En este relato que te narro a continuación, me gustaría contarte como me inicié en el mundo liberal de la mano de mi actual marido. La verdad, es que no sabía muy bien en que categoría tenía que meter el relato. Pues creo que deberían abrirse otras subcategorías dentro de la “Infidelidad” Debido a eso, he creído necesario el hacer esta breve introducción.
En esa época, yo venía de un traumático divorcio, que me había dejado bastante descolocada. Con cuarenta años, después de casi veinte de matrimonio, piensas que la vida se te escapa.
Aunque en realidad, sabía que nuestra relación había terminado bastante tiempo antes. Muchos de mis amigos me dieron la espalda, incluso en aquellos difíciles momentos, hasta mi propia familia, no supo darme todo su apoyo.
—Olivia, piénsatelo. Pero, ¿Dónde vas a ir a estas alturas de la vida con dos niños? —, me indicaba mi propia madre.
Pero un par de meses después de separarme, comencé a salir con Enrique. La verdad es que, con mi nueva pareja descubrí un mundo diferente. Creo que en esa parte le tengo que estar sumamente agradecida.
Yo venía de una relación totalmente agotada por ambas partes. No voy a echarle toda la culpa a mi ex-marido. Pero hacía tiempo que estar juntos, a ninguno de los dos, nos resultaba divertido. La infidelidad por ambas partes, de forma reiterada, creo que fue la válvula de escape, para que ambos pudiéramos soportarnos los últimos años de relación.
Conocí a Enrique en el gimnasio. Fue después de una agotadora clase de spinning, él era un hombre cinco años más joven que yo, aunque esa diferencia de edad, nunca ha resultado perceptible por fuera.
Tengo que decir, que desde que hablé con él ese primer día, Enrique me llenó físicamente. Es un hombre fuerte, guapo, con un cuerpo bastante cuidado y, sobre todo, derrocha mucha masculinidad. Rasgos que, desde jovencita, siempre he buscado para sentirme atraída por un hombre.
Creo que yo también le debí entrar por los ojos, porque esa misma tarde quedamos a tomar una cerveza, cuando salimos del gimnasio.
Tan solo una semana después comenzábamos una relación. No me parecía prudente meter un hombre tan pronto a vivir en casa. Pues me acababa de separar y me parecía precipitar mucho las cosas. Aunque tengo que reconocer, que la semana que los niños pasaban con su padre, ya que teníamos custodia compartida, Enrique pasaba dicha semana en casa conmigo.
El sexo con Enrique fue genial desde el primer día. A pesar de que siempre he sido una mujer bastante fogosa, y complaciente en la cama, desde el primer día que me acosté con él, el sexo me pareció mucho más placentero de lo que nunca me hubiera podido imaginar.
Me dejaba exhausta cada noche, pero yo siempre tenía ganas de más. En el día a día, Enrique era un hombre afable y comprensivo, pero cuando estaba excitado se transformaba en un hombre muy morboso y muy dominante.
Le gustaba someterme a todo tipo de juegos lúbricos y lujuriosos. Empleando conmigo siempre en la cama, un vocabulario soez y ordinario. Yo me entregaba a él, me gustaba sentirme dominada, saberme utilizada y sujeta a todos sus caprichos.
Pero no todo era el sexo. También nos encantaba salir el fin de semana a cenar, después nos íbamos a tomar unas copas hasta altas horas de la madrugada, para terminar, rematando la noche en mi cama. Ese era para mí un plan perfecto, para el mejor fin de semana posible.
Recuerdo aquella noche, habíamos ido a cenar a un restaurante que un amigo le había recomendado el día antes. Yo me había vestido como a él le gustaba. Llevaba un corto y ajustado vestido negro, con unos altos zapatos de tacón. Tan corto era el vestido, que me pasé media noche tirando de él hacía abajo, para que no se me viera el encaje de la blonda de mis medias.
Unos meses antes, nunca me hubiera atrevido a salir así de casa, pero a Enrique le gustaba verme así vestida.
—Me excita notar como otros hombres te miran y desean —, me había explicado a las pocas semanas de comenzar nuestra relación.
Reconozco, que a mí el juego de sentir como otros hombres me miraban, también me había gustado siempre.
—Súbete un poco más la falda, el tío de la mesa de enfrente, no deja de mirarte —, me animaba Enrique.
—Si me la subo un poco más, me va a ver medio restaurante las bragas —, contesté yo divertida, pero obedeciendo sus indicaciones.
—¡Qué puta eres! —, me decía mirándome con los ojos encendidos llenos de lujuria.
Me encantaba verlo así. «Cuanto más cachondo conseguía ponerlo, mejor me follaba luego cuando llegábamos a casa», pensaba excitada.
Después de cenar, nos fuimos como cada sábado a tomar unas copas. Yo no estaba muy acostumbrada a beber, por lo tanto, el alcohol me desinhibía aún más, para poder continuar con nuestros atrevidos juegos.
—¿Te importa que vayamos a tomar una copa a un pub que hay aquí al lado? —, me preguntó nada más salir del restaurante. —Es que dos amigos que trabajan conmigo, me han mandado un mensaje diciéndome que estaban allí. Me gustaría tomar una copa con ellos, y de paso, presentarles al bombón de mi novia —, Dijo agarrándome obscenamente por el culo.
—¡Pero mira cómo voy vestida!, Van a pensar que, en vez de ser tu pareja, soy una cualquiera. Será mejor que me los presentes otro día —, dije un poco cortada.
—Hoy es el día perfecto, estás estupenda y ya sabes que a mí me encanta presumir de hembra —, me dijo, sin darme ninguna opción a réplica.
Cinco minutos después entrabamos en dicho pub. La verdad es que, pese a la hora que era, no había demasiada gente, por lo tanto, Enrique enseguida encontró a sus dos amigos que permanecían bebiendo apoyados, en una de las barras.
—Míralos, ahí están — me inidicó llevándome por la cintura hacia donde ellos estaban.
Yo iba un poco cortada, una cosa era salir así vestida de casa para excitar a mi pareja, y otra que me presentara de semejante guisa a unos amigos suyos.
Los tres hombres se saludaron dándose un abrazo de bienvenida.
—Mirar chicos, ella es Olivia. Mi chica —, me presentó afablemente.
—Hola —, me saludó el primero de ellos. —Yo me llamo Juan, trabajo en el mismo departamento que Enrique y somos amigos desde que íbamos al instituto —, añadió el más bajo y regordete de los dos, dándome un beso en cada mejilla.
—Encantada Juan —, respondí de forma educada.
Luego se acercó el otro hombre, este me miraba de una forma más directa. Mantenía una sonrisa en los labios, que sin saber muy bien la razón, me hizo sentir algo intimidada. Era calvo, estando totalmente rapado, pero tenía una corta barbita que le daba un toque muy atractivo y masculino.
—Lo mejor se deja siempre para el final —, saludó el hombre sin dejar de sonreír. —Me llamo Manu —, añadió dándome dos besos.
—Encantada Manu —, respondí, esquivando su directa mirada.
Estar así vestida, no me hacía sentir demasiado cómoda. Menos mal que a partir de la segunda copa, me fui mostrando algo más relajada, y comencé a participar más en la conversación.
Lo que iba a ser una copa se fue alargando. Salimos del primer pub para ir a otro que estaba allí al lado. Todos estábamos bastante animados, las risas y las bromas comenzaron aflorar.
—Enrique ya nos había comentado que estabas muy buena, pero pensé que exageraba. La verdad es que las fotos que nos enseñó de ti, no te hacen justicia —, dijo Manu sin poder contener una pícara sonrisa.
En ese momento pensé que clase de fotos les habría enseñado de mí, Enrique. Yo misma le enviaba a veces fotos mías desnuda, o incluso masturbándome. Me gustaba calentarlo cuando estaba en el trabajo. Pero supuse, que serían otra clase de fotos que a veces nos habíamos hecho.
—Prefería que vierais por vosotros mismos, lo buena que está mi chica —, le respondió Enrique. —¿Habéis visto que cuerpazo tiene? —, Dijo agarrándome de la mano, para hacerme girar trecientos sesenta grados, alrededor de los dos hombres, para que así pudieran verme bien desde todos los ángulos posibles.
Yo seguí la broma divertida. A Enrique le encantaba exhibirme como si fuera un gran trofeo de caza delante de sus dos amigos, y a mí me gustaba que lo hiciera. Sabía de sobra, que esas cosas le excitaban, y que un par de horas más tarde, cuando nos fuéramos a la cama, él sabría darme lo mío.
—Menudo culazo tienes, Olivia —, me dijo Manu riéndose sin apartar la vista de esa parte de mi cuerpo.
—Gracias —, le respondí algo sonrojada, intentando tomarme el cumplido a broma.
La verdad era, que me gustaba sentirme el centro de atención de los tres hombres. El alcohol, y también la excitación permanente que siempre sentía cuando estaba con Enrique, hicieron que me comportara de forma muy atrevida.
Entonces, mi pareja me dio un fuerte azote en el culo que hizo que me trastabillara con los tacones. Tuve que sujetarme fuertemente a Juan, para no perder el equilibrio.
