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el amarre 2

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Pensé que ya no me iba a importar. Pensé que todo lo que me venía diciendo Mariela me había convencido. Pero ahí estaba yo, como un mes antes, igual de estupefacto, igual de sobrecogido por los acontecimientos, y con el corazón otra vez acelerado, al galope, al mismo ritmo del galope que Matanga le propinaba a mi novia, tomándola de las ancas y clavándola sobre la cama una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… 
—Ahhh… Ahhh… Ahhh… Por Diosss qué gruesa… Ohhh, qué gruesa…
—Mariela, me dijiste que no gozabas…
—No, mi amor, no gozooohhhhh…
—Cuerno, dejá de mariconear y abrimelá un poquito ahí abajo que se la quiero enterrar toda.
La piecita de Matanga en la que ajusticiaba a las novias y esposas de Alce Viejo seguía tan sucio, desordenado y oscuro como la primera vez que habíamos ido. Y el grosor y dureza del pijón del zambo eran igual de consistentes que aquella vez.
—E-está bien, don Matanga…
—Te la echo, putón… Ya no aguanto más, te estoy bombeando sin parar desde hace veinte minutos…
La sola idea de ver otra vez el tronco del viejo inflándose y vaciándose para surtir a mi novia de leche, me estremeció.
—Por favor, don Matanga… ¿Tiene que ser adentro?
Mariela giró hacia mí con la cara desencajada y los cabellos transpirados, cortándole la cara en una mueca de burla.
—Es para que el amarre surta mejor efecto, mi amor…
—Y hablando de surtir… —agregó el viejo hijo de puta—. Ahí te surto todo lo que tengo…
Volví hacia mi novia y la tomé de las manos y me puse rostro contra rostro. Si algo recordaba de la primera sesión, era que el amarre se hacía más efectivo si al momento de la volcada de leche dentro de la mujer, su enamorado la besaba.
El viejo turro la bombeó fuerte, con violencia, y eso le zarandeaba el cuerpecito a Mariela como una maraca. El beso era imposible. Entonces ella me tomó de los cachetes y me soldó a su rostro, y nos dimos el beso en medio de una sacudida fuerte e incesante de su cabeza, producto de los pijazos.
—Ahhhhhhh… —acababa Matanga—. Ahhhhhh… putón, te la estoy echando toda… —Yo sentía la lengua de mi novia en mi boca y mi corazón acelerado como si la besara por primera vez—. Cómo te surto leche, putón… Ahhh…!
No entendía por qué el viejo debía tratar así a mi novia o a mí, con semejante desprecio; concedí que era necesario para el ritual, aunque no estaba seguro. Tal vez por eso y no por otra cosa tenía mi pijita bien dura, a la vista de todos pues tanto mi novia como yo debíamos permanecer desnudos.
—Ay, mi amor, cómo estás… —jadeó Mariela, sonriéndome casi malévola y con los ojos algo idos, mientras allá atrás el viejo le propinaba empujones ya no tan fuertes, depositándole los últimos chorros de guasca.
Aunque ya leve, el bombeo la seguía moviendo, y ella me tomó la pijita con dos dedos —índice y pulgar— como si fuera un gusanito.
—Ya te está haciendo efecto el amarre…
Fue la primera vez en la vida que Mariela me tocó la pija. Bueno, que cualquier mujer, en realidad. Y fue mientras un viejo zambo me la bombeaba y le llenaba de leche la conchita. Creo que de alguna manera eso marcó nuestra pareja, porque no fue la última vez que sucedió.
El viejo sacó su vergón largo y ancho, y lo depositó sobre la cola de mi novia, que seguía culo en punta y apoyada adelante sobre sus antebrazos. El vergón estaba brilloso por los fluidos de mi novia, pero no destacaba tanto porque la piel de mi novia estaba igual, producto de su propio sudor.
Matanga se tomó un segundo y resopló agotado, satisfecho. Levantó la cabeza y voceó al aire: 
—¡Totooo…! —Otra vez a llamar a los gritos al vecino, igual que el mes anterior.
A mí ya me había parecido raro el primer día, que de pronto un tipo que no tenía nada que ver con la situación viniera y se cogiera a mi novia así como así, sin que nadie diga nada… de modo que intenté una tímida oposición.
