlo… siempre y cuando no se me pusiera dura la verga―. No me molesta, hablá tranquila… pero si a vos te jode…
―Nah, ¡qué me va a joder! Estudio psicología, nene… nos pasamos el día hablando de sexo. No hay asignatura que no esté relacionada con el sexo, de una u otra manera. En estos dos años y medio que llevo cursando la carrera, ya tuve tiempo más que suficiente para acostumbrarme a hablar de sexo con otras personas. Incluso con compañeros que ni siquiera conozco.
―¿De verdad hablan tanto de sexo en psicología?
―Sí, ¿por qué? ¿Estás pensando estudiarla? ―Preguntó con tono picarón.
―Tal vez… parece interesante.
―Y lo es. Se aprende mucho de la gente. Bueno, sigo… ya que estamos entrando en confianza ―me miró en silencio.
―¿Qué pasa? ―Pregunté.
―Es que nunca tuvimos una charla como esta antes. ¿Tuve que contagiarme de Covid para que te pongas a conversar conmigo?
―Bueno, es que… sos mi hermana mayor, y siempre creí que yo te molestaba.
―Nunca me molestaste, tarado. Sos mi único hermano varón ―me acarició la pierna―. Las cuatro te adoramos por eso, sos nuestro pequeño protegido. Tal vez si fueras el mayor no sería así; pero te tocó ser el más chico.
―Estefanía no me adora, de eso estoy seguro. Y con Pilar… con ella hablo menos que con vos. No sé casi nada de su vida. Es como tener a una vecina viviendo dentro de tu casa.
―Nadie sabe nada de la vida de Pilar. No recuerdo cuándo fue la última vez que charlé con ella, estando las dos solas. Y Tefi te quiere… a su manera.
―Sí, me quiere matar.
Maca soltó una risotada.
―No, tarado. De verdad. Las cuatro te queremos mucho, de eso estoy segura. Deberías intentar hablar más seguido con nosotras, sin necesidad de que haya una Pandemia de por medio.
―Lo voy a intentar… y justamente por eso estoy acá con vos. Quiero conocerte mejor. ―De pronto se me ocurrió una idea―. ¿Podrías hacerme un favor, Maca?
―¿Cuál?
―Si todo este asunto del Covid no sale tan mal como pinta, ¿podrías intentar hablar con Pilar?
―¿Para qué?
―Para saber algo más sobre ella… ¿qué le pasa? ¿qué piensa? ¿qué le gusta? Vos tenés razón, no hablo con mis hermanas tanto como debería ―recordé el consejo de Gisela: mi trato con las mujeres debería ser muy bueno, al tener cuatro hermanas mujeres; pero antes tengo que empezar a hablar con todas ellas―. Me gustaría poder conocer un poquito mejor a Pilar… pero me da miedo. Puedo hablar con vos, con Gise y hasta con Tefi; pero con Pilar.... no sé ni por donde empezar a hablarle.
―Entiendo. Bueno, voy a hacer el intento, no es que yo me lleve demasiado bien con Pilar.
―Pero sos estudiante de psicología, sabés cómo comunicarte con la gente. Tomalo como un experimento.
―Eso me gusta ―soltó una risita―. Navegar dentro de la oscura mente de Pilar. Podría ser toda una aventura.
―Creo que sí…
―Bueno, te prometo que lo voy a intentar. ¿Querés que siga contándote lo que pasó con mamá, o lo dejamos para otro día?
―Contame. Ese tema me parece de lo más interesante.
―Está bien, pero te advierto que puedo ser un poquito muy directa. Si vamos a hablar como hermana mayor y hermano menor, no voy a andar poniéndole algodones a las palabras, para que sean más suaves. No es mi estilo. ¿Está claro? Si vamos a entrar en confianza, lo vamos a hacer bien.
―Entiendo. ―dije, totalmente aterrado. Era la primera vez que hablaba de esta manera con Macarena, y no sabía qué tan “directa” podría llegar a ponerse.
