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Asuntos familiares 3

Después de la comida del sábado y toda la actividad sexual alrededor de la misma, la semana transcurrió con relativa calma. Todos retomamos nuestras actividades rutinarias y el ambiente en casa parecía de lo más normal. Llamé a mis padres un par de veces para ver cómo se encontraban y Eva y yo hicimos el amor casi todos los días.
 
Habíamos descubierto que el intercambio de parejas era algo que añadía morbo e interés a nuestra relación. Lo comentamos una noche después de cenar tranquilamente relajados en el sofá y descubrimos que ninguno de los dos había sentido celos. Había sido algo así como añadir un juguete al sexo. Eva lo definió como si hubiésemos introducido dildos al juego, con la diferencia de que estos juguetes eran de carne y hueso y encima familia. Y aunque la confianza con mis padres lo hacía más sencillo, no descartamos practicarlo con otras parejas.
 
Pero todo se acabó el viernes. Como un terremoto, llegó sin avisar. Como todos los días, salí de casa para trabajar después de dar a Eva un beso de despedida. Durante la mañana nos enviamos un par de mensajes y todo parecía ir como la seda. Sin embargo al llegar a casa todo había cambiado. Lo primero que noté fue la falta del habitual olor a comida recién hecha y el silencio. Eva siempre ponía música suave de fondo mientras estaba en casa. Decía que le relajaba y daba un ambiente más cálido al hogar.
 
Me extrañó esa quietud. La llamé pero no contestaba, así que recorrí cada habitación mientras mi inquietud aumentaba. No había rastro de ella. ¿Le habría sucedido algo? La llamé al teléfono varias veces pero siempre saltaba el buzón de voz. Después de dejar media docena de mensajes, fui a la cocina a beber un poco de agua. El nerviosismo me había dejado la boca seca.
 
Allí, sujeta en la nevera con un imán, vi el folio. Apenas media docena de líneas para decirme que todo había terminado. Que lo sentía, que ya no me quería y que se iba. Sin más. Se había acabado. Pero si por la mañana todo parecía ir de lo más normal. No entendía nada. Dejé un nuevo mensaje en su contestador para pedirle que lo hablásemos. Necesitaba saber qué había pasado. Pero pasaron las horas y no recibí contestación por su parte.
 
No sé cuánto tiempo me quedé sentado en un sillón como un zombi. De repente una idea vino a mi cabeza. Revisé toda la casa y vi que todavía había cosas suyas en los cajones. Entonces debería volver y sería el momento de hablar. Casi de noche llamó mi madre para preguntar si al día siguiente iríamos a comer. Intentado disimular mi estado le di una excusa para anular el compromiso. Necesitaba pensar. Mi madre notó algo en mi voz.
 
—Cariño. ¿Estás bien? —su voz sonó preocupada.
 
—Sí mamá. No te preocupes —contesté maldiciéndome por no ser capaz de disimular mejor.
 
—Pues no lo parece. ¿Qué sucede?
 
—Nada, mamá. Sólo que estoy cansado. Esta semana fue muy dura en el trabajo y tenemos un problema que debemos solucionar lo antes posible. El jefe me tiene frito —me dije que había algo de verdad en lo que decía, así que tal vez sonase creíble.
 
—Como quieras. Pero si necesitas algo, ya sabes que estamos aquí. ¿Eva qué tal está?
 
—Bien, mamá. Ahora está en la ducha, si no le hubiese dicho que se pusiera al aparato.
 
—Bueno. Dale un beso de nuestra parte. Y tú no te comas tanto la cabeza. Un beso cariño.
 
—Besos mamá. Dale uno a papá de nuestra parte.
 
—Se lo daré. Pero con lengua —bromeó—. Chao.
 
—Chao, mamá. Te quiero.
 
Dejé el teléfono a mi lado y tuve ganas de llorar. Nunca le había mentido a mis padres. Pero necesitaba asimilar lo que había pasado. ¿Había sucedido algo que hubiese podido molestar a Eva? Si fuese así debería habérmelo dicho. Siempre hubo la suficiente confianza como para hablar de cualquier cosa. No entendía nada. ¿Habría otra persona en su vida? Repasando los últimos días, no logré encontrar ni una pista que me indicase que fuese así.
 