—Duro como una piedra —, dijo mi novio refiriéndose a mi culo.
Yo miré a Enrique con una mirada severa, como reprendiéndole. Dándole a entender que no me gustaba que me tratara con esa falta de respeto delante de sus amigos. Me hacía parecer casi una fulana. Pero el apartó la mirada, como intentando esquivar mi reprimenda.
—Enrique, creo que deberíamos irnos. Es tarde y estoy agotada —, dije con un tono severo.
—¡Agotada te voy a dejar dentro de un rato, cuando lleguemos a casa! —, dijo riéndose Enrique, mientras me agarraba por la cintura atrayéndome hacia él, y dándome un largo morreo delante de sus dos amigos.
Yo me dejé besar, aunque entendía que no era el momento ni el lugar. «¿Cómo le iba a negar nada al hombre, por la que estaba tan pillada?»
Sentir su lengua en mi boca me volvía loca. Entonces noté como sus fuertes y recias manos me agarraban por las caderas. Me sujetaban con tanta fuerza, que me hacían sentir completamente suya.
Yo lo besaba con los ojos cerrados, ajena por completo a Juan y a Manu, que supongo que estarían perplejos de ver aquella escena a un palmo de distancia. Pero para mí, en esos momentos solo existía un hombre en todo el mundo, y este se llamaba Enrique.
A continuación, las atrevidas manos de mi chico fueron bajando lentamente hasta sujetarme por mis glúteos. Entonces, sin parar de besarme comenzó a refregarse contra mí. Podía notar su enorme erección.
Una de sus manos soltó por fin una de mis nalgas. Aventurándose por la parte delantera, debajo de mi vestido. Yo sabía que la falda era tan ajustada, que seguramente me la habría levantado al meter su mano dentro. Pero la verdad, es que estaba tan cachonda que me dio igual.
Noté como la yema de sus dedos me acariciaban por encima de las bragas, frente, a tan solos unos pocos milímetros de mi ardiente sexo. Creo que, si Enrique hubiera querido en ese momento, yo me hubiera dejado follar allí mismo.
—¡Estás caliente como una perra! —, soltó Enrique en voz alta para que sus amigos pudieran oírlo. Justo antes de separarse de mí.
—Enrique, la verdad es que nos estamos poniendo muy cachondos con tu novia —, indicó Manu groseramente.
—¿Has oído, Olivia? Les has puesto la poya dura a mis amigos —, dijo mi novio mirándome directamente a los ojos.
—Yo no he hecho nada —, comenté riéndome algo avergonzada. —Has sido tú, el que has empezado a meterme mano delante de ellos —, añadí morbosamente.
—Tomemos otra copa —, dijo Juan, llamando la atención del camarero.
—¿Tomamos otra copa?, ¿o estás tan cachonda que prefieres que nos marchemos a casa? —, me preguntó Enrique de la forma más soez y sucia, que había escuchado nunca en su tono.
Aquello era demasiado para mí, me sentí avergonzada, aunque la verdad era, que estaba tremendamente excitada.
—Tomemos otra —, afirmé intentando disimular la humillación que sentía.
—No te sientas mal, mujer. Estamos entre amigos —, trató de tranquilizarme Manu, comprendiendo seguramente el bochorno por el que estaba pasando.
—Perdonar, pero es la hora de cierre y tenemos que cerrar ya —, nos dijo seriamente el camarero.
Miré la hora, se me había pasado la noche volando. Sin duda, los amigos de Enrique resultaron muy divertidos, todo ello, a pesar de las continuas salidas de tono de mi chico.
—Olivia vive aquí cerca —, informó Enrique. —Si ella quiere podríamos ir a tomar la última copa a su casa —, añadió como dejándolo caer.
Yo me quedé callada, me lo estaba pasando bien. Pero la verdad, es que no me parecía normal llevar a mi casa a dos hombres a las tantas de la madrugada. Pero me había jurado a mí misma que, en esta etapa de mi vida, iba a ser algo menos juiciosa. No me atreví a ser la aguafiestas del grupo.
—No pasa nada —, dijo Manu —Además seguro que Olivia ya está cansada y querrá que os dejemos en paz —, añadió amablemente el hombre.
—Si os apetece podemos tomar la penúltima en mi casa. Pero con una condición. Me tenéis que prometer que no hablareis fuerte ni armareis ruido. Mi vecina de al lado es muy cotilla, y no sé qué pensaría, si me viera llegar con tres hombres a estas horas a mi casa —, dije intentando explicarme.
—No te preocupes, nos portaremos bien —, afirmó Enrique sonriendo.
A pesar de que Manu tenía el coche aparcado cerca, habíamos bebido demasiado y decidimos ir andando. Mi casa estaba a menos de diez minutos de allí.
Enrique me llevó durante todo el camino agarrada por la cintura, cosa que agradecí. Pues a esas horas hacía ya algo de fresco, y se agradecía notar el calor que desprendía su cuerpo junto al mío.
—Agárrala tú del otro lado —, le indicó Enrique a su amigo Manu. —Olivia tiene frío —, añadió.
Manu obedeció, entonces pasó su brazo por mi otra cadera, mientras yo pasaba a la vez el mío por su cintura. Ir así caminado por la calle agarrada del brazo por dos hombres, me pareció muy morboso y divertido.
De pronto noté como la mano del amigo de mi novio, bajaba sensiblemente hasta posarse sobre una de mis nalgas, apretándola fuertemente. No dije nada, «Enrique se lo tiene merecido», pensé riéndome sin darle mayor trascendencia.
Sin duda el alcohol se dejaba sentir en el estado de ánimo de los cuatro, las risas y los chascarrillos no dejaban de fluir durante todo el trayecto hasta mi casa.
—Ahora callaros ya, por favor—, dije nada más entrar en el portal.
Cuando por fin accedieron a mi casa, los invité a que pasaran hasta el salón.
—Voy a por hielo —, anuncié, dirigiéndome hasta la cocina.
Justo cuando estaba echando el hielo en la cubitera, noté unas manos que me abrazaban desde atrás.
—Me tienes muy cachondo —, dijo pegando su entrepierna a mi culo, y agarrándome por el pecho.
Yo reí divertida, me encantaba excitar a mi pareja.
—Tú te pones así solo. No hace falta que yo haga nada —, le respondí bromeando.
—Manu me acaba de decir que ha venido todo el camino tocándote el culo, y que lo has puesto muy cachondo —, me susurró, mientras aumentaba la presión sobre mis partes traseras.
—¿Y a ti te parece normal que permitas que un amigo tuyo me toque el culo? —, pregunté algo cortada por haberle ocultado ese punto.
—También me ha dicho, que le encantaría vernos follar —, anunció como la cosa más natural del mundo.
—No —, dije cortando de raíz cualquier posible negociación a ese respecto —Si le apetece ver a una pareja follando, dile a tu amigo, que se ponga una peli porno —, le respondí irritada.
Enrique hizo que me girara y comenzó a besarme. En ese punto de nuestra relación, él ya sabía que su lengua me volvía completamente loca.
—¿De quién eres? —, me preguntó.
—Tuya, soy tu puta Enrique —, le respondí con la misma frase, que a él tanto le gustaba oír de mi boca.
Cuando llegamos al salón Manu y Juan estaban sentados en el sofá de tres plazas.
—¿Qué andaríais haciendo la parejita? —, preguntó Manu con tono de broma.
—Poniéndole hielo a vuestro amigo Enrique —, respondí siguiéndole el chascarrillo.
Enrique, se apuntó con la mano a la entrepierna. Se notaba de sobra que estaba empalmando, al darnos cuenta todos de ello, comenzamos a reírnos a carcajadas.
Me dirigí hasta el mueble bar, mientras mi novio se sentaba en el único sillón disponible.
En ese momento comencé a servir las cuatro copas, pero mi pareja, aprovechando la cercanía, metió una de sus manos debajo de mi vestido tocándome obscenamente el culo.
No protesté, a esas alturas estaba segura que sus amigos ya no se iban asustar de nada.
—¡Qué buena estás Olivia! —, soltó Enrique sin dejar de manosearme.
Cuando terminé de preparar las bebidas, me acerqué a llevarles la copa a Manu y a Juan.
Entones fue cuando Manu aprovechó ese momento, para imitar a su amigo, y meter su mano debajo de mi vestido. Palpándome a su antojo mi deseado culo.
—Cari —, dije dirigiéndome a mi novio —Tu amigo Manu me está metiendo mano —, añadí en tono de broma.
—Y tú seguro que estarás encantada de que lo haga —, respondió Enrique riéndose. —Pero quedaros ahí. Quiero inmortalizar este momento —, dijo apuntando con el móvil, y sacando una obscena foto. En la que yo salgo de pies, y su amigo sentado en el sofá, tiene una mano debajo de mi vestido. Tengo que decir, que todavía a día de hoy, conservo esa curiosa imagen.
