Salió de su refugio, nos dio un piquito a cada una y cruzó la puerta del jardín meneando el culo. ¡Qué peligro tenía mi madre!. Durante la comida, a mi madre se le iban los ojos a los pechos de mi amiga y aprovechaba cualquier excusa para ponerle la mano sobre el muslo o, como quien no quiere la cosa, reseguirle el contorno de una teta. Comer en pelotas, no es lo mejor para tener la libido a buen recaudo.
Aprovechamos los postres para hablar de los planes que teníamos para los días que estaríamos juntas. Tenía muy claro que con mamá presionando para medrar por casa en bolas todo el día y Reme buscándola a cualquier hora con dudosas, o más bien bastante claras, intenciones, la pobre no acabaría su artículo ni queriendo. Así que le propuse a Reme irnos a la playa esa tarde y a descubrir mundo los dos días que nos quedaban. A mamá le sugerí que nos financiase la expedición.
A una le pareció muy bien y a la otra, no tanto. La primera me pasó una tarjeta dorada y el numerito para que sirviese para algo más que un trozo de plástico y la segunda, me arrancó la promesa de que las noches eran para mi madre y las mañanas mías. Esa noche pude cumplirlo, pero la siguiente no. Se ve que ella y mi madre se pasaron de frenada. En vez de dedicar una hora al folleteo, acabaron siendo tres muy largas. A la mañana siguiente Reme estaba para el arrastre y cuando me metí en la cama con ella, ronroneó como una gatita y me dijo: hoy no, guapa. No puedo, de verdad. Tu madre…
La dejé recuperándose en brazos de Morfeo y bajé a desayunar. Me encontré a mamá con ojeras y cara de poco dormir. Tenía un café sobre la mesa, intentando poner orden a sus papeles y sus ideas. Su discurso fue diferente, pero las razones, las mismas: Hija, llévate a Reme. Es una putita deliciosa, pero si sigue aquí, no voy a acabar el trabajo. Esa chica me pierde. Debes gozar mucho con ella, cariño. Después de la orgía de anoche, incluso puedo empezar a entender lo de tu padre y sus niñatas. Cuando se levante, iros donde queráis, pero largaos de aquí. Ya me devolverás la tarjeta en Madrid.
A media mañana apareció la putita. Cogí algo de comer para ella y me la llevé a la alberca. Nos bañamos, nos tumbamos y hablamos. Diez minutos más tarde, estábamos vistiéndonos y haciendo las maletas. Las cargamos en el coche. Me despedí de mi madre con un beso, me lo devolvió y me dio las gracias por “todo”. Con Reme la cosa no fue tan fácil. Nosotras estábamos vestidas, pero mamá no y ella lo aprovechó: más que besos, la sobó a conciencia, incluso intentó meterle un par de dedos por abajo. Mi madre la paró, la apartó y le dijo algo así como:
- Ahora no puedo, preciosa. Ya quedaremos. Estos días, tienes a mi hija y sabes que es tanto o más guarra que yo. Venga, iros de una puta vez y aprovechad para follar mucho, guapas.
Nos quedaban dos días y una noche, si queríamos llegar a Madrid el martes a última hora, tal como habíamos previsto. Decidimos dedicar la tarde a visitar Sevilla y el martes, ir subiendo despacito por la A4, visitando la Mezquita en Córdoba, y desviándonos para comer en Toledo con un amigo de Reme. Las visitas y el viaje, bien. El amigo de Toledo, una encerrona de Reme en toda regla, aunque todo hay que decirlo, el tío estaba para mojar pan.
La noche… intensa. No se me ocurrió otra cosa que llamar al mueblé que conocía mi padre y preguntar cuánto costaba pasar la noche, de doce a ocho de la mañana. Si a la de recepción le pareció raro que llamase una chica, no lo manifestó. Como el precio de la noche completa no era excesivo y no pagaba yo, reservé la suite “Decamerón”. Al decirle dónde pasaríamos la noche, lo primero que me preguntó es cómo era que conocía ese sitio. Se lo aclaré:
- Me trajo mi padre en verano.
Al oírme, frenó de golpe y por poco se nos estampa el coche de atrás. Después de aguantar las diatribas del conductor perjudicado, paró en el arcén.
- Supongo que es una broma, Julia.
- En absoluto, Reme.
- Eres un monstruo, tía. Y tu padre. Tu padre…
- Ja, ja. Eres tan cándida y susceptible, que contigo siempre me parto. Me encanta provocarte. Buscábamos un sitio donde papá pudiese ducharse y cambiarse de ropa, ponerse presentable, vamos, y como necesitábamos sólo media hora, fuimos a este picadero que cobran por horas. El muy cabrón, se ve que lo conocía porque hace tiempo había traído algún ligue.
- ¡Vete a tomar por culo, Julia!.
- Lo hago a menudo, guapa, y lo disfruto, como ni te imaginas.
Esa noche fue un desbarre total. En lugar de sentarnos en un restaurante a cenar, fuimos entrando en un bar tras otro de Triana. Tapita por aquí y cervecita o vinito por allá, llegamos alegres al “hotel”. Cuando vio la discreción con que te atendían, se echó a reír. La mujer de recepción era la misma de la otra vez y estoy segura de que me reconoció, aunque no dijo nada. Me debió tomar por puta ambidiestra porque, discretamente, me dijo en un aparte que la llamase otro día para hablar de las comisiones. Mamá pagó el polvo que hubiese querido disfrutar ella y el chico del parking, nos abrió la puerta del Decamerón.
Ya os conté que, a mí, esa decoración abigarrada, con espejitos por doquier, pinturas pseudoeróticas, camas con dosel de pacotilla y todo eso, no me va. Pero descubrí que a Reme le daba un morbazo del copón. Fue dejar las bolsas, desnudarnos y engancharnos. Ella llevó la batuta. No sé en qué pensaba, pero iba muy pasada de vueltas. Nos tendimos en la cama y durante más de una hora, hicimos casi todo lo que dos mujeres pueden hacer. Después de unos minutos de relax, nos metimos en la tina de burbujitas que tenían las suites y mientras disfrutábamos con el masaje de los borbotones de agua, me dijo que quería más y me dejó muy claro lo que deseaba.
Pedimos el dildo realista más grueso de la carta y un bote de lubricante. Pasé la tarjeta de crédito por el TPV que nos dejaron en el torno y al darle la vuelta, nos encontramos con un pollón de plástico violeta precintado y un bote negro que ponía “Eros Fisting Gel Ultrax 500 ml”. Yo creo que, cuando lo vio, se le encogieron los esfínteres del culo. Aunque esa noche la tía iba desatada, se lo pregunté una última vez:
- ¿Seguro?.
- Sí.
- Mira que no estás acostumbrada y te va a doler.
- Pase lo que pase, quiero que me lo metas hasta la empuñadura.
- Ya veremos. Estás como un cencerro, tía.
Supongo que tenéis claro lo que me había pedido. Aún no sé cómo, pero tras media hora de dilatación pausada y cuidadosa, acabé por endiñarle la tranca esa por el culo. Hasta la empuñadura, como me exigió. No era de un grueso exagerado, pero para un ano no iniciado, fue todo un reto. A pesar del lubricante especial con efecto sedante y relajante, sé que al principio le dolió. Cuando la cabezota superó los anillos del esfínter, la cosa mejoró y Reme empezó a frotarse el higo como si no hubiese un mañana. Al poco rato, se dedicó únicamente a dedearse el clítoris y me pidió que le metiera un par o tres de dedos en la raja, tan adentro como pudiese. Lo hice, aunque compaginar el mete-saca del cacharro de atrás con el trabajo digital en la vagina, no fue cosa fácil.
Reme no es de esas que cuando nos corremos de verdad, soltamos un río de flujo, pero esa noche, le vino un orgasmo tan fuerte, que eyaculó una cascada de mocos. Dejó las sábanas empapadas con lo que le salió del coño. La tía se vino de tal forma, que parecía que tuviese un ataque epiléptico. El cuerpo le vibraba con fuertes estertores, mientras gritaba su placer a los cuatro vientos. Nunca había compartido nada igual. Creo que, viéndola, me aligeré patas abajo sin darme cuenta.
La dejé descansar un ratito y la llevé de nuevo a la tina de hidromasaje. Seguía como ida de este mundo y tuve que ser yo quien la lavase y le aplicase generosamente crema hidratante en sus sufridas mucosas. Encendí las burbujas y nos quedamos relajándonos en la bañera. Poco después, yo salí para adecentar un poco la cama, porque en esa pocilga no podíamos dormir. A elle la dejé en remojo, amodorrada y con una cara de felicidad que lo perdonaba todo. La sábana estaba algo más que húmeda y tenía lamparones de mierda y restos de lubricante por doquier. Es lo que suele pasar si no te preparas la puerta de atrás como corresponde, no pones un protector y encima te dan duro.
Puse la encimera de bajera y cogí un edredón que había en el armario para cubrirnos. Ayudé a salir a Reme del jacuzzi, la sequé con mimo y nos metimos en la cama. Me miró cariñosamente y a pesar de que no podía con su alma, no se le ocurrió otra cosa que decirme:
- Me has hecho tocar el cielo, cariño. ¿Quieres que te lo coma?.
- Son casi las cuatro de la madrigada, loca. Estás para el arrastre y nos hemos de ir a las ocho. Ya me demostrarás lo que sabes otro día. Además, con lo de antes, me he quedado muy bien, golfa.
- Como quieras, pero lo de esta noche, tenemos que repetirlo. Oye, ¿puedo llevarme el juguetito y lo que queda del potingue?.
Le contesté que era todo suyo, porque esas cosas no se podían devolver, pero no me oyó: estaba durmiendo a pierna suelta. Puse la alarma del móvil a las ocho menos cuarto y caí también en brazos de Morfeo. ¡Menuda nochecita!.
La mañana siguiente nos despertamos con el sonido del móvil. Nos lavamos la cara como los gatos, nos vestimos y llamamos para decir que nos marchábamos. Cuando íbamos a tomar el ascensor al parking, apareció la omnipresente mujer de la recepción. Me apartó de Reme sutilmente y me susurró: Ayer oí desde mi habitación cómo chillaba tu clienta. Si eres capaz de satisfacer a un hombre en veinte minutos y matar de placer a una mujer de esa manera, debes ser muy buena. Ven a verme y no te arrepentirás. Hay parejas muy pudientes que pagarían lo que fuese para compartir la cama con alguien como tú. Me puso en la mano un papelito con su teléfono personal, yo le di las gracias y el valet nos acompañó al coche. Mira por dónde, ya tenía una oferta de curro antes de acabar el grado.
Dejé a Reme en su casa y conduje hasta el parking de mis padres. Subí a casa, cené lo que me había dejado preparado Jaira en la nevera y me acosté. Me costó dormirme en esa cama tan grande sin papá. Le daba vueltas a lo hablado con mi madre, a lo vivido esos días con ella y Reme, a mi relación con papá, a la de Carlos con mamá e incluso a si me apetecía o no ver de nuevo a mi ex, a pesar de lo que me había hecho. Al fin conseguí conciliar el sueño, pero una hora antes de que sonara el despertador, me desperté sudada, soñando que mi madre me metía por el culo un rabo enorme de silicona y yo me corría como una cerda, una y otra vez.
Salí de la cama, me duché y aproveché el chorro de la alcachofa para hacerme un dedo y relajarme un poco, pero no hubo manera. En lugar de darme placer, por más que me frotase el clítoris, lo único que conseguía era un dolor desagradecido. Cabreada conmigo misma, desayuné lo que encontré y hui hacia la parada del metro que cogía cada día para ir a la universidad. Las clases pasaron como si yo no estuviera sentada en el banco del aula. Si me preguntáis que asignaturas tuve ese miércoles, no sabría contestaros. Estuve toda la mañana dándole vueltas al tarro, pensando en cómo acabaría mi familia después de los despropósitos de unos y otros y, sobre todo, en qué se convertiría mi vida si hacía caso a lo que me pedía mi subconsciente.