—¿P-pero por qué llama a su vecino, don Matanga? No hace falta que…
Se escuchó la puerta metálica de la casa de al lado golpetear contra el marco, y los pasos arrastrados del gordo chancleteando el piso.
—Es para sellar mejor el amarre, cuerno… —dijo con desidia, y le propinó a mi novia una nalgada en el cachete derecho de su culito perfecto.
—¡Ahhh…! —jadeó corto Mariela, tratando de ahogar el gesto.
Observé mejor y el brillo sobre la cola de mi novia se hizo más evidente porque la piel se le puso como de gallina.
—Qué buena orto tenés, pendeja, ya te lo vamos a hacer algún día…
Otro nalgazo volvió a erizar la piel de mi novia y la obligó a hundir el rostro entre sus brazos para que yo no escuchara su murmullo de excitación.
—Lo que usted quiera, don Matanga…
La docilidad de mi novia me indignaba, pero mi pijita cada vez más dura me contradecía, así que callé. Se escuchó la puerta de la casa de Matanga y la voz de Toto, el gordo desagradable del vecino: 
—¿Dónde está ese tajito sabroso? ¡Lo quiero estirar otra vez!
Y apreció por la puerta con una sonrisa de satisfacción y una camiseta de Boca con la propaganda de Vinos Maravilla, que cortaba a la mitad de la panzota, una barba de tres días y la mugre de haber estado quemando malezas o algo parecido. Matanga ya se estaba retirando de la cama, mi novia permanecía cola en punta, lista para una nueva penetración.
—Vamos, cuerno, que me tenés que pagar… —me invitó Matanga como el mes anterior. Toto se quitó el pantalón de fútbol y apoyó una rodilla sobre la cama para subirse, justo detrás de mi novia. El colchón rechinó y se hundió.
—No, don Matanga —me planté con incierta seguridad, repartiendo mi mirada a partes iguales entre el zambo y el gordo que ya se ubicaba con las dos rodillas detrás de Mariela—. Voy a quedarme con mi novia, no quiero que este señor a quien ni conozco se aproveche de ella más allá de lo que deba hacer para el amarre.
Tal vez creyó que las nalgadas anteriores me pusieron temeroso, o tal vez no le importaba nada después de garcharse a mi novia. Matanga se encogió de hombros y cruzó la cortina que hacía de puerta de la habitación, dejándome solo con Toto y mi novia.
—¿Estás seguro que te querés quedar, mi amor? 
—¿Preferís que me vaya?
—No, me gusta que te quedes viendo cómo me lo hacen… cómo me lo hacen al amarre!
Yo estaba junto a ella, pero arrodillado sobre la cama, de modo que además de ver su rostro, también vi allá al fondo el tremendo chorizo gordo que sacó Toto. Lo había visto el mes anterior, cuando me iba, pero ahora era distinto, lo tenía de frente, endureciéndose mientras manoseaba con lascivia las nalgas de mi novia. Lo vi tomarlo con una mano y estrangularlo para ganarle rigidez más rápido, enfilando hacia la cuevita.
Y lo vi empujar hacia adelante con todo su peso.
—Ooohhh por Dios… —gimió Mariela.
—¿Estás bien? —pregunté.
Ella me tomó de las manos mientras el gordo comenzaba a enterrar el glande hacia adentro, ganando profundidad.
—Qué bien nos está haciendo el amarre, mi amor… —Unas gotitas de sudor le aparecieron en la frente—. Yo ya siento nuestro amor mucho más profundo… Ahhhhhh…
El gordo desagradable comenzó a meterle bomba despacio, lentamente. Desde mi posición, tenía el rostro de mi novia pegada a mí, su cuerpo delgado y armonioso alejándose y la cola muriendo atrás, empujada hacia abajo una y otra vez con cada clavada. Alcé la vista y Toto me sonreía burlón, sin dejar de cogerla por un segundo. Sin embargo, por un instante, algo le molestó ahí entre las piernas de ella. Metió la mano y sacó la tanguita champagne que había vestido Mariela. Volvió a sonreír y me la arrojó a la cara. 
La prenda cayó sobre las manos entrelazadas de mi novia y yo.
Ella sonrió con cierta electricidad en la mirada.
