Este es un relato de incesto femdom. Un joven virgen descubre de la mano de su madre, a la que hace tiempo que no ve, los placeres de ser dominado por una mujer madura.
Era el peor castigo posible. Había sacado malas notas y mis padres habían decidido que como medida disciplinaria iría a pasar el verano al pueblo con mi madre. Hacía casi tres de años que no la veía. Mis padres se habían separado cuando yo era pequeño y mi madre se había largado de casa, a viajar y conocer mundo. Desde entonces nos habíamos visto poco y en los últimos años el único contacto que habíamos tenido eran algunas postales y llamadas al año. Hacía un par de años se había instalado en un pueblecito y había comprado una casa con la generosa pensión que le pasaba mi padre.
Mi padre se había vuelto a casar con una mujer más joven y pasaba completamente tanto de mí como de mi hermana mayor. Yo, que siempre había sido buen estudiante, en una clara llamada de atención había dejado de estudiar, hacia pellas,… Por eso mi padre había llamado a mi madre, algo casi inaudito y habían acordado que pasaría el verano con ella en el pueblecito en el que se había instalado. Yo había esperado pasar el verano con mis amigos, organizar excursiones a la playa e ir en busca de turistas borrachas con las que acostarnos. Yo quería disfrutar del mar, del sol y de alguna mujer, pues tristemente, a mis 18 años, era aún virgen y seguramente lo seguiría siendo después del verano, pues no esperaba tener mucha “suerte” en un pequeño pueblo del interior de apenas algunas familias.
El autobús me dejo en la plaza. El lugar era el típico pueblo pequeño, donde en verano todo el mundo se iba de vacaciones. Vi a mi madre de lejos, esperándome. Era una mujer morena, de pelo largo y formas rotundas. A pesar de que ya se acercaba a los 50 años se conservaba bastante bien. Como más se acercaba mejor la pude observar. Era más alta y corpulenta que yo (no era difícil, yo era un muchacho delgadito, bajito y algo enclenque), con unas amplias curvas sin llegar a estar gorda. Llevaba un ligero vestido veraniego que aún resaltaba más su figura. Cuando ya estaba solo a unos metros de mí me fije en sus dos enormes pechos, que pugnaban por salir del escote. La visión de aquellas dos grandes esferas aprisionadas despertó algo en mí, algo que rápidamente deseché. Estaba demasiado salido. No podía ponerme cachondo mi propia madre: una mujer de 50 años y ¡encima mi madre! Pero durante aquellos instantes solo podía mirarla como una mujer: la melena oscura, aquella bamboleante forma de andar,… Cuando llego enfrente de mí apenas podía pensar con claridad. Mi madre me abrazó con fuerza. La presión de sus pechos contra el mío aumentó mi excitación y por un momento temí que algún bulto del pantalón me delatara.
-Hola Javi ¡Que mayor estás! Y estos pelos –dijo acariciando mi cabello. Yo llevaba el pelo largo, liso y desgreñado. Hacía por lo menos tres años que no te veía. – Su voz era agradable, sedosa, hipnotizante – ¿No le darás un beso a tu madre?- me dijo con una sonrisa pícara mientras besaba mi mejilla. Fue un beso largo, húmedo y caliente. Me estaba excitando que mi madre me besara en la mejilla ¿Qué me estaba pasando?
-¿Cómo estás María? – La llame por su nombre de pila.
-Bien hijo, muy contenta de que vengas el verano a hacerme compañía. – mientas decía esto me acarició el brazo – Aunque creo que tu no lo estas tanto. Mira que repetir curso Javi, ¡con lo listo que has sido siempre!
-Ha sido solo un mal año. El año que viene seguro que apruebo.
-Bueno, tranquilo. Sé que para ti esto es un castigo, pero ya hace tiempo que pienso que una temporada en el pueblo te hará bien. Verás que aquí la vida es tranquila y tendrás tiempo de pensar. En casa solo necesito que me ayudes y me hagas un poco de compañía. Sé que desde que tu padre y yo nos separamos nos hemos distanciado mucho y es principalmente mi culpa, pero podemos recuperar el tiempo perdido.
-Lo que digas, María – le dije con desdén en mi voz, mientras empezábamos a andar hacia su casa.
-Tranquilo – habló con un extraño de voz – que no te vas a aburrir del todo. Y por cierto, llámame mamá, no por mi nombre de pila, que se me hace extraño.
La casa de mi madre era el típico hogar de pueblo. Era una casa amplia, situada en uno de los límites del pueblo, de dos plantas y un amplio jardín perfectamente cuidado. La casa estaba rodeada de un amplio y alto muro. Mi madre seguía parloteando. En cierta manera me echaba en cara que no hubiera hecho como mi hermana y la hubiera visitado. Mi hermana, Alicia, 2 años mayor que yo, había pasado una temporada con ella, pero yo, que en cierta manera siempre me había sentido abandonado por mamá, había ignorado sus continuas invitaciones. Ahora, pero, no me quedaba más remedio que pasar el verano, aislado en pueblo, con ella.
(…)
Después de unos días me di cuenta que lo peor de todo sería el aburrimiento. Mis obligaciones eran acompañar a mamá a hacer la compra en la tiendecita del pueblo y ayudarla a realizar las tareas del hogar. El resto del día lo pasábamos viendo la tele, pues en el pueblo la conexión a Internet era mala y la casa ni siquiera tenía un ordenador. Los primeros días insistió en que saliéramos por las tardes a tomar algo al hogar social del pueblo, que hacía de bar. Allí conocí algunas de sus amigas, mujeres mayores, de diferentes edades. De algunas de ellas tal vez hable más adelante, si sigo contándoles esta historia.
El aburrimiento era el peor combustible para el pequeño calentón que tenía por mi madre, que al paso de los días aumentaba. La observaba viendo la televisión, tumbada, con la fina bata de estar que apenas disimulaba su cuerpo. Cada vez que podía miraba furtivamente a su escote perlado de sudor, a sus recios muslos cuando se agachaba, a su amplio y redondo trasero cada vez que pasaba por delante,… Cada vez que podía me retiraba a mi habitación a pajearme pensando en mi propia madre. Aquello me producía sentimientos encontrados. Por un lado sabía que estaba mal, pero por otro no podía controlar el deseo que me despertaba aquella mujer.
Un tarde, apenas llevaba una semana en el pueblo, mamá se fue con sus amigas y me quede solo en casa. Aburrido como estaba, me fui a mi habitación, me quite los pantalones y empecé a hacerme una paja. Solo tenía mi imaginación y mi propia calentura por mi madre. Me la imaginaba encima, follándome, tocándome, besándome,… imaginaba como debía ser su cuerpo desnudo,… no me faltaba mucho para acabar cuando me di cuenta que no tenía nada para limpiar la corrida ¡Mierda! – pensé. Me levanté y fui para el baño en busca de algo de papel higiénico. En el baño, en la cesta de la ropa sucia, había varias prendas de ropa interior sucias. Aquello me encendió, era la ropa íntima de mi madre, había estado contacto con su piel morena, con su coño, sus pechos y su culo. Eran bragas blancas, rosas, color carne, algunas de encaje pero nada glamuroso ni extremadamente sexi, pero aquella vulgaridad aún me excitaba más. Nunca había sido fetichista ni me había excitado especialmente la ropa interior, pero en aquel momento aquellas bragas, sostenes, camisetas interiores,… me parecían lo más caliente que me había pasado en vida. Con una mano las empecé a cogerlas y olerlas. El olor de hembra de mamá inundaba mis fosas nasales, me embriagaba de una manera que jamás había sentido. Empecé a frotar mi pene contra unas bragas blancas. El contacto de tela con mi pene hizo que no pudiera más y me corrí con el orgasmo más intenso de mi vida. Mi semen empapaba varias de las prendas. Nervioso, las puse dentro de la lavadora y me fui a vestir a mi habitación.
(…)
-¡Javi! ¡Despierta pervertido! – Era la mañana siguiente a mi incidente con la ropa interior, yo aún dormía cuando los gritos de mamá me despertaron. Al abrir los ojos la vi, con algunos de sus bragas y sostenes sobre los que la tarde anterior yo me había corrido. Iba vestida con una bata de tirantes, mostrando su generoso escote, que le llegaba hasta las rodillas. Cuando me di cuenta de lo que llevaba en la mano una oleada de vergüenza me inundó y empecé a balbucear.
-Yo,… lo siento… no sé qué decir.
-No sabes que decir, pervertido – me lanzó uno de sostenes a la cara mientras con la otra mano agitaba un manojo de bragas con mi semen reseco – ¡mira que hacer eso! ¡Con las bragas de tu propia madre! Esto se merece una buena zurra. Levántate.
Me levante. Solo iba vestido con unos calzoncillos que usaba para dormir. Mamá se sentó en la cama y me indico que me tumbara sobre sus rodillas, como un niño pequeño. Empecé a protestar pero no tuve tiempo.
-Calla pervertido. Harás lo que te diga si no quieres que le cuente a tu padre lo que has hecho, cerdo.
La amenaza surgió su efecto. Yo aún estaba aturdido por la manera de despertarme y sin pensármelo demasiado me acomodé tal y como ella me indicaba. ¡Mi madre iba a zurrarme como a un niño pequeño! Mamá, estaba sentada en la cama y yo, en calzoncillos, tumbado boca abajo sobre sus piernas. Note mi pene, bajo los calzoncillos, apoyándose en sus muslos y me entro un pánico enorme. Si tenía una erección ella se daría cuenta y no sabía cómo podía reaccionar. Cada vez era más consciente de aquel contacto. Se había arremangado un poco la bata y yo notaba el calor de aquellas piernas. Cuando temía que empezara a llegar sangre a mi miembro note como mamá ponía un par de dedos debajo de mis calzoncillos y los bajaba, dejando mis nalgas al descubierto. Después sentí un golpe, era un cachete, con su mano, seguido de otro y de otro. No eran extremadamente dolorosos, pero después de algunos golpes mis nalgas empezaron a picar. Pero no sentí demasiada molestia, pues al otro lado de mi cintura mi pene había cobrado vida propia.
Al sentir la erección presionando me di cuenta de lo caliente que estaba. Apenas podía pensar. Estar casi desnudo, siendo castigado como un niño pequeño me producía vergüenza, pero aquella vergüenza era terriblemente excitante y no solo eso, el castigo, los golpes con la palma de mi mano sobre las nalgas iban presionado y frotando mi pene contra los muslos de aquella mujer. Eran unas sensaciones que jamás había sentido. Mamá también se dio cuenta y dejo de golpear mi culo. Aquello me aterró. ¡Qué pensaría de mí! Su tono de voz, pero, me tranquilizó.
-Mi niño – dijo mientras que con la misma mano que me había golpeado me acariciaba la nuca, la espalda - ¿Eres virgen? – preguntó
-Yo… - notaba que estaba a punto de llorar de vergüenza mientras ella jugueteaba con mi pelo. Yo apretaba mi cara contra la almohada.
-Tranquilo, puedes confiar en mí, cariño.
-Sí. Lo soy.
-¡Perfecto mi niño! – Exclamó y con una voz suave y ronca añadió - Date la vuelta. Veamos qué es lo que tienes aquí.
Obedecí como si no tuviera voluntad. Mamá me empujo suavemente y se tumbó a mi lado. Antes solo me había bajado la parte de atrás de los calzoncillos y estos aun tapaban, mal, mi pene. Este, totalmente erecto, intentaba liberarse de la presión de la tela. Mamá posó una mano sobre mi pene, suavemente, acariciándolo por encima de la ropa interior.