Pasé el fin de semana sin salir de casa, esperando que ella apareciese de nuevo. Pero fue en vano. El lunes decidí no ir a trabajar. Llamé avisando de que me encontraba mal y esperé. Esperaba que fuese a casa a recoger el resto de sus cosas contando con que yo estaría trabajando. Pero tampoco apareció. No podía permanecer de guardia en casa toda la semana. Su teléfono no daba señales de vida y las últimas llamadas ya sonaba como apagado. No había nada que hacer.
 
El martes retomé mi vida intentando volver a la normalidad aun sabiendo que era imposible. Al salir de trabajar fui a casa de mis padres. Comería allí y hablaría con ellos. Debía decirles lo que había pasado. Intentaron consolarme y me prestaron todo su apoyo. Algo más tranquilo y por lo menos aliviado por haber descargado parte de mi preocupación volví a casa ya anocheciendo. Cuando llegué me sorprendió ver los cajones abiertos. Eva había vuelto a buscar el resto de sus cosas. Todo estaba en orden y sólo faltaban sus cosas. Por lo visto se lo había llevado a toda prisa, seguramente por miedo a que yo llegase antes de que ella se fuese definitivamente. Ahora sí estaba seguro de que no volvería a verla nunca. Resignado me metí en cama sin cenar.
 
Al día siguiente, por la tarde, sonó el timbre. Fui a abrir corriendo, con la esperanza de que se tratase de Eva. Pero era mi hermana Sara. Sara tiene un año menos que yo y es una mujer muy guapa y divertida. Abrí la puerta y cuando llegó se colgó de mi cuello y me plantó un par de sonoros besos.
 
—Ella se lo pierde, hermanito. No podrá encontrar mejor pareja que tú por mucho que busque.
 
—Gracias, Sara. Tal vez ya lo haya encontrado y por eso se fue —admití todavía decaído.
 
—Anda ya. Si eres un tío guapo, divertido, amable y cariñoso. Te digo yo que a estas horas estará arrepentida. Si la pillo la despeluco. No quiero verte así por alguien que no te merece.
 
—Exagerada eres —contesté con una sonrisa triste—. Te quiero mucho, pero mientes muy mal.
 
—Yo no miento —repuso sonriendo para darme ánimos—. Y ahora mismo tú y yo nos vamos a tomar unas copas. Necesitas que te dé el aire.
 
—Gracias Sara. Pero no estoy de humor.
 
—Le dije a mamá que te sacaría de casa aunque fuese a rastras. Así que no me hagas cumplir mi palabra —amenazó sin perder la sonrisa.
 
—De acuerdo —sabía que era capaz de hacerlo, así que debía rendirme—. Pero sólo una. Que mañana tengo que trabajar igual. A mi jefe se la pela que Eva me haya dejado.
 
—Vale. Sólo una. Pero no quiero que hablemos más de esa… ¿Cómo se llamaba? ¿Ves? Yo ya la he olvidado. Y tú debes hacer lo mismo.
 
Mi hermana era un vendaval de buen ánimo. Yo le agradecía en el alma lo que intentaba hacer aunque no estuviese de humor. Y ella sabía que yo habría hecho lo mismo si ella estuviese en la misma situación. Así que me resigné y me dispuse a salir con ella. Mientras me duchaba ella entró en el dormitorio y empezó a rebuscar en el armario. Cuando salí con una toalla envuelta en la cintura tenía mi ropa preparada sobre la cama.
 
—Ya te preparé la ropa. No quiero verte con cara de amargura. ¿Ves? Con esta ropa las tías se te tirarán al cuello. Además mírate —dijo acercándose a mí—. Si estás más bueno que el pan —dijo palpando mi torso y mis brazos—. Si no fueses mi hermano te follaba aquí mismo.
 
Me reí con sus bromas. Con ella era imposible estar triste. Le agradecí los cumplidos con un beso en la mejilla.
 
—Gracias, Sara. Eres la mejor hermana que se puede tener.
 
—Lo sé. Y tú eres el afortunado hermano de esta maravilla —dijo muerta de risa mientras se daba una vuelta como una modelo.
 
A pesar de mi estado de ánimo me arrancó una carcajada y me sentí mejor.
 
—Pues venga. Ahora sal de aquí que me voy a vestir —le pedí.
 
—Anda. Ni que fuese la primera vez que veo a un tío en pelotas. Incluido tú. Que de pequeños en verano andábamos los dos como dios nos trajo al mundo —dijo mientras se daba la vuelta para marcharse.
 
