Hace un tiempo que quería escribir algo que no sea una saga, capítulo ni fanfiction de nada. Como es verano y es mi estación favorita, tomé inspiración de él, de vivencias que tuve (hay algo de anécdota mezclada entre tanta ficción), sensaciones personales que tengo hoy por hoy y hasta me inspiré en el inicio de película Lolita (la del 97, no vi la del 62)
Sepan disculpar los que esperan las continuaciones de “A Serena le Gustan Mayores” y “Hermana Otaku. 3era Temporada Capítulo 3” están ambos arrancados, muy avanzados, es que me parecía propicio cazar al vuelo estas ideas que quería contar y contarlas antes de que se me escapen. No saben la de ideas que se pierden por no escribirlas en el momento, espero que lo disfruten y sepan entender. Gracias por leerme y tenerme la paciencia que me tienen.
La modelo que elegí es conocida con el nombre de Amelie en Mpl Studios y Femjoy. También figura como Yuliya en otros estudios como Amour Angels. Es de nacionalidad rusa (¿casualidad? ¡No lo creo!) y nacida en un 17 de Enero de 1991 (aclaro para que no rompan las bolas con la edad, es plana, no menor)
Siempre se vuelve a dónde uno fue feliz. Aunque tardé más de 10 años, regresé a las playas de aguas cálidas de Pehuen-Có recibido por su murmullo perpetuo, sintiendo en mis pies caricias de espuma que me pusieron la piel puntuada.
Cuando el nivel del mar descendía, se veían secciones rocosas tapizadas de afilados mejillones, verdaderas trampas para quienes se metían sin conocer esas playas con la marea alta, ignorando que podía cortarse con una roca o hundirse en un hueco, ni hablar si se zambullían allí o las olas los empujaban contra el colchón de mejillones. Para mí, fue en esa parte de la playa donde supe que estaba enamorado.
Fue a mis tiernos 15 años que pise sus arenas cálidas por última vez, observado por dunas moteadas de verdes tamariscos, laberintos naturales de mi infancia donde con mis primos vivimos más de una aventura antes de despedir nuestras infancias. Fue en solitario que supe que ese lugar tenía algo especial, algo más que sus aguas cálidas, sus tamariscos, más que sus noches dominadas por grillos, más que sus zonas rocosas donde aún se encontraban organismos marinos.
Descubierta por Charles Darwin en 1832, la ciudad balnearia atraía mi lado más científico como si fuera un imán para los que encontraban la naturaleza fascinante. En ese entonces, a solas, mi curiosidad científica no había sido aplacada por el rigor de la vida adulta y aún me pedía maravillarme con las pequeñas alimañas que buscaban refugio entre los pedruscos que quedaban desnudos al bajar la marea.
Buscando entre las lagunas, ya sea cangrejos, estrellas de mar, caracolas o anémonas, noté que no estaba solo buscando tesoros aquella mañana soleada… una silueta delgada me tapó la luz de una laguna donde un cangrejo ignoraba que su camuflaje no había impedido que lo encontrara.
Ella observaba abajo al mismo cangrejo, al notar mi presencia, me observó con unos enormes ojos azules. Su cabello castaño, desprolijo y alborotado era mecido hacia un lado por el viento. Las pecas eran las últimas pinceladas del artista que pinto el lienzo de su piel, dejando su insignia tanto en sus mejillas como su hombro, su pecho… su pecho, quizás estrenando uno de sus primeros brasiers, y debajo, un short de jean. Aún en mi inexperiencia supe que debía alzar la vista y dejar de ver su cuerpo en desarrollo.
Por la cercanía sentí el olor de su piel, olía a protector solar y agua de mar. Supe aún a mis tiernos 15 años, más tiernos que los 15 de la inmensa mayoría, que esa joven contemporánea a mi generación me gustaba en demasía.
No supe como iniciar conversación a pesar de tener uno o dos inviernos más. No supe cómo reaccionar ante los latidos de mi pecho. Era tan solo un tonto citadino vacacionando, mi perspectiva inmediata era jugar un árcade con mis primos, no caer en las garras del amor a tan temprana edad.
- ¿Lo vas a agarrar? – Rompió el silencio provocándome una descarga eléctrica por toda la médula. – Al cangrejo. – Se apresuró a agregar al ver que había quedado tildado.
- Eh, no… prefiero dejarlos en paz. – Dije carraspeando. – Se mueren si los sacas de su hábitat.
- ¿No me lo agarras para mí? – Me pidió y noté qué, a su lado, tenía un pequeño recipiente con varios cangrejos vivos intentando encontrar asidero en la superficie de plástico. Estaban amontonados, con poca agua, intentando trepar unos sobre otros para salir. Era un holocausto de cangrejos y por primera vez, me importó un comino.
- Eh, claro. – Accedí, y tras tomar al invertebrado, lo lleve al tupper donde se encontraría con sus aterrorizados pares.
Sin decir adiós, sin siquiera agradecerme, la joven de cabellos castaños se marchaba cuando el llamado de sus padres quebraba el momento. Respondía al llamado de Rocío. Antes de verla volteando por completo, tuve una idea milagrosa.
- ¡Espera! – Dije casi en tono de súplica, llamando su atención. Curiosa, en silencio, espero mi jugada.
Del bolsillo de mi malla, dentro de una bolsa de pipas (semillas de girasol tostado que se venden como golosina), saque mi mejor tesoro, el único habitante de ese bioma que considere tan valioso como para arrancar de su lugar y sumarlo a mi desconsiderada colección: una estrella de mar ofiura.
- ¿Es venenosa? – Se alarmó cuando emergió de la bolsa. Caí en la cuenta al dejar al animalillo en sus manos, que a lo que los muchachos nos suele parecer fascinante, a las jovencitas les puede resultar desagradable, las estrellas de mar ofiura, de cuerpos circulares y brazos delgados como serpientes, bien podían generarle rechazo.
- Eh, no…
- ¿Siempre decís Eh? - Me remarcó con crueldad aceptando mi ofrenda a su belleza. – Gracias, dijo por fin. – Acto seguido, respondió a un segundo llamado de sus padres alzando una mano, dejándolos tranquilos de que todo estaba bien. Quizás les parecí más alto de lo normal, quizás a la distancia lucia como un muchacho sospechoso, si supieran que sentía los primeros síntomas del enamoramiento precoz y era tonto como una piedra.
- ¿Cómo te llamas? – Me preguntó sin que supiera en ese entonces, que no volvería a escuchar su voz.
- Facundo. Me podés decir Facu si quer… - Sin embargo, presurosa, tras saber mi nombre no se molestó en repetirlo para recordarlo, respondiendo al llamado de sus padres, alejó su cuerpo de niña al trote, chapoteando sus pies entre los charcos, sin saber que mis ojos se le quedaron mirando hasta que llegó a sus padres y les enseño tanto el cementerio de cangrejos como la ofiura.
Ahora que regresaba a la misma playa, las mismas rocas, la misma arena testigo de nuestros pasos encontrados, me reencontraban con 25 años a cuestas, incrédulo a las leyendas de hilos rojos o la fuerza del corazón que une a las personas, supe, sin embargo, que la volvería a encontrar si seguía las migas de pan de mis recuerdos plantadas en toda la playa y otros sitios de la ciudad.
Recorrí las arenas dónde cada metro cuadrado desembocaba en un recuerdo, era un campo minado que quedó de una guerra en mi adolescencia. Como cuando mi primo menor me llenó el improvisado arco de goles por estar mirándola a la distancia, como cuando mi tía me pescó en mi reposera observándola juguetear con las olas y me cargó clavándome un puñal: “¿Ya hiciste novia?”
Cuando ya casi dejaba la ciudad balnearia, descubrí que ella no era un turista más, sino la hija de los encargados de un humilde restaurant de comida de mar llamado “Cangrejales” ubicado en el epicentro del balneario.
