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Obil, el árabe (Capítulo 3)

Yo seguía sentado en mi silla, contemplando lo que ocurría entre Obil y Pili, por mi mente pasaban pensamientos de si de verdad había sido una buena idea  quedar con aquel hombre, se le veía seguro, pero con una dureza en el trato hacia mi esposa que me hacía dudar de la idoneidad de la acción.  En algún momento tuve la intención de levantarme y dar por terminado el encuentro, pero por otro lado, fueron pocas las veces que vi un gesto de desaprobación por su parte, lo que me indicaba que no lo estaba pasando tan mal. Decidí esperar un rato más a ver como se desarrollaban los acontecimientos.
En un momento dado, Obil puso sus manos sobre los hombros de Pili y empujó hacia abajo, señal que ella entendió enseguida, se arrodilló y levantó la chilaba para poder ver el mástil que se ocultaba debajo, su rostro indicó sorpresa por lo que veía, apartó ligeramente la cabeza y yo mismo abrí los ojos como platos, lucía una pieza que rondaba  los 22 cms y un diámetro entre los 4 y 5 cm, eso era tremendo, superaba en el doble de volumen de mi pene, el mío me parecía de una tamaño normal, alrededor de 17 * 3.5 cms, pero aquello era descomunal. Pili lo acarició con su mano, dejó al descubierto una cabeza grande y negra, un tronco que no lo abarcaba con su mano, hizo un movimiento de sube baja, como si lo fuera a masturbar, pero su hombre se lo impidió con una orden tajante, “mételo en la boca hasta el fondo”, me sonreí pensando en lo difícil que iba a ser, casi imposible. No le dio opción, levantó su chilaba con las dos manos, la echó por encima de Pili, dejándola casi tapada en su totalidad y cogió su cabeza con las dos manos e inició un movimiento con ella indicando que le estaba follando la boca. Las arcadas las oía con claridad, pero las órdenes de Obil no dejaban lugar a dudas:  “abre la boca, no me muerdas o te acordarás de ello y métela entera dentro”
En uno de los empujones de la pelvis de su macho, con los dientes rozó la polla del hombre y este sin contemplaciones, levantó la chilaba, la cogió del pelo, la hizo poner de pié con un fuerte tirón y mirándola a los ojos, le dio un par de bofetadas que sonaron en la habitación, al tiempo que soltándole el pelo, la cogió del cuello y le dijo: “esto te pasa por no poner atención, te dije que no me mordieras, si lo vuelves hacer te dejo el culo negro como mi polla, vuelve a tu trabajo y hazlo como sabes, puta de mierda”. Me levanté con la intención de cortar aquello y dar por terminada la fiesta, pero un gesto de mi mujer me hizo volver a mi sitio, con su mano me indicó que no me moviera, me vio de reojo y fue suficiente que me enviara ese mensaje. Habíamos acordado que si no estaba cómoda, me lo diría. No pasó desapercibido el gesto para Obil, el cual mirándome a  los ojos me dijo que no me preocupara, habían pasado ya unas cuantas zorras por su cama y sabía cómo tratarlas. No se pasaría, y seguro que querría volver.
Volvió a meterla debajo de su prenda de vestir y le volvió a meter la polla en la boca, al tiempo que con sus manos le movía la cabeza con un vaivén del mete saca de estar follando.  Le soltó la cabeza y al tiempo se sacaba su chilaba, quedando totalmente desnudo, mostrando un cuerpo bien formado en el que los músculos estaban perfectamente definidos, supongo que por una mezcla de ejercicio por el trabajo que realizaba y al tiempo por la genética de la propia raza. El caso es que resultaba una figura estéticamente proporcionada. Lo que me extrañó fue ver que las manos de mi mujer estaban encima de sus nalgas y era ella la que apretándose mantenía el ritmo del mete saca. No eran los movimientos de Obil, sino mi querida esposa la que estaba literalmente follando con su boca aquella tremenda polla. No podía entender como le cabía en la boca, pero metía más de dos tercios de cada vez que empujaba. La cara de satisfacción del macho era visible, había conseguido ya que se entregara al menos en esa parte del juego.
