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Soy una empleada contenta (en el trabajo l)

Ya había pasado una semana desde que volvimos al trabajo. La pandemia se hizo durar y aún había vestigios peligroso por todos lados. No había clases en la facultad, pero los servicios administrativos funcionaban y en contra de toda lógica la biblioteca también, por más de que ningún alumno se haya presentado desde la reapertura.
De todos modos, volvimos. Una semana aguantó el rector, hoy temprano volvió a manosearme en los pasillos. Conocen la historia, estoy aquí por mis servicios especiales prestados. La fachada es el trabajo que de verdad realizo. Trabajo medio tiempo, me folla el rector dos o tres veces al mes, todos contentos.
Retomando el hilo, volvió sus manos a tocarme cuando pase junto a él. La verdad pensé que desde el primer día me usaría, incluso llevaba puesto un bonito juego de lencería, pero no. Tardó una semana.
Me manoseo un par de veces. Cuando bajé al depósito él me siguió y rápidamente buscó debajo de mi falda con una mano.
Yo lo dejé.
- Te parece dentro de una hora en mi oficina señorita Elizabeth?
- Claro que sí Rector.
Las veces que no quiere nada ni siquiera me mira. No sé muy bien sus designios, las razones por la que ciertos días es una fiera. Un señor entrado en años que intenta mantenerse, casado y con familia. El mismo que en ese momento metía uno de sus dedos por mi ano. Me quedé parada sintiendo el dedo. Me manoseo una teta al mismo tiempo por unos minutos y luego se alejó.
A la hora acordaba subí a su oficina, no había mucho trabajo que hacer y la biblioteca estaba casi vacía salvo por los otros trabajadores. No me importaba mucho hablar con alguien y excusarme de mi puesto.
Una vez más como tantas veces fuí al baño de su oficina, me desvestí y guarde mi ropa, una vez se había mojado y tuve que andar así todo el día. Había aprendido de la experiencia. Me quité todo excepto mis bragas, normalmente me avisaba antes y esos días llevaba una tanga. Pero como no hubo aviso anterior estaba como un día normal. Ni siquiera llevaba medias, de modo que me dejé las bragas negras, normales. Tambien me dejé los zapatos de tacón. Aparte de eso salí del baño totalmente desnuda. Él por supuesto ya se había bajado los pantalones y se masturbaba. Su pene medio erecto del tamaño regular. Ni grande ni pequeño. Me había hecho gritar varias veces.
El rector me hizo señas mientras quitaba su móvil. Otro de sus extraños gustos. Entendí lo que me pedía y me arrodillé mientras se sentaba en su silla y se ponía a realizar una llamada.
Mientras, me puse a trabajar. Sexo oral mientras el rector hacía llamadas importantes. A veces le mamaba lo mejor que podía para ver si lograba hacerle temblar la voz, pero el señor tenía buen temple. Hoy decidí no intentarlo, así que comencé a chupar su pene lentamente.
Caliente y semi duro. Olía a verga y a colonia cara. Cerré los ojos y lo metí en la boca. Recorrí el glande con la lengua, lo saqué y repetí. 
En ciertas ocasiones sus llamadaa duraban media hora, llamadas de trabajo, asuntos importantes. Y yo pasaba todo ese tiempo mamando su pene. Me dolía las mejillas de tanto chupar.
Hoy no duró demasiado, quizás unos diez minutos, en los cuales yo devoré fervientemente esa verga. Para entonces ya estaba totalmente duro. Quizá tomaba algún medicamento para que se le ponga erecto de esa forma y eso también explicaba que solo me usaba pocos días al mes. No es que yo le dijera que no. Y tampoco se lo iba a preguntar.
Colgó la llamada y me sujetó de la nuca. Me atrajo hacia él y aquél palo que tenía entró lentamente por mi garganta. Me ataje casi todas mis arcadas y le otorgué la garganta profunda que pedía.
Me saltaré de contarles todo lo demás para pasar al momento en que se aburrió de cogerme la boca y me acostó en su mesa.
Boca arriba y con las piernas abiertas me penetró por la vagina. Gemí como un animal e inmediatamente, el rector procedió a saltar entre mis piernas, con ganas de sacar y meter su duro pene que había estado chupando.