-Mi pequeña pollita – susurró en mi odio – y virgen. Esto es mejor de lo que esperaba. Desde que supe que vendrías pensé en follarte, pero esto es mucho mejor. – Yo apenas era consciente de lo decía. Solo sentía el sensual tono de su voz y el roce de sus dedos sobre mi pene. - ¿Te gustaría follarte a tu madre, pervertido? – siguió con un tono igual de sensual, pero algo más juguetón.
-Esto… está… mal – dije jadeando – eres… mi madre.
-Shhh – contestó mientras deslizaba los calzoncillos y mi pene, ya libre, se disparó como un resorte mientras yo soltaba otro gemido. Noté como su mano se apoderaba de él y empezó un lentísimo sube y baja mientras me daba suaves besos en el cuello y la mejilla. Aquello me estaba volviendo loco. – Te lo repito, mi pollita virgen, ¿te gustaría follarte a tu mami?
-Sí, mamá, por favor – Yo notaba el orgasmo cerca, pero de repente ella paró la paja. Con un dedo me acariciaba la base y el tronco del pene, lo que me provocaba cierta agonía. Necesitaba correrme, no podía más.
-Muy bien. Pero debes prometerme que harás todo lo que te diga. Que le harás caso a tu querida madre en todo lo que diga. Sin rechistar.
-Si… lo haré – dije mientras ella me pajeaba con un solo dedo. Aquello me estaba volviendo loco. No sabía lo que decía.
-Muy bien, pero recuerda, si no haces lo que digo le contaré a todo el mundo que te ponen cachondo las bragas de tu madre– Detuvo su dedo y empezó a jugar con mis testículos. Los acariciaba, pellizcaba la piel con suavidad, rozaba sus uñas en ellos provocando las mejores cosquillas de mi vida. Yo me arqueaba y gemía, temeroso y expectante – Tienes que ser sincero, ¿te gustan mis bragas? ¿Te gustaría ponértelas?- En aquel momento dudé. Como ya he dicho jamás había tenido fantasías de aquel tipo, yo solo quería que me follara de una vez. Ella notó mi titubeo. Rápidamente se tumbó encima de mí, de horcajadas y me besó. Su lengua entro en mi boca, sedienta. Note su peso encima, la presión de sus pechos aplastándose sobre el mío y la presión de sus piernas sobre mi verga. Pude notar su aliento fresco, su aroma de mujer: sudor, el jabón de la ducha y algo que jamás antes había olido. Era su propia excitación. Noté como separaba su cuerpo sin separar sus labios de los míos. Me cogió las manos y las poso sobre sus pechos. Se separó un poco más y me susurró – Tócalas mi niño. – Yo, que hasta ese momento había estado más bien paralizado, empecé a apretar suavemente aquellos dos globos que me habían vuelto loco durante la última semana. Eran algo blandos – lógico, supe después, para una señora de su edad – pero para mí, en aquel momento, eran perfectos. El tacto de aquellas dos enormes tetas, mis primeras tetas, junto con el roce del vestido con mi pene hacía que yo estuviera cada vez más excitado. Todo recato y toda lógica habían desaparecido de mi mente. Torpemente debido a mi inexperiencia, le devolví los besos a mi madre y mi lengua buscó su boca. Ella se separó un poco y volvió a cogerme de las manos. Esta vez las llevo hasta el cabezal de la cama, con una sola mano me inmovilizó ambas muñecas. Era mucho más fuerte de lo yo esperaba, seguramente era mucho más fuerte que yo. Su pelo negro, suelto, caía sobre mi pecho.
- ¿Te gustaría que tu mami te pusiera sus braguitas? – Siguió ella con su tono juguetón. Yo no podía pensar. Me sorprendió oír mi voz que débilmente afirmaba. Sin soltarme volvió a comerme la boca. Mordisqueando mis labios y provocándome un ligero dolor. También apretaba con fuerza mis manos. El beso duró unos instantes dolorosamente eternos. De la misma cama recogió unos sostenes que antes me había tirado a la cara y empezó a atarme las manos al cabezal de la cama con ellos. Yo me deje hacer. Se levantó y recogió una de las bragas del suelo. Las empezó a frotar sobre mi pene. Yo volví a arquear mi cuerpo. Estar atado de manos izo que de repente me sintiera indefenso ante aquella mujer. Cierta sensación de miedo se sumó a mi excitación.
-Eres la guarrilla de mamá. La pollita virgen de mamá. – susurraba mientras me ponía las bragas. Me cogió de una pierna y pasó las bragas, después la otra. Con un suave empujoncito me las subió. Mi pene, otra vez estaba aprisionado. Aquello me llevó, aun si cabe, a un nuevo nivel de calentura. Mire abajo. Mi pene luchaba por salir de aquellas bragas blancas de encaje. Mi madre seguía acariciando el pene, con las puntas de sus dedos por encima de la ropa interior. – Dilo – dijo de repente – di que eres la guarrilla de mamá.
-Soy la guarrilla de mamá. – repetí instantáneamente. Me estaba tratando a mí mismo en femenino, diciendo que era una guarrilla. Era absurdo, pero no me importaba. Solo importaba la voz de mi madre y las sensaciones que me estaban provocando sus dedos y sus bragas.
-Muy bien mi niña. A partir de ahora tu pollita virgen es solo mía. Solo yo podré decir cuando de corres. A partir de ahora todo tú eres mío. Repítelo. – La última palabra la dijo con un tono autoritario.
-Mi pollita virgen es tuya. Solo tú decidirás cuando me corro. – Cada vez que ella notaba que yo estaba llegando al límite paraba y ralentizaba sus caricias. Me llevaba al borde sin llegar al orgasmo. – Soy tuyo.
-Júralo
-Lo juro. Soy tuyo.
-Eres una putita. Una putita que a la que le encanta vestirse de mujer.
-Soy una putita y me encanta ponerme braguitas. – mi voz salía pero yo no era casi consciente de lo que decía. Era como si otro dijera las palabras. – Soy tu puta, mamá. – Una enorme sonrisa cruzo su cara.
-Oh, nos lo pasaremos tan bien putita. Te lo has ganado, suplica que te haga correr.
-Lo suplico. Hazme correr. Haz correr a tu putita. – Aquellas palabras, tanto las mías como las de mi madre me parecían lejanas, pero era lo que yo quería, algo que salía de dentro de mí, tan escondido que ni siquiera sabía que estaba ahí. En aquel momento yo solo quería ser la puta de mi madre, aún si saber exactamente lo que aquello significaba.
Puso su mano sobre mi pene y lo agarro bien, por encima de las bragas. Se volvió a incorporar encima de mí, esta de vez de rodillas. Su pelo suelto se desparramaba sobre mi pecho, haciéndome cosquillas. Me miraba a los ojos con lujuria. Empezó a pajearme con fuerza y en apenas unos segundos empecé a correrme. El orgasmo fue como una liberación. Jamás había sentido nada igual. Había estado a la merced de mi madre, que me había hecho una paja increíble. Además, aquella sensación de vulnerabilidad, la vergüenza, la humillación,…Mi semen empapo todas las bragas. Mire a los oscuros ojos de mamá. Ella me devolvió la mirada, la suya era de picardía, de vicio y de crueldad. Yo estaba demasiado aturdido por el orgasmo para darme cuenta de aquella mirada. Si no, me hubiera marchado de aquella casa inmediatamente.
(…)
Mamá se levantó y recogió algo de la estantería. Apenas fui consciente de ello. Sin decir nada me desato. Yo estaba como catatónico. Me miro durante unos segundos y su voz me devolvió a la realidad.
-A no ser que les hayas cogido cariño me gustaría que dejaras las bragas en el cesto de la ropa sucia – lo decía con tono burlón. – Tomate unos minutos y cuando te recuperes y estés preparado te espero en el comedor.
No me creía aun lo que acaba de suceder. Era como si fuera el recuerdo de una película. Cuando mamá dejó la habitación me quite las bragas. Estaban sucias y pegajosas. Limpie mi pene con un trozo que aún estaba limpio. Las tire y me quede un rato corto, desnudo y en silencio, sentado en la cama. Me levante y me puse unos pantalones cortos y una camiseta. Fui al baño, orine, me limpie y puse la cabeza bajo el grifo. Todo aquello lo había hecho como un zombie, sin pensar en nada. El frío del agua me hizo, por fin, ser consciente de lo que había pasado en aquella habitación. Mi madre me había hecho una paja. No solo eso, me había atado, me había puesto sus bragas y me había tratado de putita, pollita virgen y había reclamado cierta propiedad sobre mí. Fui hacia el comedor seguro de mí mismo. Aquello no debía repetirse jamás. Le pediría que le dijese a mi padre que debía volver a casa con cualquier excusa. Lo que había ocurrido estaba mal. No solo era mi madre, sino que la manera en que me había hecho la paja, la bragas, la conversación… ¡Todo estaba mal! Yo no era así.
Toda mi seguridad y todo mi discurso se deshicieron cuando entre en el comedor. Estaba sentada. Vestida con aquella bata de estar por casa de tirantes que no se había quitado en ningún momento mientras me masturbaba, estaba espectacular. Fui consciente de aquellos pechos que pugnaban con salir y de los que yo ya había tenido un primer breve contacto. Quería más, quería verlos, quería amasarlos, besarlos, mamar de ellos como si fuera un niño o una putita,… Sus rodillas prometían unas piernas fuertes y moldeadas por los largos paseos por el pueblo. Pensaba en que sentirá con mi cabeza encajonada entre ellos,… fui más fuerte que mis instintos y apartando la mirada de su cuerpo mientras me sentaba, dije:
-Lo siento mamá, no sé qué me ha pasado. Lo que he hecho está mal, creo que… -Hablaba rápido, atropellado, intentado sonar convencido.
-Shhhh. - Se levantó y puso su dedo sobre mis labios mandándome callar. Se sentó a mi lado. A pesar de que solo hacía unos minutos que me había corrido noté una sensación debajo del vientre. En su mano estaba mi teléfono móvil y el reproductor de video estaba encendido. Antes de que ella le diera al play yo ya sabía lo que era. Mi madre había grabado con mi propio teléfono lo que había pasado. El video estaba bastante avanzado y se oía mi voz perfectamente. Soy una putita y me encanta ponerme braguitas. Aquello me golpeo. Ni siquiera intenté quitarle el móvil. Era real. Lo que había hecho y dicho hacía unos minutos antes parecía un sueño, como un recuerdo que no era mío. Verme así, con una bragas puestas y tan excitado me hizo sentirlo totalmente real. No podía escapar de ello.
-Veo que te has quedado callado. Bien, escúchame porque no quiero repetirlo. Quiero que cumplas lo que has prometido, serás mío, mi “esclava” sexual, para entendernos. – Dijo aquello de manera fría, como si fuera la cosa más normal del mundo. -A partir de ahora harás todo lo que yo te diga o de lo contrario…
-No serás capaz. Lo que hemos hecho lo hemos los dos – dije de repente y levantándome. – Tan mal esta lo que he hecho yo como lo que has hecho tú, sino peor. Dame el móvil, borrare el vídeo y me iré para mi casa hoy mismo. –mamá seguía sentada, tranquila como si la cosa no fuera con ella.
-Veras cariño – siguió con voz calmada. – Cuando tu padre te mando aquí me dijo que te disciplinara, y eso es lo que pienso hacer. Él no se esperaba algo así… o tal vez,- se quedó un instante pensativa - verás hay muchas cosas que no sabes ni de mi ni de mi relación con tu padre, ni lo que he estado haciendo estos años. Tampoco te lo voy a contar ahora. Simplemente debes saber que harás todo lo que yo te diga.
