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Los gemelos 3 (relato gay)

Continuación de "Los gemelos 1" y "Los gemelos 2"
Recomiendo leerlos para entender la trama

3.- La mudanza y el encuentro
Hacía rato que Damián y Jessica veían entrar y salir albañiles de la casa de al lado, acarreo de materiales, carpinteros y pintores. Cuando se sentaban en la vereda, como tanto les gustaba, para charlar y ver pasar la gente, siempre al levantarse tenían que limpiarse la cal de los pantalones. En realidad, Jessy casi nunca estaba en la vereda, el cuidado del hermanito le llevaba tiempo. En cambio, Damián pasaba más tiempo allí que dentro de la pieza, pateando una pelota vieja contra la pared de la casa, mirando el movimiento de los albañiles, jugando con el perro. A veces paraba un auto, bajaba un tipo un poco más grande que el macho de su mamá, bien vestido, tostado, que se ponía a conversar con los albañiles y señalaba acá o allá. Él lo miraba hosco, de reojo, con esa cara de enojado que tenía la mayor parte del día pero que se potenciaba con los extraños, con ese aspecto de perro acorralado dispuesto a tirar el mordiscón y que sólo se dulcificaba cuando hablaba o jugaba con su inseparable hermana o cuando alzaba a su medio hermanito. El tipo le sonreía y lo saludaba, pero Damián se hacía como si no lo escuchara.
Pasaron unos meses, llegó un camión, descargaron cosas y el tipo ése se vino a vivir ahí. Muchos viejos vinieron a saludarlo. Dami, siempre hosco en la vereda veía entrar y salir gente que lo miraban de reojo, su cara de culo, su estar todo el día sentado en la vereda, su jugar en la calle a la pelota con la hermana hasta la 1 de la mañana, le habían ganado mala fama en el barrio y su piel oscura no lo ayudaba. Para los vecinos era "un chorrito", un "drogadicto", el pendejo rotoso ese, siempre de jeans agujereados cortados por arriba de la rodilla, siempre en pata, siempre mostrando su torso desnudo, siempre sentado en la vereda de la casa de Lucas, siempre con cara de orto, mirando de reojo a los que pasaban y bajando los ojos al piso cuando se acercaban a él. En ese barrio de viejos saludadores, hasta algunos pensaban que el pibe era sordo. Pero no, cuando Jessi estaba con él, en la vereda de Lucas, por supuesto, los dos hablaban, los dos reían, los dos eran dos pibes más sanos que muchos de los del barrio, más que el hijo del mecánico, fumón sin remedio o la nieta de doña Marta, que no se la entregaba solamente al que no se la pedía.
Lucas se tomó dos semanas de vacaciones para terminar de instalarse, limpiar la mugre que dejaron los albañiles y tirar cachivaches. Y para adaptarse de nuevo al barrio. Se había ido a los 18 a estudiar a La Plata y ahora con sus 33 volvía "vencido a la casita de los viejos, donde cada cosa era un recuerdo que se agitaba en su memoria", como decía el tango que tantas veces había escuchado cantar a su papá. Bueno, en realidad no venía tan vencido, profesional, exitoso, ganando buena plata; ¿un fracaso matrimonial?, sí, pero más que eso, el descubrimiento de su verdadera sexualidad, ¿en qué cuenta lo ponía?, ¿pérdidas o ganancias?, dependía del cristal con que se mirara. Para sus viejos vecinos, si alguna vez se enteraban, sería un "qué pena este muchacho", para él, una vida nueva de libertad.
La primer semana pidió un volquete y carretilla tras carretilla sacó escombros y restos y tiró infinidad de cosas que su viejo acumuló y que ahora para él no tenían valor. Cada vez que salía con la carretilla a la vereda, allí estaba el gemelo, culo en el piso, espalda contra la reja, mirando las baldosas y jugando con una ramita entre las manos. Lucas saludó, sin obtener respuesta. Lucas saludó cada vez sin que nunca, ni una vez lograra obtener siquiera una mueca del pendejo. Pensó que una mano del pibe le venía bien para hacer el trabajo y el nene se llevaba unos pesitos, pero viéndolo tan caracúlico, pensó "qué se vaya al carajo, me arreglo solo".
A veces estaba la hermana, igual a él pero con tetas y pelo largo (tetitas, no salía a la madre), que si bien tampoco le daba bola, al menos tenía brillo en los ojos y un amago de sonrisa en los labios. Había que acostumbrarse a sus vecinitos patrones de su vereda, total, a él no le jodía que se pasaran el día sentados ahí.