Manu aprovechó esos segundos, para pasar de mi culo a la parte delantera de mis bragas. Fue entonces cuando yo abrí, instintivamente las piernas. Me encantó sentir el calor de sus dedos tan cerca de mi húmedo coño.
—Siéntate aquí —, me indicó Manu refiriéndose a sus piernas.
Yo miré a mi novio como queriendo tener su permiso. Enrique me sonrió y movió la cabeza afirmativamente, dándome a entender que, si a mí me apetecía, podía pasar un rato con su amigo.
Entonces obedecí, y me senté sobre el regazo de Manu. Entonces giré la cabeza, hasta que nos encontramos frente a frente, y comenzamos a besarnos. La verdad es que el chico besaba bien, y supo ponerme aún más cachonda.
No sé cuánto rato estuvimos comiéndonos casi literalmente la boca. Pero cuando abrí los ojos, mi vestido estaba levantado hasta la cintura. Juan, el otro amigo de mi novio, me estaba magreando a placer los muslos.
—Quítate el vestido. Quiero ver como te tocan —, me ordenó Enrique, de forma seca y tajante. Mientras permanecía expectante, casi como hipnotizado, mirando desde el sillón de enfrente, como yo les permitía a sus dos amigos, que me manosearan a su antojo.
No pude negarme, sumisamente me puse de pies, y me saqué el vestido dejándolo caer hasta el suelo. Mostrándome ante los tres hombres, en ropa interior, medias y zapatos de tacón.
—Así vestida, sí que pareces una verdadera zorra —, dijo Juan, el más tímido de los dos, que hasta ese momento había permanecido casi em silencio.
El improperio, lejos de molestarme me excitó aún más de lo que ya estaba. Decidí en ese justo momento, cambiar de posición, y también de hombre por un rato. Sentándome esta vez sobre las piernas de Juan, justo un segundo antes de que nuestras bocas se encontrasen.
—Ya os dije que Olivia es una cachonda —, escuché decir a mi novio.
No me atreví a responder a la provocación de mi pareja. Pero como despertando de un extraño sueño, me levanté y me dirigí hasta donde él estaba. Entonces le cogí de la mano, intentando llevármelo de allí.
—Vamos cariño —, casi le rogué. —Vámonos tú y yo a la habitación. Creo que ya te has divertido bastante por hoy, viendo como me besaba con tus amigos —, añadí con cierto tono de reproche.
El tiró de mi cuerpo hacía él, sentándome ahora en su regazo. «Es su turno. En tan solo cinco minutos me he sentado sobre los tres hombres», no pude evitar pensar.
Enrique comenzó a besarme, tal como poco antes habían hecho sus dos amigos.
—Me vuelves loco —, murmuró acercando sus labios, casi rozando el lóbulo de mi oreja.
—Vámonos al dormitorio —, volví a repetir.
—Cómeme antes la poya —, me indicó.
Me levanté de su regazo y me pues de rodillas frente a él, entonces abrí su bragueta y le saqué la verga. La tenía totalmente erecta.
Comencé a masturbarlo durante unos segundos, luego me la introduje dentro de la boca. Enrique cerró un segundo los ojos, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón.
Adoraba su poya; gorda, dura y con las venas a punto de reventar. Tan concentrada estaba en mi labor de hacerle una buena mamada a mi chico, que ni siquiera me enteré de que, en ese momento, Juan y Manu, se había levantado. Ambos permanecían de pies, justo detrás de mí, disfrutando del espectáculo.
Entonces Enrique me agarró de la cabeza y me obligó a tragármela hasta el fondo. Pensé que me ahogaba. Cuando por fin me soltó, no pude contener una fuerte arcada. Por la comisura de mis labios resbalaba mi saliva. Comencé a toser. Necesitaba coger aire.
—Sin arcada no hay mamada —, dijo mi novio a sus amigos riéndose.
—Tenías razón. Olivia es una buena come poyas —, dijo Manu, en tono soez y humillante hacia mí.
Yo seguí mamando la verga de Enrique, sin atreverme ni tan siquiera en ese momento a levantar la vista. Me sentía avergonzada por todo lo que estaba oyendo. «Estoy segura que Enrique les ha contado todo lo que hacemos en la intimidad», pensé provocándome un sentimiento de traición por su parte.
—¿Queréis verle las tetas? —, continuó con su juego Enrique.
Los dos hombres debieron contestar afirmativamente, pero yo ni siquiera los escuché. Noté como las manos de uno de ellos me desabrochaba el sostén, dejando mis pechos expuestos. Nunca supe quién de los dos se atrevió hacerlo.
—¡Joder! —escuché exclamar a Juan, mientras comenzaban a sobarme las tetas a cuatro manos. Yo me dejaba tocar excitada, pero también paralizada por el miedo.
—Ven, levántate —, me volvió a indicar Enrique, sujetándome, esta vez de forma gentil de la mano.
Me puse de pies frente a él, abriendo los ojos por primera vez en bastante tiempo. En ese momento, no sé porque, pero me fijé que en el mueble del salón había dos portafotos de mis dos hijos. Parecía que ambos me estaban mirando, anonadados con sus redondos y expresivos ojos. No sé porque lo hice. Pero me acerqué hasta allí, y puse dichas fotografías boca abajo. Como queriendo ocultar de la vista de mis hijos, lo que, en el salón de la que era su casa, estaba ocurriendo en esos momentos. En la que tres hombres, disponían al antojo de su madre.
«No quiero que vean que soy tan puta», pensé para mis adentros.
Luego me acerqué hasta mi pareja, él se levantó, me puso de espaldas y prácticamente me empujó contra el sofá. Entonces me agarró por la cadera, elevándola hacia arriba, aprovechando esa postura para casi arrancarme las bragas.
Pude sentir como abrió completamente mis carnosas nalgas, dejando mi ano a la vista de los tres. Luego, metió su cabeza entre ellos, y comenzó a lamer. De sobra conocía Enrique cuales eran mis mayores debilidades, sabía que eso terminaría por volverme completamente loca.
Intenté mantener la compostura, aguantar el placer que estaba sintiendo. No quería dejarme llevar. Pero entonces, él acercó una de sus manos hasta mi coño. Comenzando a jugar con mi hinchado clítoris, sin dejar en ningún momento de lamer mi culo.
No tardé mucho en comenzar a jadear, mientras escuchaba todo tipo de comentarios libidinosos y soeces, justo detrás de mí, a los dos amigos de mi novio. Pero yo me mantenía tan concentrada que, en esos placenteros momentos, ni tan siquiera era capaz ya de entender lo que decían.
Precisamente fue en ese momento, justo cuando iba alcanzar el orgasmo, cuando Enrique se detuvo e hizo que me diera la vuelta. Yo lo miré con ojos asesinos, por haberme dejado a medias. Pero él mantenía esa sonrisa canalla, que a mi tanto me gustaba.
—¡Ya es hora que me lleves a la habitación y me folles como Dios manda! —, exclamé rabiosa.
—No tengas prisa. Aún estamos jugando. Esto son solo los preliminares —, me respondió Enrique con absoluta calma.
—Creo que tus amigos ya han visto suficiente. Los he morreado y me he dejado tocar por ellos, me han visto desnuda, comerte la poya y casi correrme. ¿Qué más quieres? —, Le pregunté gritando fuera de mí, sin acordarme en esos momentos de mis vecinos. Más teniendo en cuenta la hora que era.
—Quiero más, necesito verlo todo—, me dijo directamente mirándome a los ojos.
—¿Quieres que me follen los dos? —, pregunté secamente.
—Si —, afirmó de forma tajante.
—¿Es que quieres ser el puto cornudo, que ve como su novia es la puta de sus amigos? —, le interrogué con tono humillante ahora para él.
—Sí, es lo que quiero —, dijo retándome.
Entonces pensé que mi relación con Enrique estaba acabada, «Yo solo he sido un juguete que él ha sabido doblegar para satisfacer sus más bajos instintos», me dije a mí misma con verdadera rabia.
Me puse de pies y me dirigí hasta donde estaban Manu y Juan. Ambos tenían la poya fuera de la bragueta, seguramente ambos se habían estado masturbando, mientras veían el espectáculo.
Le di un corto beso a cada uno, los cogí de la mano y les dije mirándolos seriamente.
—Ya habéis oído. Vamos al dormitorio, allí me follareis más cómodos.
Yo, estaba completamente desnuda. En esos momento tan solo llevaba los zapatos de tacón puestos. Cuando llegamos a mi dormitorio, abrí la cama retirando el edredón, y me dejé caer sobre el colchón, mientras los dos hombres se desnudaban apresuradamente.
Enrique se lo tomó todo con verdadera calma. Como un buen sibarita, se trajo una silla del salón, la situó frente a la cama, para poder observar todo el espectáculo en primera fila. Quería ser testigo de excepción, de cómo sus dos amigos de toda la vida, se follaban a su novia.
En esos momentos, Juan sin ningún tipo de preámbulos, se puso frente a mi vagina y me introdujo su poya sin decir nada. Como la cosa más natural del mundo, comenzó a moverse dentro de mí.
