Habían pasado algunas semanas desde que casado había decidido que ya no quería estar conmigo. De a poco volví a mi vida, con más bronca por haberlo bancado tanto que con pena porque del día a la noche él había decidido no verme más. Para navidad me mandó un mensaje tan insoportablemente impersonal que me dio nauseas. Le agradecí del mismo modo. Pasaba los días entretenida con un libro de escritura que había recibido unos días después de aquella despedida sin beso. Llegó el nuevo año. Retomé mis sesiones con la psicóloga y le conté lo sucedido. Pensé que allí en el consultorio iba a llorar cuando hablase de eso, en general lloro por todo, pero no fue así. Se lo conté a mi terapeuta como algo más. Hasta yo me sorprendí de mi frialdad. Salí de la consulta y fui a almorzar, siempre que salgo almuerzo mientras me anoto en un cuaderno las conclusiones de lo que hablamos en sesión. Estaba en eso cuando sonó mi ws. Miré por encima del cuaderno, era él. Primero dudé porque la foto no era la misma. Dudé también en abrir el mensaje, pero la bendita curiosidad no tardó más de cinco minutos en hacer de las suyas. Eran unas fotos desde Punta del Este. Lindas, le dije. No pregunté si estaba allí por trabajo o solo vacacionando. No hizo falta me lo contó. Pasaron los días, mandó más fotos, comentarios de todo tipo. Nunca preguntó cómo estaba yo. Yo tampoco pregunté nada. El 10 de febrero, día en que cumplo años (anoten ese dato para saludarme) me llamó. Eran cerca de las doce del mediodía. Quería venir a desearme feliz cumpleaños en persona. Yo estaba esperando que me pasaran a buscar mis sobrinos con quienes iba a ir a almorzar porque como al día siguiente me iba a la costa no iba a hacer nada en casa. Sabía que lo de él era un polvo rápido, le podría haber dicho que sí, sin embargo le dije que no. No fue que no tuviese ganas de coger, pero no daba hacer el esfuerzo de arreglar mis horarios por él. No esta vez. Me fui de vacaciones. No me acuerdo si estando en la costa nos hablamos. Ya de regreso estaba un lunes en la oficina y me escribió, como siempre me contó todas sus cosas y que su esposa estaba de viaje con amigas. Me habló de ella e inmediatamente me la secó. Pero lo leí. Conservaba intacta la manía de ponerse en víctima y con astucia logró que le diga de almorzar juntos. Nos encontramos cerca de mi oficina, su intención era ir para mi casa, pero si de algo estaba segura era que en mi casa ya no lo quería. Nos quedamos en un barcito moderno cerca de casa. Hasta allí no me había pasado nada. Estaba confiada y segura. Pero cuando lo tuve frente a frente las cosas cambiaron un poco. Mantuve la calma. Elegimos unas ensaladas. Vino la camarera, él desplegó toda su simpatía y yo me perdí viendo su boca. Lo veía mover esos labios carnosos que tanto me habían recorrido y los imaginé besándome otra vez. No escuchaba lo que hablaba con la chica que tomaba el pedido y le hacía sugerencias. En mi cabeza la situación iba más allá de esa mesa. Percibía cada uno de sus movimientos como en otra realidad. Cuando estiró la mano para devolver la carta a la chica sentí esa sensación que sentía cuando estiraba sus brazos para acercar nuestros cuerpos, sentí ese dulce escozor que sentía cuando ponía sus manos, esas manos que ahora sostenían el menú, sobre mis pechos y me los amasaba, y sin poder evitarlo mis pezones se pusieron duros, sentí el calor en mi cara, creo que no lo notó. Él hablaba. No me estás escuchando dijo en un momento; y era cierto. Sí claro, mentí, pero pasaba que lo que me contaba era más de lo mismo, sus problemas maritales, las quejas sobre sus hijos, cosas que para esa altura me resultaban ridículamente estúpidas y ajenas. Le hice algún comentario , de esos que