Había estado equivocado hasta entonces, pero de repente, todo se aclaró. Desde un marco teórico, justo, lo que de teoría no tiene nada. Un encuentro sexual tiene de todos, menos explicaciones teóricas. Y sin embargo, una vez más, me había equivocado.
Cada vez que me encontraba con ella -que no tiene nombre por razones que podrían fácilmente imaginarse- lo que pasaba en esa habitación era fabuloso. Siempre el resultado final era una sonrisa, y las ganas de volver a encontrarnos pronto.
Pero sería muy falso decir que todas las veces era igual de intenso. Y después de muchos meses, y muchos encuentros furtivos, pude encontrar un hilo conductor. Y una respuesta teórica.
Fue en el último encuentro. Había llevado mis sogas. Es que a veces nos gusta jugar un poco, y hasta entonces tenía la sensación de que un poco de juego dominante lograba ponerla en un estado más receptivo, si eso fuera posible.
Está claro ya que el sexo con ella es rico. Siempre transpiramos y siempre sonreímos. Pero a veces pasa algo más.
Y lo noté en su mirada cuando crucé las sogas por debajo del colchón. Son dos sogas de cuatro metros más o menos, y me gusta, de puro perverso, ponerlas en cruz.
La desnudé por completo, y la tapé con el acolchado para que no tenga frío, mientras me ocupaba lentamente de cumplir con mi cometido. Le acaricié una mano… le pasé toda la palma de mi mano en su muñeca, como preparando el terreno. Y primorosamente comencé a enrollar la muñeca de la mano izquierda con la soga. Cada vuelta de soga, quedaba perfectamente alineada con la anterior. Yo estaba concentrado en que quedara muy prolijo, pero vi que ella no me miraba a mi, sino que miraba el trabajo artesanal que sobre su antebrazo, había quedado terminado en un nudo prolijo. Entonces, me fui hacia la otra punta de la cama, y le tomé el pie derecho. Acaricié su tobillo, y empecé nuevamente con mi tarea. Sin ninguna prisa, con la misma dedicación. Ella ya no podía mover su mano porque estaba atada por los extremos. Me ocupé de su mano derecha y de su pie izquierdo, y vi mi obra: preciosa, estaqueada, inmóvil, con su culo y su espalda a mi merced.
Y entonces, me vino la revelación. Hasta ese momento yo creí que lo que se ponía en juego era un tema de sumisión y dominación. Recién ahi, después de tanto tiempo, me había dado cuenta de que se trataba de demorar. De dedicarme a hacer nudos. De inmovilizar, y de retrasar mi deseo físico. Todo ese tiempo en que yo me ocupé de anudar con cuidado y precisión, había sido suficiente para cargar el aire de un deseo tenso.
Lo noté cuando le pasé un dedo por su concha. Estaba muy lubricada. Y hasta entonces no le había dado ni un beso, ni una caricia. Solo le había dedicado el tiempo para atarla. Y retrasado el mío de desfogarla.
Así que decidí seguir por ese camino, diciéndole cosas sucias, casi irreproducibles, pero que rondaban básicamente en lo puta que era que estaba mojada solo por estar atada, y que hermoso sería que las fotos que le estaba sacando ahora pudieran estar en manos de su marido, que nunca, ni en sus sueños podrían imaginar que su dulce y recatada esposa se prestaría a jugar un juego con sogas, estaqueada, y tan caliente como nunca en su vida.
Rocé su espalda con la punta de mis dedos, y sentí que una corriente eléctrica le atravesaba el cuerpo.