―Perfecto. Entonces te voy a contar cómo fue esa charla con mamá, y por qué se dio. Fue hace unos tres años. Yo estaba acá, en mi pieza, muy tranquila… haciéndome una paja ―me miró con esos impresionantes ojos azules, como si estuviera evaluando mi reacción. Tragué saliva y no dije nada. Noté que mi verga empezaba a despertarse, como si la sola mención de la palabra “Paja” hubiera activado su detector sexual―. Estoy segura de que vos te harás más de una paja, así que ni siquiera voy a pretender que yo no hago lo mismo.
―Me cuesta pensar que las mujeres lo hacen ―dije, con timidez―. Y más me cuesta creer que mis hermanas puedan hacerlo.
―Sos muy iluso, Nahuel. Sí que lo hacemos, hablo de las mujeres en general, y tal vez lo hacemos tan seguido como los hombres. Tengo amigas que opinan que no, que los hombres se pajean más. Yo tengo mis dudas. Tuve etapas bastante pajeras.
Macarena y Giesela tenían mucha razón en algo: Debía empezar a hablar más con mis hermanas. Mi política siempre fue la de no molestarlas, para que ellas no me molesten. Nunca me metí en sus vidas, ni ellas en la mía. Sin embargo en estos días de cuarentena aprendí más de mis hermanas que en los últimos años. Tal vez se debía a que ellas también estaban aburridas, y no sabían qué hacer; o quizás sea porque ya alcancé la edad suficiente como para que empiecen a tratarme de otra forma. Puede que sea un poquito de ambas.
―De verdad me cuesta mucho imaginarte haciendo esas cosas, Maca.
―Está bien, nadie dijo que debas imaginarlas ―soltó una de sus alegres risotadas―. Me quedo más tranquila sabiendo que no vas a intentar imaginar cómo me hago una paja. ―Evitarlo va a ser una tarea difícil, especialmente si ella sigue de hablando del tema con tanta soltura―. Me basta con que sepas que es así, y que no lo veas como algo raro. En mi opinión no hay nada de malo en hacerse la paja.
―Pero mamá no opina igual…
―A eso voy. Ese día, que yo estaba tan tranquila jugando con mi… asunto, mamá abrió la puerta de la pieza sin golpear ―siguió contándome―. Ahora te lo estoy contando con mucha calma, porque creo que ya lo superé; pero te aseguro que fue uno de los momentos más vergonzosos e incómodos de mi vida.
―Me imagino ―no, la verdad es que no me imaginaba, ni quería. Evité a toda costa ponerme en la situación de Macarena, y que mi propia madre me descubriera masturbándome. En ese momento recordé lo que pasó unos días atrás―. A mí me pasó lo mismo, en plena paja; pero con Gisela.
Maca abrió mucho sus ojos azules, se enderezó un poco en la cama, como si mi comentario la hubiera despertado.
―¿Gisela te sorprendió haciéndote una paja? ―Ya me había arrepentido de haber abierto la boca; pero era demasiado tarde. No podía hacer nada para esquivar este momento incómodo en el que me había metido―. ¿Cómo fue? Contame…
Diario de Cuarentena:
<Me metí en alto quilombo, por pajero>.
―Em… fue la semana pasada.
―Ah, hace re poquito.
―Sí… todavía no lo supero. ―¿Por qué le tuve que contar que me estaba pajeando? ¿No podría haber dicho simplemente que me vio desnudo?―. Pasó mientras yo me estaba bañando… en el único baño que mamá nos permite usar, a todos. Gisela quería hacer pis… entró igual, y bueno… me vio.
―¿Vos la tenias dura?
Nunca le había hablado a Macarena de mi verga, jamás. Ni una sola vez. En este quilombo me metí solito y nadie me iba a salvar.
―Em… sí… bastante dura. Digamos que fue imposible disimular. Fue muy incómodo, porque ella hizo pis mientras yo…
―¿Seguiste pajeándote con ella en el baño?
―No, no… me quedé quieto… y desnudo. Ella me miró raro…
―Como si hubiera descubierto a su hermano con la pija dura, haciéndose una paja.
―Algo así.
―Pobre Gise. Ella no es muy dada para los temas sexuales, le dan muchísima vergüenza. ¿Te dijo algo?
