Mi nombre es Arturo pero todo el mundo me llama Turi. Tengo 55 años y estoy viudo desde que un hijo de puta pasado de coca se saltó un paso de peatones hace uno. Era mi segundo matrimonio. Del primero me quedó un hijo. Del segundo una hijastra a la que quiero como si fuese mía. A fin de cuentas, cuando la conocí, tenía apenas quince años y como decía su madre, fui más padre que el biológico que se fue a por tabaco y debe estar buscando aún el estanco. Yo la “bauticé” con el nombre de Nana, diminutivo cariñoso de enana. Un poco cómico teniendo en cuenta que mide casi metro ochenta. Ya entonces era larga como un día sin pan.
Mi hijo Juan vive en la otra punta del país. Está felizmente casado y tiene un par de hijos. Nana, mi “otra hija” llevaba unos años en Alemania trabajando como auxiliar de clínica y viviendo con su primer y único novio. Eran dos más de los exiliados económicos provocados por la crisis. Todo parecía irles bien, pero ella quería volver y buscar trabajo aquí ahora que la situación parecía haber mejorado y él se empeñó en que de allí no se iba.
En lugar de hablar y solucionarlo, se empeñaron cada día más en sus posturas y al final todo se les fue al carajo.
Desde la muerte de mi esposa, yo vivía en una casa que teníamos en un pueblo de apenas un centenar de habitantes. Era un remanso de paz un poco apartado del pueblo donde podía pensar, ordenar mis ideas y trabajar en paz. Mi trabajo me permite trabajar desde casa, así que después de desayunar me monto mi despacho en el porche y trabajo con las montañas como telón de fondo y los pájaros como hilo musical.
Hace unos meses me sorprendió la llamada de Nana. Se notaba en la voz que había llorado y me dejó preocupado.
—¿Qué ha pasado Nana? —pregunté preocupado. Ella desbordaba alegría y sólo en el entierro de su madre la había visto así. Por un momento pensé que le había pasado algo a Rafa, su pareja.
—Turi, ¿Te importa si voy a pasar unos días contigo? —su voz parecía una súplica.
—Claro que no. Parece mentira que preguntes. ¿Pero qué ha pasado? Me estás asustando.
—Mejor te lo cuento mañana, cuando llegue. Te quiero. Chao.
Me quedé mirando el teléfono como si lo acabase de descubrir. ¿Mañana? Eso era que ya tenía pensado volverse antes de llamarme. Pasé el resto del día preocupado. No sabía qué pensar. Por supuesto, también pensé en una crisis en su pareja. Pero me parecía una medida demasiado drástica.
Al día siguiente, a mediodía, la vi bajar de un taxi. Venía con la cara descompuesta. Como si hubiese llorado todo el viaje desde Alemania. En cuanto bajó del coche, mientras el conductor bajaba la gran maleta que traía, ella se abalanzó en mis brazos, escondió la cabeza en mi hombro y lloró. Yo estaba en shock. ¿Qué cojones había podido pasar? Si Rafa le había hecho daño de alguna manera, el mundo se le haría pequeño para esconderse de mí.
Pagué al taxista y entramos en casa.
—Bueno. Pues bienvenida Nana. ¿Me vas a contar ya qué pasó? Si ayer me estabas asustando, ahora estoy acojonado —yo sin que se diese cuenta la miraba de arriba a abajo buscando huellas de algún golpe o algo parecido. Aunque no sabía muy bien qué debía encontrar.
Ella se me quedó mirando un momento que se me hizo eterno por la tristeza que vi en su mirada.
—¿Te importa si te lo cuento luego? Ahora me gustaría cerrar los ojos y dormir un poco. Por favor.
—Por supuesto, cariño. Tu habitación está lista. Te avisaré para cenar.
—Gracias Turi. Te quiero —dijo dándome un beso en la mejilla mientras una sonrisa triste asomaba en su dulce cara.
—Y yo a ti Nana. Descansa —respondí besándola en la mejilla al mismo tiempo.
El resto de la tarde lo pasé dando vueltas a la cabeza. Empezaba a sospechar que su relación se había acabado. Pero no creía que dos personas racionales y sensatas como ellos pudiesen acabar así. Me destrozaba el alma verla así y me imaginaba cuánto podía añorar en ese momento a su madre.
Poco a poco la noche fue llegando y me metí en la cocina a preparar una tortilla porque es su plato favorito y siempre se quejaba de que en Alemania no había manera de comer una tortilla decente.
Puse la mesa en el porche para aprovechar un atardecer maravilloso y cuando todo estuvo listo llamé con suavidad a su puerta.
No contestó, así que llamé más fuerte. Seguía sin contestar, así que entré temiendo que estuviese mal, o quién sabe ya que temores tenía. Estaba tumbada en cama de espaldas a la puerta. Se había echado por encima una manta y su ropa aparecía tirada en la alfombra.
Me acerqué a ella y la sacudí por el hombro.
—Nana. ¿Estás bien? La cena está lista. Hoy toca tortilla —le dije como en una confidencia.
Ella giró la cabeza y me sonrió. Sus ojos estaban rojos y pude ver que la almohada estaba húmeda. Había llorado hasta quedarse seca.
—Gracias Turi. Eres el mejor.
—Ya sabes que para mi Nana lo que sea —le sonreí—. Venga. Vístete y vamos a cenar.
Me di la vuelta y me dispuse a salir cuando oí su voz a mi espalda.
—Gracias Turi. Te quiero.
Estaba sentada sobre la cama tapándose con la manta. Dios como se parecía a su madre.
—Anda. No seas zalamera que sabes que no te hace falta—dije riendo antes de cerrar la puerta.
Yo estaba ya en la mesa saboreando una copa de vino cuando apareció Nana. Vestía como solía hacerlo en casa: un pantalón corto de deportes y la camiseta más vieja que había encontrado. Llevaba el pelo alborotado y sus ojos todavía mostraban señales de llanto. Le serví una copa y una porción de tortilla. No sería yo quién sacase el tema a colación. Sabía que lo haría ella cuando estuviese preparada. Si me adelantaba se cerraría en banda y no saldría de su boca ni una palabra. Así que me limité a respetar su silencio y comer. No tardó mucho. Se notaba que necesitaba desahogarse.
—Se acabó —dijo sin levantar la cabeza.
—Me lo temía en cuanto te vi. ¿Quieres contarme qué pasó?
La siguiente media hora la pasó desgranando sus últimos meses con Rafa. Como le había dicho que quería ser madre y él a hurtadillas se había hecho la vasectomía. Estoy seguro que le habría resultado más fácil perdonar una infidelidad. La dejé soltar todo y me limité a llenar su copa cuando la vació. Cuando por fin acabó su relato me miró. Sus ojos estaban de nuevo arrasados en lágrimas. Me partía el alma. Si en ese momento llego a tener a Rafa a mano, lo habría abierto en canal por haber hecho tanto daño a mi niña. Ojalá nunca me lo encontrase.
Me levanté y me acerqué a ella. Ella se puso en pie y nos abrazamos en silencio.
—Todo está bien Nana. No pienses más en él. Ahora todo estará bien —yo también estaba a punto de llorar.
Ella se fundió en un abrazo conmigo apretándome con fuerza. Buscando un refugio para su dolor. La dejé llorar mientras acariciaba su pelo. Cuando al fin remitieron las lágrimas la besé en la frente y le ofrecí una copa. Ella sonrió, me dio las gracias y fue a acostarse de nuevo. La dejé ir imaginando que volvería a llorar.