Habían pasado unos 20 minutos y Pili estaba sobre la cama, las piernas abiertas y con una boca comiéndole el coño, había tenido ya un orgasmo, había pedido a su amante que la dejara respirar un minuto, pero este había arreciado en sus lamidas y con dos dedos dentro de su coño, le estaba provocando el segundo, arqueaba la espalda, estaba con todo el cuerpo en tensión, las manos apretaban las sábanas con fuerza, los ojos cerrados, de su garganta salían unos sonidos ininteligibles, hondos, graves y en medio palabras sueltas, pidiendo más o que le dejara descansar, pero no había piedad por parte de su macho, la lengua recorría todo el coño, los dedos entraban y salían con rapidez, golpeaba los labios de su coño cada vez que entraban hasta el fondo. Cuando el segundo orgasmo llegó, le sacó los dedos del coño y con las dos manos agarró con fuerza sus tetas y las apretó, en la cara de mi esposa hubo un gesto de sorpresa, luego de dolor, pero la fuerza del orgasmos era mayor y se dejó ir, con los ojos cerrados y con una voz entrecortada diciendo “ho, si, si, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”, momento en que Obil soltó la tetas y cogió los pezones, los cuales apretó con, a mi modo de ver, saña, con violencia, como si fueran dos tenazas. En pleno orgasmo, se oyó un grito de dolor, alto, fuerte y claro, al tiempo que llevaba sus manos a las de su torturador para separarlas, pero este era sabedor de ese movimiento, porque siguió apretando los dedos y haciendo presión hacia el cuerpo de Pili para compensar la fuerza que hacía esta para sacarse las manos que le causaban el dolor de encima. Por supuesto no lo consiguió, pero sí que este le diera un grito: “quieta zorra, luego los tendrás más suaves y sensibles y te gustará que te de con la polla en ellos, abre los brazos y quédate quietecita, pero quieta, ¿entendido puta?”
No se lo tuvo que repetir dos veces, allí estaba mi mujer, con las piernas abiertas, los brazos en cruz, los ojos cerrados y con un gesto de dolor y  placer. Complacencia y perplejidad en el mío, ante lo que estaba viendo. No me hubiera imaginado que pudiera hacer lo que estaba haciendo, por un lado me sorprendía, por otro me estaba excitando el verla tan dispuesta, tan abierta y con tanta sumisión ante un macho desconocido, pero que la hacía llegar hasta el séptimo cielo. No quedó en ese punto el castigo de sus pechos, una vez dicha la frase anterior y que Pili abrió los brazos, recibió cuatro o cinco palmadas en las tetas que se las dejó rojitas, le volvió a coger los pezones y los estiró hacia fuera, unas lágrimas rodaron por las mejillas de Pili, pero no me dio opción a parar el juego. Sus manos, en esa posición buscaron la polla del macho y lo empezaron a acariciar, para ponerlo a tono, sabía que estaba llegando la hora de tenerla toda dentro de su cuerpo y quería que estuviera en perfecto estado. Obil me miró con una sonrisa de triunfo, haciéndome un gesto con el pulgar hacia arriba, indicando que todo iba perfecto y que ella estaba disfrutando, que le gustaba lo puta que era y lo bien que se estaba portando.
