Aquella mañana, era un día como cualquier otro en la oficina. Los teléfonos sonaban, los papeles volaban, los teclados de las computadoras producían su habitual música al ritmo de los dedos que formaban palabras en las pantallas de los ordenadores, y los rostros aburridos bostezaban o reaccionaban a la conversación que tenían con el cliente al otro lado del auricular.
A lo largo de los últimos días, frecuentemente me había encontrado a mí mismo observando la silla a mi lado. Verla vacía me recordaba ese gran amigo que tuve por varios años desde que obtuve mi puesto en la compañía. Al poco tiempo desde mi llegada, nos convertimos en más que compañeros. Pero ahora se había marchado debido a que se debía de mudar a otra ciudad, ya que su esposa consiguió un mejor puesto acorde a sus calidades como profesional.
La nueva soledad era difícil de procesar, pues, a pesar de que aún mantenía amistad con otros colegas, en definitiva no era lo mismo sin las bromas e historias de mi amigo. Sin embargo, lo que menos me imaginaba era que, aquella mañana de martes, mi vida cambiaría para siempre gracias a esa silla vacía junto a mí.
Aún no llegaba a la segunda hora de trabajo, y me encontraba ordenando varios expedientes que tenía en mi escritorio cuando la vi entrar junto David, el asistente de la oficina de Recursos Humanos. Era una mujer de piel morena y fina, con rizos de un negro profundo que le colgaban hasta el final de su espalda y unos ojos tan intensos que podrías quedar atrapado en ellos durante horas. Asimismo, llevaba un suéter holgado de lana acompañado de unos jeans ajustados y tenis deportivas color blanco, en concordancia con el código de vestimenta semi-casual que se permitía.
―Les solicito su atención un momento― dijo David, dirigiéndose a todos los que nos encontrábamos en la oficina. ―Les presento a su nueva compañera. Se llama Natasha y este es su primer empleo, por lo que les pido que sean comprensivos y colaboradores con ella para que se ajuste sin problema a su nuevo trabajo.
Luego de ello, David se acercó a mi escritorio, acompañado de aquella mujer tan exótica y de desorbitante belleza.
―Te traigo a tu nueva vecina de escritorio― dijo él dirigiéndose a mí. ―Ya le expliqué sus funciones, pero me gustaría que le prestes especial atención y estés pendiente de cualquier duda que tenga. La dejo en tus manos.
―Claro que sí, con mucho gusto ―respondí.
Tras ello, David se marchó, dejándome junto a aquella mujer de piel canela frente a mí.
―Lo siento ―dije mientras me ponía en pie para presentarme debidamente. ―Me llamo Alejandro. Espero que podamos llevarnos bien y tener una relación cordial.
―Lo mismo digo ―respondió ella acompañando sus palabras con una sonrisa tan cálida que podría derretir ambos polos en cuestión de segundos. ―Creo que comenzaré acomodándome en mi escritorio y encendiendo el ordenador.
―Adelante ―dije. Sin embargo, antes de regresar a mi silla, agregué: ―Un momento. Necesitas saber un detalle muy importante.
―¿Qué debo saber? ―dijo Natasha mientras se sentaba en su silla.
―Es sobre tu teléfono. Mi antiguo compañero lo desconectaba para no recibir llamadas en los momentos en que tenía pendiente otras labores más urgentes. Permíteme ayudarte a poner todo en marcha con ello.
Entonces me acerqué a su escritorio para conectar el aparato del teléfono al módem. Fue en ese momento cuando me di cuenta que ella se encontraba a escasos centímetros de mí, al punto que pude notar su fresco aroma olor a sandía.
Me aparté cuando terminé de poner en orden todo lo necesario para que su teléfono funcionara a la perfección y volví a mi escritorio.
―Muchas gracias ―añadió ella mientras me observaba sentarme en mi silla. ―Ya veo que puedo confiar en ti para solucionar cualquier inconveniente.
―Claro que sí, con mucho gusto. ―Al decir esto, sentí que me sonrojaba y por eso regresé de inmediato a mis labores. No sin antes pensar: “Es la mujer más hermosa que haya visto en toda mi vida”.
La mañana continuó con normalidad, sin ningún contratiempo ni situaciones urgentes por resolver. Incluso podría decirse que el ambiente fue más tranquilo de lo normal, lo cual benefició mucho a mi nueva compañera, pues pude estar pendiente de todas sus dudas acerca de sus funciones, al punto que, cuando llegó la hora del almuerzo, ya no me sentía nervioso al hablarle o al tener que acercarme a ella.
Sin embargo, eso cambió en un instante.
Cuando estaba acomodando mi escritorio para proceder a ir a almorzar y antes de ir a los casilleros que tenemos los empleados a buscar la comida que traje de mi casa, Natasha se acercó a mi silla.
―Quiero agradecerte una vez más por toda tu ayuda.
―No hay problema ―respondí. ―Además, aprendes rápido. Yo necesité más ayuda en mi primer día de trabajo.
―Pero ahora eres un excelente maestro.
―Gracias. ―Una vez más, sentí que me sonrojaba, así que cambié el tema. ―Supongo que seguimos luego de almuerzo.
―Precisamente quería hablarte de eso.
―¿Qué necesitas? ―pregunté.
―No traje almuerzo y no conozco bien esta zona. ¿Me podrías recomendar un restaurante al que pueda ir?
―Claro, hay un restaurante muy bueno cerca. ―Dudé un momento, pero entonces agregué: ―Precisamente hoy quería comer allí. Si gustas, podemos ir juntos.
―Me parece excelente. Así también podemos conocernos mejor. Es complicado ser la nueva y no tener a nadie con quien hablar.
―Comprendo perfectamente ―respondí mientras pensaba en la comida que se debía quedar el resto del día en mi casillero.
―Entonces dame un momento para quitarme este suéter, ya que fuera el día está caliente.
Por lo que a mí respecta, la comida que traje de mi casa podría podrirse, quedarse allí un mes completo o hasta desaparecer, ya que lo que presencié fue tan asombroso que nunca me arrepentiré de esa decisión. Cuando Natasha se sacó el suéter, dejó expuesto un cuerpo tan escultural que no pude quitar mi mirada durante todo el proceso que tomó quitarse dicha prenda y colocarla encima de su escritorio. Unos grandes y perfectos pechos se escondían detrás de una blusa de tirantes negra. Cuando ella se volteó, por primera vez pude observar que sus jeans le marcaban un trasero tan redondo como ningún otro que hubiera visto. Afortunadamente éramos los únicos que quedaban en la oficina, pues si los demás compañeros se hubieran encontrado presentes para ser testigos de dicho espectáculo, probablemente me hubieran robado mi oportunidad de almorzar con ella.
―Ya estoy lista ―exclamó Natasha, sacándome de mis pensamientos. ―¿Pasa algo?
―Estoy bien ―respondí intentando recobrar mi compostura. ―Vamos.
Fue así como almorzamos juntos aquel día. Durante la comida, pude aprender mucho más sobre ella. De esa forma supe que era sólo un par de años menor que yo, que teníamos algunos gustos en común, que llegó a esta ciudad buscando un empleo que fuera mejor pagado que los que ofrecían donde ella vivía, pero lo más importante, supe que era soltera. Éste último dato surgió al momento de comentarme la razón por la que decidió buscar trabajo, y fue debido a que su ex novio la maltrataba aprovechándose que ella debía depender económicamente de él.
Al regresar a la oficina, y luego de que mis compañeros se pasearan varias veces al lado de nuestros escritorios en un intento de conversar con Natasha, el resto del día transcurrió con total normalidad. Lo mismo pasó los días siguientes. Ambos continuamos trabajando muy unidos, compartiendo anécdotas y almorzando juntos. Incluso comencé a compartir mi vehículo con ella, pues nos dimos cuenta que nuestros apartamentos estaban cerca uno del otro. Pero lo más importante, formamos una amistad que, en palabras de los demás empleados de la oficina, era de envidiar.
Por mi parte, me alegraba volver a tener alguien con quien compartir. Volvía a sentirme animado por regresar al trabajo. Aún pensaba en lo hermosa que era Natasha, pero ya no me sentía intimidado por ello. De todas maneras, comprendía perfectamente que ella estaba fuera de mi alcance. Si éramos amigos, se debía a que ella también comprendía ese punto y por eso decidió ser abierta conmigo y darme su confianza. En conclusión, era más fácil estar al lado de ella si la veía como una amiga, nada más.
Todo hubiera seguido de la misma forma de no ser por lo ocurrido aquel día tan extraño.
En raras ocasiones, he tenido la mala suerte de que un cliente me retrasa mucho más allá de mi hora de salida. Por lo general suelen ser personas con las que resulta difícil tratar y pelean por cada detalle. Ese día, precisamente unos minutos antes de salir, me correspondió lidiar con una de dichas situaciones. Desde un principio, entendí que estaba condenado a quedarme al teléfono durante el tiempo que el cliente decidiera.
―¿Ale? ―murmuró Natasha desde su escritorio. ―¿Crees que te vas a retrasar mucho?
Procedí a asentir con la cabeza para no interrumpir la llamada.
―Entonces te espero ―añadió ella.
Con un gesto, intenté indicarle que no era necesario, pues me sentía mal que ella tuviera que quedarse allí desperdiciando su tiempo.
―Tranquilo ―volvió a murmurar. ―No hay problema.
Nuevamente intenté demostrarle que podía marcharse si ella así lo quisiera. La llamada podría durar un par de horas y quizá Natasha no era consciente de ello. Sin embargo, ella volvió a colocar su bolso en el escritorio, sacó su celular y comenzó a usarlo durante extensos minutos.