—Mi amor… Ahhhhh… —El bombeo se empezaba a poner un poco más intenso—. La tanguita que tanto… Ahhhhh… te preocupaba que usara… Uhhh…
No parecía burla de su parte, más bien marcarme la gran ironía de nuestro último mes. O de “mi” mes. Porque apenas dos o tres semanas antes, esa misma tanguita había sido la causante de una gran discusión y la primera vez que yo me enojara con ella y todo este asunto del amarre. Y no, no porque Matanga o su vecino mugriento la hubieran cogido y se la cogerían una vez por mes durante un año.
Mi enojo, mi berrinche, mi reclamo, fue por ella y sus nuevas actitudes.


Fue una semana después de haber tenido la primera sesión con Matanga. Habíamos ido a pasear por el centro de Alce Viejo y al cruzar por el escaparate de un local de indumentaria de mujer, ella se enamoró de un conjunto de ropa interior muy particular, que consistía en un pañuelo color champagne con un estampado, y una tanguita de la misma tela —que simulaba ser seda—, haciendo juego, diminuta como jamás había usado. Me hizo comprársela, cosa que hice primero con gusto pero al momento de pagarla, recordé que aún faltaba mucho para que yo me la cogiera, y encima en menos de un mes me la iban a volver a garchar con el cuento ése del amarre.
Lo cierto es que el pañuelo se usaba de corpiño y top, y aunque no era revelador, la tela era tan delgada que le marcaba los pezones como si no llevara nada, y para peor la tanguita se le metía en el culazo y la hacía ver la mujer más sexy del planeta. O puta, no sé.
La había visto ponérsela frente al espejo, delante mío. Después de la primera sesión de amarre, en el que el zambo Matanga me la garchara con volcada incluida, Mariela inesperadamente comenzó a permitirme verla en ropa interior. Supongo que porque ya la había visto desnuda mientras la clavaban en el ritual, y ya no tenía sentido guardar su intimidad. Así y todo, me dejó claro que hasta que cumpliéramos el aniversario, no íbamos a tener sexo; no quería estropear nuestro momento. Fue extraño, porque me lo había dicho luego de recordar —y preguntarnos mutuamente— por qué Matanga hizo que su vecino Toto se la cogiera también. 
Como fuere, haberla visto desnuda hizo que ella flexibilizara su privacidad conmigo, y entonces comencé a verla muy seguido cundo se cambiaba. Extrañamente seguido. Era como si ella disfrutara que yo la viera desnudándose y cambiándose de ropa interior, sin permitirme tocarla nunca.
Aquella tarde no fue la primera en la que la veía vestirse luego de una ducha, pero sí fue la primera vez que noté que cada vez que íbamos a algún encuentro donde había otros hombres, su ropa interior era bastante más provocativa, sexy, sino de puta, que cuando salía solo conmigo. No me malentiendan, no es que en esas reuniones ella mostrara su ropa interior o se comportara inapropiadamente. La ropa sexy iba debajo de un pantalón ajustadísimo, una pollera o un vestido. Pero no usaba ese tipo de prendas íntimas cuando sabía que solo saldría conmigo y nadie más. ¿Por qué?
Fue raro y se lo dije. Y creo que me gané una justa reprimenda.
—Qué tonto te ponés a veces, Guampablo. ¿Te quejás de una ropa que nadie me va a ver? ¿En serio? ¡Sos el colmo de los paranoicos!
Era verdad, pero…
—Esa tanguita metida en la cola nunca la usás cuando salimos solos.
—¿Y qué? Si jamás me saco la ropa delante de nadie. ¿Qué te pasa?
Era cierto, pero también era cierto que ella usaba ropa sexy cada vez que salíamos con mis amigos (que se la habían cogido muchas veces antes de que comenzáramos a salir juntos), y en cambio jamás lo hacía a solas conmigo.
—¿Y no podés usarla alguna vez cuando salís con tu novio? —le reclamé, celoso no sé de qué.
Me miró como si fuera un loco.
—¿Para ir al río? Es incómoda. O para ir a lo de tus viejos, se nota el relieve y se van a pensar que soy una puta.