Después de laburar todo el día limpiando, baldeando y terminando al fin con la puesta en condiciones de la casa, Lucas, a las 10 de la noche cayó rendido en la cama, ni ganas para una paja le habían quedado. Unos ruidos en el techo lo despertaron, miró el reloj, 12:30. ¿Chorros?, naa, pero había que ir a ver. Se puso de raje el pantalón sobre las bolas sin siquiera ponerse el boxer antes, buscó una tabla gruesa de la obra por las dudas y despacio subió la escalera sin hacer ruido, hasta la terraza. Asomó la cabeza, a la luz de la luna vio al pendejo de la vereda, con la pelota de bolsas y trapos en la mano, mirando las estrellas, ¡y sonriendo!
Se apareció de golpe. 
- ¿Qué mierda haces vos acá? -, Damián lo miró aterrado.
-No, no, es que..., la pelota…-
- ¿Y cómo mierda subiste? -
-El árbol, la rama, la pared, salté...-
- ¡Pero pedazo de pendejo pelotudo, a ver si te matás y te tengo que pagar por bueno!, vení para acá, dame eso-
Damián le dio la pelota y lo siguió como perrito asustado. Entraron a la cocina, Lucas prendió la luz.
Giró, lo miró de frente. El pibe, con su pecho desnudo y sus jeans recortados, su pecho liso, cero vellos, su cuello largo, sus labios sensuales, su hermoso color trigueño, sus pezoncitos diminutos, Lucas iba recién tomando nota de su vecino, y lo que veía le gustaba y lo excitaba. El tipo, con esa voz tan varonil, con su pecho desnudo, viril, masculino, velludo, pero no tanto, pero sobre todo, con ese jean medio caído que dejaba ver el comienzo de sus pendejos sobre esa panza perfecta. Damián iba recién tomando nota de su vecino y, a pesar de lo feo de la situación, una parte de su cabecita comenzaba a fantasear.
- ¿Cómo te llamás?-, -Damián-, - tomá boludo, la próxima vez que se te caiga me la pedís, y si es de noche, bancate hasta el otro día, ¿entendiste? -, -sí, si-
-Y mañana voy a hablar con tu vieja-, Damián agachó la cabeza, no dijo nada.
Lucas lo llevó por las habitaciones hasta la puerta de calle, todo limpio, todo nuevo, todo lindo, Damián miraba.
-No vuelvas a treparte al techo, boludo, que te podés matar, ah!, y la próxima vez que te salude o te hable, contestá!, ¡me llamo Lucas! -
Damián no contestó, con la cabeza gacha salió a la vereda donde con ojos temerosos lo esperaba Jessica, la tomó del brazo y cuchicheando a mil por hora los gemelos entraron a paso rápido a la pieza. 
Directo a la cama los gemelos, y luz verde para el garche la madre y el macho. Andrea estaba con la regla, así que esa noche se la comió por el culo a morir. Damián, cuando pudo conjurar la preocupación por la cagada a pedos que se venía, se puso como siempre a ver lo que pasaba en la cama de al lado, de nuevo el culazo de su madre sobre la almohada, la verga oscura del macho entrando y saliendo, los gritos ahogados, el golpeteo, el placer de Andrea. Damián comenzó a imaginar lo que Lucas tenía entre las piernas, lo que su viva imaginación había intuido debajo del jean flojo hacía un rato, se bajó un poco el slip gastado, el frío de las sábanas en sus nalgas curiosamente lo excitó, se las acarició, se las separó para sentir su esfínter ¿Cómo serían las manos de Lucas?, a él, ¿le dolería como a su mamá?, ¿le saldrían esos gemidos que le salían a su mamá?, ¿gozaría como su mamá?, ¿cómo sería?, la pija se le puso dura como nunca, comenzó a masturbarse, se sentía, se imaginaba cogido, comenzó a gemir despacito, la cama empezó a hacer ruido. Le llegó la patada desde abajo del colchón, Jessy se había dado cuenta, mejor parar.
Al otro día, cuando Lucas salió a hacer las compras era aún temprano para que Dami y la hermana estuvieran en su vereda. La paternidad, frustrada por su elección sexual, empezaba a golpear, cultural, ancestral, desde su interior. Varios de los viejos amigos de sus padres y no tan viejos hijos de los amigos de sus padres, le habían hablado mal de los gemelos esos, pero la verdad, a él el pibe le caía bien.
Golpeó la puerta de chapa, lo recibió Andrea con su sonrisa de siempre, la tremenda cogida por el culo que le había dado su macho esa noche le habían hecho pasar todos los dolores menstruales, el tipo aún roncaba despacio en la cama. A veces la mina pensaba que su concha era una molestia, menstruaba, se embarazaba, si total por el culo gozaba como perra, y además, con lo bueno que lo tenía, era lo que todos los hombres le pedían, ¿para qué quería la concha? Andrea se apuró a salir y cerrar la puerta, pero Lucas de todas maneras pudo ver el culo peludo del macho y su espalda bien formada sobre las arrugadas sábanas.
-Ya sé ya sé, Damián me contó, ¡casi lo mato! -
El diálogo fue amable, Andrea, locuaz, medio que le contó su vida en 5 minutos, su laburo de todo el día y los dolores de cabeza que le daban sus gemelos adolescentes que, como ella no estaba en la casa para levantarlos habían largado la escuela porque se quedaban dormidos y que por eso se pasaban el día en la vereda, pero que eran buenos chicos y el año que viene iban a empezar de nuevo la secu. Que se quedara tranquilo, que a Dami lo iba a castigar. A Lucas de nuevo le agarró la paternidad y le propuso, como "castigo" que lo mandara a Damián a ayudarlo con cosas que le faltaban de la casa y que, si a ella le parecía, cuando terminara los laburitos, él le iba a dar unos pesitos de recompensa, pero que no se lo dijera para que Dami lo viviera como un "castigo". A Andrea le encantó, no se lo esperaba, además el vecino "ejecutivo" le caía muy bien, y más de alguna vez, viéndolo pasar por la vereda, le pasó por la cabeza preguntarse si su vecino cogería tan bien como su machito, el bulto se le notaba bueno, ¿cómo sería tener al ejecutivo bombeándole la concha? Ni se imaginaba que ya Lucas no probaba ese corte de carne....

1 comentarios - Los gemelos 3 (relato gay)

faluchito
Bueno, me devoré lo que viene hasta acá del relato. Estan muy muy buenos, la narrativa concisa y sin tantas vueltas, pero clave en los detalles la hacen exquisita. Gracias por compartir.
discretomf
Gracias por leerme