Sábado al mediodía. Estoy preparando el almuerzo. Mientras pelo unas papas, lo veo pasar a Miguel, que cruza el pasillo y sube por la escalera.
Cómo ya les conté, mi marido trabaja de noche, por lo que a veces, luego de que mis hijos se duermen, subo a lo de Pablo y paso la noche con él. Obviamente que no dormimos, cogemos toda la madrugada. Y a la mañana, bien temprano, cuándo ni siquiera sale el Sol todavía, regreso a mi casa, a prepararme para el día que recién comienza, vital y renovada, pese a no haber pegado un ojo en toda la noche.
Pero ya hacía más de una semana que no "dormía" con mi vecino. No estaba, al único que veía era a su amigo.
Apago la cocina, les aviso a mis hijos que salgo a comprar algo que me faltó para la comida, y subo a su departamento.
Golpeo una, dos veces, recién a la tercera abre, con el ceño fruncido y su habitual cara de pocos amigos.
-¿Está Pablo?- le pregunto en voz baja, para que no se me escuche desde abajo.
-Está de viaje-
¿De viaje? ¿Y no me dijo nada?
-¿Y... sabés cuándo vuelve?- le insisto.
-No sé, un día, una semana, un mes, ya me avisará- me responde en un tono que no admite ni una consulta más.
Me quedo pensando, sorprendida porque le haya dicho a él que se iba y no a mí.
-¿Querés pasar?- me pregunta, suavizando de repente el áspero tono de su voz.
-No, estoy cocinando, les dije a mis hijos que salía a comprar algo- le explico.
Sabía para qué quería hacerme pasar. Pero no fuí a eso, sino para saber de Pablo.
-Si te comunicás con él, decile que estuve preguntando, a mí no me responde los mensajes- le digo.
-Lo que quieras, pero pasa, solo un rato, no te cuesta nada- me insiste, tratando de sacar provecho de ese breve momento de confusión en el que me encuentro pensando en Pablo y su misterioso viaje.
-Están mis hijos y mi marido abajo- trato de excusarme.
-Si no gritas no se enteran de nada- me dice, y agarrándome del brazo, como la otra vez, me hace entrar por la fuerza.
Ya se me estaba curando ese moretón, y ahora iba a tener otro.
Me arrincona de espalda contra la pared, mete la mano por debajo del solero, y eludiendo el elástico de la bombacha, me hunde los dedos en el caldo de mi conchita
-Ni te toque y ya estás mojada- me dice en un ronco jadeo, respirándome en el cuello.
-¡No... déjame... por favor... mi familia... mi marido... mis hijos...!- le digo pero sin hacer nada por resistir sus avances, devolviéndole los besos y dejando que me meta los dedos bien adentro.
Me doy cuenta que, aunque le había preguntado por Pablo, en realidad lo fui a ver a él, ya que ansiaba sentir su contacto, la amenaza de su hombría, esa sensación de peligro que me asalta cada vez que estoy cerca suyo.
Esta vez no es la excepción, el corazón me late con fuerza, agitado, no solo por la calentura, sino también por el miedo que toda esa situación me provoca. Con un tipo como él, a pocos metros de mi familia y con la puerta abierta, por lo que si alguien entraba o salía del departamento de enfrente, me vería ahí, apretando con mi vecino.
Sin embargo, más allá de cualquier preocupación al respecto, dejo de simular que me resisto, que no quiero, y pongo también de mi parte para ponerlo en ese estado en el que resulta hasta doblemente peligroso.
Lo acaricio por encima de la bragueta, recorriendo la imponente forma de lo que abajo permanece todavía apenas contenido. Le digo de ir adentro, de cerrar la puerta e irnos a la cama, pero no transa, me quiere tener ahí, casi al borde de la escalera y del pasillo.
Quizás también sea exhibicionista además de rompedor serial de ojetes, por lo que no puedo convencerlo, así que permanezco ahí, la espalda contra la pared, las piernas levemente abiertas, con sus dedos fluyendo por todo mi interior.
Cuándo pela la pija, ¡Pijazo!, me derrumbo ante él y de cuclillas, se la chupo con ganas, metiéndomela tan profundo en la boca, que hasta me raspa las amígdalas.
Bruto como es, me agarra de los pelos y me la hace comer hasta donde me entre, provocándome unas cuántas arcadas que me esfuerzo por controlar.
Cuándo me levanto, me saco yo misma la bombacha, facilitándole el acceso a esa parte de mi cuerpo que arde por tenerlo adentro.
Cuándo me la pone, le muerdo el hombro para ahogar ese grito al cuál se había referido un rato antes. Soy gritona, lo sé, sobre todo cuándo estoy con él o con Pablo.
Se calza mi piernas en torno a la cintura, y manteniéndome suspendida entre la pared y su cuerpo, me coge con la urgencia de quién está con los huevos llenos y en ebullición.
PUM PUM PUM, me golpea con cada embiste, llenándome bien de pija, haciéndome delirar de placer.
