Me encontraba muy entretenido viendo mis asuntos en la computadora, de pronto suena el intercomunicador insistentemente, me resisto a dejar lo que estaba haciendo, pero el ding dong no se detenía. Mis dos hijos en la universidad, hoy es día de compras para la semana, mi mujer ha ido al supermercado con la empleada de servicio, no me queda otra, tengo que ir yo a atender la llamada.
Se trata de Patricia, me entero por el visor; ella es la mejor amiga de Rocío, mi esposa; se conocen desde el colegio y nunca han dejado de frecuentarse, conmigo se lleva muy bien y de vez en cuando hemos intercambiado una que otra miradita pecaminosa en complicidad.
Salgo a atenderla y le menciono que Rocío está de compras. La encuentro fascinante y se lo hago saber con una mirada. Me cuenta que viene de una reunión de madres de familia del colegio de su hija y que les han servido unos coctelitos, que no tiene donde ir y que prefiere esperar a Rocío hasta su regreso.
La hice pasar al comedor de diario, es de toda confianza y le serví su cóctel preferido. Vestía una faldita provocadora, para regocijo de la vista lucía sus encantadoras piernas, el rostro iluminado por una amplia sonrisa coronada por su dentadura perfecta, complementaba las atractivas facciones de su exótica belleza.
Es una mujer felizmente casada y que disfruta de un hogar sólido y convencionalmente dichoso, como la mayoría de los nuestros; aunque la monogamia restrictiva, la rutina y la falta de imaginación, había conducido la relación directamente al mas gélido hastío, como la mayoría de las nuestras.
Ese tema, precisamente, me pareció el apropiado para la ocasión, en anterior oportunidad ya lo habíamos tocado, dejándolo inconcluso; quedó pendiente su principal inquietud: el marido carece de imaginación erótica, como la mayoría de nosotros. Pero éste además, se manifestaba en la intimidad extremadamente intolerante respecto a las fantasías lascivas de su mujer; celos desmedidos desataban su ira, con la sola sugestión de que un sujeto imaginario pudiese estarlo remplazando en el libreto de ficción, al extremo de calificar tal quimera de infidelidad real. La extrema inseguridad del esposo, evidentemente restringía aún mas, sus pobres posibilidades de disfrute, volviéndolas mas rutinarias y aburridas que las del común de las personas, es decir: peor que la mayoría de las nuestras.
El temita logró el efecto esperado y la hermosa "mal atendida" terminó llorando entre mis brazos en una clara invitación a consolarla, lo hice con deleite, asegurándole que una aventura amorosa tonificaría su relación, que manteniendo el asunto en absoluta discreción, todas serían solo ventajas; no se molestó en contradecir mis razones. La atracción mutua que sentimos, viene desde hace mucho y si Rocío no hubiese estado de por medio, con seguridad no hubiéramos tenido que esperar tanto tiempo.
Cuando logré echar mano a lo mas recóndito y reservado de su ser, pude constatar el alto grado de excitación que se traía encima, se encontraba por demás cachonda, mis dedos se deslizaban con gran facilidad, no solo por que ya se encontraba rebosante, sino además, por que estaba completamente rasurada, tenía la vulva peladita. Ahí fue cuando comprendí eso de que…………………………. "A las oportunidades las pintan calvas".
Mis caricias por demás estimulantes no tardaron en enardecer sus desatendidas apetencias, la acción empezó a subir de temperatura y sin explicaciones decidimos concretar un sobreentendido reto carnal que veladamente habíamos mantenido en secreto.
La urgencia extrema no nos permitió salir a buscar un sitio aparente para hacerlo, ni siquiera alcanzamos mi dormitorio, solo pudimos llegar al salón principal y aprovechar las ventajas de la tupida alfombra.
Un desbocado apetito carnal nos tenía dominados, no fuimos capaces de medir nuestras acciones y menos de calcular los riesgos, todo era desenfreno y pasión desmedida, nuestros cuerpos se sacudían al mismo ritmo acelerado de nuestros corazones, en un lúbrico concubinato. El éxtasis de la culminación no se hizo esperar, manifestó su plena intensidad, trasportándonos a un paraíso ideal, uno en el que está permitido gozar.
La llegada de Rocío pasó inadvertida, ni siquiera notamos su presencia en el recinto copulatorio, su histérico llanto nos condujo de regreso a la vida terrenal, nos había descubierto, ¡se jodió el paraíso!, estábamos frente a un hecho consumado, ambos sin desearlo, habíamos roto a dos fuegos, el corazón de nuestra querida Rocío.
Con justificada indignación, mi iracunda esposa se negó rotundamente a escuchar razones y no dudó en notificarnos que todo vínculo con ella había quedado roto a partir de ese momento y que en cuanto a nuestro matrimonio, tan solo restaba tramitar el divorcio legalmente, para formalizar su indeclinable decisión.
Repentinamente empecé a valorarla en justa medida, algo que no hacía desde un buen tiempo atrás; la había sentido tan mía que ya estaba acostumbrado a sus virtudes. Surcaron mi mente veloces imágenes del pasado, de cuando nos conocimos, de la tersura de su piel en ese entonces, el fascinante brillo de sus ojos que aún conserva, la dulzura de sus palabras en mis momentos difíciles, nuestros ratos felices que no fueron pocos, de nuestras dificultades y como logramos superarlas, de los nobles muchachos que me ha dado por hijos y de la abnegada dedicación que les ha brindado para hacer de ellos lo que son ahora. Como olvidar nuestros momentos de pasión, pasión que aún conservamos a fuego vivo, aunque nunca con la antigua frecuencia que nos mantenía cautivos. Todo eso me estrujaba el corazón sumiéndome en un profundo estado de angustia, sentía que su amor se me escapaba, como se escapa de las manos el torrente de una caudalosa cascada. Estaba seguro que a partir de ahora, necesitaría su amor mas que nunca, que jamás volvería a encontrar tan encantadora y noble mujer, ni en muchas vidas, sin embargo ahora la estaba perdiendo y lo que es peor, a causa de una torpeza incalificable.
Mi hogar se venía abajo y yo me sentía responsable, inocentes también pagarían las consecuencias de mi estúpido desenfreno, me sentí muy mal por todo esto y pensé que tendría que sacrificarme en alguna forma, para reparar el mancillado orgullo de mi desconsolada esposa.
Recordé que en un momento de nuestra discusión, Rocío exigía un desagravio para ella y un escarmiento para mi, quería colocarme en su lugar y saborear mi congoja. Todo indicaba un inevitable rompimiento familiar, me estaba resignando a cargar con la culpa de las nefastas consecuencias. Pensé que era un buen momento para apostar fuerte, por que después del previsible desenlace no quedaría ápice por rescatar.