Decidido a no darle más vueltas, dejé la playa y subí por las escalinatas de maderos rumbo al centro, casi toda la playa estaba rodeada por murallas de arena. Tenía varias cuadras arenosas por recorrer, caminé cada una de ellas con el corazón en la mano, con la esperanza de volverla a ver en el mismo lugar, en Cangrejales, el restaurant al final de la avenida Brown, el humilde centro de Pehuen-Có. Algo me guiaba, era un sabueso siguiendo un rastro que dos lustros no pudieron borrar, sino estaba allí, todo el viaje habría perdido el sentido para mí.
Por suerte, el lugar había encontrado refugio a las crisis y se mantenía impoluto, con la misma decoración gastada con temática marítima. Las mismas mesas de roble, por las que pase la mano sintiendo su aspereza. Hasta recordaba los servilleteros con forma de ancla frente a mí. Sentado, aguarde porque alguien me diera el menú de desayuno. Había poca gente, la mayoría aprovechaba la cálida mañana para disfrutar del mar, sin embargo, allí estaba yo, pispiando a ver si veía una cabellera castaña revoltosa como un huracán moviéndose tras bambalinas. Ahora, a diferencia de hace 10 años, trabajaban de corrido y tenían menú de desayuno y merienda.
Nunca imaginé que no estaría frente a mí, sino detrás… la puerta de cristal de Cangrejales se abrió y ella regreso a mi vista, a mi vida, haciéndome delirar con solo verla. Cargaba una caja de utensilios descartables vistiendo una remera gastada y una malla floreada… era ella, Rocío, la eterna Rocío pasaba ante mi sin saber que era aquel muchacho que le obsequió una estrella ¿y cómo lo sabría? El tiempo había sido más generoso con ella que conmigo, el tiempo me había cobrado una tarifa más alta y no tenía una silueta envidiable como ella.
Al pasar, lleve mi mano al borde de la mesa para que rozara la suya y Rocío lo notó. Me clavó sus hermosos ojos azules sorprendida por mi osadía: - ¿Está atendido? – Me preguntó presurosa, dejando la caja sobre una mesa contigua.
Hice silencio mientras la observaba. Su silueta era la misma solo que más grande, inconfundible tenía una cinturita de avispa que desafiaba las leyes de la física dado que sostenía dos grandes y redondos senos, debajo de sus caderas abruptas, piernas desnudas torneadas, un bronceado uniforme y el mismo precioso cabello rebelde como el mar cuando se pica la volvían mi droga personal, manufacturada a mi medida. Me gustaba en cada fibra de mi ser, a nivel químico mis células bullían ante su proximidad, no sabía que ocurría si nos mezclábamos e igual lo iba a intentar.
- Eh, podría decirse que no.
- O es sí, o es no. Perdón, mi papá siempre dice, el cliente siempre tiene la razón y…– Me respondió impaciente hasta que le deje en la mesa, a su alcance, una pequeña foto que tomó con extrañeza. Era una fotografía de una ofiura, la pequeña estrella de mar que le obsequie cuando en nuestro primer encuentro.
- Fue hace 10 años, no me ofendo si no te acordás.
- ¿Federico? – Probó a su memoria con una sonrisa. Al menos el reencuentro parecía despertar su curiosidad. Mi mayor temor, después del de que haya emigrado a otras partes o que el restaurant ya no existiera, era que sintiera mi presencia como una amenaza y terminara rociado con gas pimienta.
- No.
- ¿Fernando?
- Tampoco.
- Era algo así como Fabi, creo…
- Era con “F”, Facundo. – Me presente por fin. - ¿Cómo estás, Rocío?
- Fueron dos segundos hace bocha de años y te acordás ¿Por qué? – Preguntó como si ignorara la clase de mujer que era, de las que no se olvidan jamás. - ¿No serás un psicópata no?
Con la mirada, le indique que diera vuelta la foto. Allí clavó sus ojazos en mi anotación, le indicaba el hotel donde me hospedaba y la habitación. Para mi fortuna, su sonrisa no hizo más que acentuarse. La consideré una jugada riesgosa, no todas encuentran a las directas atractivas.
- ¿Vas a pedir un café o algo? – Cambió de tema provocándome un vuelco.
- Si me visitas te pido hasta una cazuela de mariscos. – Le dije.
- A esta hora esperala sentado, no está en el menú mañanero... Sobre esto… - Ensañándome el reverso de la tarjeta. - Estamos en temporada Facu, tengo que trabajar hasta tarde, es el precio por rascarme todo el año viste, estos días no tengo ni tiempo para nada…
- Soy paciente, puedo esperar a la hora que sea, el día que sea.
- ¡Se nota que sos paciente, te esperaste diez años para volver! – Me dijo sonriendo algo sonrojada. Sus labios hacían un hoyuelo en sus mejillas. Cada indicio que me daba avivaba la llama de mi esperanza. La notaba más que interesada, el chiquillo feliz que la conoció hace 10 años festejaba como si hubiera ganado un mundial.
- Un café con leche y dos medialunas no estaría mal para esperar tu respuesta. – Insistí, negando la existencia de cualquier negativa, sin dejarle tiempo a que formulara un “no”.
Rocío dio la vuelta y me dejo ver la imagen que más se me había quedado plasmada en mi memoria. Que generoso había sido el paso del tiempo con sus curvas, que agradecida al padre tiempo debía de estar esa malla o cualquier atuendo que eligiera para ocultar sus posaderas. Incluso, disparó un recuerdo olvidado, cuando la veía corretear aquella lejana mañana por primera vez, solía acomodarse sin reparos la parte de atrás de la malla de jean, su versión adulta tenía el mismo tic juvenil, ni su ropa podía resistirse a pegarse a ella.
Mi pedido no tardó en llegar. “Disfrutalo, Facu.” me dijo antes de volver a sus quehaceres derritiéndome como si me volcaran lava directo al corazón. Nunca tarde tanto en comer dos medialunas y tomar un café. Me encantaba verla atendiendo, derrochando belleza en cada mesa, dejando una estela de sensualidad palpable que mantenía latiendo el corazón de ese restaurante olvidado por los dioses.
Mi propina, generosa, por cierto, fue dejada en su mano junto con el precio del desayuno. Para mi desgracia, no obtuve mi respuesta, tan solo un cálido saludo. Tampoco me dijo si ingresaríamos juntos al hotel en el almuerzo, tampoco en la cena. Sin dudas estaba trabajando a toda máquina y una Diosa no tiene tiempo para atender a cada mortal implorando atención. Con el correr de las horas veía sus ánimos desplomarse, su cuerpo agotarse, como implorando una pausa, antes de marcharme cerca de las once, le deje la tercer propina del día y la despedí confiando en que reconsideraría mi propuesta si regresaba una, y otra, y otra, y otra, y otra vez, como esa canción que nos genera adicción y no podemos dejar de escuchar.
A solas en mi cuarto de hotel no pude evitar mi algarabía por haberla encontrado y haberla visto casi todo el día, viendo su figura yendo y viniendo, desparramando simpatía entre mesa y mesa. Puse “La fuerza del corazón” de Alejandro Sanz en mi móvil a pesar de considerarme rockero de pura cepa, no paré de canturrearla con mi voz espantosa mientras me daba un baño de agua caliente y me empezaba a doler el rostro de tanto sonreír y gesticular. Simplemente no podía encontrar el interruptor de mi felicidad para darle un descaso.
- Y es la fuerza que te lleva, que te empuja y que te llena, que te arrastra y que te acerca a Dios. Es un sentimiento casi una obsesión, si la fuerza es del corazón… - Cantaba mientras secaba mi cuerpo, decente aunque nada envidiable tampoco.
Estaba frente al espejo empañado, desnudo, limpiando mis dientes cuando escuche golpes en la puerta. En mi ingenuidad, creí que podían ser vecinos quejándose por el volumen de la canción en loop, al no ser un hombre afortunado, no consideré que, al abrir la puerta, con la toalla puesta a mitad de mi cintura, vería a Rocío, vestida igual que como la vi hace poco más de una hora en Cangrejales. Tampoco pensé que ella ingresaría a mi habitación y tomaría la iniciativa.