En un momento me olvido de en dónde estoy, y empiezo a gritar... ¡Ahhhhhhh... Ahhhhhhh... Ahhhhhhh...!, sin que me importe que mi marido pueda escucharme desde abajo, igual con él nunca grité de esa forma, así que dudo que pueda reconocerme.
Las pulsaciones aumentan, la respiración se agita, la piel se enciende, no sé cuántos orgasmos tengo, si son varios o uno solo, largo e interminable.
Por entre mis muslos se derrama ese juguito que tanto él como Pablo me provocan, algo que no me pasa con mi marido, con él soy una lija, más seca que un desierto, siempre me tengo que lubricar con algún gel cuándo hacemos el amor.
Hasta hace poco creía que era un problema mío, lo había comentado con mi ginecóloga y hasta llegué a leer alguna publicación al respecto, y sí, muchas mujeres tenemos problema de lubricación. Algunas lubrican poco y otras directamente nada, como yo, hasta que Pablo se metió en mi casa aquella noche y por primera vez en mi vida me mojé tanto que hasta se me empaparon los muslos con el flujo que me salía de adentro. Con Miguel lo mismo. Así que no era yo la del problema.
Ya puedo sentir como acelera la penetración, golpeándome fuerte con los huevos cuándo me la mete toda adentro, brutal sí, despiadado sí, pero terriblemente placentero.
Me la deja clavada en el fondo, y soltando un gruñido casi animal, acaba con tanta fuerza, que si no fuera porque me estoy cuidando, me hace trillizos.
Nos besamos con avidez mientras el semen se diluye por mis conductos más íntimos, cálido y abundante. Por supuesto que no lo siento, solo percibo una humedad agradable, pero el saber que me está llenando de leche, me trastorna y enloquece.
Cuándo me suelta, caigo al suelo, y de cuclillas de nuevo, le vuelvo a chupar la pija, esta vez para limpiársela.
Me levanto, me limpio la boca y me arreglo el solero.
-Tengo que volver a casa, mi marido ya se debe de haber levantado- le digo.
No me dice nada, solo se abrocha el pantalón y vuelve a lo suyo. Durante un momento me quedo ahí parada, sin saber cómo reaccionar, hace un momento me hizo sentir como si fuera el centro de su universo, y ahora era como si no existiera.
-Bueno, chau... Ya sabés, si hablás con Pablo, decile que me llame..., por favor-
Cómo no me contesta, cierro la puerta y vuelvo a mi casa a seguir preparando la comida. Recién cuándo estoy por poner la mesa, me doy cuenta de que me dejé la bombacha en lo de mi vecino.
Una vez más y van...
Cómo ya les conté, mi marido trabaja de noche, por lo que a veces, luego de que mis hijos se duermen, subo a lo de Pablo y paso la noche con él. Obviamente que no dormimos, cogemos toda la madrugada. Y a la mañana, bien temprano, cuándo ni siquiera sale el Sol todavía, regreso a mi casa, a prepararme para el día que recién comienza, vital y renovada, pese a no haber pegado un ojo en toda la noche.
Pero ya hacía más de una semana que no "dormía" con mi vecino. No estaba, al único que veía era a su amigo.
Apago la cocina, les aviso a mis hijos que salgo a comprar algo que me faltó para la comida, y subo a su departamento.
Golpeo una, dos veces, recién a la tercera abre, con el ceño fruncido y su habitual cara de pocos amigos.
-¿Está Pablo?- le pregunto en voz baja, para que no se me escuche desde abajo.
-Está de viaje-
¿De viaje? ¿Y no me dijo nada?
-¿Y... sabés cuándo vuelve?- le insisto.
-No sé, un día, una semana, un mes, ya me avisará- me responde en un tono que no admite ni una consulta más.
Me quedo pensando, sorprendida porque le haya dicho a él que se iba y no a mí.
-¿Querés pasar?- me pregunta, suavizando de repente el áspero tono de su voz.
-No, estoy cocinando, les dije a mis hijos que salía a comprar algo- le explico.
Sabía para qué quería hacerme pasar. Pero no fuí a eso, sino para saber de Pablo.
-Si te comunicás con él, decile que estuve preguntando, a mí no me responde los mensajes- le digo.
-Lo que quieras, pero pasa, solo un rato, no te cuesta nada- me insiste, tratando de sacar provecho de ese breve momento de confusión en el que me encuentro pensando en Pablo y su misterioso viaje.
-Están mis hijos y mi marido abajo- trato de excusarme.
-Si no gritas no se enteran de nada- me dice, y agarrándome del brazo, como la otra vez, me hace entrar por la fuerza.
Ya se me estaba curando ese moretón, y ahora iba a tener otro.
Me arrincona de espalda contra la pared, mete la mano por debajo del solero, y eludiendo el elástico de la bombacha, me hunde los dedos en el caldo de mi conchita
-Ni te toque y ya estás mojada- me dice en un ronco jadeo, respirándome en el cuello.
-¡No... déjame... por favor... mi familia... mi marido... mis hijos...!- le digo pero sin hacer nada por resistir sus avances, devolviéndole los besos y dejando que me meta los dedos bien adentro.