Su pija salía y entraba a gran velocidad. Mis piernas se enrollaron en torno a su cintura. Mis pechos eran chupados, tocados y mordidos mientras no dejaban de moverse. El rector me penetraba una y otra vez. Lo sentía dentro, la cabeza bien grande abriéndose camino y yo gimiendo con todo ese placer. 
Cambiamos ligeramente de posición unas cuantas veces. Yo siempre acostada pero él me movía las piernas. Primero separadas, después las juntaba por los talones y las ponía en su hombro. Luego, me volvía a abrir las piernas. No me desprendió los zapatos como solía hacer, mis tacones bailaban en el aire porque en todo ese momento no dejó taladrame la vagina.
Luego de fabulosos momentos se apartó y volvió a sentarse. La verga aún estaba bien parada y estaba mojadísima.
No tuvo que pedírmelo. Me arrodillé y lo metí en boca. Mi propio sabor mezclado con el sabor a pija. Lo metí un par de veces todo lo profundo que pude. Chupé y lamí.
- Ahora te voy a dar por el culo - al rector le gustaba hablar directo al punto y en cierto modo eso me calentaba. Bajé y lamí sus bolas para poder responder.
- Me lo quieres romper?
- Así es, espero que no hayas estado metiendo cosas por ahí, lo quiero bien apretado.
Cambié del testículo izquierdo al derecho, lamí y lo metí en la boca, mientras seguía respondiendo pícaramente. Duramos así un poco más. Un jueguito de palabras sucias mientras aprovechaba para ensalivarle la verga, el rector no es de los que usan lubricantes y yo me las tenía que arreglar, si no era inteligente iba rengueando a casa y con dolor a la hora del ir al baño. Lo chupé un par de veces más y me levanté. Le dí la espalda y me incliné en la mesa, que tenía la altura exacta de mi vientre, justo para poder apoyarme y levantar las nalgas. Algo me decía que el rector siempre pensó en eso al momento de comprar su escritorio. 
No se hizo esperar, bajó las bragas que aún tenía puesta, mientras me folló la vagina lo había dejado ahí, haciéndola a un costado. Ahora estaba empapada de mis fluidos. Lo bajó hasta donde terminan mis nalgas y comienzan mis piernas. Aproveché ese instante para escupir en la palma de mi mano y llevarme a mi ano como último esfuerzo de lubricarme.
Separó con una mano una de mis nalgas y con la otra se sujetó el falo. Apuntó y empujó.
El dolor me recorrió y arqueé la espalda. No fingí demasiado el gritito de dolor. Al rector le gustaba esas cosas. Volvió a empujar por segunda vez y volvió a fallar en su intento. Volví a emitir grititos de dolor y me movía, no lo suficiente para molestarlo pero sí para dar a entender que me dolía. Todo parte del juego de hacerme la difícil. Me sujetó con más fuerza y volvió a intentar. Estaba decidida a dejarle entrar esta vez pero en el último momento decidí darle el gusto. Cerré mi culito con todas mis fuerzas y su glande golpeó mi esfínter, empujó, peleó pero no entró.
- Au! Rector, no entra
- La tienes muy apretada...
En el tono de voz se oía como se la hacía agua la boca ante esa perspectiva. No lo culpo, yo bien blanca, inclinada de espaldas a él, dispuesta a darle un agujero más pequeño que su pene, de pelo rojo y buenas proporciones, un poco de más en proporciones, había ganado más peso en la pandemia, pero era más carne que comer.
Volvió a intentarlo, pero está vez subió una de sus piernas a la mesa y se dejó caer, con su peso y la fuerza apuntó a mi culo. Volví a cerrarme, apretaba el ano lo más fuerte que podía, como cuando eras chico y pensabas que no llegabas al baño a tiempo.
Pero está vez la cabeza se hizo un paso, abrió lentamente mi esfínter. Para cuando había entrado la mitad del glande yo ya había perdido. Seguí apretando pero el anillo ya se cerraba alrededor de su pene, la parte más gruesa ya había entrado y el rector cayó sobre mí, enterrando su pija en mí culo.
Apoyé mis dos manos en la mesa, intenté incorporarme pero él lo evitó tomándome del pelo. Grité. O más bien emití un lamento glutural nada humano. Mujía mientras sentía su pene bien clavado por detrás.
