El anuncio de la cuarentena nos puso paranoicos, empezamos con los llamados con mi esposo.
Él por negocios había viajado a Europa, un negocio que venía tratando de cerrar durante meses, al fin se le había dado cuando estalla lo de la pandemia mundial.
Si cerraba nos salvábamos de por vida, era un salto de calidad en nuestras vidas.
Las medidas sanitarias de todos los países comenzaron a debilitar el acuerdo.
Yo no quería que estuviera expuesto al virus, pero él decía que sería un fracaso personal y motivo de depresión si se caía todo.
Peleamos por teléfono, él decidió quedarse en Europa a pesar de las recomendaciones de volver.
Cada tanto nos llamábamos para saber cómo estábamos en cada lado del continente, acá en Buenos Aires todavía no había arrancado nada, pero ya estaba todo cerrado, nos pedían que nos quedemos en casa.
Mi hermana me llama desesperada porque su hijo, mi sobrino estaba en una pensión con muchos estudiantes de diversos países, compartiendo cuarto, espacios comunes.
Mi sobrino había venido justo este año a estudiar profesorado de educación física a Buenos Aires.
Tenía algunas universidades más cerca de su pueblo, pero como todo adolescente estaba obnubilado por las luces de la gran ciudad.
La mamá quería que volviese a su casa, que estudiaría el próximo año, no quería que estuviera en riesgo de contagio su hijo mayor.
Aunque había terminado la escuela secundaria, para la madre siempre es un niño, su bebé.
Él quería quedarse en Buenos Aires, seguir estudiando, no perder tiempo en su pueblo.
Hablando con mi hermana sale lo de mi esposo, hizo los mismos planteos. Terminamos dándonos la razón de que los hombres son cabezas dura, que no piensan mucho y cuando se les mete algo en la cabeza no paran.
Mi hermana me pide que pueda aceptar a mi sobrino en nuestra casa, ya que estaría más seguro, sin tanta exposición de gente de otros lugares que vienen y van.
Acepto. Así que comienza la odisea de poder trasladarlo. No sabíamos cuánto tiempo duraría la cuarentena así que trae un pequeño bolso con algo de ropa, su compu y sus efectos personales.
Hacía mucho tiempo que no lo veía, ahora estaba más grande, con un cuerpo de hombre, pero con cara de adolescente.
Con mi esposo habíamos comprado una casa mediante una hipoteca, teníamos un pequeño jardín con una pileta. Además de nuestra habitación tenía dos más, una la usaba mi esposo de oficina, la otra la usaba yo para mis cosas, estaba lleno de chucherías, de mis cursos fallidos de pintura, y otras artes plásticas.
Tenía un trabajo part time de oficina, así que me indicaron que debería trabajar desde casa.
Ese cuarto me deprimía, ver todas mis cosas truncas, mis hobbies no realizados, mis libros y apuntes de una carrera universitaria abandonada, e incluso papeles de un emprendimiento de pastelería que quebró años atrás.
Por lo general todo lo hacía en el living de casa, leer, trabajar, distenderme. Incluso hacer gym.
Ahora con la llegada de mi sobrino tan de repente no tuve tiempo de preparar su cuarto.
No teníamos más camas. Él al vivir en pensión, tampoco tenía una propia.
Las primeras noches debería dormir en el sofá, hasta que consigamos una.
Deja su bolsito y sus pertenencias en el cuarto olvidado de mis cosas.
Comenzamos a hablar y a ponernos al día de todas nuestras vidas. Recordamos anécdotas de cuando era más chico, de sus travesuras.
No era muy buena cocinando, pero trato de hacer algo rico para mi sobrino.
Él me dice que había aprendido a cocinarse en la pensión y que él cocinaría en casa ya que lo estaba alojando.
Me dio risa esa actitud de madurez impostada de parte de mi sobrino, pero lo dejé ser.
Llamé a mi esposo para avisarle de esta nueva situación. Además le dije que deberíamos comprar un colchón para las visitas, no le gustó eso. Me dijo que acaso se quedaría para siempre el sobrino, que ya era grande, que se vuelva con sus padres, que porque hay que gastar dinero en otra persona.
