100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.
CAPITULO 1
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Capítulo 22:
Nuestras miradas se cruzaron y el beso se volvió más fogoso. Estábamos completamente solos, lo sabíamos y eso nos estimulaba. Mis manos rozaron su espalda y ella hizo lo propio con las suyas, dejando que estas se descontrolaran. El sol nos pegaba de lleno, el calor nos ayudaba a calentarnos y la frescura del viento y del agua no era suficiente para saciar nuestras ganas. Ella continuó besándome y yo le seguí el juego. Estaba seguro que las cosas se iban a poner mucho más calientes si no frenábamos de golpe. El problema era que ninguno de los dos quería frenar.
Me llamo Martín, tengo 28 años y hace ya un tiempo que estoy de novio con Paloma. Nos conocimos en la facultad, durante nuestro primer año, pero no empezamos a relacionarnos hasta ya avanzada la carrera. Solíamos cursar varias materias juntos y de vez en cuando nos cruzábamos por los pasillos, pero no fue hasta una noche en una fiesta de la facultad que estuvimos juntos. Todo empezó como algo simple, vernos de vez en cuando para tener sexo y nada más. No fue hasta que pasaron varios meses que decidimos salir a tomar algo y pasar tiempo a solas para conocernos. ¿Quién iba a decir que así iba a empezar una relación que avanzaría a pasos agigantados en los siguientes años?
Nos pusimos de novios cuando teníamos 24 años y tan solo un año más tarde decidimos mudarnos e ir a vivir juntos. Al poco tiempo me di cuenta que Paloma era la mujer ideal para mí y que estaba convencido que quería pasar el resto de mi vida con ella. Me gusta su humor, su forma de ser ante la vida y como siempre logra sacarme una sonrisa. Amo que sea divertida, que se anime a probar cosas nuevas y que siempre esté dispuesta para cualquier plan que armemos. Me calienta mucho su cuerpo, su actitud frente al sexo y como su preciosa tetas rebotan cada vez que cogemos. Me excita muchísimo verla chuparme la pija y me vuela la cabeza escucharla gemir como loca siempre que lo hacemos.
Estaba tan seguro que quería vivir toda mi vida con Palo que a los 26 años le propuse casarnos y ella aceptó feliz de la vida. El casamiento se hizo esperar un poco, pero llegó dos años más tarde en una noche hermosa llena de familia, amigos y mucha alegría. Sin embargo, lo que más estábamos esperando era nuestra luna de miel, la cual veníamos programando hacía ya varios meses y esperábamos con ganas. El viaje era en pleno Junio, pero como viajábamos a las costas del norte de Brasil, sabíamos que íbamos a poder aprovechar de la playa, el mar y el calor. Así fue como nos subimos al avión y partimos a lo que iba a ser una semana súper relajada y tranquila en un hotel all inclusive con salida al mar.
Lo que más nos llamó la atención fue el hecho de que el hotel estaba casi vacío. Llegamos al medio día y fuimos directo a almorzar con la idea de aprovechar un poco la playa ese mismo día, pero nos sorprendió ver que apenas había otra pareja en la otra punta del comedor. En los pasillos nos cruzamos con una familia de cuatro, que al parecer se estaban yendo en ese mismo momento y en la playa apenas vimos otra gente más allá de los empleados del hotel. Claramente la temporada alta todavía no había arrancado, lo que nos alegró pues íbamos a tener algo más de intimidad para los dos.
Lo segundo que nos sorprendió fue lo inmensa que era la playa. Hacia la derecha había otros dos hoteles aunque algo alejados del nuestro. Sin embargo, si caminabas para el lado izquierdo la playa se extendía a lo largo por varios kilómetros y al parecer era una de las zonas más lindas para caminar. Es por eso que al día siguiente decidimos pasear un poco sobre la arena y tomados de la mano como la pareja recién casada que éramos. Cuando ya no podíamos ver el edificio en donde nos estábamos hospedando, Paloma me abrazo y me dio un beso bien apasionado diciéndome que esa noche tenía un regalito especial para mí. Y es que sí, había algo que a ella le encantaba.
El sexo con mi novia había sido increíble desde la primera noche en la que estuvimos juntos en esa fiesta de la facultad. Ella era súper caliente y me lo demostraba a la hora de la acción, dejando que su cuerpo se volviera loco y corriendo todo tipo de límites. Sin lugar a dudas ella me había sorprendido a mí y me había enseñado muchísimo, así como también me había cambiado a la hora de tener sexo. Probamos miles de cosas juntos y nos animamos a algunas otras que pensé que nunca nos íbamos a animar, pues todo era una aventura junto a ella. En esa oportunidad, Palo me había prometido que durante la luna de miel me iba a regalar un baile erótico y un show digno de los que ella sabía dar y me había dado en alguna oportunidad.