Los días pasaron y poco a poco mi Nana fue recuperando la sonrisa que iluminaba su cara. Entre los dos buscamos trabajo y a los pocos días un amigo mío la contrató para una clínica cercana. Le dejé mi coche para ir a trabajar y al fin pareció que al cabo de varios meses volvía a ser la de siempre.
Tras una tarde de otoño en que había estado trabajando en un pequeño taller que tengo detrás de la casa me metí en casa dispuesto a darme una ducha. Estaba duchándome cuando entró Nana a toda prisa.
—Perdona Turi, pero me meo viva —dijo bajándose el pantalón y la braga todo junto y sentándose a toda prisa mientras soltaba un suspiro de satisfacción.
—Joder Nana. ¿Ni un minuto podías aguantar? —yo estaba de espaldas a ella y no sabía como ponerme para evitar el espectáculo. La mampara tenía una cinta translúcida a la altura de la cintura, pero era más decorativa que funcional.
—Lo siento, Turi. Pero no te preocupes. Visto un culo, vistos todos. Aunque el tuyo no está mal para tu edad. Que no me entere yo de que ese culito pasa hambre — se burló .Encima hacía chistes la cabrona.
En cuanto acabó la faena se levantó y disculpándose de nuevo se marchó. Al momento volvió a abrirse la puerta y asomó su cabeza.
—Ya no te molesto más, ¡cuerpooo! —dijo antes de partirse de risa ante mi azoramiento y marcharse definitivamente.
Acabé de ducharme y salí. Por la ventana la vi sentada en el porche leyendo. Todo había sido una simple broma surgida a consecuencia de una urgencia fisiológica. Nunca cambiaría y a mí me gustaba que fuese así. Me reí para mis adentros y archivando la situación en el olvido fui a vestirme antes de hacer la cena.
El asunto quedó olvidado y la vida volvió a su rutina. Nana parecía haber recuperado del todo su alegría aunque conociéndola sabía que algo le faltaba.
Mis sospechas se vieron confirmadas al cabo de varios meses. Nana se volvió triste. La luz que brillaba en sus ojos se apagó, costaba trabajo sacarle una frase entera y parecía rehuir la compañía. No había manera de que me contase qué era lo que le preocupaba.
Por fin después de un par de semanas así se sinceró conmigo. Yo estaba en el porche disfrutando del atardecer cuando se sentó a mi lado con una botella de vino y un par de copas.
—¿Te apetece?
La miré un segundo buscando una pista en su mirada. Estaba claro que ahora se abriría.
—Con mi Nana, siempre —le sonreí.
Se sentó a mi lado y sirvió un par de copas. Tomó un trago antes de comenzar a hablar. Como si necesitase ordenar sus pensamientos antes de empezar. Yo esperé paciente aunque internamente me comía las uñas.
—Quiero ser madre. No quiero una pareja. Pero quiero ser madre —dijo mirando al frente.
—Es lógico. Sé que serás una madre maravillosa. Como lo fue la tuya —dije apretándole el brazo como muestra de apoyo y confianza.
—Pero me falta el “padre” —confesó mirando al suelo.
—Los hay a miles —bromeé—. En cualquier clínica tendrán un montón de candidatos. Y si prefieres conocerlo antes, sal un día de copas y a una disco y verás la de candidatos que te salen.
Ella sonrió pero su gesto era una mezcla de seriedad y tristeza.
—Yo en realidad quería pedirte que fueses tú —la vi cerrar los ojos con fuerza como si temiese una explosión de ira por mi parte.
—¿Yoooo? Esa sí que no la vi venir —confesé anonadado.
La miré de frente. Se notaba que estaba nerviosa esperando mi respuesta y temía mi contestación. Yo no me enfadaría con ella por nada del mundo. Pero me había dejado mudo. Es verdad que en realidad no había ningún lazo de sangre entre nosotros, pero para mí era mi hija.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —pregunté intentando aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir.
—Sí. Lo he pensado mucho y no puedo imaginar mejor padre. Lo has sido para mí. Mucho mejor incluso que mi verdadero padre. Y estoy segura de que serás un maravilloso abuelo —sonrió—. Y tienes unos genes perfectos para que mi hijo sea perfecto.
—Joder. Ahora sé lo que sienten los sementales en las ganaderías —bromeé intentando sacar hierro al tema.
—¿Entonces lo harás? —me pareció ver un brillo de esperanza en su mirada.
—Con una condición. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, deberá saber nunca que yo soy el donante.
—Prometido —juró con una gran sonrisa.
—Entonces de acuerdo. Me ordeñaré en una probeta. —le concedí provocando su carcajada que coreé feliz de verla de nuevo alegre.
—Mañana mismo voy a la clínica a informarme —dijo aplaudiendo como una niña ilusionada.
Brindamos con una nueva copa de vino y dejamos caer la noche conversando de mil banalidades.
Dos días después llegó a casa cariacontecida. Algo había sucedido. Lo supe en cuanto la vi salir del coche.
—¿Qué ha pasado?
—He hablado con los de la clínica de fertilidad y con una doctora de la clínica donde trabajo. No me gusta nada lo que me han dicho.
—No puede ser tan malo. No puede ser tan difícil. Dejo mis soldaditos en un cacharro. Te los inyectan dentro y listo. ¿No? Quiero decir que no hay complicaciones de tener que seguir un tratamiento ni nada parecido —yo no entendía dónde podía radicar la complicación.
—Lo complicado es el precio. Y la gran posibilidad de que en lugar de uno vengan gemelos. ¡O incluso trillizos!
—Por el precio no te preocupes, que para eso estoy yo aquí. ¿Pero lo de los gemelos?
—Un rollo técnico que no te voy a contar para no aburrirte y que sigas igual. Pero el precio me parece también disparatado. Son más de seis mil euros por dos oportunidades. O sea, que me inseminarían. Si no hay embarazo, repetirían la operación. Y si vuelve a fallar, hemos tirado el dinero y en caso de querer seguir, vuelta a pagar. Me parece una barbaridad.
—La verdad es que sí. Nana, siempre te quedará la opción de las copas —intenté bromear para que se tranquilizase.
—No creo que sea el mejor sitio para buscar donantes —contestó abatida.
Al cabo de unos días vino a despertarme muy alegre.
—Ya sé lo qué podemos hacer —dijo muy contenta sentándose a mi lado.
—Tú dirás —contesté aún adormilado.
—Tú… ya sabes… eyaculas en un bote, aquí en casa. Tendremos una jeringuilla grande preparada y en cuanto acabes me lo inyectaré yo misma.
Me quedé boquiabierto mirándola. Creí que se había vuelto loca.
—¿Pero tú te estás oyendo? No puede ser tan sencillo o las clínicas de fertilidad no tendrían trabajo. Comprarías un kit por Amazon y listo —expliqué creo que con buen criterio.
—Si al fin y al cabo es lo mismo. ¿Qué te cuesta probar? A fin de cuentas lo único que tienes que hacer es…
—Ya sé lo que tengo que hacer. Pero no creo que los espermatozoides lo pasen muy bien yendo en bus de un sitio a otro. No sé si me explico… No es un método controlado científicamente.