Discutí en voz baja para que no se escuche por fuera de mi cuarto. Estuvo áspera toda la conversación y le dije que haríamos lo mismo si fueran sobrinos de parte de su lado. Termine diciéndole que igual compraría la cama y el colchón, le guste o no. Enfureció peor. Así que así terminamos esa noche.
Mastiqué mucha bronca toda la noche, ensayaba argumentos en una pelea imaginaria, hasta que me quedé dormida. A la mañana siguiente suena mi despertador, sentí que no había dormido nada, estaba muy cansada.
Me lavo la cara, me arreglo un poco. Me visto, ahora tenía gente en casa, no podía ya salir a desayunar en ropa interior.
Mi sobrino ya estaba levantado, le pregunto que quería desayunar y me dice que él ya había desayunado, que había hecho sus rutinas de ejercicios matutinos y estaba esperando que me despierte.
Me sorprendió esa actitud, pero mejor que sea así y no un adolescente que se levante al mediodía.
Estaba yendo a la cocina y me dijo que me sentara, que él me haría el desayuno.
Me reí, pero acepté. Le dije que quería y lo hizo, me sirvió y me atendió como una reina.
Se lo agradecí y luego de eso me dijo que quería darse una ducha en el baño de la casa, pero que no salía agua.
Era un baño que no usábamos, porque teníamos el de nuestro cuarto, solo se usaba para alguna visita, pero no la ducha ni la pileta.
Yo no sabía cómo arreglar nada de la casa, de eso se encargaba mi esposo. Mi sobrino le ponía voluntad, pero se ve que no era muy listo para esas cosas.
No sabíamos porque no salía agua.
Llamé a plomeros, pero ninguno podía salir, la cuarentena era estricta.
Mientras le dije que puede bañarse en el de mi cuarto.
Yo me preparo para trabajar en el living de casa, enciendo la computadora, comienzo con lo mío.
Mi sobrino sale de mi cuarto ya bañado. Me agradece y va al cuarto donde tiene sus cosas para dejar la ropa sucia.
Le digo que ponga toda la ropa en el lavadero. Que cuando se junte la lavaríamos.
Me pregunta si podía acomodar el cuarto para poder estudiar más cómodo, se lo permito. Yo casi no tocaba ese lugar, me deprimía revolver entre todos mis fracasos.
Me acomodo en el sofá para realizar mis tareas, al correr un almohadón me doy con un short. Se ve que era el que usaba mi sobrino para dormir. Tal vez él dormía en ropa interior y ahora ensayo un short muy chico y trasparentoso para guardar algo de pudor por las dudas.
Tan ensimismada en mi rutina no me di cuenta que estaba sentada donde mi sobrino durmió y dormiría por varias noches, ya que el envío de la cama para el tardaría unos 15 días sin confirmar debido a las restricciones sanitarias.
Acomodo donde estaba ese minúsculo short y me levanto para ir a trabajar al estudio de mi esposo.
Llega la hora de almorzar y cuando estoy yendo a preparar el almuerzo mi sobrino me ofrece su ayuda, dice que le diga que hacer que lo haría con gusto.
Almorzamos, hablamos de muchas cosas, no miramos la televisión que está encendida, pero no es necesaria porque seguimos hablando de la situación actual, de su carrera, de sus planes.
Me cuenta que quiere ser personal trainer, tener una cadena de gimnasios, y muchos sueños, como todos los tuvimos alguna vez. Yo lo aliento a seguir adelante, no le cuento acerca de mis frustraciones.
Al finalizar mi trabajo, luego me dedico a dormir una siesta, después de eso hago mis rutinas de gym, pero con mi sobrino en casa me daba vergüenza, así que este primer día no lo hice, me quedé en mi cuarto mirando televisión.
Pasa el primer día, cenamos, algo parecido a lo del mediodía. Al finalizar el mismo levanta la mesa y se dispone a lavar los platos.
Desde atrás uno no se da cuenta que es tan joven, tiene su espalda formada, sus brazos están trabajados, su cola se mueve firme al fregar.
Ese segundo de más que me quedé mirando la cola de mi sobrino me llenó de culpa. Inmediatamente me levanté y le dije que descansara bien que me iría a acostar.
Comencé a argumentar en mi cabeza porque había pasado lo que pasó, me decía a mi misma que era producto del encierro, de tanto tiempo que no estaba con mi esposo, hasta me mentí a mi misma pensando de que solo había sido una mirada como cualquiera que uno hace a alguno de la televisión o de una película.
