Hacía un año que había vuelto a casa de mi madre. Nuestra vida era feliz. Al menos por mi parte tenía a dos mujeres entregadas a mí por completo. Y creo que ellas estaban satisfechas de mi rendimiento. Nunca durante aquel tiempo ninguna de las dos mostró deseo alguno de buscar otro hombre fuera de casa, lo cual por mi parte no habría supuesto ningún problema.
No nos habíamos impuesto ningún tipo de exclusividad, así que si alguno de los tres hubiese deseado buscar fuera de casa una pareja, los otros dos no hubiésemos protestado. Pero nuestra vida parecía feliz así.
En ocasiones lo hacía con una u otra indistintamente cuando no con las dos. Incluso me lleve una grata sorpresa en una ocasión cuando al llegar a casa las vi fundidas en un apasionado 69 que me puso muy burro. Las dos disfrutaban del sexo cómo y cuándo querían. Y yo estaba disponible para hacerlas felices siempre.
Un viernes Sara y yo habíamos salido a hacer la compra para la semana siguiente. Llegamos a casa bromeando como siempre, cargados con bolsas hasta arriba y nos sorprendió ver el gesto serio de nuestra madre.
—Mamá. ¿Pasó algo? —preguntó Sara.
—Vuestro padre —contestó mamá mirándonos—. Acaba de llamar.
—¿Y para qué? —pregunté yo ahora.
—Quieren hablar con nosotros —fue la respuesta.
—¿Quieren? —pregunté intrigado—. ¿Papá y quién más?
—Eva —fue la escueta respuesta.
Sara y yo nos miramos sin entender. ¿Qué pintaba Eva en eso? Una luz comenzó a hacerse en mi cerebro pero no quería creerlo.
—¿Nos estás diciendo que nuestro padre y Eva..?
—Sí —terminó la frase nuestra madre—. Están juntos. Son pareja.
—Vaya. Eso lo explica todo —dijo Sara con fuego en la mirada—. ¿Y qué vamos a hacer?
—Creo, por lo que entendí entre líneas, que pretenden pedir perdón y volver como si nada hubiese pasado.
—Y una mierda —exploté—. ¿Ahora te dejo y después vuelvo? Las cosas no son así.
—Claro que no, cielo —dijo mi madre extrañamente tranquila—. Pero por mi parte no voy a negarles la ocasión de explicarse.
—¿No pretenderás perdonarles? —preguntó Sara enarcando una ceja.
—Claro que no, cariño. Les dejaré explicarse. En el fondo tengo curiosidad. Pero no puedo perdonarles la traición. Así que mañana vendrán a comer.
—La polla me van a comer esos dos —dije furioso.
—De eso nada. Para eso estamos tu hermana y yo —contestó mi madre haciéndose la ofendida y provocando nuestras risas.
—Algo te traes entre manos —supuso Sara.
—Y os va a gustar —prometió mamá enigmática—. Eso sí. Prometedme que sólo beberéis vino blanco.
—Uy. Sí que te traes algo entre manos —dijo Sara divertida. Yo también lo supuse, pero, por mucho que insistimos, no hubo manera de que nos contase nada.
Al día siguiente mi madre se esmeró en la cocina y a la hora de comer estaba vestida con sus mejores galas. Llevaba un vestido negro ajustado que moldeaba perfectamente su figura. La presión del vestido sobre su piel indicaba que no llevaba ropa interior. Se había maquillado muy someramente y estaba radiante. Sara apareció igualmente sexi y elegante. Llevaba una minifalda con una blusa negra tan transparente que dejaba entrever sus pezones. En ese momento hubiese mandado la comida a la mierda y me las hubiese comido a las dos. Por indicación de mi madre me vestí con un mínimo de “elegancia”. Me limité a poner un pantalón de uno de mis trajes y una camisa remangada por la muñeca.
Juan, porque ya me negaba a llamarlo padre, y Eva llegaron puntuales. Abrí la puerta y los encontré juntos, muy serios, diría que avergonzados. Los saludé con un escueto hola y los invité a entrar separándome del hueco de la puerta. Eva fue a darme un beso en la mejilla pero me aparté desdeñoso.
