La conocía desde hacía mucho tiempo, en su barrio del conurbano sur casi todos se conocen. Nunca se había dedicado a mirarla, la había visto muchas veces, pero a mirarla la empezó a mirar cuando ya habían terminado la secundaria. Ella trabajaba y pasaba en bici, él sabía todos sus horarios. Así que la esperaba, solo para verla pasar. Ella le despertaba sus instintos más bajos. Sabía todo, o casi todo de ella. Qué jugaba al hockey en el club de su escuela, que estudiaba en Capital, que salía con sus amigas por la zona de Temperley y Adrogué y que era caprichosa como toda hermana menor de una familia de muchos hermanos. La veía en su bici y sentía que ella disfrutaba del roce del asiento con su sexo. Para él todo en ella era perfecto. Sus rulos que se movían armoniosos sobre su espalda, sus ojos brillando y absorbiendo todo lo que veía y su culo. Ay, su culo! ahí se perdía. Hasta envidiaba al asiento de la bici. Él quería ser el que se incrustaba en ese orto redondito, parado, hermoso. El la soñaba, soñaba que ella paraba, se bajaba de su bici azul y lo besaba. Y cuando soñaba esos besos se le paraba inmediatamente. Y cuando más lo ignoraba ella más dura se le ponía a él. La imaginaba desnuda, con sus tetas redondas y sus pezones duros apuntándole directamente su boca. Se pajeaba pensando que se las agarraba despacio y se las acariciaba y se las chupaba y que ella gozaba y le decía que siguiera. Subía y bajaba su mano frotando fuerte su pija como si la estuviera frotando contra ella. La imaginaba estirada sobre sus pies besándolo, mezclando sus salivas. Cruzando sus lenguas. Se le ponía dura de solo imaginar. Se pajeaba con dureza y cuando acababa la nombraba. Y la veía pasar, orgullosa e indiferente. La veía en su bici y caminando y no sabía cuando lo calentaba más. Cuando pasaba para tomar el 37 dos veces por semana pasaba caminando con ese ritmo etéreo y seductor. Ese jean que le apretaba la concha y le levantaba más el culo. Imaginaba que se lo sacaba despacio y le descubría la piel poco a poco. Que la acariciaba lento, que bajaba su tanga y descubría su sexo, que todo era suyo que estaba ahí para él. En sus sueños también la llevaba a la cama y ella lo montaba como a su bici azul. Y frotaba su concha contra él igual que la frota contra su asiento. Y sentía su culo en contacto con su cuerpo y sentía como se le ponía dura la pija. Y se tocaba y la llamaba y ella venía a pura sonrisa y se la chupaba. Se convirtió casi en una obsesión y a pesar que sus amigos le decían que se olvidara de ella, el seguía esperando que ella advirtiera su presencia. Pero nada. Una tarde él estaba en la peluquería esperando por su corte de pelo y por la vidriera la vio venir. Ella miró por la ventana y se dirigió hacia la puerta y a él se le paralizó el corazón, entró, él sintió que se le cortaba el aire mientras ella avanzaba, no podía dejar de mirarla. Saludó al peluquero, un viejo amigo de la familia y se volvió para el lado donde él estaba casi inmovilizado. Ella sonrió con esa sonrisa que lo podía y largó un, hola Pablo, que lo volvió a la realidad. Ella había entrado a saludar a un viejo compañero de escuela que estaba sentado justo a su lado. Se sintió más boludo que de costumbre. Ella habló un ratito con su viejo amigo. Volvió a sonreír, saludó en general y se fue. La vio alejarse volvió a desear su culo una vez más. Esa noche le dedicó una paja larga y salvaje. Unos cuantos años más tarde, en un reencuentro de compañeros Pablo le contó que ese día que ella había entrado a saludarlo a la peluquería el chico que estaba sentado al lado de él le había confesado que a ella le había dedicado las mejores pajas de su vida. Ella se sorprendió y le dijo , Me estás hablando en serio? Claro, dijo Pablo, por qué te iba a mentir. Ella empezó a reírse, y en medio de las carcajadas dijo, esperé todo un año que me diera bola y jamás me dijo un hola.