Me excitó enormemente la sensación, de notar como mi coño comenzaba a dilatarse, para que se acoplara su verga en mi interior.
La verdad, es que la poya de Juan no era gran cosa. Además, todo hay que decirlo, el hombre físicamente no era mi tipo. Era bajito y regordete, y por el contrario, a mí siempre me han gustado los hombres cuidados, altos, guapos y con aspecto muy masculino. Pero en esos momentos, la realidad es que estaba tan cachonda, que creo que me hubiera dejado follar casi por cualquiera.
Manu en cambio era otra cosa. El chico estaba muy bien dotado, y físicamente estaba muy bueno. Además, era mucho más atrevido que su amigo, y a mí siempre me han gustado, los hombres más decididos.
Justo en el momento que su amigo me la metía, Manu se colocó a un lado de la cama, acercándome su gruesa verga a la boca, con la intención de que se la chupara.
Ahora sí, mi chico estaba satisfecho de lo que yo me estaba dejando hacer por sus amigos. Miré a Enrique disimuladamente, con el rabillo del ojo, mi novio comenzaba a masturbarse. Me excitó sentirme tan puta, al hacer lo que estaba haciendo delante de él.
—Pero, ¡qué zorra eres Olivia! —, no dejaba de exclamar Manu, lindezas por el estilo. Que, a mi lejos de molestarme, en esos momentos me encendían aún mucho más la calentura.
— ¿Quieres follártela un poco? —, preguntó deteniéndose Juan en seco —Es que si sigo así, me voy a correr en nada —, indicó el hombre a su amigo algo apurado.
—No os corráis dentro, a ver si me la vais a preñar —, mintió Enrique morbosamente, sabiendo de sobra, que desde que habíamos comenzado a salir juntos, yo había empezado a tomar la píldora anticonceptiva.
—No te preocupes, nos correremos fuera —, indicaron ambos casi al unísono, desconociendo ese detalle.
Los dos hombres cambiaron de postura. La verdad es que sentir como entraba la gruesa poya de Manu dentro de mi vagina, era otra cosa diferente a lo que Juan me había hecho sentir. Ahora no podía evitar comenzar a gemir.
El pobre Juan, me imagino que se debió sentir herido en su orgullo masculino, pues él para nada había conseguido sacarme ese tipo de jadeos, pero ya no era hora de andar con disimulos.
—Cómo te gusta cacho guarra —, me intentaba agraviar Enrique. Sabiendo de sobra que en esos momentos, esa clase de improperios me ponen muy, pero que muy cachonda.
—Me encanta, pedazo de cornudo —, le respondí sacándome la poya de Juan el tiempo justo para poder hablar.
Entonces me incorporé y me puse a cuatro patas sobre el colchón, miré a Manu y con mirada viciosa le solté:
—Enséñale como folla un verdadero hombre a tu amigo —, le dije refiriéndome a mi novio.
No sé porque lo hice, pero en realidad era una enorme mentira, porque la verdad es que nadie ha sabido darme el placer que me hace sentir Enrique.
Notar las fuertes embestidas del amigo de mi novio desde atrás, hizo que me corriera como una perra.
—Dame más, dame fuerte —, le instaba animándolo, mientras me azotaba desde atrás, duramente en las nalgas.
De nuevo ambos hombres volvieron a cambiar de posición, aunque esta vez, teniendo el coño tan dilatado ya, casi ni notaba la fina verga de Juan. Pero de todos modos me excitaba sentirme así, entregada a dos hombres que había conocido esa misma noche, y que para más inri eran los amigos de mi pareja que lo estaba disfrutando justo frente a nosotros.
—Me corro —anunció Juan, que ya no pudo aguantar más.
En ese momento noté un caliente chorro de semen disparado sobre mis nalgas y sobre mi espalda.
«Uno menos», pensé en parte desilusionada.
Juan no dijo nada. Al terminar entró a baño a limpiarse un poco. Luego se vistió en silencio y se acercó hasta a mí, que en ese momento estaba cabalgando como una poseída valkiria, sobre su amigo Manu.
—Gracias, por este agradable rato, nunca lo olvidaré —, me dijo dándome un tierno beso en los labios. Luego se marchó.
Días después me enteré, que el chico estaba a punto de casarse. Incluso yo misma fui como pareja de Enrique invitada a dicho enlace. Me imagino que después, de correrse y recuperar la calma, le debieron de venir ciertos remordimientos. Pero la realidad es que lo ignoro, ya que nunca me atreví a hablar con él, de este tema.
Seguía follando encima de Manu, cuando mi novio por fin se levantó de la silla que había ocupado desde que entramos en el dormitorio. Entonces se puso justo detrás de mí, y comenzó nuevamente a abrirme las nalgas, que en ese momento debían de estar botando, debido al vaivén que me traía con Manu.
Pude notar como introdujo un dedo en mi ano, yo supe en ese momento lo que el salido de mi novio pretendía. Intenté apartarle la mano de un manotazo, pero Manu me sujetó el brazo desde su posición.
—Verás como te gusta que te follemos los dos a la vez —, me aseguró Manu riéndose.
No dije nada cuando un instante después noté la saliva de Enrique resbalar sobre mi culo. Entonces Enrique sacó el dedo de mi ano, acercando al mismo tiempo su glande, yo me quedé muy quieta, inmóvil esperando su gloriosa entrada.
—¡Despacio! Más despacio—, chillé cuando se fue alojando dentro de mis entrañas.
Los tres estuvimos quietos, justo hasta que yo instintivamente comencé a moverme. Primero lo hice de una forma muy lenta, casi en círculos, pero poco a poco mi culo y mi coño se fueron adaptando, al estar siendo usados al mismo tiempo por mis dos machos. Poco a poco comencé a moverme más rápido.
Eso además de mis gemidos, les confirmó que ya estaba comenzando a disfrutar de la experiencia, de ser penetrada por mis dos orificios a la vez.
—¿Te gusta mi amor? —, me preguntó mostrándome todo su afecto Enrique.
—Si cariño, me encanta —, le respondí en el mismo tono.
—¿Quieres casarte conmigo? —, me soltó de repente.
Yo no contesté, pensé que me lo decía debido al morbo y la excitación que estaba sintiendo, por follarme junto con el que era su mejor amigo.
—Olivia, te quiero —, me dijo cogiendo mis senos desde atrás sin parar de follarme —Me encantaría que fueras mi esposa. ¿Te gustaría casarte conmigo? —, me volvió a preguntar.
—Yo también te quiero —, le dije por primera vez en mi vida, con su amigo follándome, como testigo. —Si quiero —, le respondí excitada y emocionada.
Puede que no fuera la pedida de mano que todas las mujeres esperamos cuando somos jovencitas, pero tengo que decir, que no cambiaría ese momento por nada del mundo. Desde entonces, siempre hemos celebrado nuestros aniversarios con un tercer invitado. Espero que podamos hacerlo por mucho tiempo todavía.
—¿Puedo follarme yo un poco el culo de la novia? —, preguntó Manu riéndose.
—Por supuesto —, respondió mi futuro marido sacándola de mi interior.
Sentir la gruesa poya de Manu dentro de mi culo me hizo estremecer de placer, mientras Enrique volvió a la silla a disfrutar del espectáculo.
Chillé como una loca, sin importarme que algún vecino pudiera escucharme gritar de placer. Estaba tan fuera de mí, que pocas cosas podían en ese momento importarme.
—Me voy a correr ¿Dónde quieres mi leche? — Me preguntó de forma entrecortada Manu.
—La quiero dentro —, le respondí.
Un segundo después, el amigo de mi novio comenzó a eyacular. Me encantó esa sensación, juro que pude notar, las fuertes palpitaciones de su verga, mientras descargaba toda su leche en mis entrañas.
Después de correrse todavía se quedó un tiempo dentro de mí. Luego, cuando su poya comenzó achicarse, salió marchándose al baño, y llevando su ropa en la mano.
—Bueno, creo que es tarde y es hora de que me marche —, dijo Manu visiblemente agotado, pero con sonrisa satisfecha. —Ha sido una noche inolvidable, espero que os apetezca volver a repetirla alguna vez. Olivia, eres una mujer fantástica — dijo dándome un cálido beso en los labios.
Luego se acercó hasta donde estaba Enrique.
—Enhorabuena —, le dijo tendiéndole la mano. —Tienes mucha suerte —, añadió
—Muchas gracias amigo —, le dijo mi novio dándole un fuerte apretón de manos —Ya sabes que estás invitado a la boda —, le confirmó
—No esperaba menos —, respondió Manu.
—Olivia, acompaña si quieres a Manu hasta la puerta.
Yo fui una chica obediente y le hice caso a mi chico como hacia siempre.
Me incorporé de la cama, agarré a Manu de la mano, y lo acompañé hasta la puerta. Allí nos quedamos todavía un rato, dándonos un último y apasionado beso. Me encantaron pasar por primera vez, unos minutos a solas con Manu.
Cuando por fin cerré la puerta de la entrada, regresé a la habitación. Enrique me estaba esperando acostado pacientemente en la cama.