Volví a casa como una zombi. Me preparé unas fajitas y me senté delante del televisor. Puse un capítulo de la serie Peaky Blinders en versión original. Tengo un excelente nivel de inglés, pero tenía que poner toda mi atención para entender el retorcido slang que usan. Así, no quedaba espacio en mi cerebro para seguir obsesionándome con lo que estaba viviendo. Acabé viendo dos. Al levantarme del sofá recordé que aún tenía la tarjeta de mi madre. La llamé para quedar y devolvérsela. La conversación fue un tanto surrealista:
- Hola Julia, que tal. ¿Oye, qué habéis hecho estos dos días Reme y tú?. Seguro que tienes el chichi contento, no como yo.
- Ya será menos, mamá.
- Lo que yo te diga, nena. Ayer llegué muy tarde, por los atascos del puente, y me encontré a Carlos hecho mierda. Había aprovechado esos cuatro días para ir a hacer un trozo del Camino de Santiago con unos amigotes y llegó destrozado. Así que me quedé sin polvo de bienvenida. Para acabarlo de estropear, cuando me he levantado esta mañana, el muy gilipollas se había ido sin ni tan solo despertarme para un apaño de emergencia. Estoy que me subo por las paredes, hija.
- Seguro que ya le has sacado brillo a la chirla, así que no me llores. Te llamaba para ver cómo quedamos para devolverte la tarjeta. He sido buena y no la he dejado demasiado tiesa.
- Ya lo he visto, aunque no sé qué carai has comprado, porque sale el nombre de una empresa muy rara. Ya me contarás. Si te parece, vengo a vuestra casa mañana a media tarde, me la devuelves y aprovechamos para hablar de nuestras cosas mientras merendamos. Yo traigo unas porras y tú pones el chocolate.
- Vale. ¿A las cinco te va bien?.
- Perfecto, cariño. Por cierto, ¿puedes darme el teléfono de Reme?.
- ¡Eres la ostia, mamá!. Mañana hablamos y te lo doy. Adiós y procura que hoy Carlos te deje el coño satisfecho. Y ya puestos, también el ojete, que tú eres mucha mujer.
- ¡Esa es mi niña!. Un beso, guapa.
Pasé otra noche de sueños oníricos, a medio camino entre el erotismo transgresor y el desvarío exacerbado. Al levantarme, di gracias a que mi padre llegaba el sábado y podría compartir con él mis neuras y el miedo que me daba aflorar mis deseos más íntimos.
Los jueves no tengo clase a primera hora y esperé a Jaira. Esa es peor que mi madre y me sometió a un interrogatorio de tercer grado. Me quedé en mis cuitas con Reme y poco más, aunque creo que cuando le comenté que nos encontramos a mi madre en Mazagón, sospechó que había alguna cosa más o al menos, algo rondaba por mi cabecita. Jaira es una tía muy intuitiva, a veces incluso parece que sabe cosas que van más allá de lo que vemos los demás. Tal vez sea porque es la sobrina de un santero caribeño de la Regla de Ocha. El caso es que, cuando acabamos la conversación, me miró a los ojos y con una mirada penetrante, casi hipnótica, me dijo:
- Mi niña, sólo se vive una vez. Tienes un don. Debes usarlo para hacer felices a tus seres más queridos y recibirás multiplicado por diez todo lo que les des. Sé tú misma y olvídate de lo que puedan pensar los demás. Tu corazón te marcará el camino.
Me dejó tan impactada, que sólo puede despedirme con un triste “adiós”. Salí escopeteada hacia la uni y pasé otra mañana en blanco, con el cuerpo sentado en el banco de un aula y la mente dando vueltas en un laberinto, del que era incapaz de encontrar la salida. Al acabar las clases, me fui a comer al bar de la facultad con unos compañeros. No quería estar sola en casa comiéndome el tarro. Llegué a casa poco antes de las cinco, me quité lo que llevaba y me puse una camiseta larga, con dos símbolos de Venus entrelazados, que me había regalado mi madre hacía un par de años. Un cuarto de hora más tarde entró ella con su propia llave.
- Hola, Julia. Ya he llegado. Mira qué traigo. Son del churrero del mercado de San Miguel. ¡Buenísimas!.
- Podías haber llamado a la puerta, mamá.
- ¿En nuestra casa?. Anda, ven y dame un beso, cariño.
Mira tú por dónde, ahora ya era nuestra casa. La besé como una buena hija, pero ella me devolvió un pico intenso y no pude contenerme sin devolvérselo, corregido y aumentado. Traje dos servicios y una jarra con chocolate humeante, junto a una bandejita para las porras “buenísimas” y nos instalamos en el sofá de la sala.
Nos íbamos comiendo las porras mojadas en el chocolate, mientras comentábamos chorradas intrascendentes de alguna celebritie, lo buenorro que estaba ese o aquel o los cambios de pareja interesados de alguna o algún famosillo patrio. Cuando nos cansamos de destripar a gente que no conocíamos, pasamos a algo más cercano. Me tomó de las manos y empezó a hablar:
- Cariño, te he de confesar que, aparte de escribir el artículo, esos días en el chalé me han servido para darme cuenta de que necesito a papá. No son sólo las ganas de echar un polvo, te lo juro.
- Lo sé, mamá. Ya me lo dijiste la noche en que te presté a Reme, ¿Te acuerdas?. Pero ¿y Carlos?.
- No me hables de esa noche, me da mucha vergüenza. Iba muy salida y no sé si lo hice porque estaba cachonda a parir o por despecho. Aunque tu amiga folla de maravilla. Me dejó como nueva. No sé contigo, pero tiene una lengua…
- ¡Mamá!. Te doy su teléfono y os apañáis, ella también habla maravillas de ti. Pero ¿y Carlos?.
- Carlos, Carlos…
- No me veo teniendo nada con mi ex, pero tampoco quiero que acabe como un trapo arrugado en tus manos, mamá.
- ¿Seguro, hija?. Mira que te conozco como si te hubiese parido y cuando hablas de él… A mí, como amante, o follamigo, como lo llamáis ahora, me valdría. Siempre que a ti te pareciese bien, claro.
- No me parece ni bien, ni mal. Tengo sentimientos encontrados con respecto a Carlos. Lo que sí sé es que saber que te lo estas tirando me excita. Debo ser muy pervertida, mamá.
- Pues anda que yo… Y tu padre…
- De él quiero hablarte. Si os reconciliáis, ¿qué será de mí?, porque si a él le parece bien, yo quiero seguir con él como pareja, al menos pareja de cama. ¿Cómo lo ves?.
- Bien, muy bien. Lo compartimos como amante y, además, yo me lo quedo de marido y tu de padre. Creo que ahora le llaman poliamor, aunque en nuestro caso será un poco más retorcido de lo que ya lo es de por sí. Encima, tú y yo, bolleras a tiempo parcial. ¡Menuda familia!.
- ¡Mamá!, anda ven aquí.
La tomé de la cintura, la atraje hacia mí y la besé como esa noche en Mazagón. Fue un beso largo, cargado de lascivia, buscando algo más. Y lo encontré. Mi madre me quitó la camiseta y pasó la mano sobre mi piel desnuda, despacio, tomándome los pechos, acariciándome los costados, las nalgas, sin apartar sus labios de los míos. Me resiguió la espalda, bajó a los muslos y cuando llevó sus manos a la cara interna, paró, me miró y dijo unas palabras que acabarían por enseñarme el camino hacia la solución de nuestro impúdico rompecabezas:
- Vamos a la cama de arriba, mi niña.
Lo que vivimos esa noche mi madre y yo, fue maravilloso. Sexo, sí, mucho y del bueno, pero amor y confianza sin concesiones, también. Me ocurrió algo que nunca hubiese pensado que fuese posible: la vi como madre y como la mejor de las amantes. No puedo explicarlo y menos si añadimos mi relación con papá. ¡Qué locura, por Dios!. Pero a pesar de ello, por primera vez desde el día en que mi padre y yo llegamos de Sevilla al chalé y nos encontramos el percal de Carlos y mamá, me sentía en paz conmigo y con el mundo y veía a papá, mamá y yo de nuevo como una familia. Bastante poco convencional, pero intuía que feliz.
Pasadas las nueve, mamá me dijo que era hora de irse. No quería hacer esperar a Carlos más de la cuenta y, además, le necesitaba. Entendámonos, le apetecía follar con él para rematar la noche. No sé ni cómo, ni por qué, pero eso, en lugar de ponerme celosa o molestarme, me alegró. Se duchó, se vistió, me comió la boca y se encaminó a la puerta. Iba a pasarme un agua para quitarme el sudor y lo otro, ya me entendéis, pero antes tuve que correr a llamarla:
- Mamá, mamá, te olvidas la tarjeta de crédito.
Nuestra vida familiar volvió a sus cauces con la llegada de papá, si lo que ocurría en casa podía entenderse como tal. Mi padre y yo seguíamos comportándonos en la cama como una fogosa pareja, pero una o dos veces a la semana él y mi madre quedaban en casa cuando yo no estaba o en la de algún amigo o amiga discreta. El que ponía la cama, pensaba que él o ella, según de quien fuese el amigo, tenía un ligue. Porque, para poner más salsa al guiso, no habían dicho a nadie que se hubiesen separado.
En medio de todo este fregado, empecé a entenderme esporádicamente con mi madre. El sexo con ella, más allá de un placer diferente y brutal, me aportaba paz espiritual, no sé cómo decirlo, era el eslabón que cerraba el círculo. Como no quería ocultarle nada a mi padre, le había contado lo vivido con ella el jueves antes de su llegada y añadí que creía que nos seguiríamos pegando algún que otro revolcón de tanto en tanto. Al oírme, se echó a reír y me dijo que disfrutase mucho con ella y que la cuidase, porque era una gran mujer. La guinda llegó al final: Mamá se lo había explicado por teléfono aquella misma noche.
Carlos era el pagafantas de la historia. Mi madre no le había contado nada: ni que volvía a acostarse con su marido, ni que también lo hacía con su exnovia e hija. Me daba un poco de lástima, pero qué coño, se lo tenía merecido.
Nuestro triángulo filio-sexual continuó estable todo octubre. Era algo poco habitual, fuera de cualquier norma social, lascivo, algunos diréis que degenerado, pero los tres nos encontrábamos muy cómodos y unidos, en paz con la humanidad y con nosotros. Ese equilibrio duró hasta que me encontré con Carlos en un acto profesional, el martes después del fin de semana largo de Todos los Santos. Nos saludamos, hablamos, quedamos para comer, anulamos los compromisos de la tarde y acabamos follando en un hotel. El sexo con él fue mucho mejor que antes, se notaba lo que le había enseñado mi madre. Después de su primera corrida, se le bajó un poco, pero a los cinco minutos volvía a tener el garrote duro como un fierro. ¡Qué maravilla!. Me empezó a explicar cómo mamá le había enseñado la técnica de… Le paré en seco. Eso podía explicármelo otro día, pero el que me diese por el culo, no podía esperar.
Quedé con mi ex un par de días más. Follamos por los descosidos. Gocé un montón, porque si antes ya se apañaba bien, mi madre lo había convertido en un amante excelso. Pero también habló. Me pidió perdón por su vergonzoso robo de información y por aprovecharse de su suegra en un momento de debilidad. Valoró el futuro de lo nuestro y del suyo con mi madre. Ese día, yo no le dije nada de la relación, digamos atípica, por no decir incestuosa, que mantenía con mis padres, ni que su pareja volvía a acostarse con su marido, pero tuve muy claro que era hora de poner las cartas sobre la mesa por lo que respecta a Carlos y nosotros tres.
Tenía muy claro que debía contárselo a mis padres el primer día que nos viésemos los tres juntos. No tuve que esperar mucho. Mamá me llamó la mañana siguiente, antes de que saliese para la universidad. Me pidió si iba a estar en casa por la tarde. Le debía picar el chichi y le podía el ramalazo marital, así que quería quedar con papá para destrozar nuestra cama. Le dije que vendría a comer, pero a las seis ya estaría fuera porque había quedado. Se despidió con un gracias, cariño, te quiero mucho y colgó.