—Pero ya no somos críos —protesté divertido—. Y algunas cosas cambiaron mucho.
 
—¿Cómo cuánto han cambiado? Esa información puede ser interesante. Tengo un par de amigas que pueden estar interesadas —se rio girándose de nuevo para mirar.
 
No sé por qué lo hice, pero me quité la toalla y se la tiré a la cabeza. Por un instante pudo ver mi polla en reposo. Por toda contestación se dio la vuelta para marchar mientras se reía.
 
—No traje la regla. Y espero que eso crezca. Si no a mis amigastampoco les interesarás.
 
Cinco minutos después salíamos de casa. Entramos en un pub no muy lejos y charlamos como dos viejos amigos. Me contó que nuestros padres le habían contado lo sucedido y le había pedido que viniese a intentar animarme. Sabía que no era necesario que se lo hubiesen pedido. Ella lo hubiese hecho igual. Estábamos muy unidos y siempre nos quisimos mucho. Ella conocía a todos mis amigos y yo a la mayor parte de sus amigas.
 
Pasamos un par de horas hablando de todo un poco. Sara se esforzó en sacar temas que no tuviesen nada que ver ni de lejos con Eva ni con las relaciones de pareja. Recordamos nuestra niñez y nuestra juventud. La vida cuando aún vivíamos los dos en casa de nuestros padres. Ahora ella también se había emancipado y vivía en la otra punta de la ciudad, pero no por eso habíamos perdido el contacto.
 
Después de dos horas y dos copas, me dejó de nuevo en casa. Cuando llegamos al portal me miró directamente a los ojos, como buscando algo en el fondo de ellos.
 
—¿Estás mejor? —preguntó con una ligera sonrisa llena de cariño.
 
—Claro que sí, hermanita. Muchas gracias.
 
—¿Para que están las hermanas maravillosas? —preguntó enseñando los dientes en una gran sonrisa llena de sorna—. Cuídate mucho. Vendré a verte en un par de días.
 
—No es necesario, Sara. Estaré bien —dije para tranquilizarla.
 
—Oh. Mi querido hermanito no quiere verme —dijo componiendo un mohín de pena más falso que un billete de tres euros.
 
—Sabes que tú siempre serás bienvenida en esta casa, hermanita —afirmé tomando su cara entre mis manos.
 
—Más te vale. O me meto de ocupa —contestó alegre antes de darme un piquito y marcharse.
 
Entré en casa más animado. Me había alegrado ver a Sara y tomar una copa con ella. Siempre había tenido la habilidad de hacerme reír y lograr que los problemas se difuminasen.
 
El resto de la semana pasó sin pena ni gloria. La casa se me antojaba enorme, pero no tenía pensado abandonarla. El sábado apreció Sara de nuevo, esta vez llamó a la hora de la cena y al poco rato llegó con una pizza. De nuevo pasamos un rato muy agradable.
 
—Creo que me equivoqué al elegir a Eva para casarme. Debería haber buscado a alguien como tú —le confesé cuando ya habíamos acabado de cenar y disfrutábamos de una copa. Ella estaba sentada en el suelo apoyando la espalda en el sofá donde yo permanecía sentado.
 
—Te aburrirías enseguida. Podría acabar volviéndote loco —se burló ella.
 
—Pues no me aburro cuando estoy contigo. Es curioso, pero nunca nos hemos peleado. Vaya mierda de hermanos que somos.
 
—Tienes razón. Nunca lo había pensado —coincidió ella frunciendo el ceño—. ¿Deberíamos ir empezando?
 
—Uff… Me da una pereza que no veas —dije yo provocando su carcajada que sonó cristalina.
 
Se sentó a mi lado y me pasó los brazos por el cuello. —Yo no puedo enfadarme contigo, Nesto. Te quiero demasiado —dijo más seria de lo que esperaba.
 
Me quedé helado. Había sonado como una declaración de amor. Creo que me puse colorado. Ella esbozó una sonrisa y me besó. Sólo posó sus labios sobre los míos en lo que parecía un inocente piquito. Sentí que mi polla comenzaba a despertar y me sentí culpable por sentir esa atracción por mi hermana. Aun a pesar de haber tenido sexo con mi propia madre esta vez sentí que no debía seguir por ese camino.
 