―No, se quedó muda. Terminó de hacer pis, y se fue ―no pensaba seguir confesando cosas. Me podía ahorrar los detalles sobre la charla que tuve con Gisela apenas unas horas antes.
―Bueno, no la culpo. Yo no sé cómo hubiera reaccionado en esa situación. No es que me moleste verte el pito, sino por la sorpresa. Una no se espera, al abrir una puerta, que del otro lado habrá una persona masturbándose. Estuve en la misma situación que vos, y sé cómo te sentiste. Gracias por contármelo.
―De nada, supongo.
―Lo bueno es que vas a entender cómo me sentí yo cuando mamá abrió la puerta. Lo mío también era indisimulable. Estaba desnuda, toda despatarrada… con los dedos metidos en la concha. ¿Qué le iba a decir? ¿Que me estaba rascando muy adentro? ―Empecé a reírme, más por los nervios que por otra cosa―. Mamá se enojó mucho. No me dio ni chances de taparme la concha. Me gritó de todo. Dijo que las señoritas decentes no se andan toqueteando de esa manera. Lo cual me pareció una exageración. No estaba haciendo nada malo, era una paja… pero para ella fue como si yo me hubiera estado sacrificando un cordero en un ritual satánico. Dijo que hacerme la paja era muy malo para mi salud mental. Que eso me iba a convertir en una puta adicta al sexo.
―¿Y eso tiene algo de cierto?
―No, para nada. Al contrario, desde el punto de vista psicológico y fisiológico, hacerse la paja es algo normal. Nos ayuda a aliviar la tensión sexual, y a conocer mejor nuestros cuerpos. Pero mamá me hizo prometerle que ya no me estaría toqueteando de esa manera.
―¿Le hiciste caso?
―Al principio sí, pero poco después empecé a estudiar psicología, y mi comprensión sobre el sexo cambió radicalmente. Es más, un día se lo comenté, como quien no quiere la cosa. “Mamá, estuve leyendo algo muy interesante en un libro de psicología. Al parecer masturbarse es algo positivo, para la salud mental”. Le solté un pequeño discurso, sobre los beneficios de hacerse la paja. Ella me miró con los ojos desorbitados, y no dijo nada.
―¿Nada de nada?
―No, se quedó totalmente muda. Como si mis palabras hubieran roto algo en su interior. Después de esta charla empezaron las cosas contradictorias. Un día me decía: “Espero que no vayas a la pieza a toquetearte”; y unas semanas después me soltaba: “Te noto contenta. Me parece que estuviste haciéndote una rica paja; el rubor de las mejillas te delata… y te queda lindo”.
―Bueno, eso es cierto.
―¿Qué? ¿O sea que vos también notaste cuando yo me había hecho una paja?
―No, nada que ver. Jamás me imaginé que vos hicieras eso. Me refiero a que el rubor te queda lindo. Te hace resaltar mucho el color de los ojos.
―Ay, gracias. Sos un dulce. Ni siquiera mi profesor me dijo algo tan lindo.
―¿Me vas a contar sobre él?
―Tal vez, ¿te interesa oírlo?
―Me da curiosidad saber cómo terminaste en la cama con tu profesor.
―¿No te parece que es algo malo?
―No, para nada. Ustedes ya son adultos.
―Bueno, termino de contarte lo de mamá, y te cuento lo del profesor. Total, tenemos toda la noche.
―Sí, quiero saber qué más te dijo mamá… para estar preparado, por si alguna vez me suelta el discursito de “hacerse la paja está mal”.
―Es que eso es lo contradictorio. No siempre me dijo “Está mal”. Hubo un día en el que, otra vez, se metió a mi pieza sin golpear… y yo estaba en plena paja. Me enojé mucho con ella, porque si tengo mi cuarto es para tener privacidad. No me gusta que nadie entre sin golpear. Lo considero una falta de respeto. Tal vez su cambio de actitud se debió a que en esta ocasión fui yo la que se enojó. Me pidió perdón, me dijo que yo tenía razón, que ella debió golpear, que no lo iba a hacer más… y además dijo: “Seguí con lo que estabas haciendo, no era mi intención interrumpirte. Solamente vine a buscar algo de ropa, para salir con mis amigas”.