Es algo frecuente en quienes no tuvimos suerte en el amor, cuando las chances se tornan a nuestro favor nos cuesta comprenderlo, creerlo, por eso, quedé congelado cuando los labios de Rocío se conectaron a los míos en un acalorado beso.
La mujer fue como la ola que rompe contra una gruta, capaz de erosionar hasta la roca más antigua, apasionada y directa, el beso tuvo todo lo que un hombre desea en uno, labios que se atenazaban a los míos con precisión querúbica, una lengua inquieta que me exploró a sus anchas y el perfume y el sabor embriagante de su saliva, como supuse, nuestros cuerpos juntos me provocaron una explosión hormonal.
- ¿No era esto lo que querías? – Me desafió mirándome a los ojos, los suyos refulgían de pasión y no podía comprender como era que el sueño se estaba volviendo realidad ¿Me había resbalado en la ducha y estaba teniendo una hermosa pero cruel fantasía?
Fantasía o no, la tomé de las mejillas y retomé el beso apasionado. Sus manos se enlazaron a mi espalda, rastrillaron mi piel bronceada mientras sentía el exquisito perfume de su cuerpo, tenía un olor dulzón a cansancio, verano y piel quemada, si su aroma tuviera nombre de perfume sería “amor de verano.”
No tardé en darme cuenta de lo que ocurría y fui por más… despojándola de la remera holgada, casi como su segunda piel por llevarla todo el día, luego de su pequeño bikini floreada, aquella que se notaba apenas por debajo de la blanca y gastada remera. Ver sus tetas al desnudo fue el éxtasis. Tenían el triángulo de piel blanca sagrado como la pirámide iluminati, sus pezones claros, casi del color del seno, eran como los ojos en el centro del símbolo oscurantista.
Rocío me obsequió el primer gemido nocturno cuando contra la puerta, comencé a besuquearme con sus pezones en forma de copito, endurecidos y respingones por el descontrolado accionar de mi boca sobre ellos, los besaba, los lamia y por, sobre todo, los apretujaba y succionaba como un infante de talla descomunal.
Con mis manos aferré ambos pechos y los masajeé mientras los llenaba de besos y me frotaba entre ellos, la redondez que tenían invitaba a atenderlos mil formas posibles.
Mientras hacía regresión a mi más tierna infancia con sus pechos, una de las manos de ella se metía por debajo de mi toalla y de repente se me escaparon todas las metáforas, todos los paralelismos y palabras poéticas, lo único poético a mi criterio era Alejandro Sanz y una estrofa que decía: “Alguien ha bordado tu cuerpo con hilos de mi ansiedad. De cinturón tus piernas cruzadas, de mi espalda un reloj donde tus dedos son las agujas que dan cuerda a este motor. Que es la fuerza del corazón.”
Rocío mitigó la dulzura del momento empujándome a la cama, donde sin siquiera vislumbrar mis partes pudendas, se las llevó a la boca y vi esa cabellera tumultuosa subir y bajar a un ritmo perfecto. No tardé en tomarla de los pelos para manipularla, acariciarla, sentir su cuero cabelludo entre mis dedos, en más de una de mis fantasías masturbatorias la tomaba de los pelos y no iba a dejar pasar la oportunidad.
Era increíble cómo no había palabras de por medio, solo la canción en loop dándole ritmo a nuestros actos y el sonido húmedo de su boca dándome placer, lamiendo cada lado de mi tronco y degustando hasta mis dos frutos de hombre. Cuando clavó su vista en mis ojos por poco siento un infarto, verla allí debajo con mis testículos contra su boca siendo masajeados por su lengua y nariz era un espectáculo que nunca creí que viviría en primera fila.
- Mmm recién bañadito, llegue justo para el postre. – Rompió el silencio, el verbal lamiendo desde los huevos hasta el glande, que se metió en la boca y acaricio con la lengua.
- Vení, con toda la propina que te deje también quiero mi postre servido.
Rocío se quitó la malla mientras le daba los últimos sorbos a mi pene dejándolo a tope de sus capacidades. Acto seguido, se posicionó sobre mí para llevar a cabo al inmejorable 69, donde pude ver en primer plano su tanga floreada metida entre sus cantos, apenas ocultando las líneas radiales que emergían de su asterisco y sus labios vaginales. Aunque me pensaba comer todo, empecé por el fruto de mar, rebosante de ingredientes y sabores preparados durante todo el día, yo tan bañado y ella tan auténtica, no había comparación…
Le pase la lengua probando la primera capa de su sexo, la más superficial, conformada por traspiración, flujo y algún que otro condimento. Tras darle un servicio de limpieza casi felino, me hundí en su corte salmón, tan propio de su fuente de trabajo relacionada a los frutos de mar. De no ser porque en ningún momento había dejado de abrazar mi pene con su boca, sus gemidos hubieran sido un coro perfecto para la canción que nos acompañaba.
Tenía una vagina que no había crecido 10 años, quizás solo 5, de labios pequeños y cerrados, depilada tan al ras que daba la ilusión de que nada había germinado allí aún, era un desafío a mi moral semejante vagina púber en ese cuerpo de mujer, besarla y lamerla, era más bien una caricia a mi lengua, cuando recorría su interior rosado, juro que sentí que me devolvía la lamida.
Ayudándome con una mano, separé sus delicados labios, del centro, ya empezaba a chorrear su delicioso jugo, al que capturé con mis labios y lengua para degustarlo como si fuera miel. Abordé cada hemisferio de su vagina, desde el orificio rosado hasta su pequeño clítoris, difícil de encontrar ya que estaba bien protegido por un pequeño capuchón de carne. Una vez a la vista, lo succioné como si de un pezón en miniatura se tratase, ahogándolo en saliva para provocar un sonido de chapoteo tan guarro como estimulante.
Y es que con todo el empeño que ella le estaba poniendo a la felación, no podía ser menos. Con una de sus hábiles manos me masajeaba los testículos mientras su boca no dejaba de subir y bajar estirándome el cuerito de una forma tan placentera que volver a la mano en el futuro sería un insulto a mi falo.
Aprovechando que tenía Rocío tenía la boca ocupada, pase al siguiente plato. Posicioné mis manos en sus nalgas y las separé para admirarle el ano poco antes de atacar el punto donde todas las líneas convergían con mi lengua, degustando su sabor más exótico.
- Aaah, ah, uummh, sí, dale, comete todo, cómeme toda… - Dejó escapar antes de hundirse entre mis piernas, para mi sorpresa, imitó mi gesto y también me mandó lengua donde nunca me dio el sol. E romanticismo miró para otro lado mientras ambos nos comíamos los culos como posesos. Por mi parte le saque brillo a cada arruga del suyo y le deje una laguna de saliva en el centro, casi que parecía más blanco de tanto lamerlo. Ella, al abrir mis piernas, no se amedrento y atacó mi culo llegando más lejos que nada ni nadie. Mi culo era sagrado y ella en cuestión de segundos lo había expugnado con su lengua y labios, al igual que yo, lo besaba como si de una segunda boca se tratase.
Nos mantuvimos entrelazados, uniendo nuestros sistemas digestivos como en una película morbosa por varios minutos, frotando nuestras bocas y narices contra los sitios más recónditos de nuestros cuerpos. En un momento nos despegamos y Rocío tomó las riendas de todo como no podía ser de otra manera, posicionando sobre mí, froto su vulva húmeda con mi glande… vi como una gota ardiente de su vagina cayó sobre mi glande, como atraída por él.
- Perdón Felipe, todo muy lindo como me comiste, pero mañana trabajo…
- Facu, Facundo. – La corregí con cierto tartamudeo. Tenía la boca rebosante de sabores que quería que me acompañasen hasta la tumba.
