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Maratón de madre e hijo

Yo entreno casi todos los días con mi madre, somos aficionados al running, principalmente ella, después de cumplir 40 años se puso obsesiva con su cuerpo. Mi padre mucho mayor que ella todo lo contrario, es un empresario que disfruta de los placeres de una vida burguesa, gracias a eso casi nos ignora y se mantiene alejado. Yo con mi madre vivimos en un piso de un edificio y mi padre aunque no está separado de mi madre vive en una casa fuera de la ciudad.
Después de terminar mis estudios y sin tener necesidad de buscar trabajo en forma inmediata, mi padre no tiene ningún problema en mantenernos, pasaba casi todo el día en casa con mi madre ya que mis amigos empezaban a encontrar trabajo y empezábamos a vernos cada vez menos.
Mi madre se llama Mariela y ahora tiene 43 años, yo soy Gabriel y tengo 22 recién cumplidos. Realmente parecemos hermanos, yo casi diría que ella está en mejor forma física que yo, su resistencia al cansancio es increíble, corremos 15 kilómetros diarios y ella casi siempre continua en casa con complementos de aparatos. Tiene unas piernas increíbles, la cola y la cintura de película, las tetas se fueron achicando con el entrenamiento pero siguen firmes y abultadas.
Un día nos encontrábamos corriendo por un parque en una mañana templada y vemos varios afiches promocionando una maratón que se correría en la ciudad, daba fecha de inscripción a la misma y el lugar para hacerlo, que era una oficina municipal cercana.
Cuando llegamos a casa el tema era el maratón, ella se había entusiasmado con entrar a la competencia, aunque no era para ganar sino para demostrar que ella podía terminarla. Enseguida me propuso que la acompañe en la hazaña. En principio yo dude, pero no tardó en convencerme.
Quedamos que al otro día después de correr íbamos a pasar por la oficina municipal e inscribirnos.
Ese día mi madre no dejaba de hablar del maratón, de cómo entrenaríamos y como sería la mejor forma de encarar el desafío. Estaba con más ánimo que nunca. Corrimos los 15 kilómetros como nunca antes, hicimos el mejor tiempo de todos los anteriores, ni siquiera nos amedrento el calor agobiante de esa mañana. Sudados de pies a cabeza decidimos encarar el trámite de inscripción.
Llegamos con 38ºC a la oficina, había varios corredores tomando las planillas de inscripción, muchos de los cuales muchas veces cruzábamos en nuestro entrenamiento. Uno de ellos era un tal Alberto, un hombre de unos 60 años, menudo y muy flaco, nos empezó a contar de los maratones de los que había participado, de cómo encararlos, de la importancia de hidratarse y cómo y de la forma de mantener un ritmo. Una charla entretenida mientras esperábamos que nos atiendan.
Mientras estábamos en la fila nos dimos cuenta que todos o la mayoría llevaba una hoja en la mano, pero realmente no le dimos importancia. Esperamos cerca de media hora hasta que nos toca el turno.
Una empleada joven vestida de brillantes colores nos recibe y nos da una planilla para completar, información básica como nombre, edad, teléfono, domicilio. La completamos y se la entregamos, nos mira y nos pide el certificado médico de aptitud. Nos miramos y nos dimos cuenta que era ese papel que llevaban todos en las manos, tratamos de que nos aceptara sin cumplir ese requisito pero nos dijo que era imposible, que era un trámite normal en este tipo de competencias, que era un riesgo no hacerlo. Le consultamos si era posible que nos recomendará algún sitio para poder sacar el certificado y nos dijo que sólo nos podía recomendar un hospital público, que no estaba autorizada para darnos otra información.
Salimos de la oficina con la planilla que habíamos completado entre las manos, ya que no la pudo aceptar. En cierta forma era lógico lo que pedía, era un riesgo encarar una maratón sin estar seguros de las condiciones físicas aunque suponíamos que no teníamos ningún problema.
Estábamos parados en la acera del local municipal, bajo el intenso rayo del sol, cuando nos ve Alberto, el amable competidor con el que habíamos hablado. Les comentamos que nos pasaba.
