Cada vez me cuesta más separarme de mi vecino. Cuando no estoy en el trabajo me la paso en su casa, culeando, obvio, dándole duro a la matraca.
Los dos somos incansables, no terminamos de echarnos un polvo que ya queremos otro. Me tiene tan sometida el hijo de puta, que no hay nada que no haría por él, como por ejemplo...
Un sábado por la tarde, estaba tomando mate con mi marido. Él leía un libro y yo veía unos videos en Tik Tok. En eso recibo un mensaje de Pablo: ¿Subís a tomar una birra?
Tengo silenciadas las notificaciones, por si las moscas, además lo tengo agendado como "Paula trabajo", pero aún así, saberme de trampa al leerlo, me hacía mojar la tanguita.
Le invento a mi marido una excusa sobre que había quedado con una amiga para ir al gimnasio. Me cambio y de la forma más disimulada posible, subo a lo de mi vecino.
Ya me estaba esperando con la puerta abierta y un vaso de cerveza en la mano. Lo agarro, le doy un sorbo y lo beso en la boca. Me sujeta del culo y me arrastra hacia dentro.
Está en cuero, apenas con un short, exhibiendo un abultamiento que promete esas delicias que tanto me gustan.
Le acaricio la pija a través de la tela, sintiendo como se hincha y endurece.
Estaba caliente y pensó en mí, eso me arrebata. Nos besamos un largo rato, recién cuándo me separó para tomar otro trago, me doy cuenta que no estamos solos. Hay un tipo mirándonos. Está sentado junto a la mesa, las piernas cruzadas, también con un vaso de cerveza en la mano.
-No pasa nada- me tranquiliza Pablo agarrándome de la cintura -Es solo un amigo-
Me busca la boca y no puedo resistirme a besarlo, a hundir mi lengua en su boca, pese a sentir esa mirada turbia sobre mí.
Mientras disfruto de sus besos, me olvido por un momento del intruso. Para mí solo existe Pablo y su verga, la que le acaricio ahora por adentro del short, apretándola y soltándola, fascinada con lo dura que la tiene.
Tras el beso y teniendome en ese estado de excitación en el que ya no soy responsable de mis actos, Pablo me saca la ropa, primero la blusa y la pollera, luego el corpiño y la bombacha.
Me quedo desnuda no solo frente a él, sino también delante de aquel extraño.
-Viste que pedazo de hembra- le dice, exhibiéndome como si mi cuerpo fuera una especie de trofeo.
-Y está casada, el cornudo del marido seguro debe estar abajo- agrega socarrón.
-¿Que le dijiste?- pregunta.
-Que me iba al Gym con una amiga- respondo, sin poder evitar sentirme de lo peor.
-¡Jajaja!- se ríe -Por lo menos acá vas a sudar más que en un gimnasio-
Me mete los dedos en el culo, bien hasta el fondo, como queriendo ir más allá de los nudillos, mostrándole al amigo lo fácil que se deslizan dentro y fuera.
-Cuando la agarré yo, lo tenía virgen- se vanagloria con justa razón.
Cuando él me agarró no sabía lo que era coger, y menos culear.
-Tampoco la chupaba bien, pero ahora es toda una Licenciada del pete- le asegura orgulloso, pelando ya al responsable de todas mis locuras.
Se la agarro y se la sacudo, sintiendo como el olor a hombre, a macho, emana en ráfagas que me ciegan, me obnubilan por completo.
Me inclino ante él, como una sierva ante su amo, y se la chupo, esforzándome por desempeñar un buen papel, ya que tenemos público presente.
Nunca se me había pasado por la cabeza que alguien, diferente a la persona con la que estoy, pueda estar mirándome mientras chupo una pija o me cogen. Me siento más expuesta que nunca, pero no me molesta, por el contrario, me provoca cierta excitación.
Pablo no se aguanta mucho más, y agarrándome bruscamente de la muñeca, me levanta y me lleva para el sofá. Se sienta, se acomoda, y hace que me suba encima suyo. Nomás acomodarme, la pija encuentra su destino natural y se hunde en mí. Echo la cabeza hacia atrás y suelto un grito de placer al sentirlo todo adentro.
Me sujeta de la cintura y se empieza a mover, cogiéndome en esa forma que ya se volvió una adicción para mí.