Pajita
La conocía desde hacía mucho tiempo, en su barrio del conurbano sur casi todos se conocen. Nunca se había dedicado a mirarla, la había visto muchas veces, pero a mirarla la empezó a mirar cuando ya habían terminado la secundaria. Ella trabajaba y pasaba en bici, él sabía todos sus horarios. Así que la esperaba, solo para verla pasar. Ella le despertaba sus instintos más bajos. Sabía todo, o casi todo de ella. Qué jugaba al hockey en el club de su escuela, que estudiaba en Capital, que salía con sus amigas por la zona de Temperley y Adrogué y que era caprichosa como toda hermana menor de una familia de muchos hermanos. La veía en su bici y sentía que ella disfrutaba del roce del asiento con su sexo. Para él todo en ella era perfecto. Sus rulos que se movían armoniosos sobre su espalda, sus ojos brillando y absorbiendo todo lo que veía y su culo. Ay, su culo! ahí se perdía. Hasta envidiaba al asiento de la bici. Él quería ser el que se incrustaba en ese orto redondito, parado, hermoso. El la soñaba, soñaba que ella paraba, se bajaba de su bici azul y lo besaba. Y cuando soñaba esos besos se le paraba inmediatamente. Y cuando más lo ignoraba ella más dura se le ponía a él. La imaginaba desnuda, con sus tetas redondas y sus pezones duros apuntándole directamente su boca. Se pajeaba pensando que se las agarraba despacio y se las acariciaba y se las chupaba y que ella gozaba y le decía que siguiera. Subía y bajaba su mano frotando fuerte su pija como si la estuviera frotando contra ella. La imaginaba estirada sobre sus pies besándolo, mezclando sus salivas. Cruzando sus lenguas. Se le ponía dura de solo imaginar. Se pajeaba con dureza y cuando acababa la nombraba. Y la veía pasar, orgullosa e indiferente. La veía en su bici y caminando y no sabía cuando lo calentaba más. Cuando pasaba para tomar el 37 dos veces por semana pasaba caminando con ese ritmo etéreo y seductor. Ese jean que le apretaba la concha y le levantaba más el culo. Imaginaba que se lo sacaba despacio y le descubría la piel poco a poco. Que la acariciaba lento, que bajaba su tanga y descubría su sexo, que todo era suyo que estaba ahí para él. En sus sueños también la llevaba a la cama y ella lo montaba como a su bici azul. Y frotaba su concha contra él igual que la frota contra su asiento. Y sentía su culo en contacto con su cuerpo y sentía como se le ponía dura la pija. Y se tocaba y la llamaba y ella venía a pura sonrisa y se la chupaba. Se convirtió casi en una obsesión y a pesar que sus amigos le decían que se olvidara de ella, el seguía esperando que ella advirtiera su presencia. Pero nada. Una tarde él estaba en la peluquería esperando por su corte de pelo y por la vidriera la vio venir. Ella miró por la ventana y se dirigió hacia la puerta y a él se le paralizó el corazón, entró, él sintió que se le cortaba el aire mientras ella avanzaba, no podía dejar de mirarla. Saludó al peluquero, un viejo amigo de la familia y se volvió para el lado donde él estaba casi inmovilizado. Ella sonrió con esa sonrisa que lo podía y largó un, hola Pablo, que lo volvió a la realidad. Ella había entrado a saludar a un viejo compañero de escuela que estaba sentado justo a su lado. Se sintió más boludo que de costumbre. Ella habló un ratito con su viejo amigo. Volvió a sonreír, saludó en general y se fue. La vio alejarse volvió a desear su culo una vez más. Esa noche le dedicó una paja larga y salvaje. Unos cuantos años más tarde, en un reencuentro de compañeros Pablo le contó que ese día que ella había entrado a saludarlo a la peluquería el chico que estaba sentado al lado de él le había confesado que a ella le había dedicado las mejores pajas de su vida. Ella se sorprendió y le dijo , Me estás hablando en serio? Claro, dijo Pablo, por qué te iba a mentir. Ella empezó a reírse, y en medio de las carcajadas dijo, esperé todo un año que me diera bola y jamás me dijo un hola.
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