- Bueno, Facu. Ahí voy. – Me dijo e hizo el truco de magia más bello, hizo desaparecer mi hombría en su vientre hasta que hice tope, lo estaba haciendo, Rocío y yo, yo y Rocío… simplemente no podía comprender mi fortuna, ni en mis fantasías más optimistas pensé que ese viaje relámpago a Pehuen-Có iba a tener semejante desenlace.
- Ah, aah, aah, dale, menéate, menéate ¿No es lo que siempre soñaste? ¿cogerme toda bobito? Dale, dale, ah, ah, ah... - Se desató levantando ambos brazos enseñándome unas axilas pulcras y brillantes. Antes de reaccionar y moverme a la par de ella, admiré como se tomaba de los pelos despeinándose mientras se mordía el labio gozando de mi como no sabía que alguien podía gozar.
La castaña comenzó a agitarse sobre mí, sus tetas se balancearon al unísono hasta que las capture al vuelo, masajeándolas hasta sentir sus pezones endurecerse en mis palmas, las pecas de sus hombros se volvieron un borrón a medida que la mujer aumentaba la velocidad… por un momento, sentí que el chiquillo enamorado que alentó toda la aventura desde mi interior miró hacia otro lado, la imagen idealizada que tenía de Rocío se hizo añicos, allí estaba ella, mi primer amor, el único que perduro en el tiempo, cabalgándome con los ojos cerrados, gimiendo desenfrenada, con sus cabellos meciéndose como en un vendaval.
Entre la chiquilla que coleccionaba criaturillas en la playa hasta esa mujer capaz de cabalgarme había un abismo, en cierta forma yo no había crecido nada y ella creció todo. Con el correr de los minutos nos acariciamos, nos miramos y nos dimos unos besos bien salvajones, de esos que salpican como las olas. Mi pene no dejaba de abrirse paso hacia su interior como si quisiera ensanchar su sexo, derribar el tope húmedo y ardiente que encontraba para ir más allá.
Le apoyé las manos en las caderas con tanta fuerza que sonaron como una bofetada, Rocío puso sus piernas en posición de rana y literalmente, me hundió a sentones. El colchón le rezó a su Dios para resistir la enjundia de esa joven qué, aunque tenía cintura de avispa, tenía una cadera poderosa y caía en mi con una velocidad irresistible. Aferrada a mi cuerpo, se columpiaba sin darme un descanso, demostrándome que no había perdido el tiempo en los últimos años, se sabía todos los trucos, era una aventurera sin miedo a heredar el mundo y me estaba sacando lustre de la velocidad que llevaba.
- Dale, Facu, correte, correte en mi como tanto querías, tontito enamorado, dale… - Me dijo al oído mientras la abrazaba. Sus cabellos castaños hicieron de telón y me ocultaron la habitación del hotel, en mi interior me debatía si hacerle caso o no… eyacular era ponerle punto final a una historia que quería mantener vivía por siempre.
En un nuevo beso que no supe que sería el último, cedí a sus intenciones y dejé salir todo mi amor directo a su interior, sin reparos ni miramientos, me corrí hasta la última gota de forma extensa y compulsiva en su vagina. Rocío, sin más preámbulos, levanto su cadera hasta que mi saciado pene se liberó de su cálido abrazo y un pequeño chorrito de esperma lo baño como crema de pastelería.
Debo admitir que en ese momento no me había dado cuenta de la gravedad de nuestro acto. Me había corrido adentro, todo el amor que tuve que ofrecer terminó en su útero, sin dudas debía de contar con anticonceptivos como la pastilla del día después o tendría que buscar un terreno accesible en la ciudad balneario… no era una perspectiva que me desagradara tanto.
Ella sin darme tiempo a reaccionar se acomodó el pelo y se dispuso a abandonar la cama casi de inmediato, agachándose para tomar sus prendas.
- ¿No te quedas un rato más? – Propuse esperanzado con una noche de pasión desenfrenada. ¿Qué era una trasnochada para unos jóvenes como nosotros? ¿Podía abandonarse semejante cuerpo a su suerte sin intentar reclamarlo de nuevo?
- Mañana tengo trabajo, Facu. No puedo quedarme más. – Dictaminó tajante.
- ¿Te puedo volver a ver mañana? Si por mi fuera te llevaría conmigo a…
Rocío dejó escapar una risita mientras se acomodaba la tanga floreada.
- No me conoces, Facu. Ya cumpliste tu fantasía, me tuviste una noche para vos solito, no pidas más que bastante te di.
- Rocío, la pasamos muy bien ¿No da como para repetirlo? Puedo volver cada año y…
La castaña se acercó a mí y puso un dedo en mis labios exigiendo silencio: - Volve a tu ciudad y no regreses. Que esta noche para vos sea única, te informo que para mí es cosa de todos los días. – Me dijo y de repente, descubrí que estaba desnudo, indefenso, frío, solo…
- ¿Quéres más propina? ¿Qué sea en un mejor lugar? ¿Hice algo mal? – Dije y supe de inmediato que eran brazadas de ahogado, desesperación ahogada en el oleaje.
La vi terminar de cambiarse, ponerse el brasier, acomodarse los pelos apenas y pasar a baño donde no se molestó en cerrar la puerta. Yo me quede ahí acostado, como un gps en un trompo, recalculando eternamente.
- No te compliques lindo, no soy la chica que pensás. – Dijo a modo de despedida, por fin. - Vos querés ser la estrella de mi colección, único, irrepetible, no quiero ser mala, no lo digo de cruel, en realidad nunca quise una estrella para mí, tengo montones de cangrejitos queriendo alcanzarme, esperando un turno, considérate con suerte de que me tuviste al día.
Así sin más, Rocío se fue de mi vida para siempre, dejó un desastre en mi alma más grande que cuando llegó. Como esos héroes (y villanos) de ficción que hacen explotar algo, caminó hacia el frente indomable, sin dar la vuelta para ver el desastre que dejó, yo era esa explosión que no lograba captar su atención. Entendiendo de a poco, de a cuentagotas que era una pieza más de su innumerable colección y no su mayor tesoro, y que nunca lo sería, la deje ir, con mi ego cometiendo suicidio, con mi memoria quebrándose como el cristal, la deje ir para nunca más volverla a ver. Rocío, de nombre tan suave, de accionar tan embravecido.
Sin pegar un ojo, pagué lo que me correspondía pagar y empecé el camino de vuelta en mi auto rumbo a mi ciudad, sintiéndome más derrotado que triunfal, sabiendo qué, con el tiempo, sabría apreciar su sinceridad demoledora y su tierno gesto dadivoso hacia mí, que no era nadie, que no era nada ni para ella ni para ninguna. Rocío no me debía nada y, aun así, me había dado todo, pero solo por una noche. Fui egoísta al pensar que podía tenerla para mí como si las mujeres de verdad como ella pudieran coleccionarse.
Rocío jugueteó conmigo y supo que mi empaque decía descartable, como el de tantos otros que la disfrutaban, caí en su juego y tenía que estar agradecido por pasar por sus manos, por sus labios, su cuerpo… Rocío… su nombre sagrado, parecía agigantarse en el pedestal en que lo puse. ¿Cuántas víctimas habrían caído ante la ilusión de poseerte? ¿Cuántos ilusos te vieron y pensaron que podrían domarte?
Sin poder contener el llanto, estacioné en la banquina en un sitio seguro, dónde no pudieran chocarme la horda de citadinos en pleno éxodo. Con las ventanillas cerradas para que nadie escuche mis lamentos, comencé a descargar mi furia contra el volante y el asiento vacío de al lado a puñetazo limpio, haciendo sonar la bocina accidentalmente. Me desquité hasta que perdí el aliento mientras Alejandro Sanz le ponía el soundtrack justo a mi vida:
“Ella se desliza y me atropella y aunque a veces no me importe, sé que el día que la pierda volveré a sufrir. Por ella, que aparece y que se esconde, que se marcha y que se queda. Que es pregunta y es respuesta, que es mi oscuridad, mi estrella. Ella me peina el alma y me la enreda, va conmigo, pero no sé dónde va. Mi rival, mi compañera. Que está tan dentro de mi vida y a la vez está tan fuera…”
Gracias por leer! Si te gusto podes regalarme unos puntitos y comentarme que te pareció, de nuevo, gracias!