Mi madre y Sara esperaban en pie en el salón. Estaban serias pero no parecían enfadadas. A mí me llevaban los demonios.
Tras unos saludos de compromiso y ante el nerviosismo por parte de Juan y de Eva, mi madre anunció que la comida estaba preparada y era mejor sentarse a la mesa. Juan y Eva lo hicieron juntos en un lateral. Enfrente nos sentamos Sara y yo y mi madre ocupó la cabecera de la mesa como una matriarca.
El primer plato transcurrió casi en silencio. Podía ver como Eva de vez en cuando me miraba con ojos de súplica. Pero yo no me digné en mirar hacia ella y contestaba a sus preguntas con monosílabos. Estaba deseando acabar la comida y que se largasen para siempre.
Sin embargo mi madre charlaba con ellos como si nada hubiese pasado. Los invitaba a llenar sus copas cuando veía que el líquido bajaba y parecía dar la impresión de que no estaba afectada por su presencia. Casi hubiese jurado que le alegraba tener a aquellos dos allí.
En el segundo plato Juan comenzó a explicar lo sucedido y según iba desgranando su relato yo me enfurecía por momentos. Me costó horrores aguantar las ganas de echarlos a patadas. Pero le había prometido a mi madre paciencia, así que como pude me aguanté las ganas.
—No sabemos como pasó —decía Juan—. Pero después de la barbacoa, sin darnos cuenta nos fuimos enamorando. Para mí era volver a ser joven y era una sensación fantástica. Creo que Eva prefiere los hombres maduros y por eso se fijó en mí. El caso es que algo surgió entre nosotros. No sabíamos como explicároslo. Así que Eva se marchó y para que no lo relacionaseis, poco después fui yo quien hizo las maletas. Sabemos que hicimos mal y debemos pediros perdón. Por eso estamos aquí.
—Y ahora, después de tanto tiempo, ¿os presentáis así, sin más, y pretendéis que todo quede en el olvido? —pregunté escupiendo las palabras.
—Sé que lo hicimos muy mal. Pero sois personas generosas y queremos pediros perdón —dijo Eva agachando la cabeza.
—Aquí falta algo —dijo mi madre muy seria—. Hay algo que no nos contáis. Si pretendéis nuestro perdón, al menos debéis contarlo todo.
—Verás —confesó Juan—. Hace unos meses me hicieron una analítica rutinaria. Pero apareció algo que no debía estar. El caso es que hube de operarme de la próstata. Y ahora no…
—Y ahora no se te levanta —concluyó Sara con una alegría que me asustó—. Y claro. Ahora la pobre Eva no tiene quien le llene el coño y vuelve pidiendo polla y tú un retiro tranquilo. ¿No es así?
Los dos se miraron un instante. Sara había dado en el clavo. Los dos bajaron la mirada a la mesa, avergonzados. Yo los miraba con cara de asco y vi a mi madre con una sonrisa triunfal en la boca. Sara parecía a punto de echarse a reír.
De repente para mi sorpresa, mi padre bostezó. Joder, le parecerá aburrido encima, pensé. Y miré a mi madre. Ella sonreía. No sabía el qué. Pero estaba claro que algo se traía entre manos y el plan le estaba funcionando.
—Bueno, voy a prepara el postre —dijo triunfal mientras se levantaba de la mesa. Juan quiso hacer lo propio pero se derrumbó en la silla.
—¿Qué pasa? No tengo fuerzas —dijo asustado.
—No te preocupes, querido. No pasa nada —contestó mi madre son una sonrisa siniestra. Eva quiso incorporarse pero tampoco fue capaz.
Sara y yo nos miramos asustados. ¿Qué demonios había hecho mi madre? ¿No pretendería matarlos?
—Mamá. ¿Qué has hecho? —pregunté preocupado.
—Tranquilo cielo. No les pasa nada. Sólo tienen sueño. ¿Verdad, queridos? —preguntó mirando a Juan y a Eva. Pero no tenían fuerzas ni para contestar.
—Pues ya está —dijo mi madre—. Todo listo para el postre. Chicos, ayudadme a prepararlo todo —añadió alegre.