—Por favor —dijo tan solo componiendo esa mueca que sabe que me desarma cada vez que intenta conseguir algo de mí. Al final con un bufido acepté. Total, solo tendría que hacerme una paja. No tendría que exprimirme un huevo como si fuese una naranja.
Ella se encargó de conseguir el material y controlar sus días fértiles para elegir el día óptimo. Ese día se presentó de nuevo en mi dormitorio con un botecito de los usados para los análisis de orina.
—¡Arriba donante! ¡Hoy es el gran día!
—Buenos días a ti también —resoplé mientras me incorporaba y veía el botecito en su envase como una amenaza.
—Arriba. Tira para el baño. Te he dejado allí una revista porno para ayudar —confesó orgullosa de su iniciativa—. No sé tus preferencias pero una tía en pelotas es una tía en pelotas. ¿No?
—La madre que te parió… ¿Lo tienes todo planeado al milímetro?
—Todo.
—Menos una cosa. Yo sin desayunar no soy persona. Así que antes que nada me voy a desayunar y luego ya hablaremos.
Mientras desayunábamos me explicó todo el proceso. Yo tendría que eyacular en el botecito y salir rápidamente. Ella estaría esperando a la puerta y tan pronto saliese yo entraría ella, cogería el semen del bote con la jeringuilla y se lo introduciría lo más profundo posible. Mientras yo estuviese “ordeñándome” (sí, usó esa palabra) ella estaría lubricando la jeringuilla con un gel. Me mostró la dichosa jeringuilla y la verdad es que parecía una polla no muy gorda pero sí lo suficientemente larga como para enviar a mis soldaditos bien adentro. Imaginar aquel instrumento dentro de la vagina de Nana me provocó un inicio de erección. Me la imaginaba sentado en la taza con las piernas abiertas metiéndose ese cacharro hasta el fondo y no podía evitar excitarme. Me di una colleja mental y me resigné a mi suerte.
Tras el desayuno entré al baño casi a empujones. ¡Joder que prisa tenía Nana! Me miré al espejo y le pregunté al tipo que salía allí si sabía dónde se había metido. No me contestó. Bajé mi pantalón y aquello no estaba por la labor.
—Joder, lo que me espera —me lamenté mentalmente.
—¿Cómo vas? —oí la voz de Nana.
—Joder, Nana. ¡Que acabo de entrar! Que no soy eyaculador precoz —protesté—. No me vengas con prisas. Que cinco minutos de diferencia no será el problema.
—Usa la revista.
—Que sí. Ya la veo. No te preocupes que sé de sobras lo que debo hacer. Tranquila que cuando acabe salgo pitando.
Me la imaginé al otro lado de la puerta lubricando aquel cacharro fálico como si le hiciese una paja y mi polla comenzó a responder. —Al carajo —pensé aceptando mis pensamientos a pesar de que me parecían inapropiados como mínimo—. Todo sea por una buena causa.
Comencé a acariciar mi polla imaginando la escena. Abrí la revista con una mano mientras seguía subiendo y bajando mi mano a lo largo de mi palo. Al final me hizo más efecto imaginar a Nana metiéndose aquel trasto en su coñito que no sé por qué imaginaba apretado y mi polla adquirió la dureza del acero. Agarré el bote y me preparé. De vez en cuando oía a Nana metiendo prisa al otro lado de la puerta y eso producía un efecto negativo en mí. Finalmente logré mi objetivo. Llené el dichoso bote y lo dejé sobre el lavabo. Levanté los pantalones y salí.
—Todo tuyo —dije al salir.
Ella no perdió ni un segundo. Con la jeringa preparada en la mano entró como una exhalación y cerró la puerta. Yo fui a la cocina y con papel de cocina me limpié en espera de que Nana saliese para poder ducharme.
Estuve tentado a ir a la puerta del baño a devolverle la faena metiéndole prisa pero decidí que sería demasiado malévolo y al final salí al porche a esperar. Al cabo de quince minutos salió Nana. Se sentó a mi lado y me abrazó. Se la veía feliz e ilusionada.
—Gracias Turi. Eres el mejor.
—Lo sé. Anda que mira que me has pedido cosas a lo largo de tu vida. Pero esto lo supera todo —dije riendo.
Nana me besó en la mejilla y se recostó contra mí encogiendo las piernas como si intentase retener mi esperma dentro de si. Ese pensamiento provocó que mi líbido despertase. Intenté alejar esos pensamientos de mi mente y esperé a que decidiese levantarse. Su cuerpo estaba agradablemente cálido y para mí era agradable sentirla así, pegada a mí demostrándome su cariño. Eché un brazo sobre sus hombros y así nos quedamos un buen rato. En silencio.
Al cabo de un par de semanas el test de embarazo dijo que aquello no había servido de nada. Me pidió que repitiésemos la operación y no supe negarme. El resultado fue el mismo. Curiosamente Nana lo tomó mejor de lo que yo esperaba.
De nuevo me sorprendió en mi dormitorio. Pero esta vez fue al poco de acostarme. Yo estaba leyendo como de costumbre cuando se abrió la puerta y la figura de Nana se recortó en el hueco. Llevaba puesta una camiseta enorme que parecía un camisón. Uno de sus hombros quedaba desnudo y le cubría hasta poco más abajo de la ingle.
—¿Puedo pasar? —preguntó con voz queda.
—Claro Nana. ¿Qué sucede?
Se acercó a la cama y se sentó en el borde a la altura de mi cadera. Sus mejillas aparecían arreboladas y retorcía las manos en su regazo. La mirada dirigida al suelo me decía que no sabía cómo empezar.
—Ha salido mal de nuevo —comenzó—. Sé que soy fértil. Me hicieron pruebas en la clínica. Y está claro que tú también. Juan es la prueba.
—A no ser que mi ex me hubiese corneado entonces —bromeé—. No te preocupes. Si quieres lo intentaremos de nuevo las veces que haga falta.
—Hay otra forma —dijo bajando la voz.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —pregunté con total ingenuidad. Pensé que había buscado otro método milagroso en internet.
—El de toda la vida —confesó sin mirarme. De nuevo sus ojos se cerraban con fuerza como temiendo un castigo.
—¡Ah no! Eso sí que no. Eres mi hija. De ninguna manera. Si quieres me acuesto con medio pueblo y las dejo embarazadas a todas. Pero contigo no puedo hacerlo, Nana. No me jodas.
—Solo es..
—¿Solo? ¡Es sexo! Por favor, Nana. Sabes que haría lo que fuese por ti. Pero eso es demasiado.
—¿Es que no te parezco guapa? Siempre dices que me parezco a mi madre.
—Nana, por favor. Eres preciosa. Pero soy un viejo a tu lado. Es cierto que no soy tu padre biológico, pero podría serlo. Sabes que nuestra relación ya nunca podría ser igual. Eso nos pesaría como una losa.
—Perdóname. No pretendía molestarte —dijo con las lágrimas comenzando a brotar.
Nunca soporté ver su carita de ángel rota por el llanto y la abracé.
—No llores Nana. Compréndeme. Lo que me pides es demasiado. Eres una belleza y cualquier hombre sería feliz de morir abrazado a ti. Pero sabes que si lo hiciésemos ya nada sería igual.
—Pero yo te quiero —protestó.
—Y yo a ti —dije sin pensar en el sentido que ella podía haber dado a sus palabras—. Pero nos une un parentesco y nos separa un mar de años. Tú siempre serás mi Nana. Y siempre te querré.