Me doy cuenta que, aunque le había preguntado por Pablo, en realidad lo fui a ver a él, ya que ansiaba sentir su contacto, la amenaza de su hombría, esa sensación de peligro que me asalta cada vez que estoy cerca suyo.
Esta vez no es la excepción, el corazón me late con fuerza, agitado, no solo por la calentura, sino también por el miedo que toda esa situación me provoca. Con un tipo como él, a pocos metros de mi familia y con la puerta abierta, por lo que si alguien entraba o salía del departamento de enfrente, me vería ahí, apretando con mi vecino.
Sin embargo, más allá de cualquier preocupación al respecto, dejo de simular que me resisto, que no quiero, y pongo también de mi parte para ponerlo en ese estado en el que resulta hasta doblemente peligroso.
Lo acaricio por encima de la bragueta, recorriendo la imponente forma de lo que abajo permanece todavía apenas contenido. Le digo de ir adentro, de cerrar la puerta e irnos a la cama, pero no transa, me quiere tener ahí, casi al borde de la escalera y del pasillo.
Quizás también sea exhibicionista además de rompedor serial de ojetes, por lo que no puedo convencerlo, así que permanezco ahí, la espalda contra la pared, las piernas levemente abiertas, con sus dedos fluyendo por todo mi interior.
Cuándo pela la pija, ¡Pijazo!, me derrumbo ante él y de cuclillas, se la chupo con ganas, metiéndomela tan profundo en la boca, que hasta me raspa las amígdalas.
Bruto como es, me agarra de los pelos y me la hace comer hasta donde me entre, provocándome unas cuántas arcadas que me esfuerzo por controlar.
Cuándo me levanto, me saco yo misma la bombacha, facilitándole el acceso a esa parte de mi cuerpo que arde por tenerlo adentro.
Cuándo me la pone, le muerdo el hombro para ahogar ese grito al cuál se había referido un rato antes. Soy gritona, lo sé, sobre todo cuándo estoy con él o con Pablo.
Se calza mi piernas en torno a la cintura, y manteniéndome suspendida entre la pared y su cuerpo, me coge con la urgencia de quién está con los huevos llenos y en ebullición.
PUM PUM PUM, me golpea con cada embiste, llenándome bien de pija, haciéndome delirar de placer.
En un momento me olvido de en dónde estoy, y empiezo a gritar... ¡Ahhhhhhh... Ahhhhhhh... Ahhhhhhh...!, sin que me importe que mi marido pueda escucharme desde abajo, igual con él nunca grité de esa forma, así que dudo que pueda reconocerme.
Las pulsaciones aumentan, la respiración se agita, la piel se enciende, no sé cuántos orgasmos tengo, si son varios o uno solo, largo e interminable.
Por entre mis muslos se derrama ese juguito que tanto él como Pablo me provocan, algo que no me pasa con mi marido, con él soy una lija, más seca que un desierto, siempre me tengo que lubricar con algún gel cuándo hacemos el amor.
Hasta hace poco creía que era un problema mío, lo había comentado con mi ginecóloga y hasta llegué a leer alguna publicación al respecto, y sí, muchas mujeres tenemos problema de lubricación. Algunas lubrican poco y otras directamente nada, como yo, hasta que Pablo se metió en mi casa aquella noche y por primera vez en mi vida me mojé tanto que hasta se me empaparon los muslos con el flujo que me salía de adentro. Con Miguel lo mismo. Así que no era yo la del problema.
Ya puedo sentir como acelera la penetración, golpeándome fuerte con los huevos cuándo me la mete toda adentro, brutal sí, despiadado sí, pero terriblemente placentero.
Me la deja clavada en el fondo, y soltando un gruñido casi animal, acaba con tanta fuerza, que si no fuera porque me estoy cuidando, me hace trillizos.
Nos besamos con avidez mientras el semen se diluye por mis conductos más íntimos, cálido y abundante. Por supuesto que no lo siento, solo percibo una humedad agradable, pero el saber que me está llenando de leche, me trastorna y enloquece.
Cuándo me suelta, caigo al suelo, y de cuclillas de nuevo, le vuelvo a chupar la pija, esta vez para limpiársela.
Me levanto, me limpio la boca y me arreglo el solero.
-Tengo que volver a casa, mi marido ya se debe de haber levantado- le digo.
No me dice nada, solo se abrocha el pantalón y vuelve a lo suyo. Durante un momento me quedo ahí parada, sin saber cómo reaccionar, hace un momento me hizo sentir como si fuera el centro de su universo, y ahora era como si no existiera.
-Bueno, chau... Ya sabés, si hablás con Pablo, decile que me llame..., por favor-
Cómo no me contesta, cierro la puerta y vuelvo a mi casa a seguir preparando la comida. Recién cuándo estoy por poner la mesa, me doy cuenta de que me dejé la bombacha en lo de mi vecino.
Una vez más y van...
10 comentarios - Uno rápido con Miguel
benditos Pablo y su amigo que pueden disfrutarte.
van puntos
que sigan las historias!!