La preparación del postre no me la esperaba. Consistió en desnudarlos y atarlos a sendas sillas, uno al lado del otro mirando hacia el sofá del salón. Después nos sentamos esperando a que despertasen. Tardaron casi media hora en volver a estar conscientes que mi madre aprovechó para explicarnos lo que vendría a continuación.
—¿Qué sucede? —preguntó Juan furioso cuando se vio atado y desnudo. Miró a su lado y vio a Eva igualmente desnuda a su lado que poco a poco recuperaba la consciencia.
—Es el postre, querido —anunció mi madre alegre—. Quiero que veáis como es la vida aquí ahora.
Sin decir más me tomó de la mano y me invitó a ponerme en pie. Después hizo lo propio con Sara. Pero una vez que estuvieron las dos a mi lado, mi madre besó a Sara en la boca. Fue un beso húmedo, con pasión de amantes.
—Carmen. ¿Qué haces? —preguntó Juan furioso.
Mi madre por toda respuesta se agachó ante Sara y metiendo las manos bajo su falda le bajó el tanga. Después pasó por detrás de Juan y lo amordazó con la prenda.
—A ver si te callas y disfrutas del postre, cariño —dijo acariciando su barbilla.
Eva estaba con los ojos como platos mirando el espectáculo. No abría la boca. Ni siquiera cuando Sara se giró y me besó con la misma pasión con que antes la había besado Carmen.
Mi madre se acercó por detrás y comenzó a abrirme la camisa mientras sus pechos se apretaban a mi espalda. Sara iba acariciando mi pecho con la lengua a medida que Carmen iba dejando la piel al descubierto. Cuando acabó con la camisa, los hábiles dedos de mi madre abrieron mi pantalón dejándolo caer. Entonces Sara se arrodilló ante mí y comenzó a bajar el bóxer. Mi polla estaba ya más que morcillona y un par de besos de Sara en el glande acabaron por ponerla dura del todo.
Sara se sacó la blusa y comenzó a pajearme con las tetas. Sus pezones estaban duros como clavos. Mi madre seguía acariciando mi torso sin separarse de mí. Por el rabillo del ojo vi que Eva cerraba las piernas, seguramente intentando tapar su coño que no podía evitar sentir húmedo. La ignoré y me centré en las dos mujeres que tenía a mi disposición.
Sentí que mi madre se separaba un momento de mí para deshacerse del vestido. Al momento estaba de nuevo pegada a mi espalda. Ahora podía sentir sus pezones intentando arañar mi espalda.
—¿Os gusta el espectáculo, queridos? —preguntó mi madre a los dos amantes atados en sus sillas—. Parece que a ti no, Juan. Ah, perdona. No recordaba que ahora ese gusanito no vale para nada. Pero creo que a Eva sí le gusta. Está encharcando la silla ja ja ja.
Se acercó a Eva y la obligó a separar las piernas dejando a la vista su húmedo coño ansioso por recibir una polla en su interior. Eva bajó la mirada avergonzada. Pero no podía evitar mirar por el rabillo del ojo para seguir nuestras evoluciones.
—Cariño. Deja algo para mí —dijo mi madre a Sara mientras se arrodillaba ante mí para chupar mi miembro con devoción. Sara se puso en pie y se desnudó completamente. Despues se sentó en el sofá a mi lado abriendo las piernas del todo para masturbarse a la vista de su padre y su amante.
—Nesto, cielo. Tu hermana parece necesitar ayuda —dijo mi madre invitándome a comer el coño de Sara.
No me hice de rogar. Me acerqué a Sara y me arrodillé ante ella para llevar mi boca a su cueva sagrada. Estaba totalmente entregada. Me deleité con su húmedo coño para hacerle la mejor comida posible. Mientras, sentí que mi madre se tumbaba bajo mis piernas para seguir chupando mi polla mientras les enseñaba a los amantes su coño chorreante que atendía con su mano.
Tras unos minutos así, Sara me pidió que la follase ya. Mi madre se separó y se sentó a su lado. La besaba en la boca al tiempo que acariciaba sus tetas mientras yo apuntaba con mi rabo al interior de Sara. Despacio, disfrutando el momento fui introduciendo mi polla en aquel jugoso y cálido coño que parecía querer absorberme. Sara no tardó en correrse escandalosamente gracias a las atenciones que recibía por mi parte y por su madre.