Ella me abrazó con fuerza y escondió su rostro en mi cuello. Después de lo que habíamos hablado, y de lo que habíamos hecho, no pude evitar sentir un escalofrío. Me sentí culpable al sentir por primera vez su cuerpo como el de una mujer y no como el de mi hija. —No llores más. Verás como encontramos una solución— dije besando su cabeza.
—Gracias Turi —respondió con una sonrisa triste que me partió el alma.
Se levantó y se fue dejándome tocado. No pude evitar pensar en su proposición. Reconocía que poder gozar ese cuerpo sería entrar en el paraíso. Pero era terreno vedado. Por un momento maldecí las convenciones sociales que nos impedían un acto así. No quise pensar más en ello y me tomé una pastilla para dormir. Necesitaba dormir para no volverme loco pensando en su proposición.
Me desveló una sensación sumamente agradable. Era el sueño más vívido que había tenido en mi vida. El ligero peso de una mujer reposaba sobre mi cadera y mi miembro estaba enterrado en sus entrañas. Un aroma conocido me envolvía como el vapor de una droga bajo la tenue luz de la lampara de la mesilla. Aquel peso lograba que mi cuerpo se moviese a la altura de mi pelvis. Pero era un movimiento y una sensación sumamente placentera. Podía notar mi hombría dura como el acero y envuelta en una húmeda calidez.
Mis ojos se negaban a abrirse del todo y solo pude vislumbrar una sombra que parecía cabalgarme. Dos pequeñas y suaves manos reposaban sobre mi pecho.
De repente fui consciente de la realidad. Era Nana quién me cabalgaba. Se había echado sobre mí y era su vagina la que envolvía mi pene. Quise apartarla, pero la pastilla no había terminado su efecto y mis movimientos era torpes y lentos. Ella se dejó caer y se abrazó a mí.
—No Turi. Por favor. No te muevas. Déjame terminar —pidió entre gemidos pegándose a mi cuerpo para evitar que me separase. No pude evitar sentir sus pezones duros como clavos incrustados en mi pecho.
Agarré su cintura para intentar separarla pero el contacto de su piel era tan suave y su presa tan fuerte que solo fui capaz de dejar mis manos abrazando su talle. Mi mente estaba perdiendo la batalla contra su sensualidad y mis propios deseos por impuros que estos fuesen. Quise llorar arrepentido de mi propia cobardía pero no pude.
—Déjame terminar, Turi. Termina dentro de mí y lléname con tu esperma —susurraba en mi oído dulcemente mientras seguía moviéndose agarrada a mí.
—Gracias —dijo posando sus labios sobre los míos como un beso de mariposa. Separó un poco su rostro y pude ver que sonreía. Sin darme cuenta, yo había comenzado a moverme para incrementar la penetración.
De nuevo me sentí culpable. Pero no por eso dejé de hacerlo. Nana consideró que ya no tenía intención de escapar, así que se incorporó mientras tomaba mis manos y las llevaba a sus pechos. Me dejé hacer y amasé su pecho con lujuria. Las areolas eran oscuras, no muy grandes y en centro sobresalía un pezón que en ese momento podría cortar el cristal. Con sus manos indicó a las mías que deseaba que los acariciase y los pellizcase. No me hice repetir sus deseos. Su vaivén hacía que ahora las penetraciones fuesen más profundas y los jadeos que escapaban de su boca me decían que estaba disfrutando como nunca.
Al cabo de un minuto su cuerpo se tensó y sus manos se clavaron en mi pecho. Su respiración pareció detenerse un instante mientras se dejaba caer y movía su pelvis en círculos.
—Me corro, Turi. Por favor, córrete conmigo. Lléname con tu esperma. ¡Dios! Lléname Turi. Por favor, lléname.
Pero yo había empezado más tarde y todavía me faltaba un poco para terminar. Se dejó caer desmadejada sobre mi pecho intentando tomar aire. Me miró a los ojos. Su boca trazaba una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—No has acabado —dijo satisfecha antes de darme un piquito—. Y yo quiero que acabes. Dentro de mí. Quiero tu hijo.
—Ya no hay vuelta atrás. Por la mañana ya nos arrepentiremos. Pero ahora acabaremos lo que has empezado —respondí tirando de ella para tumbarla sobre su espalda y meterme entre sus piernas.
Su boca se abrió como un mudo grito en cuanto entré en ella. Lo hice despacio. Disfrutando y haciéndole disfrutar de cada milímetro de piel contra piel. Cuando estuve dentro del todo me detuve un instante a disfrutar de la maravillosa sensación de estar encajado en sus entrañas. Ella me rodeó con sus piernas y echó sus brazos alrededor de mi cuello para tirar de mí.
Nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso en el que nuestras lenguas lucharon entre sí. Cuando el beso se fue apagando comencé a moverme. Despacio, disfrutando del maravilloso roce de nuestros sexos. Bajé la cabeza y besé primero un pecho y luego el otro. Mordí ligeramente sus pezones arrancándole gemidos de placer. Ella intentaba levantar su pecho buscando nuevas caricias por parte de mis labios y de mis dientes. Le encantaba que los mordiese y tirase de ellos, así que eso hice. Fui alternado uno y otros mientras su excitación volvía a alcanzar las cotas más altas y su cadera se sincronizaba con la mía.
No tardó en anunciar que tendría un nuevo orgasmo. Esta vez yo iba a acabar al mismo tiempo. Ya estaba a punto y me costó esperar a que ella llegase al clímax. En cuanto sentí que su cuerpo se tensaba en un nuevo orgasmo me dejé ir y me vacié en su interior. Al sentir el primer chorro una sonrisa de satisfacción iluminó su cara al tiempo que desataba su orgasmo. Yo me hundí todo lo posible en sus entrañas para que no se desperdiciase ni una gota mientras me movía ligeramente para frotar su clítoris y alargar su orgasmo.
Nuevamente cayó desmadejada pero con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecha y feliz. Yo me quedé quieto en su interior hasta que mi pene perdió firmeza y salió de su sexo. Entonces Nana llevó su mano hasta su vagina como intentando impedir que se escapase el preciado esperma. Me sorprendió cuando llevó sus dedos manchados de mi leche hasta la boca y los lamió con deleite.
—Es delicioso —me sonrió— será un niño precioso. Gracias Turi.
—No sé si ha sido una buena idea. Pero ahora ya está hecho —admití pesaroso convencido de que allí acababa aquella aventura—. Espero que esto no acabe con nuestra relación.
—¿Bromeas? —preguntó levantando una ceja—. Ha sido el polvo más maravilloso de toda mi vida. Rafa era un eunuco a tu lado. Esto acaba de comenzar —aseguró besándome—. Además… todavía no estoy segura de estar embarazada. Habrá que seguir intentándolo.
—Cabrona… —no pude evitar reírme mientras le pellizcaba un pezón.
—¡Mmm! —protestó mordiéndose el labio—. Además creo que tengo mucho que aprender y tú eres el mejor maestro.
Seguimos “intentándolo” durante una semana. Al final de esa semana le tocaba tener la regla y no apareció, así que la sonrisa iluminaba su rostro todo el día. “Por si acaso” seguimos afanados en la tarea hasta que su vientre comenzó a crecer. A los vecinos les contamos que había sido una fecundación asistida y por supuesto coló. De puertas afuera nuestra vida era de padre e hija. Pero dentro de casa vivíamos como cualquier matrimonio.