Mientras hablaba con ella, ya había decidido que esa tarde aparecería por casa antes de que entrasen en faena y les contaría lo que había pasado entre mi ex y yo. También quería discutir cómo encauzarlo dentro de nuestra especial cosmovisión de la familia. Ese día me fui a clase feliz al saber que por la tarde compartiría con mis padres el último secretillo que aún flotaba entre nosotros.
Después de comer, esperé a que llegase papá y me despedí de él afectuosamente, como siempre. No pude irme sin recordarle que, aunque tenía que dejar contenta a mamá, guardase algo para mí y, sobre todo, que no cambiase las sábanas después de la maratón sexual. Meterme en nuestra cama impregnada con el olorcillo a sexo y más aún, con el del cuerpo de mamá, ya sabéis que me pone burra. Había quedado una horita con Alfonso, un compañero de clase, para repasar en un bareto cercano unos temas de macroeconomía con mucha matemática que se me atragantaban. Calculé que a las cinco y media habríamos acabado y volviendo a paso de tortuga, llegaría a las seis a casa, justo la hora a la que había quedado mamá.
Entré en casa con puntualidad británica. No me encontré a nadie en la sala, pero de nuestra habitación, la grande que daba a la calle, salían bufidos y gemidos inconfundibles. Me acerqué y encontré la puesta abierta de par en par. Miré y vi a mis padres enganchados, follando como macacos en celo. Mamá estaba tendida de espaldas, con las piernas dobladas hacia arriba, cogidas por detrás de las rodillas, con un par de cojines bajo el lomo, para facilitar que papá le metiese la polla hasta lo más hondo. En esa postura, ella exponía sin cortapisas sus dos agujeros y él parecía disfrutar viendo lo guarra que era su mujer. Yo creo que se relamía pensando que cuando acabase con el de delante, iba a dejarle el más oscuro relleno como un buñuelo de crema.
Mi padre no podía verme y mi madre, abstraída en dar y recibir placer a espuertas, debía tener todos sentidos concentrados en el coño, porque si me vio, no se enteró. Verlos follar con esa compenetración y alegría, me aguó el chocho. No sé si se me cruzaron los cables o sencillamente, hice lo obvio, pero me quité la ropa, recorrí los pocos metros que me separaban de la cama, me arrodillé detrás de mi padre, le tomé por la cadera y le hundí la lengua en el culo.
Él se dio la vuelta, sorprendido. Mamá, fue mucho más explícita:
- Bienvenida, hija. Únete a nosotros. Sabía que esto pasaría algún día. No me esperaba que fuese tan pronto, pero nos alegramos mucho de que sea hoy, preciosa. ¿Verdad, Johan?.
- Familia que folla unida, siempre permanece unida, cariño.
No hubo más palabras, al menos inteligibles o más allá de las necesarias para poner orden en el terceto más impúdico del barrio. Nos pasamos un buen rato copulando sin freno. En mi caso, no sé si me vino un orgasmo continuo o uno detrás de otro, de cualquier modo, fue brutal. Lo de mi madre es de otro mundo, le vienen muchos seguidos y nadie tiene dudas de que se corre como una leona, porque a cada espasmo, grita como una soprano en el punto álgido del aria. Sabéis que mi padre es un hombre planificador y ordenado, así que se contuvo, dándonos a una y la otra con el ariete, hasta que no pudimos absorber más placer. Entonces nos pidió que juntásemos nuestras tetas, se vació sobre las cuatro y las lamió hasta dejarlas impolutas. El pobre es un poco guarrete, pero es un cielo y se lo compensamos con el besote más puerco que supimos darle.
Nos duchamos los tres juntitos entre arrumacos, cenamos picoteando lo que encontramos en la nevera y decidimos que esa noche era nuestra. Mi madre llamó a Carlos para decirle que no vendría a dormir a casa, porque se quedaría en la de una pareja amiga. Carlos le preguntó qué pensaba hacer con ellos y ella se lo dijo sin anestesia: follar, guapetón. Esa noche rompimos todos los tabús y acabamos desechos, pero muy felices y sexualmente satisfechos. Fue un no parar, parecía que teníamos que probarlo todo, como si el mundo se acabase a la mañana siguiente.
Nos despertamos antes de nuestra hora habitual con resaca, pero no de alcohol, sino de sexo. Al vernos los tres desnudos, revueltos en la cama y pringosos, nos echamos a reír y decidimos que después de asearnos y desayunar, teníamos que hablar sin falta.
Cuando a las ocho llegó Jaira, nos encontró sentados en la mesa de la cocina hablando distendidamente de nuestro futuro, como una familia normal. Lo que no era normal era lo que decíamos y lo que pretendíamos hacer. De entrada, me había sincerado con mis padres sobre los últimos acontecimientos entre Carlos y yo. Mi madre tenía muy claro que iba a pasar y me lo hizo saber desde el primer momento con un “ya era hora, cariño” que me supo a la predicción de una bruja. Mi padre no dijo nada, creo que el desmadre de sus mujeres, a veces, le sobre pasaba y necesitaba un tiempo para digerirlo.
Cuando estábamos hablando sobre cómo le diríamos a Carlos lo que estábamos viviendo en nuestra familia y evaluando lo que podía pasar, entró Jaira con un ovillo de ropa para lavar.
- Mira que llegáis a ser guarros en esta casa. Habéis dejado las sábanas hechas un desastre y las cambié anteayer. Como sigáis follando con ese ímpetu, la factura de la luz os va a dejar tiesos, y más a los precios que está ahora. Por lo menos lo habéis disfrutado, porque os veo una carita muy satisfecha a los tres.
- Jaira, nosotros…
- No me digas nada, Laura. Lo que has de hacer es volver a casa y vivir vuestro amor con alegría. Ya se lo dije a tu hija no hace mucho: sólo se vive una vez. Venga, seguid con lo vuestro que tenéis mucho de que hablar y yo he de poner la lavadora.
Estuvimos más de una hora dándole vueltas a nuestra situación y al final vimos que lo más conveniente era quedar un fin de semana los tres con Carlos y poner las cartas sobre la mesa, sin ocultar nada. Si aceptaba la propuesta que acabábamos de hilvanar, viviríamos como una familia poliamorosa y creo que muy feliz y, eso sí, bien follada. Si no, ya teníamos decidido hacer nuestra vida los tres y que pasase lo que tuviese que pasar.
Yo me perdí mi primera clase, mi madre tuvo que volver a agendar una sesión de revisión de tesis con uno de sus pupilos y papá llegó tarde al despacho, pero todos contentos, por la noche que habíamos compartido y por haber orientado nuestras vidas, al menos por un tiempo.
El viernes pasado Pilar, la secretaria de mi padre, buscó una casa rural que cumpliese con las indicaciones que le había dado el jefe. Se ve que no fue fácil, pero Pilar es un sol y muy apañada. Encontró una antigua casa de ingenieros que construyó una hidroeléctrica engullida por el oligopolio dominante en la zona. Estaba perdida en los montes de Ávila y la habían reconvertido en casa rural de lujo. Sobraban habitaciones y no era barata, pero tenía lo que le había pedido papá: Intimidad, alguna habitación con cama king size, buena calefacción y un jacuzzi grande o piscina calefactada.
Mamá convenció a Carlos para irse a pasar este fin de semana a una casa rural preciosa que había encontrado. A pesar de los celos por la noche que acababa de compartir con la pareja amiga, no le costó mucho. A Carlos le pierde el nabo y una fin de semana follando en plena naturaleza con mamá, era un caramelito muy dulce. Salieron de Madrid después de comer y se perdieron un par de veces por las carreteritas del valle del Tiétar. Finalmente tomaron un camino de tierra apisonada y llegaron a la casa. Entonces vino la sorpresa:
- Cielo, ¿no es ese el coche de Johan?.
- Si, cariño, también han venido Julia y mi marido.
- ¿Tu marido?. ¿Así le llamas?.
- Claro, tontorrón. Anda, coge la maleta y ven conmigo. Verás como nos lo pasamos muy bien.
- Pero…
Al entrar, besé a Carlos en los labios delante de papá y mamá, como hacía cuando éramos novios. Después di el mismo tratamiento a mi madre y ella morreó a su maridito con ganas, mirando a Carlos de refilón con una sonrisa socarrona. Mi padre le recibió con una decidida encajada y un cálido abrazo. El pobre Carlitos, estaba tan desubicado como un delfín en el desierto de Atacama. Y la cosa fue a más cuando papá nos indicó las habitaciones:
- Venga, chicos, dejad las cosas en vuestra habitación. Y tú, Laura, coge lo tuyo que lo pondremos en la nuestra.
- Pero, Johan, ahora Laura y yo…
- Pero si te estás follando a nuestra hija, cabrón. No me seas tocapelotas. Hoy compartes cama con ella. Mañana… será otro día, ja, ja.
- Venga, Carlos. No te hagas el estrecho y deja que esta noche la empotre su marido, como en los viejos tiempos. Además, tú y yo tenemos muchas cositas pendientes.
Mi padre y yo sabíamos cómo iría la cosa y habíamos traído dos bolsas, pero ellos dos lo tenían todo en una, porque mamá no había querido despertar suspicacias. Separaron la ropa en medio del salón y cada pareja subió a la habitación asignada. Todas eran magníficas, pero la cama de la nuestra era la mayor de todas, por algo había sido yo la que hizo el reparto al llegar.
Dejamos lo poco que traíamos en el armario, me desnudé y le invité a hacer lo propio. Carlos estaba ido. Yo creo que no sabía si coger el coche y largarse, o quedarse para ver en qué acababa todo en esa familia de locos. Tuve que ayudarle a aterrizar:
- Venga, Carlos, ponte el albornoz que tienes ahí colgado y bajemos. Hay una piscina de la ostia, calentita y coquetona. Vamos, cariño.
Nos encontramos en la sala principal. Estaba presidida por una gran chimenea, en la que crepitaba un fuego muy acogedor. Lo había encendido la mujer que entregaba las llaves y enseñaba la casa. Bajando unos escalones ocultos por una puerta a la derecha del hogar, había una estancia con una piscinita ovalada bajo una bóveda de ladrillo, con el agua humeante. Cuando la vimos con papá, nos emocionamos. Era una pasada. ¡Lo que podía pasar allí dentro!.
- ¿Qué, nos damos un baño antes cenar, Carlos?.
- Como queráis, Johan. ¿Cabremos los cuatro?.
- Pues claro, ya verás, no es muy grande, pero es una preciosidad. Venga, bajad.
Cuando llegamos a la cámara, colgamos los albornoces y nos metimos en el agua. Estaba realmente caliente, pero la sensación era agradable. La piscina no tenía más de un metro de agua y exceptuando la parte que ocupaban los escalones, rodeaba toda la pared interior un saliente a modo de banco corrido. Supongo que tenía algún sistema de filtrado, pero debía ser muy sutil, porque la superficie permanecía lisa y, gracias a las luces que había bajo el agua y lo transparente que era, se veía todo, hasta el fondo. Los juegos de colores que producían las teselas del gresite que la recubría y la música zen relajante que salía de no se dónde, le añadían un toque muy sensual.
Carlos y yo nos sentamos juntos, frente a mis padres. Unos y otros permanecíamos quietos y en silencio, supongo que reflexionando sobre lo que se nos venía encima. Llegó un momento en que yo no pude soportar la pulsión lúbrica por más tiempo. Tomé el rostro de Carlos, lo giré, y empecé por comerle la boca. Eso no era suficiente, quería que mis padres participasen de alguna forma en nuestra relación, pero como habíamos pactado entre los tres que el viernes era el día de las parejas originales, me conformé con que vieran cómo me lo trincaba allí, delante de ellos dos. Le tomé el cipote con la mano y empecé a hacerle un pajote, sin apartar la vista de los ojos de mi madre.