—Ven —, dijo invitándome a que me acostara a su lado. —Ahora me toca córreme a mí —añadió dedicándome una de sus morbosas sonrisas.
En esa época, yo venía de un traumático divorcio, que me había dejado bastante descolocada. Con cuarenta años, después de casi veinte de matrimonio, piensas que la vida se te escapa.
Aunque en realidad, sabía que nuestra relación había terminado bastante tiempo antes. Muchos de mis amigos me dieron la espalda, incluso en aquellos difíciles momentos, hasta mi propia familia, no supo darme todo su apoyo.
—Olivia, piénsatelo. Pero, ¿Dónde vas a ir a estas alturas de la vida con dos niños? —, me indicaba mi propia madre.
Pero un par de meses después de separarme, comencé a salir con Enrique. La verdad es que, con mi nueva pareja descubrí un mundo diferente. Creo que en esa parte le tengo que estar sumamente agradecida.
Yo venía de una relación totalmente agotada por ambas partes. No voy a echarle toda la culpa a mi ex-marido. Pero hacía tiempo que estar juntos, a ninguno de los dos, nos resultaba divertido. La infidelidad por ambas partes, de forma reiterada, creo que fue la válvula de escape, para que ambos pudiéramos soportarnos los últimos años de relación.
Conocí a Enrique en el gimnasio. Fue después de una agotadora clase de spinning, él era un hombre cinco años más joven que yo, aunque esa diferencia de edad, nunca ha resultado perceptible por fuera.
Tengo que decir, que desde que hablé con él ese primer día, Enrique me llenó físicamente. Es un hombre fuerte, guapo, con un cuerpo bastante cuidado y, sobre todo, derrocha mucha masculinidad. Rasgos que, desde jovencita, siempre he buscado para sentirme atraída por un hombre.
Creo que yo también le debí entrar por los ojos, porque esa misma tarde quedamos a tomar una cerveza, cuando salimos del gimnasio.
Tan solo una semana después comenzábamos una relación. No me parecía prudente meter un hombre tan pronto a vivir en casa. Pues me acababa de separar y me parecía precipitar mucho las cosas. Aunque tengo que reconocer, que la semana que los niños pasaban con su padre, ya que teníamos custodia compartida, Enrique pasaba dicha semana en casa conmigo.
El sexo con Enrique fue genial desde el primer día. A pesar de que siempre he sido una mujer bastante fogosa, y complaciente en la cama, desde el primer día que me acosté con él, el sexo me pareció mucho más placentero de lo que nunca me hubiera podido imaginar.
Me dejaba exhausta cada noche, pero yo siempre tenía ganas de más. En el día a día, Enrique era un hombre afable y comprensivo, pero cuando estaba excitado se transformaba en un hombre muy morboso y muy dominante.
Le gustaba someterme a todo tipo de juegos lúbricos y lujuriosos. Empleando conmigo siempre en la cama, un vocabulario soez y ordinario. Yo me entregaba a él, me gustaba sentirme dominada, saberme utilizada y sujeta a todos sus caprichos.
Pero no todo era el sexo. También nos encantaba salir el fin de semana a cenar, después nos íbamos a tomar unas copas hasta altas horas de la madrugada, para terminar, rematando la noche en mi cama. Ese era para mí un plan perfecto, para el mejor fin de semana posible.
Recuerdo aquella noche, habíamos ido a cenar a un restaurante que un amigo le había recomendado el día antes. Yo me había vestido como a él le gustaba. Llevaba un corto y ajustado vestido negro, con unos altos zapatos de tacón. Tan corto era el vestido, que me pasé media noche tirando de él hacía abajo, para que no se me viera el encaje de la blonda de mis medias.
Unos meses antes, nunca me hubiera atrevido a salir así de casa, pero a Enrique le gustaba verme así vestida.
—Me excita notar como otros hombres te miran y desean —, me había explicado a las pocas semanas de comenzar nuestra relación.
Reconozco, que a mí el juego de sentir como otros hombres me miraban, también me había gustado siempre.
—Súbete un poco más la falda, el tío de la mesa de enfrente, no deja de mirarte —, me animaba Enrique.
—Si me la subo un poco más, me va a ver medio restaurante las bragas —, contesté yo divertida, pero obedeciendo sus indicaciones.
—¡Qué puta eres! —, me decía mirándome con los ojos encendidos llenos de lujuria.
Me encantaba verlo así. «Cuanto más cachondo conseguía ponerlo, mejor me follaba luego cuando llegábamos a casa», pensaba excitada.
Después de cenar, nos fuimos como cada sábado a tomar unas copas. Yo no estaba muy acostumbrada a beber, por lo tanto, el alcohol me desinhibía aún más, para poder continuar con nuestros atrevidos juegos.
—¿Te importa que vayamos a tomar una copa a un pub que hay aquí al lado? —, me preguntó nada más salir del restaurante. —Es que dos amigos que trabajan conmigo, me han mandado un mensaje diciéndome que estaban allí. Me gustaría tomar una copa con ellos, y de paso, presentarles al bombón de mi novia —, Dijo agarrándome obscenamente por el culo.
—¡Pero mira cómo voy vestida!, Van a pensar que, en vez de ser tu pareja, soy una cualquiera. Será mejor que me los presentes otro día —, dije un poco cortada.
—Hoy es el día perfecto, estás estupenda y ya sabes que a mí me encanta presumir de hembra —, me dijo, sin darme ninguna opción a réplica.
Cinco minutos después entrabamos en dicho pub. La verdad es que, pese a la hora que era, no había demasiada gente, por lo tanto, Enrique enseguida encontró a sus dos amigos que permanecían bebiendo apoyados, en una de las barras.
—Míralos, ahí están — me inidicó llevándome por la cintura hacia donde ellos estaban.
Yo iba un poco cortada, una cosa era salir así vestida de casa para excitar a mi pareja, y otra que me presentara de semejante guisa a unos amigos suyos.
Los tres hombres se saludaron dándose un abrazo de bienvenida.
—Mirar chicos, ella es Olivia. Mi chica —, me presentó afablemente.
—Hola —, me saludó el primero de ellos. —Yo me llamo Juan, trabajo en el mismo departamento que Enrique y somos amigos desde que íbamos al instituto —, añadió el más bajo y regordete de los dos, dándome un beso en cada mejilla.
—Encantada Juan —, respondí de forma educada.
Luego se acercó el otro hombre, este me miraba de una forma más directa. Mantenía una sonrisa en los labios, que sin saber muy bien la razón, me hizo sentir algo intimidada. Era calvo, estando totalmente rapado, pero tenía una corta barbita que le daba un toque muy atractivo y masculino.
—Lo mejor se deja siempre para el final —, saludó el hombre sin dejar de sonreír. —Me llamo Manu —, añadió dándome dos besos.
—Encantada Manu —, respondí, esquivando su directa mirada.
Estar así vestida, no me hacía sentir demasiado cómoda. Menos mal que a partir de la segunda copa, me fui mostrando algo más relajada, y comencé a participar más en la conversación.
Lo que iba a ser una copa se fue alargando. Salimos del primer pub para ir a otro que estaba allí al lado. Todos estábamos bastante animados, las risas y las bromas comenzaron aflorar.
—Enrique ya nos había comentado que estabas muy buena, pero pensé que exageraba. La verdad es que las fotos que nos enseñó de ti, no te hacen justicia —, dijo Manu sin poder contener una pícara sonrisa.
En ese momento pensé que clase de fotos les habría enseñado de mí, Enrique. Yo misma le enviaba a veces fotos mías desnuda, o incluso masturbándome. Me gustaba calentarlo cuando estaba en el trabajo. Pero supuse, que serían otra clase de fotos que a veces nos habíamos hecho.
—Prefería que vierais por vosotros mismos, lo buena que está mi chica —, le respondió Enrique. —¿Habéis visto que cuerpazo tiene? —, Dijo agarrándome de la mano, para hacerme girar trecientos sesenta grados, alrededor de los dos hombres, para que así pudieran verme bien desde todos los ángulos posibles.
Yo seguí la broma divertida. A Enrique le encantaba exhibirme como si fuera un gran trofeo de caza delante de sus dos amigos, y a mí me gustaba que lo hiciera. Sabía de sobra, que esas cosas le excitaban, y que un par de horas más tarde, cuando nos fuéramos a la cama, él sabría darme lo mío.
—Menudo culazo tienes, Olivia —, me dijo Manu riéndose sin apartar la vista de esa parte de mi cuerpo.
—Gracias —, le respondí algo sonrojada, intentando tomarme el cumplido a broma.
La verdad era, que me gustaba sentirme el centro de atención de los tres hombres. El alcohol, y también la excitación permanente que siempre sentía cuando estaba con Enrique, hicieron que me comportara de forma muy atrevida.
Entonces, mi pareja me dio un fuerte azote en el culo que hizo que me trastabillara con los tacones. Tuve que sujetarme fuertemente a Juan, para no perder el equilibrio.
—Duro como una piedra —, dijo mi novio refiriéndose a mi culo.