Dentro de un par de meses nacerá nuestro hijo. No sé como justificaremos ante él nuestra relación. Pero cruzaremos ese puente cuando lleguemos a el.
Mi hijo Juan vive en la otra punta del país. Está felizmente casado y tiene un par de hijos. Nana, mi “otra hija” llevaba unos años en Alemania trabajando como auxiliar de clínica y viviendo con su primer y único novio. Eran dos más de los exiliados económicos provocados por la crisis. Todo parecía irles bien, pero ella quería volver y buscar trabajo aquí ahora que la situación parecía haber mejorado y él se empeñó en que de allí no se iba.
En lugar de hablar y solucionarlo, se empeñaron cada día más en sus posturas y al final todo se les fue al carajo.
Desde la muerte de mi esposa, yo vivía en una casa que teníamos en un pueblo de apenas un centenar de habitantes. Era un remanso de paz un poco apartado del pueblo donde podía pensar, ordenar mis ideas y trabajar en paz. Mi trabajo me permite trabajar desde casa, así que después de desayunar me monto mi despacho en el porche y trabajo con las montañas como telón de fondo y los pájaros como hilo musical.
Hace unos meses me sorprendió la llamada de Nana. Se notaba en la voz que había llorado y me dejó preocupado.
—¿Qué ha pasado Nana? —pregunté preocupado. Ella desbordaba alegría y sólo en el entierro de su madre la había visto así. Por un momento pensé que le había pasado algo a Rafa, su pareja.
—Turi, ¿Te importa si voy a pasar unos días contigo? —su voz parecía una súplica.
—Claro que no. Parece mentira que preguntes. ¿Pero qué ha pasado? Me estás asustando.
—Mejor te lo cuento mañana, cuando llegue. Te quiero. Chao.
Me quedé mirando el teléfono como si lo acabase de descubrir. ¿Mañana? Eso era que ya tenía pensado volverse antes de llamarme. Pasé el resto del día preocupado. No sabía qué pensar. Por supuesto, también pensé en una crisis en su pareja. Pero me parecía una medida demasiado drástica.
Al día siguiente, a mediodía, la vi bajar de un taxi. Venía con la cara descompuesta. Como si hubiese llorado todo el viaje desde Alemania. En cuanto bajó del coche, mientras el conductor bajaba la gran maleta que traía, ella se abalanzó en mis brazos, escondió la cabeza en mi hombro y lloró. Yo estaba en shock. ¿Qué cojones había podido pasar? Si Rafa le había hecho daño de alguna manera, el mundo se le haría pequeño para esconderse de mí.
Pagué al taxista y entramos en casa.
—Bueno. Pues bienvenida Nana. ¿Me vas a contar ya qué pasó? Si ayer me estabas asustando, ahora estoy acojonado —yo sin que se diese cuenta la miraba de arriba a abajo buscando huellas de algún golpe o algo parecido. Aunque no sabía muy bien qué debía encontrar.
Ella se me quedó mirando un momento que se me hizo eterno por la tristeza que vi en su mirada.
—¿Te importa si te lo cuento luego? Ahora me gustaría cerrar los ojos y dormir un poco. Por favor.
—Por supuesto, cariño. Tu habitación está lista. Te avisaré para cenar.
—Gracias Turi. Te quiero —dijo dándome un beso en la mejilla mientras una sonrisa triste asomaba en su dulce cara.
—Y yo a ti Nana. Descansa —respondí besándola en la mejilla al mismo tiempo.
El resto de la tarde lo pasé dando vueltas a la cabeza. Empezaba a sospechar que su relación se había acabado. Pero no creía que dos personas racionales y sensatas como ellos pudiesen acabar así. Me destrozaba el alma verla así y me imaginaba cuánto podía añorar en ese momento a su madre.
Poco a poco la noche fue llegando y me metí en la cocina a preparar una tortilla porque es su plato favorito y siempre se quejaba de que en Alemania no había manera de comer una tortilla decente.
Puse la mesa en el porche para aprovechar un atardecer maravilloso y cuando todo estuvo listo llamé con suavidad a su puerta.
No contestó, así que llamé más fuerte. Seguía sin contestar, así que entré temiendo que estuviese mal, o quién sabe ya que temores tenía. Estaba tumbada en cama de espaldas a la puerta. Se había echado por encima una manta y su ropa aparecía tirada en la alfombra.
Me acerqué a ella y la sacudí por el hombro.
—Nana. ¿Estás bien? La cena está lista. Hoy toca tortilla —le dije como en una confidencia.
Ella giró la cabeza y me sonrió. Sus ojos estaban rojos y pude ver que la almohada estaba húmeda. Había llorado hasta quedarse seca.
—Gracias Turi. Eres el mejor.
—Ya sabes que para mi Nana lo que sea —le sonreí—. Venga. Vístete y vamos a cenar.
Me di la vuelta y me dispuse a salir cuando oí su voz a mi espalda.
—Gracias Turi. Te quiero.
Estaba sentada sobre la cama tapándose con la manta. Dios como se parecía a su madre.
—Anda. No seas zalamera que sabes que no te hace falta—dije riendo antes de cerrar la puerta.
Yo estaba ya en la mesa saboreando una copa de vino cuando apareció Nana. Vestía como solía hacerlo en casa: un pantalón corto de deportes y la camiseta más vieja que había encontrado. Llevaba el pelo alborotado y sus ojos todavía mostraban señales de llanto. Le serví una copa y una porción de tortilla. No sería yo quién sacase el tema a colación. Sabía que lo haría ella cuando estuviese preparada. Si me adelantaba se cerraría en banda y no saldría de su boca ni una palabra. Así que me limité a respetar su silencio y comer. No tardó mucho. Se notaba que necesitaba desahogarse.
—Se acabó —dijo sin levantar la cabeza.
—Me lo temía en cuanto te vi. ¿Quieres contarme qué pasó?
La siguiente media hora la pasó desgranando sus últimos meses con Rafa. Como le había dicho que quería ser madre y él a hurtadillas se había hecho la vasectomía. Estoy seguro que le habría resultado más fácil perdonar una infidelidad. La dejé soltar todo y me limité a llenar su copa cuando la vació. Cuando por fin acabó su relato me miró. Sus ojos estaban de nuevo arrasados en lágrimas. Me partía el alma. Si en ese momento llego a tener a Rafa a mano, lo habría abierto en canal por haber hecho tanto daño a mi niña. Ojalá nunca me lo encontrase.
Me levanté y me acerqué a ella. Ella se puso en pie y nos abrazamos en silencio.
—Todo está bien Nana. No pienses más en él. Ahora todo estará bien —yo también estaba a punto de llorar.
Ella se fundió en un abrazo conmigo apretándome con fuerza. Buscando un refugio para su dolor. La dejé llorar mientras acariciaba su pelo. Cuando al fin remitieron las lágrimas la besé en la frente y le ofrecí una copa. Ella sonrió, me dio las gracias y fue a acostarse de nuevo. La dejé ir imaginando que volvería a llorar.
Los días pasaron y poco a poco mi Nana fue recuperando la sonrisa que iluminaba su cara. Entre los dos buscamos trabajo y a los pocos días un amigo mío la contrató para una clínica cercana. Le dejé mi coche para ir a trabajar y al fin pareció que al cabo de varios meses volvía a ser la de siempre.