Carlos, sofocado, intentó retirarme la mano de su pollón, pero por ahí yo no pasaba: aunque me gustase compartirlo, eso también seguía siendo mío. Con la mano que tenía libre, tomé una de la suyas y se la puse sobre mis pechos. El muy idiota seguía teniendo dudas y tuve que estimularle. Si no le iba la zanahoria, le daría palo. Le comí la oreja y aproveché para soltarle por lo bajín:
- Tío, o me follas aquí y ahora, delante de mis padres, o mi madre y yo te enviamos a tomar por culo de por vida. ¿Entiendes?.
No hay nada como amenazar a un tío con cerrarse de patas para llevarle al huerto. Empezó a acariciarme, yo seguí dándole a la matraca y la cosa creció y creció. Me lo ensarté sentada de espaldas y cuando quiso darse cuenta, me llenaba la panocha. Tal como iba perforándome las entrañas, se oían una especie de pedetes, sin cola ni olor, al avanzar el ariete y desplazar el agua de la vagina. Mi madre se reía, sin dejar de mirar a Carlos con una media sonrisa, cargada de lascivia.
Cuando mi exnovio, ese día tal vez ya no tan ex, me tomo los pezones con ambas manos, mi madre montó a papá sin compasión. Él la acompañó, sonriéndome con ternura. Iniciaron un vaivén cadencioso, con una coordinación sólo al abasto de los muy experimentados. Las manos corrían de cuello y pezones, al clítoris y la parte alta de nuestras rajas. Parecía que nuestras parejas competían a ver quién era más macho y hacía correr antes y daba más placer a su montura. ¡Hombres!. Al final, pasó lo inevitable: nosotras disfrutamos uno, dos y tres orgasmos. Ellos se vaciaron entre el primero y el segundo y tuvieron que regalarnos el último a base de dedo.
Desenvainé el carajo la primera, me acerqué a mis padres y les di a uno y otra un morreo de aquí te espero. No tuve bastante con ello y mientras seguía comiéndoles los morros, magreé la delantera y el chumino materno, ayudé a sacar el pene de papá y aunque lo tuviese en horas bajas, le di un buen repaso. Carlos estaba alucinando y tuve que ir a reconfortarlo:
- Ves, así todo queda en familia, cariño.
Cenamos una crema de puerros y calabaza, tortilla de berenjenas y ajos tiernos, acompañada de ensalada y unos flanes riquísimos. Lo había preparado todo Jaira por la mañana. Tuvo que quedarse un rato más para acabarlo, pero se negó a cobrar el tiempo extra. Este sábado y domingo, vais a reconciliar vuestros cuerpos con vuestros espíritus. Eso es motivo de gran alegría y quiero aportar mi granito de arena a la fiesta, nos dijo. Esa noche, Carlos y papá descubrieron que debió aportar otros granos que no eran de arena, aunque más que a la fiesta, fue a la crema de verduras. Rindieron como nunca creyeron posible, sin saber de dónde les venía tanta energía. No voy a desvelaros los secretos de las pócimas ancestrales caribeñas de Jaira. Más que nada, porque no tengo ni repajolera idea, así que aquí lo dejo.
Después de cenar, sentados formalitos frente al fuego, vimos una peli de James Bond para pasar el rato y distender el ambiente con esa mezcla de acción trepidante, cinismo y machismo concentrado a raudales. Cuando acabó, nos aseamos y subimos a las habitaciones. Mamá y yo, habíamos acordado dejar las puertas abiertas para escuchar que hacía la otra pareja. Se ve que, a ella, oír las corridas de Carlos, le daba un morbazo de copón. ¡Qué más me quedaba por descubrir de mi madre!.
Esa noche Carlos y yo tuvimos sexo. Mucho y del bueno, sí, pero recordé la primera vez con mi padre y quise que el reencuentro con mi novio fuese algo parecido: Mas hacer el amor y menos follar por el puro placer del sexo, no sé si me entendéis. Con papá funcionó. Primero nos pegamos un polvazo brutal, pero cariñoso, cuidando más el placer del otro que el de uno mismo. Nos relajamos y estuvimos hablando un buen rato. Cuando me preguntaba por la convivencia con mi padre o como es que besaba “así” a mis padres, le respondía con un “mañana, cariño” y le daba un chupetón a la punta del ciruelo. Eso no contestaba a su pregunta, pero llevaba la conversación por otros derroteros.
Por fin, entramos en terrenos muy nuestros: dónde y cómo veíamos nuestro futuro después de lo que habíamos vivido uno y otro desde el verano. Íbamos a entrar en el papel que jugaría mi familia, en especial mamá, pero tuvimos que hacer un alto: Mi madre chillaba como una loca su placer a los cuatro vientos. Carlos debió rememorar polvos pasados y no se le ocurrió otra cosa que comparar:
- Tu padre debe ser un fiera follando. Conmigo tu madre no chilla tanto y eso que yo…
- Te acabas de tirar a la hija y me pasas por la cara tus polvos con la madre. Eres un desconsiderado, Carlos. Suerte que yo no soy celosa. Y si lo quieres saber, si, mi padre es un amante maravilloso, y…
- ¡Julia, joder, lo habéis hecho!.
- Eso toca mañana. Ahora cállate y párteme el culo como tú sabes, capullo.
La noche acabó con cuatro personas muy satisfechas, dos parejas, o algo parecido, en curso de remozado y muchas preguntas pendientes de respuesta, al menos por lo que respecta a Carlos.
Nos pasamos la mañana recorriendo un sendero precioso. Nos lo había recomendado la mujer que nos atendió a la llegada. Andamos un montón, hablamos del campo, los pajaritos y las vistas. A cada pregunta de Carlos sobre las novedades en nuestras relaciones familiares, alguno de nosotros le respondía: ahora no toca, después de comer, lo aclararemos entre los cuatro.
Almorzamos en el único restaurante del pueblo cercano a la casa rural donde nos hospedábamos. Rústico, con comida sencilla, pero bien preparada y abundante, hecha con materias primas locales de calidad y mucho mimo. Decidimos hacer la sobremesa y tomar los cafés en casa. Papá preparó el café, yo saqué unas perrunillas caseras, una especie de galletas a base de manteca de cerdo, huevos, harina y azúcar, con un toque anisado, tradicionales de la zona. Las compramos el viernes por el camino. Mamá sacó una botella de cristal tallado de la alacena, medio llena de un líquido desconocido, de un tono oscuro azulado. Dormitamos en los sofás del salón un rato, mientras digeríamos el copioso almuerzo y los chupitos de hierbas con que acompañamos las perrunillas. Serían sobre las cinco cuando papá decidió que era hora de empezar a moverse:
- Vamos a darnos un baño, gandules. La piscinita es una maravilla y si ayer nos lo pasamos bien, hoy aún mejor. ¡Venga, venga!.
- Como quieras, Johan. Subimos a ponernos los albornoces.
- Déjalo Carlos. Abajo hay toallas.
Y así, sin oportunidad de réplica, papá se despelotó en medio de la sala, me ayudó a sacar las deportivas y los calcetines y me quitó los leggins y las bragas de una tacada. Entretanto, yo ya había dejado sobre el respaldo del sillón la camiseta térmica. Los dos desnudos, nos tomamos de la mano y cruzamos la puerta que llevaba a la piscina.
- A ver, Carlitos, ¿te he de explicar cómo se deshace la lazada de las zapatillas?. No, verdad. Pues quítate la ropa y acompañemos a esos despendolados. No sé a ti, pero a mí, ya me han puesto el chocho flojo.
- Pero, Laura, ¡Que es su padre!.
- Y yo su madre, no te jode. Anda, vamos. Crees saberlo todo y todavía tienes mucho que aprender, tontorrón.
Al traspasar la puerta, nos encontraron enganchados dentro del agua. Yo estaba de pie, apoyada en el borde y papá me la metía desde atrás, levantando oleaditas con el vaivén del mete-saca.
- Hola guapo, hola mamá. Venga, venid aquí para que podamos jugar todos.
- Laura, esto es…
- Maravilloso.
- Incesto.
- Palabras, sólo palabras. Anda, entierra los tabús como hemos hecho nosotros, ven conmigo y párteme el coño como tú sabes, capullo.
Mi madre se puso a mi lado, en la misma posición que yo. Carlos se situó detrás, pero con tantas sorpresas juntas, el cipote se le había quedado blandengue. Por suerte, papá no era un hombre remilgado. Lo tomó entre sus dedos y le aplicó todo su saber hacer, aunque eso provocó un desconcierto aún mayor en mi novio:
- Pero qué coño haces, Johan. Me estás haciendo una paja. ¡Que no soy maricón, tío!.
- Yo tampoco, yerno, pero con esa polla blanducha y replegada como un gusano, no vas a poder follarte a mi mujer. Ella se muere por que se la metas, así que sólo estoy ayudando a que sea feliz.
- ¡Estáis todos locos!.
Un poco locos, sí que estábamos y muy salidos, también. Lo cierto es que el pollón de Carlos iba tomando cuerpo a cada acometida de la mano de su suegro. Mi novio tiene el pene sin circuncidar, con un prepucio amplio que permite descapullar el champiñón sin problemas. Papá se lo subía y bajaba, a la vez que le acariciaba el habón con la yema del pulgar y los huevines con los dos dedos sobrantes. Con ese tratamiento dentro del agua calentita, pronto tuvo la tranca como una escarpia y pudo hacer el trabajo para el que la Naturaleza la había diseñado. Pasó las manos por bajo el torso de su suegra, la tomó por los hombros, apuntó y le llenó la papaya de cigala fresca.
Al vernos las dos ensartadas, giramos los rostros y nos besamos con nuestra mejor alma bollera. Carlos alucinaba, pero oyendo nuestros gemidos cargados de placer, algo hizo “click” en su cerebro. Hundió sus aprensiones y los tabús que le habían inculcado desde niño en el fondo de la piscina, arremetió con todo el coño de mamá y no se amilanó cuando papá le pidió dar una vuelta de tuerca más al despropósito que estábamos compartiendo.
- Carlos, úntate un par de dedos en el pote de lubricante que tienes ahí atrás y métemelos por detrás. Que te trabajen el ano mientras te follas a una diosa como Julia, te da un subidón que no veas. Una pasada, yerno. Yo te haré lo mismo, verás que bueno.
- Johan, yo…
- Calla y disfruta.
Y así fue la cosa. Cuando Carlos quiso darse cuenta, mi padre tenía el índice y el medio dándole duro por el culo, masajeándole la próstata desde dentro y proporcionándole un placer nuevo y brutal, que sumado al que recibía su cimbrel con las idas y venidas en el coño de la suegra, le llevaron al mejor orgasmo de su vida en pocos minutos. Al verlo, papá también quiso lo suyo:
- Vamos, flojo, dame duro. Yo también quiero correrme como tú en el coñito de tu novia.
- No puedo más, Johan, no puedo más. Me has dejado para el arrastre. Nunca había vivido algo así. Sois, somos, unos depravados, pero esto es maravilloso y no quiero perdérmelo por nada del mundo.
- Deja las palabras para después y méteme los dedos más adentro, joder.
- Yo le ayudo, papá.
Pasé la mano entre las piernas de mi padre y la puse como pude encima de la de Carlos. Le ayudé a llevar el ritmo que le gustaba a papá y de pasó, aproveché para acariciarle el escroto y la zona sensible del perineo. Con ese tratamiento, él aceleró las embestidas y los dos, con unas pulsaciones próximas a la taquicardia y rebufando de placer, nos corrimos como cerdos copulando. Mamá nos miraba, sin dejar de darse brillo a la pepitilla. Al parecer, no había tenido bastante con el polvazo que le había metido el yerno.
Nosotros tres nos quedamos unos instantes quietos, disfrutando de la relajación postcoital. Mamá seguía dándole a la matraca. Si seguía así, iba a dejarse el clítoris despellejado, pero por suerte le vino enseguida un orgasmo demoledor. En cuanto le bajaron los espasmos del clímax, nos tomó a cada uno de nosotros y nos comió la boca. Yo no quise ser menos e hice lo propio. Mi padre se encogió de hombros y primero a su mujer, luego a mí y finalmente a un Carlos desconcertado y apabullado a partes iguales, nos morreó con ganas. A mi novio, con repaso de nalgas incluido, ja, ja. Y el pater familias, quien si no, cerró el círculo:
- Bienvenido a la familia, Carlos.