-No digas estupideces y dame el móvil. –Ella me lo dio sin inmutarse.
-Es inútil. Ya tengo una copia en el mío, y no solo eso, también una copia de tus contactos. – la mire sin comprender. – verás cariño, tu padre me mando tu número PIN y contraseñas y mientras dormías yo he estado recogiendo un poco de información. Él estaba preocupado por que no drogarás o algo parecido. La verdad es que no esperaba que todo ocurriera tan rápido, pero,…
-No lo entiendo – dije yo, confuso.
-Ni hace falte que lo entiendas. Lo único que hace falta que entiendas es que a partir de ahora harás todo lo que yo diga, vestirás como yo diga, comerás lo que yo diga y cuando yo lo diga y así con todo. Si me desobedeces o intentas hacer cualquier tontería como quitarme el móvil, tengo copia del vídeo y tus contactos en Internet, enviare nuestro pequeño vídeo a todos tus amigos.
-¿Por qué?
-No te preocupes por eso. Si tienes dudas piensa en que diría Júlia si te viese tan guapo con unas braguitas – Júlia era mi mejor amiga y yo estaba colado por ella. Ella, pero, estaba saliendo con un chico mayor y yo solo era un amigo para ella, su mejor amigo. Estaba claro que mi madre había estado mirando mis mensajes. En aquel momento me sentí indefenso, inútil, sin ninguna salida. Me imagine la cara de Júlia, el resto de mis amigos me daban igual, riéndose de mí, llamándome enfermo,… – Solo tienes que preocuparte de complacerme. No será demasiado difícil, solo quiero lo que me has prometido, tu pollita virgen – mientras decía eso se levantó bruscamente y me agarro del paquete con fuerza mientras con la otra mano apretaba con fuerza mí nunca contra ella. El beso fue violento. Como si violara mi boca. El deseo se apodero otra vez de mí. Mientras me sobaba el pene este fue creciendo. Su lengua seguía moviéndose en mi boca. Apretaba mis labios los mordía, los lamía,…
-Porque estás vestido –dijo mientras se separaba. – A partir de ahora solo podrás ir vestido si te doy permiso, ¿Entendido? Ya sabes que pasara si desobedeces.
-Si – dije mientras me quitaba la camiseta y dejaba caer los pantalones. Desnudo, con la polla tiesa, delante de ella, aún vestida. Otra vez aquella sensación de vulnerabilidad, de indefensión e inferioridad delante de aquella mujer. Así de pie, me di cuenta que por lo menos me sacaba un palmo de altura y que era mucho más corpulenta que yo.
-A partir de ahora me llamarás señora y me trataras con el debido respeto. – Lo dijo mientras jugaba con mi polla, dándole golpecitos con los dedos.
-Si señora.
-Ponte de rodillas enfrente el sofá, con las piernas abiertas y las manos detrás de la espalda.
Obedecí. Ella se sentó enfrente de mí. Se quitó una zapatilla y empezó a jugar con mi pene y su pie. Se levantó un poco la bata y entreví sus bragas. Era color carne. Bragas de vieja, como las llamaba la gente. Aquel destello me excitó y cuando mi madre apretó mi glande con dos dedos de los pies gemí suavemente.
-Eres una guarra cachonda. – dijo ella riendo. – Has visto mis bragas de vieja y te has puesto cachondo. Seguro que te estas imaginando mi coño. Lo tengo peludo, sin arreglar. Una buena mata. Espero que te guste escupir pelo, guarra. – Descalzo su otro pie y empezó una lenta paja con sus pies. Ahora que me fijaba eran unos pies preciosos. – Te gustaría ver mi coño ¿verdad?
-Si señora, me gustaría ver su coño. – Respondí rápidamente. Si, quería ver un coño, me daba igual que fuera el de mi propia madre, de hecho en aquel momento era el único que quería. Jamás había visto un coño más allá del porno.
-Más tarde, cariño. Seguro que te gustaría no solo verlo, sino que follarlo. Claro, mi putita aún es virgen. – ella se reía, se burlaba. De repente paró y apartó sus pies. El dejar de sentir su piel sobre mi pene fue la peor tortura. – Creo que te mantendré virgen un tiempo. Tendrás que ganar el dejar que te folle.
-Por favor señora – suplique. Ni siquiera la había visto desnuda pero anhelaba aquel rotundo cuerpo.
-Has aprendido a suplicar muy pronto. Eres un sumiso natural, cariño. No sabes la suerte que tienes. –Mientras lo decía bajo su cuerpo y agarró mis testículos. No apretaba demasiado, pero note un leve dolor. Hice ademán de mover las manos pero ella fue más rápida. Con su otra mano me cruzo una bofetada. El golpe no me dolió demasiado, pero en ese momento me di cuenta que estaba a su merced. Me había pegado ya dos veces como a un niño pequeño sin ni siquiera pensarlo.
- Quieta, mi virginal zorrita. Deja a tu mami, que sabe lo que te conviene. – Con la misma mano con la que me había abofeteado empezó a pajearme con fuerza. A pesar de mi excitación, me había corrido hacía poco y aunque su toque era terriblemente placentero no me tenía al borde como antes. Mis ojos cayeron en su escote. En esa posición tenía una perfecta visión de sus pechos rebosantes. Veía como el sostén, también color carne, apenas los cubría mientras se bamboleaban al ritmo de la paja.
-Mi niño virgen, ¿Nunca has visto unos pechos tan de cerca? – Mi madre seguía tratándome tanto en masculino como en femenino. Aquello aun hacia mejor el juego.
-No señora
-Si te portas bien te dejare verlos más tarde. ¿Te portaras bien para mami? – dijo hablándome como si fuera un niño pequeño.
-Si señora, me portare bien.
-De momento puedes llamarme mami. Levanta. – Me levante. Ella me soltó los testículos pero no el pene. – ¿Quieres ir a jugar con mami a su cuarto?
-Sí, mami. – Vamos pues – contestó. Ella me llevo a su habitación agarrándome del pene. Cruzamos un par de pasillos y entramos en su cuarto. Era una habitación amplia, con una gran cama de matrimonio. En una pared, al lado de la puerta del baño, había una silla y un espejo con varios utensilios de maquillaje. Soltó mi pene, me sentó en la cama y me dio un beso en la mejilla – Espera aquí cariño.
Salió de la habitación. Apenas unos segundos después volvió con varias prendas de ropa interior.
-Estas prendas son de Alicia, eres delgadito como ella y te quedaran mejor que las mías. – mi madre pretendía vestirme con la ropa interior de mi hermana. Una ola de ira surgió de mi interior, pero recordé el video y me mordí la lengua. - Levanta, ponte estas. – Me dijo tendiéndome unas braguitas de encaje de color crema. Yo me las puse – ¡Estas estupenda! – Yo seguía empalmado y mientras me decía esto me daba golpecitos en la polla, jugando con ella por encima de las bragas. – A tu pollita virgen le encanta. – Me dio otro beso en la mejilla, húmedo y lento. – Vamos a ponerte guapa.
Me sentó delante del espejo. Cogió un peine y empezó a cepillarme el pelo. Me lo desenredaba sin miramientos. Yo me quejé – Quieta, pórtate bien, no querrás que ate – Ella seguía. Mojo el pelo algunas veces con un pulverizador y no paro hasta que quedo liso. De vez en cuando deslizaba su mano por mi pecho y jugaba con mi pene tanto por encima como por de las braguitas – estarás guapísima – susurraba. Una vez acabó de cepillarme el pelo me hizo dos coletas. Yo me miraba al espejo y unas sensaciones contradictorias me invadían. Me veía horrible, humillado y vestido de mujer como un travesti pero aquello era tan excitante como las caricias de mi madre. Mientras me ponía un poco de maquillaje, me pintaba un poco los labios y los ojos observaba su cuerpo, lo olía y lo sentía tan cerca del mío. Solo por una caricia de aquella mujer merecía la pena cualquier humillación. – Cierra los ojos – Obedecí. Me levantó de la silla y note como me ayudaba a abrocharme un sostén. Me sentó en la cama y me puso unas medias hasta la mitad de la pierna. Acabó de arreglar mi pelo y me encaro hacía el gran espejo.
-Abre los ojos. – Los abrí. Vestía un conjunto de lencería de color crema, la braguitas que ya había visto y un sostén a juego. Eran de encaje, aunque eran algo inocentes. Más bonitos que sexis. Las medias hacían que mis piernas parecieran sedosas como las de una muchacha joven. Era imposible que llenara el sostén, pero mi hermana tenía poco pecho y no se notaba tanto. El peinado, con dos coletas que me caían sobre los hombros y el suave maquillaje me daban un aire de mujer. Sí, yo era un hombre, pero ciertamente mi madre había hecho un trabajo magnifico. Ella estaba detrás de mí y pude ver cómo me abrazaba y empezaba a mordisquearme la oreja. Con una mano me acariciaba el pecho y con la otra me pajeaba suavemente por encima de las braguitas.
-Eres un zorrita virgen preciosa. Creo que te hare algunas fotos y vídeos más. ¿Te gustaría?
-Si – al verme de aquella manera mientras sentía las caricias de mi madre había entrado otra vez en aquel trance. Solo me importaba lo que sentía, lo que aquella mujer me hacía sentir humillándome por un lado mientras me tocaba con una ternura maternal y una sensualidad enorme. – Quiero que mi mami me haga fotos. –Ella se separó de mí y se sentó al borde de la cama con mi móvil en la mano. Empezó a fotografiarme en diversas posturas, ella me las sugería, me corregía y continuaba con sus comentarios sobre su pollita virgen, sobre su zorrita, sobre su puta.
-Eres una puta, parece que has nacido para esto –Ponte de rodillas y separarlas, aparta las bragas y pajeate, zorra – Me dijo – voy a hacerte un vídeo. – Empezó a grabar – Dime tu nombre y edad. – Dije mi nombre, de donde era y mi edad.
-Eres una putita y encima eres virgen. No has podido follarte a ninguna chica de tu edad y ahora babeas por tu propia madre, enfermo.
-Si – yo seguía masturbándome a buen ritmo.
-Te quieres follar a tu madre y por eso te has vestido así. Eres un salido y un enfermo. Te dejarías hacer de todo solo porque tu madre te haga una paja ¿verdad?
-Si – Soy una puta virgen que suplica que su propia madre se la folle. –La humillación y los insultos, lejos de ofenderme, formaban una parte indispensable de la experiencia, en aquel momento no lo quería de otra manera. – Mi madre se levantó y de un cajón saco un dildo. Era un vibrador ahusado, no muy grande, de color rosa. Me lo lanzó. – ¿Dejarías que tu mami te follara por el culo? – Si, respondí. – Lámelo como si fuera una polla zorra – Seguramente ha sido la peor mamada a un consolador de la historia, pues yo nunca había ni siquiera fantaseado con algo así, pero le puse todas mis ganas, como si aquel aparato formara parte de ella. – Suplica que te folle el culo zorra. – Fóllame el culo mami, por favor.- Dije mientras separé mi boca del vibrador. En unos instantes volvía a estar succionando y lamiendo aquel trozo de plástico.
Ella apagó el móvil. – Para – me ordeno. – Eres el mejor sumiso que podría haber encontrado jamás. Mi madre me levantó y empezó a besarme con pasión. Sus besos eran como si quisiera reclamarme. Por primera vez me atreví a tocarla y puse, casi con reverencia, mis manos sobre su trasero.