Mientras mas vueltas le daba al asunto, mayor mi convicción, debía evitar un desenlace desventurado por cualquier medio. Toda posible solución parecía girar entorno al orgullo herido de Rocío y su sed de venganza contra el responsable, es decir, contra mí. Sería un sínico si niego mi inclinación a la variedad, pero en cambio, mi mujer siempre se jactó de su lealtad marital, considerándose a si misma una monógama ejemplar, sin embargo, nunca tuve oportunidad de poner a prueba sí tal virtud tenía por sustento la vocación ó el sacrificio. Revisando posibles elementos que pudiesen servirme para lograr un desenlace menos infeliz, me vino a la mente su fanática inclinación por la reciprocidad, es decir, todo equitativo y balanceado al extremo, en un toma y daca agotador, pero ella es así y hay que aceptarlo; después de todo, esta no tiene por que ser la excepción y yo estoy dispuesto al sacrificio con tal de lograr una salida de emergencia al cisma en cierne.
¿Quieres hacerme creer que tú, "tuétano machista", serías capaz de permitir que tu mujer se meta a la cama con otro hombre, ja, ja, nadie lo podrá creer,…… replicó, luego de enterarse de mis flamantes convicciones forzadas. No quedaba otra alternativa, había que insistir, tal vez en tono mas dramático:
Puedes estar segura que soy capaz de cualquier cosa con tal de evitar la ruptura, con mayor razón, siendo yo el responsable. Ahora mismo sería capaz de conseguir un extraño que te incite a perpetrar tu revancha, si ese fuera el precio de tu perdón. No me importa renunciar a mi orgullo y amor propio, no le temo el estigma de tal humillación.
Entre dientes reconoció que el desquite sería el único medio para calmar su rabia, pero no le pareció equitativo que sea yo quien le escoja al ejecutor del servicio, aseguró sentirse capaz de hacerlo por si misma, además de asistirle el derecho para ello, por……… "equidad".
La verdad no esperaba este resultado, me tomó por sorpresa que mi temeraria propuesta haya sido aceptada, pero mis palabras ya habían sido dichas y ya no cabía posibilidad de recular, a pesar que esta situación me estaba carcomiendo por dentro y en el fondo, sin demostrarlo, alentaba la esperanza de que no se llegara a plasmar.
Está bien si esa es tu decisión, pero tú sabes con quien lo hice y creo que eso me da derecho a saber con quien estas pensando hacerlo tu, por …………………"equidad".
Encantada, ahora mismo voy a satisfacer tu curiosidad como parte de mi revancha, es diez años menor que yo, es un moreno impresionante al que le llego un poco mas arriba de la tetilla y sabe menearse como una batidora, se trata del instructor de afro. Me ha insistido hasta la saciedad para inscribirme en los matinales bailables del club.
El daño que lograba infringirme con cada una de sus respuestas, era cada vez mayor. Debido a la inusual osadía que estaba demostrando, parecía decidida a jugarse el todo por el todo y sin pretenderlo se estaba desatando una especie de desafío de audacia entre nosotros, reto que me negaba rehuir.
Bueno, pero para que esto resulte del todo equitativo, creo que también me corresponde presenciar la acción, no te olvides que tu no perdiste detalle de lo sucedido. Pensé que con tan imprudente propuesta le ganaría el desafío y que ella aflojaría; pero nuevamente estaba equivocado, lejos de retractarse me emplazo.
Me das en la yema del gusto, creo que no existe algo en el mundo que pueda herirte mas que eso; ni una palabra mas, considéralo un hecho aceptado y convenido, no sabes lo que daría por verte la cara en ese momento.
No hay vuelta que darle, me ha tirado el guante, peor aún, me lo ha tirado en el rostro, está completamente decidida a plasmar en hechos las palabras, a convertir el verbo en carne y en carne de alta temperatura.
Lo natural en estos casos es que yo estuviese siendo abatido por múltiples sensaciones aprensivas, lo que en mi caso no estaba lejos de ocurrir, mas bien, estaba ocurriendo; pero con un extraño agregado, me debatía a dos aguas, en una dualidad de sensaciones. También estaba siendo asaltado por una sensación que resultaba antagónica; una entrometida excitación, que no lograba explicarme, me mantenía cautivo y sus palabras por absurdo que pueda parecer, me resultaban en extremo lascivas.
Preocupantemente, su respuesta definitiva me resultó altamente erógena y me causó una feroz y perturbadora erección, me sentía en extremo agitado, el corazón me palpitaba en forma incontrolable y la verdad ya no estaba seguro si esta situación me causaba aflicción ó por razones que no alcanzo a comprender, despertaba en mi una lujuria desbocada.
Algunos días subsiguientes fui a la casa solo a dormir, evitando cualquier tipo de diálogo, me sentía como una avestruz perseguida, alentaba la esperanza de que el tiempo se encargaría de curar las heridas y que todo volvería a ser como antes, sin represalias de por medio.
Mis dos hijos habían sido invitados a navegar en el velero de unos amigos, esto les tomaría todo el domingo, partiendo desde muy temprano. Ese día al levantarme, encontré una breve nota dejada por los excursionistas: "Papi, que tengas un buen día, no quisimos despertarte para despedirnos, ya nos vemos a nuestro regreso, un beso".
Me dirijo al comedor de diario para desayunar, en el trayecto escucho una voz grave dialogando con Rocío, sentí curiosidad y al acercarme, ¡sorpresa!, encuentro a mi mujer sentada en el comedor de diario, tomando el refrigerio con el consabido exótico personaje; tal fue la impresión que me llevé, que estuve a punto de ser victima de un infarto cardiaco.
Un poco nerviosa, aunque aparentando cinismo y algo de sorna, me dijo:
Hola Gus, sírvete tú mismo, por que bien sabes que los domingos no tenemos personal de servicio.
No se me ocurrió nada mejor que zafar el cuerpo y contesté: Ya regreso, voy a salir un momento, necesito comprar algo en la bodega. Y me aprestaba a retirarme con el rabo entre las piernas.
Gustavo, aprovecho para presentarte a Rómulo, mi instructor de afro, él es la persona de quien te hablé, ha tenido la gentileza de venir para enseñarme algunos ejercicios de estiramiento, opina que los necesito urgentemente para no desentonar con el resto de la clase.