En ese momento Carmen se giró y se puso en cuatro dejando su maravilloso culo en pompa.
—Anda cielo. Rómpeme el culo, que tu padre quiere ver cómo me taladras con una polla de verdad. No esa cosita que le cuelga ahora entre las piernas —dijo mirando a Juan con intensidad.
Me coloqué a su espalda y acariciando sus nalgas besé su culo. Miré a Eva. La silla estaba encharcada bajo su coño. Juan nos miraba con odio. Eva lo hacía con deseo. Se notaba que llevaba tiempo sin poder satisfacer sus ansias de sexo. Me sentí satisfecho. Disfrutando el momento, mientras la miraba a los ojos que ella bajaba humillada fui enterrando mi polla en el culo de mi madre que la recibía con gemidos cada vez más intensos. Sara se colocó delante de ella y levantó su cara para besarla con frenesí. Mientras yo seguía empujando en su interior, Sara se dedicó a jugar con las tetas de su madre al tiempo que la besaba sin parar. Cuando mi polla llegó al final, Carmen soltó un ahogado grito de placer.
—Así, cielo. Rómpeme toda. Rómpeme el culo como ese inútil no fue capaz de hacer —escupió en dirección a Juan que la miraba con los ojos desorbitados.
Comencé un lento mete saca que los dos disfrutamos como locos. Ella atendida por delante por su hija y por detrás por su hijo. Sus gemidos decían que estaba en la gloria. Seguí bombeando duro ese culo hasta que sentí que estaba a punto de correrme.
—Estoy a punto —anuncié—. ¿Dónde la quieres?
—Espera —dijo con malicia mi madre apartándose.
Me tomó de la mano y me acercó a Eva. Agarró mi polla y comenzó a masturbarme. Sara desde atrás se apretaba contra mi cuerpo para clavarme sus pezones en la espalda al tiempo que acariciaba mis pelotas con suavidad.
—Eva es quien más echa de menos tu leche. ¿Verdad, puta? —le escupió mi madre—. Pues pídela, puta.
—Por favor, cariño. Dame tu leche —gimió Eva mirándome suplicante.
—No, zorra. No la mereces. Su leche ahora es nuestra. Tu intenta ordeñar ese colgajo de ahí —señaló Sara el pingajo que colgaba entre las piernas de Juan al tiempo que acercaba su boca a mi polla a punto de estallar.
Carmen se rió de la ocurrencia de Sara y le demostró su conformidad acercando su boca a su vez.
No logré aguantar más. El primer chorro salió disparado adornando la cara de Sara que se apresuró a meterse la polla en la boca. A continuación ella y su madre se turnaron para chupar cada vez que mi polla escupía un chorretón de leche. Cuando ya nada más salía, se besaron limpiándose una a la otra hasta que no quedó ni una muestra en sus caras.
Eva permanecía con la miraba baja. Creo que miraba el charco que se había formado entre sus piernas. Sus pezones estaban duros, desafiantes, deseosos de caricias. Pero nos negamos a atender sus mudas súplicas.
Cuando acabamos, Carmen los desató al tiempo que Sara les acercaba sus ropas.
—Ya podéis marcharos por donde habéis venido. Y no os molestéis en volver —dijo Carmen con voz gélida. Su actitud había cambiado como el día a la noche—. Aquí ya no hay cabida para vosotros. Pudisteis tenernos pero preferisteis engañarnos y clavarnos un puñal por la espalda. Ya no tendréis esa oportunidad nunca más. No os queremos ver más —dijo señalando la puerta.
Juan quiso tener un último gesto de orgullo. Me planté entre él y Carmen mirándolo con fuego en la mirada.
—Atrévete —dije tan sólo mirándolo fijamente a los ojos.
Fue suficiente. Por suerte bajó la mirada y dio media vuelta, vencido y humillado. Terminaron de vestirse y se marcharon en silencio. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Carmen soltó un suspiro de satisfacción.
—Chicos —dijo sin mirarnos—. No sé vosotros. Pero yo tengo ganas de un polvo de celebración.