Por mi parte, continuaba concentrado en solucionar el problema del cliente, evitando demostrarle que tenía prisa por terminar, pues eso solía provocar un efecto adverso y la llamada se extendería aún más. Por esa misma razón, no noté cuando Natasha se levantó de su silla y salió de la oficina, sino que lo supe hasta que, milagrosamente, la persona al teléfono quedó satisfecha y colgó.
Me tomó un instante darme cuenta que mi compañera no se había marchado a su casa, ya que sus pertenencias continuaban sobre su escritorio. Así que decidí buscarla fuera de la oficina, quizá estuviera en el pasillo atendiendo una llamada o en la entrada del edificio respirando aire fresco. El resto del personal se había retirado ya a sus hogares, por lo que esas opciones serían las más probables. Examiné todas las áreas de mi lugar de trabajo sin éxito, incluso el guarda de seguridad del edificio me indicó que no había visto salir a Natasha, por lo que la única opción era que estaba en el baño. Aquí fue cuando tomé una decisión que lo cambiaría todo.
Ante la misma conclusión a la que llegué, cualquier otra persona regresaría a su escritorio y esperaría a que su compañero terminara sus asuntos en el baño. No obstante, en mi caso, decidí ir al tocador de chicas, pensando en llamarla desde la puerta y confirmar que ella se encontraba allí, sin siquiera considerar el irrespeto a su privacidad. Cuando llegué al baño y al estar a punto de llamarla por su nombre, escuché un sonido extraño proveniente de dentro. Afiné mis oídos y acerqué mi cabeza a la puerta para intentar descifrar el origen de ese ruido. En definitiva, el sonido venía de dentro y parecía provenir de una mujer, aunque no era una voz, sino más bien como si tuviera problemas para hablar.
Pensé en entrar de golpe en caso de que se tratara de una situación en la que se requiriera mi ayuda, pero lo consideré nuevamente y decidí que era mejor entrar con sigilo. Así, en el momento en que pudiera determinar lo que ocurría en realidad, actuaría basado en lo que viera. Abrí la puerta con suavidad, evitando provocar algún ruido que alertara sobre mi presencia.
Fue entonces cuando la vi.
Sentada en la taza del inodoro, estaba una mujer semi-desnuda. Uno de sus pechos estaba por fuera de su blusa blanca desabotonada y ella lo sujetaba con una mano. La otra estaba en medio de sus piernas acariciando sus partes íntimas, lugar que podía alcanzar con facilidad gracias a que llevaba una falda corta color negro. Quedé absorto ante tal escena, la cual pude apreciar sin mucho problema debido a que la pared divisoria entre inodoros se interponía entre mi visión y su cara. Sin embargo, tras unos segundos, comprendí que la piel morena de aquella mujer sólo podía pertenecer a una persona. Después de compartir tanto tiempo, me resultaba fácil reconocer ese color canela. Así que di un paso atrás y traté nuevamente de no provocar ningún ruido mientras cerraba la puerta. Sin embargo, en los últimos centímetros, un pequeño chillido me delató.
Decidí correr de vuelta a la oficina y sentarme frente a mi escritorio, fingiendo que aún no terminaba mi trabajo. Un par de minutos después, Natasha regresó, ante lo cual, continué concentrado en los papeles que tenía en mi mano y así evitar verla a los ojos.
―Ya terminaste tu llamada. ¿Qué haces ahora? ―preguntó ella.
―Nada ―respondí sin hacer contacto visual―, o más bien, quiero decir… No es importante… O sí lo es. Solamente esperaba que volvieras del baño y aproveché para revisar un par de cosas.
―¿Cómo sabías que yo estaba en el baño?
―Bueno… Supongo que era lo más lógico, sólo fue una suposición. ―Me sentía incómodo, pensé que ella llegaría a la conclusión que la vi en el baño y entonces se molestaría conmigo, peligrando que incluso se quejara por mi conducta inapropiada en la oficina de Recursos Humanos.
―Ya veo. ―Hizo una pausa. ―¿Entonces nos vamos?
―Sí, ya nos podemos ir ―respondí mirándola por fin a los ojos e intentando sonreír con naturalidad.
Durante el camino a su apartamento, ella me hablaba y yo sólo podía responder asintiendo la cabeza o usando frases cortas. Aún no podía sacarme de la cabeza la imagen de aquella mujer dándose placer en el baño de mi trabajo. Pero lo más sorprendente era que esa mujer estaba sentada a mi lado en mi vehículo y ahora se comportaba como si nada hubiera ocurrido. Mientras manejaba e intentaba ser parte de la conversación, el recuerdo de aquellos pechos sumamente perfectos volvía a mi cabeza, acompañado de la imagen de sus largas piernas y el eco de sus gemidos mientras se provocaba un orgasmo frente a mis ojos.
―¿Te puedo pedir un favor? ―dijo Natasha, arrebatándome de mis pensamientos lujuriosos.
―Claro que sí. ―Todavía estaba incómodo, pero no era motivo para darle un trato fuera de lo normal.
―Lo que sucede es que… ―Pero se detuvo.
―¿Qué sucede? ―insistí.
―Bueno, quería pedirte si podemos ir a tu apartamento esta noche.
―¿A mi apartamento? ―exclamé con algo de sorpresa. ¿Qué querría hacer ella en mi apartamento?
―Sí, pero si no quieres entonces no hay problema.
―Claro que no hay problema. Simplemente me sorprendió un poco.
―¿Por qué? ―preguntó.
―Ya sabes. Sería la primera vez que alguno visita el apartamento del otro.
―Ya veo. Lo que pasa es que vivo sola. ¿Recuerdas? Y como no conozco a nadie más en esta ciudad, las noches son muy aburridas. A decir verdad, prefiero estar en el trabajo porque puedo hablar contigo.
―Yo también pienso lo mismo ―le dije.
―Me alegra que sea así. El punto es que me deprimo mucho en mi apartamento y quisiera saber si podemos cenar juntos esta noche, o ver una película, o lo que quieras hacer. Además, mañana no hay que trabajar y podemos desvelarnos un poco. Luego pido un taxi a mi apartamento.
―No hace falta, puedo llevarte más tarde.
―¿Entonces te parece bien?
―Sí, será divertido estar acompañado. También paso muchas noches aburrido.
―Excelente. Si es así, deberíamos intentar hacerlo más a menudo. Hoy será la noche de prueba para ver si también somos buenos compañeros fuera de la oficina. ―Luego sonrió, con tal dulzura que olvidé lo que había ocurrido un rato antes.
Llegamos a mi apartamento y luego de disculparme por el desorden, preparamos unas palomitas de maíz, abrimos un par de cervezas frías y nos sentamos a ver una película. Probablemente todo hubiera transcurrido con normalidad, sin embargo, debo aclarar que, debido a que no suelo recibir visitas, sólo tengo un sofá, el cual es suficiente para mí, pero demasiado angosto para dos personas. Al principio le dije que ella podía usar el sofá y yo me sentaría en el suelo o en una silla, pero ella se rehusó y hasta sugirió que ella debía ser quien ocupara la silla debido que ella era la invitada. Finalmente, accedí a compartir el sofá con ella. Nos sentamos juntos, ella a mi derecha, y aunque estábamos un poco apretados, a ella parecía no molestarle.
Nuevamente volví a convencerme de que su actitud se debía a que yo estaba fuera de su alcance y por eso no temía que yo me excediera con ella. No obstante, lo que Natasha no sabía era acerca de mi lucha interna. Era casi una tortura sentir su cuerpo junto al mío, rozar esa piel que había sudado de placer, ver sus largas y esbeltas piernas que cruzaba para estar más cómodos, percibir el aroma de su cabello junto a mis hombros, escuchar su sensual voz hablando a mi oído.
Pero, a pesar de todo lo anterior, el golpe de gracia lo dieron los actores en mi televisor; ya que, sin previo aviso, comenzó una escena que pasó de unos simples besos apasionados a un acto sexual explícito. El protagonista de la película tomó a su compañera por las muñecas y la colocó contra la pared, impidiendo que ella se moviera a la vez que él le besaba el cuello y la presionaba su cuerpo. Seguidamente, él la soltó, la volteó y le bajó el jeans en un arrebato de excitación, dejando al descubierto el hermoso trasero de la mujer, quien, convenientemente, no llevaba bragas. Ella parecía resistirse ligeramente a las intenciones de su varonil amante, pero al mismo tiempo, desabotonaba su propia blusa para poder acariciar sus pechos. Finalmente, él sacó su miembro a través de su bragueta, lo introdujo en la vagina de su compañera y la embistió con fuerza.
Mientras tanto, frente al televisor, Natasha permanecía en silencio, y por mi parte, hacía todo lo posible por evitar una erección. No obstante, el calor que emanaba del cuerpo de mi compañera, los recuerdos que bombardeaban mi mente de lo ocurrido en el baño de chicas, junto con la apasionante escena que observábamos, derrotaron todos mis esfuerzos por mantener mi miembro bajo control. Mi única salvación sería que Natasha no lograra distinguir mi erección debido a la penumbra que había en mi apartamento, y luego inventar una excusa para cambiar de posición o cubrir el bulto que crecía en mis pantalones.
―¿También reaccionaste así cuando me viste en el baño? ―preguntó ella repentinamente.