En el momento le di la razón y me disculpé. Pero unos días después me di cuenta que entonces ella sabía que esa ropa sexy, de una manera u otra, se marcaba notablemente por debajo de lo que usara y la hacía ver puta a los ojos de quien la mirara. La incertidumbre me ganó y a la siguiente vez que salimos a caminar por el río le volví a ahacer berrinche: al final se puso su tanguita más sexy, la que usaba cada vez que nos juntábamos con mis amigos u otros hombres, y arriba se puso una calza bien metida en el orto que la hizo verse como un objeto garchable para cualquiera.
Fue peor. Creo que lo hizo a propósito. Iba con ella de la mano sintiendo los ojos de todo el mundo penetrar el culo de mi novia de una manera tan palpable como sentía ahora que Toto estaba clavándola nuevamente. No era solo que la tanga se le marcaba bien de puta, la calza misma se le metía en toda la raya del culo y la desnudaba vestida.
Los tipos que nos cruzábamos llegando al río, tipos de barrios más humildes que crecen y viven cerca de las orillas, siempre más rudos, la miraban como un objeto, y le miraban la conchita marcada sin el menor pudor, delante mío, sin importarles mi presencia ni las posibles quejas de mi novia, que por otro lado no parecía enterarse de nada.
Era humillante. Por alguna razón me recordó a la primera sesión de amarre, al momento en el que Matanga me sacaba de la piecita y Toto se acomodaba detrás de mi novia para remacharla con impunidad. Era una sensación parecida: otro hombre con la disponibilidad libre sobre el cuerpo de Mariela y yo al lado sin poder hacer nada.
Nunca antes algo así había sucedido. O tal vez yo nunca me había dado cuenta. ¿Estaba paranoico, como decía ella?
Bueno, como para no estarlo. Es que los días que siguieron a esa tarde en que Matanga y Toto se garcharon a mi novia (o como me corrige siempre Mariela: “que nos hicieron el amarre”) fue de las peores torturas que padecí en mi vida. Por la angustia de lo sucedido. Por el desconcierto de lo bien que se lo tomaba ella. Y por la incertidumbre de no saber cómo iba a seguir todo ese asunto.
Y no me refiero al amarre en sí, eso estaba más claro que el agua: durante un año, una vez por mes, Matanga tenía que reafirmar el embrujo hasta que la unión de la pareja quede firme y para siempre. El problema era el día a día hasta el siguiente mes. Por ejemplo: habíamos quedado en que no le contaríamos a nadie, no era cuestión de que todo el mundo se enterara de que esos viejos asquerosos me la cogieron, y de que uno de ellos me la iba a seguir cogiendo. Pero ella estaba tan feliz y radiante con el amarre, y la conozco y sé que es bastante suelta de boca, que comencé a temer que lo comentara por ahí.
La incertidumbre comenzó a la segunda semana, cuando Iván, uno de mis amigos y de los que se cogiera a mi novia cuando ella todavía no salía conmigo, me dijo como si tal cosa, mientras le miraba el short negro metido en el orto a Mariela, que se había agachado a atar los borcegos.
—Así que la llevaste a que te la remachara el viejo Matanga… —Regresó los ojos del culo de mi novia y me sonrió. Yo me puse rojo como un pimiento—. Después de eso la relación va a estar más unida que nunca —se burló.-
—¡Mariela, me dijiste que no ibas a decir nada!
Mariela terminó con sus cordones y se puso de pie. Estaba con un short súper cortito de jean, no particularmente sexy, pero se había puesto el pañuelo a modo de corpiño y todos mis amigos ya estaban al tanto de sus pezones. Era como si tuviera la piel forrada de una tela delgada. Se quitó la sonrisa y vino a mí, a abrazarme por sobre los hombros.
—Y no dije nada, tonto, si sabés que nunca te miento.
Iván aclaró, y de paso clavó su mirada en las tetas de mi novia.
—La tía de ella le contó a la madre de Luís, y Luís me lo contó a mí.
Luís era otro de mis amigos, que también solía cogerse a mi novia antes de que saliera conmigo. 
—Si lo sabe Luís, lo saben todos… —dije refiriéndome a nuestro grupo de amistades.
—No pasa nada, Guampablo, tía no va a andar diciendo que me cogieron los dos viejos, no es una chusma.