-Quieto – me dijo con una sonrisa. Me cogió de la mano y me tumbó en la cama. Sacó del mismo cajón que el vibrador una cinta de seda roja. Me quito el sostén, pasando su mano por mi pecho y pellizcándome, con suavidad un pezón. Yo solo pude gemir débilmente. – Dame las manos – Obedecí. Ató mis manos las muñecas, por delante y después me ató al cabezal de la cama. Una vez terminó se plantó delante de mí y con una sonrisa pícara me dijo – te lo has ganado – Se sacó su bata por la cabeza. En ese momento cualquier duda que hubiera podido tener se disipó. Puede ver el cuerpo de mi madre, solo cubierto por aquellas bragas y aquel sostén de color carne. Su vientre era aún liso, casi sin arrugas. Sus piernas, recias y fuertes eran una visión magnífica. De los bordes de las bragas escapaban algunos pelos negros que recordaban que debajo de aquel trozo de ropa había un coño por el que yo empezaba a obsesionarme. Sus enormes pechos rebosaban el sostén, que los mantenía apretados. Se acercó y se puso de rodillas encima de mí apoyándoles a ambos lados de la cama. Con una mano volvió a acariciarme el pene por encima de las bragas mientras acercaba su boca a la mía y volvía a regalarme con un largo beso. Separó sus labios de los míos y los vi manchados de mi propio carmín. Ella los acerco a mi cuello, besándolo y lamiéndolo con lentitud. Bajó aún más y se quedó en uno de mis pezones, mordiéndolo y succionándolo. Con la otra mano pellizcaba y jugueteaba con mi otro pezón mientras yo balbuceaba. Alternaba su boca de un pezón a otro. Siguió así unos minutos que me parecieron eternos. Bajó lamiendo y besando mi barriga y mi ombligo hasta que llego a mi polla. Esta seguía presionando las bragas, mostrando el enorme bulto de mi erección. Si quitarlas mi madre empezó a besarme por encilla de ellas. Lamia siguiendo el tronco y su saliva rápidamente empapó las braguitas. Por debajo de la tela yo notaba aquella humedad. De repente ella se puso en la boca el bulto donde estaba mi glande y yo me arquee buscando aquella caliente y húmeda cavidad. Otra vez me tenía al borde del orgasmo y otra vez se retiró, sonriendo.
Tranquilo, recuerda que solo te puedes correr si yo te doy permiso, recuerda que tus orgasmos son míos. – Ni siquiera pude contestar. Ella se incorporó y empezó a quitarme las medias mientras acariciaba mis piernas. – Si desobedeces o haces cualquier cosa que me desagrade te castigaré y te aseguro que no te gustara ¿Queda claro? – Había usado otra vez aquel tono autoritario. – Si señora. – Respondí. Una vez me había quitado las medias las apartó y empezó a bajarme las braguitas. No se preocupó de quitármelas del todo y las dejó a la altura de mis tobillos. Se sentó encima de mío, de horcajadas, con sus bragas apretando mi pene. Empezó a moverse suavemente, como si me estuviera follando. Yo seguía con las manos atadas al cabezal de la cama. Era desesperante ver moverse aquel cuerpo encima de mí sin poder tocarlo. Quería estrujar aquellas tetas, quería apretar aquel culo, quería desnudar a mi madre y poder ver aquel coño peludo que me ella misma me había prometido. Ella, insensible a mi mirada suplicante acercó sus manos a mi boca e introdujo sus dedos en ella. Era como si estuviera examinando la dentadura de un animal. Con dos dedos me mantuvo la boca abierta y me escupió en ella, dejando caer una buena cantidad de saliva dentro de mi boca. Solo pude engullir y escuchar.
-Eres una zorra. ¿Te gusta que te escupa?
-Si – contesté cuando libero mi boca de sus dedos.
Mantuve la boca abierta, como si suplicara más de aquella saliva. Ella me volvió a escupir, pero está vez una parte de su saliva quedo en mi mejilla. Mamá seguía jugando y pellizcando mis pezones mientras seguía aquel lento ritmo que estaba volviendo loca mi polla. Me estaba haciendo una paja, pero no con las manos o los pies, sino rozando su coño, aún en ropa interior, contra mi pene. Ella aumentaba y bajaba el ritmo según mis reacciones. Cuando veía que estaba cerca o que mi respiración se volvía mas entrecortada paraba y me propinaba un pellizco, ya más fuerte, en alguno de mis pezones mientras repetía – No tienes aún permiso para correrte. Solo podrás hacerlo cuando mamá te diga. Tu polla no es tuya, es de mamá, recuerda. – El dolor se mezclaba y aumentaba la excitación.
Cuando ya llevábamos un rato así mamá se levantó. Recogió del suelo el mismo vibrador que yo había chupado delante de la cámara. Pude observar una manchita de humedad en sus bragas. Se tumbó a mi lado y me susurró. – Yo también quiero correrme, pequeñín. – Se tumbó a mi lado y por encima de las bragas empezó a acariciarse. Ella levantó las piernas. Yo apenas podía ver mucho. La mano con que cogía el vibrador se acercó a mi cara y me lo introdujo en la boca. Lo hizo bruscamente, hasta el fondo de mi garganta. Evite una arcada mientras oía su risa. Era una risa cruel y burlona. – Tranquila zorrita. Ya tendrás tiempo de comerte las pollas que quieras. – Aquel comentario me asustó, yo no quería eso, solo la quería a ella. Podía ser un enfermo por gustarme que mi propia madre me tratara de aquella manera, pero no me gustaban los hombres. – Tranquilo, es una broma – dijo mientras retiraba el vibrador de mi boca, apartaba un poco sus bragas y se lo introducía. Desde mi posición solo pude ver como mi madre apartaba su ropa interior aparecía una abundante mata de pelo oscuro. Oí como encendía el vibrador pero ya no podía verlo, estaba completamente dentro de ella. Solo podía ver como mi madre se retorcía, tumbada a mi lado y movía la mano con la que lo sujetaba mientras gemía. De repente recostó una de sus piernas sobre mí, con la rodilla encima de mi pene apresándolo contra ella y mi barriga. En esta posición y aprovechando los movimientos de sus propia paja empezó un lento sube y baja con su pierna. Se movía y se arqueaba mientras seguía susurrando – Nos lo pasaremos tan bien, te convertiré en el niño de mamá, en su juguete,… - De repente ella aumento el ritmo del vibrador, gimió largamente y se dejó caer su cara sobre mi pecho – ¡Dios! Hacía tiempo que no tenía un orgasmo como este.
Mamá se incorporó después de unos instantes de descanso mientras recuperaba su respiración. Me desató del cabezal, pero aún tenía las manos atadas. Con un movimiento y demostrando otra vez su fuerza me puso de rodillas, con la cabeza pegada a la cama y las piernas separadas. Noté como escupía, esta vez sobre la raja de mi culo y pasaba dos dedos por mi ano. Yo gemí y fui a protestar – Mamá, por favor, por el culo no,…- Ella reacciono con una violencia que aún no había visto y con la misma mano me cogió de las dos coletas y tiro con fuerza de ellas. Todo mi cuerpo se arqueo y solté un quejido lastimero. – shhh, no te olvides que aquí mando yo y puedo hacer contigo lo que quiera. – Sin dejar de tirar de mi pelo me dio varios golpes fuertes en las nalgas, mucho más que los que ya me había propinado esa misma mañana. – Con fuerza volvió a darme la vuelta y dejo que me tumbara. La visión de aquel cuerpo en ropa interior merecía cualquier golpe. En ese momento temí que mi madre parara el juego y empecé a pensar en suplicarle que siguiera jugando con mi culo, pero antes de que las palabras surgieran de mi boca ella se sentó encima de mí, con sus piernas rodeándome el cuello y note como empezaba a apretar sus bragas contra mi boca y mi nariz. Note la humedad de su sexo, olí su anterior orgasmo mientras la oía hablar – Tal vez te quiera hacer correr y apenas has empezando a andar. Pero no esperaba que reaccionaras de esta manera, que tuvieras un sumiso dentro de ti. Tranquilo, tendremos tiempo de jugar con tu culito. Ahora y como estas siendo tan buen niño de mamá tendrás el premió de oler mi coño. Te gusta ¿Verdad? – Yo no podía hablar. Luchaba por saborear y oler la mancha húmeda de las bragas de mamá. Los pelos de su sexo que sobresalían de las bragas me hacían cosquillas en las mejillas. Arqueando un poco su cuerpo hacía atrás, mamá me agarro con una mano los testículos. No apretaba demasiado, pero los amasaba sin demasiado cuidado, mezclando otra vez el dolor con el placer. Ella gemía y con sus fuertes y generosos muslos, con los que me tenía aprisionado, iba aumentando el ritmo. No sé cuánto tiempo pasó mi madre frotándose contra mi cara, mi nariz y mis labios. De repente ella llegó al orgasmo y noté una nueva ola de humedad empapando sus bragas. Su sabor y su olor eran lo mejor que jamás había probado. Apenas podía respirar, pero me daba igual. Las dos corridas de mi madre hacían que las bragas empezarán a transparentar y podía empezar a atisbar, en primer plano, el matojo peludo que era el coño de mi madre. Fui consciente de que le había provocado mi primer orgasmo a una mujer. Nunca había pensado que sería de esa forma y a mi propia madre y de hecho más que provocarlo yo había sido mi madre quien me lo había arrancado frotándose contra mi cara. Ella pero, parecía satisfecha con su hijito. Liberó la prisión de sus muslos y se tumbó mientras volvió a besarme, sin importarle que mi boca estuviera empapada de sus propios jugos. – Es el primer orgasmo que me das – dijo con voz melosa y satisfecha – serás el mejor niño de mamá. Te mereces un premio. ¿Te gustaría correrte en la boca de mamá? – Yo no lo podía creer y apenas pude afirmar. Ella bajó por mi cuerpo y sin pensárselo dos veces empezó a lamer mi polla. Se la tragaba, jugaba con el glande, la lamia de arriba abajo mientras jugueteaba con mis testículos. Era la primera mamada que me daban y era algo magnifico. De repente, cuando ya estaba yo otra vez al límite paró y me miró a los ojos
– Pídele a mami que te saque la leche, pídele a mami que te deje correrse en su boca.
-Mami por favor – gemí – deja que me corra en tu boca.
Y ella me concedió el favor. Sin ayuda de las manos la engullo y empezó una vertiginosa mamada. Aquella boca caliente y húmeda era demasiado para mí y rápidamente note un intenso orgasmo. Mamá no decreció su ritmo y siguió hasta que mi pene empezó a perder un poco de dureza. Sin abrir la boca se separó de pene y sin ni siquiera darme tiempo a reaccionar escupió la corrida en mi cara. Con la mano empezó a esparcir el semen por mi cara mientras sus dedos me abrían la boca y me obligaban a saborearlo. Era asqueroso. Intente protestar, forcejear pero rápidamente note la otra mano de mi madre apretando con fuerza mi semiflácido pene y mis testículos. Me quede quieto y deje que siguiera jugando con mi semen, sus dedos y mi boca y cara. – Tranquilo, solo es un poco de semen. No le pongas ascos. – Me relaje completamente y una nueva sensación me invadió. No era excitación, sino otra cosa. Ahora lo reconozco. Era que poco a poco iba entendiendo que era el sumiso de mi madre, que haría conmigo lo que quisiera me gustará o no. Eso, lejos de alarmarme me produjo una intensa felicidad.