El solícito instructor se levanto y no pude menos que darle la mano, me la envolvió con la suya y me dijo: Gusto de conocerlo. El gusto es mío, le contesté, y me retiré, resistiéndome inconscientemente a decirle "siéntase en su casa". Efectivamente, Rocío no exageró al describirlo, era un negro inmenso, joven, atlético y de finas facciones, con excepción de la geta que parecía de otro cuerpo.
En realidad no necesitaba comprar nada, estuve deambulando durante un buen rato, sin saber a donde ir y menos que hacer; pensé que si no retornaba me quedaría eternamente con la duda de lo que habría acontecido durante mi ausencia. Con la remota esperanza de que Rocío finalmente no fuera capaz de concretar su amenaza y que solo estaría tratando de intimidarme, me animé a regresar.
Estacioné delante de la casa y no en la cochera como acostumbro, entré sigilosamente, tratando de no hacer ruido, como un gato, ya no estaban en el comedor de diario, se habían dirigido al mini gimnasio que tenemos en la mezanine; desde el primer piso era posible otear sin ser visto, lo simplificaba el descanso de la escalera.
No estaban haciendo ningún tipo de ejercicio de estiramiento, ella se encontraba tumbada boca abajo sobre la amplia camilla de abdominales, cubierta por un toallón y el entrometido ya no estaba con la misma ropa, extrañamente vestía un mandil blanco sin mangas y se encontraba descalzo.
Desde mi posición la veía a ella casi de perfil, con el pelo suelto tirado hacia delante, con las puntas sobresaliendo por debajo del acolchado y a él de frente, haciéndole una especie de masaje en cuello y trapecio; sus enormes manos se deslizaban con facilidad debido a la abundancia de aceite aromático aplicado.
Hasta mi ubicación llegaba el aroma a incienso, proveniente del óleo empleado; se escuchaba una tenue melodía de oriental ensoñación y las cortinas casi juntas producían una sensación de media luz, que coronaba un ambiente de sensualidad abrasadora.
En un momento en que el improvisado masajista se dio vuelta para alcanzar el frasco de aceite, pude notar con mayor extrañeza aún, que lo que traía puesto no era un mandil, pues se trataba de un simple delantal, que por detrás permitía verificar que debajo de la prendita solamente había piel desnuda. La albina tirita del cinturón que con dificultad mantenía los vuelos de la tela en su posición, contrastaba con la gran franja vertical de intensa negrura, en la que destacaban unas carnosas ancas de equino.
El toallón se hacía cada vez mas pequeño y corría hacia abajo conforme avanzaba la maniobra, como si se tratase de un rito aprendido, dejando en evidencia que mi mujer tampoco traía nada puesto.
Mi reina, ahora acuéstese de frente, le dijo, ayudándola a cambiar de posición, a la vez que ella obedecía diligentemente.
Empezó desde los hombros y fue bajando, se detuvo en los senos para amasarlos placidamente; tímidos gemidos que mi mujer dejó escapar, otorgan a su voluntarioso servidor una velada autorización al atrevimiento, para lo que a estas alturas, lejos de ser un masaje, calificaba como un evidente manoseo.
Siguió bajando y en su derrotero se encontró con el delta de fino bello que lo esperaba como si se tratase de una cita concertada. Él no rehusó, por el contrario, le daba tratamiento a la bragadura con sensuales palpaciones y evidente destreza. A mi mujer se le notaba muy agitada y subía la intensidad de sus estimulantes gemidos, provocando la apetencia carnal de Rómulo, cuyo delantal se iba empinando por efecto de su erección puesta ante la vista, de mi cada vez mas perturbada mujercita.
El incitador hizo caer la tapa del frasco con evidente premeditación y volteándose para recogerla, alineó su desnudo trasero ante los ojos de mi conmovida esposa, la que exaltada por la visión y el significado de su desnudez, emitió un desgarrador gemido en señal de claudicación y resuelta entrega. En simultáneo tomaba contacto manual con el negro entrepiernas del provocador, como allanando la incursión.
La descontrolada iniciativa de Rocío no dejaba duda, no solo le estaba concediendo un salvoconducto para la toma de posesión, le había dado todas las facilidades para la razzia, una licencia irrestricta para la fornicación. Ambos amancebados ya podían arrojar por los suelos el antifaz del disimulo y falso pudor que inicialmente traían colocados, ahora todo eso resultaba innecesario.
Yo me debatía ante una terrible ambigüedad antagónica; indignado, mancillado y celoso por un lado y por el otro; lujurioso, voraz, depravado; tal disyuntiva me mantenía completamente paralizado y sumido en la inacción.
Con desacostumbrada agilidad mi mujer se deslizó desde su ubicación y se hincó de rodillas sobre una colchoneta, a la par, el sudoroso negro se despojaba de los lienzos con visible emoción, ambos parecían muy impacientes por iniciar la acción. Él le ofrecía con descaro su erección, ella la admitió con desenfado y procedió a al estimulación oral de buena gana y evidente descaro; ambos debatían en un lujurioso combate carnal, en el que mi mujer parecía se la antropófaga.
Luego se tumbaron sobre la colchoneta en posición de estimulación oral simultánea, dando una exhibición de voracidad desmedida, ella por momentos desocupaba la boca para exaltar agudamente la intensidad de su placer, el negro tenía su enorme geta ocupada en la zona mas erógena de mi amada.
Ella irreconocible, cambió de posición y montó al padrillo que estaba tendido de espaldas, se colocó a horcajadas sobre él y se inmoló por propia iniciativa. Supuse cándidamente, que tal vez lo hizo en su afán por ayudarme a conservar la unidad familiar. Yo conmovido y excitado me encontraba disfrutando de una rígida erección que me mantenía encadenado a la escena.
Una estruendosa y aguda exclamación de placer acompañó la inserción, esto afectó severamente mis sentidos, me estremeció lo mas recóndito, provocándome una polución involuntaria, ¡si!, una inesperada eyaculación espontánea, es decir que, para mi asombro, la emisión seminal se produjo sin siquiera tocarme los genitales, ¡esto no me había ocurrido jamás!.
Parecía endemoniada, me hacía recordar los tiempos idos, agitaba las caderas con frenesí, como queriendo desmembrar al individuo. Sus expresiones de placer cada vez se hacían más desgarradoras, evidenciando que cuajaba un incontenible clímax; tales manifestaciones no tardaron en erectarme nuevamente. Ella frenética, jadeaba y balbuceaba palabras incoherentes, entre gemidos alcancé a oír: Ay,….Rómulo,.ho, hug, si, si, Romu, así, asíííííííííííí, Mulo, Mulo, Muloooooooooooooooooooooo.