Aprovechamos los postres para hablar de los planes que teníamos para los días que estaríamos juntas. Tenía muy claro que con mamá presionando para medrar por casa en bolas todo el día y Reme buscándola a cualquier hora con dudosas, o más bien bastante claras, intenciones, la pobre no acabaría su artículo ni queriendo. Así que le propuse a Reme irnos a la playa esa tarde y a descubrir mundo los dos días que nos quedaban. A mamá le sugerí que nos financiase la expedición.
A una le pareció muy bien y a la otra, no tanto. La primera me pasó una tarjeta dorada y el numerito para que sirviese para algo más que un trozo de plástico y la segunda, me arrancó la promesa de que las noches eran para mi madre y las mañanas mías. Esa noche pude cumplirlo, pero la siguiente no. Se ve que ella y mi madre se pasaron de frenada. En vez de dedicar una hora al folleteo, acabaron siendo tres muy largas. A la mañana siguiente Reme estaba para el arrastre y cuando me metí en la cama con ella, ronroneó como una gatita y me dijo: hoy no, guapa. No puedo, de verdad. Tu madre…
La dejé recuperándose en brazos de Morfeo y bajé a desayunar. Me encontré a mamá con ojeras y cara de poco dormir. Tenía un café sobre la mesa, intentando poner orden a sus papeles y sus ideas. Su discurso fue diferente, pero las razones, las mismas: Hija, llévate a Reme. Es una putita deliciosa, pero si sigue aquí, no voy a acabar el trabajo. Esa chica me pierde. Debes gozar mucho con ella, cariño. Después de la orgía de anoche, incluso puedo empezar a entender lo de tu padre y sus niñatas. Cuando se levante, iros donde queráis, pero largaos de aquí. Ya me devolverás la tarjeta en Madrid.
A media mañana apareció la putita. Cogí algo de comer para ella y me la llevé a la alberca. Nos bañamos, nos tumbamos y hablamos. Diez minutos más tarde, estábamos vistiéndonos y haciendo las maletas. Las cargamos en el coche. Me despedí de mi madre con un beso, me lo devolvió y me dio las gracias por “todo”. Con Reme la cosa no fue tan fácil. Nosotras estábamos vestidas, pero mamá no y ella lo aprovechó: más que besos, la sobó a conciencia, incluso intentó meterle un par de dedos por abajo. Mi madre la paró, la apartó y le dijo algo así como:
- Ahora no puedo, preciosa. Ya quedaremos. Estos días, tienes a mi hija y sabes que es tanto o más guarra que yo. Venga, iros de una puta vez y aprovechad para follar mucho, guapas.
Nos quedaban dos días y una noche, si queríamos llegar a Madrid el martes a última hora, tal como habíamos previsto. Decidimos dedicar la tarde a visitar Sevilla y el martes, ir subiendo despacito por la A4, visitando la Mezquita en Córdoba, y desviándonos para comer en Toledo con un amigo de Reme. Las visitas y el viaje, bien. El amigo de Toledo, una encerrona de Reme en toda regla, aunque todo hay que decirlo, el tío estaba para mojar pan.
La noche… intensa. No se me ocurrió otra cosa que llamar al mueblé que conocía mi padre y preguntar cuánto costaba pasar la noche, de doce a ocho de la mañana. Si a la de recepción le pareció raro que llamase una chica, no lo manifestó. Como el precio de la noche completa no era excesivo y no pagaba yo, reservé la suite “Decamerón”. Al decirle dónde pasaríamos la noche, lo primero que me preguntó es cómo era que conocía ese sitio. Se lo aclaré:
- Me trajo mi padre en verano.
Al oírme, frenó de golpe y por poco se nos estampa el coche de atrás. Después de aguantar las diatribas del conductor perjudicado, paró en el arcén.
- Supongo que es una broma, Julia.
- En absoluto, Reme.
- Eres un monstruo, tía. Y tu padre. Tu padre…
- Ja, ja. Eres tan cándida y susceptible, que contigo siempre me parto. Me encanta provocarte. Buscábamos un sitio donde papá pudiese ducharse y cambiarse de ropa, ponerse presentable, vamos, y como necesitábamos sólo media hora, fuimos a este picadero que cobran por horas. El muy cabrón, se ve que lo conocía porque hace tiempo había traído algún ligue.
- ¡Vete a tomar por culo, Julia!.
- Lo hago a menudo, guapa, y lo disfruto, como ni te imaginas.
Esa noche fue un desbarre total. En lugar de sentarnos en un restaurante a cenar, fuimos entrando en un bar tras otro de Triana. Tapita por aquí y cervecita o vinito por allá, llegamos alegres al “hotel”. Cuando vio la discreción con que te atendían, se echó a reír. La mujer de recepción era la misma de la otra vez y estoy segura de que me reconoció, aunque no dijo nada. Me debió tomar por puta ambidiestra porque, discretamente, me dijo en un aparte que la llamase otro día para hablar de las comisiones. Mamá pagó el polvo que hubiese querido disfrutar ella y el chico del parking, nos abrió la puerta del Decamerón.
Ya os conté que, a mí, esa decoración abigarrada, con espejitos por doquier, pinturas pseudoeróticas, camas con dosel de pacotilla y todo eso, no me va. Pero descubrí que a Reme le daba un morbazo del copón. Fue dejar las bolsas, desnudarnos y engancharnos. Ella llevó la batuta. No sé en qué pensaba, pero iba muy pasada de vueltas. Nos tendimos en la cama y durante más de una hora, hicimos casi todo lo que dos mujeres pueden hacer. Después de unos minutos de relax, nos metimos en la tina de burbujitas que tenían las suites y mientras disfrutábamos con el masaje de los borbotones de agua, me dijo que quería más y me dejó muy claro lo que deseaba.
Pedimos el dildo realista más grueso de la carta y un bote de lubricante. Pasé la tarjeta de crédito por el TPV que nos dejaron en el torno y al darle la vuelta, nos encontramos con un pollón de plástico violeta precintado y un bote negro que ponía “Eros Fisting Gel Ultrax 500 ml”. Yo creo que, cuando lo vio, se le encogieron los esfínteres del culo. Aunque esa noche la tía iba desatada, se lo pregunté una última vez:
- ¿Seguro?.
- Sí.
- Mira que no estás acostumbrada y te va a doler.
- Pase lo que pase, quiero que me lo metas hasta la empuñadura.
- Ya veremos. Estás como un cencerro, tía.
Supongo que tenéis claro lo que me había pedido. Aún no sé cómo, pero tras media hora de dilatación pausada y cuidadosa, acabé por endiñarle la tranca esa por el culo. Hasta la empuñadura, como me exigió. No era de un grueso exagerado, pero para un ano no iniciado, fue todo un reto. A pesar del lubricante especial con efecto sedante y relajante, sé que al principio le dolió. Cuando la cabezota superó los anillos del esfínter, la cosa mejoró y Reme empezó a frotarse el higo como si no hubiese un mañana. Al poco rato, se dedicó únicamente a dedearse el clítoris y me pidió que le metiera un par o tres de dedos en la raja, tan adentro como pudiese. Lo hice, aunque compaginar el mete-saca del cacharro de atrás con el trabajo digital en la vagina, no fue cosa fácil.
Reme no es de esas que cuando nos corremos de verdad, soltamos un río de flujo, pero esa noche, le vino un orgasmo tan fuerte, que eyaculó una cascada de mocos. Dejó las sábanas empapadas con lo que le salió del coño. La tía se vino de tal forma, que parecía que tuviese un ataque epiléptico. El cuerpo le vibraba con fuertes estertores, mientras gritaba su placer a los cuatro vientos. Nunca había compartido nada igual. Creo que, viéndola, me aligeré patas abajo sin darme cuenta.
La dejé descansar un ratito y la llevé de nuevo a la tina de hidromasaje. Seguía como ida de este mundo y tuve que ser yo quien la lavase y le aplicase generosamente crema hidratante en sus sufridas mucosas. Encendí las burbujas y nos quedamos relajándonos en la bañera. Poco después, yo salí para adecentar un poco la cama, porque en esa pocilga no podíamos dormir. A elle la dejé en remojo, amodorrada y con una cara de felicidad que lo perdonaba todo. La sábana estaba algo más que húmeda y tenía lamparones de mierda y restos de lubricante por doquier. Es lo que suele pasar si no te preparas la puerta de atrás como corresponde, no pones un protector y encima te dan duro.
Puse la encimera de bajera y cogí un edredón que había en el armario para cubrirnos. Ayudé a salir a Reme del jacuzzi, la sequé con mimo y nos metimos en la cama. Me miró cariñosamente y a pesar de que no podía con su alma, no se le ocurrió otra cosa que decirme:
- Me has hecho tocar el cielo, cariño. ¿Quieres que te lo coma?.
- Son casi las cuatro de la madrigada, loca. Estás para el arrastre y nos hemos de ir a las ocho. Ya me demostrarás lo que sabes otro día. Además, con lo de antes, me he quedado muy bien, golfa.
- Como quieras, pero lo de esta noche, tenemos que repetirlo. Oye, ¿puedo llevarme el juguetito y lo que queda del potingue?.
Le contesté que era todo suyo, porque esas cosas no se podían devolver, pero no me oyó: estaba durmiendo a pierna suelta. Puse la alarma del móvil a las ocho menos cuarto y caí también en brazos de Morfeo. ¡Menuda nochecita!.
La mañana siguiente nos despertamos con el sonido del móvil. Nos lavamos la cara como los gatos, nos vestimos y llamamos para decir que nos marchábamos. Cuando íbamos a tomar el ascensor al parking, apareció la omnipresente mujer de la recepción. Me apartó de Reme sutilmente y me susurró: Ayer oí desde mi habitación cómo chillaba tu clienta. Si eres capaz de satisfacer a un hombre en veinte minutos y matar de placer a una mujer de esa manera, debes ser muy buena. Ven a verme y no te arrepentirás. Hay parejas muy pudientes que pagarían lo que fuese para compartir la cama con alguien como tú. Me puso en la mano un papelito con su teléfono personal, yo le di las gracias y el valet nos acompañó al coche. Mira por dónde, ya tenía una oferta de curro antes de acabar el grado.
Dejé a Reme en su casa y conduje hasta el parking de mis padres. Subí a casa, cené lo que me había dejado preparado Jaira en la nevera y me acosté. Me costó dormirme en esa cama tan grande sin papá. Le daba vueltas a lo hablado con mi madre, a lo vivido esos días con ella y Reme, a mi relación con papá, a la de Carlos con mamá e incluso a si me apetecía o no ver de nuevo a mi ex, a pesar de lo que me había hecho. Al fin conseguí conciliar el sueño, pero una hora antes de que sonara el despertador, me desperté sudada, soñando que mi madre me metía por el culo un rabo enorme de silicona y yo me corría como una cerda, una y otra vez.
Salí de la cama, me duché y aproveché el chorro de la alcachofa para hacerme un dedo y relajarme un poco, pero no hubo manera. En lugar de darme placer, por más que me frotase el clítoris, lo único que conseguía era un dolor desagradecido. Cabreada conmigo misma, desayuné lo que encontré y hui hacia la parada del metro que cogía cada día para ir a la universidad. Las clases pasaron como si yo no estuviera sentada en el banco del aula. Si me preguntáis que asignaturas tuve ese miércoles, no sabría contestaros. Estuve toda la mañana dándole vueltas al tarro, pensando en cómo acabaría mi familia después de los despropósitos de unos y otros y, sobre todo, en qué se convertiría mi vida si hacía caso a lo que me pedía mi subconsciente.