De un cajón sacó varios  preservativos, le dio uno a Pili y le dijo que se lo pusiera con la boca, con una amplia sonrisa esta, cogió el preservativo, le colocó en su boca y acercándose a la tremenda polla lo empezó a colocar con sus labios, Obil, agarrando su cabeza con las dos manos, dio un fuerte empujón con su pelvis, haciendo que entrara más de la mitad en la boca, con la misma rapidez que había entrado, salió de su boca y  Pili, atenta a este acto, con una mano acabó de colocar el preservativo. Cogió la almohada y la puso doblada debajo de su culo para de esa forma quedar con su sexo más elevado y facilitar la entrada del mástil en su interior. La cabeza grande y gorda empezó a acariciar sus labios, subía sabiamente guiada por la mano de su dueño para llegar a su clítoris, bajaba nuevamente para reiniciar el lento movimiento de subir y acariciar de nuevo sus labios vaginales. Se miraron a los ojos y una sonrisa de Pili le dio la señal al macho para de un empujón meter más de la mitad de la polla dentro. El grito de Pili se debió de oír en todo el edificio, eso pensaba yo, pero Obil se lo aclaró: “puedes gritar todo lo que quieras, entre la música y el aislamiento del techo no te va a oír nadie más que tu marido, aguanta puta, que esto no es más que el principio, ya te acostumbrarás  y me pedirás que te de mas fuerte. Las zorras como tu aguantáis de esto y mucho más”, un nuevo empujón sin volver atrás, otro grito, otro empujón y nuevo grito, pero a cada movimiento de la pelvis del macho, ella trataba de hundir las caderas en la almohada, hasta que pasados unos minutos, ya no era así. Mi esposa ya no tiraba de las caderas hacia atrás, ya se quedaba esperando la envestida. No había iniciado el movimiento de mete saca,  no, solo había empujado y empujada para meter todo aquello dentro, cundo la base de la polla chocó contra los labios del coño de mi mujer, apretó con fuerza  y se mantuvo quieto unos segundos, que a mí me parecieron minutos. De su cara salió una sonrisa dejando entrever unos dientes blancos, dentro de unos labios carnosos y casi negros. Retrocedió media polla y lentamente, pero sin parar volvió a ir hasta el fondo, mi mujer apretaba las sábanas con un gesto de dolor. Esto se repetía cada vez que hacía el mismo movimiento la polla dentro de su cuerpo. Cada vez la sacaba mas para volver a meterla de nuevo hasta el fondo, no había tregua.
En un momento dado la sacó de todo, volvió a acariciar con la punta los labios y el clítoris, parando sobre todo en ese punto, para proporcionar mayor placer, pero solo unos segundos, porque a continuación, volvió a colocar la punta en la entrada del coño y de nuevo, con un avance lento pero continuo hasta el fondo, un nuevo apretón de mi mujer a las sábanas, pero sus gestos ya no delataban tanto dolor como al principio, su cuerpo, su sexo se estaba adaptando a aquello que estaba ocupando toda o casi toda la capacidad a la que podía llegar su vagina. El movimiento se fue haciendo más rápido, poco a poco, como si un diapasón le fuera marcando el ritmo, primero cada 10 segundos, después cada 9, unos movimientos mas y cada 8, en fin, era como un cronómetro muy ajustado el avance que iba poniendo en sus embestidas el macho. Unos minutos más tarde los movimientos eran continuos, fuertes, hasta el fondo y había cambiado el semblante de mi esposa, el trabajo de la polla dentro de su coño se hacía notar, sus gemido eran de placer, cada vez más fuertes, cada vez mas acompasados con las embestidas de aquella polla que la estaba llenando. Sus ojos estaban abiertos como platos, mirando fijamente la cara de su amante, su boca entreabierta y su respiración entrecortada. El placer había ocupado el lugar del dolor inicial y el orgasmo empezaba a llamar a sus puertas, pero una orden de Obil le cortó el camino. “Zorra, ya estas deseando correrte, menuda puta que eres, pero no lo vas hacer, no, no te vas a correr hasta que yo te lo diga. Date la vuelta, ponte encima de la almohada con el culo arriba, vamos, ya verás cómo ves las estrellas”.
