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Me tragué la leche de mi vecino

Durante los días posteriores a mi rotura anal, Pablo cumplió su promesa y se borró del mapa. Me había prometido que si le chupaba la pija, no volvería a verlo y estaba cumpliendo. Pero aunque en un primer momento eso era lo que deseaba, últimamente mis deseos para con él estaban cambiando.
Me daba cuenta de que estaba atenta al pasillo o a la escalera, por si lo escuchaba. Oía la puerta de calle y me asomaba a la ventana para ver si era él. Pero nada, no aparecía.
Hasta que una tarde, volviendo de hacer unas compras con mi marido, lo veo bajando de un taxi. Se adelanta y nos abre la puerta, permitiendo que pasemos primero. 
-Buenas tardes, vecinos- nos saluda, e ingresa por detrás nuestro.
Imaginarlo caminando tras de mí, mirándome el culo, ese mismo culo que supo desvirgar unos días antes, me puso en un estado casi afiebrado.
Estaba con mi marido, pero eso no evitó que se me pongan los pezones comos piedras, y que se me moje la conchita de una forma que no es habitual en mí.
Entramos a casa, dejamos las bolsas en la cocina, y entonces digo:
-Uy, me olvidé de comprar arroz-
Hago como que pienso, y agrego:
-Mejor voy a comprar porque pensaba hacer un arroz a la jardinera-
-Dale, de paso yo me duermo una siesta antes de que vuelvan los chicos- repone mi marido.
-Ok, enseguida vuelvo, entonces- 
Agarro el monedero y salgo de casa, pero no voy a la calle, sino a lo de Pablo. Subo despacio por la escalera y le golpeo la puerta. Pregunta quién es, pero obviamente no puedo responderle, ya que no quiero que me escuche mi marido que está abajo, a unos pocos metros.
Vuelvo a golpear y entonces abre. Se me queda mirando sorprendido. No sé que esperaría, pero lo que hago a continuación seguro que no.
Antes de que diga algo, me pongo el dedo índice sobre los labios, indicándole que haga silencio, y colgándome de su cuello, lo beso en la boca, algo a lo que me había resistido la noche del rompimiento.
Con manos fuertes y viriles, me arrastra hacia dentro. Me arrincona de espalda contra la puerta, cerrándola de un portazo, y me hunde la lengua hasta la garganta.
Sé que acabo de cruzar el último límite posible, pero no me arrepiento. En ese momento me doy cuenta de que desde aquella misma noche, eso es lo único que deseo, volver a disfrutar de esas sensaciones que, para bien o para mal, marcaron un punto de inflexión en mi vida.
Se desabrocha el pantalón y se saca la pija. No puedo evitar hacer una rápida comparación con la mi marido, cuyas erecciones son blandas y desganadas, en cambio Pablo, ya antes de pelarla que la tiene parada, con una dureza y vigor que impactan.
Se la toco y acaricio a todo lo largo, sintiendo esa energía apenas contenida que ansía ya su pronta liberación.
Tengo puesto un vestido, un solero de verano, así que me saco la bombacha y me penetra, de nuevo sin forro, llenando cada rincón con un volumen que parece agigantarse con cada metida.
Estoy tan mojada que la pija resbala y se sale, pero me la vuelve a meter con más ímpetu todavía. Pensar que con mi marido, cuando hacemos el amor, tardo en lubricar, pero con éste tipo la humedad es espontánea, incluso antes de subir a su departamento ya estaba mojada.
Luego de lo que pasó esa noche de tormenta, había pedido turno en una clínica ginecológica para descartar posibles enfermedades de transmisión sexual. Herpes, sífilis, gonorrea, sida, incluso me hice un test de embarazo. Todo salió negativo, y sin embargo de nuevo estaba con mi él, cogiendo como una descosida, ansiosa por sentir ese efluvio derramándose en mi interior.
"Si esto sigue así voy a tener que empezar a tomar anticonceptivos...", pensaba mientras me entregaba de nuevo, en una forma total, plena, como jamás me hubiese imaginado estar con un tipo como él. Pero ahí estoy, cogiendo de parada con mi vecino mientras mi marido duerme la siesta unos metros más abajo.
Pese a todo, no siento culpa ni vergüenza. Creo haber superado todo eso la otra noche, cuándo me rompió el culo en mi propia casa.
Vuelvo a buscarle la boca para besarlo, tragándome su aliento, su respiración, su saliva. 
La pija vuelve a salirse, pero ahora soy yo quién la agarra y la enfila hacia dentro.
A diferencia de la otra noche, puedo gritar libremente, sin contención. Y aunque me escuche mi marido desde casa, dudo que pueda diferenciar mis jadeos de los de otras mujeres. Así que le regalo a Pablo la melodía de mi excitación. Le jadeo en el oído, besando de paso y hasta mordiéndole la oreja, haciéndole saber que todo eso me lo está provocando él.