Fui a darme una ducha, para cambiar mi cabeza de pensamientos, mientras me duchaba pude notar que mis pezones estaban erectos. Verlos así hizo que se pongan más erectos, la piel se me puso de gallina, a pesar del agua caliente que caía en mi cuerpo.
Sentía escalofríos cuando la esponja pasaba por ciertas partes de mi cuerpo, mis piernas, mis muslos, mi cola, cuando lo pasé por mi conchita sentí electricidad casi, de esas que una chica siente cuando el cuerpo se está por encender.
Terminé de bañarme y salí a secarme. Me miré al espejo. Vi lo que soy, una mujer de 35 años que pelea contra el paso del tiempo.
Compito en el trabajo con chicas de 20 años que tienen todo en su lugar y un rostro angelical sin arrugas. Nos llaman en secreto "las tías" a las que somos mayores de 30, tenemos que hacer mas gym, mas rutinas, mas dietas, mas maquillaje, mas tratamientos para competir en el mundo machista que nos excluye cuando no somos más atractivas.
Tengo algo de tetas, no mucho, ayuda el pushup. Mi cintura y mi cola eran mi fuerte de más joven, ahora a la cintura la debo ayudar con ropa elastizada, la cola también debe ser ayudada por el pantalón adecuado o las medias de nylon.
Me pongo crema en el cuerpo, al llegar a mis muslos observo mi celulitis, es poco por mis cuidados, pero ahí están, en una foto uno puede editar, puede posar para que no se vea, pero en el día a día, una no puede andar posando, una se agacha, se para de cierta manera que queda expuesta.
Luego de la crema, me pongo la ropa interior, y un baby doll a tono.
Me acuesto recordando a mi esposo, pensando en los días que nos conocimos, en como yo eliminé a su novia, porque mi cola lo atrapó.
Mi esposo me llama putita en la intimidad, por cómo me propuse conquistarlo a pesar de que tenía novia, él dijo que no podía resistirse a una cola como la mía, pero esa cola de 19 años no era la misma que la de 35 que ostentaba ahora.
Recodando me vi pasando mis dedos arriba de mi tanga, masajeando mi vulva.
Con los ojos cerrados seguí recordando, de cómo había sido nuestra primera vez en una pileta, mientras mis suegros dormían la siesta.
Ese recuerdo de como dentro de la pileta mirando a la ventana del cuarto de mis suegros para verificar que no se despertaran avivaba el calor de mi interior.
En la pileta, apoyados en el borde estaba yo y quien es mi esposo por detrás, comenzó a meterme dedos corriendo la bikini. Con la otra mano trataba de masajear mis tetas sin ser brusco para que no me saliera la parte de arriba de la bikini.
Sus dedos hurgaron por la raya de mi cola, jugo con mi ano y se perdió entre mis labios vaginales.
Nos reíamos cómplices mientras pasaba eso, para que nadie en ningún lugar del mundo sospeche lo que hacíamos.
Me calenté tanto en ese momento que no me importo que ocurra, solo quería hacerlo, y fue cuando mi esposo, novio en ese momento, sacó su pija y comenzó a tantear entre mis piernas hasta encontrar el lugar adecuado para entrar.
Yo con mi mano lo ayudé, como estábamos en la pileta más la excitación, no costó mucho que entre. Sentí todo el calor de mi novio, toda su fuerza, toda la pasión de dos novios que lo hacían por primera vez.
Fue nuestra primera vez y nuestro primer susto, porque me acabó adentro.
El salió, primero de la pileta, mientras yo me acomodaba el bikini.
Lo miro subir las escaleras de la pileta y veo su maya transparentándose, una maya corta, se podía ver la cola dura de mi novio, en ese entonces, bien formada.
Una cola de un chico de 20 años.
En ese instante del recuerdo, abro los ojos y me doy con mis dedos entrando y saliendo de mi vagina, dedos húmedos, lleno de fluidos.
Un instante más y mi mente deriva ese pensamiento en la cola de mi sobrino moviéndose al fregar los platos.
Al querer sacar los dedos de mi vagina siento un torrencial de placer eléctrico que va desde arriba hasta mi panza llegando a mi vagina. Exploto de placer, chorreando más fluidos, caen, entre mis dedos, manchan mi tanga y las sabanas.