Ella ya no podía contenerse. Y empezó a insultarme casi sin sentido. Digo casi porque hoy era día de revelaciones. Atada, boca abajo, me decía cosas buscando humillarme. Me estaba provocando. Le di un chirlo en una nalga, y ella aulló de placer. Se traicionó un poco porque al sentir el golpe gritó “siiii. Después de tanta dulzura y nudos primorosos, quería sentir que su piel se quemaba debajo de mis chirlos. Fueron algunos más en su cola, y otros en su espalda. Tiré de su pelo, y bajé mi mano en la nalga que tenía roja. Empezó a convulsionar de placer. Los espasmos le recorrían el cuerpo, y en ese mismo estado, tomé sus nalgas con mis manos y hundí mi boca en su cola.
Mi lengua juntaba sus mieles, y la esparcía por su cola. Y endurecí la lengua y la penetré con ella.
Con voz gutural, más grave que la que habitualmente tiene, me pidió sin vueltas “culeame así, sin desatarme”
Le di pija en el orto hasta que acabó otra vez. Y entonces si, la desaté.
Lo que pasó entonces no me lo voy a olvidar nunca más. Cuando todas sus extremidades quedaron libres, se subió encima mío, me besó la boca, y empezó a frotarse contra mí, hasta que se dejó caer sobre mi pija, y sin detenerse, se movía convulsa, apretándomela con sus labios vaginales, y sus manos rodeaban mi cuello, su lengua invadía mi boca, y su pelvis se movía a veces de adelante hacia atrás, y a veces haciendo círculos.
Mi mano buscaba su cola, y hundí un dedo en su culo. Ella arqueó su espalda para atrás, y mientras estaba profundamente penetrada, frotaba su clitoris contra mi pelvis.
Los gritos de placer de ella se confundieron con mis gemidos. Murmuré que ya no podía contenerme más, y ella incrementó su ritmo. Una especie de remolino recorrió mi cuello, y descendió hasta mis huevos. Había perdido todo el control y me descargué dentro de ella. Uno, dos, tres espasmos atravesaron mi cuerpo.
Su vientre también tenían espasmos, como espejos. Mi orgasmo provocó el de ella, y el orgasmo de ella, me volvía con mayor intensidad. Nos derrumbamos en la cama, sin fuerzas, pero sin dejar de cogernos.
Después, cada cual por su lado. Pero la sensación quedó dando vueltas por el cuerpo todo el resto del día.
Cada vez que me encontraba con ella -que no tiene nombre por razones que podrían fácilmente imaginarse- lo que pasaba en esa habitación era fabuloso. Siempre el resultado final era una sonrisa, y las ganas de volver a encontrarnos pronto.
Pero sería muy falso decir que todas las veces era igual de intenso. Y después de muchos meses, y muchos encuentros furtivos, pude encontrar un hilo conductor. Y una respuesta teórica.
Fue en el último encuentro. Había llevado mis sogas. Es que a veces nos gusta jugar un poco, y hasta entonces tenía la sensación de que un poco de juego dominante lograba ponerla en un estado más receptivo, si eso fuera posible.
Está claro ya que el sexo con ella es rico. Siempre transpiramos y siempre sonreímos. Pero a veces pasa algo más.
Y lo noté en su mirada cuando crucé las sogas por debajo del colchón. Son dos sogas de cuatro metros más o menos, y me gusta, de puro perverso, ponerlas en cruz.
La desnudé por completo, y la tapé con el acolchado para que no tenga frío, mientras me ocupaba lentamente de cumplir con mi cometido. Le acaricié una mano… le pasé toda la palma de mi mano en su muñeca, como preparando el terreno. Y primorosamente comencé a enrollar la muñeca de la mano izquierda con la soga. Cada vuelta de soga, quedaba perfectamente alineada con la anterior. Yo estaba concentrado en que quedara muy prolijo, pero vi que ella no me miraba a mi, sino que miraba el trabajo artesanal que sobre su antebrazo, había quedado terminado en un nudo prolijo. Entonces, me fui hacia la otra punta de la cama, y le tomé el pie derecho. Acaricié su tobillo, y empecé nuevamente con mi tarea. Sin ninguna prisa, con la misma dedicación. Ella ya no podía mover su mano porque estaba atada por los extremos. Me ocupé de su mano derecha y de su pie izquierdo, y vi mi obra: preciosa, estaqueada, inmóvil, con su culo y su espalda a mi merced.