Sara y yo rompimos a reír antes de abrazarnos a ella. Los tres, desnudos y felices comenzamos a acariciarnos y besarnos de nuevo como preludio de un nuevo polvo.
Y así estamos desde entonces, felices y bien follados los tres.
Espero que os haya gustado.
No nos habíamos impuesto ningún tipo de exclusividad, así que si alguno de los tres hubiese deseado buscar fuera de casa una pareja, los otros dos no hubiésemos protestado. Pero nuestra vida parecía feliz así.
En ocasiones lo hacía con una u otra indistintamente cuando no con las dos. Incluso me lleve una grata sorpresa en una ocasión cuando al llegar a casa las vi fundidas en un apasionado 69 que me puso muy burro. Las dos disfrutaban del sexo cómo y cuándo querían. Y yo estaba disponible para hacerlas felices siempre.
Un viernes Sara y yo habíamos salido a hacer la compra para la semana siguiente. Llegamos a casa bromeando como siempre, cargados con bolsas hasta arriba y nos sorprendió ver el gesto serio de nuestra madre.
—Mamá. ¿Pasó algo? —preguntó Sara.
—Vuestro padre —contestó mamá mirándonos—. Acaba de llamar.
—¿Y para qué? —pregunté yo ahora.
—Quieren hablar con nosotros —fue la respuesta.
—¿Quieren? —pregunté intrigado—. ¿Papá y quién más?
—Eva —fue la escueta respuesta.
Sara y yo nos miramos sin entender. ¿Qué pintaba Eva en eso? Una luz comenzó a hacerse en mi cerebro pero no quería creerlo.
—¿Nos estás diciendo que nuestro padre y Eva..?
—Sí —terminó la frase nuestra madre—. Están juntos. Son pareja.
—Vaya. Eso lo explica todo —dijo Sara con fuego en la mirada—. ¿Y qué vamos a hacer?
—Creo, por lo que entendí entre líneas, que pretenden pedir perdón y volver como si nada hubiese pasado.
—Y una mierda —exploté—. ¿Ahora te dejo y después vuelvo? Las cosas no son así.
—Claro que no, cielo —dijo mi madre extrañamente tranquila—. Pero por mi parte no voy a negarles la ocasión de explicarse.
—¿No pretenderás perdonarles? —preguntó Sara enarcando una ceja.
—Claro que no, cariño. Les dejaré explicarse. En el fondo tengo curiosidad. Pero no puedo perdonarles la traición. Así que mañana vendrán a comer.
—La polla me van a comer esos dos —dije furioso.
—De eso nada. Para eso estamos tu hermana y yo —contestó mi madre haciéndose la ofendida y provocando nuestras risas.
—Algo te traes entre manos —supuso Sara.
—Y os va a gustar —prometió mamá enigmática—. Eso sí. Prometedme que sólo beberéis vino blanco.
—Uy. Sí que te traes algo entre manos —dijo Sara divertida. Yo también lo supuse, pero, por mucho que insistimos, no hubo manera de que nos contase nada.
Al día siguiente mi madre se esmeró en la cocina y a la hora de comer estaba vestida con sus mejores galas. Llevaba un vestido negro ajustado que moldeaba perfectamente su figura. La presión del vestido sobre su piel indicaba que no llevaba ropa interior. Se había maquillado muy someramente y estaba radiante. Sara apareció igualmente sexi y elegante. Llevaba una minifalda con una blusa negra tan transparente que dejaba entrever sus pezones. En ese momento hubiese mandado la comida a la mierda y me las hubiese comido a las dos. Por indicación de mi madre me vestí con un mínimo de “elegancia”. Me limité a poner un pantalón de uno de mis trajes y una camisa remangada por la muñeca.
Juan, porque ya me negaba a llamarlo padre, y Eva llegaron puntuales. Abrí la puerta y los encontré juntos, muy serios, diría que avergonzados. Los saludé con un escueto hola y los invité a entrar separándome del hueco de la puerta. Eva fue a darme un beso en la mejilla pero me aparté desdeñoso.
Mi madre y Sara esperaban en pie en el salón. Estaban serias pero no parecían enfadadas. A mí me llevaban los demonios.