Sepan disculpar los que esperan las continuaciones de “A Serena le Gustan Mayores” y “Hermana Otaku. 3era Temporada Capítulo 3” están ambos arrancados, muy avanzados, es que me parecía propicio cazar al vuelo estas ideas que quería contar y contarlas antes de que se me escapen. No saben la de ideas que se pierden por no escribirlas en el momento, espero que lo disfruten y sepan entender. Gracias por leerme y tenerme la paciencia que me tienen.
La modelo que elegí es conocida con el nombre de Amelie en Mpl Studios y Femjoy. También figura como Yuliya en otros estudios como Amour Angels. Es de nacionalidad rusa (¿casualidad? ¡No lo creo!) y nacida en un 17 de Enero de 1991 (aclaro para que no rompan las bolas con la edad, es plana, no menor)
Siempre se vuelve a dónde uno fue feliz. Aunque tardé más de 10 años, regresé a las playas de aguas cálidas de Pehuen-Có recibido por su murmullo perpetuo, sintiendo en mis pies caricias de espuma que me pusieron la piel puntuada.
Cuando el nivel del mar descendía, se veían secciones rocosas tapizadas de afilados mejillones, verdaderas trampas para quienes se metían sin conocer esas playas con la marea alta, ignorando que podía cortarse con una roca o hundirse en un hueco, ni hablar si se zambullían allí o las olas los empujaban contra el colchón de mejillones. Para mí, fue en esa parte de la playa donde supe que estaba enamorado.
Fue a mis tiernos 15 años que pise sus arenas cálidas por última vez, observado por dunas moteadas de verdes tamariscos, laberintos naturales de mi infancia donde con mis primos vivimos más de una aventura antes de despedir nuestras infancias. Fue en solitario que supe que ese lugar tenía algo especial, algo más que sus aguas cálidas, sus tamariscos, más que sus noches dominadas por grillos, más que sus zonas rocosas donde aún se encontraban organismos marinos.
Descubierta por Charles Darwin en 1832, la ciudad balnearia atraía mi lado más científico como si fuera un imán para los que encontraban la naturaleza fascinante. En ese entonces, a solas, mi curiosidad científica no había sido aplacada por el rigor de la vida adulta y aún me pedía maravillarme con las pequeñas alimañas que buscaban refugio entre los pedruscos que quedaban desnudos al bajar la marea.
Buscando entre las lagunas, ya sea cangrejos, estrellas de mar, caracolas o anémonas, noté que no estaba solo buscando tesoros aquella mañana soleada… una silueta delgada me tapó la luz de una laguna donde un cangrejo ignoraba que su camuflaje no había impedido que lo encontrara.
Ella observaba abajo al mismo cangrejo, al notar mi presencia, me observó con unos enormes ojos azules. Su cabello castaño, desprolijo y alborotado era mecido hacia un lado por el viento. Las pecas eran las últimas pinceladas del artista que pinto el lienzo de su piel, dejando su insignia tanto en sus mejillas como su hombro, su pecho… su pecho, quizás estrenando uno de sus primeros brasiers, y debajo, un short de jean. Aún en mi inexperiencia supe que debía alzar la vista y dejar de ver su cuerpo en desarrollo.
Por la cercanía sentí el olor de su piel, olía a protector solar y agua de mar. Supe aún a mis tiernos 15 años, más tiernos que los 15 de la inmensa mayoría, que esa joven contemporánea a mi generación me gustaba en demasía.
No supe como iniciar conversación a pesar de tener uno o dos inviernos más. No supe cómo reaccionar ante los latidos de mi pecho. Era tan solo un tonto citadino vacacionando, mi perspectiva inmediata era jugar un árcade con mis primos, no caer en las garras del amor a tan temprana edad.
- ¿Lo vas a agarrar? – Rompió el silencio provocándome una descarga eléctrica por toda la médula. – Al cangrejo. – Se apresuró a agregar al ver que había quedado tildado.
- Eh, no… prefiero dejarlos en paz. – Dije carraspeando. – Se mueren si los sacas de su hábitat.
- ¿No me lo agarras para mí? – Me pidió y noté qué, a su lado, tenía un pequeño recipiente con varios cangrejos vivos intentando encontrar asidero en la superficie de plástico. Estaban amontonados, con poca agua, intentando trepar unos sobre otros para salir. Era un holocausto de cangrejos y por primera vez, me importó un comino.
- Eh, claro. – Accedí, y tras tomar al invertebrado, lo lleve al tupper donde se encontraría con sus aterrorizados pares.
Sin decir adiós, sin siquiera agradecerme, la joven de cabellos castaños se marchaba cuando el llamado de sus padres quebraba el momento. Respondía al llamado de Rocío. Antes de verla volteando por completo, tuve una idea milagrosa.
- ¡Espera! – Dije casi en tono de súplica, llamando su atención. Curiosa, en silencio, espero mi jugada.
Del bolsillo de mi malla, dentro de una bolsa de pipas (semillas de girasol tostado que se venden como golosina), saque mi mejor tesoro, el único habitante de ese bioma que considere tan valioso como para arrancar de su lugar y sumarlo a mi desconsiderada colección: una estrella de mar ofiura.
- ¿Es venenosa? – Se alarmó cuando emergió de la bolsa. Caí en la cuenta al dejar al animalillo en sus manos, que a lo que los muchachos nos suele parecer fascinante, a las jovencitas les puede resultar desagradable, las estrellas de mar ofiura, de cuerpos circulares y brazos delgados como serpientes, bien podían generarle rechazo.
- Eh, no…
- ¿Siempre decís Eh? - Me remarcó con crueldad aceptando mi ofrenda a su belleza. – Gracias, dijo por fin. – Acto seguido, respondió a un segundo llamado de sus padres alzando una mano, dejándolos tranquilos de que todo estaba bien. Quizás les parecí más alto de lo normal, quizás a la distancia lucia como un muchacho sospechoso, si supieran que sentía los primeros síntomas del enamoramiento precoz y era tonto como una piedra.
- ¿Cómo te llamas? – Me preguntó sin que supiera en ese entonces, que no volvería a escuchar su voz.
- Facundo. Me podés decir Facu si quer… - Sin embargo, presurosa, tras saber mi nombre no se molestó en repetirlo para recordarlo, respondiendo al llamado de sus padres, alejó su cuerpo de niña al trote, chapoteando sus pies entre los charcos, sin saber que mis ojos se le quedaron mirando hasta que llegó a sus padres y les enseño tanto el cementerio de cangrejos como la ofiura.
Ahora que regresaba a la misma playa, las mismas rocas, la misma arena testigo de nuestros pasos encontrados, me reencontraban con 25 años a cuestas, incrédulo a las leyendas de hilos rojos o la fuerza del corazón que une a las personas, supe, sin embargo, que la volvería a encontrar si seguía las migas de pan de mis recuerdos plantadas en toda la playa y otros sitios de la ciudad.
Recorrí las arenas dónde cada metro cuadrado desembocaba en un recuerdo, era un campo minado que quedó de una guerra en mi adolescencia. Como cuando mi primo menor me llenó el improvisado arco de goles por estar mirándola a la distancia, como cuando mi tía me pescó en mi reposera observándola juguetear con las olas y me cargó clavándome un puñal: “¿Ya hiciste novia?”
Cuando ya casi dejaba la ciudad balnearia, descubrí que ella no era un turista más, sino la hija de los encargados de un humilde restaurant de comida de mar llamado “Cangrejales” ubicado en el epicentro del balneario.