Quedé atónito ante sus palabras. No sólo fallé en mis intenciones por ocultarle mi erección. También me dio a entender que sabía que yo la había espiado horas antes. Sin embargo, antes de entrar en pánico, debía hacer el intento de fingir que desconocía aquello que ella me decía.
―¿A qué te refieres? Yo no… ―Pero ella me interrumpió.
―Por un momento, tuve el temor de que hubiera sido otra persona. Mi trabajo, mi reputación o ambas cosas estarían en riesgo. Sería igual de malo perder mi empleo o tener un acosador que me quisiera chantajear de alguna manera. Pero, afortunadamente, pude ver tu silueta de manera fugaz antes de que la puerta del baño se cerrara. Luego lo confirmé cuando regresé a tu lado y te comportabas de una forma sospechosa.
―Yo… no… Es decir. No sé… ―Hice una pausa. Natasha se había movido y ahora me miraba fijamente a los ojos. Fue imposible continuar con mi mentira. ―Está bien. Fui yo. Tienes razón. Pero fue un accidente. Entenderé si estás molesta conmigo o si deseas poner una queja en Recursos Humanos por espiarte mientras estabas en el baño de mujeres.
Seguidamente, intenté ponerme en pie para alejarme y darle espacio. Me encontraba totalmente seguro de que ella me odiaba, sobre todo tras haber intentado ocultarle la verdad. Sin embargo, su reacción fue de lo más inesperado.
―No te vayas ―dijo mientras me sostenía de la mano y me indicaba que permaneciera sentado a su lado. ―No estoy enojada contigo. Tampoco voy a poner una queja para que pierdas tu trabajo.
―No sé si debo agradecerte ya que hice algo muy grave. Siendo sincero, me siento un poco confundido.
―Yo también lo estaba. Como te acabo de decir, tuve miedo de perder mi empleo o sufrir otro tipo de consecuencias por mis acciones.
―¿Entonces por qué… ―Pero no pude terminar mi pregunta.
―Nos hemos vuelto buenos amigos. O al menos eso me gusta pensar. Sin embargo, aún hay muchos aspectos que no conoces sobre mí.
―¿Como cuáles? ―la interrogué.
―Es un poco vergonzoso decirlo de esta manera. Así que voy a explicarte la historia completa. Ya te había contado sobre mi anterior pareja. Te mencioné que él me maltrataba y humillaba por depender económicamente de él. No obstante, omití decir que una de las razones por las que me costó terminar con él fue que me encantaba el sexo.
Quedé impactado por sus palabras. Me costaba creer que ella me hubiera hecho esa confesión. Quizá era un tema normal, pero las circunstancias que rodeaban la conversación eran, a decir verdad, algo inusuales.
―Ya sé lo que piensas ―prosiguió Natasha―, crees que soy una mujer que podría conquistar cualquier hombre. Pero a veces no es tan fácil. Mi anterior pareja y yo tuvimos una relación bastante estable por mucho tiempo, sobre todo porque el sexo con él fue mucho mejor que con otras parejas que tuve. De hecho, creo que nunca lo llegué a disfrutar con otro hombre. En fin, aunque ya superé esa relación, mi cuerpo aún no olvida las sensaciones y los orgasmos.
―Entiendo ―respondí luego de tomar unos segundos para procesar toda la información que ella estaba colocando sobre mí. ―Supongo que es normal. ―añadí.
―No estoy segura de ello. Cuando me mudé a esta ciudad, todo parecía transcurrir con normalidad. Durante el día me dedicaba al trabajo y por las noches buscaba alguna distracción para no pensar en él. Sin embargo, luego de un par de semanas, una noche me desperté con un deseo incontrolable, al punto que me masturbé por un par de horas antes de sentir que quedaba satisfecha. La noche siguiente volvió a suceder. Luego la siguiente. Eventualmente me comenzaba a tocar recién llegaba a mi apartamento. Supuse que no sería un problema mientras no se saliera de control. Pero hoy estuve cerca de que mi mayor preocupación se volviera una realidad.
―Afortunadamente no te vio otra persona ―exclamé sin realmente saber lo que estaba diciendo. La película ya había terminado mientras ella continuaba con una confesión totalmente inesperada a la cual no sabía cómo reaccionar.
―Espera. Eso no es todo. Lo más extraño de todo fue que no me molestó que fueras tú.
―¿Es porque sabías que te protegería?
―No, no es eso. O sea, quiero decir, ese punto es cierto. ―Se tomó un momento antes de proseguir. ―A lo que me refiero es que me alegra que fueras tú.
―No estoy comprendiendo.
―Déjame dejártelo muy claro. ―Entonces movió su mano derecha y la colocó sobre mi pantalón, justamente en el lugar donde un par de minutos antes se había marcado mi erección. ―Desde el momento en que supe que me habías visto desnuda, no he dejado de pensar en lo mucho que deseo que me veas terminar lo que comencé en el baño.
Luego de decir esto, Natasha se levantó, tomó la silla que yo había colocado junto al sofá, la puso frente a mí y se sentó en ella. Entonces comenzó a acariciar lentamente sus piernas, pasando las yemas de sus dedos con delicadeza a lo largo de sus muslos, mientras mordía sensualmente sus labios. Después sus manos subieron despacio por el costado de su torso hasta llegar a su cuello, momento en el que cerró sus ojos y movió su cabeza hacia atrás, permitiendo que sus dedos acariciaran la piel que anteriormente había cubierto su cabello rizado. Continuó con dichas caricias varios segundos hasta que sus manos encontraron el escote de su blusa, donde empezó a desabrochar los botones de la misma con la pasividad de alguien que goza cada mínimo instante. Finalmente, cuando todos los botones se habían liberado, separó los pliegues de su ropa para dejar en evidencia sus voluptuosos pechos aún escondidos detrás de un sostén negro.
Mientras continuaba observándola todavía incrédulo por el giro de los acontecimientos recientes, Natasha decidió reestablecer contacto visual y morder el dedo índice de su mano izquierda. La mano libre la usó para deslizarla desde su cuello, pasando por medio de sus pechos, rozando su abdomen y colocándose al fin en medio de sus piernas, momento en el que las abrió lo suficiente para permitirme ver sus bragas también negras. Sin perder el ritmo que había mantenido desde el inicio, ella comenzó a acariciar aquella zona por encima de la tela ahora que captaba toda mi atención.
―Puedo ver que te gusta ―dijo Natasha.
Efectivamente, mi erección regresó, y esta vez mucho más evidente que la anterior. Por mi parte, toda esa escena parecía irreal, como extraída del conjunto de sueños eróticos que había llegado a tener a lo largo de mi vida. Jamás podría haber imaginado que una mujer de las características y belleza de Natasha decidiera masturbarse frente a mí.
Mientras yo estaba absorto en mi incredulidad, ella continuaba acariciando sus partes íntimas. Ahora la blusa blanca colgaba detrás de sus hombros, mientras usaba su mano izquierda para acariciar y presionar sus pechos, sujetándolos con firmeza entre sus dedos.
―¿Qué te parecen mis pechos? ―preguntó ella.
―Me encantan. Son perfectos ―respondí.
―Gracias. ―Entonces ella se terminó de quitar la blusa y volvió a hacerme otra pregunta. ―¿Qué tanto te gustaría verlos?
―Haría lo que fuera por verlos. ―Mi impresión sobrepasaba la lógica de mis respuestas.
―Esa es una afirmación muy peligrosa. Ya veremos si es verdad.
Luego de decir ello, se quitó el sostén, liberando aquellos enormes y exóticos senos, los cuales rebotaron al verse libres. Continuando con sus caricias, Natasha volvió a sujetarlos, esta vez con ambas manos, en ocasiones presionándolos entre sí o también dando suaves pellizcos a sus pezones, los cuales estaban evidentemente duros.
―¿Te gustaría chuparlos?
―¡Por supuesto! ―respondí con mayor emoción de la que esperaba demostrar.
―¿O quisieras poner tu pene en medio de ellos?
―Es una decisión muy difícil.
―Si te portas bien, quizá puedas hacer ambos ―exclamó a la vez que guiñaba un ojo.
Hasta el momento, todo aquello había provocado mayor excitación en mí de la que jamás hubiera sentido. Mi pene presionaba contra mis pantalones con todas sus fuerzas. Sin embargo, decidí que era mejor seguir el juego.
Quizá Natasha logró leer mi mente, pues ahora bajó sus manos nuevamente a sus piernas, donde acaricio la parte interna de sus muslos y se dirigió con lentitud hasta sus bragas, las cuales movió a un lado, permitiéndome apreciar su delicada vagina, la cual mostraba signos de estar completamente mojada. Supe que su excitación era casi tan grande como la mía cuando la vi estremecerse en el momento en que colocó la yema de sus dedos en su clítoris y comenzó a acariciarlo con suavidad. Un espasmo acompañado de un ligero gemido ocurrió en el momento en que ella apartó los labios de su vagina e introdujo uno de sus dedos ligeramente.
Yo ya no podía aguantar más. Su vagina depilada me había hipnotizado. Sus leves gemidos me enviaban al borde de la locura por saborear cada centímetro de su cuerpo y hacerla completamente mía. Estaba decidido a levantarme y acercarme a ella cuando dijo:
―Aún no. ―Entonces procedió a quitarse las bragas y las tiró hacia mí. ―Fíjate en lo mojada que estoy. Quiero que te hagas responsable por ello, pero todavía no es el momento.
Efectivamente, su ropa interior estaba totalmente húmeda. Cuando levanté mi mirada para ver lo siguiente que ella pretendía hacer, Natasha se levantó y se dirigió hacia mí. Luego se colocó de rodillas y comenzó a acariciar mi pene por encima de mi pantalón.