Tras unos saludos de compromiso y ante el nerviosismo por parte de Juan y de Eva, mi madre anunció que la comida estaba preparada y era mejor sentarse a la mesa. Juan y Eva lo hicieron juntos en un lateral. Enfrente nos sentamos Sara y yo y mi madre ocupó la cabecera de la mesa como una matriarca.
El primer plato transcurrió casi en silencio. Podía ver como Eva de vez en cuando me miraba con ojos de súplica. Pero yo no me digné en mirar hacia ella y contestaba a sus preguntas con monosílabos. Estaba deseando acabar la comida y que se largasen para siempre.
Sin embargo mi madre charlaba con ellos como si nada hubiese pasado. Los invitaba a llenar sus copas cuando veía que el líquido bajaba y parecía dar la impresión de que no estaba afectada por su presencia. Casi hubiese jurado que le alegraba tener a aquellos dos allí.
En el segundo plato Juan comenzó a explicar lo sucedido y según iba desgranando su relato yo me enfurecía por momentos. Me costó horrores aguantar las ganas de echarlos a patadas. Pero le había prometido a mi madre paciencia, así que como pude me aguanté las ganas.
—No sabemos como pasó —decía Juan—. Pero después de la barbacoa, sin darnos cuenta nos fuimos enamorando. Para mí era volver a ser joven y era una sensación fantástica. Creo que Eva prefiere los hombres maduros y por eso se fijó en mí. El caso es que algo surgió entre nosotros. No sabíamos como explicároslo. Así que Eva se marchó y para que no lo relacionaseis, poco después fui yo quien hizo las maletas. Sabemos que hicimos mal y debemos pediros perdón. Por eso estamos aquí.
—Y ahora, después de tanto tiempo, ¿os presentáis así, sin más, y pretendéis que todo quede en el olvido? —pregunté escupiendo las palabras.
—Sé que lo hicimos muy mal. Pero sois personas generosas y queremos pediros perdón —dijo Eva agachando la cabeza.
—Aquí falta algo —dijo mi madre muy seria—. Hay algo que no nos contáis. Si pretendéis nuestro perdón, al menos debéis contarlo todo.
—Verás —confesó Juan—. Hace unos meses me hicieron una analítica rutinaria. Pero apareció algo que no debía estar. El caso es que hube de operarme de la próstata. Y ahora no…
—Y ahora no se te levanta —concluyó Sara con una alegría que me asustó—. Y claro. Ahora la pobre Eva no tiene quien le llene el coño y vuelve pidiendo polla y tú un retiro tranquilo. ¿No es así?
Los dos se miraron un instante. Sara había dado en el clavo. Los dos bajaron la mirada a la mesa, avergonzados. Yo los miraba con cara de asco y vi a mi madre con una sonrisa triunfal en la boca. Sara parecía a punto de echarse a reír.
De repente para mi sorpresa, mi padre bostezó. Joder, le parecerá aburrido encima, pensé. Y miré a mi madre. Ella sonreía. No sabía el qué. Pero estaba claro que algo se traía entre manos y el plan le estaba funcionando.
—Bueno, voy a prepara el postre —dijo triunfal mientras se levantaba de la mesa. Juan quiso hacer lo propio pero se derrumbó en la silla.
—¿Qué pasa? No tengo fuerzas —dijo asustado.
—No te preocupes, querido. No pasa nada —contestó mi madre son una sonrisa siniestra. Eva quiso incorporarse pero tampoco fue capaz.
Sara y yo nos miramos asustados. ¿Qué demonios había hecho mi madre? ¿No pretendería matarlos?
—Mamá. ¿Qué has hecho? —pregunté preocupado.
—Tranquilo cielo. No les pasa nada. Sólo tienen sueño. ¿Verdad, queridos? —preguntó mirando a Juan y a Eva. Pero no tenían fuerzas ni para contestar.
—Pues ya está —dijo mi madre—. Todo listo para el postre. Chicos, ayudadme a prepararlo todo —añadió alegre.
La preparación del postre no me la esperaba. Consistió en desnudarlos y atarlos a sendas sillas, uno al lado del otro mirando hacia el sofá del salón. Después nos sentamos esperando a que despertasen. Tardaron casi media hora en volver a estar conscientes que mi madre aprovechó para explicarnos lo que vendría a continuación.