sabía esperaba de mí, se quedó tranquilo. El día anterior mi equipo le había ganado a nuestro clásico rival y mientras hablábamos de eso no pude dejar de recodar la tremenda cogida que nos habíamos dado un día en aquel hotel que guardaba nuestras pasiones, antes, también, de un clásico de mi club. Hice un movimiento para sacar ese recuerdo de mi cabeza, pero fue imposible, nos vi ahí, transpirando sexo en aquel lugar. Llegó nuestro almuerzo. Cada vez que lo veía llevarse algo a la boca deseaba profundamente que eso que se acercaba a sus labios fuesen mis labios, mis tetas o mi concha. Lo escuchaba hablar y mi deseo más profundo era que esas palabras fueran las groserías que nos decíamos en aquellas maratónicas tardes de sexo de los cuatro años precedentes a ese almuerzo. Dijo algo de la música que sonaba y repiqueteó el ritmo con sus dedos sobre la mesa y volví a sentir sobre mi cuerpo la sensación de esos dedos entrando en mi entrepierna humedecida o golpeando sobre mis nalgas mientras me cogía en cuatro. No tengo registro de cuantas boludeces habré dicho durante todo ese almuerzo en que mi cabeza había viajado desde sus labios a mis recuerdos más calientes. Fui al baño, estaba húmeda, me toqué el clítoris que estaba casi erecto, me metí los dedos para calmar el calor que me subía del vientre al cerebro. Me aplaqué un poco me lavé las manos y me mojé bien la cara y la nuca para bajar el calor. Volví a la mesa. Pagamos, salimos del lugar. Nos quedamos hablando un rato al lado del auto. Te llevo, me dijo. No, gracias, contesté entre amable y despiadada. Sabía que quería coger, pero como a él le daba lo mismo coger conmigo que con cualquier otra decidí que no fuera conmigo. Se resignó. Estaba a solo cuatro de casa, le dije que de paso aprovechaba a pasar por el mercado a comprar algunas cosas que ....
Venganza
Habían pasado algunas semanas desde que casado había decidido que ya no quería estar conmigo. De a poco volví a mi vida, con más bronca por haberlo bancado tanto que con pena porque del día a la noche él había decidido no verme más. Para navidad me mandó un mensaje tan insoportablemente impersonal que me dio nauseas. Le agradecí del mismo modo. Pasaba los días entretenida con un libro de escritura que había recibido unos días después de aquella despedida sin beso. Llegó el nuevo año. Retomé mis sesiones con la psicóloga y le conté lo sucedido. Pensé que allí en el consultorio iba a llorar cuando hablase de eso, en general lloro por todo, pero no fue así. Se lo conté a mi terapeuta como algo más. Hasta yo me sorprendí de mi frialdad. Salí de la consulta y fui a almorzar, siempre que salgo almuerzo mientras me anoto en un cuaderno las conclusiones de lo que hablamos en sesión. Estaba en eso cuando sonó mi ws. Miré por encima del cuaderno, era él. Primero dudé porque la foto no era la misma. Dudé también en abrir el mensaje, pero la bendita curiosidad no tardó más de cinco minutos en hacer de las suyas. Eran unas fotos desde Punta del Este. Lindas, le dije. No pregunté si estaba allí por trabajo o solo vacacionando. No hizo falta me lo contó. Pasaron los días, mandó más fotos, comentarios de todo tipo. Nunca preguntó cómo estaba yo. Yo tampoco pregunté nada. El 10 de febrero, día en que cumplo años (anoten ese dato para saludarme) me llamó. Eran cerca de las doce del mediodía. Quería venir a desearme feliz cumpleaños en persona. Yo estaba esperando que me pasaran a buscar mis sobrinos con quienes iba a ir a almorzar porque como al día siguiente me iba a la costa no iba a hacer nada en casa. Sabía que lo de él era un polvo rápido, le podría haber dicho que sí, sin embargo le dije que no. No fue que no tuviese ganas de coger, pero no daba hacer el esfuerzo