Hasta ese momento era ella la que había tenido las riendas de la fornicación, el "Mulo" solo le daba la cadencia jugueteando su reconditez con los dedos y hasta donde pude apreciar la penetración no llegó a ser total, daba la impresión que ambos correspondían a tallas diferentes, pero su suerte cambió y esta vez fue él quien tomó el control, al colocarla en posición del misionero.
La copuló sobre la delgada colchoneta, la rigidez de la base que les servía de apoyo no le permitiría a mi pobre mujer, "robar" esta vez, ni un ápice del aventajado y tendría que soportarla completa. Me preocupaba la tortura que esto podría significarle, pero no, otra vez me sorprendió, ya había cumplido con su parte al digerirla estoicamente entre bramidos. Tan pronto se recuperó de la impresión, reinició su abnegada colaboración, con el mismo entusiasmo desplegado anteriormente.
El concupiscente se prodigaba como un copulador profesional, tenía a mi delirante mujercita encadenada a prolongados y sucesivos orgasmos en un estado de clímax interminable y él demostraba un autocontrol digno de un coito técnico experimentado.
Pensé por un momento que esta situación no podría prolongarse por mas tiempo, que el abatido cuerpo de mi exhausta esposa ya no resistiría mas. Nuevamente la experiencia me demostró que la había subestimado, ya estaba ella reclamando mas guerra, esta vez la pedía por diferente conducto y a la vez acondicionaba su orificio posterior con abundante lubricante del frasco.
Se cuadró en cuatro, resignada al padecimiento y reclamó airada el inicio de la acción, mientras con las manos separaba los hemisferios de su orondo nalgatorio, luciendo pedilona su sonrosada embocadura.
El efusivo copulador no se hizo esperar y empitonó de inmediato, sin penetrar aún, le brindaba un cadencioso masaje anal, mediante una suave y gentil rotación de cintura, en su afán por agrandarle el acceso ofrecido.
Fue ella la que inició la presión, empujando el cuerpo hacia atrás, logró vencer la resistencia sin prisa y sin pausa, la penetración se produjo lentamente y parecía interminable, por momentos se detenía como para tomar un nuevo aire y acostumbrarse a las dimensiones del nuevo ocupante, luego continuaba con su titánica acometida, hasta culminarla finalmente, para mi asombro.
El meneo se hacía cada vez mas vigoroso, ella volteaba la cara y enrostraba a su enculador retadoramente. Estimulaba su entusiasmo mediante irrepetibles palabras, descarados gestos y elocuentes actitudes de lascivia, semejando ser una posesa. Por momentos la cadencia rítmica era acompasada por una monótona y repetitiva melodía compuesta solo de vocales, interpretada por mi desquiciada adúltera en los tonos más agudos y entre jadeos discordantes.
El clima de desbocado engolosinamiento aparentaba llegar a su fin, todos los síntomas indicaban que se avecinaba un volcánico orgasmo simultáneo, las voces de gozo se hacían sentir con mayor vigor pasional, las sacudidas de estimulación genital incrementaban gradualmente su intensidad, tornándose salvajes; ambos cuerpos empezaban a tensarse, hasta que por fin se fueron desanudando entre gemidos y resoplos, quedando finalmente laxos y desparramados. En silencio los acompañé en el gozo, un intermitente caudal de semen logrado manualmente, almidonó mis pantalones.
Furtivamente me escurrí hasta mi dormitorio para cambiarme de ropa, en igual forma salí de la casa antes que los satisfechos concubinos terminaran de acariciarse, una última oteada me permitió espiar como la gran geta de Rómulo se comía la boca de mi fatigada mujer, mientras dos enormes manos le amasaban los senos, en simbólica señal de un hasta pronto.
Luego me retiré, avancé el coche una distancia prudencial y esperé, después de unos largos minutos el victorioso instructor se retiraba bien bañado y pleno de evidente júbilo.
El desquite había quedado consumado y consecuentemente, mi adulterio conmutado, hasta ahí todo bien, traumático, pero ya todo estaba resuelto y arreglado; las aguas deberían volver a retomar su nivel y todo a ser como antes; pero no, ocurrió algo mas, el sibarítico acontecimiento había dejado en mí una gran secuela. Me impacientaba la idea de repetir la experiencia, estaba desesperado volver a disfrutarla pronto, mi singular perversión había quedado desenmascarada, me sentía desnudo frente a ella, desprovisto de argumentos para negarla, no quedaba duda, tenía que aceptar mi nueva condición de depravado incurable.
Luego de unos días sin cruzar palabra con Rocío, hicimos las paces; ella me contó con lujo de detalles lo ocurrido, sin sospechar que yo lo había presenciado todo, también reconoció haber disfrutado intensamente con Rómulo, declaración que logró las consabidas repercusiones en mi sexualidad. El intercambio de información fue muy honesto y recíproco, yo le conté que había sido testigo de los hechos y de lo mucho que había disfrutado viéndola gozar, ella también me confesó que tuvo similar reacción erógena cuando me sorprendió copulando con Patricia.
Después de tantos años de matrimonio, tuvo que ser una gran crisis la que nos llevó a desempolvar nuestra oculta imagen. Pensar que lo que pudo haber sido el final de nuestra unión familiar, se convirtió con increíble naturalidad, en el renacimiento de una singular y renovada relación, mas permisiva, vigorosa, apasionada, sobretodo numerosa y en consecuencia mucho mas placentera.
Reconociendo que Patricia es una de las personas mas indicadas para integrarse a nuestro secreto clan, la hicimos partícipe del feliz desenlace logrado, la noticia de nuestro superado rompimiento le significó el indulto exculpatorio que necesitaba para liberarse de su congoja. En cuanto a su inclusión a nuestro limitado grupo del placer, para que tome parte de nuestras licenciosas andanzas, aceptó complacida y con notoria emoción, comprometiéndose a participar sin dudarlo.
Respecto a nuestras nuevas actividades, acordamos en complicidad, que seríamos muy cuidadosos con los detalles relativos a protección mutua, selección de otras personas y sobre todo guardaríamos mucha discreción; la confianza demostrada nos permitió aquilatar el alto grado de afinidad y confiabilidad que sustentaba nuestra relación, cualidades indispensables en un cerrado grupo erotómano como el nuestro. Acordamos impulsar el logro de nuestro censurado propósito, apoyándonos recíprocamente. Quedó claro que sin la influencia de sentimientos puritanistas, sería posible alcanzar un íntimo, liberal y variado, deleite sensual, bajo la tutela de Afrodita, Eros, Dionisos y sobretodo, guiados por la normatividad conductual de Pan, el mas sátiro de los dioses griegos.