Continuará…
Era el peor castigo posible. Había sacado malas notas y mis padres habían decidido que como medida disciplinaria iría a pasar el verano al pueblo con mi madre. Hacía casi tres de años que no la veía. Mis padres se habían separado cuando yo era pequeño y mi madre se había largado de casa, a viajar y conocer mundo. Desde entonces nos habíamos visto poco y en los últimos años el único contacto que habíamos tenido eran algunas postales y llamadas al año. Hacía un par de años se había instalado en un pueblecito y había comprado una casa con la generosa pensión que le pasaba mi padre.
Mi padre se había vuelto a casar con una mujer más joven y pasaba completamente tanto de mí como de mi hermana mayor. Yo, que siempre había sido buen estudiante, en una clara llamada de atención había dejado de estudiar, hacia pellas,… Por eso mi padre había llamado a mi madre, algo casi inaudito y habían acordado que pasaría el verano con ella en el pueblecito en el que se había instalado. Yo había esperado pasar el verano con mis amigos, organizar excursiones a la playa e ir en busca de turistas borrachas con las que acostarnos. Yo quería disfrutar del mar, del sol y de alguna mujer, pues tristemente, a mis 18 años, era aún virgen y seguramente lo seguiría siendo después del verano, pues no esperaba tener mucha “suerte” en un pequeño pueblo del interior de apenas algunas familias.
El autobús me dejo en la plaza. El lugar era el típico pueblo pequeño, donde en verano todo el mundo se iba de vacaciones. Vi a mi madre de lejos, esperándome. Era una mujer morena, de pelo largo y formas rotundas. A pesar de que ya se acercaba a los 50 años se conservaba bastante bien. Como más se acercaba mejor la pude observar. Era más alta y corpulenta que yo (no era difícil, yo era un muchacho delgadito, bajito y algo enclenque), con unas amplias curvas sin llegar a estar gorda. Llevaba un ligero vestido veraniego que aún resaltaba más su figura. Cuando ya estaba solo a unos metros de mí me fije en sus dos enormes pechos, que pugnaban por salir del escote. La visión de aquellas dos grandes esferas aprisionadas despertó algo en mí, algo que rápidamente deseché. Estaba demasiado salido. No podía ponerme cachondo mi propia madre: una mujer de 50 años y ¡encima mi madre! Pero durante aquellos instantes solo podía mirarla como una mujer: la melena oscura, aquella bamboleante forma de andar,… Cuando llego enfrente de mí apenas podía pensar con claridad. Mi madre me abrazó con fuerza. La presión de sus pechos contra el mío aumentó mi excitación y por un momento temí que algún bulto del pantalón me delatara.
-Hola Javi ¡Que mayor estás! Y estos pelos –dijo acariciando mi cabello. Yo llevaba el pelo largo, liso y desgreñado. Hacía por lo menos tres años que no te veía. – Su voz era agradable, sedosa, hipnotizante – ¿No le darás un beso a tu madre?- me dijo con una sonrisa pícara mientras besaba mi mejilla. Fue un beso largo, húmedo y caliente. Me estaba excitando que mi madre me besara en la mejilla ¿Qué me estaba pasando?
-¿Cómo estás María? – La llame por su nombre de pila.
-Bien hijo, muy contenta de que vengas el verano a hacerme compañía. – mientas decía esto me acarició el brazo – Aunque creo que tu no lo estas tanto. Mira que repetir curso Javi, ¡con lo listo que has sido siempre!
-Ha sido solo un mal año. El año que viene seguro que apruebo.
-Bueno, tranquilo. Sé que para ti esto es un castigo, pero ya hace tiempo que pienso que una temporada en el pueblo te hará bien. Verás que aquí la vida es tranquila y tendrás tiempo de pensar. En casa solo necesito que me ayudes y me hagas un poco de compañía. Sé que desde que tu padre y yo nos separamos nos hemos distanciado mucho y es principalmente mi culpa, pero podemos recuperar el tiempo perdido.
-Lo que digas, María – le dije con desdén en mi voz, mientras empezábamos a andar hacia su casa.
-Tranquilo – habló con un extraño de voz – que no te vas a aburrir del todo. Y por cierto, llámame mamá, no por mi nombre de pila, que se me hace extraño.
La casa de mi madre era el típico hogar de pueblo. Era una casa amplia, situada en uno de los límites del pueblo, de dos plantas y un amplio jardín perfectamente cuidado. La casa estaba rodeada de un amplio y alto muro. Mi madre seguía parloteando. En cierta manera me echaba en cara que no hubiera hecho como mi hermana y la hubiera visitado. Mi hermana, Alicia, 2 años mayor que yo, había pasado una temporada con ella, pero yo, que en cierta manera siempre me había sentido abandonado por mamá, había ignorado sus continuas invitaciones. Ahora, pero, no me quedaba más remedio que pasar el verano, aislado en pueblo, con ella.
(…)
Después de unos días me di cuenta que lo peor de todo sería el aburrimiento. Mis obligaciones eran acompañar a mamá a hacer la compra en la tiendecita del pueblo y ayudarla a realizar las tareas del hogar. El resto del día lo pasábamos viendo la tele, pues en el pueblo la conexión a Internet era mala y la casa ni siquiera tenía un ordenador. Los primeros días insistió en que saliéramos por las tardes a tomar algo al hogar social del pueblo, que hacía de bar. Allí conocí algunas de sus amigas, mujeres mayores, de diferentes edades. De algunas de ellas tal vez hable más adelante, si sigo contándoles esta historia.
El aburrimiento era el peor combustible para el pequeño calentón que tenía por mi madre, que al paso de los días aumentaba. La observaba viendo la televisión, tumbada, con la fina bata de estar que apenas disimulaba su cuerpo. Cada vez que podía miraba furtivamente a su escote perlado de sudor, a sus recios muslos cuando se agachaba, a su amplio y redondo trasero cada vez que pasaba por delante,… Cada vez que podía me retiraba a mi habitación a pajearme pensando en mi propia madre. Aquello me producía sentimientos encontrados. Por un lado sabía que estaba mal, pero por otro no podía controlar el deseo que me despertaba aquella mujer.
Un tarde, apenas llevaba una semana en el pueblo, mamá se fue con sus amigas y me quede solo en casa. Aburrido como estaba, me fui a mi habitación, me quite los pantalones y empecé a hacerme una paja. Solo tenía mi imaginación y mi propia calentura por mi madre. Me la imaginaba encima, follándome, tocándome, besándome,… imaginaba como debía ser su cuerpo desnudo,… no me faltaba mucho para acabar cuando me di cuenta que no tenía nada para limpiar la corrida ¡Mierda! – pensé. Me levanté y fui para el baño en busca de algo de papel higiénico. En el baño, en la cesta de la ropa sucia, había varias prendas de ropa interior sucias. Aquello me encendió, era la ropa íntima de mi madre, había estado contacto con su piel morena, con su coño, sus pechos y su culo. Eran bragas blancas, rosas, color carne, algunas de encaje pero nada glamuroso ni extremadamente sexi, pero aquella vulgaridad aún me excitaba más. Nunca había sido fetichista ni me había excitado especialmente la ropa interior, pero en aquel momento aquellas bragas, sostenes, camisetas interiores,… me parecían lo más caliente que me había pasado en vida. Con una mano las empecé a cogerlas y olerlas. El olor de hembra de mamá inundaba mis fosas nasales, me embriagaba de una manera que jamás había sentido. Empecé a frotar mi pene contra unas bragas blancas. El contacto de tela con mi pene hizo que no pudiera más y me corrí con el orgasmo más intenso de mi vida. Mi semen empapaba varias de las prendas. Nervioso, las puse dentro de la lavadora y me fui a vestir a mi habitación.
(…)
-¡Javi! ¡Despierta pervertido! – Era la mañana siguiente a mi incidente con la ropa interior, yo aún dormía cuando los gritos de mamá me despertaron. Al abrir los ojos la vi, con algunos de sus bragas y sostenes sobre los que la tarde anterior yo me había corrido. Iba vestida con una bata de tirantes, mostrando su generoso escote, que le llegaba hasta las rodillas. Cuando me di cuenta de lo que llevaba en la mano una oleada de vergüenza me inundó y empecé a balbucear.
-Yo,… lo siento… no sé qué decir.
-No sabes que decir, pervertido – me lanzó uno de sostenes a la cara mientras con la otra mano agitaba un manojo de bragas con mi semen reseco – ¡mira que hacer eso! ¡Con las bragas de tu propia madre! Esto se merece una buena zurra. Levántate.
Me levante. Solo iba vestido con unos calzoncillos que usaba para dormir. Mamá se sentó en la cama y me indico que me tumbara sobre sus rodillas, como un niño pequeño. Empecé a protestar pero no tuve tiempo.
-Calla pervertido. Harás lo que te diga si no quieres que le cuente a tu padre lo que has hecho, cerdo.
La amenaza surgió su efecto. Yo aún estaba aturdido por la manera de despertarme y sin pensármelo demasiado me acomodé tal y como ella me indicaba. ¡Mi madre iba a zurrarme como a un niño pequeño! Mamá, estaba sentada en la cama y yo, en calzoncillos, tumbado boca abajo sobre sus piernas. Note mi pene, bajo los calzoncillos, apoyándose en sus muslos y me entro un pánico enorme. Si tenía una erección ella se daría cuenta y no sabía cómo podía reaccionar. Cada vez era más consciente de aquel contacto. Se había arremangado un poco la bata y yo notaba el calor de aquellas piernas. Cuando temía que empezara a llegar sangre a mi miembro note como mamá ponía un par de dedos debajo de mis calzoncillos y los bajaba, dejando mis nalgas al descubierto. Después sentí un golpe, era un cachete, con su mano, seguido de otro y de otro. No eran extremadamente dolorosos, pero después de algunos golpes mis nalgas empezaron a picar. Pero no sentí demasiada molestia, pues al otro lado de mi cintura mi pene había cobrado vida propia.
Al sentir la erección presionando me di cuenta de lo caliente que estaba. Apenas podía pensar. Estar casi desnudo, siendo castigado como un niño pequeño me producía vergüenza, pero aquella vergüenza era terriblemente excitante y no solo eso, el castigo, los golpes con la palma de mi mano sobre las nalgas iban presionado y frotando mi pene contra los muslos de aquella mujer. Eran unas sensaciones que jamás había sentido. Mamá también se dio cuenta y dejo de golpear mi culo. Aquello me aterró. ¡Qué pensaría de mí! Su tono de voz, pero, me tranquilizó.
-Mi niño – dijo mientras que con la misma mano que me había golpeado me acariciaba la nuca, la espalda - ¿Eres virgen? – preguntó
-Yo… - notaba que estaba a punto de llorar de vergüenza mientras ella jugueteaba con mi pelo. Yo apretaba mi cara contra la almohada.
-Tranquilo, puedes confiar en mí, cariño.
-Sí. Lo soy.
-¡Perfecto mi niño! – Exclamó y con una voz suave y ronca añadió - Date la vuelta. Veamos qué es lo que tienes aquí.
Obedecí como si no tuviera voluntad. Mamá me empujo suavemente y se tumbó a mi lado. Antes solo me había bajado la parte de atrás de los calzoncillos y estos aun tapaban, mal, mi pene. Este, totalmente erecto, intentaba liberarse de la presión de la tela. Mamá posó una mano sobre mi pene, suavemente, acariciándolo por encima de la ropa interior.