Sara no me soltó. Separó su cara de la mía y me miró al fondo de los ojos. Seguía teniendo ese asomo de sonrisa en los labios que la hacía verse más sensual. Acercó de nuevo su cara a la mía y volvió a besarme. Esta vez abrió la boca y acarició mis labios con su lengua. Un trallazo de electricidad me atravesó de arriba a abajo. Sin saber cómo, me vi abrazándola con fuerza. Ella correspondía al abrazo mientras yo abría la boca para dar paso a su lengua que se entrelazó con la mía.
 
Nos besamos durante un par de minutos. Nuestras lenguas jugaban una con la otra buscándose, enredándose ansiosas en nuestras bocas.
 
Cuando nos separamos me quedé mirándola a los ojos. Sólo veía deseo en su mirada, pero tenía miedo de ver algo equívoco.
 
—Perdón —acerté a decir—. Creo que me he pasado.
 
—No has sido tú. He sido yo quien te ha besado —dijo ella con voz suave como la miel.
 
—Pero…
 
—Ni pero ni peras —me cortó ella antes de volver a besarme con ansia—. Te voy a meter un polvo que vas a volver a la vida.
 
Mientras volvía a besarme con más ganas aún que la primera vez, comenzó a tirar de mi camiseta hacia arriba. Sólo soltó mi boca en el momento de sacarla por mi cabeza. Yo me agarraba a ella como un naufrago a su tabla. Mis manos buscaban los botones de su blusa y a punto estuve de arrancarlos de un tirón. Deshacerme de su sujetador no fue difícil. Sus grandes pechos quedaron a la vista. Yo no había visto esos pezones . Ahora eran unos pechos generosos con unas areolas sonrosadas donde sobresalían los pezones erguidos de deseo. Su boca dejó escapar un gemido cuando los acaricié con cariño mientras echaba la cabeza hacia atrás para despejarme el camino para que jugase con su pecho y su cuello. La besé con cariño en el cuello mientras jugaba con su pecho. Mi mano comenzó a bajar acariciando cada centímetro de piel hasta llegar a la cintura de su falda.
 
Pasé de largo de la tela y llevé mi mano directamente a su entrepierna. Cuando sintió mi mano buscando su más recóndito secreto, abrió las piernas invitándome a entrar. La tela de su braga estaba ya húmeda y acaricié su sexo por encima de la tela. Ella jadeaba deseosa de caricias más intensas. Busqué la cremallera de su falda y la bajé. Ella levantó las caderas para poder desembarazarse de la prenda. Me situé ante sus rodillas y tiré con ambas manos de su braga sin dejar de mirarla.
 
Su cara aparecía ahora sofocada pero su acelerada respiración decía que esperaba más. Le dejé las medias puestas y abrí las rodillas lentamente, indicándole lo que venía a continuación. Ella se dejó hacer y echó la cabeza hacia atrás mientras se amasaba las tetas cuando sintió mi lengua acariciando su monte de venus. Deslicé la lengua hacia abajo para recorrer toda la longitud de su vagina con suavidad. La entrada de su sexo estaba ya encharcada de deseo. No me detuve y seguí hasta el final. Después desanduve el camino, presionando ahora un poco más para abrirme camino entre sus labios hasta llegar al botón del placer. Cuando me detuve sobre él, Sara soltó un gemido más fuerte mientras sus piernas intentaban cerrarse instintivamente. Jugué un rato con su clítoris hasta que logré que se corriese. Su respiración se aceleró todavía más y agarró mi cabeza para que siguiese castigando su cueva. Disfruté logrando su orgasmo.
 
Cuando su respiración se normalizó un poco, se incorporó para besarme y saborear sus propios jugos de mi boca. Después echó mano a mi pantalón y lo soltó en un visto y no visto con una mano mientras introducía la otra en busca de mi miembro. Me agarró la polla y comenzó a acariciarla de arriba a abajo. Yo estaba de rodillas ante ella, así que se deslizó a la alfombra y me empujó para que me sentase. Después tiró del pantalón y el bóxer juntos y yo levanté el culo para ayudarle. Mi polla estaba ya libre y apuntaba al techo desafiante. La contempló unos segundos mientras parecía relamerse. Me miró a los ojos sonriendo y se inclinó sobre mi polla para metérsela en la boca. Sentí la cálida humedad de su boca envolviendo mi polla y me dejé llevar. Con una mano jugaba con mis huevos mientras se limitaba a jugar con la lengua sobre mi glande. Se metía el capullo en la boca y lo soltaba tras un par de chupetones. Me tenía loco.
 