―¿No será que te trató bien para que le prestes tu ropa?
―Sí, puede ser, eso también lo pensé. Pero de verdad, había en ella un brillo especial. Me dio la impresión de que estaba siendo sincera. A eso agregó: “¿Sabés que yo nunca aprendí a hacerme bien la paja?” Casi me muero ahí nomás. Ya no sentía vergüenza de que ella me viera en concha; pero ese comentario me dejó totalmente descolocada.
―No me imagino a mamá…
―No creo que sea algo que debas estar imaginando.
―¿Y ésto cuándo pasó?
―Hace unos siete u ocho meses. Y ese día la noté incluso interesada en aprender a hacerse una paja. Me dijo: “Algún día me deberías enseñar a hacerlo bien”. Me quedé helada. Pero lo que más me sorprendió fue que me preguntara: “¿Estás viéndote con algún noviecito? Ya estás en edad de tener alguno?”.
―¿Y vos le dijiste algo?
―No, nada. Me tapé con las sábanas y esperé a que ella saliera de la pieza. No sabía cómo mierda reaccionar. Mamá es una persona muy inestable. Cualquier cosa que le hubiera dicho, se la podría haber tomado muy mal… o muy bien. Decidí no correr ese riesgo. Además, ¿qué le iba a decir? “Sí, mamá… justamente ayer le estuve chupando la verga al profe Marcelo”.
―Apa… ¿eso es cierto?
Ella me sonrió con mucha picardía, algo que nunca creí ver en la cara de Macarena. Ella posee facciones que inspiran mucha dulzura, uno simplemente no puede imaginarla como “Una chica que se porta mal”.
―¿Y a vos qué te parece? Ya sabés que me lo cogí.
―Sí, pero pensé que era algo más reciente… de hace apenas unas semanas. Si pasó hace unos ocho meses, entonces no hay mucho riesgo de contagio.
―No te hagas ilusiones, Nahuel. Mi aventura con Marcelo empezó hace unos ocho meses; pero sigue hasta el día de hoy… bueno, creo que después de todo esto ya no.
―¿Cuándo fue la última vez que…?
―¿Que cogimos? ―Preguntó con total naturalidad. A mí se me estaba parando la verga, intenté disimularlo flexionando un poco una pierna―. Justo antes de que empiece la cuarentena. Un día antes de festejar mi cumpleaños… me dio un lindo regalito.
―No sé si quiero saber de ese regalito.
Ella soltó una risita, se cubrió la boca con una mano, para no hacer mucho ruido.
―Si te molestan los detalles, entonces mejor no te cuento nada. Porque cuando yo me pongo a contar estas cosas… suelo ser muy detallista.
―Eso me gusta. Cuando leo libros, me gusta que el escritor sea muy detallista; creo que por eso me agrada tanto Stephen King.
―Yo leí un par de libros de ese autor, me gustaron mucho.
―¿En serio? No te imaginaba leyendo esas cosas.
―A mí me gusta leer, te lo dije mil veces.
―Sí, pero pensé que te gustaban otro tipo de novelas.
―Es que me gustan otro tipo de novelas; pero también me agrada King.
―¿Y qué libros leíste de él? ―Estaba ganando tiempo, para que mi verga bajara un poco.
―Cementerio de Animales y El Resplandor. Me gustaron mucho los dos.
―Sí, a mí también. Ya los leí. Cementerio de Animales es mi favorito.
―No me vendría mal leer algo, para despejar un poco la mente. Vos tenés un montón de libros de Stephen King.
―Tengo casi todos, y son un montón. En cada cumpleaños me regalaron como diez.
―Sí, me acuerdo que Gisela venía con una lista de libros de Stephen King que todavía no tenías, y nos decía que te regaláramos uno para tu cumple.
―Es una genia Gisela, sin ella no hubiera podido conseguir tantos. Después entrá a mi pieza y elegí cualquiera que te resulte interesante.
―Muchas gracias, hermanito ―me dio un repentino beso en la mejilla.