Decidido a no darle más vueltas, dejé la playa y subí por las escalinatas de maderos rumbo al centro, casi toda la playa estaba rodeada por murallas de arena. Tenía varias cuadras arenosas por recorrer, caminé cada una de ellas con el corazón en la mano, con la esperanza de volverla a ver en el mismo lugar, en Cangrejales, el restaurant al final de la avenida Brown, el humilde centro de Pehuen-Có. Algo me guiaba, era un sabueso siguiendo un rastro que dos lustros no pudieron borrar, sino estaba allí, todo el viaje habría perdido el sentido para mí.
Por suerte, el lugar había encontrado refugio a las crisis y se mantenía impoluto, con la misma decoración gastada con temática marítima. Las mismas mesas de roble, por las que pase la mano sintiendo su aspereza. Hasta recordaba los servilleteros con forma de ancla frente a mí. Sentado, aguarde porque alguien me diera el menú de desayuno. Había poca gente, la mayoría aprovechaba la cálida mañana para disfrutar del mar, sin embargo, allí estaba yo, pispiando a ver si veía una cabellera castaña revoltosa como un huracán moviéndose tras bambalinas. Ahora, a diferencia de hace 10 años, trabajaban de corrido y tenían menú de desayuno y merienda.
Nunca imaginé que no estaría frente a mí, sino detrás… la puerta de cristal de Cangrejales se abrió y ella regreso a mi vista, a mi vida, haciéndome delirar con solo verla. Cargaba una caja de utensilios descartables vistiendo una remera gastada y una malla floreada… era ella, Rocío, la eterna Rocío pasaba ante mi sin saber que era aquel muchacho que le obsequió una estrella ¿y cómo lo sabría? El tiempo había sido más generoso con ella que conmigo, el tiempo me había cobrado una tarifa más alta y no tenía una silueta envidiable como ella.
Al pasar, lleve mi mano al borde de la mesa para que rozara la suya y Rocío lo notó. Me clavó sus hermosos ojos azules sorprendida por mi osadía: - ¿Está atendido? – Me preguntó presurosa, dejando la caja sobre una mesa contigua.
Hice silencio mientras la observaba. Su silueta era la misma solo que más grande, inconfundible tenía una cinturita de avispa que desafiaba las leyes de la física dado que sostenía dos grandes y redondos senos, debajo de sus caderas abruptas, piernas desnudas torneadas, un bronceado uniforme y el mismo precioso cabello rebelde como el mar cuando se pica la volvían mi droga personal, manufacturada a mi medida. Me gustaba en cada fibra de mi ser, a nivel químico mis células bullían ante su proximidad, no sabía que ocurría si nos mezclábamos e igual lo iba a intentar.
- Eh, podría decirse que no.
- O es sí, o es no. Perdón, mi papá siempre dice, el cliente siempre tiene la razón y…– Me respondió impaciente hasta que le deje en la mesa, a su alcance, una pequeña foto que tomó con extrañeza. Era una fotografía de una ofiura, la pequeña estrella de mar que le obsequie cuando en nuestro primer encuentro.
- Fue hace 10 años, no me ofendo si no te acordás.
- ¿Federico? – Probó a su memoria con una sonrisa. Al menos el reencuentro parecía despertar su curiosidad. Mi mayor temor, después del de que haya emigrado a otras partes o que el restaurant ya no existiera, era que sintiera mi presencia como una amenaza y terminara rociado con gas pimienta.
- No.
- ¿Fernando?
- Tampoco.
- Era algo así como Fabi, creo…
- Era con “F”, Facundo. – Me presente por fin. - ¿Cómo estás, Rocío?
- Fueron dos segundos hace bocha de años y te acordás ¿Por qué? – Preguntó como si ignorara la clase de mujer que era, de las que no se olvidan jamás. - ¿No serás un psicópata no?
Con la mirada, le indique que diera vuelta la foto. Allí clavó sus ojazos en mi anotación, le indicaba el hotel donde me hospedaba y la habitación. Para mi fortuna, su sonrisa no hizo más que acentuarse. La consideré una jugada riesgosa, no todas encuentran a las directas atractivas.
- ¿Vas a pedir un café o algo? – Cambió de tema provocándome un vuelco.
- Si me visitas te pido hasta una cazuela de mariscos. – Le dije.
- A esta hora esperala sentado, no está en el menú mañanero... Sobre esto… - Ensañándome el reverso de la tarjeta. - Estamos en temporada Facu, tengo que trabajar hasta tarde, es el precio por rascarme todo el año viste, estos días no tengo ni tiempo para nada…
- Soy paciente, puedo esperar a la hora que sea, el día que sea.
- ¡Se nota que sos paciente, te esperaste diez años para volver! – Me dijo sonriendo algo sonrojada. Sus labios hacían un hoyuelo en sus mejillas. Cada indicio que me daba avivaba la llama de mi esperanza. La notaba más que interesada, el chiquillo feliz que la conoció hace 10 años festejaba como si hubiera ganado un mundial.
- Un café con leche y dos medialunas no estaría mal para esperar tu respuesta. – Insistí, negando la existencia de cualquier negativa, sin dejarle tiempo a que formulara un “no”.
Rocío dio la vuelta y me dejo ver la imagen que más se me había quedado plasmada en mi memoria. Que generoso había sido el paso del tiempo con sus curvas, que agradecida al padre tiempo debía de estar esa malla o cualquier atuendo que eligiera para ocultar sus posaderas. Incluso, disparó un recuerdo olvidado, cuando la veía corretear aquella lejana mañana por primera vez, solía acomodarse sin reparos la parte de atrás de la malla de jean, su versión adulta tenía el mismo tic juvenil, ni su ropa podía resistirse a pegarse a ella.
Mi pedido no tardó en llegar. “Disfrutalo, Facu.” me dijo antes de volver a sus quehaceres derritiéndome como si me volcaran lava directo al corazón. Nunca tarde tanto en comer dos medialunas y tomar un café. Me encantaba verla atendiendo, derrochando belleza en cada mesa, dejando una estela de sensualidad palpable que mantenía latiendo el corazón de ese restaurante olvidado por los dioses.
Mi propina, generosa, por cierto, fue dejada en su mano junto con el precio del desayuno. Para mi desgracia, no obtuve mi respuesta, tan solo un cálido saludo. Tampoco me dijo si ingresaríamos juntos al hotel en el almuerzo, tampoco en la cena. Sin dudas estaba trabajando a toda máquina y una Diosa no tiene tiempo para atender a cada mortal implorando atención. Con el correr de las horas veía sus ánimos desplomarse, su cuerpo agotarse, como implorando una pausa, antes de marcharme cerca de las once, le deje la tercer propina del día y la despedí confiando en que reconsideraría mi propuesta si regresaba una, y otra, y otra, y otra, y otra vez, como esa canción que nos genera adicción y no podemos dejar de escuchar.
A solas en mi cuarto de hotel no pude evitar mi algarabía por haberla encontrado y haberla visto casi todo el día, viendo su figura yendo y viniendo, desparramando simpatía entre mesa y mesa. Puse “La fuerza del corazón” de Alejandro Sanz en mi móvil a pesar de considerarme rockero de pura cepa, no paré de canturrearla con mi voz espantosa mientras me daba un baño de agua caliente y me empezaba a doler el rostro de tanto sonreír y gesticular. Simplemente no podía encontrar el interruptor de mi felicidad para darle un descaso.
- Y es la fuerza que te lleva, que te empuja y que te llena, que te arrastra y que te acerca a Dios. Es un sentimiento casi una obsesión, si la fuerza es del corazón… - Cantaba mientras secaba mi cuerpo, decente aunque nada envidiable tampoco.
Estaba frente al espejo empañado, desnudo, limpiando mis dientes cuando escuche golpes en la puerta. En mi ingenuidad, creí que podían ser vecinos quejándose por el volumen de la canción en loop, al no ser un hombre afortunado, no consideré que, al abrir la puerta, con la toalla puesta a mitad de mi cintura, vería a Rocío, vestida igual que como la vi hace poco más de una hora en Cangrejales. Tampoco pensé que ella ingresaría a mi habitación y tomaría la iniciativa.