―Primero quiero ver lo que tienes aquí. ―Seguidamente desabrochó mi faja, luego el botón de mi pantalón, después bajó la bragueta. En fin, apartó todo lo que estaba en su camino hasta que por último mi pene salió de su encierro, totalmente erecto y pulsante. ―Qué agradable sorpresa. Lo tienes más grande de lo que esperaba. Quizá más que ningún otro hombre con el que haya estado. De verdad tengo mucha suerte.
Antes de darme tiempo para responder cualquier cosa, ella comenzó a deslizar su lengua desde la base de mi pene hasta la punta. Mi cuerpo se estremeció y tuve que sujetar con fuerza los brazos del sofá. Cada vez que su lengua recorría el largo de mi miembro, sentía que mi alma abandonaba mi cuerpo. A decir verdad, nunca comprenderé que haya podido soportar aquello sin tener un orgasmo. Más aún cuando de reojo vi a Natasha sonreír con malicia antes de meter todo mi pene dentro de su boca.
Luego de lo que pareció una eternidad en el cielo, ella se detuvo.
―Vamos a tu cama.
Me levanté a pesar de que sentía que no podía coordinar mis piernas y la llevé a mi habitación.
―Quítate la ropa ―me indicó con severidad.
En ese momento, no me sentía en capacidad de cuestionar nada de lo que ella me pidiera, por más ridículo que fuera. Podría haberme pedido que saliera desnudo a la calle y probablemente lo hubiera hecho. Así que me quité toda la ropa e instintivamente me acosté en la cama, todavía sin saber lo que ella quería hacer.
―Perfecto. Parece que entiendes lo que pretendo hacer ―añadió ella. ―Ahora coloca tus manos detrás de tu cabeza y te prohíbo que las muevas de allí.
Procedí a obedecerla y me preparé para la siguiente instrucción. Sin embargo, ella simplemente tomó mi camisa y la amarró alrededor de mi cabeza para dejarme sin poder ver absolutamente nada. Finalmente, sentí que ella se subió encima de mí.
―Supongo que ahora quieres sentir tu pene dentro de mí. ¿No es así? ―Pero antes de poder responder, ella tomó mi miembro erecto y comenzó a moverlo de arriba a abajo. ―Supongo que quieres sentir la suavidad de mi vagina sujetando tu enorme pene, deslizar tu miembro erecto hasta llegar al fondo de mí, sentir mis caderas frotándose contra ti mientras mis fluidos bajan por tus testículos, hasta que mi cuerpo quede totalmente extasiado de todos los orgasmos que voy a sentir. ―Mientras decía esto, sentía que frotaba la punta de mi pene contra su clítoris y la entrada de su vagina. ―Dímelo ya. ¿Quieres meter tu pene en mí?
―Sí, hazlo ahora.
Sin perder un segundo, sentí la humedad de su vagina, las paredes de la misma abriéndose con la entrada de mi pene, hasta que llegó lo más adentro posible.
―¡Qué pene tan rico! ―gritó ella de tal manera que quizá mis vecinos fueron capaces de escucharla.
Pero eso no importaba ahora. Nada más importaba. Y nunca llegaría a importar.
Su cuerpo se movía adelante y atrás, arriba y abajo. Sentía su humedad multiplicarse a cada segundo. Constantemente emitía gemidos que al parecer intentaba controlar, o quizá simplemente eran interrumpidos por los espasmos que provenían de su cuerpo. No hacía falta verla para entender que ella disfrutaba y gozaba totalmente cada vez que mi pene entraba en ella.
Luego de un par de minutos, ella me quitó la venda de mis ojos, tomó mis manos y me obligó a apretar sus pechos. Cuando mis ojos lograron enfocar el panorama, la escena frente a mis ojos era mucho más excitante de lo que había presenciado hasta ese momento. Su cintura se movía con una pasión que quizá nunca lograré describir. Sus ojos me miraban fugazmente y despedían un fuego tan intenso que rivalizaban con el resto de su cuerpo. Sus senos rebotaban salvajemente cuando yo los soltaba para acariciar otra zona.
Aquel conjunto de imágenes y sensaciones provocó que creciera en mí una fuerza inexplicable, lo que me llevó a tomarla de la espalda y girarla con un solo movimiento para que ella quedara debajo de mí. Ahora era mi turno de penetrarla con todo lo que tenía. Sujeté sus piernas y las abrí lo más que pude para tener su vagina a mi completa disposición, ante lo cual, ella parecía haber perdido el control de su propio cuerpo, permitiendo que yo hiciera de ella lo fuera.
Con cada embestida, sus pechos rebotaban en todas direcciones. Ella intentaba sujetarlos pero pronto debía soltarlos para sujetar mi cuello, aruñar mi espalda o agarrar con fuerza las sábanas cada vez que un orgasmo la invadía por completo.
En cierto momento, sin pensarlo coloqué mi mano sobre su cuello, lo cual provocó que ella tomara nuevamente una actitud más activa, sujetando mi espalda con fuerza y moviendo sus caderas para gozar de cada centímetro de mi pene.
―¡Sí, por favor! Quiero que seas rudo conmigo. ¡Hazme tuya! ―Exclamó repentinamente.
A decir verdad, yo nunca había considerado tener sexo salvaje. Ninguna de mis parejas anteriores pareció emocionarse por la idea de hacer algún acto poco convencional. Pero ahora, más que considerarlo, me excitaba la simple idea de dominarla. Así que me detuve, la coloqué sobre sus rodillas y manos, y comencé a darle nalgadas. Quizá más de una fue más fuerte de lo que esperaba, pero Natasha parecía estar de acuerdo con ello. Así que, para aumentar el castigo, volví a penetrarla, esta vez desde atrás, mientras continuaba dándole nalgadas o sujetándola del cabello.
―Quiero que te riegues dentro de mí. ―Dijo Natasha repentinamente.
―No… puedo… ―respondí jadeante.
―Sólo hazlo.
Nuevamente, me resultó imposible desobedecerla. Más aun cuando ella se presionaba contra mí y me sujetaba las manos cuando yo decidía acariciar sus pechos. Nuestros cuerpos sudorosos se rozaban, su gran y redondo trasero se frotaba en mis caderas, su aroma exótico me inundaba, mis manos no dejaban de agarrar sus enormes pechos, y su vagina parecía rogar que le diera todo de mí.
Así que cuando ya no pude soportarlo más, liberé todo dentro de ella. Quizá nunca había eyaculado tanto, pues a pesar de que reduje mi velocidad, Natasha continuaba frotando su trasero contra mí, y en cada movimiento, yo soltaba más y más de mis fluidos, al punto que comenzó a escaparse de su vagina.
Cuando por fin todo terminó, ella se bajó de la cama y corrió al baño. Yo me quedé de rodillas por unos instantes y luego me acosté. Ahora todo lo que había sucedido parecía un sueño. Por un momento dudé que realmente hubiera pasado. Sin embargo, el primer pensamiento que invadió mi mente luego de entender que todo fue realidad, se trató de las verdaderas intenciones de Natasha.
Evidentemente, ella extrañaba a su anterior pareja, y decidió tener sexo conmigo para liberar la tensión sexual, aprovechando que siente mucha confianza hacia mí. Lo último era algo positivo, pero sería extraño continuar nuestra amistad como si nada hubiera sucedido, y eso significaba volver a sentir la soledad que había antes de su llegada.
Tras unos minutos, Natasha regresó del baño. Decidí guardar silencio, esperando que ella se vistiera para regresar a su apartamento, al cual debía llevarla en mi vehículo. Quizá era mejor fingir desde ya que todo era normal. Sin embargo, ella decidió acostarse a mi lado, colocando su cabeza sobre mi hombro.
―Supongo que quieres descansar antes de regresar a tu apartamento ―dije finalmente.
Ella se enderezó levemente para mirarme a los ojos.
―¿Quieres que me vaya?
―¡No, por supuesto que no! ―me apresuré en contestar. ―Simplemente me gustaría saber lo que vas a hacer ahora.
―Pensaba quedarme contigo, es obvio.
―Pero…
―Ya entiendo ―me interrumpió. ―Crees que sólo quería tener sexo con cualquier persona y en este caso resultaste ser tú. ¿O me equivoco?
―Bueno…
―Mira, yo no te voy a forzar a nada. Sin embargo, creo que debo aclarar algo porque tal parece que no fui clara. ―Entonces ella se colocó encima de mí, descansando su barbilla en mi pecho para mirarme fijamente. ―Cuando dije que me alegraba que hubieras sido tú quien me vio en el baño, quise decir que en ese momento me di cuenta que me gustabas.
―¿De verdad te gusto?
―¿Es tan difícil de creer?
―Pues, no sé…
―Eso significa que sí ―me interrumpió. ―Sinceramente, en aquel instante no llegué a esa conclusión. Lo que sí entendí es que me gusta pasar tiempo a tu lado. Supuse que pensabas lo mismo y por eso ocurrió lo de antes. ¿O es que acaso no te gusto?
―Creo que tampoco lo había considerado.
―Eso pensé, aunque nunca imaginé que fueras tan… inocente. ―Entonces soltó una risa.
―¡Lo siento! ―reclamé. ―Creo que ahora no tengo dudas de que me gustas mucho.
―¿Lo dices en serio o sólo es un intento para volver a tener sexo conmigo?