Pero no todo quedó ahí, ya que luego de esa segunda noche, tuvimos una tercera también cargada de sexo y en la que terminamos en una doble dosis bien caliente. Es que la idea de casarnos y convertirnos en marido y mujer nos había calentado muchísimo y nos había llevado a coger casi todos los días. La noche de bodas había sido una de las más fogosas y la previa a la luna de miel terminó siendo una de las semanas más cargadas de las nuestras. “¡Y también vamos a coger mucho!” me dijo ella cuando planeábamos lo que podíamos hacer en el hotel durante esos días. Y así fue, pues tan solo habían pasado cuatro días y nosotros ya lo habíamos hecho seis veces.
El 5to día volvimos a caminar por la playa. Agarramos el camino largo que habíamos recorrido ya hacía unos días y nos animamos a llegar más allá. Salimos bien temprano a la mañana con algo de comida en una mochila y emprendimos viaje mientras observábamos el mar al lado nuestro. Llegamos a una zona donde la playa se hacía más fina y casi desaparecía. Tras un almuerzo liviano decidimos descansar debajo de unas palmeras y luego continuamos un poquito más hasta que ya las rocas tomaban protagonismo sobre la arena. “¡Que hermoso lugar!” dijo ella y decidió que era el punto ideal para sacarse la ropa y meterse al mar. Es que la noche anterior, mi esposa me había confesado que tenía ganas de vivir esa experiencia y que ese camino era el lugar para cumplir dicho deseo.
Acto seguido, agarré la mochila, la ropa de ella y lo dejé en una roca segura para después desvestirme y seguirla entre las olas que rompían en la arena. El agua apenas nos llegaba a las rodillas y cuando la alcance, la abracé por detrás pasando mis manos a la altura de su pancita. Inmediatamente le di un beso en el cuello que hizo que ella tuviera unas pequeñas cosquillas. Entonces apoyé mi cabeza sobre su hombro y los dos nos quedamos apreciando el mar que se alzaba en frente nuestro. El silencio era casi absoluto y se cortaba solo por las olas que rompían detrás de nosotros y por la brisa que pasaba por encima de nuestras cabezas. Allí estábamos, los dos completamente desnudos y en completa soledad, viviendo ese momento increíble como una pareja de recién casados.
De golpe Paloma se dio vuelta y apoyó su pecho sobre el mío, levantando la cabeza para mirarme a los ojos. Se acercó lentamente hacia mi rostro y me besó de una forma hermosa, regalándome uno de los besos más preciosos de mi vida. Se alejó un poco y dándome la mano me llevó más adentro hacia el mar, haciendo que el agua ya nos tapara de la cintura para abajo. Entonces frenó de nuevo y volvió a abrazarme y a besarme con ganas, metiendo su lengua en mi boca y haciéndome sentir un cosquilleo en todo el cuerpo. Yo inmediatamente la abracé sobre la parte baja de su espalda y continué con el beso, sabiendo que no había nadie allí testigo de lo que estábamos haciendo.
El calor que empezamos a sentir ya no tenía nada que ver con el sol que nos pegaba directo, sino con el beso y el rozar de nuestros cuerpos. Paloma metió su mano entre nosotros y sujetó con fuerza mi pija, la cual comenzaba a crecer por culpa de lo que estábamos haciendo. Empezó a pajearme lentamente, sin soltarme del cuello con la otra mano y sin despegar sus labios de los míos. Yo bajé mis manos hasta su cola y se la fui apretando con ganas, manoseándosela de forma alevosa por debajo del agua transparente que nos rodeaba. Los besos seguían presentes y no frenaban en ningún momento, marcando el ritmo del resto de los movimientos.
Alejándose un poquito más, mi novia se metió más adentro del agua y yo la seguí con ganas, alejándonos de la costa y de la ropa. De golpe el agua empezaba a taparnos y ya nos llegaba a los pechos cuando volvimos a abrazarnos y a besarnos con ganas. El oleaje nos movía suavemente hacia atrás y hacia adelante, generando un roce de nuestros cuerpos que iban y venían. Yo tenía la pija al palo, completamente dura y pasando entre las piernas de Paloma que no dejaba de sonreír entre beso y beso. La frescura del agua había calmado un poco el calor agobiante que sentíamos, pero por dentro seguíamos muy caliente y se notaba en los besos y en la forma en la que nos abrazábamos.