Tras una tarde de otoño en que había estado trabajando en un pequeño taller que tengo detrás de la casa me metí en casa dispuesto a darme una ducha. Estaba duchándome cuando entró Nana a toda prisa.
—Perdona Turi, pero me meo viva —dijo bajándose el pantalón y la braga todo junto y sentándose a toda prisa mientras soltaba un suspiro de satisfacción.
—Joder Nana. ¿Ni un minuto podías aguantar? —yo estaba de espaldas a ella y no sabía como ponerme para evitar el espectáculo. La mampara tenía una cinta translúcida a la altura de la cintura, pero era más decorativa que funcional.
—Lo siento, Turi. Pero no te preocupes. Visto un culo, vistos todos. Aunque el tuyo no está mal para tu edad. Que no me entere yo de que ese culito pasa hambre — se burló .Encima hacía chistes la cabrona.
En cuanto acabó la faena se levantó y disculpándose de nuevo se marchó. Al momento volvió a abrirse la puerta y asomó su cabeza.
—Ya no te molesto más, ¡cuerpooo! —dijo antes de partirse de risa ante mi azoramiento y marcharse definitivamente.
Acabé de ducharme y salí. Por la ventana la vi sentada en el porche leyendo. Todo había sido una simple broma surgida a consecuencia de una urgencia fisiológica. Nunca cambiaría y a mí me gustaba que fuese así. Me reí para mis adentros y archivando la situación en el olvido fui a vestirme antes de hacer la cena.
El asunto quedó olvidado y la vida volvió a su rutina. Nana parecía haber recuperado del todo su alegría aunque conociéndola sabía que algo le faltaba.
Mis sospechas se vieron confirmadas al cabo de varios meses. Nana se volvió triste. La luz que brillaba en sus ojos se apagó, costaba trabajo sacarle una frase entera y parecía rehuir la compañía. No había manera de que me contase qué era lo que le preocupaba.
Por fin después de un par de semanas así se sinceró conmigo. Yo estaba en el porche disfrutando del atardecer cuando se sentó a mi lado con una botella de vino y un par de copas.
—¿Te apetece?
La miré un segundo buscando una pista en su mirada. Estaba claro que ahora se abriría.
—Con mi Nana, siempre —le sonreí.
Se sentó a mi lado y sirvió un par de copas. Tomó un trago antes de comenzar a hablar. Como si necesitase ordenar sus pensamientos antes de empezar. Yo esperé paciente aunque internamente me comía las uñas.
—Quiero ser madre. No quiero una pareja. Pero quiero ser madre —dijo mirando al frente.
—Es lógico. Sé que serás una madre maravillosa. Como lo fue la tuya —dije apretándole el brazo como muestra de apoyo y confianza.
—Pero me falta el “padre” —confesó mirando al suelo.
—Los hay a miles —bromeé—. En cualquier clínica tendrán un montón de candidatos. Y si prefieres conocerlo antes, sal un día de copas y a una disco y verás la de candidatos que te salen.
Ella sonrió pero su gesto era una mezcla de seriedad y tristeza.
—Yo en realidad quería pedirte que fueses tú —la vi cerrar los ojos con fuerza como si temiese una explosión de ira por mi parte.
—¿Yoooo? Esa sí que no la vi venir —confesé anonadado.
La miré de frente. Se notaba que estaba nerviosa esperando mi respuesta y temía mi contestación. Yo no me enfadaría con ella por nada del mundo. Pero me había dejado mudo. Es verdad que en realidad no había ningún lazo de sangre entre nosotros, pero para mí era mi hija.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —pregunté intentando aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir.
—Sí. Lo he pensado mucho y no puedo imaginar mejor padre. Lo has sido para mí. Mucho mejor incluso que mi verdadero padre. Y estoy segura de que serás un maravilloso abuelo —sonrió—. Y tienes unos genes perfectos para que mi hijo sea perfecto.
—Joder. Ahora sé lo que sienten los sementales en las ganaderías —bromeé intentando sacar hierro al tema.
—¿Entonces lo harás? —me pareció ver un brillo de esperanza en su mirada.
—Con una condición. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, deberá saber nunca que yo soy el donante.
—Prometido —juró con una gran sonrisa.
—Entonces de acuerdo. Me ordeñaré en una probeta. —le concedí provocando su carcajada que coreé feliz de verla de nuevo alegre.
—Mañana mismo voy a la clínica a informarme —dijo aplaudiendo como una niña ilusionada.
Brindamos con una nueva copa de vino y dejamos caer la noche conversando de mil banalidades.
Dos días después llegó a casa cariacontecida. Algo había sucedido. Lo supe en cuanto la vi salir del coche.
—¿Qué ha pasado?
—He hablado con los de la clínica de fertilidad y con una doctora de la clínica donde trabajo. No me gusta nada lo que me han dicho.
—No puede ser tan malo. No puede ser tan difícil. Dejo mis soldaditos en un cacharro. Te los inyectan dentro y listo. ¿No? Quiero decir que no hay complicaciones de tener que seguir un tratamiento ni nada parecido —yo no entendía dónde podía radicar la complicación.
—Lo complicado es el precio. Y la gran posibilidad de que en lugar de uno vengan gemelos. ¡O incluso trillizos!
—Por el precio no te preocupes, que para eso estoy yo aquí. ¿Pero lo de los gemelos?
—Un rollo técnico que no te voy a contar para no aburrirte y que sigas igual. Pero el precio me parece también disparatado. Son más de seis mil euros por dos oportunidades. O sea, que me inseminarían. Si no hay embarazo, repetirían la operación. Y si vuelve a fallar, hemos tirado el dinero y en caso de querer seguir, vuelta a pagar. Me parece una barbaridad.
—La verdad es que sí. Nana, siempre te quedará la opción de las copas —intenté bromear para que se tranquilizase.
—No creo que sea el mejor sitio para buscar donantes —contestó abatida.
Al cabo de unos días vino a despertarme muy alegre.
—Ya sé lo qué podemos hacer —dijo muy contenta sentándose a mi lado.
—Tú dirás —contesté aún adormilado.
—Tú… ya sabes… eyaculas en un bote, aquí en casa. Tendremos una jeringuilla grande preparada y en cuanto acabes me lo inyectaré yo misma.
Me quedé boquiabierto mirándola. Creí que se había vuelto loca.
—¿Pero tú te estás oyendo? No puede ser tan sencillo o las clínicas de fertilidad no tendrían trabajo. Comprarías un kit por Amazon y listo —expliqué creo que con buen criterio.
—Si al fin y al cabo es lo mismo. ¿Qué te cuesta probar? A fin de cuentas lo único que tienes que hacer es…
—Ya sé lo que tengo que hacer. Pero no creo que los espermatozoides lo pasen muy bien yendo en bus de un sitio a otro. No sé si me explico… No es un método controlado científicamente.
—Por favor —dijo tan solo componiendo esa mueca que sabe que me desarma cada vez que intenta conseguir algo de mí. Al final con un bufido acepté. Total, solo tendría que hacerme una paja. No tendría que exprimirme un huevo como si fuese una naranja.
Ella se encargó de conseguir el material y controlar sus días fértiles para elegir el día óptimo. Ese día se presentó de nuevo en mi dormitorio con un botecito de los usados para los análisis de orina.