―Hablo en serio, me sentí atraído hacia ti desde la primera vez que te vi ―sentencié. Pero, tras una pausa, añadí: ―Aunque de igual forma tendremos sexo de nuevo. ¿Verdad?
A lo largo de los últimos días, frecuentemente me había encontrado a mí mismo observando la silla a mi lado. Verla vacía me recordaba ese gran amigo que tuve por varios años desde que obtuve mi puesto en la compañía. Al poco tiempo desde mi llegada, nos convertimos en más que compañeros. Pero ahora se había marchado debido a que se debía de mudar a otra ciudad, ya que su esposa consiguió un mejor puesto acorde a sus calidades como profesional.
La nueva soledad era difícil de procesar, pues, a pesar de que aún mantenía amistad con otros colegas, en definitiva no era lo mismo sin las bromas e historias de mi amigo. Sin embargo, lo que menos me imaginaba era que, aquella mañana de martes, mi vida cambiaría para siempre gracias a esa silla vacía junto a mí.
Aún no llegaba a la segunda hora de trabajo, y me encontraba ordenando varios expedientes que tenía en mi escritorio cuando la vi entrar junto David, el asistente de la oficina de Recursos Humanos. Era una mujer de piel morena y fina, con rizos de un negro profundo que le colgaban hasta el final de su espalda y unos ojos tan intensos que podrías quedar atrapado en ellos durante horas. Asimismo, llevaba un suéter holgado de lana acompañado de unos jeans ajustados y tenis deportivas color blanco, en concordancia con el código de vestimenta semi-casual que se permitía.
―Les solicito su atención un momento― dijo David, dirigiéndose a todos los que nos encontrábamos en la oficina. ―Les presento a su nueva compañera. Se llama Natasha y este es su primer empleo, por lo que les pido que sean comprensivos y colaboradores con ella para que se ajuste sin problema a su nuevo trabajo.
Luego de ello, David se acercó a mi escritorio, acompañado de aquella mujer tan exótica y de desorbitante belleza.
―Te traigo a tu nueva vecina de escritorio― dijo él dirigiéndose a mí. ―Ya le expliqué sus funciones, pero me gustaría que le prestes especial atención y estés pendiente de cualquier duda que tenga. La dejo en tus manos.
―Claro que sí, con mucho gusto ―respondí.
Tras ello, David se marchó, dejándome junto a aquella mujer de piel canela frente a mí.
―Lo siento ―dije mientras me ponía en pie para presentarme debidamente. ―Me llamo Alejandro. Espero que podamos llevarnos bien y tener una relación cordial.
―Lo mismo digo ―respondió ella acompañando sus palabras con una sonrisa tan cálida que podría derretir ambos polos en cuestión de segundos. ―Creo que comenzaré acomodándome en mi escritorio y encendiendo el ordenador.
―Adelante ―dije. Sin embargo, antes de regresar a mi silla, agregué: ―Un momento. Necesitas saber un detalle muy importante.
―¿Qué debo saber? ―dijo Natasha mientras se sentaba en su silla.
―Es sobre tu teléfono. Mi antiguo compañero lo desconectaba para no recibir llamadas en los momentos en que tenía pendiente otras labores más urgentes. Permíteme ayudarte a poner todo en marcha con ello.
Entonces me acerqué a su escritorio para conectar el aparato del teléfono al módem. Fue en ese momento cuando me di cuenta que ella se encontraba a escasos centímetros de mí, al punto que pude notar su fresco aroma olor a sandía.
Me aparté cuando terminé de poner en orden todo lo necesario para que su teléfono funcionara a la perfección y volví a mi escritorio.
―Muchas gracias ―añadió ella mientras me observaba sentarme en mi silla. ―Ya veo que puedo confiar en ti para solucionar cualquier inconveniente.
―Claro que sí, con mucho gusto. ―Al decir esto, sentí que me sonrojaba y por eso regresé de inmediato a mis labores. No sin antes pensar: “Es la mujer más hermosa que haya visto en toda mi vida”.
La mañana continuó con normalidad, sin ningún contratiempo ni situaciones urgentes por resolver. Incluso podría decirse que el ambiente fue más tranquilo de lo normal, lo cual benefició mucho a mi nueva compañera, pues pude estar pendiente de todas sus dudas acerca de sus funciones, al punto que, cuando llegó la hora del almuerzo, ya no me sentía nervioso al hablarle o al tener que acercarme a ella.
Sin embargo, eso cambió en un instante.
Cuando estaba acomodando mi escritorio para proceder a ir a almorzar y antes de ir a los casilleros que tenemos los empleados a buscar la comida que traje de mi casa, Natasha se acercó a mi silla.
―Quiero agradecerte una vez más por toda tu ayuda.
―No hay problema ―respondí. ―Además, aprendes rápido. Yo necesité más ayuda en mi primer día de trabajo.
―Pero ahora eres un excelente maestro.
―Gracias. ―Una vez más, sentí que me sonrojaba, así que cambié el tema. ―Supongo que seguimos luego de almuerzo.
―Precisamente quería hablarte de eso.
―¿Qué necesitas? ―pregunté.
―No traje almuerzo y no conozco bien esta zona. ¿Me podrías recomendar un restaurante al que pueda ir?
―Claro, hay un restaurante muy bueno cerca. ―Dudé un momento, pero entonces agregué: ―Precisamente hoy quería comer allí. Si gustas, podemos ir juntos.
―Me parece excelente. Así también podemos conocernos mejor. Es complicado ser la nueva y no tener a nadie con quien hablar.
―Comprendo perfectamente ―respondí mientras pensaba en la comida que se debía quedar el resto del día en mi casillero.
―Entonces dame un momento para quitarme este suéter, ya que fuera el día está caliente.
Por lo que a mí respecta, la comida que traje de mi casa podría podrirse, quedarse allí un mes completo o hasta desaparecer, ya que lo que presencié fue tan asombroso que nunca me arrepentiré de esa decisión. Cuando Natasha se sacó el suéter, dejó expuesto un cuerpo tan escultural que no pude quitar mi mirada durante todo el proceso que tomó quitarse dicha prenda y colocarla encima de su escritorio. Unos grandes y perfectos pechos se escondían detrás de una blusa de tirantes negra. Cuando ella se volteó, por primera vez pude observar que sus jeans le marcaban un trasero tan redondo como ningún otro que hubiera visto. Afortunadamente éramos los únicos que quedaban en la oficina, pues si los demás compañeros se hubieran encontrado presentes para ser testigos de dicho espectáculo, probablemente me hubieran robado mi oportunidad de almorzar con ella.
―Ya estoy lista ―exclamó Natasha, sacándome de mis pensamientos. ―¿Pasa algo?
―Estoy bien ―respondí intentando recobrar mi compostura. ―Vamos.
Fue así como almorzamos juntos aquel día. Durante la comida, pude aprender mucho más sobre ella. De esa forma supe que era sólo un par de años menor que yo, que teníamos algunos gustos en común, que llegó a esta ciudad buscando un empleo que fuera mejor pagado que los que ofrecían donde ella vivía, pero lo más importante, supe que era soltera. Éste último dato surgió al momento de comentarme la razón por la que decidió buscar trabajo, y fue debido a que su ex novio la maltrataba aprovechándose que ella debía depender económicamente de él.
Al regresar a la oficina, y luego de que mis compañeros se pasearan varias veces al lado de nuestros escritorios en un intento de conversar con Natasha, el resto del día transcurrió con total normalidad. Lo mismo pasó los días siguientes. Ambos continuamos trabajando muy unidos, compartiendo anécdotas y almorzando juntos. Incluso comencé a compartir mi vehículo con ella, pues nos dimos cuenta que nuestros apartamentos estaban cerca uno del otro. Pero lo más importante, formamos una amistad que, en palabras de los demás empleados de la oficina, era de envidiar.
Por mi parte, me alegraba volver a tener alguien con quien compartir. Volvía a sentirme animado por regresar al trabajo. Aún pensaba en lo hermosa que era Natasha, pero ya no me sentía intimidado por ello. De todas maneras, comprendía perfectamente que ella estaba fuera de mi alcance. Si éramos amigos, se debía a que ella también comprendía ese punto y por eso decidió ser abierta conmigo y darme su confianza. En conclusión, era más fácil estar al lado de ella si la veía como una amiga, nada más.
Todo hubiera seguido de la misma forma de no ser por lo ocurrido aquel día tan extraño.
En raras ocasiones, he tenido la mala suerte de que un cliente me retrasa mucho más allá de mi hora de salida. Por lo general suelen ser personas con las que resulta difícil tratar y pelean por cada detalle. Ese día, precisamente unos minutos antes de salir, me correspondió lidiar con una de dichas situaciones. Desde un principio, entendí que estaba condenado a quedarme al teléfono durante el tiempo que el cliente decidiera.
―¿Ale? ―murmuró Natasha desde su escritorio. ―¿Crees que te vas a retrasar mucho?
Procedí a asentir con la cabeza para no interrumpir la llamada.
―Entonces te espero ―añadió ella.
Con un gesto, intenté indicarle que no era necesario, pues me sentía mal que ella tuviera que quedarse allí desperdiciando su tiempo.
―Tranquilo ―volvió a murmurar. ―No hay problema.
Nuevamente intenté demostrarle que podía marcharse si ella así lo quisiera. La llamada podría durar un par de horas y quizá Natasha no era consciente de ello. Sin embargo, ella volvió a colocar su bolso en el escritorio, sacó su celular y comenzó a usarlo durante extensos minutos.