de arreglar mis horarios por él. No esta vez. Me fui de vacaciones. No me acuerdo si estando en la costa nos hablamos. Ya de regreso estaba un lunes en la oficina y me escribió, como siempre me contó todas sus cosas y que su esposa estaba de viaje con amigas. Me habló de ella e inmediatamente me la secó. Pero lo leí. Conservaba intacta la manía de ponerse en víctima y con astucia logró que le diga de almorzar juntos. Nos encontramos cerca de mi oficina, su intención era ir para mi casa, pero si de algo estaba segura era que en mi casa ya no lo quería. Nos quedamos en un barcito moderno cerca de casa. Hasta allí no me había pasado nada. Estaba confiada y segura. Pero cuando lo tuve frente a frente las cosas cambiaron un poco. Mantuve la calma. Elegimos unas ensaladas. Vino la camarera, él desplegó toda su simpatía y yo me perdí viendo su boca. Lo veía mover esos labios carnosos que tanto me habían recorrido y los imaginé besándome otra vez. No escuchaba lo que hablaba con la chica que tomaba el pedido y le hacía sugerencias. En mi cabeza la situación iba más allá de esa mesa. Percibía cada uno de sus movimientos como en otra realidad. Cuando estiró la mano para devolver la carta a la chica sentí esa sensación que sentía cuando estiraba sus brazos para acercar nuestros cuerpos, sentí ese dulce escozor que sentía cuando ponía sus manos, esas manos que ahora sostenían el menú, sobre mis pechos y me los amasaba, y sin poder evitarlo mis pezones se pusieron duros, sentí el calor en mi cara, creo que no lo notó. Él hablaba. No me estás escuchando dijo en un momento; y era cierto. Sí claro, mentí, pero pasaba que lo que me contaba era más de lo mismo, sus problemas maritales, las quejas sobre sus hijos, cosas que para esa altura me resultaban ridículamente estúpidas y ajenas. Le hice algún comentario , de esos que sabía esperaba de mí, se quedó tranquilo. El día anterior mi equipo le había ganado a nuestro clásico rival y mientras hablábamos de eso no pude dejar de recodar la tremenda cogida que nos habíamos dado un día en aquel hotel que guardaba nuestras pasiones, antes, también, de un clásico de mi club. Hice un movimiento para sacar ese recuerdo de mi cabeza, pero fue imposible, nos vi ahí, transpirando sexo en aquel lugar. Llegó nuestro almuerzo. Cada vez que lo veía llevarse algo a la boca deseaba profundamente que eso que se acercaba a sus labios fuesen mis labios, mis tetas o mi concha. Lo escuchaba hablar y mi deseo más profundo era que esas palabras fueran las groserías que nos decíamos en aquellas maratónicas tardes de sexo de los cuatro años precedentes a ese almuerzo. Dijo algo de la música que sonaba y repiqueteó el ritmo con sus dedos sobre la mesa y volví a sentir sobre mi cuerpo la sensación de esos dedos entrando en mi entrepierna humedecida o golpeando sobre mis nalgas mientras me cogía en cuatro. No tengo registro de cuantas boludeces habré dicho durante todo ese almuerzo en que mi cabeza había viajado desde sus labios a mis recuerdos más calientes. Fui al baño, estaba húmeda, me toqué el clítoris que estaba casi erecto, me metí los dedos para calmar el calor que me subía del vientre al cerebro. Me aplaqué un poco me lavé las manos y me mojé bien la cara y la nuca para bajar el calor. Volví a la mesa. Pagamos, salimos del lugar. Nos quedamos hablando un rato al lado del auto. Te llevo, me dijo. No, gracias, contesté entre amable y despiadada. Sabía que quería coger, pero como a él le daba lo mismo coger conmigo que con cualquier otra decidí que no fuera conmigo. Se resignó. Estaba a solo cuatro de casa, le dije que de paso aprovechaba a pasar por el mercado a comprar algunas cosas que ....
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