Es algo frecuente en quienes no tuvimos suerte en el amor, cuando las chances se tornan a nuestro favor nos cuesta comprenderlo, creerlo, por eso, quedé congelado cuando los labios de Rocío se conectaron a los míos en un acalorado beso.
La mujer fue como la ola que rompe contra una gruta, capaz de erosionar hasta la roca más antigua, apasionada y directa, el beso tuvo todo lo que un hombre desea en uno, labios que se atenazaban a los míos con precisión querúbica, una lengua inquieta que me exploró a sus anchas y el perfume y el sabor embriagante de su saliva, como supuse, nuestros cuerpos juntos me provocaron una explosión hormonal.
- ¿No era esto lo que querías? – Me desafió mirándome a los ojos, los suyos refulgían de pasión y no podía comprender como era que el sueño se estaba volviendo realidad ¿Me había resbalado en la ducha y estaba teniendo una hermosa pero cruel fantasía?
Fantasía o no, la tomé de las mejillas y retomé el beso apasionado. Sus manos se enlazaron a mi espalda, rastrillaron mi piel bronceada mientras sentía el exquisito perfume de su cuerpo, tenía un olor dulzón a cansancio, verano y piel quemada, si su aroma tuviera nombre de perfume sería “amor de verano.”
No tardé en darme cuenta de lo que ocurría y fui por más… despojándola de la remera holgada, casi como su segunda piel por llevarla todo el día, luego de su pequeño bikini floreada, aquella que se notaba apenas por debajo de la blanca y gastada remera. Ver sus tetas al desnudo fue el éxtasis. Tenían el triángulo de piel blanca sagrado como la pirámide iluminati, sus pezones claros, casi del color del seno, eran como los ojos en el centro del símbolo oscurantista.
Rocío me obsequió el primer gemido nocturno cuando contra la puerta, comencé a besuquearme con sus pezones en forma de copito, endurecidos y respingones por el descontrolado accionar de mi boca sobre ellos, los besaba, los lamia y por, sobre todo, los apretujaba y succionaba como un infante de talla descomunal.
Con mis manos aferré ambos pechos y los masajeé mientras los llenaba de besos y me frotaba entre ellos, la redondez que tenían invitaba a atenderlos mil formas posibles.
Mientras hacía regresión a mi más tierna infancia con sus pechos, una de las manos de ella se metía por debajo de mi toalla y de repente se me escaparon todas las metáforas, todos los paralelismos y palabras poéticas, lo único poético a mi criterio era Alejandro Sanz y una estrofa que decía: “Alguien ha bordado tu cuerpo con hilos de mi ansiedad. De cinturón tus piernas cruzadas, de mi espalda un reloj donde tus dedos son las agujas que dan cuerda a este motor. Que es la fuerza del corazón.”
Rocío mitigó la dulzura del momento empujándome a la cama, donde sin siquiera vislumbrar mis partes pudendas, se las llevó a la boca y vi esa cabellera tumultuosa subir y bajar a un ritmo perfecto. No tardé en tomarla de los pelos para manipularla, acariciarla, sentir su cuero cabelludo entre mis dedos, en más de una de mis fantasías masturbatorias la tomaba de los pelos y no iba a dejar pasar la oportunidad.
Era increíble cómo no había palabras de por medio, solo la canción en loop dándole ritmo a nuestros actos y el sonido húmedo de su boca dándome placer, lamiendo cada lado de mi tronco y degustando hasta mis dos frutos de hombre. Cuando clavó su vista en mis ojos por poco siento un infarto, verla allí debajo con mis testículos contra su boca siendo masajeados por su lengua y nariz era un espectáculo que nunca creí que viviría en primera fila.
- Mmm recién bañadito, llegue justo para el postre. – Rompió el silencio, el verbal lamiendo desde los huevos hasta el glande, que se metió en la boca y acaricio con la lengua.
- Vení, con toda la propina que te deje también quiero mi postre servido.
Rocío se quitó la malla mientras le daba los últimos sorbos a mi pene dejándolo a tope de sus capacidades. Acto seguido, se posicionó sobre mí para llevar a cabo al inmejorable 69, donde pude ver en primer plano su tanga floreada metida entre sus cantos, apenas ocultando las líneas radiales que emergían de su asterisco y sus labios vaginales. Aunque me pensaba comer todo, empecé por el fruto de mar, rebosante de ingredientes y sabores preparados durante todo el día, yo tan bañado y ella tan auténtica, no había comparación…
Le pase la lengua probando la primera capa de su sexo, la más superficial, conformada por traspiración, flujo y algún que otro condimento. Tras darle un servicio de limpieza casi felino, me hundí en su corte salmón, tan propio de su fuente de trabajo relacionada a los frutos de mar. De no ser porque en ningún momento había dejado de abrazar mi pene con su boca, sus gemidos hubieran sido un coro perfecto para la canción que nos acompañaba.
Tenía una vagina que no había crecido 10 años, quizás solo 5, de labios pequeños y cerrados, depilada tan al ras que daba la ilusión de que nada había germinado allí aún, era un desafío a mi moral semejante vagina púber en ese cuerpo de mujer, besarla y lamerla, era más bien una caricia a mi lengua, cuando recorría su interior rosado, juro que sentí que me devolvía la lamida.
Ayudándome con una mano, separé sus delicados labios, del centro, ya empezaba a chorrear su delicioso jugo, al que capturé con mis labios y lengua para degustarlo como si fuera miel. Abordé cada hemisferio de su vagina, desde el orificio rosado hasta su pequeño clítoris, difícil de encontrar ya que estaba bien protegido por un pequeño capuchón de carne. Una vez a la vista, lo succioné como si de un pezón en miniatura se tratase, ahogándolo en saliva para provocar un sonido de chapoteo tan guarro como estimulante.
Y es que con todo el empeño que ella le estaba poniendo a la felación, no podía ser menos. Con una de sus hábiles manos me masajeaba los testículos mientras su boca no dejaba de subir y bajar estirándome el cuerito de una forma tan placentera que volver a la mano en el futuro sería un insulto a mi falo.
Aprovechando que tenía Rocío tenía la boca ocupada, pase al siguiente plato. Posicioné mis manos en sus nalgas y las separé para admirarle el ano poco antes de atacar el punto donde todas las líneas convergían con mi lengua, degustando su sabor más exótico.
- Aaah, ah, uummh, sí, dale, comete todo, cómeme toda… - Dejó escapar antes de hundirse entre mis piernas, para mi sorpresa, imitó mi gesto y también me mandó lengua donde nunca me dio el sol. E romanticismo miró para otro lado mientras ambos nos comíamos los culos como posesos. Por mi parte le saque brillo a cada arruga del suyo y le deje una laguna de saliva en el centro, casi que parecía más blanco de tanto lamerlo. Ella, al abrir mis piernas, no se amedrento y atacó mi culo llegando más lejos que nada ni nadie. Mi culo era sagrado y ella en cuestión de segundos lo había expugnado con su lengua y labios, al igual que yo, lo besaba como si de una segunda boca se tratase.
Nos mantuvimos entrelazados, uniendo nuestros sistemas digestivos como en una película morbosa por varios minutos, frotando nuestras bocas y narices contra los sitios más recónditos de nuestros cuerpos. En un momento nos despegamos y Rocío tomó las riendas de todo como no podía ser de otra manera, posicionando sobre mí, froto su vulva húmeda con mi glande… vi como una gota ardiente de su vagina cayó sobre mi glande, como atraída por él.
- Perdón Felipe, todo muy lindo como me comiste, pero mañana trabajo…
- Facu, Facundo. – La corregí con cierto tartamudeo. Tenía la boca rebosante de sabores que quería que me acompañasen hasta la tumba.
- Bueno, Facu. Ahí voy. – Me dijo e hizo el truco de magia más bello, hizo desaparecer mi hombría en su vientre hasta que hice tope, lo estaba haciendo, Rocío y yo, yo y Rocío… simplemente no podía comprender mi fortuna, ni en mis fantasías más optimistas pensé que ese viaje relámpago a Pehuen-Có iba a tener semejante desenlace.