Alberto un hombre de experiencia en estas competencias enseguida nos dio la solución. Nos dijo que era un trámite rápido, que él se atendía en un consultorio de una médica de la zona, que era una muy buena profesional y conocía de estos certificados de aptitud ya que ella se los extendía a él, desde hacía veinte años en los que empezó a correr. Nos dijo que no nos hiciéramos problema que le haría un llamado para ver si nos podía atender.
Fue una alegría saber que no deberíamos deambular por algún hospital o clínica y más que seríamos recomendados por alguien que conocía a la profesional.
Alberto toma el móvil y llama a la doctora.
-Hola doctora, le habla Alberto, como está.
-blablabla.
-Todo bien, la molesto por una pareja amiga que necesitan un chequeo médico para correr en el maratón de la semana próxima.
-blablabla
-jajaja, si, si, no hay problema, como usted diga.
-blablabla
-por suerte, yo ando bien, también voy a correr con ellos, ¿Se los puedo mandar ahora?
-blablabla
-Gracias doctora, ya les aviso.
Termina su conversación con la doctora, que se llamaba Alicia y nos avisa que estaba todo bien, que nos pasaba la dirección para el chequeo y que la doctora nos iba a esperar. Que era algo de rutina que él se hacía muy seguido, una revisión general, un electro, nada de otro mundo. Le agradecimos y quedamos de vernos para la carrera. Como el consultorio quedaba a menos de un kilómetro decidimos ir corriendo para llegar más rápido y poder hacer todo el trámite ese mismo día.
Llegamos a la puerta de un edificio, común, no parecía una clínica ni nada por el estilo, tocamos el timbre del portero eléctrico que nos indicó Alberto, una voz femenina nos dijo que subamos, piso 7 departamento B.
Subimos al ascensor y el nuestro olor a transpiración era insoportable, no queríamos dar mala impresión pero queríamos terminar con el trámite y dejamos la vergüenza de lado.
Llegamos al departamento y nos abre la puerta una joven médica, de no más de 22 años y nos invita a pasar, preguntamos por la doctora Alicia, nos dice que le iba a avisar de nuestra presencia. Por lo que vemos era un consultorio donde atendían varios médicos, en varias habitaciones, había gente en una reducida sala de espera, varios niños y dos ancianos sentados, junto a los padres de los niños. Esperamos parados, transpirados y con ropa deportiva, yo en pantalón corto y una remera, mi madre con una calza rosa hasta las rodillas y una musculosa, por donde asomaba un corpiño deportivo, eso que se cruzan por la espalda de color azul marino, no sentíamos observados y con justa razón por los pacientes, que eran padecientes de nuestros olores.
Pasaron cinco minutos y el estar parados después de haber corrido y estar en un lugar cerrado y caluroso, no hizo transpirar mucho más, estábamos empapados.
A los diez minutos llega una doctora muy mayor, aparentaba unos 70 años, aunque podía ser mayor, maquillada casi en exceso y nos llama.
-Hola chicos, ¿A ustedes los manda Alberto?
-Si (responde mi mamá)
-Bien, acompáñenme
Seguimos a la doctora por un pasillo, hasta un pequeño consultorio, con paredes blancas, una camilla, una balanza y sobre un pequeño escritorio lleno de papeles, un estetoscopio, un especulo y un medidor de presión arterial.
-Chicos me comentó Alberto, un gran amigo mío, que necesitan unos certificados para correr con él en el próximo maratón, es un trámite fácil, por favor vayan llenando está planilla y vuelvo en un minuto, voy a buscar el aparato para electrocardiograma.
Se va y nos deja llenando las planillas, como para una historia médica, nos miramos y nos reímos, mi madre me mira y me dice.
-cree que somos novios, jajaja, se ve que es ciega la doctora, mejor no creo que tarde mucho con nosotros.
Se abre la puerta y regresa con un carrito con el electrocardiógrafo, se ve que un poco viejo y usado pero funcional. Lo pone a un costado de la camilla y toma las planillas y las lee.
