Me muerdo los labios para no estallar en gritos y exclamaciones, dispuesta a disfrutar en silencio esa andanada de pijazos que me tienen crucificada contra la pared.
Tras un rato me la saca, y tomándome de la mano me lleva hacia la cocina, me ayuda a quitarme el camisón por encima de la cabeza y hace que me incline sobre la mesada, cuando ya estoy en posición me palmea fuerte la cola, de uno y otro lado y arremete furioso contra mí.
Me la vuelve a meter, y sujetándome fuerte de la cintura me pega una cogida de esas que te dejan hablando pavadas por una semana.
-Que putona resultaste vecina- me dice sin dejar de cogerme -Mirá que yo te tenía como la esposita ejemplar- sus embestidas me sacuden sin compasión alguna, provocando que me golpee el vientre contra el filo de la mesada -¡Como te gusta la verga...!
concluye y dejándome todo su pedazo adentro, me arrastra con él hacia una silla, se sienta en ella y me hace sentar a mí encima, con toda su poronga bien clavada en mi concha.
-Muevete mamita, dale, cogeme ahora tú a mí- me pide apretándome con saña las gomas.
Y me lo cogí... ahora soy yo la que se mueve, arriba y abajo, mis manos en sus rodillas, viendo en un primerísimo primer plano como su verga desaparece una y otra vez dentro de mi húmedo interior.
-¡Si... así puta... putona... así... que bien me montas... sí... hazle más grande los cuernos al "dolobu" de tu marido...!-
Era por demás subyugante ver como esa verga que se tuerce hacia un costado fluye por entre mis piernas, enterrándose hasta los huevos en mí, colmándome de delicias y placeres que creía vedados con un hombre como él.
Me costaba asumirlo pero sí, Pablo me hacía gozar como mi propio marido nunca lo hizo ni nunca lo hará. Y fue ese goce lo que me cegó por completo, impidiendo que me diera cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.
No usábamos protección, por lo que cuando entre en razón ya fue demasiado tarde, la leche fluía dentro de mí. Me levanté de un salto, sintiendo como el semen de mi vecino caía en pesadas gotas por todo el suelo de la cocina.
-¡Uffff... que cogida me pegaste, mamita... me la dejaste echando humo...jaja!- se reía el guacho a la vez que se ventilaba la pija con una mano.
A lo único a que atiné fue a correr al baño y pegarme una buena enjuagada en el bidet, tratando de expulsar todo lo que ese malparido me había eyaculado adentro.
Tras un rato me la saca, y tomándome de la mano me lleva hacia la cocina, me ayuda a quitarme el camisón por encima de la cabeza y hace que me incline sobre la mesada, cuando ya estoy en posición me palmea fuerte la cola, de uno y otro lado y arremete furioso contra mí.
Me la vuelve a meter, y sujetándome fuerte de la cintura me pega una cogida de esas que te dejan hablando pavadas por una semana.
-Que putona resultaste vecina- me dice sin dejar de cogerme -Mirá que yo te tenía como la esposita ejemplar- sus embestidas me sacuden sin compasión alguna, provocando que me golpee el vientre contra el filo de la mesada -¡Como te gusta la verga...!
concluye y dejándome todo su pedazo adentro, me arrastra con él hacia una silla, se sienta en ella y me hace sentar a mí encima, con toda su poronga bien clavada en mi concha.
-Muevete mamita, dale, cogeme ahora tú a mí- me pide apretándome con saña las gomas.
Y me lo cogí... ahora soy yo la que se mueve, arriba y abajo, mis manos en sus rodillas, viendo en un primerísimo primer plano como su verga desaparece una y otra vez dentro de mi húmedo interior.
-¡Si... así puta... putona... así... que bien me montas... sí... hazle más grande los cuernos al "dolobu" de tu marido...!-
Era por demás subyugante ver como esa verga que se tuerce hacia un costado fluye por entre mis piernas, enterrándose hasta los huevos en mí, colmándome de delicias y placeres que creía vedados con un hombre como él.
Me costaba asumirlo pero sí, Pablo me hacía gozar como mi propio marido nunca lo hizo ni nunca lo hará. Y fue ese goce lo que me cegó por completo, impidiendo que me diera cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir.
No usábamos protección, por lo que cuando entre en razón ya fue demasiado tarde, la leche fluía dentro de mí. Me levanté de un salto, sintiendo como el semen de mi vecino caía en pesadas gotas por todo el suelo de la cocina.
-¡Uffff... que cogida me pegaste, mamita... me la dejaste echando humo...jaja!- se reía el guacho a la vez que se ventilaba la pija con una mano.
A lo único a que atiné fue a correr al baño y pegarme una buena enjuagada en el bidet, tratando de expulsar todo lo que ese malparido me había eyaculado adentro.
1 comentarios - Penetrada por el patán de mi vecino parte 2