Tomándome completamente por sorpresa, Palo se metió abajo del agua y empezó a besarme el pecho y la panza, dejándome una sensación extraña con cada beso. Salió a tomar aire y aproveché para comerle la boca, pero ella nuevamente se sumergió y continuó con los besos por todo el cuerpo. En esa oportunidad, una de sus manos fue directo a mi pija y continuó pajeándome mientras yo permanecía allí con la cabeza afuera del agua. Volvió a salir para darme de nuevo un beso en la boca y continuó pajeándome con ganas, haciéndome sentir un placer divino. Mi corazón me latía a toda velocidad y estar tan expuesto me volaba la cabeza, pero sabía que nadie podía vernos y que no había nadie allí alrededor. Éramos ella y yo.
Entonces decidí actuar y me metí yo debajo del agua y comencé a besarla por todos lados. Empecé por sus hombros, bajé hasta su pecho y cuando estaba a punto de llegar a sus hermosas tetas, sentí la necesidad de respirar, por lo que salí del agua y me encontré con el rostro de felicidad de mi novia. Le di un beso tal como ella había hecho y volví a bajar para seguir besándola, pero en esa oportunidad decidí no perder tiempo y fui directo a sus lolas, para rozarlas con mis labios. Sentía el agua salada en mi boca y notaba como las tetas de mi novia se sentían duras debajo de ese cálido mar, sin embargo se las chupé como pude y continué hasta que volví a sentir la falta de aire y tuve que salir.
Pero en esa oportunidad repetí un movimiento que Paloma había hecho y comencé a tocarla mientras nos comíamos a besos. “¡Ay Martín!” dijo ella gimiendo sin poder aguantarse al sentir uno de mis dedos entrar a su cuerpo. Nuestra piel se rozaba en ese vaivén del mar y sentía la calidez de sus manos que me acariciaban por completo. Mi pija seguía al palo y ella la tocaba y me pajeaba cada vez que podía. Pero ahora la tenía muy concentrada con uno de mis dedos adentro de su cuerpo y apenas podía pensar en otra cosa. Decidí volver a zambullirme y jugar un rato más con sus pezones, poniéndolos bien duros al mismo tiempo que notaba la humedad entre sus piernas, humedad que poco tenía que ver con el mar que nos rodeaba.
Sabía que no íbamos a poder hacer nada allí adentro, que el agua no iba a ser nuestra amiga y la incomodidas nos iba a jugar una mala pasada. Es por eso que le propuse salir del agua y seguir el juego afuera, pero ella tenía algo en mente. Tomándome por sorpresa se metió de nuevo abajo del agua y pude ver su figura yendo hacia la arena. Soltó todo el aire que la impulsaba hacia arriba y llegando a mi cintura se metió mi pija en la boca y comenzó a chupármela lentamente. Era evidente que el agua no la dejaba actuar como ella sabía hacerlo, pero me encantaba la actitud que había tomado y sentía el placer de sus labios rodeando mi verga bien dura que no podía más.
Paloma salió del agua, me sonrió, tomó aire y volvió a meterse para seguir chupándomela unos cuantos segundos más. Cada vez que bajaba se prolongaba su estadía y yo sentía que el placer aumentaba en mí. No podía creer lo que estaba haciendo y tampoco podía creer lo mucho que me excitaba ello. Su mano me pajeaba a toda velocidad y su boca rodeaba mi verga y la hacía desaparecer en ese mar casi transparente. Con su lengua acariciaba mi cabeza y la ponía cada vez más grande. Cada lamida suya era un incremento en el gozo de mi cuerpo que temblaba entre las olas.
Entonces subió y me regaló una sonrisa divina que sabía lo que significaba. Los dos habíamos llegado a nuestro límite adentro del agua y caminando agarrados de la mano comenzamos a salir para relajarnos en la costa. Tomamos sol desnudos, luego con ropa para cubrir las partes íntimas y tras vestirnos decidimos volver caminando al hotel para terminar lo que acabábamos de comenzar. Y es que la sensación de placer que habíamos sentido los dos había sido muy grande y el agua había hecho un trabajo increíble. No solo habíamos llevado nuestro morbo a otro límite, sino que nos había encantado y lo habíamos disfrutado muchísimo.
Lugar n° 22: Mar
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