-Bueno chicos, los voy a revisar.
Mi madre enseguida le pregunta.
-¿Doctora, quiere que salga Gabriel?
-No, chiquita, no soy tonta, sé que ahora los novios no son como en mi época que no teníamos relaciones hasta casarnos, jajaja, quédate tranquila no les voy a contar a sus padres, anda sacándote la ropa y subí a la balanza que yo mientras le toma la presión a tu novio.
A lo que respondió mi madre.
-Pero estoy toda sudada, estuvimos corriendo, no quiero incomodarla, podemos dejar para otro día el chequeo y vengo bañada.
-jajajaja, soy médico Mariela, no te preocupes, tu olor a transpiración es un perfume para mí, no te hagas problema estoy acostumbrada.
Mientras decía esto la doctora me estaba acomodando en el brazo la manga del tensiómetro al tanto que mi madre, ya resignada, se comenzaba a sacar la calza y la musculosa y quedaba en ropa interior subida a la balanza. No podía alejar la vista de ese hermoso culo sudado, la pequeña tanga lo dejaba ver en su totalidad, estaba sólo a un metro de ese espectáculo. Mientras la doctora inflaba la manga y miraba el manómetro, auscultaba mis latidos.
-el pulso es un poco acelerado pero está bien la presión.
Anota en la planilla y se dirige a la balanza.
-Bueno Mariela, a ver cuánto pesas.
Mira y anota, luego le apoya una especie de regla en la cabeza de la misma balanza y mide su altura y lo anota.
-Levanta los brazos.
Mi madre hace caso y levanta los brazos. La doctora le toma por los costados el corpiño y se lo saca para arriba, mi madre queda con las tetas apuntando a la pared, por instinto se cubre con los brazos, al mismo tiempo la doctora toma su tanga de las tiritas de costado y se la baja hasta los tobillos, la deja completamente desnuda. Yo no lo podía creer, era un sueño.
-Date vuelta.
La hace girar y queda de frente y se baja de la balanza, ahora estaba unos veinte centímetros más cerca de mí. Le empieza a explorar las tetas, se las manosea y se podía notar en sus pezones que la excitaba, estaban hinchado y puntiagudos, y parecía que salían más afuera cuando apretaba los pechos con la mano. Tenía un primer plano de su vulva, completamente depilada, se veía una rayita roja se sus labios que se perdía entre sus piernas. Nunca vi a mi madre tan colorada, estaba roja de la vergüenza, tenía cara como de asustada y no me podía mirar, yo estaba muy excitado.
-Por favor Mariela siéntate en la camilla.
Mi madre obedece, mientras tanto, la doctora tomaba unas toallas de papel. Luego la acuesta en la camilla, le iba a explorar la vagina, yo podía ver todo como en HD, le arrima una luz y se podían ver los labios rojos y húmedos de su vulva, un fino hilo de baba caía sobre la camilla. La doctora toma dos o tres toallas de papel y se la seca, luego mete dos dedos y lo empieza a rotar en su vagina, mi madre con su mirada perdida en el cielorraso apretaba los puños. Yo estaba mirando la mejor película porno de mi vida.
-Bueno todo bien, ahora colócate en rodillas sobre la camilla, te voy a explorar el ano.
Mi madre hace caso, empezaba a acostumbrarse a mostrarse desnuda, parecía que le empezaba a gustar, le hace caso y con las tetas casi tocando la camilla abre bien el culo. La doctora arrima la luz y se pone vaselina en un dedo y se lo empieza a meter por el ano. Sin sacar el dedo le pregunta.
-Mariela ¿Tuviste algún problema de hemorroides o alguna fisura?
-No, que yo sepa.
-Mira estoy viendo que el esfínter está un poco inflamado, puede ser un principio de hemorroides, no es nada grave, ves Gabriel, mira.
Me hizo arrimar para ver de cerca, mientras sacaba el dedo del culo y con ese mismo dedo brilloso me señalaba el ano y lo tocaba.