Supuse que ella andaba muy necesitada de afecto, en este duro momento que estaba atravesando. El problema fue que el contacto con la tibieza de su cuerpo me jugó una mala pasada, para colmo uno de los pechos de Macarena se posó sobre mi brazo. Mi verga despertó y fue ganando tamaño a un ritmo preocupante. Ella no se apartó, cruzó un brazo por detrás de mi espalda, y se quedó allí, pegada a mí. Busqué en mi mente un tema para sacar conversación, pero lo único que atiné a decir fue:
―¿Pasó algo más con mamá, o desde ese día no te jodió más por hacerte la paja?
―Sí, pasaron más cosas… es que ella es una mujer sumamente extraña. Su forma de actuar depende muchísimo de su estado de ánimo. Hubo una tarde en la que se enojó con Ayelén…
―¿Por qué no me extraña? Ayelén es insoportable.
―Es cierto; pero se me hizo muy raro que mamá discutiera con ella. Por lo general Ayelén y Alicia se llevan muy bien. Hace unos cuatro meses las vi discutiendo, mamá le decía que tenían que solucionar urgente ese problema, no sé a qué se referían, ni me importó. Ayelén le respondió que actuando como una loca histérica no iba a solucionar nada. Al final entendí que Alicia estaba exagerando ese problema, y Ayelén le decía que no era para tanto. Lo importante de este asunto es que la ligué yo, sin tener nada que ver. Me había asomado en el living, para escuchar qué pasaba… como venía de mi pieza, estaba en tanga. Cuando mamá me vio se puso como loca, me gritó que yo era una puta, por andar por la casa en tanga, sabiendo que hay más gente conviviendo allí, incluso un hombre. Pero Alicia estaba hecha una furia y me gritó que seguramente yo estaba pensando en hacerme una paja, como una adicta. Lo curioso fue que Ayelén me defendió, ella dijo algo muy cierto: “Nahuel se pasó la vida conviviendo con mujeres, no se va a morir por ver a una de las hermanas en tanga”.
―Claro, es muy cierto…
―Sí, eso mismo pensé. Ver mujeres en ropa interior debería ser lo más normal del mundo para vos.
―Puede ser…
Pero no lo era. Mis hermanas solían ser bastante recatadas con ese tema, no acostumbraban a pasearse por la casa en ropa interior… y estar viendo a Macarena en tanga, desde tan cerca, me estaba provocando una de las erecciones más incómodas de mi vida.
―En fin ―continuó diciendo ella―. Le grité a mamá que no se metiera en mi vida privada y le dije que si yo quería andar en calzones en mi propia casa, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo. Ayelén agregó que si ella viviera acá, andaría en tanga sin problemas; porque le importa tres carajos el impacto que pueda tener en un… ―me miró con una sonrisa picarona―, en un pendejo pajero.
―¿Lo dijo por mí?
―Sí, pero no te ofendas… ya sabés cómo es ella.
―Eso explica por qué andaba en tanga en mi pieza, cuando entré a buscar el libro. No le importó en lo más mínimo.
―A ver, yo no me llevo muy bien con Ayelén, eso ya lo sabés; pero tengo que admitir que en este caso tiene razón. Mamá es demasiado estricta con eso de la ropa interior. La mayor parte de los miembros de la casa somos mujeres, podríamos andar en tetas todo el día, que nos daría lo mismo. ―Intenté no llevar mi imaginación por ese lado, sería contraproducente imaginarme a todas mis hermanas en tetas, caminando por la casa―. Y en cuanto a vos, que sos el único varón… bueno, te vas a acostumbrar. Al fin y al cabo somos tus hermanas.
―Sí, totalmente ―dije, fingiendo una seguridad que no tenía―. No es para tanto ver mujeres en calzones, si son mis hermanas.
―O tu mamá… porque Alicia también podría andar igual, si lo quisiera.
―Claro… ―la idea de que mi madre deambulase en tanga por la casa se me hacía de lo más irreal―. Así que ahora mamá volvió a odiar que te… que te hagas la paja.