Pensé que no hacía falta. Si llevabas a tu novia o esposa a que Matanga te hiciera un amarre, se sabía en todo Alce Viejo que parte del hechizo era que te la garchara. Sin “usada”, el amarre no era efectivo, decían.
—¿Cómo “dos viejos”? —se sorprendió Iván.
Y Mariela explicó con simpleza y humildad, como si estuviera dándole indicaciones a un pajuerano para ir al centro:
—En un momento llamó a un vecino para ayudarlo. Mientras Guampablo le pagaba a Matanga, el vecino me estuvo… bueno, me siguió dando para el ritual del amarre…
—¡Mi amor! —me escandalicé por su sinceridad. Con cada dato que aportaba yo me sentía más humillado.
—¿Te empalaron dos viejos en vez de uno?
Mariela lo regañó:
—¡Ay, Iván, siempre el mismo ordinario! Lo decís como si fuera algo sucio… Fuimos a reforzar nuestra unión con el Guampi, esas cosas funcionan así, se hacen desde siempre en el pueblo.
Sí que se hacían desde siempre. El hijo de puta de Matanga se venía garchando a las novias y esposas de Alce Viejo desde tiempos inmemoriales, y encima con el consentimiento de los cornudos… y el posterior pago en pesos. 
Estábamos todos en las ruinas de lo que había sido un autocine, entre unas paredes pintadas con graffitis de mil colores, hecho por otros chicos del pueblo. Mariela me soltó y fue a apoyarse sobre uno de los muros, se bajó el saco que la adecentaba un poco, levantó una de sus rodillas y posó sexy para una foto que le sacó mi amigo Iván con el celular. Y entonces no aguanté más y me fui con una excusa improvisada. 
Mariela no era tonta, se dio cuenta que me pasaba algo y vino atrás mío a ver qué era.
—¡Todos saben que me hiciste cornudo! ¡Todos! Y si no lo saben todavía, lo van a saber en una o dos semanas.
—No son cuernos, mi amor. 
—Te cogieron dos tipos…
—Vos sabés que no son cuernos… ¿Qué te importa lo que piensen tus amigos? Son unos tontos, por algo me quedé con vos.
—Vos me decís que no son cuernos pero en un mes Matanga va a volver a cogerte… Y después otra vez, y así durante un año…
—Pero no es sexo. Vos sabés que no es sexo, lo hago por nosotros, para que estemos mejor y unidos para siempre…
La impotencia de que todos mis amigos supieran que Matanga y Toto se garcharon y se garcharían a Mariela por un año me estremeció.
—¿En serio…? —claudiqué—. ¿No lo hacés porque disfrutás?
Me abrazó. Me besó. Me contuvo. Y me hizo regresar con mis amigos, soportando mucho más calmo que todos supieran que me la iba a coger durante todo el año un zambo con fama de verga de caballo, y tal vez también un gordo roñoso.
Mariela siguió manteniéndome calmo los siguientes días, a pesar de que no dejó de usar ropa bien cortita o calzas metidas en el orto que la dibujaban desnuda, y que juraba se ponía para mí. Hasta que me volvieron las inseguridades justo el día anterior al segundo encuentro con Matanga, es decir, hasta el día del segundo garche.
—Del “refuerzo” del amarre —me corregía siempre ella, como sermoneándome con fastidio—. Es para que nuestra relación quede bien clavada.
A veces me parecía que las elecciones de sus palabras no eran inocentes. Mariela no era una chica inocente. Sí era jovial y distraída. Pero inocente, no. Lo peor era que ese tipo de fallidos, que cada vez parecían más osados, me la ponían dura como un hierro. Como también me la ponía dura recordar su sumisión o desidia ante la entrada en acción del vecino de Matanga, la primera tarde. No habíamos hablado mucho de esto en todo el mes, casi como si nunca hubiera sucedido; pero a un día de regresar al matadero a que me la vuelvan a garchar, quise dejar claro algunas cosas. Porque aunque el episodio me la paró, el accionar de ella me indignaba mucho más.
—¿Qué vamos a hacer si el viejo brujo vuelve a llamar al gordo mugriento de su vecino?
—No sé, mi amor, no creo que llame a nadie… 
—¿A vos te pareció bien lo que hizo? Matanga no nos avisó.