—¡Arriba donante! ¡Hoy es el gran día!
—Buenos días a ti también —resoplé mientras me incorporaba y veía el botecito en su envase como una amenaza.
—Arriba. Tira para el baño. Te he dejado allí una revista porno para ayudar —confesó orgullosa de su iniciativa—. No sé tus preferencias pero una tía en pelotas es una tía en pelotas. ¿No?
—La madre que te parió… ¿Lo tienes todo planeado al milímetro?
—Todo.
—Menos una cosa. Yo sin desayunar no soy persona. Así que antes que nada me voy a desayunar y luego ya hablaremos.
Mientras desayunábamos me explicó todo el proceso. Yo tendría que eyacular en el botecito y salir rápidamente. Ella estaría esperando a la puerta y tan pronto saliese yo entraría ella, cogería el semen del bote con la jeringuilla y se lo introduciría lo más profundo posible. Mientras yo estuviese “ordeñándome” (sí, usó esa palabra) ella estaría lubricando la jeringuilla con un gel. Me mostró la dichosa jeringuilla y la verdad es que parecía una polla no muy gorda pero sí lo suficientemente larga como para enviar a mis soldaditos bien adentro. Imaginar aquel instrumento dentro de la vagina de Nana me provocó un inicio de erección. Me la imaginaba sentado en la taza con las piernas abiertas metiéndose ese cacharro hasta el fondo y no podía evitar excitarme. Me di una colleja mental y me resigné a mi suerte.
Tras el desayuno entré al baño casi a empujones. ¡Joder que prisa tenía Nana! Me miré al espejo y le pregunté al tipo que salía allí si sabía dónde se había metido. No me contestó. Bajé mi pantalón y aquello no estaba por la labor.
—Joder, lo que me espera —me lamenté mentalmente.
—¿Cómo vas? —oí la voz de Nana.
—Joder, Nana. ¡Que acabo de entrar! Que no soy eyaculador precoz —protesté—. No me vengas con prisas. Que cinco minutos de diferencia no será el problema.
—Usa la revista.
—Que sí. Ya la veo. No te preocupes que sé de sobras lo que debo hacer. Tranquila que cuando acabe salgo pitando.
Me la imaginé al otro lado de la puerta lubricando aquel cacharro fálico como si le hiciese una paja y mi polla comenzó a responder. —Al carajo —pensé aceptando mis pensamientos a pesar de que me parecían inapropiados como mínimo—. Todo sea por una buena causa.
Comencé a acariciar mi polla imaginando la escena. Abrí la revista con una mano mientras seguía subiendo y bajando mi mano a lo largo de mi palo. Al final me hizo más efecto imaginar a Nana metiéndose aquel trasto en su coñito que no sé por qué imaginaba apretado y mi polla adquirió la dureza del acero. Agarré el bote y me preparé. De vez en cuando oía a Nana metiendo prisa al otro lado de la puerta y eso producía un efecto negativo en mí. Finalmente logré mi objetivo. Llené el dichoso bote y lo dejé sobre el lavabo. Levanté los pantalones y salí.
—Todo tuyo —dije al salir.
Ella no perdió ni un segundo. Con la jeringa preparada en la mano entró como una exhalación y cerró la puerta. Yo fui a la cocina y con papel de cocina me limpié en espera de que Nana saliese para poder ducharme.
Estuve tentado a ir a la puerta del baño a devolverle la faena metiéndole prisa pero decidí que sería demasiado malévolo y al final salí al porche a esperar. Al cabo de quince minutos salió Nana. Se sentó a mi lado y me abrazó. Se la veía feliz e ilusionada.
—Gracias Turi. Eres el mejor.
—Lo sé. Anda que mira que me has pedido cosas a lo largo de tu vida. Pero esto lo supera todo —dije riendo.
Nana me besó en la mejilla y se recostó contra mí encogiendo las piernas como si intentase retener mi esperma dentro de si. Ese pensamiento provocó que mi líbido despertase. Intenté alejar esos pensamientos de mi mente y esperé a que decidiese levantarse. Su cuerpo estaba agradablemente cálido y para mí era agradable sentirla así, pegada a mí demostrándome su cariño. Eché un brazo sobre sus hombros y así nos quedamos un buen rato. En silencio.
Al cabo de un par de semanas el test de embarazo dijo que aquello no había servido de nada. Me pidió que repitiésemos la operación y no supe negarme. El resultado fue el mismo. Curiosamente Nana lo tomó mejor de lo que yo esperaba.
De nuevo me sorprendió en mi dormitorio. Pero esta vez fue al poco de acostarme. Yo estaba leyendo como de costumbre cuando se abrió la puerta y la figura de Nana se recortó en el hueco. Llevaba puesta una camiseta enorme que parecía un camisón. Uno de sus hombros quedaba desnudo y le cubría hasta poco más abajo de la ingle.
—¿Puedo pasar? —preguntó con voz queda.
—Claro Nana. ¿Qué sucede?
Se acercó a la cama y se sentó en el borde a la altura de mi cadera. Sus mejillas aparecían arreboladas y retorcía las manos en su regazo. La mirada dirigida al suelo me decía que no sabía cómo empezar.
—Ha salido mal de nuevo —comenzó—. Sé que soy fértil. Me hicieron pruebas en la clínica. Y está claro que tú también. Juan es la prueba.
—A no ser que mi ex me hubiese corneado entonces —bromeé—. No te preocupes. Si quieres lo intentaremos de nuevo las veces que haga falta.
—Hay otra forma —dijo bajando la voz.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —pregunté con total ingenuidad. Pensé que había buscado otro método milagroso en internet.
—El de toda la vida —confesó sin mirarme. De nuevo sus ojos se cerraban con fuerza como temiendo un castigo.
—¡Ah no! Eso sí que no. Eres mi hija. De ninguna manera. Si quieres me acuesto con medio pueblo y las dejo embarazadas a todas. Pero contigo no puedo hacerlo, Nana. No me jodas.
—Solo es..
—¿Solo? ¡Es sexo! Por favor, Nana. Sabes que haría lo que fuese por ti. Pero eso es demasiado.
—¿Es que no te parezco guapa? Siempre dices que me parezco a mi madre.
—Nana, por favor. Eres preciosa. Pero soy un viejo a tu lado. Es cierto que no soy tu padre biológico, pero podría serlo. Sabes que nuestra relación ya nunca podría ser igual. Eso nos pesaría como una losa.
—Perdóname. No pretendía molestarte —dijo con las lágrimas comenzando a brotar.
Nunca soporté ver su carita de ángel rota por el llanto y la abracé.
—No llores Nana. Compréndeme. Lo que me pides es demasiado. Eres una belleza y cualquier hombre sería feliz de morir abrazado a ti. Pero sabes que si lo hiciésemos ya nada sería igual.
—Pero yo te quiero —protestó.
—Y yo a ti —dije sin pensar en el sentido que ella podía haber dado a sus palabras—. Pero nos une un parentesco y nos separa un mar de años. Tú siempre serás mi Nana. Y siempre te querré.
Ella me abrazó con fuerza y escondió su rostro en mi cuello. Después de lo que habíamos hablado, y de lo que habíamos hecho, no pude evitar sentir un escalofrío. Me sentí culpable al sentir por primera vez su cuerpo como el de una mujer y no como el de mi hija. —No llores más. Verás como encontramos una solución— dije besando su cabeza.