-Mi pequeña pollita – susurró en mi odio – y virgen. Esto es mejor de lo que esperaba. Desde que supe que vendrías pensé en follarte, pero esto es mucho mejor. – Yo apenas era consciente de lo decía. Solo sentía el sensual tono de su voz y el roce de sus dedos sobre mi pene. - ¿Te gustaría follarte a tu madre, pervertido? – siguió con un tono igual de sensual, pero algo más juguetón.
-Esto… está… mal – dije jadeando – eres… mi madre.
-Shhh – contestó mientras deslizaba los calzoncillos y mi pene, ya libre, se disparó como un resorte mientras yo soltaba otro gemido. Noté como su mano se apoderaba de él y empezó un lentísimo sube y baja mientras me daba suaves besos en el cuello y la mejilla. Aquello me estaba volviendo loco. – Te lo repito, mi pollita virgen, ¿te gustaría follarte a tu mami?
-Sí, mamá, por favor – Yo notaba el orgasmo cerca, pero de repente ella paró la paja. Con un dedo me acariciaba la base y el tronco del pene, lo que me provocaba cierta agonía. Necesitaba correrme, no podía más.
-Muy bien. Pero debes prometerme que harás todo lo que te diga. Que le harás caso a tu querida madre en todo lo que diga. Sin rechistar.
-Si… lo haré – dije mientras ella me pajeaba con un solo dedo. Aquello me estaba volviendo loco. No sabía lo que decía.
-Muy bien, pero recuerda, si no haces lo que digo le contaré a todo el mundo que te ponen cachondo las bragas de tu madre– Detuvo su dedo y empezó a jugar con mis testículos. Los acariciaba, pellizcaba la piel con suavidad, rozaba sus uñas en ellos provocando las mejores cosquillas de mi vida. Yo me arqueaba y gemía, temeroso y expectante – Tienes que ser sincero, ¿te gustan mis bragas? ¿Te gustaría ponértelas?- En aquel momento dudé. Como ya he dicho jamás había tenido fantasías de aquel tipo, yo solo quería que me follara de una vez. Ella notó mi titubeo. Rápidamente se tumbó encima de mí, de horcajadas y me besó. Su lengua entro en mi boca, sedienta. Note su peso encima, la presión de sus pechos aplastándose sobre el mío y la presión de sus piernas sobre mi verga. Pude notar su aliento fresco, su aroma de mujer: sudor, el jabón de la ducha y algo que jamás antes había olido. Era su propia excitación. Noté como separaba su cuerpo sin separar sus labios de los míos. Me cogió las manos y las poso sobre sus pechos. Se separó un poco más y me susurró – Tócalas mi niño. – Yo, que hasta ese momento había estado más bien paralizado, empecé a apretar suavemente aquellos dos globos que me habían vuelto loco durante la última semana. Eran algo blandos – lógico, supe después, para una señora de su edad – pero para mí, en aquel momento, eran perfectos. El tacto de aquellas dos enormes tetas, mis primeras tetas, junto con el roce del vestido con mi pene hacía que yo estuviera cada vez más excitado. Todo recato y toda lógica habían desaparecido de mi mente. Torpemente debido a mi inexperiencia, le devolví los besos a mi madre y mi lengua buscó su boca. Ella se separó un poco y volvió a cogerme de las manos. Esta vez las llevo hasta el cabezal de la cama, con una sola mano me inmovilizó ambas muñecas. Era mucho más fuerte de lo yo esperaba, seguramente era mucho más fuerte que yo. Su pelo negro, suelto, caía sobre mi pecho.
- ¿Te gustaría que tu mami te pusiera sus braguitas? – Siguió ella con su tono juguetón. Yo no podía pensar. Me sorprendió oír mi voz que débilmente afirmaba. Sin soltarme volvió a comerme la boca. Mordisqueando mis labios y provocándome un ligero dolor. También apretaba con fuerza mis manos. El beso duró unos instantes dolorosamente eternos. De la misma cama recogió unos sostenes que antes me había tirado a la cara y empezó a atarme las manos al cabezal de la cama con ellos. Yo me deje hacer. Se levantó y recogió una de las bragas del suelo. Las empezó a frotar sobre mi pene. Yo volví a arquear mi cuerpo. Estar atado de manos izo que de repente me sintiera indefenso ante aquella mujer. Cierta sensación de miedo se sumó a mi excitación.
-Eres la guarrilla de mamá. La pollita virgen de mamá. – susurraba mientras me ponía las bragas. Me cogió de una pierna y pasó las bragas, después la otra. Con un suave empujoncito me las subió. Mi pene, otra vez estaba aprisionado. Aquello me llevó, aun si cabe, a un nuevo nivel de calentura. Mire abajo. Mi pene luchaba por salir de aquellas bragas blancas de encaje. Mi madre seguía acariciando el pene, con las puntas de sus dedos por encima de la ropa interior. – Dilo – dijo de repente – di que eres la guarrilla de mamá.
-Soy la guarrilla de mamá. – repetí instantáneamente. Me estaba tratando a mí mismo en femenino, diciendo que era una guarrilla. Era absurdo, pero no me importaba. Solo importaba la voz de mi madre y las sensaciones que me estaban provocando sus dedos y sus bragas.
-Muy bien mi niña. A partir de ahora tu pollita virgen es solo mía. Solo yo podré decir cuando de corres. A partir de ahora todo tú eres mío. Repítelo. – La última palabra la dijo con un tono autoritario.
-Mi pollita virgen es tuya. Solo tú decidirás cuando me corro. – Cada vez que ella notaba que yo estaba llegando al límite paraba y ralentizaba sus caricias. Me llevaba al borde sin llegar al orgasmo. – Soy tuyo.
-Júralo
-Lo juro. Soy tuyo.
-Eres una putita. Una putita que a la que le encanta vestirse de mujer.
-Soy una putita y me encanta ponerme braguitas. – mi voz salía pero yo no era casi consciente de lo que decía. Era como si otro dijera las palabras. – Soy tu puta, mamá. – Una enorme sonrisa cruzo su cara.
-Oh, nos lo pasaremos tan bien putita. Te lo has ganado, suplica que te haga correr.
-Lo suplico. Hazme correr. Haz correr a tu putita. – Aquellas palabras, tanto las mías como las de mi madre me parecían lejanas, pero era lo que yo quería, algo que salía de dentro de mí, tan escondido que ni siquiera sabía que estaba ahí. En aquel momento yo solo quería ser la puta de mi madre, aún si saber exactamente lo que aquello significaba.
Puso su mano sobre mi pene y lo agarro bien, por encima de las bragas. Se volvió a incorporar encima de mí, esta de vez de rodillas. Su pelo suelto se desparramaba sobre mi pecho, haciéndome cosquillas. Me miraba a los ojos con lujuria. Empezó a pajearme con fuerza y en apenas unos segundos empecé a correrme. El orgasmo fue como una liberación. Jamás había sentido nada igual. Había estado a la merced de mi madre, que me había hecho una paja increíble. Además, aquella sensación de vulnerabilidad, la vergüenza, la humillación,…Mi semen empapo todas las bragas. Mire a los oscuros ojos de mamá. Ella me devolvió la mirada, la suya era de picardía, de vicio y de crueldad. Yo estaba demasiado aturdido por el orgasmo para darme cuenta de aquella mirada. Si no, me hubiera marchado de aquella casa inmediatamente.
(…)
Mamá se levantó y recogió algo de la estantería. Apenas fui consciente de ello. Sin decir nada me desato. Yo estaba como catatónico. Me miro durante unos segundos y su voz me devolvió a la realidad.
-A no ser que les hayas cogido cariño me gustaría que dejaras las bragas en el cesto de la ropa sucia – lo decía con tono burlón. – Tomate unos minutos y cuando te recuperes y estés preparado te espero en el comedor.
No me creía aun lo que acaba de suceder. Era como si fuera el recuerdo de una película. Cuando mamá dejó la habitación me quite las bragas. Estaban sucias y pegajosas. Limpie mi pene con un trozo que aún estaba limpio. Las tire y me quede un rato corto, desnudo y en silencio, sentado en la cama. Me levante y me puse unos pantalones cortos y una camiseta. Fui al baño, orine, me limpie y puse la cabeza bajo el grifo. Todo aquello lo había hecho como un zombie, sin pensar en nada. El frío del agua me hizo, por fin, ser consciente de lo que había pasado en aquella habitación. Mi madre me había hecho una paja. No solo eso, me había atado, me había puesto sus bragas y me había tratado de putita, pollita virgen y había reclamado cierta propiedad sobre mí. Fui hacia el comedor seguro de mí mismo. Aquello no debía repetirse jamás. Le pediría que le dijese a mi padre que debía volver a casa con cualquier excusa. Lo que había ocurrido estaba mal. No solo era mi madre, sino que la manera en que me había hecho la paja, la bragas, la conversación… ¡Todo estaba mal! Yo no era así.
Toda mi seguridad y todo mi discurso se deshicieron cuando entre en el comedor. Estaba sentada. Vestida con aquella bata de estar por casa de tirantes que no se había quitado en ningún momento mientras me masturbaba, estaba espectacular. Fui consciente de aquellos pechos que pugnaban con salir y de los que yo ya había tenido un primer breve contacto. Quería más, quería verlos, quería amasarlos, besarlos, mamar de ellos como si fuera un niño o una putita,… Sus rodillas prometían unas piernas fuertes y moldeadas por los largos paseos por el pueblo. Pensaba en que sentirá con mi cabeza encajonada entre ellos,… fui más fuerte que mis instintos y apartando la mirada de su cuerpo mientras me sentaba, dije:
-Lo siento mamá, no sé qué me ha pasado. Lo que he hecho está mal, creo que… -Hablaba rápido, atropellado, intentado sonar convencido.
-Shhhh. - Se levantó y puso su dedo sobre mis labios mandándome callar. Se sentó a mi lado. A pesar de que solo hacía unos minutos que me había corrido noté una sensación debajo del vientre. En su mano estaba mi teléfono móvil y el reproductor de video estaba encendido. Antes de que ella le diera al play yo ya sabía lo que era. Mi madre había grabado con mi propio teléfono lo que había pasado. El video estaba bastante avanzado y se oía mi voz perfectamente. Soy una putita y me encanta ponerme braguitas. Aquello me golpeo. Ni siquiera intenté quitarle el móvil. Era real. Lo que había hecho y dicho hacía unos minutos antes parecía un sueño, como un recuerdo que no era mío. Verme así, con una bragas puestas y tan excitado me hizo sentirlo totalmente real. No podía escapar de ello.
-Veo que te has quedado callado. Bien, escúchame porque no quiero repetirlo. Quiero que cumplas lo que has prometido, serás mío, mi “esclava” sexual, para entendernos. – Dijo aquello de manera fría, como si fuera la cosa más normal del mundo. -A partir de ahora harás todo lo que yo te diga o de lo contrario…
-No serás capaz. Lo que hemos hecho lo hemos los dos – dije de repente y levantándome. – Tan mal esta lo que he hecho yo como lo que has hecho tú, sino peor. Dame el móvil, borrare el vídeo y me iré para mi casa hoy mismo. –mamá seguía sentada, tranquila como si la cosa no fuera con ella.
-Veras cariño – siguió con voz calmada. – Cuando tu padre te mando aquí me dijo que te disciplinara, y eso es lo que pienso hacer. Él no se esperaba algo así… o tal vez,- se quedó un instante pensativa - verás hay muchas cosas que no sabes ni de mi ni de mi relación con tu padre, ni lo que he estado haciendo estos años. Tampoco te lo voy a contar ahora. Simplemente debes saber que harás todo lo que yo te diga.