¿Qué tiene ese hombre para ponerme en ese estado? Jamás le había visto ningún atractivo, ni siquiera me parecía un tipo interesante, y sin embargo ya no podía prescindir de su hombría, de su virilidad. 
Tenía tantas ganas de que me volviera a coger, que no quiero que se termine, quiero que me siga dando y dando, así, con ese entusiasmo, con ese gusto que a mí marido hace ya tiempo que no le noto.
Ya está a punto de acabar, puedo sentirlo, enardeciéndose todavía más, alcanzando una dureza y un grosor que me resultaba imposible comparar con nada que haya disfrutado antes.
Con mi marido no había comparación posible, tampoco con ningún novio o pareja que haya tenido antes de casarme. Oficialmente la de mi vecino era la pija más grande que me habían metido hasta el momento.
Y pensar que con semejante bestialidad me había roto el culo.
Ya me estaba preparando para recibirlo adentro, para volver a sentir esa efusión que aquella noche me había tomado por sorpresa, provocándome más preocupación que disfrute. Pero ahora estaba decidida a gozar de como me llenaba la concha, incluso pensaba pedirle que no me la saque hasta haberse vacíado por completo en mí.
Pero cuando ya pareció estar a punto, me la saca, se echa para atrás y me hace hincar de rodillas en el suelo. Me lo quedo mirando desde abajo, justo cuando un primer lechazo me cruza toda la cara. 
Trato de apartarme, ya que eso no era en lo que estaba pensando, pero agarrándome con una mano de la quijada, me hace levantar la cara y apretando me obliga a abrir la boca.
Es la primera vez que trago semen, por supuesto se la había chupado a mi marido muy al principio de nuestra relación, y a algún que otro novio antes, pero nunca había llegado hasta el final. Cómo que de alguna manera había decidido que no me gustaba, que no era lo mío, pero ahora ahí estaba, tragándome la leche de mi vecino.
Me mantuvo sujeta, eyaculando hasta la última gota en mi paladar, sin darme la oportunidad de decidir si quería tragar o no. Él decidía por mí, e incluso hasta se divertía con las caras de asco que ponía.
Porque sí, me daba asco pero también un poco de gusto, bueno, en realidad bastante gusto, aunque no era tanto por el sabor, sino por el morbo de que fuera la acabada de Pablo, mi vecino, lo que me tragaba.
Cuándo terminó de vacíarse, me la refriega por toda la cara, entumecida, medio morcillona, caliente todavía.
Sin que me lo pida, le paso la lengua y se la beso a todo lo largo, sorbiendo los restos de semen que la impregnan.
-¿Viste? al final te terminó gustando...- me dice al notar como me estoy relamiendo.
Le doy un beso con ruido en los huevos y me levanto. Me arreglo el solero y voy al baño a enjuagarme la boca. Cuando vuelvo, mientras termina de abrocharse el cinturón y de subirse el cierre, le pregunto si tiene un paquete de arroz.
-Es que le dije a marido que salía a comprar- le explico.
-¡Ja! Y en vez de ir al super pensaste que mejor te venías a echar un polvo- se ríe.
-¿Tenés el arroz o no?- lo apuro.
-Fijate en la cocina-
Por suerte tenía. Agarro el paquete, le digo que se lo devuelvo en cuánto haga las compras, y me dirijo hacia la puerta. Estoy a punto de salir, cuando, a modo de despedida, me pega tremenda palmada en la cola.
¡CHAS...!, resuena el estallido de su mano contra mi piel.
-Terrible puta estás hecha, vecina- exclama.
Puede sonar despectivo, humillante, pero me encanta que me lo diga, porqué así me siento cuando estoy con él, como una puta.
Salgo, bajo la escalera y entro a mi casa con el mayor sigilo posible. Mi marido duerme y los chicos todavía no regresan.
Mejor antes de ponerme a cocinar me doy una ducha, pienso, para quitarme el olor a sexo que tengo encima, y es ahí, al entrar al baño y preparar el agua, que me doy cuenta de que me olvidé la bombacha en lo de mi vecino.
Y al final tenía razón, estoy hecha una puta.















13 comentarios - Me tragué la leche de mi vecino

sergiov8xxx
Excelente relato !¡¡¡ van esos +10
Esperamos más aventuras
Surhot33
Que linda exoeriencia, me exite. Van 10
forestito
Quiero una vecina así....
Locosxlascalzas
Muy buen relato, la Poronga al palo ! ❤️💚 Por las dudas cuando pase por chino voy a comprar arroz... 😀
Pervberto
Que nunca dejes de serlo, sin vergüenza ni culpa ni arrepentimientos.
Made_rFaker
Jajaja! Q puta! Genial el relato!
+10!
HondaWave08 +2
Lore por favor regalamos una foto de esos encuentros
MessiXDDDD
Hace un post de imagenes por favooor
coqui27
Ilustrá con alguna foto tus relatos!! Me dejaste la pija dura
jhonsito07
Me encantaría ver una foto tuya, de esas hermosas tetas y cola tan deliciosa que imagino tienes! Me encantan tus relatos.