El olor de mis fluidos son fuertísimos, inundan la habitación.
Saco mis dedos temblorosos, mis piernas abiertas también tiemblan e intentan cerrarse culposas.
No sé qué hacer con mis dedos mojados, quiero pensar en mi esposo nuevamente y cierro los ojos con fuerza. Me llevo los dedos a la boca, siento mis propios jugos, mi olor. Chupo mis dedos como tratando de agregar otras ideas a mi cabeza retorcida.
Así me quedo recordando a mi esposo y me quedo dormida, con las sabanas mojadas, mi tanga manchada, y mis dedos en mi boca.
Él por negocios había viajado a Europa, un negocio que venía tratando de cerrar durante meses, al fin se le había dado cuando estalla lo de la pandemia mundial.
Si cerraba nos salvábamos de por vida, era un salto de calidad en nuestras vidas.
Las medidas sanitarias de todos los países comenzaron a debilitar el acuerdo.
Yo no quería que estuviera expuesto al virus, pero él decía que sería un fracaso personal y motivo de depresión si se caía todo.
Peleamos por teléfono, él decidió quedarse en Europa a pesar de las recomendaciones de volver.
Cada tanto nos llamábamos para saber cómo estábamos en cada lado del continente, acá en Buenos Aires todavía no había arrancado nada, pero ya estaba todo cerrado, nos pedían que nos quedemos en casa.
Mi hermana me llama desesperada porque su hijo, mi sobrino estaba en una pensión con muchos estudiantes de diversos países, compartiendo cuarto, espacios comunes.
Mi sobrino había venido justo este año a estudiar profesorado de educación física a Buenos Aires.
Tenía algunas universidades más cerca de su pueblo, pero como todo adolescente estaba obnubilado por las luces de la gran ciudad.
La mamá quería que volviese a su casa, que estudiaría el próximo año, no quería que estuviera en riesgo de contagio su hijo mayor.
Aunque había terminado la escuela secundaria, para la madre siempre es un niño, su bebé.
Él quería quedarse en Buenos Aires, seguir estudiando, no perder tiempo en su pueblo.
Hablando con mi hermana sale lo de mi esposo, hizo los mismos planteos. Terminamos dándonos la razón de que los hombres son cabezas dura, que no piensan mucho y cuando se les mete algo en la cabeza no paran.
Mi hermana me pide que pueda aceptar a mi sobrino en nuestra casa, ya que estaría más seguro, sin tanta exposición de gente de otros lugares que vienen y van.
Acepto. Así que comienza la odisea de poder trasladarlo. No sabíamos cuánto tiempo duraría la cuarentena así que trae un pequeño bolso con algo de ropa, su compu y sus efectos personales.
Hacía mucho tiempo que no lo veía, ahora estaba más grande, con un cuerpo de hombre, pero con cara de adolescente.
Con mi esposo habíamos comprado una casa mediante una hipoteca, teníamos un pequeño jardín con una pileta. Además de nuestra habitación tenía dos más, una la usaba mi esposo de oficina, la otra la usaba yo para mis cosas, estaba lleno de chucherías, de mis cursos fallidos de pintura, y otras artes plásticas.
Tenía un trabajo part time de oficina, así que me indicaron que debería trabajar desde casa.
Ese cuarto me deprimía, ver todas mis cosas truncas, mis hobbies no realizados, mis libros y apuntes de una carrera universitaria abandonada, e incluso papeles de un emprendimiento de pastelería que quebró años atrás.
Por lo general todo lo hacía en el living de casa, leer, trabajar, distenderme. Incluso hacer gym.
Ahora con la llegada de mi sobrino tan de repente no tuve tiempo de preparar su cuarto.
No teníamos más camas. Él al vivir en pensión, tampoco tenía una propia.
Las primeras noches debería dormir en el sofá, hasta que consigamos una.
Deja su bolsito y sus pertenencias en el cuarto olvidado de mis cosas.
Comenzamos a hablar y a ponernos al día de todas nuestras vidas. Recordamos anécdotas de cuando era más chico, de sus travesuras.
No era muy buena cocinando, pero trato de hacer algo rico para mi sobrino.
Él me dice que había aprendido a cocinarse en la pensión y que él cocinaría en casa ya que lo estaba alojando.