-No digas estupideces y dame el móvil. –Ella me lo dio sin inmutarse.
-Es inútil. Ya tengo una copia en el mío, y no solo eso, también una copia de tus contactos. – la mire sin comprender. – verás cariño, tu padre me mando tu número PIN y contraseñas y mientras dormías yo he estado recogiendo un poco de información. Él estaba preocupado por que no drogarás o algo parecido. La verdad es que no esperaba que todo ocurriera tan rápido, pero,…
-No lo entiendo – dije yo, confuso.
-Ni hace falte que lo entiendas. Lo único que hace falta que entiendas es que a partir de ahora harás todo lo que yo diga, vestirás como yo diga, comerás lo que yo diga y cuando yo lo diga y así con todo. Si me desobedeces o intentas hacer cualquier tontería como quitarme el móvil, tengo copia del vídeo y tus contactos en Internet, enviare nuestro pequeño vídeo a todos tus amigos.
-¿Por qué?
-No te preocupes por eso. Si tienes dudas piensa en que diría Júlia si te viese tan guapo con unas braguitas – Júlia era mi mejor amiga y yo estaba colado por ella. Ella, pero, estaba saliendo con un chico mayor y yo solo era un amigo para ella, su mejor amigo. Estaba claro que mi madre había estado mirando mis mensajes. En aquel momento me sentí indefenso, inútil, sin ninguna salida. Me imagine la cara de Júlia, el resto de mis amigos me daban igual, riéndose de mí, llamándome enfermo,… – Solo tienes que preocuparte de complacerme. No será demasiado difícil, solo quiero lo que me has prometido, tu pollita virgen – mientras decía eso se levantó bruscamente y me agarro del paquete con fuerza mientras con la otra mano apretaba con fuerza mí nunca contra ella. El beso fue violento. Como si violara mi boca. El deseo se apodero otra vez de mí. Mientras me sobaba el pene este fue creciendo. Su lengua seguía moviéndose en mi boca. Apretaba mis labios los mordía, los lamía,…
-Porque estás vestido –dijo mientras se separaba. – A partir de ahora solo podrás ir vestido si te doy permiso, ¿Entendido? Ya sabes que pasara si desobedeces.
-Si – dije mientras me quitaba la camiseta y dejaba caer los pantalones. Desnudo, con la polla tiesa, delante de ella, aún vestida. Otra vez aquella sensación de vulnerabilidad, de indefensión e inferioridad delante de aquella mujer. Así de pie, me di cuenta que por lo menos me sacaba un palmo de altura y que era mucho más corpulenta que yo.
-A partir de ahora me llamarás señora y me trataras con el debido respeto. – Lo dijo mientras jugaba con mi polla, dándole golpecitos con los dedos.
-Si señora.
-Ponte de rodillas enfrente el sofá, con las piernas abiertas y las manos detrás de la espalda.
Obedecí. Ella se sentó enfrente de mí. Se quitó una zapatilla y empezó a jugar con mi pene y su pie. Se levantó un poco la bata y entreví sus bragas. Era color carne. Bragas de vieja, como las llamaba la gente. Aquel destello me excitó y cuando mi madre apretó mi glande con dos dedos de los pies gemí suavemente.
-Eres una guarra cachonda. – dijo ella riendo. – Has visto mis bragas de vieja y te has puesto cachondo. Seguro que te estas imaginando mi coño. Lo tengo peludo, sin arreglar. Una buena mata. Espero que te guste escupir pelo, guarra. – Descalzo su otro pie y empezó una lenta paja con sus pies. Ahora que me fijaba eran unos pies preciosos. – Te gustaría ver mi coño ¿verdad?
-Si señora, me gustaría ver su coño. – Respondí rápidamente. Si, quería ver un coño, me daba igual que fuera el de mi propia madre, de hecho en aquel momento era el único que quería. Jamás había visto un coño más allá del porno.
-Más tarde, cariño. Seguro que te gustaría no solo verlo, sino que follarlo. Claro, mi putita aún es virgen. – ella se reía, se burlaba. De repente paró y apartó sus pies. El dejar de sentir su piel sobre mi pene fue la peor tortura. – Creo que te mantendré virgen un tiempo. Tendrás que ganar el dejar que te folle.
-Por favor señora – suplique. Ni siquiera la había visto desnuda pero anhelaba aquel rotundo cuerpo.
-Has aprendido a suplicar muy pronto. Eres un sumiso natural, cariño. No sabes la suerte que tienes. –Mientras lo decía bajo su cuerpo y agarró mis testículos. No apretaba demasiado, pero note un leve dolor. Hice ademán de mover las manos pero ella fue más rápida. Con su otra mano me cruzo una bofetada. El golpe no me dolió demasiado, pero en ese momento me di cuenta que estaba a su merced. Me había pegado ya dos veces como a un niño pequeño sin ni siquiera pensarlo.
- Quieta, mi virginal zorrita. Deja a tu mami, que sabe lo que te conviene. – Con la misma mano con la que me había abofeteado empezó a pajearme con fuerza. A pesar de mi excitación, me había corrido hacía poco y aunque su toque era terriblemente placentero no me tenía al borde como antes. Mis ojos cayeron en su escote. En esa posición tenía una perfecta visión de sus pechos rebosantes. Veía como el sostén, también color carne, apenas los cubría mientras se bamboleaban al ritmo de la paja.
-Mi niño virgen, ¿Nunca has visto unos pechos tan de cerca? – Mi madre seguía tratándome tanto en masculino como en femenino. Aquello aun hacia mejor el juego.
-No señora
-Si te portas bien te dejare verlos más tarde. ¿Te portaras bien para mami? – dijo hablándome como si fuera un niño pequeño.
-Si señora, me portare bien.
-De momento puedes llamarme mami. Levanta. – Me levante. Ella me soltó los testículos pero no el pene. – ¿Quieres ir a jugar con mami a su cuarto?
-Sí, mami. – Vamos pues – contestó. Ella me llevo a su habitación agarrándome del pene. Cruzamos un par de pasillos y entramos en su cuarto. Era una habitación amplia, con una gran cama de matrimonio. En una pared, al lado de la puerta del baño, había una silla y un espejo con varios utensilios de maquillaje. Soltó mi pene, me sentó en la cama y me dio un beso en la mejilla – Espera aquí cariño.
Salió de la habitación. Apenas unos segundos después volvió con varias prendas de ropa interior.
-Estas prendas son de Alicia, eres delgadito como ella y te quedaran mejor que las mías. – mi madre pretendía vestirme con la ropa interior de mi hermana. Una ola de ira surgió de mi interior, pero recordé el video y me mordí la lengua. - Levanta, ponte estas. – Me dijo tendiéndome unas braguitas de encaje de color crema. Yo me las puse – ¡Estas estupenda! – Yo seguía empalmado y mientras me decía esto me daba golpecitos en la polla, jugando con ella por encima de las bragas. – A tu pollita virgen le encanta. – Me dio otro beso en la mejilla, húmedo y lento. – Vamos a ponerte guapa.
Me sentó delante del espejo. Cogió un peine y empezó a cepillarme el pelo. Me lo desenredaba sin miramientos. Yo me quejé – Quieta, pórtate bien, no querrás que ate – Ella seguía. Mojo el pelo algunas veces con un pulverizador y no paro hasta que quedo liso. De vez en cuando deslizaba su mano por mi pecho y jugaba con mi pene tanto por encima como por de las braguitas – estarás guapísima – susurraba. Una vez acabó de cepillarme el pelo me hizo dos coletas. Yo me miraba al espejo y unas sensaciones contradictorias me invadían. Me veía horrible, humillado y vestido de mujer como un travesti pero aquello era tan excitante como las caricias de mi madre. Mientras me ponía un poco de maquillaje, me pintaba un poco los labios y los ojos observaba su cuerpo, lo olía y lo sentía tan cerca del mío. Solo por una caricia de aquella mujer merecía la pena cualquier humillación. – Cierra los ojos – Obedecí. Me levantó de la silla y note como me ayudaba a abrocharme un sostén. Me sentó en la cama y me puso unas medias hasta la mitad de la pierna. Acabó de arreglar mi pelo y me encaro hacía el gran espejo.
-Abre los ojos. – Los abrí. Vestía un conjunto de lencería de color crema, la braguitas que ya había visto y un sostén a juego. Eran de encaje, aunque eran algo inocentes. Más bonitos que sexis. Las medias hacían que mis piernas parecieran sedosas como las de una muchacha joven. Era imposible que llenara el sostén, pero mi hermana tenía poco pecho y no se notaba tanto. El peinado, con dos coletas que me caían sobre los hombros y el suave maquillaje me daban un aire de mujer. Sí, yo era un hombre, pero ciertamente mi madre había hecho un trabajo magnifico. Ella estaba detrás de mí y pude ver cómo me abrazaba y empezaba a mordisquearme la oreja. Con una mano me acariciaba el pecho y con la otra me pajeaba suavemente por encima de las braguitas.
-Eres un zorrita virgen preciosa. Creo que te hare algunas fotos y vídeos más. ¿Te gustaría?
-Si – al verme de aquella manera mientras sentía las caricias de mi madre había entrado otra vez en aquel trance. Solo me importaba lo que sentía, lo que aquella mujer me hacía sentir humillándome por un lado mientras me tocaba con una ternura maternal y una sensualidad enorme. – Quiero que mi mami me haga fotos. –Ella se separó de mí y se sentó al borde de la cama con mi móvil en la mano. Empezó a fotografiarme en diversas posturas, ella me las sugería, me corregía y continuaba con sus comentarios sobre su pollita virgen, sobre su zorrita, sobre su puta.
-Eres una puta, parece que has nacido para esto –Ponte de rodillas y separarlas, aparta las bragas y pajeate, zorra – Me dijo – voy a hacerte un vídeo. – Empezó a grabar – Dime tu nombre y edad. – Dije mi nombre, de donde era y mi edad.
-Eres una putita y encima eres virgen. No has podido follarte a ninguna chica de tu edad y ahora babeas por tu propia madre, enfermo.
-Si – yo seguía masturbándome a buen ritmo.
-Te quieres follar a tu madre y por eso te has vestido así. Eres un salido y un enfermo. Te dejarías hacer de todo solo porque tu madre te haga una paja ¿verdad?
-Si – Soy una puta virgen que suplica que su propia madre se la folle. –La humillación y los insultos, lejos de ofenderme, formaban una parte indispensable de la experiencia, en aquel momento no lo quería de otra manera. – Mi madre se levantó y de un cajón saco un dildo. Era un vibrador ahusado, no muy grande, de color rosa. Me lo lanzó. – ¿Dejarías que tu mami te follara por el culo? – Si, respondí. – Lámelo como si fuera una polla zorra – Seguramente ha sido la peor mamada a un consolador de la historia, pues yo nunca había ni siquiera fantaseado con algo así, pero le puse todas mis ganas, como si aquel aparato formara parte de ella. – Suplica que te folle el culo zorra. – Fóllame el culo mami, por favor.- Dije mientras separé mi boca del vibrador. En unos instantes volvía a estar succionando y lamiendo aquel trozo de plástico.
Ella apagó el móvil. – Para – me ordeno. – Eres el mejor sumiso que podría haber encontrado jamás. Mi madre me levantó y empezó a besarme con pasión. Sus besos eran como si quisiera reclamarme. Por primera vez me atreví a tocarla y puse, casi con reverencia, mis manos sobre su trasero.