Yo miré a Enrique con una mirada severa, como reprendiéndole. Dándole a entender que no me gustaba que me tratara con esa falta de respeto delante de sus amigos. Me hacía parecer casi una fulana. Pero el apartó la mirada, como intentando esquivar mi reprimenda.
—Enrique, creo que deberíamos irnos. Es tarde y estoy agotada —, dije con un tono severo.
—¡Agotada te voy a dejar dentro de un rato, cuando lleguemos a casa! —, dijo riéndose Enrique, mientras me agarraba por la cintura atrayéndome hacia él, y dándome un largo morreo delante de sus dos amigos.
Yo me dejé besar, aunque entendía que no era el momento ni el lugar. «¿Cómo le iba a negar nada al hombre, por la que estaba tan pillada?»
Sentir su lengua en mi boca me volvía loca. Entonces noté como sus fuertes y recias manos me agarraban por las caderas. Me sujetaban con tanta fuerza, que me hacían sentir completamente suya.
Yo lo besaba con los ojos cerrados, ajena por completo a Juan y a Manu, que supongo que estarían perplejos de ver aquella escena a un palmo de distancia. Pero para mí, en esos momentos solo existía un hombre en todo el mundo, y este se llamaba Enrique.
A continuación, las atrevidas manos de mi chico fueron bajando lentamente hasta sujetarme por mis glúteos. Entonces, sin parar de besarme comenzó a refregarse contra mí. Podía notar su enorme erección.
Una de sus manos soltó por fin una de mis nalgas. Aventurándose por la parte delantera, debajo de mi vestido. Yo sabía que la falda era tan ajustada, que seguramente me la habría levantado al meter su mano dentro. Pero la verdad, es que estaba tan cachonda que me dio igual.
Noté como la yema de sus dedos me acariciaban por encima de las bragas, frente, a tan solos unos pocos milímetros de mi ardiente sexo. Creo que, si Enrique hubiera querido en ese momento, yo me hubiera dejado follar allí mismo.
—¡Estás caliente como una perra! —, soltó Enrique en voz alta para que sus amigos pudieran oírlo. Justo antes de separarse de mí.
—Enrique, la verdad es que nos estamos poniendo muy cachondos con tu novia —, indicó Manu groseramente.
—¿Has oído, Olivia? Les has puesto la poya dura a mis amigos —, dijo mi novio mirándome directamente a los ojos.
—Yo no he hecho nada —, comenté riéndome algo avergonzada. —Has sido tú, el que has empezado a meterme mano delante de ellos —, añadí morbosamente.
—Tomemos otra copa —, dijo Juan, llamando la atención del camarero.
—¿Tomamos otra copa?, ¿o estás tan cachonda que prefieres que nos marchemos a casa? —, me preguntó Enrique de la forma más soez y sucia, que había escuchado nunca en su tono.
Aquello era demasiado para mí, me sentí avergonzada, aunque la verdad era, que estaba tremendamente excitada.
—Tomemos otra —, afirmé intentando disimular la humillación que sentía.
—No te sientas mal, mujer. Estamos entre amigos —, trató de tranquilizarme Manu, comprendiendo seguramente el bochorno por el que estaba pasando.
—Perdonar, pero es la hora de cierre y tenemos que cerrar ya —, nos dijo seriamente el camarero.
Miré la hora, se me había pasado la noche volando. Sin duda, los amigos de Enrique resultaron muy divertidos, todo ello, a pesar de las continuas salidas de tono de mi chico.
—Olivia vive aquí cerca —, informó Enrique. —Si ella quiere podríamos ir a tomar la última copa a su casa —, añadió como dejándolo caer.
Yo me quedé callada, me lo estaba pasando bien. Pero la verdad, es que no me parecía normal llevar a mi casa a dos hombres a las tantas de la madrugada. Pero me había jurado a mí misma que, en esta etapa de mi vida, iba a ser algo menos juiciosa. No me atreví a ser la aguafiestas del grupo.
—No pasa nada —, dijo Manu —Además seguro que Olivia ya está cansada y querrá que os dejemos en paz —, añadió amablemente el hombre.
—Si os apetece podemos tomar la penúltima en mi casa. Pero con una condición. Me tenéis que prometer que no hablareis fuerte ni armareis ruido. Mi vecina de al lado es muy cotilla, y no sé qué pensaría, si me viera llegar con tres hombres a estas horas a mi casa —, dije intentando explicarme.
—No te preocupes, nos portaremos bien —, afirmó Enrique sonriendo.
A pesar de que Manu tenía el coche aparcado cerca, habíamos bebido demasiado y decidimos ir andando. Mi casa estaba a menos de diez minutos de allí.
Enrique me llevó durante todo el camino agarrada por la cintura, cosa que agradecí. Pues a esas horas hacía ya algo de fresco, y se agradecía notar el calor que desprendía su cuerpo junto al mío.
—Agárrala tú del otro lado —, le indicó Enrique a su amigo Manu. —Olivia tiene frío —, añadió.
Manu obedeció, entonces pasó su brazo por mi otra cadera, mientras yo pasaba a la vez el mío por su cintura. Ir así caminado por la calle agarrada del brazo por dos hombres, me pareció muy morboso y divertido.
De pronto noté como la mano del amigo de mi novio, bajaba sensiblemente hasta posarse sobre una de mis nalgas, apretándola fuertemente. No dije nada, «Enrique se lo tiene merecido», pensé riéndome sin darle mayor trascendencia.
Sin duda el alcohol se dejaba sentir en el estado de ánimo de los cuatro, las risas y los chascarrillos no dejaban de fluir durante todo el trayecto hasta mi casa.
—Ahora callaros ya, por favor—, dije nada más entrar en el portal.
Cuando por fin accedieron a mi casa, los invité a que pasaran hasta el salón.
—Voy a por hielo —, anuncié, dirigiéndome hasta la cocina.
Justo cuando estaba echando el hielo en la cubitera, noté unas manos que me abrazaban desde atrás.
—Me tienes muy cachondo —, dijo pegando su entrepierna a mi culo, y agarrándome por el pecho.
Yo reí divertida, me encantaba excitar a mi pareja.
—Tú te pones así solo. No hace falta que yo haga nada —, le respondí bromeando.
—Manu me acaba de decir que ha venido todo el camino tocándote el culo, y que lo has puesto muy cachondo —, me susurró, mientras aumentaba la presión sobre mis partes traseras.
—¿Y a ti te parece normal que permitas que un amigo tuyo me toque el culo? —, pregunté algo cortada por haberle ocultado ese punto.
—También me ha dicho, que le encantaría vernos follar —, anunció como la cosa más natural del mundo.
—No —, dije cortando de raíz cualquier posible negociación a ese respecto —Si le apetece ver a una pareja follando, dile a tu amigo, que se ponga una peli porno —, le respondí irritada.
Enrique hizo que me girara y comenzó a besarme. En ese punto de nuestra relación, él ya sabía que su lengua me volvía completamente loca.
—¿De quién eres? —, me preguntó.
—Tuya, soy tu puta Enrique —, le respondí con la misma frase, que a él tanto le gustaba oír de mi boca.
Cuando llegamos al salón Manu y Juan estaban sentados en el sofá de tres plazas.
—¿Qué andaríais haciendo la parejita? —, preguntó Manu con tono de broma.
—Poniéndole hielo a vuestro amigo Enrique —, respondí siguiéndole el chascarrillo.
Enrique, se apuntó con la mano a la entrepierna. Se notaba de sobra que estaba empalmando, al darnos cuenta todos de ello, comenzamos a reírnos a carcajadas.
Me dirigí hasta el mueble bar, mientras mi novio se sentaba en el único sillón disponible.
En ese momento comencé a servir las cuatro copas, pero mi pareja, aprovechando la cercanía, metió una de sus manos debajo de mi vestido tocándome obscenamente el culo.
No protesté, a esas alturas estaba segura que sus amigos ya no se iban asustar de nada.
—¡Qué buena estás Olivia! —, soltó Enrique sin dejar de manosearme.
Cuando terminé de preparar las bebidas, me acerqué a llevarles la copa a Manu y a Juan.
Entones fue cuando Manu aprovechó ese momento, para imitar a su amigo, y meter su mano debajo de mi vestido. Palpándome a su antojo mi deseado culo.
—Cari —, dije dirigiéndome a mi novio —Tu amigo Manu me está metiendo mano —, añadí en tono de broma.
—Y tú seguro que estarás encantada de que lo haga —, respondió Enrique riéndose. —Pero quedaros ahí. Quiero inmortalizar este momento —, dijo apuntando con el móvil, y sacando una obscena foto. En la que yo salgo de pies, y su amigo sentado en el sofá, tiene una mano debajo de mi vestido. Tengo que decir, que todavía a día de hoy, conservo esa curiosa imagen.
Manu aprovechó esos segundos, para pasar de mi culo a la parte delantera de mis bragas. Fue entonces cuando yo abrí, instintivamente las piernas. Me encantó sentir el calor de sus dedos tan cerca de mi húmedo coño.
—Siéntate aquí —, me indicó Manu refiriéndose a sus piernas.