Y entonces, me vino la revelación. Hasta ese momento yo creí que lo que se ponía en juego era un tema de sumisión y dominación. Recién ahi, después de tanto tiempo, me había dado cuenta de que se trataba de demorar. De dedicarme a hacer nudos. De inmovilizar, y de retrasar mi deseo físico. Todo ese tiempo en que yo me ocupé de anudar con cuidado y precisión, había sido suficiente para cargar el aire de un deseo tenso.
Lo noté cuando le pasé un dedo por su concha. Estaba muy lubricada. Y hasta entonces no le había dado ni un beso, ni una caricia. Solo le había dedicado el tiempo para atarla. Y retrasado el mío de desfogarla.
Así que decidí seguir por ese camino, diciéndole cosas sucias, casi irreproducibles, pero que rondaban básicamente en lo puta que era que estaba mojada solo por estar atada, y que hermoso sería que las fotos que le estaba sacando ahora pudieran estar en manos de su marido, que nunca, ni en sus sueños podrían imaginar que su dulce y recatada esposa se prestaría a jugar un juego con sogas, estaqueada, y tan caliente como nunca en su vida.
Rocé su espalda con la punta de mis dedos, y sentí que una corriente eléctrica le atravesaba el cuerpo.
Ella ya no podía contenerse. Y empezó a insultarme casi sin sentido. Digo casi porque hoy era día de revelaciones. Atada, boca abajo, me decía cosas buscando humillarme. Me estaba provocando. Le di un chirlo en una nalga, y ella aulló de placer. Se traicionó un poco porque al sentir el golpe gritó “siiii. Después de tanta dulzura y nudos primorosos, quería sentir que su piel se quemaba debajo de mis chirlos. Fueron algunos más en su cola, y otros en su espalda. Tiré de su pelo, y bajé mi mano en la nalga que tenía roja. Empezó a convulsionar de placer. Los espasmos le recorrían el cuerpo, y en ese mismo estado, tomé sus nalgas con mis manos y hundí mi boca en su cola.
Mi lengua juntaba sus mieles, y la esparcía por su cola. Y endurecí la lengua y la penetré con ella.
Con voz gutural, más grave que la que habitualmente tiene, me pidió sin vueltas “culeame así, sin desatarme”
Le di pija en el orto hasta que acabó otra vez. Y entonces si, la desaté.
Lo que pasó entonces no me lo voy a olvidar nunca más. Cuando todas sus extremidades quedaron libres, se subió encima mío, me besó la boca, y empezó a frotarse contra mí, hasta que se dejó caer sobre mi pija, y sin detenerse, se movía convulsa, apretándomela con sus labios vaginales, y sus manos rodeaban mi cuello, su lengua invadía mi boca, y su pelvis se movía a veces de adelante hacia atrás, y a veces haciendo círculos.
Mi mano buscaba su cola, y hundí un dedo en su culo. Ella arqueó su espalda para atrás, y mientras estaba profundamente penetrada, frotaba su clitoris contra mi pelvis.
Los gritos de placer de ella se confundieron con mis gemidos. Murmuré que ya no podía contenerme más, y ella incrementó su ritmo. Una especie de remolino recorrió mi cuello, y descendió hasta mis huevos. Había perdido todo el control y me descargué dentro de ella. Uno, dos, tres espasmos atravesaron mi cuerpo.
Su vientre también tenían espasmos, como espejos. Mi orgasmo provocó el de ella, y el orgasmo de ella, me volvía con mayor intensidad. Nos derrumbamos en la cama, sin fuerzas, pero sin dejar de cogernos.
Después, cada cual por su lado. Pero la sensación quedó dando vueltas por el cuerpo todo el resto del día.
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