—¿Qué sucede? —preguntó Juan furioso cuando se vio atado y desnudo. Miró a su lado y vio a Eva igualmente desnuda a su lado que poco a poco recuperaba la consciencia.
—Es el postre, querido —anunció mi madre alegre—. Quiero que veáis como es la vida aquí ahora.
Sin decir más me tomó de la mano y me invitó a ponerme en pie. Después hizo lo propio con Sara. Pero una vez que estuvieron las dos a mi lado, mi madre besó a Sara en la boca. Fue un beso húmedo, con pasión de amantes.
—Carmen. ¿Qué haces? —preguntó Juan furioso.
Mi madre por toda respuesta se agachó ante Sara y metiendo las manos bajo su falda le bajó el tanga. Después pasó por detrás de Juan y lo amordazó con la prenda.
—A ver si te callas y disfrutas del postre, cariño —dijo acariciando su barbilla.
Eva estaba con los ojos como platos mirando el espectáculo. No abría la boca. Ni siquiera cuando Sara se giró y me besó con la misma pasión con que antes la había besado Carmen.
Mi madre se acercó por detrás y comenzó a abrirme la camisa mientras sus pechos se apretaban a mi espalda. Sara iba acariciando mi pecho con la lengua a medida que Carmen iba dejando la piel al descubierto. Cuando acabó con la camisa, los hábiles dedos de mi madre abrieron mi pantalón dejándolo caer. Entonces Sara se arrodilló ante mí y comenzó a bajar el bóxer. Mi polla estaba ya más que morcillona y un par de besos de Sara en el glande acabaron por ponerla dura del todo.
Sara se sacó la blusa y comenzó a pajearme con las tetas. Sus pezones estaban duros como clavos. Mi madre seguía acariciando mi torso sin separarse de mí. Por el rabillo del ojo vi que Eva cerraba las piernas, seguramente intentando tapar su coño que no podía evitar sentir húmedo. La ignoré y me centré en las dos mujeres que tenía a mi disposición.
Sentí que mi madre se separaba un momento de mí para deshacerse del vestido. Al momento estaba de nuevo pegada a mi espalda. Ahora podía sentir sus pezones intentando arañar mi espalda.
—¿Os gusta el espectáculo, queridos? —preguntó mi madre a los dos amantes atados en sus sillas—. Parece que a ti no, Juan. Ah, perdona. No recordaba que ahora ese gusanito no vale para nada. Pero creo que a Eva sí le gusta. Está encharcando la silla ja ja ja.
Se acercó a Eva y la obligó a separar las piernas dejando a la vista su húmedo coño ansioso por recibir una polla en su interior. Eva bajó la mirada avergonzada. Pero no podía evitar mirar por el rabillo del ojo para seguir nuestras evoluciones.
—Cariño. Deja algo para mí —dijo mi madre a Sara mientras se arrodillaba ante mí para chupar mi miembro con devoción. Sara se puso en pie y se desnudó completamente. Despues se sentó en el sofá a mi lado abriendo las piernas del todo para masturbarse a la vista de su padre y su amante.
—Nesto, cielo. Tu hermana parece necesitar ayuda —dijo mi madre invitándome a comer el coño de Sara.
No me hice de rogar. Me acerqué a Sara y me arrodillé ante ella para llevar mi boca a su cueva sagrada. Estaba totalmente entregada. Me deleité con su húmedo coño para hacerle la mejor comida posible. Mientras, sentí que mi madre se tumbaba bajo mis piernas para seguir chupando mi polla mientras les enseñaba a los amantes su coño chorreante que atendía con su mano.
Tras unos minutos así, Sara me pidió que la follase ya. Mi madre se separó y se sentó a su lado. La besaba en la boca al tiempo que acariciaba sus tetas mientras yo apuntaba con mi rabo al interior de Sara. Despacio, disfrutando el momento fui introduciendo mi polla en aquel jugoso y cálido coño que parecía querer absorberme. Sara no tardó en correrse escandalosamente gracias a las atenciones que recibía por mi parte y por su madre.
En ese momento Carmen se giró y se puso en cuatro dejando su maravilloso culo en pompa.