Pili hizo un gesto de enfado, estaba a punto de llegar al orgasmo, se lo había impedido, además de interrumpir el placentero mete saca, le mandaba poner con el culo  arriba y ella quería tener un orgasmo antes que le metiera aquello en el culo, porque tenía claro que eso iba a ocurrir. Se dio vuelta, mostrándole su contrariedad a Obil, pero este no le hizo el menor caso. La colocó con el culo ligeramente subido, le metió la mano entre las piernas y le acarició el sexo, de abajo arriba, le acarició el botón de placer, le metió dos dedos en el coño, empezó a jugar con ellos, luego fueron tres, y de nuevo los gemidos de mi esposa volvieron a sonar en la habitación. Estando en esa posición, la punta de la polla se volvió a situar en la entrada de su coño, un golpe seco de riñones y la tenía de nuevo toda dentro, pero desde otra posición y llegando más al fondo, por un momento se cortaron los suspiros y un fuerte dolor le hizo echar el culo hacia delante, pero unas fuertes manos la agarraron por la cadera tirando de ella hacia atrás, al mismo tiempo que de nuevo un fuerte golpe de cadera de su amante le hizo sentir en todo el fondo de su vagina la cabeza invasora.
Su sorpresa había pasado, el dolor también y el placer volvía a estar llamando de nuevo a sus puertas. Se recordaba la orden que le había dado el macho,  no se podía correr, no, no podía, pero por si fuera poco, de nuevo la voz de Obil se lo recordó: “no te corras o te dejo el culo rojo como un tomate”. Pili ya no veía tenía los ojos cerrados, las manos crispadas sobre la sábana que estaba hecha un ovillo entre sus dedos, el culo se movía al ritmo que imponía la polla que la taladraba, gemía, gruñía, gritaba, todo junto. Para mis oídos era música, nunca la había visto de esa forma, con esa entrega y con ese deseo de correrse, pero aguantando de una forma sorprendente. Los movimientos de la polla eran cada vez más fuertes y más rápidos, me pareció que también él estaba llegando al punto de correrse, sudaba, tenía el cuerpo mojado, le caían gotas de la frente, la barbilla y por su espalda resbalaban hasta meterse entre sus nalgas pero seguía, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Estaba de rodillas, con las manos apoyadas a ambos lados de la cintura de Pili, en la espalda de esta había gotas de sudor, se mezclaban los dos sudores, el suyo y el del amante.  Empezó a pedir que se quería correr, que le dejara, que no podía mas, que no podía mas, ya no era una petición, era un súplica: “no puedo, no puedo más, me voy a correr, no puedo más, no puedo más”, pero no había respuesta, solo fuerza, solo sexo y solo placer,  pero no podía correrse, no tenía permiso.
De pronto Obil levantó una mano  su mano derecha y le dio una palmada en la nalga derecha, luego otra en la otra, y otra y otra y de pronto un fuerte resoplido de Obil al tiempo que le decía: “ahora PUTA, ahora, córrete ahora”, las embestidas aumentaron más la rapidez y la fuerza de penetración si es que eso era posible, Pili empezó a temblar y a gritar un siiiiiiiii, siiiiiiiiii, que parecía salirle de lo más hondo de su cuerpo, el orgasmo era brutal, no parecía tener fin, en un momento que las embestidas parecían aflojar un poco, echó su mano derecha atrás, agarró la mojada nalga de su amante y le dijo que no parara, no parara, este atendió la petición y renovó las embestidas con mas brío y lo que parecía que tenía que terminar, el orgasmo de Pili se sumó al segundo que llegaba sin que terminara el primero. Fueron tres seguidos, las lágrimas corrían por la cara de mi esposa cuando llegué junto a ella.
Miré a Obil. Mi esposa y yo nos miramos, nos sonreímos y le acaricié la frente sudorosa, nos fundimos  en un beso largo y noté como seguía temblando, estaba a medio incorporar  y seguía teniendo la polla dentro. Me pidió que no me separara, que la volviera a besas y   a su amante que no se moviera, por favor, que dejara estar la polla donde estaba, pero que no la moviera, que nos quedáramos así un momento. “Tienes una esposa muy  puta, Manuel, es muy puta, es un placer follarla, es una máquina en la cama y de dar placer, hacía tiempo que no me corría así con una zorra como esta, pero es especial, te felicito por tenerla y disfrutarla siempre que quieras”.
Continuará...

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