―No, porque ella es tan cambiante como el clima. Con ella un día llueve, y al otro sale el sol. Hace poco, cuando se estaba acercando mi cumpleaños, llegué re cansada de la facultad. Me senté en una silla y ella se me acercó por detrás, me hizo unos masajes en los hombros y me abrazó de forma muy maternal. Hacía rato que no la veía tan cariñosa. Pero lo más raro fue lo que dijo: “¿Por qué no te das un baño y te acostás un rato? De paso te podés hacer alguna rica paja, así aliviás un poquito la tensión”.
―¡Wow… qué loco! Me cuesta mucho imaginar a mamá diciendo la frase “hacerse la paja”. Como que no parece propio de ella.
―Sí, me resultó muy chocante cada vez que le escuché decir algo así; pero lo dijo, como si fuera lo más natural del mundo. O sea, hacerse la paja es algo natural, sin embargo para ella no lo es tanto. Ese día le hice caso, cuando entré a mi pieza ella estaba cambiando las sábanas de mi cama, cosa que casi nunca hace. Me dijo que lo hizo para que yo estuviera más cómoda. Para ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar, cerré la puerta y me quité la toalla. “Perfecto”, le dije, “tengo muchas ganas de hacerme una buena paja, últimamente ando muy caliente”. Eso era cierto, aunque no le dije que el motivo eran mis aventuras con el profe. Me acosté en la cama, abrí las piernas y la miré, desafiante, como si le estuviera diciendo: “Mirá que me voy a pajear de verdad”. Ella no se movió, y yo fui más lejos… era como un duelo de miradas en el viejo oeste, la primera que cediera, perdía. Empecé a acariciarme la concha. ―Para mostrarme cómo lo hizo, Macarena masajeó su entrepierna, por encima de la ropa interior. Mi verga se puso totalmente dura, dentro del bóxer, y fue imposible disimularlo―. Mamá siguió sin moverse, y para colmo ahora miraba directamente lo que yo estaba haciendo con los dedos. Siendo honesta, me costaba mucho concentrarme en la tarea de pajearme con ella mirando; pero si hay algo que heredé de Alicia es la testarudez. No pensaba ceder. Me froté el clítoris tan rápido como pude, como diciéndole: “Mirá, mamá… así es como me hago la paja. ¿No querías aprender?”. Pensé que ella se ofendería por mi actitud, pero nada… me miró muda, como si yo fuera un interesante sujeto de experimento. Con tanta frotada a mí se me subió la temperatura… empecé a calentarme en serio, a pesar de que ella estuviera ahí. Es una cuestión física, más que psicológica. No me gusta estar excitada frente a mí mamá; pero la paja que me estaba haciendo iba muy en serio. Tanto que empecé a colarme los dedos… ―Mi pija se puso tensa hasta el límite cuando me imaginé a Macarena con las piernas abiertas, metiendo dos dedos dentro de su concha… ella es una mujer muy hermosa y cualquier hombre heterosexual se hubiera calentado al ver esa escena. Mi imaginación no tenía que trabajar demasiado, porque Macarena seguía acariciando todo el largo de sus gajos vaginales, por encima de la bombacha. Hasta pude notar una protuberancia donde estaba su clítoris―. Por suerte la primera en ceder fue mamá, porque de lo contrario me hubiera visto obligada a hacerme toda la paja delante de ella, una situación muy incómoda. Antes de irse ella me sonrió y dijo: “Pasala lindo”.
―Me confunde mucho esa mujer.
―Y a mí más. Incluso con todo lo que sé de psicología, me cuesta mucho comprender cómo piensa. Hay días en los que me trata como si yo fuera la peor puta del mundo, por hacerme una paja, y otras veces me habla como si fuéramos íntimas amigas.
―Espero no tener que pasar por situaciones como esas.
―Ojala que no. Pero bueno, al menos desde ese momento me dejó en paz con mi masturbación… hasta que pasó lo de esta noche.
―Me da más miedo cómo va a reaccionar ella que el Covid, te lo juro.
―Sí, a mí también….
―¿Creés que sería capaz de echarte de la casa?