—Anda cielo. Rómpeme el culo, que tu padre quiere ver cómo me taladras con una polla de verdad. No esa cosita que le cuelga ahora entre las piernas —dijo mirando a Juan con intensidad.
Me coloqué a su espalda y acariciando sus nalgas besé su culo. Miré a Eva. La silla estaba encharcada bajo su coño. Juan nos miraba con odio. Eva lo hacía con deseo. Se notaba que llevaba tiempo sin poder satisfacer sus ansias de sexo. Me sentí satisfecho. Disfrutando el momento, mientras la miraba a los ojos que ella bajaba humillada fui enterrando mi polla en el culo de mi madre que la recibía con gemidos cada vez más intensos. Sara se colocó delante de ella y levantó su cara para besarla con frenesí. Mientras yo seguía empujando en su interior, Sara se dedicó a jugar con las tetas de su madre al tiempo que la besaba sin parar. Cuando mi polla llegó al final, Carmen soltó un ahogado grito de placer.
—Así, cielo. Rómpeme toda. Rómpeme el culo como ese inútil no fue capaz de hacer —escupió en dirección a Juan que la miraba con los ojos desorbitados.
Comencé un lento mete saca que los dos disfrutamos como locos. Ella atendida por delante por su hija y por detrás por su hijo. Sus gemidos decían que estaba en la gloria. Seguí bombeando duro ese culo hasta que sentí que estaba a punto de correrme.
—Estoy a punto —anuncié—. ¿Dónde la quieres?
—Espera —dijo con malicia mi madre apartándose.
Me tomó de la mano y me acercó a Eva. Agarró mi polla y comenzó a masturbarme. Sara desde atrás se apretaba contra mi cuerpo para clavarme sus pezones en la espalda al tiempo que acariciaba mis pelotas con suavidad.
—Eva es quien más echa de menos tu leche. ¿Verdad, puta? —le escupió mi madre—. Pues pídela, puta.
—Por favor, cariño. Dame tu leche —gimió Eva mirándome suplicante.
—No, zorra. No la mereces. Su leche ahora es nuestra. Tu intenta ordeñar ese colgajo de ahí —señaló Sara el pingajo que colgaba entre las piernas de Juan al tiempo que acercaba su boca a mi polla a punto de estallar.
Carmen se rió de la ocurrencia de Sara y le demostró su conformidad acercando su boca a su vez.
No logré aguantar más. El primer chorro salió disparado adornando la cara de Sara que se apresuró a meterse la polla en la boca. A continuación ella y su madre se turnaron para chupar cada vez que mi polla escupía un chorretón de leche. Cuando ya nada más salía, se besaron limpiándose una a la otra hasta que no quedó ni una muestra en sus caras.
Eva permanecía con la miraba baja. Creo que miraba el charco que se había formado entre sus piernas. Sus pezones estaban duros, desafiantes, deseosos de caricias. Pero nos negamos a atender sus mudas súplicas.
Cuando acabamos, Carmen los desató al tiempo que Sara les acercaba sus ropas.
—Ya podéis marcharos por donde habéis venido. Y no os molestéis en volver —dijo Carmen con voz gélida. Su actitud había cambiado como el día a la noche—. Aquí ya no hay cabida para vosotros. Pudisteis tenernos pero preferisteis engañarnos y clavarnos un puñal por la espalda. Ya no tendréis esa oportunidad nunca más. No os queremos ver más —dijo señalando la puerta.
Juan quiso tener un último gesto de orgullo. Me planté entre él y Carmen mirándolo con fuego en la mirada.
—Atrévete —dije tan sólo mirándolo fijamente a los ojos.
Fue suficiente. Por suerte bajó la mirada y dio media vuelta, vencido y humillado. Terminaron de vestirse y se marcharon en silencio. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Carmen soltó un suspiro de satisfacción.
—Chicos —dijo sin mirarnos—. No sé vosotros. Pero yo tengo ganas de un polvo de celebración.
Sara y yo rompimos a reír antes de abrazarnos a ella. Los tres, desnudos y felices comenzamos a acariciarnos y besarnos de nuevo como preludio de un nuevo polvo.
Y así estamos desde entonces, felices y bien follados los tres.
Espero que os haya gustado.
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