Yo miré a mi novio como queriendo tener su permiso. Enrique me sonrió y movió la cabeza afirmativamente, dándome a entender que, si a mí me apetecía, podía pasar un rato con su amigo.
Entonces obedecí, y me senté sobre el regazo de Manu. Entonces giré la cabeza, hasta que nos encontramos frente a frente, y comenzamos a besarnos. La verdad es que el chico besaba bien, y supo ponerme aún más cachonda.
No sé cuánto rato estuvimos comiéndonos casi literalmente la boca. Pero cuando abrí los ojos, mi vestido estaba levantado hasta la cintura. Juan, el otro amigo de mi novio, me estaba magreando a placer los muslos.
—Quítate el vestido. Quiero ver como te tocan —, me ordenó Enrique, de forma seca y tajante. Mientras permanecía expectante, casi como hipnotizado, mirando desde el sillón de enfrente, como yo les permitía a sus dos amigos, que me manosearan a su antojo.
No pude negarme, sumisamente me puse de pies, y me saqué el vestido dejándolo caer hasta el suelo. Mostrándome ante los tres hombres, en ropa interior, medias y zapatos de tacón.
—Así vestida, sí que pareces una verdadera zorra —, dijo Juan, el más tímido de los dos, que hasta ese momento había permanecido casi em silencio.
El improperio, lejos de molestarme me excitó aún más de lo que ya estaba. Decidí en ese justo momento, cambiar de posición, y también de hombre por un rato. Sentándome esta vez sobre las piernas de Juan, justo un segundo antes de que nuestras bocas se encontrasen.
—Ya os dije que Olivia es una cachonda —, escuché decir a mi novio.
No me atreví a responder a la provocación de mi pareja. Pero como despertando de un extraño sueño, me levanté y me dirigí hasta donde él estaba. Entonces le cogí de la mano, intentando llevármelo de allí.
—Vamos cariño —, casi le rogué. —Vámonos tú y yo a la habitación. Creo que ya te has divertido bastante por hoy, viendo como me besaba con tus amigos —, añadí con cierto tono de reproche.
El tiró de mi cuerpo hacía él, sentándome ahora en su regazo. «Es su turno. En tan solo cinco minutos me he sentado sobre los tres hombres», no pude evitar pensar.
Enrique comenzó a besarme, tal como poco antes habían hecho sus dos amigos.
—Me vuelves loco —, murmuró acercando sus labios, casi rozando el lóbulo de mi oreja.
—Vámonos al dormitorio —, volví a repetir.
—Cómeme antes la poya —, me indicó.
Me levanté de su regazo y me pues de rodillas frente a él, entonces abrí su bragueta y le saqué la verga. La tenía totalmente erecta.
Comencé a masturbarlo durante unos segundos, luego me la introduje dentro de la boca. Enrique cerró un segundo los ojos, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón.
Adoraba su poya; gorda, dura y con las venas a punto de reventar. Tan concentrada estaba en mi labor de hacerle una buena mamada a mi chico, que ni siquiera me enteré de que, en ese momento, Juan y Manu, se había levantado. Ambos permanecían de pies, justo detrás de mí, disfrutando del espectáculo.
Entonces Enrique me agarró de la cabeza y me obligó a tragármela hasta el fondo. Pensé que me ahogaba. Cuando por fin me soltó, no pude contener una fuerte arcada. Por la comisura de mis labios resbalaba mi saliva. Comencé a toser. Necesitaba coger aire.
—Sin arcada no hay mamada —, dijo mi novio a sus amigos riéndose.
—Tenías razón. Olivia es una buena come poyas —, dijo Manu, en tono soez y humillante hacia mí.
Yo seguí mamando la verga de Enrique, sin atreverme ni tan siquiera en ese momento a levantar la vista. Me sentía avergonzada por todo lo que estaba oyendo. «Estoy segura que Enrique les ha contado todo lo que hacemos en la intimidad», pensé provocándome un sentimiento de traición por su parte.
—¿Queréis verle las tetas? —, continuó con su juego Enrique.
Los dos hombres debieron contestar afirmativamente, pero yo ni siquiera los escuché. Noté como las manos de uno de ellos me desabrochaba el sostén, dejando mis pechos expuestos. Nunca supe quién de los dos se atrevió hacerlo.
—¡Joder! —escuché exclamar a Juan, mientras comenzaban a sobarme las tetas a cuatro manos. Yo me dejaba tocar excitada, pero también paralizada por el miedo.
—Ven, levántate —, me volvió a indicar Enrique, sujetándome, esta vez de forma gentil de la mano.
Me puse de pies frente a él, abriendo los ojos por primera vez en bastante tiempo. En ese momento, no sé porque, pero me fijé que en el mueble del salón había dos portafotos de mis dos hijos. Parecía que ambos me estaban mirando, anonadados con sus redondos y expresivos ojos. No sé porque lo hice. Pero me acerqué hasta allí, y puse dichas fotografías boca abajo. Como queriendo ocultar de la vista de mis hijos, lo que, en el salón de la que era su casa, estaba ocurriendo en esos momentos. En la que tres hombres, disponían al antojo de su madre.
«No quiero que vean que soy tan puta», pensé para mis adentros.
Luego me acerqué hasta mi pareja, él se levantó, me puso de espaldas y prácticamente me empujó contra el sofá. Entonces me agarró por la cadera, elevándola hacia arriba, aprovechando esa postura para casi arrancarme las bragas.
Pude sentir como abrió completamente mis carnosas nalgas, dejando mi ano a la vista de los tres. Luego, metió su cabeza entre ellos, y comenzó a lamer. De sobra conocía Enrique cuales eran mis mayores debilidades, sabía que eso terminaría por volverme completamente loca.
Intenté mantener la compostura, aguantar el placer que estaba sintiendo. No quería dejarme llevar. Pero entonces, él acercó una de sus manos hasta mi coño. Comenzando a jugar con mi hinchado clítoris, sin dejar en ningún momento de lamer mi culo.
No tardé mucho en comenzar a jadear, mientras escuchaba todo tipo de comentarios libidinosos y soeces, justo detrás de mí, a los dos amigos de mi novio. Pero yo me mantenía tan concentrada que, en esos placenteros momentos, ni tan siquiera era capaz ya de entender lo que decían.
Precisamente fue en ese momento, justo cuando iba alcanzar el orgasmo, cuando Enrique se detuvo e hizo que me diera la vuelta. Yo lo miré con ojos asesinos, por haberme dejado a medias. Pero él mantenía esa sonrisa canalla, que a mi tanto me gustaba.
—¡Ya es hora que me lleves a la habitación y me folles como Dios manda! —, exclamé rabiosa.
—No tengas prisa. Aún estamos jugando. Esto son solo los preliminares —, me respondió Enrique con absoluta calma.
—Creo que tus amigos ya han visto suficiente. Los he morreado y me he dejado tocar por ellos, me han visto desnuda, comerte la poya y casi correrme. ¿Qué más quieres? —, Le pregunté gritando fuera de mí, sin acordarme en esos momentos de mis vecinos. Más teniendo en cuenta la hora que era.
—Quiero más, necesito verlo todo—, me dijo directamente mirándome a los ojos.
—¿Quieres que me follen los dos? —, pregunté secamente.
—Si —, afirmó de forma tajante.
—¿Es que quieres ser el puto cornudo, que ve como su novia es la puta de sus amigos? —, le interrogué con tono humillante ahora para él.
—Sí, es lo que quiero —, dijo retándome.
Entonces pensé que mi relación con Enrique estaba acabada, «Yo solo he sido un juguete que él ha sabido doblegar para satisfacer sus más bajos instintos», me dije a mí misma con verdadera rabia.
Me puse de pies y me dirigí hasta donde estaban Manu y Juan. Ambos tenían la poya fuera de la bragueta, seguramente ambos se habían estado masturbando, mientras veían el espectáculo.
Le di un corto beso a cada uno, los cogí de la mano y les dije mirándolos seriamente.
—Ya habéis oído. Vamos al dormitorio, allí me follareis más cómodos.
Yo, estaba completamente desnuda. En esos momento tan solo llevaba los zapatos de tacón puestos. Cuando llegamos a mi dormitorio, abrí la cama retirando el edredón, y me dejé caer sobre el colchón, mientras los dos hombres se desnudaban apresuradamente.
Enrique se lo tomó todo con verdadera calma. Como un buen sibarita, se trajo una silla del salón, la situó frente a la cama, para poder observar todo el espectáculo en primera fila. Quería ser testigo de excepción, de cómo sus dos amigos de toda la vida, se follaban a su novia.
En esos momentos, Juan sin ningún tipo de preámbulos, se puso frente a mi vagina y me introdujo su poya sin decir nada. Como la cosa más natural del mundo, comenzó a moverse dentro de mí.
Me excitó enormemente la sensación, de notar como mi coño comenzaba a dilatarse, para que se acoplara su verga en mi interior.