- Ah, aah, aah, dale, menéate, menéate ¿No es lo que siempre soñaste? ¿cogerme toda bobito? Dale, dale, ah, ah, ah... - Se desató levantando ambos brazos enseñándome unas axilas pulcras y brillantes. Antes de reaccionar y moverme a la par de ella, admiré como se tomaba de los pelos despeinándose mientras se mordía el labio gozando de mi como no sabía que alguien podía gozar.
La castaña comenzó a agitarse sobre mí, sus tetas se balancearon al unísono hasta que las capture al vuelo, masajeándolas hasta sentir sus pezones endurecerse en mis palmas, las pecas de sus hombros se volvieron un borrón a medida que la mujer aumentaba la velocidad… por un momento, sentí que el chiquillo enamorado que alentó toda la aventura desde mi interior miró hacia otro lado, la imagen idealizada que tenía de Rocío se hizo añicos, allí estaba ella, mi primer amor, el único que perduro en el tiempo, cabalgándome con los ojos cerrados, gimiendo desenfrenada, con sus cabellos meciéndose como en un vendaval.
Entre la chiquilla que coleccionaba criaturillas en la playa hasta esa mujer capaz de cabalgarme había un abismo, en cierta forma yo no había crecido nada y ella creció todo. Con el correr de los minutos nos acariciamos, nos miramos y nos dimos unos besos bien salvajones, de esos que salpican como las olas. Mi pene no dejaba de abrirse paso hacia su interior como si quisiera ensanchar su sexo, derribar el tope húmedo y ardiente que encontraba para ir más allá.
Le apoyé las manos en las caderas con tanta fuerza que sonaron como una bofetada, Rocío puso sus piernas en posición de rana y literalmente, me hundió a sentones. El colchón le rezó a su Dios para resistir la enjundia de esa joven qué, aunque tenía cintura de avispa, tenía una cadera poderosa y caía en mi con una velocidad irresistible. Aferrada a mi cuerpo, se columpiaba sin darme un descanso, demostrándome que no había perdido el tiempo en los últimos años, se sabía todos los trucos, era una aventurera sin miedo a heredar el mundo y me estaba sacando lustre de la velocidad que llevaba.
- Dale, Facu, correte, correte en mi como tanto querías, tontito enamorado, dale… - Me dijo al oído mientras la abrazaba. Sus cabellos castaños hicieron de telón y me ocultaron la habitación del hotel, en mi interior me debatía si hacerle caso o no… eyacular era ponerle punto final a una historia que quería mantener vivía por siempre.
En un nuevo beso que no supe que sería el último, cedí a sus intenciones y dejé salir todo mi amor directo a su interior, sin reparos ni miramientos, me corrí hasta la última gota de forma extensa y compulsiva en su vagina. Rocío, sin más preámbulos, levanto su cadera hasta que mi saciado pene se liberó de su cálido abrazo y un pequeño chorrito de esperma lo baño como crema de pastelería.
Debo admitir que en ese momento no me había dado cuenta de la gravedad de nuestro acto. Me había corrido adentro, todo el amor que tuve que ofrecer terminó en su útero, sin dudas debía de contar con anticonceptivos como la pastilla del día después o tendría que buscar un terreno accesible en la ciudad balneario… no era una perspectiva que me desagradara tanto.
Ella sin darme tiempo a reaccionar se acomodó el pelo y se dispuso a abandonar la cama casi de inmediato, agachándose para tomar sus prendas.
- ¿No te quedas un rato más? – Propuse esperanzado con una noche de pasión desenfrenada. ¿Qué era una trasnochada para unos jóvenes como nosotros? ¿Podía abandonarse semejante cuerpo a su suerte sin intentar reclamarlo de nuevo?
- Mañana tengo trabajo, Facu. No puedo quedarme más. – Dictaminó tajante.
- ¿Te puedo volver a ver mañana? Si por mi fuera te llevaría conmigo a…
Rocío dejó escapar una risita mientras se acomodaba la tanga floreada.
- No me conoces, Facu. Ya cumpliste tu fantasía, me tuviste una noche para vos solito, no pidas más que bastante te di.
- Rocío, la pasamos muy bien ¿No da como para repetirlo? Puedo volver cada año y…
La castaña se acercó a mí y puso un dedo en mis labios exigiendo silencio: - Volve a tu ciudad y no regreses. Que esta noche para vos sea única, te informo que para mí es cosa de todos los días. – Me dijo y de repente, descubrí que estaba desnudo, indefenso, frío, solo…
- ¿Quéres más propina? ¿Qué sea en un mejor lugar? ¿Hice algo mal? – Dije y supe de inmediato que eran brazadas de ahogado, desesperación ahogada en el oleaje.
La vi terminar de cambiarse, ponerse el brasier, acomodarse los pelos apenas y pasar a baño donde no se molestó en cerrar la puerta. Yo me quede ahí acostado, como un gps en un trompo, recalculando eternamente.
- No te compliques lindo, no soy la chica que pensás. – Dijo a modo de despedida, por fin. - Vos querés ser la estrella de mi colección, único, irrepetible, no quiero ser mala, no lo digo de cruel, en realidad nunca quise una estrella para mí, tengo montones de cangrejitos queriendo alcanzarme, esperando un turno, considérate con suerte de que me tuviste al día.
Así sin más, Rocío se fue de mi vida para siempre, dejó un desastre en mi alma más grande que cuando llegó. Como esos héroes (y villanos) de ficción que hacen explotar algo, caminó hacia el frente indomable, sin dar la vuelta para ver el desastre que dejó, yo era esa explosión que no lograba captar su atención. Entendiendo de a poco, de a cuentagotas que era una pieza más de su innumerable colección y no su mayor tesoro, y que nunca lo sería, la deje ir, con mi ego cometiendo suicidio, con mi memoria quebrándose como el cristal, la deje ir para nunca más volverla a ver. Rocío, de nombre tan suave, de accionar tan embravecido.
Sin pegar un ojo, pagué lo que me correspondía pagar y empecé el camino de vuelta en mi auto rumbo a mi ciudad, sintiéndome más derrotado que triunfal, sabiendo qué, con el tiempo, sabría apreciar su sinceridad demoledora y su tierno gesto dadivoso hacia mí, que no era nadie, que no era nada ni para ella ni para ninguna. Rocío no me debía nada y, aun así, me había dado todo, pero solo por una noche. Fui egoísta al pensar que podía tenerla para mí como si las mujeres de verdad como ella pudieran coleccionarse.
Rocío jugueteó conmigo y supo que mi empaque decía descartable, como el de tantos otros que la disfrutaban, caí en su juego y tenía que estar agradecido por pasar por sus manos, por sus labios, su cuerpo… Rocío… su nombre sagrado, parecía agigantarse en el pedestal en que lo puse. ¿Cuántas víctimas habrían caído ante la ilusión de poseerte? ¿Cuántos ilusos te vieron y pensaron que podrían domarte?
Sin poder contener el llanto, estacioné en la banquina en un sitio seguro, dónde no pudieran chocarme la horda de citadinos en pleno éxodo. Con las ventanillas cerradas para que nadie escuche mis lamentos, comencé a descargar mi furia contra el volante y el asiento vacío de al lado a puñetazo limpio, haciendo sonar la bocina accidentalmente. Me desquité hasta que perdí el aliento mientras Alejandro Sanz le ponía el soundtrack justo a mi vida:
“Ella se desliza y me atropella y aunque a veces no me importe, sé que el día que la pierda volveré a sufrir. Por ella, que aparece y que se esconde, que se marcha y que se queda. Que es pregunta y es respuesta, que es mi oscuridad, mi estrella. Ella me peina el alma y me la enreda, va conmigo, pero no sé dónde va. Mi rival, mi compañera. Que está tan dentro de mi vida y a la vez está tan fuera…”
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