Por mi parte, continuaba concentrado en solucionar el problema del cliente, evitando demostrarle que tenía prisa por terminar, pues eso solía provocar un efecto adverso y la llamada se extendería aún más. Por esa misma razón, no noté cuando Natasha se levantó de su silla y salió de la oficina, sino que lo supe hasta que, milagrosamente, la persona al teléfono quedó satisfecha y colgó.
Me tomó un instante darme cuenta que mi compañera no se había marchado a su casa, ya que sus pertenencias continuaban sobre su escritorio. Así que decidí buscarla fuera de la oficina, quizá estuviera en el pasillo atendiendo una llamada o en la entrada del edificio respirando aire fresco. El resto del personal se había retirado ya a sus hogares, por lo que esas opciones serían las más probables. Examiné todas las áreas de mi lugar de trabajo sin éxito, incluso el guarda de seguridad del edificio me indicó que no había visto salir a Natasha, por lo que la única opción era que estaba en el baño. Aquí fue cuando tomé una decisión que lo cambiaría todo.
Ante la misma conclusión a la que llegué, cualquier otra persona regresaría a su escritorio y esperaría a que su compañero terminara sus asuntos en el baño. No obstante, en mi caso, decidí ir al tocador de chicas, pensando en llamarla desde la puerta y confirmar que ella se encontraba allí, sin siquiera considerar el irrespeto a su privacidad. Cuando llegué al baño y al estar a punto de llamarla por su nombre, escuché un sonido extraño proveniente de dentro. Afiné mis oídos y acerqué mi cabeza a la puerta para intentar descifrar el origen de ese ruido. En definitiva, el sonido venía de dentro y parecía provenir de una mujer, aunque no era una voz, sino más bien como si tuviera problemas para hablar.
Pensé en entrar de golpe en caso de que se tratara de una situación en la que se requiriera mi ayuda, pero lo consideré nuevamente y decidí que era mejor entrar con sigilo. Así, en el momento en que pudiera determinar lo que ocurría en realidad, actuaría basado en lo que viera. Abrí la puerta con suavidad, evitando provocar algún ruido que alertara sobre mi presencia.
Fue entonces cuando la vi.
Sentada en la taza del inodoro, estaba una mujer semi-desnuda. Uno de sus pechos estaba por fuera de su blusa blanca desabotonada y ella lo sujetaba con una mano. La otra estaba en medio de sus piernas acariciando sus partes íntimas, lugar que podía alcanzar con facilidad gracias a que llevaba una falda corta color negro. Quedé absorto ante tal escena, la cual pude apreciar sin mucho problema debido a que la pared divisoria entre inodoros se interponía entre mi visión y su cara. Sin embargo, tras unos segundos, comprendí que la piel morena de aquella mujer sólo podía pertenecer a una persona. Después de compartir tanto tiempo, me resultaba fácil reconocer ese color canela. Así que di un paso atrás y traté nuevamente de no provocar ningún ruido mientras cerraba la puerta. Sin embargo, en los últimos centímetros, un pequeño chillido me delató.
Decidí correr de vuelta a la oficina y sentarme frente a mi escritorio, fingiendo que aún no terminaba mi trabajo. Un par de minutos después, Natasha regresó, ante lo cual, continué concentrado en los papeles que tenía en mi mano y así evitar verla a los ojos.
―Ya terminaste tu llamada. ¿Qué haces ahora? ―preguntó ella.
―Nada ―respondí sin hacer contacto visual―, o más bien, quiero decir… No es importante… O sí lo es. Solamente esperaba que volvieras del baño y aproveché para revisar un par de cosas.
―¿Cómo sabías que yo estaba en el baño?
―Bueno… Supongo que era lo más lógico, sólo fue una suposición. ―Me sentía incómodo, pensé que ella llegaría a la conclusión que la vi en el baño y entonces se molestaría conmigo, peligrando que incluso se quejara por mi conducta inapropiada en la oficina de Recursos Humanos.
―Ya veo. ―Hizo una pausa. ―¿Entonces nos vamos?
―Sí, ya nos podemos ir ―respondí mirándola por fin a los ojos e intentando sonreír con naturalidad.
Durante el camino a su apartamento, ella me hablaba y yo sólo podía responder asintiendo la cabeza o usando frases cortas. Aún no podía sacarme de la cabeza la imagen de aquella mujer dándose placer en el baño de mi trabajo. Pero lo más sorprendente era que esa mujer estaba sentada a mi lado en mi vehículo y ahora se comportaba como si nada hubiera ocurrido. Mientras manejaba e intentaba ser parte de la conversación, el recuerdo de aquellos pechos sumamente perfectos volvía a mi cabeza, acompañado de la imagen de sus largas piernas y el eco de sus gemidos mientras se provocaba un orgasmo frente a mis ojos.
―¿Te puedo pedir un favor? ―dijo Natasha, arrebatándome de mis pensamientos lujuriosos.
―Claro que sí. ―Todavía estaba incómodo, pero no era motivo para darle un trato fuera de lo normal.
―Lo que sucede es que… ―Pero se detuvo.
―¿Qué sucede? ―insistí.
―Bueno, quería pedirte si podemos ir a tu apartamento esta noche.
―¿A mi apartamento? ―exclamé con algo de sorpresa. ¿Qué querría hacer ella en mi apartamento?
―Sí, pero si no quieres entonces no hay problema.
―Claro que no hay problema. Simplemente me sorprendió un poco.
―¿Por qué? ―preguntó.
―Ya sabes. Sería la primera vez que alguno visita el apartamento del otro.
―Ya veo. Lo que pasa es que vivo sola. ¿Recuerdas? Y como no conozco a nadie más en esta ciudad, las noches son muy aburridas. A decir verdad, prefiero estar en el trabajo porque puedo hablar contigo.
―Yo también pienso lo mismo ―le dije.
―Me alegra que sea así. El punto es que me deprimo mucho en mi apartamento y quisiera saber si podemos cenar juntos esta noche, o ver una película, o lo que quieras hacer. Además, mañana no hay que trabajar y podemos desvelarnos un poco. Luego pido un taxi a mi apartamento.
―No hace falta, puedo llevarte más tarde.
―¿Entonces te parece bien?
―Sí, será divertido estar acompañado. También paso muchas noches aburrido.
―Excelente. Si es así, deberíamos intentar hacerlo más a menudo. Hoy será la noche de prueba para ver si también somos buenos compañeros fuera de la oficina. ―Luego sonrió, con tal dulzura que olvidé lo que había ocurrido un rato antes.
Llegamos a mi apartamento y luego de disculparme por el desorden, preparamos unas palomitas de maíz, abrimos un par de cervezas frías y nos sentamos a ver una película. Probablemente todo hubiera transcurrido con normalidad, sin embargo, debo aclarar que, debido a que no suelo recibir visitas, sólo tengo un sofá, el cual es suficiente para mí, pero demasiado angosto para dos personas. Al principio le dije que ella podía usar el sofá y yo me sentaría en el suelo o en una silla, pero ella se rehusó y hasta sugirió que ella debía ser quien ocupara la silla debido que ella era la invitada. Finalmente, accedí a compartir el sofá con ella. Nos sentamos juntos, ella a mi derecha, y aunque estábamos un poco apretados, a ella parecía no molestarle.
Nuevamente volví a convencerme de que su actitud se debía a que yo estaba fuera de su alcance y por eso no temía que yo me excediera con ella. No obstante, lo que Natasha no sabía era acerca de mi lucha interna. Era casi una tortura sentir su cuerpo junto al mío, rozar esa piel que había sudado de placer, ver sus largas y esbeltas piernas que cruzaba para estar más cómodos, percibir el aroma de su cabello junto a mis hombros, escuchar su sensual voz hablando a mi oído.
Pero, a pesar de todo lo anterior, el golpe de gracia lo dieron los actores en mi televisor; ya que, sin previo aviso, comenzó una escena que pasó de unos simples besos apasionados a un acto sexual explícito. El protagonista de la película tomó a su compañera por las muñecas y la colocó contra la pared, impidiendo que ella se moviera a la vez que él le besaba el cuello y la presionaba su cuerpo. Seguidamente, él la soltó, la volteó y le bajó el jeans en un arrebato de excitación, dejando al descubierto el hermoso trasero de la mujer, quien, convenientemente, no llevaba bragas. Ella parecía resistirse ligeramente a las intenciones de su varonil amante, pero al mismo tiempo, desabotonaba su propia blusa para poder acariciar sus pechos. Finalmente, él sacó su miembro a través de su bragueta, lo introdujo en la vagina de su compañera y la embistió con fuerza.
Mientras tanto, frente al televisor, Natasha permanecía en silencio, y por mi parte, hacía todo lo posible por evitar una erección. No obstante, el calor que emanaba del cuerpo de mi compañera, los recuerdos que bombardeaban mi mente de lo ocurrido en el baño de chicas, junto con la apasionante escena que observábamos, derrotaron todos mis esfuerzos por mantener mi miembro bajo control. Mi única salvación sería que Natasha no lograra distinguir mi erección debido a la penumbra que había en mi apartamento, y luego inventar una excusa para cambiar de posición o cubrir el bulto que crecía en mis pantalones.
―¿También reaccionaste así cuando me viste en el baño? ―preguntó ella repentinamente.
Quedé atónito ante sus palabras. No sólo fallé en mis intenciones por ocultarle mi erección. También me dio a entender que sabía que yo la había espiado horas antes. Sin embargo, antes de entrar en pánico, debía hacer el intento de fingir que desconocía aquello que ella me decía.