Me dio risa esa actitud de madurez impostada de parte de mi sobrino, pero lo dejé ser.
Llamé a mi esposo para avisarle de esta nueva situación. Además le dije que deberíamos comprar un colchón para las visitas, no le gustó eso. Me dijo que acaso se quedaría para siempre el sobrino, que ya era grande, que se vuelva con sus padres, que porque hay que gastar dinero en otra persona.
Discutí en voz baja para que no se escuche por fuera de mi cuarto. Estuvo áspera toda la conversación y le dije que haríamos lo mismo si fueran sobrinos de parte de su lado. Termine diciéndole que igual compraría la cama y el colchón, le guste o no. Enfureció peor. Así que así terminamos esa noche.
Mastiqué mucha bronca toda la noche, ensayaba argumentos en una pelea imaginaria, hasta que me quedé dormida. A la mañana siguiente suena mi despertador, sentí que no había dormido nada, estaba muy cansada.
Me lavo la cara, me arreglo un poco. Me visto, ahora tenía gente en casa, no podía ya salir a desayunar en ropa interior.
Mi sobrino ya estaba levantado, le pregunto que quería desayunar y me dice que él ya había desayunado, que había hecho sus rutinas de ejercicios matutinos y estaba esperando que me despierte.
Me sorprendió esa actitud, pero mejor que sea así y no un adolescente que se levante al mediodía.
Estaba yendo a la cocina y me dijo que me sentara, que él me haría el desayuno.
Me reí, pero acepté. Le dije que quería y lo hizo, me sirvió y me atendió como una reina.
Se lo agradecí y luego de eso me dijo que quería darse una ducha en el baño de la casa, pero que no salía agua.
Era un baño que no usábamos, porque teníamos el de nuestro cuarto, solo se usaba para alguna visita, pero no la ducha ni la pileta.
Yo no sabía cómo arreglar nada de la casa, de eso se encargaba mi esposo. Mi sobrino le ponía voluntad, pero se ve que no era muy listo para esas cosas.
No sabíamos porque no salía agua.
Llamé a plomeros, pero ninguno podía salir, la cuarentena era estricta.
Mientras le dije que puede bañarse en el de mi cuarto.
Yo me preparo para trabajar en el living de casa, enciendo la computadora, comienzo con lo mío.
Mi sobrino sale de mi cuarto ya bañado. Me agradece y va al cuarto donde tiene sus cosas para dejar la ropa sucia.
Le digo que ponga toda la ropa en el lavadero. Que cuando se junte la lavaríamos.
Me pregunta si podía acomodar el cuarto para poder estudiar más cómodo, se lo permito. Yo casi no tocaba ese lugar, me deprimía revolver entre todos mis fracasos.
Me acomodo en el sofá para realizar mis tareas, al correr un almohadón me doy con un short. Se ve que era el que usaba mi sobrino para dormir. Tal vez él dormía en ropa interior y ahora ensayo un short muy chico y trasparentoso para guardar algo de pudor por las dudas.
Tan ensimismada en mi rutina no me di cuenta que estaba sentada donde mi sobrino durmió y dormiría por varias noches, ya que el envío de la cama para el tardaría unos 15 días sin confirmar debido a las restricciones sanitarias.
Acomodo donde estaba ese minúsculo short y me levanto para ir a trabajar al estudio de mi esposo.
Llega la hora de almorzar y cuando estoy yendo a preparar el almuerzo mi sobrino me ofrece su ayuda, dice que le diga que hacer que lo haría con gusto.
Almorzamos, hablamos de muchas cosas, no miramos la televisión que está encendida, pero no es necesaria porque seguimos hablando de la situación actual, de su carrera, de sus planes.
Me cuenta que quiere ser personal trainer, tener una cadena de gimnasios, y muchos sueños, como todos los tuvimos alguna vez. Yo lo aliento a seguir adelante, no le cuento acerca de mis frustraciones.
Al finalizar mi trabajo, luego me dedico a dormir una siesta, después de eso hago mis rutinas de gym, pero con mi sobrino en casa me daba vergüenza, así que este primer día no lo hice, me quedé en mi cuarto mirando televisión.
Pasa el primer día, cenamos, algo parecido a lo del mediodía. Al finalizar el mismo levanta la mesa y se dispone a lavar los platos.