—No sé, Guampi. Me tomó tan de sorpresa como a vos. Lo dejé hacer porque imagino es parte del ritual.
—¿A tu tía también se la cogieron entre dos?
—Ay, no le pregunté a tía. Me olvidé.
—¿No te pareció un abuso?
—No sé… no me puse a pensarlo… O sea, la tenía igual de gorda y larga que Matanga, así que supongo que peor, no debe ser… ¿A vos te pareció tan malo?
—¡Por supuesto! Lo llamó de la nada y te cogió como si fueras un pedazo de carne… Ni recitó el ritual ni nada, ¡es un chanta! Ni siquiera saludó. Entró y te clavó como a una puta de burdel.
—¿Y vos por qué te fuiste con Matanga sin decir nada?
—Yo… Yoeeemmm… —Lo había soltado así tan simple y con un tono tan ajeno que me cortó la indignación y automáticamente me sentí derrotado absurdamente, como si en una guerra yo hubiera ido con un puñado de misiles y ella me hubiera vencido con una honda—. Es que me tomó por sorpresa —improvisé—, creí que era por el ritual.
Mariela me miró  sin expresión ninguna, estudiando mi reacción.
—Yo también.


Qué quieren que les diga. Ahora, mientras el cerdo de Toto la tiene tomada de las dos nalgas y le bombea la conchita con furia, hamacando a mi novia como un hincha hamaca el alambrado de una cancha un día de partido, me di cuenta que en el fondo, o tal vez no tan al fondo, yo anhelaba que Matanga le pegara un grito al vecino, justo después de cogerse a mi amorcito. Mientras el gordo seboso le enterraba verga hasta los huevos, sin importarle una mierda mi presencia ni el cuerpito que se estaba gozando y que parecía que se iba a partir entre sus manazas, me di cuenta que el mes entero estuve esperando este momento: saber si una vez por mes me la iban a coger uno o dos vergones gruesos como los del mes anterior.
—Mirale la carita a la puta de tu novia, cuerno… —Obedecí. En medio de la refriega de cuerpos y el vaivén del gordo hacia el culazo y cinturita de mi novia, de pronto la vi, y vi el rostro achinado de ella sufriendo de placer por la verga que la llenaba de carne—. ¿Está gozando, cuerno? ¿Le gusta la pija de este cerdo grasún? 
El hijo de puta no paraba de bombearla fuerte, respirando ya por la boca igual que una locomotora. El fap fap de las carnes en el medio era ya intenso de verdad y el cuerpo de Mariela se agitaba como una rama de árbol en medio de una tormenta tropical. Le vi el rostro a mi novia, seguía con los ojos cerrados pero ahora se mordía los labios.
—Toto pregunta si estás gozando… —dije como un idiota.
Mariela pareció despertar de su letargo, abrió los ojos y murmuró entre dientes.
—N-no… Ahhhh… no, mi amor… Ahhhhh… Ahhhhh… —y volvió a cerrar los ojos.
Le hice con la cabeza a Toto que sí, que mi novia estaba gozando bajo su yugo. Para mi sorpresa, no pareció importarle. Volvió a clavar la vista en la penetración, en las nalgas, en acariciar su cintura mientras no paraba de bombearla. De pronto mi novia se agitó aun más, me tomó de los hombros, abrió los ojos y la boca y comenzó a jadear y soltar algo de baba. Se me trepó a la cara, a la cabeza…
—Guampa, te necesito acá —rugió, y me tomó fuerte la cabeza, se elevó y sus pechitos quedaron sobre mi rostro. Y comenzó a gemir como nunca la había oído.
—Ahhhhhhhhhhhhhhhh… Sssííííííííííííííí…
Yo no sabía a ciencia cierta si estaba acabando. Suponía que sí pero no quería aceptarlo.
—Mi amor, ¿estás bien? ¿Es un efecto del amarre?
—Ahhhhhhhhhhhh… Sí, cornudo, sí… Ahhhhhhhh… Es el efecto del amareeeeeehhhhh… 
Dejé pasar lo de “cornudo”. Tener las tetas de mi novia en la cara era lo único que me importaba, aunque Toto la bombeaba con tanta furia que me costaba mantenerlas en mi rostro.
—Bien, cuerno, hacé tope ahí así se la clavo más profundo.