―¿A qué te refieres? Yo no… ―Pero ella me interrumpió.
―Por un momento, tuve el temor de que hubiera sido otra persona. Mi trabajo, mi reputación o ambas cosas estarían en riesgo. Sería igual de malo perder mi empleo o tener un acosador que me quisiera chantajear de alguna manera. Pero, afortunadamente, pude ver tu silueta de manera fugaz antes de que la puerta del baño se cerrara. Luego lo confirmé cuando regresé a tu lado y te comportabas de una forma sospechosa.
―Yo… no… Es decir. No sé… ―Hice una pausa. Natasha se había movido y ahora me miraba fijamente a los ojos. Fue imposible continuar con mi mentira. ―Está bien. Fui yo. Tienes razón. Pero fue un accidente. Entenderé si estás molesta conmigo o si deseas poner una queja en Recursos Humanos por espiarte mientras estabas en el baño de mujeres.
Seguidamente, intenté ponerme en pie para alejarme y darle espacio. Me encontraba totalmente seguro de que ella me odiaba, sobre todo tras haber intentado ocultarle la verdad. Sin embargo, su reacción fue de lo más inesperado.
―No te vayas ―dijo mientras me sostenía de la mano y me indicaba que permaneciera sentado a su lado. ―No estoy enojada contigo. Tampoco voy a poner una queja para que pierdas tu trabajo.
―No sé si debo agradecerte ya que hice algo muy grave. Siendo sincero, me siento un poco confundido.
―Yo también lo estaba. Como te acabo de decir, tuve miedo de perder mi empleo o sufrir otro tipo de consecuencias por mis acciones.
―¿Entonces por qué… ―Pero no pude terminar mi pregunta.
―Nos hemos vuelto buenos amigos. O al menos eso me gusta pensar. Sin embargo, aún hay muchos aspectos que no conoces sobre mí.
―¿Como cuáles? ―la interrogué.
―Es un poco vergonzoso decirlo de esta manera. Así que voy a explicarte la historia completa. Ya te había contado sobre mi anterior pareja. Te mencioné que él me maltrataba y humillaba por depender económicamente de él. No obstante, omití decir que una de las razones por las que me costó terminar con él fue que me encantaba el sexo.
Quedé impactado por sus palabras. Me costaba creer que ella me hubiera hecho esa confesión. Quizá era un tema normal, pero las circunstancias que rodeaban la conversación eran, a decir verdad, algo inusuales.
―Ya sé lo que piensas ―prosiguió Natasha―, crees que soy una mujer que podría conquistar cualquier hombre. Pero a veces no es tan fácil. Mi anterior pareja y yo tuvimos una relación bastante estable por mucho tiempo, sobre todo porque el sexo con él fue mucho mejor que con otras parejas que tuve. De hecho, creo que nunca lo llegué a disfrutar con otro hombre. En fin, aunque ya superé esa relación, mi cuerpo aún no olvida las sensaciones y los orgasmos.
―Entiendo ―respondí luego de tomar unos segundos para procesar toda la información que ella estaba colocando sobre mí. ―Supongo que es normal. ―añadí.
―No estoy segura de ello. Cuando me mudé a esta ciudad, todo parecía transcurrir con normalidad. Durante el día me dedicaba al trabajo y por las noches buscaba alguna distracción para no pensar en él. Sin embargo, luego de un par de semanas, una noche me desperté con un deseo incontrolable, al punto que me masturbé por un par de horas antes de sentir que quedaba satisfecha. La noche siguiente volvió a suceder. Luego la siguiente. Eventualmente me comenzaba a tocar recién llegaba a mi apartamento. Supuse que no sería un problema mientras no se saliera de control. Pero hoy estuve cerca de que mi mayor preocupación se volviera una realidad.
―Afortunadamente no te vio otra persona ―exclamé sin realmente saber lo que estaba diciendo. La película ya había terminado mientras ella continuaba con una confesión totalmente inesperada a la cual no sabía cómo reaccionar.
―Espera. Eso no es todo. Lo más extraño de todo fue que no me molestó que fueras tú.
―¿Es porque sabías que te protegería?
―No, no es eso. O sea, quiero decir, ese punto es cierto. ―Se tomó un momento antes de proseguir. ―A lo que me refiero es que me alegra que fueras tú.
―No estoy comprendiendo.
―Déjame dejártelo muy claro. ―Entonces movió su mano derecha y la colocó sobre mi pantalón, justamente en el lugar donde un par de minutos antes se había marcado mi erección. ―Desde el momento en que supe que me habías visto desnuda, no he dejado de pensar en lo mucho que deseo que me veas terminar lo que comencé en el baño.
Luego de decir esto, Natasha se levantó, tomó la silla que yo había colocado junto al sofá, la puso frente a mí y se sentó en ella. Entonces comenzó a acariciar lentamente sus piernas, pasando las yemas de sus dedos con delicadeza a lo largo de sus muslos, mientras mordía sensualmente sus labios. Después sus manos subieron despacio por el costado de su torso hasta llegar a su cuello, momento en el que cerró sus ojos y movió su cabeza hacia atrás, permitiendo que sus dedos acariciaran la piel que anteriormente había cubierto su cabello rizado. Continuó con dichas caricias varios segundos hasta que sus manos encontraron el escote de su blusa, donde empezó a desabrochar los botones de la misma con la pasividad de alguien que goza cada mínimo instante. Finalmente, cuando todos los botones se habían liberado, separó los pliegues de su ropa para dejar en evidencia sus voluptuosos pechos aún escondidos detrás de un sostén negro.
Mientras continuaba observándola todavía incrédulo por el giro de los acontecimientos recientes, Natasha decidió reestablecer contacto visual y morder el dedo índice de su mano izquierda. La mano libre la usó para deslizarla desde su cuello, pasando por medio de sus pechos, rozando su abdomen y colocándose al fin en medio de sus piernas, momento en el que las abrió lo suficiente para permitirme ver sus bragas también negras. Sin perder el ritmo que había mantenido desde el inicio, ella comenzó a acariciar aquella zona por encima de la tela ahora que captaba toda mi atención.
―Puedo ver que te gusta ―dijo Natasha.
Efectivamente, mi erección regresó, y esta vez mucho más evidente que la anterior. Por mi parte, toda esa escena parecía irreal, como extraída del conjunto de sueños eróticos que había llegado a tener a lo largo de mi vida. Jamás podría haber imaginado que una mujer de las características y belleza de Natasha decidiera masturbarse frente a mí.
Mientras yo estaba absorto en mi incredulidad, ella continuaba acariciando sus partes íntimas. Ahora la blusa blanca colgaba detrás de sus hombros, mientras usaba su mano izquierda para acariciar y presionar sus pechos, sujetándolos con firmeza entre sus dedos.
―¿Qué te parecen mis pechos? ―preguntó ella.
―Me encantan. Son perfectos ―respondí.
―Gracias. ―Entonces ella se terminó de quitar la blusa y volvió a hacerme otra pregunta. ―¿Qué tanto te gustaría verlos?
―Haría lo que fuera por verlos. ―Mi impresión sobrepasaba la lógica de mis respuestas.
―Esa es una afirmación muy peligrosa. Ya veremos si es verdad.
Luego de decir ello, se quitó el sostén, liberando aquellos enormes y exóticos senos, los cuales rebotaron al verse libres. Continuando con sus caricias, Natasha volvió a sujetarlos, esta vez con ambas manos, en ocasiones presionándolos entre sí o también dando suaves pellizcos a sus pezones, los cuales estaban evidentemente duros.
―¿Te gustaría chuparlos?
―¡Por supuesto! ―respondí con mayor emoción de la que esperaba demostrar.
―¿O quisieras poner tu pene en medio de ellos?
―Es una decisión muy difícil.
―Si te portas bien, quizá puedas hacer ambos ―exclamó a la vez que guiñaba un ojo.
Hasta el momento, todo aquello había provocado mayor excitación en mí de la que jamás hubiera sentido. Mi pene presionaba contra mis pantalones con todas sus fuerzas. Sin embargo, decidí que era mejor seguir el juego.
Quizá Natasha logró leer mi mente, pues ahora bajó sus manos nuevamente a sus piernas, donde acaricio la parte interna de sus muslos y se dirigió con lentitud hasta sus bragas, las cuales movió a un lado, permitiéndome apreciar su delicada vagina, la cual mostraba signos de estar completamente mojada. Supe que su excitación era casi tan grande como la mía cuando la vi estremecerse en el momento en que colocó la yema de sus dedos en su clítoris y comenzó a acariciarlo con suavidad. Un espasmo acompañado de un ligero gemido ocurrió en el momento en que ella apartó los labios de su vagina e introdujo uno de sus dedos ligeramente.
Yo ya no podía aguantar más. Su vagina depilada me había hipnotizado. Sus leves gemidos me enviaban al borde de la locura por saborear cada centímetro de su cuerpo y hacerla completamente mía. Estaba decidido a levantarme y acercarme a ella cuando dijo:
―Aún no. ―Entonces procedió a quitarse las bragas y las tiró hacia mí. ―Fíjate en lo mojada que estoy. Quiero que te hagas responsable por ello, pero todavía no es el momento.
Efectivamente, su ropa interior estaba totalmente húmeda. Cuando levanté mi mirada para ver lo siguiente que ella pretendía hacer, Natasha se levantó y se dirigió hacia mí. Luego se colocó de rodillas y comenzó a acariciar mi pene por encima de mi pantalón.