Al fin se decidió a tragarla. Despacio, sintiendo cada centímetro, fue engullendo mi tranca hasta que su barbilla tocó mis huevos. Entonces se detuvo un instante apretando la polla con la lengua contra el paladar. Era una sensación fantástica. A continuación comenzó a mover la cabeza hasta casi sacársela de la boca y volver a tragársela toda. La mamaba como una experta.
 
Por un momento me sorprendí al ser consciente de que comparaba su maestría con la de mi madre y Eva no aparecía para nada. Pero no por eso me sentí culpable. Estaba en la gloria y quería disfrutarlo al máximo. Sara no se detuvo ni un instante. Al cabo de un par de minutos me tenía a punto de explotar.
 
—Me voy a correr, Sara. O paras o me corro—advertí consciente de que estaba a punto de acabar.
 
—No te reprimas. Quiero saber cómo es el sabor de tu leche —dijo con voz ronca de deseo.
 
Apenas unos segundos más tarde me derramé en su boca. Ella detuvo su movimiento para disfrutar de las descargas que llegaban a su garganta. Sin parar de tragar comenzó a chupar de nuevo, ahora más despacio hasta que exprimió la última gota. Cuando todo hubo acabado, siguió moviendo su mano a lo largo de mi polla, despacio, buscando lograr de nuevo la dureza total de mi rabo. Estaba deseosa de sentirlo dentro de su coño y yo estaba deseando sentirme dentro de ella.
 
Enseguida mi polla respondió a las caricias y estuvo de nuevo dura como una piedra. Sonriendo satisfecha de sus habilidades se sentó sobre mis piernas dejando su coño sobre mi polla. Se movió un par de veces acariciando la polla con sus labios vaginales mientras se agarraba de mi cuello y me besaba. Ahora era yo quien notaba el sabor de mi leche directamente de su boca. Cuando sintió que mi polla estaba justo a la entrada de su coño se dejó caer despacio hasta empalarse hasta el fondo. Yo pasé un brazo por su cintura mientras la otra mano buscaba sus tetas. Ella agradeció las atenciones con un ronroneo gatuno mientras comenzaba a moverse. Su cara sonreía con los ojos cerrados, como si así se pudiese concentrar más en las sensaciones que llegaban de nuestros sexos.
 
Poco a poco fue incrementando la cadencia de sus movimientos mientras yo jugaba con sus pechos alternativamente acariciando, mordiendo y pellizcando sus pezones. Al cabo de un rato sus movimientos se volvieron frenéticos cuando estuvo cerca del orgasmo. Yo ahora podría aguantar un rato más y ella podría disfrutar de un orgasmo más intenso y largo.
 
Cuando llegó su orgasmo pegó su cuerpo al mío con fuerza. Se agarró de mi cuello con ambos brazos mientras las descargas de placer atravesaban su cuerpo una tras otra. Sentí como sus uñas se clavaban en mi espalda, pero lejos de molestarme, me proporcionó la sensación de que la estaba haciendo llegar al séptimo cielo, lo que estimuló más mi libido.
 
Ella había alcanzado el orgasmo. Pero a mí me faltaba muy poco, así que no dejé de moverme lo que provocó que en cierto modo su orgasmo durase más. Siguió cabalgándome hasta que con un grito ronco me descargué dentro de ella. Yo no le clavé mis uñas, pero creo que le dejé los moratones de mis dedos agarrándome a su cuerpo. Sentí como intentaba clavarse más en mi estaca, hacer que la penetración fuese aún más profunda. Y allí nos quedamos los dos jadeantes, unidos por nuestros sexos, juntando y mezclando nuestros sudores, satisfechos y felices.
 
Separó su cara de mi cuello y me besó de nuevo. Fue un beso apasionado, largo; como si quisiera fundirse conmigo. Por supuesto, yo respondí con las mismas ganas. Cuando nuestras bocas se separaron me miró y sonrió feliz.
 
—Eva es gilipollas. No sé por qué se largó. Pero perderse a alguien que folla como tú lo haces, es de idiotas.
 
—Gracias, Sara —contesté orgulloso—. Eres la mejor para subir la autoestima.
 
—No lo digo para que te sientas mejor. Es verdad. Ha sido el mejor polvo de mi vida. Gracias hermanito —añadió antes de darme un nuevo piquito.
 