Por un momento, cuándo tengo el primer orgasmo, me mareo, perdiendo referencia de todo, olvidándome hasta del amigo que nos está mirando. Me acuerdo de él cuando siento sus manos, acariciándome la espalda desde los hombros.
Está justo detrás de mí, desnudo, la pija en un estado que delata sus intenciones.
Al principio creo que nada más se va a pajear mientras nos mira coger, pero cuándo siento que me abre los cachetes del culo, me doy cuenta que pretende mucho más que una paja.
-¡Pablo, por favor no!- le ruego a mi hombre, la cara en su cuello, aún conmovida por las sensaciones que me transmite su verga.
-Tranquila, tranquila, no te va a hacer nada que yo no te haya hecho- me dice, tratando de tranquilizarme, aunque logra todo lo contrario, ya que él me había hecho de todo.
-¡Pablo no, no quiero!- le insisto, sintiendo como se me nublan los ojos por las lágrimas.
En ese momento me acordé de la chica de aquella noche de tormenta, la primera vez que estuve con Pablo, la que no quería por el culo. Ella tuvo la suerte de poder escapar, yo en cambio estaba ahí, acorralada entre dos hombres con la líbido desatada.
Nunca estuve con dos hombres al mismo tiempo, es más, ni siquiera me lo hubiese imaginado. Pero ahí estaba, asustada y sollozante, a punto de ser empalada por partida doble.
Decidido a compartirme, Pablo me abre las nalgas, ofreciéndole a su secuaz esa otra entrada que él mismo había abierto, bombeado y ensanchado.
Cuando siento la punta, me estremezco toda. Y si bien la excitación le va ganando de a poco al susto, sigo llorando, lo que parece divertirlos.
No puedo creer que eso me esté pasando a mí, pero sí, me van a fifar en tándem, uno por atrás, otro por delante.
Enseguida me doy cuenta que la pija del amigo, que ni sé cómo se llama, es más gorda que la de Pablo. El glande, incluso, es de un tamaño notablemente superior.
¡Dios!, no sé ni su nombre y está a punto de darme por el orto.
Pablo detiene cualquier movimiento, dejando que el amigo tome la iniciativa. Primero mete los dedos ensalivados, luego me puntea un poco, apurándose por distender lo más que puede el esfínter y ahora sí, avanza con toda la chota.
Cierro los ojos, aguantando ese primer empujón con la mejor buena voluntad de mi parte. Si me van a dar entre los dos, que así sea, ya no puedo hacer nada para evitarlo.
Claro que la del amigo es más ancha que la de Pablo, pero gracias a los buenos oficios de mi vecino, que supo trabajarme el culo a conciencia, me llega a doler apenas un poquito más.
Cuando lleva metido algo así como la mitad, se detiene, como que toma de nuevo envión y me mete todo el resto, arrancándome otro grito, éste de dolor.
Dolor que dura poco, ya que cuándo se empiezan a mover los dos, me invade una oleada de placer que me hace gemir y suspirar como nunca en mi vida.
Por la forma en que se complementan, como se mueven, casi como en una coreografía, se nota que no es la primera vez que se cogen entre los dos a una misma mujer.
¿A cuántas se habrán fifado así, a dúo?
No me importaba no ser la única, la verdad es que me excitaba ser una de tantas, me hacía sentir muy puta. Más de lo que ya me hacía sentir mi vecino.
El amigo me agarra desde atrás por los pelos y me empieza a galopar, haciendo de mi culito un agujero sin fondo.
¿Cómo puede ser que me entre toda esa cosa?
La respuesta es que me entra, que me llena, taponándome hasta el último rincón.
Me siguen dando entre los dos, fuerte, en forma casi agresiva. Era a lo que ya me había acostumbrado con Pablo pero por partida doble.
No sé quién acabó primero, porqué yo estaba como en una especie de trance, pero los dos me llenaron de leche hasta decir basta.
Cuándo el amigo se aparta, escucho el ruido como de algo húmedo que se destapa. ¿Mi culito?
Pablo me empuja hacia un lado y se levanta, dejándome expuesta e inerte, los agujeros pulsantes, cargados de semen.
Creí que ahí se terminaba todo, que como ya habían acabado me dejarían en paz. Ingenua de mí, enseguida me daría cuenta que aquello recién empezaba y que la doble penetración solo había sido una entrada en calor.
No quiero hacer muy largo el relato, así que lo que me hicieron después se los cuento en una segunda parte.