―Primero quiero ver lo que tienes aquí. ―Seguidamente desabrochó mi faja, luego el botón de mi pantalón, después bajó la bragueta. En fin, apartó todo lo que estaba en su camino hasta que por último mi pene salió de su encierro, totalmente erecto y pulsante. ―Qué agradable sorpresa. Lo tienes más grande de lo que esperaba. Quizá más que ningún otro hombre con el que haya estado. De verdad tengo mucha suerte.
Antes de darme tiempo para responder cualquier cosa, ella comenzó a deslizar su lengua desde la base de mi pene hasta la punta. Mi cuerpo se estremeció y tuve que sujetar con fuerza los brazos del sofá. Cada vez que su lengua recorría el largo de mi miembro, sentía que mi alma abandonaba mi cuerpo. A decir verdad, nunca comprenderé que haya podido soportar aquello sin tener un orgasmo. Más aún cuando de reojo vi a Natasha sonreír con malicia antes de meter todo mi pene dentro de su boca.
Luego de lo que pareció una eternidad en el cielo, ella se detuvo.
―Vamos a tu cama.
Me levanté a pesar de que sentía que no podía coordinar mis piernas y la llevé a mi habitación.
―Quítate la ropa ―me indicó con severidad.
En ese momento, no me sentía en capacidad de cuestionar nada de lo que ella me pidiera, por más ridículo que fuera. Podría haberme pedido que saliera desnudo a la calle y probablemente lo hubiera hecho. Así que me quité toda la ropa e instintivamente me acosté en la cama, todavía sin saber lo que ella quería hacer.
―Perfecto. Parece que entiendes lo que pretendo hacer ―añadió ella. ―Ahora coloca tus manos detrás de tu cabeza y te prohíbo que las muevas de allí.
Procedí a obedecerla y me preparé para la siguiente instrucción. Sin embargo, ella simplemente tomó mi camisa y la amarró alrededor de mi cabeza para dejarme sin poder ver absolutamente nada. Finalmente, sentí que ella se subió encima de mí.
―Supongo que ahora quieres sentir tu pene dentro de mí. ¿No es así? ―Pero antes de poder responder, ella tomó mi miembro erecto y comenzó a moverlo de arriba a abajo. ―Supongo que quieres sentir la suavidad de mi vagina sujetando tu enorme pene, deslizar tu miembro erecto hasta llegar al fondo de mí, sentir mis caderas frotándose contra ti mientras mis fluidos bajan por tus testículos, hasta que mi cuerpo quede totalmente extasiado de todos los orgasmos que voy a sentir. ―Mientras decía esto, sentía que frotaba la punta de mi pene contra su clítoris y la entrada de su vagina. ―Dímelo ya. ¿Quieres meter tu pene en mí?
―Sí, hazlo ahora.
Sin perder un segundo, sentí la humedad de su vagina, las paredes de la misma abriéndose con la entrada de mi pene, hasta que llegó lo más adentro posible.
―¡Qué pene tan rico! ―gritó ella de tal manera que quizá mis vecinos fueron capaces de escucharla.
Pero eso no importaba ahora. Nada más importaba. Y nunca llegaría a importar.
Su cuerpo se movía adelante y atrás, arriba y abajo. Sentía su humedad multiplicarse a cada segundo. Constantemente emitía gemidos que al parecer intentaba controlar, o quizá simplemente eran interrumpidos por los espasmos que provenían de su cuerpo. No hacía falta verla para entender que ella disfrutaba y gozaba totalmente cada vez que mi pene entraba en ella.
Luego de un par de minutos, ella me quitó la venda de mis ojos, tomó mis manos y me obligó a apretar sus pechos. Cuando mis ojos lograron enfocar el panorama, la escena frente a mis ojos era mucho más excitante de lo que había presenciado hasta ese momento. Su cintura se movía con una pasión que quizá nunca lograré describir. Sus ojos me miraban fugazmente y despedían un fuego tan intenso que rivalizaban con el resto de su cuerpo. Sus senos rebotaban salvajemente cuando yo los soltaba para acariciar otra zona.
Aquel conjunto de imágenes y sensaciones provocó que creciera en mí una fuerza inexplicable, lo que me llevó a tomarla de la espalda y girarla con un solo movimiento para que ella quedara debajo de mí. Ahora era mi turno de penetrarla con todo lo que tenía. Sujeté sus piernas y las abrí lo más que pude para tener su vagina a mi completa disposición, ante lo cual, ella parecía haber perdido el control de su propio cuerpo, permitiendo que yo hiciera de ella lo fuera.
Con cada embestida, sus pechos rebotaban en todas direcciones. Ella intentaba sujetarlos pero pronto debía soltarlos para sujetar mi cuello, aruñar mi espalda o agarrar con fuerza las sábanas cada vez que un orgasmo la invadía por completo.
En cierto momento, sin pensarlo coloqué mi mano sobre su cuello, lo cual provocó que ella tomara nuevamente una actitud más activa, sujetando mi espalda con fuerza y moviendo sus caderas para gozar de cada centímetro de mi pene.
―¡Sí, por favor! Quiero que seas rudo conmigo. ¡Hazme tuya! ―Exclamó repentinamente.
A decir verdad, yo nunca había considerado tener sexo salvaje. Ninguna de mis parejas anteriores pareció emocionarse por la idea de hacer algún acto poco convencional. Pero ahora, más que considerarlo, me excitaba la simple idea de dominarla. Así que me detuve, la coloqué sobre sus rodillas y manos, y comencé a darle nalgadas. Quizá más de una fue más fuerte de lo que esperaba, pero Natasha parecía estar de acuerdo con ello. Así que, para aumentar el castigo, volví a penetrarla, esta vez desde atrás, mientras continuaba dándole nalgadas o sujetándola del cabello.
―Quiero que te riegues dentro de mí. ―Dijo Natasha repentinamente.
―No… puedo… ―respondí jadeante.
―Sólo hazlo.
Nuevamente, me resultó imposible desobedecerla. Más aun cuando ella se presionaba contra mí y me sujetaba las manos cuando yo decidía acariciar sus pechos. Nuestros cuerpos sudorosos se rozaban, su gran y redondo trasero se frotaba en mis caderas, su aroma exótico me inundaba, mis manos no dejaban de agarrar sus enormes pechos, y su vagina parecía rogar que le diera todo de mí.
Así que cuando ya no pude soportarlo más, liberé todo dentro de ella. Quizá nunca había eyaculado tanto, pues a pesar de que reduje mi velocidad, Natasha continuaba frotando su trasero contra mí, y en cada movimiento, yo soltaba más y más de mis fluidos, al punto que comenzó a escaparse de su vagina.
Cuando por fin todo terminó, ella se bajó de la cama y corrió al baño. Yo me quedé de rodillas por unos instantes y luego me acosté. Ahora todo lo que había sucedido parecía un sueño. Por un momento dudé que realmente hubiera pasado. Sin embargo, el primer pensamiento que invadió mi mente luego de entender que todo fue realidad, se trató de las verdaderas intenciones de Natasha.
Evidentemente, ella extrañaba a su anterior pareja, y decidió tener sexo conmigo para liberar la tensión sexual, aprovechando que siente mucha confianza hacia mí. Lo último era algo positivo, pero sería extraño continuar nuestra amistad como si nada hubiera sucedido, y eso significaba volver a sentir la soledad que había antes de su llegada.
Tras unos minutos, Natasha regresó del baño. Decidí guardar silencio, esperando que ella se vistiera para regresar a su apartamento, al cual debía llevarla en mi vehículo. Quizá era mejor fingir desde ya que todo era normal. Sin embargo, ella decidió acostarse a mi lado, colocando su cabeza sobre mi hombro.
―Supongo que quieres descansar antes de regresar a tu apartamento ―dije finalmente.
Ella se enderezó levemente para mirarme a los ojos.
―¿Quieres que me vaya?
―¡No, por supuesto que no! ―me apresuré en contestar. ―Simplemente me gustaría saber lo que vas a hacer ahora.
―Pensaba quedarme contigo, es obvio.
―Pero…
―Ya entiendo ―me interrumpió. ―Crees que sólo quería tener sexo con cualquier persona y en este caso resultaste ser tú. ¿O me equivoco?
―Bueno…
―Mira, yo no te voy a forzar a nada. Sin embargo, creo que debo aclarar algo porque tal parece que no fui clara. ―Entonces ella se colocó encima de mí, descansando su barbilla en mi pecho para mirarme fijamente. ―Cuando dije que me alegraba que hubieras sido tú quien me vio en el baño, quise decir que en ese momento me di cuenta que me gustabas.
―¿De verdad te gusto?
―¿Es tan difícil de creer?
―Pues, no sé…
―Eso significa que sí ―me interrumpió. ―Sinceramente, en aquel instante no llegué a esa conclusión. Lo que sí entendí es que me gusta pasar tiempo a tu lado. Supuse que pensabas lo mismo y por eso ocurrió lo de antes. ¿O es que acaso no te gusto?
―Creo que tampoco lo había considerado.
―Eso pensé, aunque nunca imaginé que fueras tan… inocente. ―Entonces soltó una risa.
―¡Lo siento! ―reclamé. ―Creo que ahora no tengo dudas de que me gustas mucho.
―¿Lo dices en serio o sólo es un intento para volver a tener sexo conmigo?
―Hablo en serio, me sentí atraído hacia ti desde la primera vez que te vi ―sentencié. Pero, tras una pausa, añadí: ―Aunque de igual forma tendremos sexo de nuevo. ¿Verdad?
3 comentarios - Mi nueva compañera del trabajo