—Gracias a ti —contesté devolviéndoselo.
 
Se levantó cuando mi polla quedó reducida a la mínima expresión. Me había dejado seco. Pero en lugar de separarse, se sentó en mi regazo y me echó los brazos al cuello y me besó de nuevo.
 
—Además no soy la única que lo dice —confesó con un guiño de complicidad.
 
—¿El qué? —pregunté sorprendido.
 
—Que eres el mejor follando —se estaba burlando de mí y lo disfrutaba.
 
—No entiendo.
 
—¿Notienes algo que contarme?
 
Una alarma se encendió en mi cabeza, pero estaba tan profunda que no logré situarla. Algo me decía que debía estar alerta, pero no con respecto a qué.
 
—No entiendo. ¿Qué tengo que contarte? Sabes que contigo no tengo secretos.
 
—Al menos uno sí tienes.
 
Ante mi cara de genuino asombro me miraba divertida. Estaba jugando conmigo y se lo pasaba bomba. Creí que se iba a echar a reír en cualquier momento al ver mi cara de panoli. Finalmente pareció perder la esperanza de que lo adivinase.
 
—¿No tienes que contarme algo sobre una cena especial? ¿O sobre una parrillada en casa de papá y mamá? —preguntó mirándome con picardía.
 
Creo que me quedé blanco. Desde luego fui consciente de que abrí los ojos como platos y en mi boca abierta hubiese podido entrar un camión.
 
—¿Cómo sabes eso? Pensarás que somos unos degenerados —supuse abatido. Siempre había pensado que Sara me veía como una especie de ejemplo y el ejemplo la había cagado.
 
—¿Degenerados? Para nada. Además en ese caso yo también lo soy. ¿No te parece? —preguntó dándome un nuevo pico.
 
—¿Pero cómo te has enterado?
 
—Pues porque mamá me lo contó, ¡atontado! —dijo antes de partirse de risa.
 
—¿Mamá? ¿Mamá te lo dijo?
 
—Claro. ¿Cómo si no sabía que follabas tan bien? A papá no te lo follaste. ¿O sí?
 
—Estoy alucinando. ¿Y tú que opinas?
 
—Pues me alegro de que nunca me hayas invitado para un trío con Eva. Ahora mismo me sentiría igual de engañada que tú —añadió al ver mi cara de pena por creer que la había decepcionado.
 
—¿No habíamos quedado en olvidarnos de Eva? —en ese momento Eva era lo que menos me preocupaba.
 
—Tienes razón. Perdona —dijo pensando que me dolía hablar de ella.
 
En realidad intentaba asimilar la noticia de que mis padres le habían contado la aventura sexual que habíamos mantenido. Sabía que éramos una familia abierta y sin tabús. Pero creía que aquello había quedado entre nosotros.
 
—No te preocupes. No voy a montarte un pollo. Yo ya sabía que mamá y papá practicaban el intercambio de parejas. ¿Tú no? Tal vez yo tenía más confianza con ellos, sobre todo con mamá, en ese tema. Y hace poco me lo contó como una anécdota graciosa que les había ocurrido en una ocasión. Te digo una cosa si así te quedas más tranquilo: yo en tu lugar también hubiese seguido adelante.
 
—¿Seguro?
 
—De verdad. Es algo entre adultos que no hacen daño a nadie. Se trata sólo de disfrutar del sexo. Es lo que acabamos de hacer ahora mismo. ¿O estás arrepentido? —preguntó con un falso mohín de disgusto.
 
—Para nada —afirmé rotundo—. Lo que estoy es alucinado. Creo que tengo la familia más loca del mundo.
 
Sara se rio y me abrazó de nuevo. Podía sentir sus pechos contra mi piel, pero no lo hacía con intención de excitarme. Era un abrazo de hermano, cariñoso, genuino. Como si hubiésemos estado vestidos y no hubiese nada sexual entre nosotros.
 
—Por cierto. Le dije a mamá que yo también quería probar. Si eras tan bueno no quería ser la única que se lo perdiese. Así que no te asustes si te pregunta.
 
Ahí sí que me quedé con los ojos como platos. No sólo comentaban mis “habilidades” sexuales. Si no que además se anunciaban cuando iban a follarme. Desde luego más confianza entre madre e hija no podía existir. Estaba claro que la mía no era una familia demasiado común.

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