Volví a casa como una zombi. Me preparé unas fajitas y me senté delante del televisor. Puse un capítulo de la serie Peaky Blinders en versión original. Tengo un excelente nivel de inglés, pero tenía que poner toda mi atención para entender el retorcido slang que usan. Así, no quedaba espacio en mi cerebro para seguir obsesionándome con lo que estaba viviendo. Acabé viendo dos. Al levantarme del sofá recordé que aún tenía la tarjeta de mi madre. La llamé para quedar y devolvérsela. La conversación fue un tanto surrealista:
- Hola Julia, que tal. ¿Oye, qué habéis hecho estos dos días Reme y tú?. Seguro que tienes el chichi contento, no como yo.
- Ya será menos, mamá.
- Lo que yo te diga, nena. Ayer llegué muy tarde, por los atascos del puente, y me encontré a Carlos hecho mierda. Había aprovechado esos cuatro días para ir a hacer un trozo del Camino de Santiago con unos amigotes y llegó destrozado. Así que me quedé sin polvo de bienvenida. Para acabarlo de estropear, cuando me he levantado esta mañana, el muy gilipollas se había ido sin ni tan solo despertarme para un apaño de emergencia. Estoy que me subo por las paredes, hija.
- Seguro que ya le has sacado brillo a la chirla, así que no me llores. Te llamaba para ver cómo quedamos para devolverte la tarjeta. He sido buena y no la he dejado demasiado tiesa.
- Ya lo he visto, aunque no sé qué carai has comprado, porque sale el nombre de una empresa muy rara. Ya me contarás. Si te parece, vengo a vuestra casa mañana a media tarde, me la devuelves y aprovechamos para hablar de nuestras cosas mientras merendamos. Yo traigo unas porras y tú pones el chocolate.
- Vale. ¿A las cinco te va bien?.
- Perfecto, cariño. Por cierto, ¿puedes darme el teléfono de Reme?.
- ¡Eres la ostia, mamá!. Mañana hablamos y te lo doy. Adiós y procura que hoy Carlos te deje el coño satisfecho. Y ya puestos, también el ojete, que tú eres mucha mujer.
- ¡Esa es mi niña!. Un beso, guapa.
Pasé otra noche de sueños oníricos, a medio camino entre el erotismo transgresor y el desvarío exacerbado. Al levantarme, di gracias a que mi padre llegaba el sábado y podría compartir con él mis neuras y el miedo que me daba aflorar mis deseos más íntimos.
Los jueves no tengo clase a primera hora y esperé a Jaira. Esa es peor que mi madre y me sometió a un interrogatorio de tercer grado. Me quedé en mis cuitas con Reme y poco más, aunque creo que cuando le comenté que nos encontramos a mi madre en Mazagón, sospechó que había alguna cosa más o al menos, algo rondaba por mi cabecita. Jaira es una tía muy intuitiva, a veces incluso parece que sabe cosas que van más allá de lo que vemos los demás. Tal vez sea porque es la sobrina de un santero caribeño de la Regla de Ocha. El caso es que, cuando acabamos la conversación, me miró a los ojos y con una mirada penetrante, casi hipnótica, me dijo:
- Mi niña, sólo se vive una vez. Tienes un don. Debes usarlo para hacer felices a tus seres más queridos y recibirás multiplicado por diez todo lo que les des. Sé tú misma y olvídate de lo que puedan pensar los demás. Tu corazón te marcará el camino.
Me dejó tan impactada, que sólo puede despedirme con un triste “adiós”. Salí escopeteada hacia la uni y pasé otra mañana en blanco, con el cuerpo sentado en el banco de un aula y la mente dando vueltas en un laberinto, del que era incapaz de encontrar la salida. Al acabar las clases, me fui a comer al bar de la facultad con unos compañeros. No quería estar sola en casa comiéndome el tarro. Llegué a casa poco antes de las cinco, me quité lo que llevaba y me puse una camiseta larga, con dos símbolos de Venus entrelazados, que me había regalado mi madre hacía un par de años. Un cuarto de hora más tarde entró ella con su propia llave.
- Hola, Julia. Ya he llegado. Mira qué traigo. Son del churrero del mercado de San Miguel. ¡Buenísimas!.
- Podías haber llamado a la puerta, mamá.
- ¿En nuestra casa?. Anda, ven y dame un beso, cariño.
Mira tú por dónde, ahora ya era nuestra casa. La besé como una buena hija, pero ella me devolvió un pico intenso y no pude contenerme sin devolvérselo, corregido y aumentado. Traje dos servicios y una jarra con chocolate humeante, junto a una bandejita para las porras “buenísimas” y nos instalamos en el sofá de la sala.
Nos íbamos comiendo las porras mojadas en el chocolate, mientras comentábamos chorradas intrascendentes de alguna celebritie, lo buenorro que estaba ese o aquel o los cambios de pareja interesados de alguna o algún famosillo patrio. Cuando nos cansamos de destripar a gente que no conocíamos, pasamos a algo más cercano. Me tomó de las manos y empezó a hablar:
- Cariño, te he de confesar que, aparte de escribir el artículo, esos días en el chalé me han servido para darme cuenta de que necesito a papá. No son sólo las ganas de echar un polvo, te lo juro.
- Lo sé, mamá. Ya me lo dijiste la noche en que te presté a Reme, ¿Te acuerdas?. Pero ¿y Carlos?.
- No me hables de esa noche, me da mucha vergüenza. Iba muy salida y no sé si lo hice porque estaba cachonda a parir o por despecho. Aunque tu amiga folla de maravilla. Me dejó como nueva. No sé contigo, pero tiene una lengua…
- ¡Mamá!. Te doy su teléfono y os apañáis, ella también habla maravillas de ti. Pero ¿y Carlos?.
- Carlos, Carlos…
- No me veo teniendo nada con mi ex, pero tampoco quiero que acabe como un trapo arrugado en tus manos, mamá.
- ¿Seguro, hija?. Mira que te conozco como si te hubiese parido y cuando hablas de él… A mí, como amante, o follamigo, como lo llamáis ahora, me valdría. Siempre que a ti te pareciese bien, claro.
- No me parece ni bien, ni mal. Tengo sentimientos encontrados con respecto a Carlos. Lo que sí sé es que saber que te lo estas tirando me excita. Debo ser muy pervertida, mamá.
- Pues anda que yo… Y tu padre…
- De él quiero hablarte. Si os reconciliáis, ¿qué será de mí?, porque si a él le parece bien, yo quiero seguir con él como pareja, al menos pareja de cama. ¿Cómo lo ves?.
- Bien, muy bien. Lo compartimos como amante y, además, yo me lo quedo de marido y tu de padre. Creo que ahora le llaman poliamor, aunque en nuestro caso será un poco más retorcido de lo que ya lo es de por sí. Encima, tú y yo, bolleras a tiempo parcial. ¡Menuda familia!.
- ¡Mamá!, anda ven aquí.
La tomé de la cintura, la atraje hacia mí y la besé como esa noche en Mazagón. Fue un beso largo, cargado de lascivia, buscando algo más. Y lo encontré. Mi madre me quitó la camiseta y pasó la mano sobre mi piel desnuda, despacio, tomándome los pechos, acariciándome los costados, las nalgas, sin apartar sus labios de los míos. Me resiguió la espalda, bajó a los muslos y cuando llevó sus manos a la cara interna, paró, me miró y dijo unas palabras que acabarían por enseñarme el camino hacia la solución de nuestro impúdico rompecabezas:
- Vamos a la cama de arriba, mi niña.
Lo que vivimos esa noche mi madre y yo, fue maravilloso. Sexo, sí, mucho y del bueno, pero amor y confianza sin concesiones, también. Me ocurrió algo que nunca hubiese pensado que fuese posible: la vi como madre y como la mejor de las amantes. No puedo explicarlo y menos si añadimos mi relación con papá. ¡Qué locura, por Dios!. Pero a pesar de ello, por primera vez desde el día en que mi padre y yo llegamos de Sevilla al chalé y nos encontramos el percal de Carlos y mamá, me sentía en paz conmigo y con el mundo y veía a papá, mamá y yo de nuevo como una familia. Bastante poco convencional, pero intuía que feliz.
Pasadas las nueve, mamá me dijo que era hora de irse. No quería hacer esperar a Carlos más de la cuenta y, además, le necesitaba. Entendámonos, le apetecía follar con él para rematar la noche. No sé ni cómo, ni por qué, pero eso, en lugar de ponerme celosa o molestarme, me alegró. Se duchó, se vistió, me comió la boca y se encaminó a la puerta. Iba a pasarme un agua para quitarme el sudor y lo otro, ya me entendéis, pero antes tuve que correr a llamarla:
- Mamá, mamá, te olvidas la tarjeta de crédito.
Nuestra vida familiar volvió a sus cauces con la llegada de papá, si lo que ocurría en casa podía entenderse como tal. Mi padre y yo seguíamos comportándonos en la cama como una fogosa pareja, pero una o dos veces a la semana él y mi madre quedaban en casa cuando yo no estaba o en la de algún amigo o amiga discreta. El que ponía la cama, pensaba que él o ella, según de quien fuese el amigo, tenía un ligue. Porque, para poner más salsa al guiso, no habían dicho a nadie que se hubiesen separado.
En medio de todo este fregado, empecé a entenderme esporádicamente con mi madre. El sexo con ella, más allá de un placer diferente y brutal, me aportaba paz espiritual, no sé cómo decirlo, era el eslabón que cerraba el círculo. Como no quería ocultarle nada a mi padre, le había contado lo vivido con ella el jueves antes de su llegada y añadí que creía que nos seguiríamos pegando algún que otro revolcón de tanto en tanto. Al oírme, se echó a reír y me dijo que disfrutase mucho con ella y que la cuidase, porque era una gran mujer. La guinda llegó al final: Mamá se lo había explicado por teléfono aquella misma noche.
Carlos era el pagafantas de la historia. Mi madre no le había contado nada: ni que volvía a acostarse con su marido, ni que también lo hacía con su exnovia e hija. Me daba un poco de lástima, pero qué coño, se lo tenía merecido.
Nuestro triángulo filio-sexual continuó estable todo octubre. Era algo poco habitual, fuera de cualquier norma social, lascivo, algunos diréis que degenerado, pero los tres nos encontrábamos muy cómodos y unidos, en paz con la humanidad y con nosotros. Ese equilibrio duró hasta que me encontré con Carlos en un acto profesional, el martes después del fin de semana largo de Todos los Santos. Nos saludamos, hablamos, quedamos para comer, anulamos los compromisos de la tarde y acabamos follando en un hotel. El sexo con él fue mucho mejor que antes, se notaba lo que le había enseñado mi madre. Después de su primera corrida, se le bajó un poco, pero a los cinco minutos volvía a tener el garrote duro como un fierro. ¡Qué maravilla!. Me empezó a explicar cómo mamá le había enseñado la técnica de… Le paré en seco. Eso podía explicármelo otro día, pero el que me diese por el culo, no podía esperar.
Quedé con mi ex un par de días más. Follamos por los descosidos. Gocé un montón, porque si antes ya se apañaba bien, mi madre lo había convertido en un amante excelso. Pero también habló. Me pidió perdón por su vergonzoso robo de información y por aprovecharse de su suegra en un momento de debilidad. Valoró el futuro de lo nuestro y del suyo con mi madre. Ese día, yo no le dije nada de la relación, digamos atípica, por no decir incestuosa, que mantenía con mis padres, ni que su pareja volvía a acostarse con su marido, pero tuve muy claro que era hora de poner las cartas sobre la mesa por lo que respecta a Carlos y nosotros tres.
Tenía muy claro que debía contárselo a mis padres el primer día que nos viésemos los tres juntos. No tuve que esperar mucho. Mamá me llamó la mañana siguiente, antes de que saliese para la universidad. Me pidió si iba a estar en casa por la tarde. Le debía picar el chichi y le podía el ramalazo marital, así que quería quedar con papá para destrozar nuestra cama. Le dije que vendría a comer, pero a las seis ya estaría fuera porque había quedado. Se despidió con un gracias, cariño, te quiero mucho y colgó.