Se trata de Patricia, me entero por el visor; ella es la mejor amiga de Rocío, mi esposa; se conocen desde el colegio y nunca han dejado de frecuentarse, conmigo se lleva muy bien y de vez en cuando hemos intercambiado una que otra miradita pecaminosa en complicidad.
Salgo a atenderla y le menciono que Rocío está de compras. La encuentro fascinante y se lo hago saber con una mirada. Me cuenta que viene de una reunión de madres de familia del colegio de su hija y que les han servido unos coctelitos, que no tiene donde ir y que prefiere esperar a Rocío hasta su regreso.
La hice pasar al comedor de diario, es de toda confianza y le serví su cóctel preferido. Vestía una faldita provocadora, para regocijo de la vista lucía sus encantadoras piernas, el rostro iluminado por una amplia sonrisa coronada por su dentadura perfecta, complementaba las atractivas facciones de su exótica belleza.
Es una mujer felizmente casada y que disfruta de un hogar sólido y convencionalmente dichoso, como la mayoría de los nuestros; aunque la monogamia restrictiva, la rutina y la falta de imaginación, había conducido la relación directamente al mas gélido hastío, como la mayoría de las nuestras.
Ese tema, precisamente, me pareció el apropiado para la ocasión, en anterior oportunidad ya lo habíamos tocado, dejándolo inconcluso; quedó pendiente su principal inquietud: el marido carece de imaginación erótica, como la mayoría de nosotros. Pero éste además, se manifestaba en la intimidad extremadamente intolerante respecto a las fantasías lascivas de su mujer; celos desmedidos desataban su ira, con la sola sugestión de que un sujeto imaginario pudiese estarlo remplazando en el libreto de ficción, al extremo de calificar tal quimera de infidelidad real. La extrema inseguridad del esposo, evidentemente restringía aún mas, sus pobres posibilidades de disfrute, volviéndolas mas rutinarias y aburridas que las del común de las personas, es decir: peor que la mayoría de las nuestras.
El temita logró el efecto esperado y la hermosa "mal atendida" terminó llorando entre mis brazos en una clara invitación a consolarla, lo hice con deleite, asegurándole que una aventura amorosa tonificaría su relación, que manteniendo el asunto en absoluta discreción, todas serían solo ventajas; no se molestó en contradecir mis razones. La atracción mutua que sentimos, viene desde hace mucho y si Rocío no hubiese estado de por medio, con seguridad no hubiéramos tenido que esperar tanto tiempo.
Cuando logré echar mano a lo mas recóndito y reservado de su ser, pude constatar el alto grado de excitación que se traía encima, se encontraba por demás cachonda, mis dedos se deslizaban con gran facilidad, no solo por que ya se encontraba rebosante, sino además, por que estaba completamente rasurada, tenía la vulva peladita. Ahí fue cuando comprendí eso de que…………………………. "A las oportunidades las pintan calvas".
Mis caricias por demás estimulantes no tardaron en enardecer sus desatendidas apetencias, la acción empezó a subir de temperatura y sin explicaciones decidimos concretar un sobreentendido reto carnal que veladamente habíamos mantenido en secreto.
La urgencia extrema no nos permitió salir a buscar un sitio aparente para hacerlo, ni siquiera alcanzamos mi dormitorio, solo pudimos llegar al salón principal y aprovechar las ventajas de la tupida alfombra.
Un desbocado apetito carnal nos tenía dominados, no fuimos capaces de medir nuestras acciones y menos de calcular los riesgos, todo era desenfreno y pasión desmedida, nuestros cuerpos se sacudían al mismo ritmo acelerado de nuestros corazones, en un lúbrico concubinato. El éxtasis de la culminación no se hizo esperar, manifestó su plena intensidad, trasportándonos a un paraíso ideal, uno en el que está permitido gozar.
La llegada de Rocío pasó inadvertida, ni siquiera notamos su presencia en el recinto copulatorio, su histérico llanto nos condujo de regreso a la vida terrenal, nos había descubierto, ¡se jodió el paraíso!, estábamos frente a un hecho consumado, ambos sin desearlo, habíamos roto a dos fuegos, el corazón de nuestra querida Rocío.
Con justificada indignación, mi iracunda esposa se negó rotundamente a escuchar razones y no dudó en notificarnos que todo vínculo con ella había quedado roto a partir de ese momento y que en cuanto a nuestro matrimonio, tan solo restaba tramitar el divorcio legalmente, para formalizar su indeclinable decisión.
Repentinamente empecé a valorarla en justa medida, algo que no hacía desde un buen tiempo atrás; la había sentido tan mía que ya estaba acostumbrado a sus virtudes. Surcaron mi mente veloces imágenes del pasado, de cuando nos conocimos, de la tersura de su piel en ese entonces, el fascinante brillo de sus ojos que aún conserva, la dulzura de sus palabras en mis momentos difíciles, nuestros ratos felices que no fueron pocos, de nuestras dificultades y como logramos superarlas, de los nobles muchachos que me ha dado por hijos y de la abnegada dedicación que les ha brindado para hacer de ellos lo que son ahora. Como olvidar nuestros momentos de pasión, pasión que aún conservamos a fuego vivo, aunque nunca con la antigua frecuencia que nos mantenía cautivos. Todo eso me estrujaba el corazón sumiéndome en un profundo estado de angustia, sentía que su amor se me escapaba, como se escapa de las manos el torrente de una caudalosa cascada. Estaba seguro que a partir de ahora, necesitaría su amor mas que nunca, que jamás volvería a encontrar tan encantadora y noble mujer, ni en muchas vidas, sin embargo ahora la estaba perdiendo y lo que es peor, a causa de una torpeza incalificable.
Mi hogar se venía abajo y yo me sentía responsable, inocentes también pagarían las consecuencias de mi estúpido desenfreno, me sentí muy mal por todo esto y pensé que tendría que sacrificarme en alguna forma, para reparar el mancillado orgullo de mi desconsolada esposa.
Recordé que en un momento de nuestra discusión, Rocío exigía un desagravio para ella y un escarmiento para mi, quería colocarme en su lugar y saborear mi congoja. Todo indicaba un inevitable rompimiento familiar, me estaba resignando a cargar con la culpa de las nefastas consecuencias. Pensé que era un buen momento para apostar fuerte, por que después del previsible desenlace no quedaría ápice por rescatar.