—Gracias Turi —respondió con una sonrisa triste que me partió el alma.
Se levantó y se fue dejándome tocado. No pude evitar pensar en su proposición. Reconocía que poder gozar ese cuerpo sería entrar en el paraíso. Pero era terreno vedado. Por un momento maldecí las convenciones sociales que nos impedían un acto así. No quise pensar más en ello y me tomé una pastilla para dormir. Necesitaba dormir para no volverme loco pensando en su proposición.
Me desveló una sensación sumamente agradable. Era el sueño más vívido que había tenido en mi vida. El ligero peso de una mujer reposaba sobre mi cadera y mi miembro estaba enterrado en sus entrañas. Un aroma conocido me envolvía como el vapor de una droga bajo la tenue luz de la lampara de la mesilla. Aquel peso lograba que mi cuerpo se moviese a la altura de mi pelvis. Pero era un movimiento y una sensación sumamente placentera. Podía notar mi hombría dura como el acero y envuelta en una húmeda calidez.
Mis ojos se negaban a abrirse del todo y solo pude vislumbrar una sombra que parecía cabalgarme. Dos pequeñas y suaves manos reposaban sobre mi pecho.
De repente fui consciente de la realidad. Era Nana quién me cabalgaba. Se había echado sobre mí y era su vagina la que envolvía mi pene. Quise apartarla, pero la pastilla no había terminado su efecto y mis movimientos era torpes y lentos. Ella se dejó caer y se abrazó a mí.
—No Turi. Por favor. No te muevas. Déjame terminar —pidió entre gemidos pegándose a mi cuerpo para evitar que me separase. No pude evitar sentir sus pezones duros como clavos incrustados en mi pecho.
Agarré su cintura para intentar separarla pero el contacto de su piel era tan suave y su presa tan fuerte que solo fui capaz de dejar mis manos abrazando su talle. Mi mente estaba perdiendo la batalla contra su sensualidad y mis propios deseos por impuros que estos fuesen. Quise llorar arrepentido de mi propia cobardía pero no pude.
—Déjame terminar, Turi. Termina dentro de mí y lléname con tu esperma —susurraba en mi oído dulcemente mientras seguía moviéndose agarrada a mí.
—Gracias —dijo posando sus labios sobre los míos como un beso de mariposa. Separó un poco su rostro y pude ver que sonreía. Sin darme cuenta, yo había comenzado a moverme para incrementar la penetración.
De nuevo me sentí culpable. Pero no por eso dejé de hacerlo. Nana consideró que ya no tenía intención de escapar, así que se incorporó mientras tomaba mis manos y las llevaba a sus pechos. Me dejé hacer y amasé su pecho con lujuria. Las areolas eran oscuras, no muy grandes y en centro sobresalía un pezón que en ese momento podría cortar el cristal. Con sus manos indicó a las mías que deseaba que los acariciase y los pellizcase. No me hice repetir sus deseos. Su vaivén hacía que ahora las penetraciones fuesen más profundas y los jadeos que escapaban de su boca me decían que estaba disfrutando como nunca.
Al cabo de un minuto su cuerpo se tensó y sus manos se clavaron en mi pecho. Su respiración pareció detenerse un instante mientras se dejaba caer y movía su pelvis en círculos.
—Me corro, Turi. Por favor, córrete conmigo. Lléname con tu esperma. ¡Dios! Lléname Turi. Por favor, lléname.
Pero yo había empezado más tarde y todavía me faltaba un poco para terminar. Se dejó caer desmadejada sobre mi pecho intentando tomar aire. Me miró a los ojos. Su boca trazaba una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—No has acabado —dijo satisfecha antes de darme un piquito—. Y yo quiero que acabes. Dentro de mí. Quiero tu hijo.
—Ya no hay vuelta atrás. Por la mañana ya nos arrepentiremos. Pero ahora acabaremos lo que has empezado —respondí tirando de ella para tumbarla sobre su espalda y meterme entre sus piernas.
Su boca se abrió como un mudo grito en cuanto entré en ella. Lo hice despacio. Disfrutando y haciéndole disfrutar de cada milímetro de piel contra piel. Cuando estuve dentro del todo me detuve un instante a disfrutar de la maravillosa sensación de estar encajado en sus entrañas. Ella me rodeó con sus piernas y echó sus brazos alrededor de mi cuello para tirar de mí.
Nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso en el que nuestras lenguas lucharon entre sí. Cuando el beso se fue apagando comencé a moverme. Despacio, disfrutando del maravilloso roce de nuestros sexos. Bajé la cabeza y besé primero un pecho y luego el otro. Mordí ligeramente sus pezones arrancándole gemidos de placer. Ella intentaba levantar su pecho buscando nuevas caricias por parte de mis labios y de mis dientes. Le encantaba que los mordiese y tirase de ellos, así que eso hice. Fui alternado uno y otros mientras su excitación volvía a alcanzar las cotas más altas y su cadera se sincronizaba con la mía.
No tardó en anunciar que tendría un nuevo orgasmo. Esta vez yo iba a acabar al mismo tiempo. Ya estaba a punto y me costó esperar a que ella llegase al clímax. En cuanto sentí que su cuerpo se tensaba en un nuevo orgasmo me dejé ir y me vacié en su interior. Al sentir el primer chorro una sonrisa de satisfacción iluminó su cara al tiempo que desataba su orgasmo. Yo me hundí todo lo posible en sus entrañas para que no se desperdiciase ni una gota mientras me movía ligeramente para frotar su clítoris y alargar su orgasmo.
Nuevamente cayó desmadejada pero con una sonrisa de oreja a oreja, satisfecha y feliz. Yo me quedé quieto en su interior hasta que mi pene perdió firmeza y salió de su sexo. Entonces Nana llevó su mano hasta su vagina como intentando impedir que se escapase el preciado esperma. Me sorprendió cuando llevó sus dedos manchados de mi leche hasta la boca y los lamió con deleite.
—Es delicioso —me sonrió— será un niño precioso. Gracias Turi.
—No sé si ha sido una buena idea. Pero ahora ya está hecho —admití pesaroso convencido de que allí acababa aquella aventura—. Espero que esto no acabe con nuestra relación.
—¿Bromeas? —preguntó levantando una ceja—. Ha sido el polvo más maravilloso de toda mi vida. Rafa era un eunuco a tu lado. Esto acaba de comenzar —aseguró besándome—. Además… todavía no estoy segura de estar embarazada. Habrá que seguir intentándolo.
—Cabrona… —no pude evitar reírme mientras le pellizcaba un pezón.
—¡Mmm! —protestó mordiéndose el labio—. Además creo que tengo mucho que aprender y tú eres el mejor maestro.
Seguimos “intentándolo” durante una semana. Al final de esa semana le tocaba tener la regla y no apareció, así que la sonrisa iluminaba su rostro todo el día. “Por si acaso” seguimos afanados en la tarea hasta que su vientre comenzó a crecer. A los vecinos les contamos que había sido una fecundación asistida y por supuesto coló. De puertas afuera nuestra vida era de padre e hija. Pero dentro de casa vivíamos como cualquier matrimonio.
Dentro de un par de meses nacerá nuestro hijo. No sé como justificaremos ante él nuestra relación. Pero cruzaremos ese puente cuando lleguemos a el.
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