La verdad, es que la poya de Juan no era gran cosa. Además, todo hay que decirlo, el hombre físicamente no era mi tipo. Era bajito y regordete, y por el contrario, a mí siempre me han gustado los hombres cuidados, altos, guapos y con aspecto muy masculino. Pero en esos momentos, la realidad es que estaba tan cachonda, que creo que me hubiera dejado follar casi por cualquiera.
Manu en cambio era otra cosa. El chico estaba muy bien dotado, y físicamente estaba muy bueno. Además, era mucho más atrevido que su amigo, y a mí siempre me han gustado, los hombres más decididos.
Justo en el momento que su amigo me la metía, Manu se colocó a un lado de la cama, acercándome su gruesa verga a la boca, con la intención de que se la chupara.
Ahora sí, mi chico estaba satisfecho de lo que yo me estaba dejando hacer por sus amigos. Miré a Enrique disimuladamente, con el rabillo del ojo, mi novio comenzaba a masturbarse. Me excitó sentirme tan puta, al hacer lo que estaba haciendo delante de él.
—Pero, ¡qué zorra eres Olivia! —, no dejaba de exclamar Manu, lindezas por el estilo. Que, a mi lejos de molestarme, en esos momentos me encendían aún mucho más la calentura.
— ¿Quieres follártela un poco? —, preguntó deteniéndose Juan en seco —Es que si sigo así, me voy a correr en nada —, indicó el hombre a su amigo algo apurado.
—No os corráis dentro, a ver si me la vais a preñar —, mintió Enrique morbosamente, sabiendo de sobra, que desde que habíamos comenzado a salir juntos, yo había empezado a tomar la píldora anticonceptiva.
—No te preocupes, nos correremos fuera —, indicaron ambos casi al unísono, desconociendo ese detalle.
Los dos hombres cambiaron de postura. La verdad es que sentir como entraba la gruesa poya de Manu dentro de mi vagina, era otra cosa diferente a lo que Juan me había hecho sentir. Ahora no podía evitar comenzar a gemir.
El pobre Juan, me imagino que se debió sentir herido en su orgullo masculino, pues él para nada había conseguido sacarme ese tipo de jadeos, pero ya no era hora de andar con disimulos.
—Cómo te gusta cacho guarra —, me intentaba agraviar Enrique. Sabiendo de sobra que en esos momentos, esa clase de improperios me ponen muy, pero que muy cachonda.
—Me encanta, pedazo de cornudo —, le respondí sacándome la poya de Juan el tiempo justo para poder hablar.
Entonces me incorporé y me puse a cuatro patas sobre el colchón, miré a Manu y con mirada viciosa le solté:
—Enséñale como folla un verdadero hombre a tu amigo —, le dije refiriéndome a mi novio.
No sé porque lo hice, pero en realidad era una enorme mentira, porque la verdad es que nadie ha sabido darme el placer que me hace sentir Enrique.
Notar las fuertes embestidas del amigo de mi novio desde atrás, hizo que me corriera como una perra.
—Dame más, dame fuerte —, le instaba animándolo, mientras me azotaba desde atrás, duramente en las nalgas.
De nuevo ambos hombres volvieron a cambiar de posición, aunque esta vez, teniendo el coño tan dilatado ya, casi ni notaba la fina verga de Juan. Pero de todos modos me excitaba sentirme así, entregada a dos hombres que había conocido esa misma noche, y que para más inri eran los amigos de mi pareja que lo estaba disfrutando justo frente a nosotros.
—Me corro —anunció Juan, que ya no pudo aguantar más.
En ese momento noté un caliente chorro de semen disparado sobre mis nalgas y sobre mi espalda.
«Uno menos», pensé en parte desilusionada.
Juan no dijo nada. Al terminar entró a baño a limpiarse un poco. Luego se vistió en silencio y se acercó hasta a mí, que en ese momento estaba cabalgando como una poseída valkiria, sobre su amigo Manu.
—Gracias, por este agradable rato, nunca lo olvidaré —, me dijo dándome un tierno beso en los labios. Luego se marchó.
Días después me enteré, que el chico estaba a punto de casarse. Incluso yo misma fui como pareja de Enrique invitada a dicho enlace. Me imagino que después, de correrse y recuperar la calma, le debieron de venir ciertos remordimientos. Pero la realidad es que lo ignoro, ya que nunca me atreví a hablar con él, de este tema.
Seguía follando encima de Manu, cuando mi novio por fin se levantó de la silla que había ocupado desde que entramos en el dormitorio. Entonces se puso justo detrás de mí, y comenzó nuevamente a abrirme las nalgas, que en ese momento debían de estar botando, debido al vaivén que me traía con Manu.
Pude notar como introdujo un dedo en mi ano, yo supe en ese momento lo que el salido de mi novio pretendía. Intenté apartarle la mano de un manotazo, pero Manu me sujetó el brazo desde su posición.
—Verás como te gusta que te follemos los dos a la vez —, me aseguró Manu riéndose.
No dije nada cuando un instante después noté la saliva de Enrique resbalar sobre mi culo. Entonces Enrique sacó el dedo de mi ano, acercando al mismo tiempo su glande, yo me quedé muy quieta, inmóvil esperando su gloriosa entrada.
—¡Despacio! Más despacio—, chillé cuando se fue alojando dentro de mis entrañas.
Los tres estuvimos quietos, justo hasta que yo instintivamente comencé a moverme. Primero lo hice de una forma muy lenta, casi en círculos, pero poco a poco mi culo y mi coño se fueron adaptando, al estar siendo usados al mismo tiempo por mis dos machos. Poco a poco comencé a moverme más rápido.
Eso además de mis gemidos, les confirmó que ya estaba comenzando a disfrutar de la experiencia, de ser penetrada por mis dos orificios a la vez.
—¿Te gusta mi amor? —, me preguntó mostrándome todo su afecto Enrique.
—Si cariño, me encanta —, le respondí en el mismo tono.
—¿Quieres casarte conmigo? —, me soltó de repente.
Yo no contesté, pensé que me lo decía debido al morbo y la excitación que estaba sintiendo, por follarme junto con el que era su mejor amigo.
—Olivia, te quiero —, me dijo cogiendo mis senos desde atrás sin parar de follarme —Me encantaría que fueras mi esposa. ¿Te gustaría casarte conmigo? —, me volvió a preguntar.
—Yo también te quiero —, le dije por primera vez en mi vida, con su amigo follándome, como testigo. —Si quiero —, le respondí excitada y emocionada.
Puede que no fuera la pedida de mano que todas las mujeres esperamos cuando somos jovencitas, pero tengo que decir, que no cambiaría ese momento por nada del mundo. Desde entonces, siempre hemos celebrado nuestros aniversarios con un tercer invitado. Espero que podamos hacerlo por mucho tiempo todavía.
—¿Puedo follarme yo un poco el culo de la novia? —, preguntó Manu riéndose.
—Por supuesto —, respondió mi futuro marido sacándola de mi interior.
Sentir la gruesa poya de Manu dentro de mi culo me hizo estremecer de placer, mientras Enrique volvió a la silla a disfrutar del espectáculo.
Chillé como una loca, sin importarme que algún vecino pudiera escucharme gritar de placer. Estaba tan fuera de mí, que pocas cosas podían en ese momento importarme.
—Me voy a correr ¿Dónde quieres mi leche? — Me preguntó de forma entrecortada Manu.
—La quiero dentro —, le respondí.
Un segundo después, el amigo de mi novio comenzó a eyacular. Me encantó esa sensación, juro que pude notar, las fuertes palpitaciones de su verga, mientras descargaba toda su leche en mis entrañas.
Después de correrse todavía se quedó un tiempo dentro de mí. Luego, cuando su poya comenzó achicarse, salió marchándose al baño, y llevando su ropa en la mano.
—Bueno, creo que es tarde y es hora de que me marche —, dijo Manu visiblemente agotado, pero con sonrisa satisfecha. —Ha sido una noche inolvidable, espero que os apetezca volver a repetirla alguna vez. Olivia, eres una mujer fantástica — dijo dándome un cálido beso en los labios.
Luego se acercó hasta donde estaba Enrique.
—Enhorabuena —, le dijo tendiéndole la mano. —Tienes mucha suerte —, añadió
—Muchas gracias amigo —, le dijo mi novio dándole un fuerte apretón de manos —Ya sabes que estás invitado a la boda —, le confirmó
—No esperaba menos —, respondió Manu.
—Olivia, acompaña si quieres a Manu hasta la puerta.
Yo fui una chica obediente y le hice caso a mi chico como hacia siempre.
Me incorporé de la cama, agarré a Manu de la mano, y lo acompañé hasta la puerta. Allí nos quedamos todavía un rato, dándonos un último y apasionado beso. Me encantaron pasar por primera vez, unos minutos a solas con Manu.
Cuando por fin cerré la puerta de la entrada, regresé a la habitación. Enrique me estaba esperando acostado pacientemente en la cama.
—Ven —, dijo invitándome a que me acostara a su lado. —Ahora me toca córreme a mí —añadió dedicándome una de sus morbosas sonrisas.
0 comentarios - Olivia: Me dejé follar por los amigos de mi novio.