Mientras mas vueltas le daba al asunto, mayor mi convicción, debía evitar un desenlace desventurado por cualquier medio. Toda posible solución parecía girar entorno al orgullo herido de Rocío y su sed de venganza contra el responsable, es decir, contra mí. Sería un sínico si niego mi inclinación a la variedad, pero en cambio, mi mujer siempre se jactó de su lealtad marital, considerándose a si misma una monógama ejemplar, sin embargo, nunca tuve oportunidad de poner a prueba sí tal virtud tenía por sustento la vocación ó el sacrificio. Revisando posibles elementos que pudiesen servirme para lograr un desenlace menos infeliz, me vino a la mente su fanática inclinación por la reciprocidad, es decir, todo equitativo y balanceado al extremo, en un toma y daca agotador, pero ella es así y hay que aceptarlo; después de todo, esta no tiene por que ser la excepción y yo estoy dispuesto al sacrificio con tal de lograr una salida de emergencia al cisma en cierne.
¿Quieres hacerme creer que tú, "tuétano machista", serías capaz de permitir que tu mujer se meta a la cama con otro hombre, ja, ja, nadie lo podrá creer,…… replicó, luego de enterarse de mis flamantes convicciones forzadas. No quedaba otra alternativa, había que insistir, tal vez en tono mas dramático:
Puedes estar segura que soy capaz de cualquier cosa con tal de evitar la ruptura, con mayor razón, siendo yo el responsable. Ahora mismo sería capaz de conseguir un extraño que te incite a perpetrar tu revancha, si ese fuera el precio de tu perdón. No me importa renunciar a mi orgullo y amor propio, no le temo el estigma de tal humillación.
Entre dientes reconoció que el desquite sería el único medio para calmar su rabia, pero no le pareció equitativo que sea yo quien le escoja al ejecutor del servicio, aseguró sentirse capaz de hacerlo por si misma, además de asistirle el derecho para ello, por……… "equidad".
La verdad no esperaba este resultado, me tomó por sorpresa que mi temeraria propuesta haya sido aceptada, pero mis palabras ya habían sido dichas y ya no cabía posibilidad de recular, a pesar que esta situación me estaba carcomiendo por dentro y en el fondo, sin demostrarlo, alentaba la esperanza de que no se llegara a plasmar.
Está bien si esa es tu decisión, pero tú sabes con quien lo hice y creo que eso me da derecho a saber con quien estas pensando hacerlo tu, por …………………"equidad".
Encantada, ahora mismo voy a satisfacer tu curiosidad como parte de mi revancha, es diez años menor que yo, es un moreno impresionante al que le llego un poco mas arriba de la tetilla y sabe menearse como una batidora, se trata del instructor de afro. Me ha insistido hasta la saciedad para inscribirme en los matinales bailables del club.
El daño que lograba infringirme con cada una de sus respuestas, era cada vez mayor. Debido a la inusual osadía que estaba demostrando, parecía decidida a jugarse el todo por el todo y sin pretenderlo se estaba desatando una especie de desafío de audacia entre nosotros, reto que me negaba rehuir.
Bueno, pero para que esto resulte del todo equitativo, creo que también me corresponde presenciar la acción, no te olvides que tu no perdiste detalle de lo sucedido. Pensé que con tan imprudente propuesta le ganaría el desafío y que ella aflojaría; pero nuevamente estaba equivocado, lejos de retractarse me emplazo.
Me das en la yema del gusto, creo que no existe algo en el mundo que pueda herirte mas que eso; ni una palabra mas, considéralo un hecho aceptado y convenido, no sabes lo que daría por verte la cara en ese momento.
No hay vuelta que darle, me ha tirado el guante, peor aún, me lo ha tirado en el rostro, está completamente decidida a plasmar en hechos las palabras, a convertir el verbo en carne y en carne de alta temperatura.
Lo natural en estos casos es que yo estuviese siendo abatido por múltiples sensaciones aprensivas, lo que en mi caso no estaba lejos de ocurrir, mas bien, estaba ocurriendo; pero con un extraño agregado, me debatía a dos aguas, en una dualidad de sensaciones. También estaba siendo asaltado por una sensación que resultaba antagónica; una entrometida excitación, que no lograba explicarme, me mantenía cautivo y sus palabras por absurdo que pueda parecer, me resultaban en extremo lascivas.
Preocupantemente, su respuesta definitiva me resultó altamente erógena y me causó una feroz y perturbadora erección, me sentía en extremo agitado, el corazón me palpitaba en forma incontrolable y la verdad ya no estaba seguro si esta situación me causaba aflicción ó por razones que no alcanzo a comprender, despertaba en mi una lujuria desbocada.
Algunos días subsiguientes fui a la casa solo a dormir, evitando cualquier tipo de diálogo, me sentía como una avestruz perseguida, alentaba la esperanza de que el tiempo se encargaría de curar las heridas y que todo volvería a ser como antes, sin represalias de por medio.
Mis dos hijos habían sido invitados a navegar en el velero de unos amigos, esto les tomaría todo el domingo, partiendo desde muy temprano. Ese día al levantarme, encontré una breve nota dejada por los excursionistas: "Papi, que tengas un buen día, no quisimos despertarte para despedirnos, ya nos vemos a nuestro regreso, un beso".
Me dirijo al comedor de diario para desayunar, en el trayecto escucho una voz grave dialogando con Rocío, sentí curiosidad y al acercarme, ¡sorpresa!, encuentro a mi mujer sentada en el comedor de diario, tomando el refrigerio con el consabido exótico personaje; tal fue la impresión que me llevé, que estuve a punto de ser victima de un infarto cardiaco.
Un poco nerviosa, aunque aparentando cinismo y algo de sorna, me dijo:
Hola Gus, sírvete tú mismo, por que bien sabes que los domingos no tenemos personal de servicio.
No se me ocurrió nada mejor que zafar el cuerpo y contesté: Ya regreso, voy a salir un momento, necesito comprar algo en la bodega. Y me aprestaba a retirarme con el rabo entre las piernas.
Gustavo, aprovecho para presentarte a Rómulo, mi instructor de afro, él es la persona de quien te hablé, ha tenido la gentileza de venir para enseñarme algunos ejercicios de estiramiento, opina que los necesito urgentemente para no desentonar con el resto de la clase.
El solícito instructor se levanto y no pude menos que darle la mano, me la envolvió con la suya y me dijo: Gusto de conocerlo. El gusto es mío, le contesté, y me retiré, resistiéndome inconscientemente a decirle "siéntase en su casa". Efectivamente, Rocío no exageró al describirlo, era un negro inmenso, joven, atlético y de finas facciones, con excepción de la geta que parecía de otro cuerpo.