―¡Ay, no! Espero que no… dudo mucho que llegue tan lejos; pero sí que se va a enojar un montón. Me va a tratar para la mierda… y para colmo vamos a tener que estar lidiando con ese puto virus.
―Mejor no pensemos en eso ahora.
―Sí, tenés razón ―ella bajó su mirada, hasta toparse con mi más que evidente erección―. Me parece que vos llevás mucho rato sin hacerte una paja ―dijo, señalando mi bulto.
―Más o menos… es un poco difícil hacerlo, sin dormitorio propio ―intentaba mantener la compostura, actuar como si todo fuera super normal; pero tenía ganas de salir corriendo. Me avergonzaba mucho que mi hermana me viera la pija dura.
―Sí, eso mismo estaba pensando. Yo no sé qué haría si no tuviera una pieza para mí… con lo pajera que soy ―mi verga dio un pequeño saltito―. ¿Querés que hagamos un trato? ―Noté un brillo de picardía en sus ojos―. Quiero darme un baño, y puede que me demore un poquito. Vos podés aprovechar ese rato libre para… jugar con el muñeco ―señaló mi bulto―. Eso sí, te pido que después uses los pañuelos descartables, para limpiar todo… no quiero un enchastre en mi cama.
―¿Lo decís en serio? ―Fue lo único que atiné a preguntar.
―Sí, claro. A mí no me molesta que lo hagas, hasta me siento un poquito mal de que no tengas un espacio en la casa para poder hacerlo tranquilo. Yo te presto la pieza por un rato, mientras me baño. Te prometo que cuando vuelva, golpeo la puerta, no quiero interrumpirte.
Se puso de pie casi de un salto y se dirigió hacia la puerta, sus nalgas se bambolearon ante mis ojos y pude ver cómo los labios de su concha mordían la ropa interior. La verga se me puso aún más dura. Ella salió del cuarto sin darme tiempo a decir nada más.
Me quedé solo, mirando el techo. No sabía qué hacer. Me hice muchas pajas a lo largo de mi vida, pero nunca con el permiso de una de mis hermanas. Era muy extraño tocarme sabiendo que Macarena sabía lo que yo estaba haciendo. Sin embargo ya no aguantaba más, tenía los huevos llenos de leche, y necesitaba sacarla, cuanto antes.
Saqué la verga del bóxer y sin perder más tiempo empecé a pajearme con ganas. Fue un alivio inmediato, tenía una erección muy potente, que clamaba a gritos por atención, y ahora se la estaba dando. Por mi mente vagaron varias imágenes que me hicieron sentir culpable: el culo de mi prima Ayelén; las fotos eróticas de Estefanía… y la bombacha de Macarena, apretada entre sus labios.
Culpable o no, estas imágenes me ayudaron un montón con la tarea. Cerré los ojos y castigué mi verga tan rápido como mi mano derecha me lo permitía. Por lo general me gusta aguantar un buen rato antes de acabar; pero esta vez no podía darme ese lujo. No sabía cuánto demoraría mi hermana en regresar, y quería tener el asunto ya bien terminado cuando volviera. Masajeé mis huevos, eso siempre me ayuda a aumentar la calentura, y dejé que mi mente vagara un rato por esos rincones prohibidos, llenos de imágenes de mis hermanas. Ganaron mucho protagonismo las grandes tetas de Gisela, pocas veces las vi en escotes, ya que a ella le avergüenza un poco mostrarlas; pero lo poco que había visto servía de maravilla para ilustrar el momento. Estaba llegando a un asombroso clímax, cuando escuché el ruido de la puerta.
Pensé que se trataba de Macarena, tal vez ella había olvidado su promesa de golpear la puerta. Pero al abrir los ojos me encontré con la peor imagen posible, hubiera preferido que se me apareciera un fantasma, o el mismísimo Satanás (si es que existe). Lo que vi fue mucho peor.
Acogoté mi verga, como si intentara matar a un ganso, esto detuvo la inminente eyaculación; pero sabía que no podría aguantarlo durante mucho tiempo.
Diario de Cuarentena:
<Tengo la verga está a punto de escupir litros de leche, como si fuera un volcán… y mi mamá me está mirando>.
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