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El finalizador introducción

Permitidme que me presente, mi nombre es Álex y trabajo como finalizador. Seguro que muy pocos sabréis en qué consiste este empleo y es normal, somos muy pocos. Veréis, mis clientes suelen ser hombres de muy alto poder adquisitivo, sino no podrían pagar mis servicios, que se han cansado de sus parejas  y quieren librarse de ellas. No penséis mal, no soy un asesino a sueldo al menos por ahora, lo que pasa es que muchos de mis adinerados clientes incluyen en sus contratos prematrimoniales una pequeña clausula que dice así: caso de demostrarse infidelidad por parte de sus respectivas mujeres, estas quedarán automáticamente excluidas de percibir cualquier tipo de pensión o indemnización por parte de mis clientes. Y aquí es donde entro yo.
Soy un hombre de 35 años de metro ochenta y dos de altura con ojos marrones, pelo marrón y un físico atlético pero sin llegar a ser el típico musculitos. Como podréis haber deducido soy un hombre más o menos de la media, agraciado en cuanto a rasgos y físico pero sin ser nada fuera de lo común.  Donde sí destaco de forma notable es en dos facetas muy concretas, mi pene y mi poder de convicción. Y os puedo asegurar que les saco un buen partido a ambos dones. Mi herramienta es un trozo de carne de 24 centímetros surcada de gruesas venas acabada en un glande rosado y bien grueso, de hecho el grosor rondará los 7 centímetros en toda su longitud, como podréis entender cuando una mujer se planta frente semejante espécimen pierde completamente la capacidad de negarse a notar mi grueso mango en lo más profundo de su garganta.  Pero para llegar a este punto primero hay que conseguir que me baje los pantalones, y de esto se encarga mi poder de persuasión.  De hecho ya desde pequeño tengo una gran dialéctica y una rapidez mental que me permiten exponer mis ideas y influir sobre la toma de decisiones de los demás.  De hecho mis amigos íntimos siempre han dicho que esta capacidad de persuasión roza lo paranormal, que parece algún tipo de control mental y la verdad no les culpo. Aun recuerdo la primera vez en la que mi cuenta de mis capacidades, no tendría más de 12 años e hice creer a todas las niñas de mi clase que si me daban un beso en los labios sus notas subirían de forma espectacular. No hace falta decir que a final de curso casi me matan pero que queréis que os diga… aún era un aprendiz.
Ya en la universidad y habiendo perdido anteriormente la virginidad a los 13 años con mi profesora de ciencias del instituto, me di cuenta gracias a las asignaturas de económicas que cursaba que podría sacar cierto beneficio de mi capacidad. Al principio simplemente me dedicaba a ayudar a mis compañeros a conseguir a la chica que desearan, obviamente previo pago de una pequeña suma, pero pronto mi codicia me exigió nuevos horizontes. Ya con 23 años decidí que mi objetivo sería conquistar mujeres de 30 a 45 años con alto poder adquisitivo con la intención de poder costearme mis cada vez más caros caprichos. Así fue como puse en mi punto de mira a Sandra.
Sandra era la madre de un compañero de clase en la universidad, Luís. La conocí el día en que el coche de Luís se estropeo y vino ella buscarle con su coche. Sandra tenía 43 años ya que  Luís había nacido cuando ella era aún muy joven pero su físico no había empeorado en nada. De hecho podría decirse que había mejorado substancialmente gracias a la aportación de su marido, un tipo de 60 años que se había enriquecido en el negocio de de la ciberseguridad. Gracias a él Sandra había podido borrar cualquier marca de su embarazo 23 años atrás y ya que estaba en el quirófano deicidio añadir algunas cositas más. En ese momento no tenía ni idea pero debajo de su blusa se escondían unos pechos talla 110D hechos con el mayor de los cuidados por algún maestro del bisturí. Lo que si se podía apreciar a primera vista era unos ojos color miel con acompañados por una nariz respingona justo encima de unos labios operados que daban la sensación de que siempre estaba haciendo pucheros.  Eran carnosos y de un tenso color, puesto que le gustaba utilizar un carmín muy intenso. Decidí que era hora de conseguir más beneficio de mis dones.

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