Tuvo la consideración de dejarlo allí unos segundos, mientras mi ano se recuperaba. Dolía y me gustaba. El sexo anal siempre me excitó. El pene desde ahí roza por dentro todo el canal vaginal y no hay forma de describir lo que se siente.
Enrolló mi pelo en su mano y empezó a follarme.
Para entonces mi culo estaba muy abierto. La verga entraba y salía, no lo dejaba salir ni la mitad y volvía a meterlo. Otro de los placeres, para mí, del sexo anal es que si me están dando por detrás, las bolas chocan contra los labios de mi vagina, al compás de la penetración. ¡Pas pas! Los testículos chocaban mientras el pene entraba y salía.
Cerré los ojos, gemí, se me escapó baba de la boca y el rector saltaba sobre mí. Enfatizaba la profundidad y lo sentía tan dentro de mi recto que veía estrellas. Pero incluso así le seguía dando el gusto, cerraba, al menos lo que podía, el ano. Apretaba el culo mientras el se esforzaba por abrirlo. ¿Quería sentirlo apretado no? Pues lo apretaba todo lo que podía, aunque perdía la cabeza en el proceso.
Estrellas, colores y líneas danzaban frente a mis ojos mientras me abría y mientras apretaba el esfínter caí. De verdad. Mis rodillas fallaron y la mesa me sostuvo, de tanta fuerza que hacía al apretar las nalgas sentí que orinaba, pero no lo hice, antes de que entendiera lo que me había pasado el torrente de placer sacudió mi cuerpo. El orgasmo llegó, se quedó y se retiró lentamente.
Cuando abrí los ojos ya me había rendido. El rector sacaba y metía a placer su pene de mi culo sin ninguna dificultad. Lo sacaba todo y lo volvía a meter. Ya estaba en su límite. No sé si es lo que él quería pero cuando lo volvió a quitar me dejé caer al suelo y abrí la boca.
Él siguió el ritmo, aún sujetándome del pelo me metió el pene. Lo chupé lo mejor que podía mientas el rector se afanaba en encontrar la forma de follarme la boca con el ritmo justo para eyacular. Desesperado parecía un perrito que busca aparearse.
Me cogió un tiempo más pero al final me lo quitó para masturbarse. Siempre eyaculaba más de esa forma. No tardó ni dos segundos y su semen, caliente y salado, inundó mi boca. No se derramó ni una gota porque al acabar había metido el pene, terminando dentro. Sentí su semen por mi campanilla y una parte cayó en mi garganta. Contuve las náuseas mientras él terminaba de lazarme lo que tenía. Cerré los labios alrededor de la verga y tragué, por partecitas para no vomitarlo. El ácido sabor bajo a través de mí. Tragué todo. Lo chupé un rato, limpiándolo. La verga iba poniéndose más blanda. Perdía la erección. Seguí chupándolo.
El rector siempre al terminar iba primero al baño y yo me quedaba en la oficina, usaba, toda sucia y desalineada mientras él se arreglaba. Esta vez no fue la excepción.
Cuando abandonó el baño entré a tratar de arreglarme un poco. Traía el cabello enmarañado. Tenía marcas de manos por donde me había sujetado. Tenía saliva que iba desde mi boca, por mis pechos, hasta el ombligo. Mi vagina estaba mojada y había gotas que habian caído por mis cuartos interiores. Me giré y separé mis nalgas. Por el espejo vi mi ano, rojo y sumamente abierto. Demonios, eso tardará un poco en recuperarse.
Me quité las bragas. Estaban totalmente mojadas y me puse la falda sin ellas. Faltaba poco para mi salida, podía aguantar sin nada hasta entonces. Me arreglé el pelo y terminé de vestirme. Cuando salí el rector había abandonado la oficina.
Menos mal tenía que usar el tapabocas, aunque me había enjuagado la boca aún sentía el potente sabor a semen. Quizá me gustaba sentirlo, sonreí tontamente hasta que me senté en mi oficina. Dolerá sentarse algunos días.
Soy una empleada contenta (en el trabajo l)

2 comentarios - Soy una empleada contenta (en el trabajo l)

Adictoalogt
Qué buen relato! Me calentó mucho