Mientras hablaba con ella, ya había decidido que esa tarde aparecería por casa antes de que entrasen en faena y les contaría lo que había pasado entre mi ex y yo. También quería discutir cómo encauzarlo dentro de nuestra especial cosmovisión de la familia. Ese día me fui a clase feliz al saber que por la tarde compartiría con mis padres el último secretillo que aún flotaba entre nosotros.
Después de comer, esperé a que llegase papá y me despedí de él afectuosamente, como siempre. No pude irme sin recordarle que, aunque tenía que dejar contenta a mamá, guardase algo para mí y, sobre todo, que no cambiase las sábanas después de la maratón sexual. Meterme en nuestra cama impregnada con el olorcillo a sexo y más aún, con el del cuerpo de mamá, ya sabéis que me pone burra. Había quedado una horita con Alfonso, un compañero de clase, para repasar en un bareto cercano unos temas de macroeconomía con mucha matemática que se me atragantaban. Calculé que a las cinco y media habríamos acabado y volviendo a paso de tortuga, llegaría a las seis a casa, justo la hora a la que había quedado mamá.
Entré en casa con puntualidad británica. No me encontré a nadie en la sala, pero de nuestra habitación, la grande que daba a la calle, salían bufidos y gemidos inconfundibles. Me acerqué y encontré la puesta abierta de par en par. Miré y vi a mis padres enganchados, follando como macacos en celo. Mamá estaba tendida de espaldas, con las piernas dobladas hacia arriba, cogidas por detrás de las rodillas, con un par de cojines bajo el lomo, para facilitar que papá le metiese la polla hasta lo más hondo. En esa postura, ella exponía sin cortapisas sus dos agujeros y él parecía disfrutar viendo lo guarra que era su mujer. Yo creo que se relamía pensando que cuando acabase con el de delante, iba a dejarle el más oscuro relleno como un buñuelo de crema.
Mi padre no podía verme y mi madre, abstraída en dar y recibir placer a espuertas, debía tener todos sentidos concentrados en el coño, porque si me vio, no se enteró. Verlos follar con esa compenetración y alegría, me aguó el chocho. No sé si se me cruzaron los cables o sencillamente, hice lo obvio, pero me quité la ropa, recorrí los pocos metros que me separaban de la cama, me arrodillé detrás de mi padre, le tomé por la cadera y le hundí la lengua en el culo.
Él se dio la vuelta, sorprendido. Mamá, fue mucho más explícita:
- Bienvenida, hija. Únete a nosotros. Sabía que esto pasaría algún día. No me esperaba que fuese tan pronto, pero nos alegramos mucho de que sea hoy, preciosa. ¿Verdad, Johan?.
- Familia que folla unida, siempre permanece unida, cariño.
No hubo más palabras, al menos inteligibles o más allá de las necesarias para poner orden en el terceto más impúdico del barrio. Nos pasamos un buen rato copulando sin freno. En mi caso, no sé si me vino un orgasmo continuo o uno detrás de otro, de cualquier modo, fue brutal. Lo de mi madre es de otro mundo, le vienen muchos seguidos y nadie tiene dudas de que se corre como una leona, porque a cada espasmo, grita como una soprano en el punto álgido del aria. Sabéis que mi padre es un hombre planificador y ordenado, así que se contuvo, dándonos a una y la otra con el ariete, hasta que no pudimos absorber más placer. Entonces nos pidió que juntásemos nuestras tetas, se vació sobre las cuatro y las lamió hasta dejarlas impolutas. El pobre es un poco guarrete, pero es un cielo y se lo compensamos con el besote más puerco que supimos darle.
Nos duchamos los tres juntitos entre arrumacos, cenamos picoteando lo que encontramos en la nevera y decidimos que esa noche era nuestra. Mi madre llamó a Carlos para decirle que no vendría a dormir a casa, porque se quedaría en la de una pareja amiga. Carlos le preguntó qué pensaba hacer con ellos y ella se lo dijo sin anestesia: follar, guapetón. Esa noche rompimos todos los tabús y acabamos desechos, pero muy felices y sexualmente satisfechos. Fue un no parar, parecía que teníamos que probarlo todo, como si el mundo se acabase a la mañana siguiente.
Nos despertamos antes de nuestra hora habitual con resaca, pero no de alcohol, sino de sexo. Al vernos los tres desnudos, revueltos en la cama y pringosos, nos echamos a reír y decidimos que después de asearnos y desayunar, teníamos que hablar sin falta.
Cuando a las ocho llegó Jaira, nos encontró sentados en la mesa de la cocina hablando distendidamente de nuestro futuro, como una familia normal. Lo que no era normal era lo que decíamos y lo que pretendíamos hacer. De entrada, me había sincerado con mis padres sobre los últimos acontecimientos entre Carlos y yo. Mi madre tenía muy claro que iba a pasar y me lo hizo saber desde el primer momento con un “ya era hora, cariño” que me supo a la predicción de una bruja. Mi padre no dijo nada, creo que el desmadre de sus mujeres, a veces, le sobre pasaba y necesitaba un tiempo para digerirlo.
Cuando estábamos hablando sobre cómo le diríamos a Carlos lo que estábamos viviendo en nuestra familia y evaluando lo que podía pasar, entró Jaira con un ovillo de ropa para lavar.
- Mira que llegáis a ser guarros en esta casa. Habéis dejado las sábanas hechas un desastre y las cambié anteayer. Como sigáis follando con ese ímpetu, la factura de la luz os va a dejar tiesos, y más a los precios que está ahora. Por lo menos lo habéis disfrutado, porque os veo una carita muy satisfecha a los tres.
- Jaira, nosotros…
- No me digas nada, Laura. Lo que has de hacer es volver a casa y vivir vuestro amor con alegría. Ya se lo dije a tu hija no hace mucho: sólo se vive una vez. Venga, seguid con lo vuestro que tenéis mucho de que hablar y yo he de poner la lavadora.
Estuvimos más de una hora dándole vueltas a nuestra situación y al final vimos que lo más conveniente era quedar un fin de semana los tres con Carlos y poner las cartas sobre la mesa, sin ocultar nada. Si aceptaba la propuesta que acabábamos de hilvanar, viviríamos como una familia poliamorosa y creo que muy feliz y, eso sí, bien follada. Si no, ya teníamos decidido hacer nuestra vida los tres y que pasase lo que tuviese que pasar.
Yo me perdí mi primera clase, mi madre tuvo que volver a agendar una sesión de revisión de tesis con uno de sus pupilos y papá llegó tarde al despacho, pero todos contentos, por la noche que habíamos compartido y por haber orientado nuestras vidas, al menos por un tiempo.
El viernes pasado Pilar, la secretaria de mi padre, buscó una casa rural que cumpliese con las indicaciones que le había dado el jefe. Se ve que no fue fácil, pero Pilar es un sol y muy apañada. Encontró una antigua casa de ingenieros que construyó una hidroeléctrica engullida por el oligopolio dominante en la zona. Estaba perdida en los montes de Ávila y la habían reconvertido en casa rural de lujo. Sobraban habitaciones y no era barata, pero tenía lo que le había pedido papá: Intimidad, alguna habitación con cama king size, buena calefacción y un jacuzzi grande o piscina calefactada.
Mamá convenció a Carlos para irse a pasar este fin de semana a una casa rural preciosa que había encontrado. A pesar de los celos por la noche que acababa de compartir con la pareja amiga, no le costó mucho. A Carlos le pierde el nabo y una fin de semana follando en plena naturaleza con mamá, era un caramelito muy dulce. Salieron de Madrid después de comer y se perdieron un par de veces por las carreteritas del valle del Tiétar. Finalmente tomaron un camino de tierra apisonada y llegaron a la casa. Entonces vino la sorpresa:
- Cielo, ¿no es ese el coche de Johan?.
- Si, cariño, también han venido Julia y mi marido.
- ¿Tu marido?. ¿Así le llamas?.
- Claro, tontorrón. Anda, coge la maleta y ven conmigo. Verás como nos lo pasamos muy bien.
- Pero…
Al entrar, besé a Carlos en los labios delante de papá y mamá, como hacía cuando éramos novios. Después di el mismo tratamiento a mi madre y ella morreó a su maridito con ganas, mirando a Carlos de refilón con una sonrisa socarrona. Mi padre le recibió con una decidida encajada y un cálido abrazo. El pobre Carlitos, estaba tan desubicado como un delfín en el desierto de Atacama. Y la cosa fue a más cuando papá nos indicó las habitaciones:
- Venga, chicos, dejad las cosas en vuestra habitación. Y tú, Laura, coge lo tuyo que lo pondremos en la nuestra.
- Pero, Johan, ahora Laura y yo…
- Pero si te estás follando a nuestra hija, cabrón. No me seas tocapelotas. Hoy compartes cama con ella. Mañana… será otro día, ja, ja.
- Venga, Carlos. No te hagas el estrecho y deja que esta noche la empotre su marido, como en los viejos tiempos. Además, tú y yo tenemos muchas cositas pendientes.
Mi padre y yo sabíamos cómo iría la cosa y habíamos traído dos bolsas, pero ellos dos lo tenían todo en una, porque mamá no había querido despertar suspicacias. Separaron la ropa en medio del salón y cada pareja subió a la habitación asignada. Todas eran magníficas, pero la cama de la nuestra era la mayor de todas, por algo había sido yo la que hizo el reparto al llegar.
Dejamos lo poco que traíamos en el armario, me desnudé y le invité a hacer lo propio. Carlos estaba ido. Yo creo que no sabía si coger el coche y largarse, o quedarse para ver en qué acababa todo en esa familia de locos. Tuve que ayudarle a aterrizar:
- Venga, Carlos, ponte el albornoz que tienes ahí colgado y bajemos. Hay una piscina de la ostia, calentita y coquetona. Vamos, cariño.
Nos encontramos en la sala principal. Estaba presidida por una gran chimenea, en la que crepitaba un fuego muy acogedor. Lo había encendido la mujer que entregaba las llaves y enseñaba la casa. Bajando unos escalones ocultos por una puerta a la derecha del hogar, había una estancia con una piscinita ovalada bajo una bóveda de ladrillo, con el agua humeante. Cuando la vimos con papá, nos emocionamos. Era una pasada. ¡Lo que podía pasar allí dentro!.
- ¿Qué, nos damos un baño antes cenar, Carlos?.
- Como queráis, Johan. ¿Cabremos los cuatro?.
- Pues claro, ya verás, no es muy grande, pero es una preciosidad. Venga, bajad.
Cuando llegamos a la cámara, colgamos los albornoces y nos metimos en el agua. Estaba realmente caliente, pero la sensación era agradable. La piscina no tenía más de un metro de agua y exceptuando la parte que ocupaban los escalones, rodeaba toda la pared interior un saliente a modo de banco corrido. Supongo que tenía algún sistema de filtrado, pero debía ser muy sutil, porque la superficie permanecía lisa y, gracias a las luces que había bajo el agua y lo transparente que era, se veía todo, hasta el fondo. Los juegos de colores que producían las teselas del gresite que la recubría y la música zen relajante que salía de no se dónde, le añadían un toque muy sensual.
Carlos y yo nos sentamos juntos, frente a mis padres. Unos y otros permanecíamos quietos y en silencio, supongo que reflexionando sobre lo que se nos venía encima. Llegó un momento en que yo no pude soportar la pulsión lúbrica por más tiempo. Tomé el rostro de Carlos, lo giré, y empecé por comerle la boca. Eso no era suficiente, quería que mis padres participasen de alguna forma en nuestra relación, pero como habíamos pactado entre los tres que el viernes era el día de las parejas originales, me conformé con que vieran cómo me lo trincaba allí, delante de ellos dos. Le tomé el cipote con la mano y empecé a hacerle un pajote, sin apartar la vista de los ojos de mi madre.
Carlos, sofocado, intentó retirarme la mano de su pollón, pero por ahí yo no pasaba: aunque me gustase compartirlo, eso también seguía siendo mío. Con la mano que tenía libre, tomé una de la suyas y se la puse sobre mis pechos. El muy idiota seguía teniendo dudas y tuve que estimularle. Si no le iba la zanahoria, le daría palo. Le comí la oreja y aproveché para soltarle por lo bajín:
- Tío, o me follas aquí y ahora, delante de mis padres, o mi madre y yo te enviamos a tomar por culo de por vida. ¿Entiendes?.