En realidad no necesitaba comprar nada, estuve deambulando durante un buen rato, sin saber a donde ir y menos que hacer; pensé que si no retornaba me quedaría eternamente con la duda de lo que habría acontecido durante mi ausencia. Con la remota esperanza de que Rocío finalmente no fuera capaz de concretar su amenaza y que solo estaría tratando de intimidarme, me animé a regresar.
Estacioné delante de la casa y no en la cochera como acostumbro, entré sigilosamente, tratando de no hacer ruido, como un gato, ya no estaban en el comedor de diario, se habían dirigido al mini gimnasio que tenemos en la mezanine; desde el primer piso era posible otear sin ser visto, lo simplificaba el descanso de la escalera.
No estaban haciendo ningún tipo de ejercicio de estiramiento, ella se encontraba tumbada boca abajo sobre la amplia camilla de abdominales, cubierta por un toallón y el entrometido ya no estaba con la misma ropa, extrañamente vestía un mandil blanco sin mangas y se encontraba descalzo.
Desde mi posición la veía a ella casi de perfil, con el pelo suelto tirado hacia delante, con las puntas sobresaliendo por debajo del acolchado y a él de frente, haciéndole una especie de masaje en cuello y trapecio; sus enormes manos se deslizaban con facilidad debido a la abundancia de aceite aromático aplicado.
Hasta mi ubicación llegaba el aroma a incienso, proveniente del óleo empleado; se escuchaba una tenue melodía de oriental ensoñación y las cortinas casi juntas producían una sensación de media luz, que coronaba un ambiente de sensualidad abrasadora.
En un momento en que el improvisado masajista se dio vuelta para alcanzar el frasco de aceite, pude notar con mayor extrañeza aún, que lo que traía puesto no era un mandil, pues se trataba de un simple delantal, que por detrás permitía verificar que debajo de la prendita solamente había piel desnuda. La albina tirita del cinturón que con dificultad mantenía los vuelos de la tela en su posición, contrastaba con la gran franja vertical de intensa negrura, en la que destacaban unas carnosas ancas de equino.
El toallón se hacía cada vez mas pequeño y corría hacia abajo conforme avanzaba la maniobra, como si se tratase de un rito aprendido, dejando en evidencia que mi mujer tampoco traía nada puesto.
Mi reina, ahora acuéstese de frente, le dijo, ayudándola a cambiar de posición, a la vez que ella obedecía diligentemente.
Empezó desde los hombros y fue bajando, se detuvo en los senos para amasarlos placidamente; tímidos gemidos que mi mujer dejó escapar, otorgan a su voluntarioso servidor una velada autorización al atrevimiento, para lo que a estas alturas, lejos de ser un masaje, calificaba como un evidente manoseo.
Siguió bajando y en su derrotero se encontró con el delta de fino bello que lo esperaba como si se tratase de una cita concertada. Él no rehusó, por el contrario, le daba tratamiento a la bragadura con sensuales palpaciones y evidente destreza. A mi mujer se le notaba muy agitada y subía la intensidad de sus estimulantes gemidos, provocando la apetencia carnal de Rómulo, cuyo delantal se iba empinando por efecto de su erección puesta ante la vista, de mi cada vez mas perturbada mujercita.
El incitador hizo caer la tapa del frasco con evidente premeditación y volteándose para recogerla, alineó su desnudo trasero ante los ojos de mi conmovida esposa, la que exaltada por la visión y el significado de su desnudez, emitió un desgarrador gemido en señal de claudicación y resuelta entrega. En simultáneo tomaba contacto manual con el negro entrepiernas del provocador, como allanando la incursión.
La descontrolada iniciativa de Rocío no dejaba duda, no solo le estaba concediendo un salvoconducto para la toma de posesión, le había dado todas las facilidades para la razzia, una licencia irrestricta para la fornicación. Ambos amancebados ya podían arrojar por los suelos el antifaz del disimulo y falso pudor que inicialmente traían colocados, ahora todo eso resultaba innecesario.
Yo me debatía ante una terrible ambigüedad antagónica; indignado, mancillado y celoso por un lado y por el otro; lujurioso, voraz, depravado; tal disyuntiva me mantenía completamente paralizado y sumido en la inacción.
Con desacostumbrada agilidad mi mujer se deslizó desde su ubicación y se hincó de rodillas sobre una colchoneta, a la par, el sudoroso negro se despojaba de los lienzos con visible emoción, ambos parecían muy impacientes por iniciar la acción. Él le ofrecía con descaro su erección, ella la admitió con desenfado y procedió a al estimulación oral de buena gana y evidente descaro; ambos debatían en un lujurioso combate carnal, en el que mi mujer parecía se la antropófaga.
Luego se tumbaron sobre la colchoneta en posición de estimulación oral simultánea, dando una exhibición de voracidad desmedida, ella por momentos desocupaba la boca para exaltar agudamente la intensidad de su placer, el negro tenía su enorme geta ocupada en la zona mas erógena de mi amada.
Ella irreconocible, cambió de posición y montó al padrillo que estaba tendido de espaldas, se colocó a horcajadas sobre él y se inmoló por propia iniciativa. Supuse cándidamente, que tal vez lo hizo en su afán por ayudarme a conservar la unidad familiar. Yo conmovido y excitado me encontraba disfrutando de una rígida erección que me mantenía encadenado a la escena.
Una estruendosa y aguda exclamación de placer acompañó la inserción, esto afectó severamente mis sentidos, me estremeció lo mas recóndito, provocándome una polución involuntaria, ¡si!, una inesperada eyaculación espontánea, es decir que, para mi asombro, la emisión seminal se produjo sin siquiera tocarme los genitales, ¡esto no me había ocurrido jamás!.
Parecía endemoniada, me hacía recordar los tiempos idos, agitaba las caderas con frenesí, como queriendo desmembrar al individuo. Sus expresiones de placer cada vez se hacían más desgarradoras, evidenciando que cuajaba un incontenible clímax; tales manifestaciones no tardaron en erectarme nuevamente. Ella frenética, jadeaba y balbuceaba palabras incoherentes, entre gemidos alcancé a oír: Ay,….Rómulo,.ho, hug, si, si, Romu, así, asíííííííííííí, Mulo, Mulo, Muloooooooooooooooooooooo.