Continuará...
Los dos somos incansables, no terminamos de echarnos un polvo que ya queremos otro. Me tiene tan sometida el hijo de puta, que no hay nada que no haría por él, como por ejemplo...
Un sábado por la tarde, estaba tomando mate con mi marido. Él leía un libro y yo veía unos videos en Tik Tok. En eso recibo un mensaje de Pablo: ¿Subís a tomar una birra?
Tengo silenciadas las notificaciones, por si las moscas, además lo tengo agendado como "Paula trabajo", pero aún así, saberme de trampa al leerlo, me hacía mojar la tanguita.
Le invento a mi marido una excusa sobre que había quedado con una amiga para ir al gimnasio. Me cambio y de la forma más disimulada posible, subo a lo de mi vecino.
Ya me estaba esperando con la puerta abierta y un vaso de cerveza en la mano. Lo agarro, le doy un sorbo y lo beso en la boca. Me sujeta del culo y me arrastra hacia dentro.
Está en cuero, apenas con un short, exhibiendo un abultamiento que promete esas delicias que tanto me gustan.
Le acaricio la pija a través de la tela, sintiendo como se hincha y endurece.
Estaba caliente y pensó en mí, eso me arrebata. Nos besamos un largo rato, recién cuándo me separó para tomar otro trago, me doy cuenta que no estamos solos. Hay un tipo mirándonos. Está sentado junto a la mesa, las piernas cruzadas, también con un vaso de cerveza en la mano.
-No pasa nada- me tranquiliza Pablo agarrándome de la cintura -Es solo un amigo-
Me busca la boca y no puedo resistirme a besarlo, a hundir mi lengua en su boca, pese a sentir esa mirada turbia sobre mí.
Mientras disfruto de sus besos, me olvido por un momento del intruso. Para mí solo existe Pablo y su verga, la que le acaricio ahora por adentro del short, apretándola y soltándola, fascinada con lo dura que la tiene.
Tras el beso y teniendome en ese estado de excitación en el que ya no soy responsable de mis actos, Pablo me saca la ropa, primero la blusa y la pollera, luego el corpiño y la bombacha.
Me quedo desnuda no solo frente a él, sino también delante de aquel extraño.
-Viste que pedazo de hembra- le dice, exhibiéndome como si mi cuerpo fuera una especie de trofeo.
-Y está casada, el cornudo del marido seguro debe estar abajo- agrega socarrón.
-¿Que le dijiste?- pregunta.
-Que me iba al Gym con una amiga- respondo, sin poder evitar sentirme de lo peor.
-¡Jajaja!- se ríe -Por lo menos acá vas a sudar más que en un gimnasio-
Me mete los dedos en el culo, bien hasta el fondo, como queriendo ir más allá de los nudillos, mostrándole al amigo lo fácil que se deslizan dentro y fuera.
-Cuando la agarré yo, lo tenía virgen- se vanagloria con justa razón.
Cuando él me agarró no sabía lo que era coger, y menos culear.
-Tampoco la chupaba bien, pero ahora es toda una Licenciada del pete- le asegura orgulloso, pelando ya al responsable de todas mis locuras.
Se la agarro y se la sacudo, sintiendo como el olor a hombre, a macho, emana en ráfagas que me ciegan, me obnubilan por completo.
Me inclino ante él, como una sierva ante su amo, y se la chupo, esforzándome por desempeñar un buen papel, ya que tenemos público presente.
Nunca se me había pasado por la cabeza que alguien, diferente a la persona con la que estoy, pueda estar mirándome mientras chupo una pija o me cogen. Me siento más expuesta que nunca, pero no me molesta, por el contrario, me provoca cierta excitación.
Pablo no se aguanta mucho más, y agarrándome bruscamente de la muñeca, me levanta y me lleva para el sofá. Se sienta, se acomoda, y hace que me suba encima suyo. Nomás acomodarme, la pija encuentra su destino natural y se hunde en mí. Echo la cabeza hacia atrás y suelto un grito de placer al sentirlo todo adentro.
Me sujeta de la cintura y se empieza a mover, cogiéndome en esa forma que ya se volvió una adicción para mí.
Por un momento, cuándo tengo el primer orgasmo, me mareo, perdiendo referencia de todo, olvidándome hasta del amigo que nos está mirando. Me acuerdo de él cuando siento sus manos, acariciándome la espalda desde los hombros.