No hay nada como amenazar a un tío con cerrarse de patas para llevarle al huerto. Empezó a acariciarme, yo seguí dándole a la matraca y la cosa creció y creció. Me lo ensarté sentada de espaldas y cuando quiso darse cuenta, me llenaba la panocha. Tal como iba perforándome las entrañas, se oían una especie de pedetes, sin cola ni olor, al avanzar el ariete y desplazar el agua de la vagina. Mi madre se reía, sin dejar de mirar a Carlos con una media sonrisa, cargada de lascivia.
Cuando mi exnovio, ese día tal vez ya no tan ex, me tomo los pezones con ambas manos, mi madre montó a papá sin compasión. Él la acompañó, sonriéndome con ternura. Iniciaron un vaivén cadencioso, con una coordinación sólo al abasto de los muy experimentados. Las manos corrían de cuello y pezones, al clítoris y la parte alta de nuestras rajas. Parecía que nuestras parejas competían a ver quién era más macho y hacía correr antes y daba más placer a su montura. ¡Hombres!. Al final, pasó lo inevitable: nosotras disfrutamos uno, dos y tres orgasmos. Ellos se vaciaron entre el primero y el segundo y tuvieron que regalarnos el último a base de dedo.
Desenvainé el carajo la primera, me acerqué a mis padres y les di a uno y otra un morreo de aquí te espero. No tuve bastante con ello y mientras seguía comiéndoles los morros, magreé la delantera y el chumino materno, ayudé a sacar el pene de papá y aunque lo tuviese en horas bajas, le di un buen repaso. Carlos estaba alucinando y tuve que ir a reconfortarlo:
- Ves, así todo queda en familia, cariño.
Cenamos una crema de puerros y calabaza, tortilla de berenjenas y ajos tiernos, acompañada de ensalada y unos flanes riquísimos. Lo había preparado todo Jaira por la mañana. Tuvo que quedarse un rato más para acabarlo, pero se negó a cobrar el tiempo extra. Este sábado y domingo, vais a reconciliar vuestros cuerpos con vuestros espíritus. Eso es motivo de gran alegría y quiero aportar mi granito de arena a la fiesta, nos dijo. Esa noche, Carlos y papá descubrieron que debió aportar otros granos que no eran de arena, aunque más que a la fiesta, fue a la crema de verduras. Rindieron como nunca creyeron posible, sin saber de dónde les venía tanta energía. No voy a desvelaros los secretos de las pócimas ancestrales caribeñas de Jaira. Más que nada, porque no tengo ni repajolera idea, así que aquí lo dejo.
Después de cenar, sentados formalitos frente al fuego, vimos una peli de James Bond para pasar el rato y distender el ambiente con esa mezcla de acción trepidante, cinismo y machismo concentrado a raudales. Cuando acabó, nos aseamos y subimos a las habitaciones. Mamá y yo, habíamos acordado dejar las puertas abiertas para escuchar que hacía la otra pareja. Se ve que, a ella, oír las corridas de Carlos, le daba un morbazo de copón. ¡Qué más me quedaba por descubrir de mi madre!.
Esa noche Carlos y yo tuvimos sexo. Mucho y del bueno, sí, pero recordé la primera vez con mi padre y quise que el reencuentro con mi novio fuese algo parecido: Mas hacer el amor y menos follar por el puro placer del sexo, no sé si me entendéis. Con papá funcionó. Primero nos pegamos un polvazo brutal, pero cariñoso, cuidando más el placer del otro que el de uno mismo. Nos relajamos y estuvimos hablando un buen rato. Cuando me preguntaba por la convivencia con mi padre o como es que besaba “así” a mis padres, le respondía con un “mañana, cariño” y le daba un chupetón a la punta del ciruelo. Eso no contestaba a su pregunta, pero llevaba la conversación por otros derroteros.
Por fin, entramos en terrenos muy nuestros: dónde y cómo veíamos nuestro futuro después de lo que habíamos vivido uno y otro desde el verano. Íbamos a entrar en el papel que jugaría mi familia, en especial mamá, pero tuvimos que hacer un alto: Mi madre chillaba como una loca su placer a los cuatro vientos. Carlos debió rememorar polvos pasados y no se le ocurrió otra cosa que comparar:
- Tu padre debe ser un fiera follando. Conmigo tu madre no chilla tanto y eso que yo…
- Te acabas de tirar a la hija y me pasas por la cara tus polvos con la madre. Eres un desconsiderado, Carlos. Suerte que yo no soy celosa. Y si lo quieres saber, si, mi padre es un amante maravilloso, y…
- ¡Julia, joder, lo habéis hecho!.
- Eso toca mañana. Ahora cállate y párteme el culo como tú sabes, capullo.
La noche acabó con cuatro personas muy satisfechas, dos parejas, o algo parecido, en curso de remozado y muchas preguntas pendientes de respuesta, al menos por lo que respecta a Carlos.
Nos pasamos la mañana recorriendo un sendero precioso. Nos lo había recomendado la mujer que nos atendió a la llegada. Andamos un montón, hablamos del campo, los pajaritos y las vistas. A cada pregunta de Carlos sobre las novedades en nuestras relaciones familiares, alguno de nosotros le respondía: ahora no toca, después de comer, lo aclararemos entre los cuatro.
Almorzamos en el único restaurante del pueblo cercano a la casa rural donde nos hospedábamos. Rústico, con comida sencilla, pero bien preparada y abundante, hecha con materias primas locales de calidad y mucho mimo. Decidimos hacer la sobremesa y tomar los cafés en casa. Papá preparó el café, yo saqué unas perrunillas caseras, una especie de galletas a base de manteca de cerdo, huevos, harina y azúcar, con un toque anisado, tradicionales de la zona. Las compramos el viernes por el camino. Mamá sacó una botella de cristal tallado de la alacena, medio llena de un líquido desconocido, de un tono oscuro azulado. Dormitamos en los sofás del salón un rato, mientras digeríamos el copioso almuerzo y los chupitos de hierbas con que acompañamos las perrunillas. Serían sobre las cinco cuando papá decidió que era hora de empezar a moverse:
- Vamos a darnos un baño, gandules. La piscinita es una maravilla y si ayer nos lo pasamos bien, hoy aún mejor. ¡Venga, venga!.
- Como quieras, Johan. Subimos a ponernos los albornoces.
- Déjalo Carlos. Abajo hay toallas.
Y así, sin oportunidad de réplica, papá se despelotó en medio de la sala, me ayudó a sacar las deportivas y los calcetines y me quitó los leggins y las bragas de una tacada. Entretanto, yo ya había dejado sobre el respaldo del sillón la camiseta térmica. Los dos desnudos, nos tomamos de la mano y cruzamos la puerta que llevaba a la piscina.
- A ver, Carlitos, ¿te he de explicar cómo se deshace la lazada de las zapatillas?. No, verdad. Pues quítate la ropa y acompañemos a esos despendolados. No sé a ti, pero a mí, ya me han puesto el chocho flojo.
- Pero, Laura, ¡Que es su padre!.
- Y yo su madre, no te jode. Anda, vamos. Crees saberlo todo y todavía tienes mucho que aprender, tontorrón.
Al traspasar la puerta, nos encontraron enganchados dentro del agua. Yo estaba de pie, apoyada en el borde y papá me la metía desde atrás, levantando oleaditas con el vaivén del mete-saca.
- Hola guapo, hola mamá. Venga, venid aquí para que podamos jugar todos.
- Laura, esto es…
- Maravilloso.
- Incesto.
- Palabras, sólo palabras. Anda, entierra los tabús como hemos hecho nosotros, ven conmigo y párteme el coño como tú sabes, capullo.
Mi madre se puso a mi lado, en la misma posición que yo. Carlos se situó detrás, pero con tantas sorpresas juntas, el cipote se le había quedado blandengue. Por suerte, papá no era un hombre remilgado. Lo tomó entre sus dedos y le aplicó todo su saber hacer, aunque eso provocó un desconcierto aún mayor en mi novio:
- Pero qué coño haces, Johan. Me estás haciendo una paja. ¡Que no soy maricón, tío!.
- Yo tampoco, yerno, pero con esa polla blanducha y replegada como un gusano, no vas a poder follarte a mi mujer. Ella se muere por que se la metas, así que sólo estoy ayudando a que sea feliz.
- ¡Estáis todos locos!.
Un poco locos, sí que estábamos y muy salidos, también. Lo cierto es que el pollón de Carlos iba tomando cuerpo a cada acometida de la mano de su suegro. Mi novio tiene el pene sin circuncidar, con un prepucio amplio que permite descapullar el champiñón sin problemas. Papá se lo subía y bajaba, a la vez que le acariciaba el habón con la yema del pulgar y los huevines con los dos dedos sobrantes. Con ese tratamiento dentro del agua calentita, pronto tuvo la tranca como una escarpia y pudo hacer el trabajo para el que la Naturaleza la había diseñado. Pasó las manos por bajo el torso de su suegra, la tomó por los hombros, apuntó y le llenó la papaya de cigala fresca.
Al vernos las dos ensartadas, giramos los rostros y nos besamos con nuestra mejor alma bollera. Carlos alucinaba, pero oyendo nuestros gemidos cargados de placer, algo hizo “click” en su cerebro. Hundió sus aprensiones y los tabús que le habían inculcado desde niño en el fondo de la piscina, arremetió con todo el coño de mamá y no se amilanó cuando papá le pidió dar una vuelta de tuerca más al despropósito que estábamos compartiendo.
- Carlos, úntate un par de dedos en el pote de lubricante que tienes ahí atrás y métemelos por detrás. Que te trabajen el ano mientras te follas a una diosa como Julia, te da un subidón que no veas. Una pasada, yerno. Yo te haré lo mismo, verás que bueno.
- Johan, yo…
- Calla y disfruta.
Y así fue la cosa. Cuando Carlos quiso darse cuenta, mi padre tenía el índice y el medio dándole duro por el culo, masajeándole la próstata desde dentro y proporcionándole un placer nuevo y brutal, que sumado al que recibía su cimbrel con las idas y venidas en el coño de la suegra, le llevaron al mejor orgasmo de su vida en pocos minutos. Al verlo, papá también quiso lo suyo:
- Vamos, flojo, dame duro. Yo también quiero correrme como tú en el coñito de tu novia.
- No puedo más, Johan, no puedo más. Me has dejado para el arrastre. Nunca había vivido algo así. Sois, somos, unos depravados, pero esto es maravilloso y no quiero perdérmelo por nada del mundo.
- Deja las palabras para después y méteme los dedos más adentro, joder.
- Yo le ayudo, papá.
Pasé la mano entre las piernas de mi padre y la puse como pude encima de la de Carlos. Le ayudé a llevar el ritmo que le gustaba a papá y de pasó, aproveché para acariciarle el escroto y la zona sensible del perineo. Con ese tratamiento, él aceleró las embestidas y los dos, con unas pulsaciones próximas a la taquicardia y rebufando de placer, nos corrimos como cerdos copulando. Mamá nos miraba, sin dejar de darse brillo a la pepitilla. Al parecer, no había tenido bastante con el polvazo que le había metido el yerno.
Nosotros tres nos quedamos unos instantes quietos, disfrutando de la relajación postcoital. Mamá seguía dándole a la matraca. Si seguía así, iba a dejarse el clítoris despellejado, pero por suerte le vino enseguida un orgasmo demoledor. En cuanto le bajaron los espasmos del clímax, nos tomó a cada uno de nosotros y nos comió la boca. Yo no quise ser menos e hice lo propio. Mi padre se encogió de hombros y primero a su mujer, luego a mí y finalmente a un Carlos desconcertado y apabullado a partes iguales, nos morreó con ganas. A mi novio, con repaso de nalgas incluido, ja, ja. Y el pater familias, quien si no, cerró el círculo:
- Bienvenido a la familia, Carlos.
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