-Ves este globito, no es muy pronunciado, pero requiere un cuidado. Después le receto algo. Pero no tengas miedo Gabriel la vas a poder seguir metiendo por ahí. Jajaja. Pasa con muchos atletas, el ejercicio excesivo y el esfuerzo lo puede provocar. Bueno, Mariela te puedes acostar en la camilla y te hago el electro. Gabriel mientras sácate la ropa y sube a la balanza.
Era mi turno, mi madre empezó a cambiar la cara de miedo y vergüenza por una sonrisa de venganza y placer. Era imposible pararme en la balanza sin que se me note la pija parada, trato de acomodarla para un costado del slip, pero era una tarea ciclópea. Mi madre estaba desnuda sobre la camilla mientras la doctora le hacía el electrocardiograma, la doctora miraba el dibujo de la tira de papel hasta una longitud que la deja satisfecha para dar fin a prueba.
-Bueno, está todo bien Mariela. Te puedes vestir. Voy a medir tu altura Gabriel, a ver ponte derecho.
Me apoya la regla metálica en la cabeza y anota mi altura, después me toma por los hombros y me hace girar para ponerme de frente.
-Bueno, a ver te voy a revisar, bueno, bueno, bueno, jajajaja estos chicos como son, jajajaja
Me iba a revisar los huevos y no tuvo mejor idea que bajarme el slip, al hacerlo la pija saltó como un resorte y la quedo apuntando a unos centímetros de la cara, empezó a reír y encaró a mi madre.
-jajaja Mariela, esto es trabajo para vos, vamos hay que bajarla.
-¿Cómo que bajarla?
-Vamos no se la voy a bajar yo, para que esta su novia, dale chúpala un poco así acaba y se relaja, no se lo voy a hacer yo, jajaja
Ahora la sonrisa era mía, mi madre clava su mirada en la mía pero enseguida la cara de pánico la cambia por una sonrisa y se arrodilla, acerca su mano y toma mi pene con firmeza retirando el prepucio del glande, lo mira un segundo y lo empieza a chupar como un helado. Rodea unos minutos el glande con la lengua y se lo mete en la boca, siento la succión de su boca y por instinto la toma del pelo para hundir el pene en su boca. Empieza a sacar y meter el pene en la boca y con cada embestida lo mete más adentro, le falta el aire, su nariz no da abasto con el aire que respira, pero sigue la embestida. De repente se detiene y se lo saca de la boca y tomando el pene con la mano le dice a la doctora.
-¿Alicia me quiere ayudar?
-jajaja no puedo soy una profesional.
-pero cuál es el problema, él es su paciente y lo puede ayudar a relajar.
-Bueno, si es así y no te molesta.
Se arrodillo y mi madre le puso mi pene en su boca. La vieja doctora lo chupo con verdadera maestría, se lo tragaba completo mientras mi madre me chupaba los huevos. Empiezo a acelerar mi respiración, estaba a punto de acabar, mi madre se da cuenta y se lo saca de la boca a la doctora y se lo mete ella y empieza a succionar con fuerza, no tardó mucho en acabar con fuerza en su boca. Levanta su mirada y me muestra como traga toda la leche.
La doctora termina de completar las planillas y nos da el certificado, tenía todo el lápiz labial corrido en la cara. Nos vestimos y nos despide con un beso en la boca.
Salimos de la clínica con el papel tan deseado en las manos, estábamos listos para volver a la oficina y terminar el trámite, pero nos miramos y decidimos volver a casa corriendo.
Nos olvidamos del maratón, desde ese día el maratón lo hacemos en casa, no podemos para de coger en cualquier lado de la casa, le lleno todos los agujeros, tengo una madre inagotable, dormimos y nos masturbamos juntos, estamos todo el día desnudos por la casa. Tomamos todos los cuidados para mantener las formas frente a los vecinos, mi padre o los conocidos. Ella me alienta a salir con otras chicas, cosa que hago y es algo que la excita y lo demuestra después que regreso a casa.
Espero que nuestro secreto se mantengo a lo largo de nuestras vidas.

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