Cuando era adolescente, antes de probar mi primera concha, había olfateado tangas de amigas y conocidas, tangas cuyos olores me hacían temblar de excitación y mojaban mi pija al instante. Mi primera experiencia olfativa fue con mi mejor amiga de aquel entonces: cada vez que la visitaba hallaba alguna tanga tirada, la cual olía con deleite en cuanto podía fijando la nariz en la zona de la vulva y el culo, donde más se concentraban los olores que me excitaban, olores tenues pero definidos, de hembra transpirada en el día, apta para ser cogida sin duchas innecesarias de por medio.
Otra experiencia memorable fue oler la tanga de la novia de un amigo, quien las dejaba colgadas en la ducha, bendito hábito, un poco húmedas del vapor pero con su olor característico. La primera vez que vi una no pude resistirme, me la llevé al rostro, la olí y acabé como un animal en el suelo.
Pero la experiencia que me marcó definitivamente fue con mi primera novia. Antes de nuestro primer polvo, le mencioné mi morbo por los olores y le había dado curiosidad, de modo que deseaba verme acabar oliendo una tanga suya. Acepté gustosamente el reto, salimos a no sé qué fiesta y al volver, ebrios los dos, nos besamos con pasión, nos pajeamos un poco a medio vestir y, finalmente, nos sacamos la ropa. Ella quedó con las piernas abiertas y una tanga roja ya mojada. Me miró con morbo y se la sacó despacio subiendo sus piernas blancas, dejando entrever en la oscuridad una concha hermosa, mojada y con una línea larga pero cuidada de pelos. Cumpliendo con su palabra, me alcanzó la tanga y me dijo que la oliera hasta acabar. Esta chica era muy higiénica, siempre duchada, perfumada, pero con el baile había transpirado y dejó su olor en la tanga, el cual me puso duro como nunca. Tomé su mano, la puse en mi pija, le enseñé como agarrarla y, olfateando ese olor entre dulce y sucio, me pajeé con su mano y la bañé desde la concha hasta las tetas de leche. Jamás había acabado tanto, y todavía no había puesto la nariz en la verdadera fuente de placer: la concha peluda de mi novia.
Otra experiencia memorable fue oler la tanga de la novia de un amigo, quien las dejaba colgadas en la ducha, bendito hábito, un poco húmedas del vapor pero con su olor característico. La primera vez que vi una no pude resistirme, me la llevé al rostro, la olí y acabé como un animal en el suelo.
Pero la experiencia que me marcó definitivamente fue con mi primera novia. Antes de nuestro primer polvo, le mencioné mi morbo por los olores y le había dado curiosidad, de modo que deseaba verme acabar oliendo una tanga suya. Acepté gustosamente el reto, salimos a no sé qué fiesta y al volver, ebrios los dos, nos besamos con pasión, nos pajeamos un poco a medio vestir y, finalmente, nos sacamos la ropa. Ella quedó con las piernas abiertas y una tanga roja ya mojada. Me miró con morbo y se la sacó despacio subiendo sus piernas blancas, dejando entrever en la oscuridad una concha hermosa, mojada y con una línea larga pero cuidada de pelos. Cumpliendo con su palabra, me alcanzó la tanga y me dijo que la oliera hasta acabar. Esta chica era muy higiénica, siempre duchada, perfumada, pero con el baile había transpirado y dejó su olor en la tanga, el cual me puso duro como nunca. Tomé su mano, la puse en mi pija, le enseñé como agarrarla y, olfateando ese olor entre dulce y sucio, me pajeé con su mano y la bañé desde la concha hasta las tetas de leche. Jamás había acabado tanto, y todavía no había puesto la nariz en la verdadera fuente de placer: la concha peluda de mi novia.
3 comentarios - Olor a hembra
La primera vez que olí una tanga fue de mi tía que se la encontré en el baño, siempre supe que el olor me iba a gustar aún sin haber olido ningúna todavía.
Hoy lo sigo haciendo cada que puedo.