Y clavó elevándose apenas un poquito por sobre lo que venía clavando. No sé qué fue lo que hizo, pero Mariela abrió los ojos, gritó más fuerte y mientras el gordo hijo de puta la fue remachando con todo contra el colchón, mi novia me tomó de la cara, y el gemido agónico del segundo orgasmo me lo tiró dentro del beso.
—Ahhhhhhhhh… —acabó besándome.
Y el gordo no quiso ser menos.
—Yo también te acabo, putita. —El choque de las carnes se hizo metralla. De pronto Toto elevó el rostro y me sonrió a mí—. Te hago un hijo, pelotudo. Te va a caber por cuerno.
Y me la empezó a llenar de leche igual que el mes anterior. E igual que Matanga un rato antes. Mariela seguía buscando mi beso donde acabar, y Toto había dejado de bombear para mandar estocadas a fondo, como si muriera en cada penetración. Y con cada chorro de leche que le dejaba adentro a mi novia, me mandaba dedicatorias.
—Te la dejo estirada para mañana, cuerno… y te la dejo inflada para dentro de nueve meses…
Mariela me soltó del beso, del cuello, de todo yo, y se hundió entre sus brazos, contra el colchón.
—Podríos… —la oí murmurar.
—¿Estas bien, mi amor? ¿Estás bien?
—Estoy bien llena.
—¡Cuerno! —se escuchó el grito de Matanga, al otro lado de la cortina desgajada que hacía las veces de puerta. ¿Por qué estos dos hijos de puta no perdían oportunidad de decirme cuerno o cornudo?— ¿Vas a venir a pagar o no?
Mariela me miró en silencio, con todos los cabellos pegados de sudor sobre el rostro. Toto se desacopló y todo el cuerpo de mi novia se corrió para atrás, como si el vergón que la llenaba la hubiera desinflado y su cuerpo volviera a la posición original. El gordo sucio se puso de pie y acto seguido se escurrió la cabeza de la pija. Un gotón lechoso y denso cayó sobre la pollerita tableada que en algún momento había tirado al piso Mariela.
—Andá, mi amor —me sugirió y, obediente, me puse la ropa así nomás y crucé la cortina.
Un minuto después estábamos sentados a la mesita, el viejo zambo contando los billetes con parsimonia, cuando Toto salió de la piecita. Primero asomó su panzota, desnuda, y cruzó la puerta. Por suerte se había puesto el pantalón corto, y la camiseta de Boca colgada sobre su cuello.
—Nos vemos, Matanga —saludó, como si hubiera pasado a regar las plantas del jardín y su tarea ya hubiera sido cumplida. Y salió. Yo estaba absorto por toda la situación. De adentro de la pieza se escuchó el gemir de la cama. Mariela se estaría levantando.
—Quedate ahí, chinita —exigió Matanga con autoridad, aún contando billetes. El quejido de la cama se volvió a enrollar. 
—Voy a reforzar a tu mujer de nuevo. Ya sabés, es importante para el amarre y eso. Vos quedate acá, no la voy a hacer muy larga pero te la voy a reforzar hasta los huevos. 
Lo vi levantarse de la silla, meter los billetes en un cajón del aparador y acomodar su vergón por sobre el calzoncillo holgado. Y abrir la cortina mugrienta para ir a garcharse a mi novia por segunda vez en la tarde.
—Sí, señor Matanga.







♠  —  Fin  —  ♠




fuente: https://rebelde-buey.blogspot.com/






el amarre 2

4 comentarios - el amarre 2

forehead95 +2
Y pensar que hay gente estúpida que creen en eso de los amarres Jajajajaja. Y si paso de verdad esta historia, el hombre termina siendo el cornudo más ingenuo de la historia. Da pena
Necrosfire +2
que estupides tan grande, si es real es el pendejo mas grande de la historia ojala y la preñe para que aprenda el cagon ese
DnIncubus +1
😄😁😆 increíble cuánto imbécil hay en el mundo, creyendo que es un amarre y en 9 meses te "amarra" con la cría que no es tuyo, que estúpido de verdad, mejor váyase del pueblo, no diga nada y déjala sola con la barriga 😄😁