-Quieto – me dijo con una sonrisa. Me cogió de la mano y me tumbó en la cama. Sacó del mismo cajón que el vibrador una cinta de seda roja. Me quito el sostén, pasando su mano por mi pecho y pellizcándome, con suavidad un pezón. Yo solo pude gemir débilmente. – Dame las manos – Obedecí. Ató mis manos las muñecas, por delante y después me ató al cabezal de la cama. Una vez terminó se plantó delante de mí y con una sonrisa pícara me dijo – te lo has ganado – Se sacó su bata por la cabeza. En ese momento cualquier duda que hubiera podido tener se disipó. Puede ver el cuerpo de mi madre, solo cubierto por aquellas bragas y aquel sostén de color carne. Su vientre era aún liso, casi sin arrugas. Sus piernas, recias y fuertes eran una visión magnífica. De los bordes de las bragas escapaban algunos pelos negros que recordaban que debajo de aquel trozo de ropa había un coño por el que yo empezaba a obsesionarme. Sus enormes pechos rebosaban el sostén, que los mantenía apretados. Se acercó y se puso de rodillas encima de mí apoyándoles a ambos lados de la cama. Con una mano volvió a acariciarme el pene por encima de las bragas mientras acercaba su boca a la mía y volvía a regalarme con un largo beso. Separó sus labios de los míos y los vi manchados de mi propio carmín. Ella los acerco a mi cuello, besándolo y lamiéndolo con lentitud. Bajó aún más y se quedó en uno de mis pezones, mordiéndolo y succionándolo. Con la otra mano pellizcaba y jugueteaba con mi otro pezón mientras yo balbuceaba. Alternaba su boca de un pezón a otro. Siguió así unos minutos que me parecieron eternos. Bajó lamiendo y besando mi barriga y mi ombligo hasta que llego a mi polla. Esta seguía presionando las bragas, mostrando el enorme bulto de mi erección. Si quitarlas mi madre empezó a besarme por encilla de ellas. Lamia siguiendo el tronco y su saliva rápidamente empapó las braguitas. Por debajo de la tela yo notaba aquella humedad. De repente ella se puso en la boca el bulto donde estaba mi glande y yo me arquee buscando aquella caliente y húmeda cavidad. Otra vez me tenía al borde del orgasmo y otra vez se retiró, sonriendo.
Tranquilo, recuerda que solo te puedes correr si yo te doy permiso, recuerda que tus orgasmos son míos. – Ni siquiera pude contestar. Ella se incorporó y empezó a quitarme las medias mientras acariciaba mis piernas. – Si desobedeces o haces cualquier cosa que me desagrade te castigaré y te aseguro que no te gustara ¿Queda claro? – Había usado otra vez aquel tono autoritario. – Si señora. – Respondí. Una vez me había quitado las medias las apartó y empezó a bajarme las braguitas. No se preocupó de quitármelas del todo y las dejó a la altura de mis tobillos. Se sentó encima de mío, de horcajadas, con sus bragas apretando mi pene. Empezó a moverse suavemente, como si me estuviera follando. Yo seguía con las manos atadas al cabezal de la cama. Era desesperante ver moverse aquel cuerpo encima de mí sin poder tocarlo. Quería estrujar aquellas tetas, quería apretar aquel culo, quería desnudar a mi madre y poder ver aquel coño peludo que me ella misma me había prometido. Ella, insensible a mi mirada suplicante acercó sus manos a mi boca e introdujo sus dedos en ella. Era como si estuviera examinando la dentadura de un animal. Con dos dedos me mantuvo la boca abierta y me escupió en ella, dejando caer una buena cantidad de saliva dentro de mi boca. Solo pude engullir y escuchar.
-Eres una zorra. ¿Te gusta que te escupa?
-Si – contesté cuando libero mi boca de sus dedos.
Mantuve la boca abierta, como si suplicara más de aquella saliva. Ella me volvió a escupir, pero está vez una parte de su saliva quedo en mi mejilla. Mamá seguía jugando y pellizcando mis pezones mientras seguía aquel lento ritmo que estaba volviendo loca mi polla. Me estaba haciendo una paja, pero no con las manos o los pies, sino rozando su coño, aún en ropa interior, contra mi pene. Ella aumentaba y bajaba el ritmo según mis reacciones. Cuando veía que estaba cerca o que mi respiración se volvía mas entrecortada paraba y me propinaba un pellizco, ya más fuerte, en alguno de mis pezones mientras repetía – No tienes aún permiso para correrte. Solo podrás hacerlo cuando mamá te diga. Tu polla no es tuya, es de mamá, recuerda. – El dolor se mezclaba y aumentaba la excitación.
Cuando ya llevábamos un rato así mamá se levantó. Recogió del suelo el mismo vibrador que yo había chupado delante de la cámara. Pude observar una manchita de humedad en sus bragas. Se tumbó a mi lado y me susurró. – Yo también quiero correrme, pequeñín. – Se tumbó a mi lado y por encima de las bragas empezó a acariciarse. Ella levantó las piernas. Yo apenas podía ver mucho. La mano con que cogía el vibrador se acercó a mi cara y me lo introdujo en la boca. Lo hizo bruscamente, hasta el fondo de mi garganta. Evite una arcada mientras oía su risa. Era una risa cruel y burlona. – Tranquila zorrita. Ya tendrás tiempo de comerte las pollas que quieras. – Aquel comentario me asustó, yo no quería eso, solo la quería a ella. Podía ser un enfermo por gustarme que mi propia madre me tratara de aquella manera, pero no me gustaban los hombres. – Tranquilo, es una broma – dijo mientras retiraba el vibrador de mi boca, apartaba un poco sus bragas y se lo introducía. Desde mi posición solo pude ver como mi madre apartaba su ropa interior aparecía una abundante mata de pelo oscuro. Oí como encendía el vibrador pero ya no podía verlo, estaba completamente dentro de ella. Solo podía ver como mi madre se retorcía, tumbada a mi lado y movía la mano con la que lo sujetaba mientras gemía. De repente recostó una de sus piernas sobre mí, con la rodilla encima de mi pene apresándolo contra ella y mi barriga. En esta posición y aprovechando los movimientos de sus propia paja empezó un lento sube y baja con su pierna. Se movía y se arqueaba mientras seguía susurrando – Nos lo pasaremos tan bien, te convertiré en el niño de mamá, en su juguete,… - De repente ella aumento el ritmo del vibrador, gimió largamente y se dejó caer su cara sobre mi pecho – ¡Dios! Hacía tiempo que no tenía un orgasmo como este.
Mamá se incorporó después de unos instantes de descanso mientras recuperaba su respiración. Me desató del cabezal, pero aún tenía las manos atadas. Con un movimiento y demostrando otra vez su fuerza me puso de rodillas, con la cabeza pegada a la cama y las piernas separadas. Noté como escupía, esta vez sobre la raja de mi culo y pasaba dos dedos por mi ano. Yo gemí y fui a protestar – Mamá, por favor, por el culo no,…- Ella reacciono con una violencia que aún no había visto y con la misma mano me cogió de las dos coletas y tiro con fuerza de ellas. Todo mi cuerpo se arqueo y solté un quejido lastimero. – shhh, no te olvides que aquí mando yo y puedo hacer contigo lo que quiera. – Sin dejar de tirar de mi pelo me dio varios golpes fuertes en las nalgas, mucho más que los que ya me había propinado esa misma mañana. – Con fuerza volvió a darme la vuelta y dejo que me tumbara. La visión de aquel cuerpo en ropa interior merecía cualquier golpe. En ese momento temí que mi madre parara el juego y empecé a pensar en suplicarle que siguiera jugando con mi culo, pero antes de que las palabras surgieran de mi boca ella se sentó encima de mí, con sus piernas rodeándome el cuello y note como empezaba a apretar sus bragas contra mi boca y mi nariz. Note la humedad de su sexo, olí su anterior orgasmo mientras la oía hablar – Tal vez te quiera hacer correr y apenas has empezando a andar. Pero no esperaba que reaccionaras de esta manera, que tuvieras un sumiso dentro de ti. Tranquilo, tendremos tiempo de jugar con tu culito. Ahora y como estas siendo tan buen niño de mamá tendrás el premió de oler mi coño. Te gusta ¿Verdad? – Yo no podía hablar. Luchaba por saborear y oler la mancha húmeda de las bragas de mamá. Los pelos de su sexo que sobresalían de las bragas me hacían cosquillas en las mejillas. Arqueando un poco su cuerpo hacía atrás, mamá me agarro con una mano los testículos. No apretaba demasiado, pero los amasaba sin demasiado cuidado, mezclando otra vez el dolor con el placer. Ella gemía y con sus fuertes y generosos muslos, con los que me tenía aprisionado, iba aumentando el ritmo. No sé cuánto tiempo pasó mi madre frotándose contra mi cara, mi nariz y mis labios. De repente ella llegó al orgasmo y noté una nueva ola de humedad empapando sus bragas. Su sabor y su olor eran lo mejor que jamás había probado. Apenas podía respirar, pero me daba igual. Las dos corridas de mi madre hacían que las bragas empezarán a transparentar y podía empezar a atisbar, en primer plano, el matojo peludo que era el coño de mi madre. Fui consciente de que le había provocado mi primer orgasmo a una mujer. Nunca había pensado que sería de esa forma y a mi propia madre y de hecho más que provocarlo yo había sido mi madre quien me lo había arrancado frotándose contra mi cara. Ella pero, parecía satisfecha con su hijito. Liberó la prisión de sus muslos y se tumbó mientras volvió a besarme, sin importarle que mi boca estuviera empapada de sus propios jugos. – Es el primer orgasmo que me das – dijo con voz melosa y satisfecha – serás el mejor niño de mamá. Te mereces un premio. ¿Te gustaría correrte en la boca de mamá? – Yo no lo podía creer y apenas pude afirmar. Ella bajó por mi cuerpo y sin pensárselo dos veces empezó a lamer mi polla. Se la tragaba, jugaba con el glande, la lamia de arriba abajo mientras jugueteaba con mis testículos. Era la primera mamada que me daban y era algo magnifico. De repente, cuando ya estaba yo otra vez al límite paró y me miró a los ojos
– Pídele a mami que te saque la leche, pídele a mami que te deje correrse en su boca.
-Mami por favor – gemí – deja que me corra en tu boca.
Y ella me concedió el favor. Sin ayuda de las manos la engullo y empezó una vertiginosa mamada. Aquella boca caliente y húmeda era demasiado para mí y rápidamente note un intenso orgasmo. Mamá no decreció su ritmo y siguió hasta que mi pene empezó a perder un poco de dureza. Sin abrir la boca se separó de pene y sin ni siquiera darme tiempo a reaccionar escupió la corrida en mi cara. Con la mano empezó a esparcir el semen por mi cara mientras sus dedos me abrían la boca y me obligaban a saborearlo. Era asqueroso. Intente protestar, forcejear pero rápidamente note la otra mano de mi madre apretando con fuerza mi semiflácido pene y mis testículos. Me quede quieto y deje que siguiera jugando con mi semen, sus dedos y mi boca y cara. – Tranquilo, solo es un poco de semen. No le pongas ascos. – Me relaje completamente y una nueva sensación me invadió. No era excitación, sino otra cosa. Ahora lo reconozco. Era que poco a poco iba entendiendo que era el sumiso de mi madre, que haría conmigo lo que quisiera me gustará o no. Eso, lejos de alarmarme me produjo una intensa felicidad.
Continuará…
1 comentarios - La disciplina de mamá. Capítulo 1