Está justo detrás de mí, desnudo, la pija en un estado que delata sus intenciones.
Al principio creo que nada más se va a pajear mientras nos mira coger, pero cuándo siento que me abre los cachetes del culo, me doy cuenta que pretende mucho más que una paja.
-¡Pablo, por favor no!- le ruego a mi hombre, la cara en su cuello, aún conmovida por las sensaciones que me transmite su verga.
-Tranquila, tranquila, no te va a hacer nada que yo no te haya hecho- me dice, tratando de tranquilizarme, aunque logra todo lo contrario, ya que él me había hecho de todo.
-¡Pablo no, no quiero!- le insisto, sintiendo como se me nublan los ojos por las lágrimas.
En ese momento me acordé de la chica de aquella noche de tormenta, la primera vez que estuve con Pablo, la que no quería por el culo. Ella tuvo la suerte de poder escapar, yo en cambio estaba ahí, acorralada entre dos hombres con la líbido desatada.
Nunca estuve con dos hombres al mismo tiempo, es más, ni siquiera me lo hubiese imaginado. Pero ahí estaba, asustada y sollozante, a punto de ser empalada por partida doble.
Decidido a compartirme, Pablo me abre las nalgas, ofreciéndole a su secuaz esa otra entrada que él mismo había abierto, bombeado y ensanchado.
Cuando siento la punta, me estremezco toda. Y si bien la excitación le va ganando de a poco al susto, sigo llorando, lo que parece divertirlos.
No puedo creer que eso me esté pasando a mí, pero sí, me van a fifar en tándem, uno por atrás, otro por delante.
Enseguida me doy cuenta que la pija del amigo, que ni sé cómo se llama, es más gorda que la de Pablo. El glande, incluso, es de un tamaño notablemente superior.
¡Dios!, no sé ni su nombre y está a punto de darme por el orto.
Pablo detiene cualquier movimiento, dejando que el amigo tome la iniciativa. Primero mete los dedos ensalivados, luego me puntea un poco, apurándose por distender lo más que puede el esfínter y ahora sí, avanza con toda la chota.
Cierro los ojos, aguantando ese primer empujón con la mejor buena voluntad de mi parte. Si me van a dar entre los dos, que así sea, ya no puedo hacer nada para evitarlo.
Claro que la del amigo es más ancha que la de Pablo, pero gracias a los buenos oficios de mi vecino, que supo trabajarme el culo a conciencia, me llega a doler apenas un poquito más.
Cuando lleva metido algo así como la mitad, se detiene, como que toma de nuevo envión y me mete todo el resto, arrancándome otro grito, éste de dolor.
Dolor que dura poco, ya que cuándo se empiezan a mover los dos, me invade una oleada de placer que me hace gemir y suspirar como nunca en mi vida.
Por la forma en que se complementan, como se mueven, casi como en una coreografía, se nota que no es la primera vez que se cogen entre los dos a una misma mujer.
¿A cuántas se habrán fifado así, a dúo?
No me importaba no ser la única, la verdad es que me excitaba ser una de tantas, me hacía sentir muy puta. Más de lo que ya me hacía sentir mi vecino.
El amigo me agarra desde atrás por los pelos y me empieza a galopar, haciendo de mi culito un agujero sin fondo.
¿Cómo puede ser que me entre toda esa cosa?
La respuesta es que me entra, que me llena, taponándome hasta el último rincón.
Me siguen dando entre los dos, fuerte, en forma casi agresiva. Era a lo que ya me había acostumbrado con Pablo pero por partida doble.
No sé quién acabó primero, porqué yo estaba como en una especie de trance, pero los dos me llenaron de leche hasta decir basta.
Cuándo el amigo se aparta, escucho el ruido como de algo húmedo que se destapa. ¿Mi culito?
Pablo me empuja hacia un lado y se levanta, dejándome expuesta e inerte, los agujeros pulsantes, cargados de semen.
Creí que ahí se terminaba todo, que como ya habían acabado me dejarían en paz. Ingenua de mí, enseguida me daría cuenta que aquello recién empezaba y que la doble penetración solo había sido una entrada en calor.
No quiero hacer muy largo el relato, así que lo que me hicieron después se los cuento en una segunda parte.
Continuará...
11 comentarios - Soy la puta de mi vecino
me va gustando esta historia
van puntos