Hasta ese momento era ella la que había tenido las riendas de la fornicación, el "Mulo" solo le daba la cadencia jugueteando su reconditez con los dedos y hasta donde pude apreciar la penetración no llegó a ser total, daba la impresión que ambos correspondían a tallas diferentes, pero su suerte cambió y esta vez fue él quien tomó el control, al colocarla en posición del misionero.
La copuló sobre la delgada colchoneta, la rigidez de la base que les servía de apoyo no le permitiría a mi pobre mujer, "robar" esta vez, ni un ápice del aventajado y tendría que soportarla completa. Me preocupaba la tortura que esto podría significarle, pero no, otra vez me sorprendió, ya había cumplido con su parte al digerirla estoicamente entre bramidos. Tan pronto se recuperó de la impresión, reinició su abnegada colaboración, con el mismo entusiasmo desplegado anteriormente.
El concupiscente se prodigaba como un copulador profesional, tenía a mi delirante mujercita encadenada a prolongados y sucesivos orgasmos en un estado de clímax interminable y él demostraba un autocontrol digno de un coito técnico experimentado.
Pensé por un momento que esta situación no podría prolongarse por mas tiempo, que el abatido cuerpo de mi exhausta esposa ya no resistiría mas. Nuevamente la experiencia me demostró que la había subestimado, ya estaba ella reclamando mas guerra, esta vez la pedía por diferente conducto y a la vez acondicionaba su orificio posterior con abundante lubricante del frasco.
Se cuadró en cuatro, resignada al padecimiento y reclamó airada el inicio de la acción, mientras con las manos separaba los hemisferios de su orondo nalgatorio, luciendo pedilona su sonrosada embocadura.
El efusivo copulador no se hizo esperar y empitonó de inmediato, sin penetrar aún, le brindaba un cadencioso masaje anal, mediante una suave y gentil rotación de cintura, en su afán por agrandarle el acceso ofrecido.
Fue ella la que inició la presión, empujando el cuerpo hacia atrás, logró vencer la resistencia sin prisa y sin pausa, la penetración se produjo lentamente y parecía interminable, por momentos se detenía como para tomar un nuevo aire y acostumbrarse a las dimensiones del nuevo ocupante, luego continuaba con su titánica acometida, hasta culminarla finalmente, para mi asombro.
El meneo se hacía cada vez mas vigoroso, ella volteaba la cara y enrostraba a su enculador retadoramente. Estimulaba su entusiasmo mediante irrepetibles palabras, descarados gestos y elocuentes actitudes de lascivia, semejando ser una posesa. Por momentos la cadencia rítmica era acompasada por una monótona y repetitiva melodía compuesta solo de vocales, interpretada por mi desquiciada adúltera en los tonos más agudos y entre jadeos discordantes.
El clima de desbocado engolosinamiento aparentaba llegar a su fin, todos los síntomas indicaban que se avecinaba un volcánico orgasmo simultáneo, las voces de gozo se hacían sentir con mayor vigor pasional, las sacudidas de estimulación genital incrementaban gradualmente su intensidad, tornándose salvajes; ambos cuerpos empezaban a tensarse, hasta que por fin se fueron desanudando entre gemidos y resoplos, quedando finalmente laxos y desparramados. En silencio los acompañé en el gozo, un intermitente caudal de semen logrado manualmente, almidonó mis pantalones.
Furtivamente me escurrí hasta mi dormitorio para cambiarme de ropa, en igual forma salí de la casa antes que los satisfechos concubinos terminaran de acariciarse, una última oteada me permitió espiar como la gran geta de Rómulo se comía la boca de mi fatigada mujer, mientras dos enormes manos le amasaban los senos, en simbólica señal de un hasta pronto.
Luego me retiré, avancé el coche una distancia prudencial y esperé, después de unos largos minutos el victorioso instructor se retiraba bien bañado y pleno de evidente júbilo.
El desquite había quedado consumado y consecuentemente, mi adulterio conmutado, hasta ahí todo bien, traumático, pero ya todo estaba resuelto y arreglado; las aguas deberían volver a retomar su nivel y todo a ser como antes; pero no, ocurrió algo mas, el sibarítico acontecimiento había dejado en mí una gran secuela. Me impacientaba la idea de repetir la experiencia, estaba desesperado volver a disfrutarla pronto, mi singular perversión había quedado desenmascarada, me sentía desnudo frente a ella, desprovisto de argumentos para negarla, no quedaba duda, tenía que aceptar mi nueva condición de depravado incurable.
Luego de unos días sin cruzar palabra con Rocío, hicimos las paces; ella me contó con lujo de detalles lo ocurrido, sin sospechar que yo lo había presenciado todo, también reconoció haber disfrutado intensamente con Rómulo, declaración que logró las consabidas repercusiones en mi sexualidad. El intercambio de información fue muy honesto y recíproco, yo le conté que había sido testigo de los hechos y de lo mucho que había disfrutado viéndola gozar, ella también me confesó que tuvo similar reacción erógena cuando me sorprendió copulando con Patricia.
Después de tantos años de matrimonio, tuvo que ser una gran crisis la que nos llevó a desempolvar nuestra oculta imagen. Pensar que lo que pudo haber sido el final de nuestra unión familiar, se convirtió con increíble naturalidad, en el renacimiento de una singular y renovada relación, mas permisiva, vigorosa, apasionada, sobretodo numerosa y en consecuencia mucho mas placentera.
Reconociendo que Patricia es una de las personas mas indicadas para integrarse a nuestro secreto clan, la hicimos partícipe del feliz desenlace logrado, la noticia de nuestro superado rompimiento le significó el indulto exculpatorio que necesitaba para liberarse de su congoja. En cuanto a su inclusión a nuestro limitado grupo del placer, para que tome parte de nuestras licenciosas andanzas, aceptó complacida y con notoria emoción, comprometiéndose a participar sin dudarlo.
Respecto a nuestras nuevas actividades, acordamos en complicidad, que seríamos muy cuidadosos con los detalles relativos a protección mutua, selección de otras personas y sobre todo guardaríamos mucha discreción; la confianza demostrada nos permitió aquilatar el alto grado de afinidad y confiabilidad que sustentaba nuestra relación, cualidades indispensables en un cerrado grupo erotómano como el nuestro. Acordamos impulsar el logro de nuestro censurado propósito, apoyándonos recíprocamente. Quedó claro que sin la influencia de sentimientos puritanistas, sería posible alcanzar un íntimo, liberal y variado, deleite sensual, bajo la tutela de Afrodita, Eros, Dionisos y sobretodo, guiados por la normatividad conductual de Pan, el mas sátiro de los dioses griegos.
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