Desde atrás uno no se da cuenta que es tan joven, tiene su espalda formada, sus brazos están trabajados, su cola se mueve firme al fregar.
Ese segundo de más que me quedé mirando la cola de mi sobrino me llenó de culpa. Inmediatamente me levanté y le dije que descansara bien que me iría a acostar.
Comencé a argumentar en mi cabeza porque había pasado lo que pasó, me decía a mi misma que era producto del encierro, de tanto tiempo que no estaba con mi esposo, hasta me mentí a mi misma pensando de que solo había sido una mirada como cualquiera que uno hace a alguno de la televisión o de una película.
Fui a darme una ducha, para cambiar mi cabeza de pensamientos, mientras me duchaba pude notar que mis pezones estaban erectos. Verlos así hizo que se pongan más erectos, la piel se me puso de gallina, a pesar del agua caliente que caía en mi cuerpo.
Sentía escalofríos cuando la esponja pasaba por ciertas partes de mi cuerpo, mis piernas, mis muslos, mi cola, cuando lo pasé por mi conchita sentí electricidad casi, de esas que una chica siente cuando el cuerpo se está por encender.
Terminé de bañarme y salí a secarme. Me miré al espejo. Vi lo que soy, una mujer de 35 años que pelea contra el paso del tiempo.
Compito en el trabajo con chicas de 20 años que tienen todo en su lugar y un rostro angelical sin arrugas. Nos llaman en secreto "las tías" a las que somos mayores de 30, tenemos que hacer mas gym, mas rutinas, mas dietas, mas maquillaje, mas tratamientos para competir en el mundo machista que nos excluye cuando no somos más atractivas.
Tengo algo de tetas, no mucho, ayuda el pushup. Mi cintura y mi cola eran mi fuerte de más joven, ahora a la cintura la debo ayudar con ropa elastizada, la cola también debe ser ayudada por el pantalón adecuado o las medias de nylon.
Me pongo crema en el cuerpo, al llegar a mis muslos observo mi celulitis, es poco por mis cuidados, pero ahí están, en una foto uno puede editar, puede posar para que no se vea, pero en el día a día, una no puede andar posando, una se agacha, se para de cierta manera que queda expuesta.
Luego de la crema, me pongo la ropa interior, y un baby doll a tono.
Me acuesto recordando a mi esposo, pensando en los días que nos conocimos, en como yo eliminé a su novia, porque mi cola lo atrapó.
Mi esposo me llama putita en la intimidad, por cómo me propuse conquistarlo a pesar de que tenía novia, él dijo que no podía resistirse a una cola como la mía, pero esa cola de 19 años no era la misma que la de 35 que ostentaba ahora.
Recodando me vi pasando mis dedos arriba de mi tanga, masajeando mi vulva.
Con los ojos cerrados seguí recordando, de cómo había sido nuestra primera vez en una pileta, mientras mis suegros dormían la siesta.
Ese recuerdo de como dentro de la pileta mirando a la ventana del cuarto de mis suegros para verificar que no se despertaran avivaba el calor de mi interior.
En la pileta, apoyados en el borde estaba yo y quien es mi esposo por detrás, comenzó a meterme dedos corriendo la bikini. Con la otra mano trataba de masajear mis tetas sin ser brusco para que no me saliera la parte de arriba de la bikini.
Sus dedos hurgaron por la raya de mi cola, jugo con mi ano y se perdió entre mis labios vaginales.
Nos reíamos cómplices mientras pasaba eso, para que nadie en ningún lugar del mundo sospeche lo que hacíamos.
Me calenté tanto en ese momento que no me importo que ocurra, solo quería hacerlo, y fue cuando mi esposo, novio en ese momento, sacó su pija y comenzó a tantear entre mis piernas hasta encontrar el lugar adecuado para entrar.
Yo con mi mano lo ayudé, como estábamos en la pileta más la excitación, no costó mucho que entre. Sentí todo el calor de mi novio, toda su fuerza, toda la pasión de dos novios que lo hacían por primera vez.
Fue nuestra primera vez y nuestro primer susto, porque me acabó adentro.
El salió, primero de la pileta, mientras yo me acomodaba el bikini.
Lo miro subir las escaleras de la pileta y veo su maya transparentándose, una maya corta, se podía ver la cola dura de mi novio, en ese entonces, bien formada.
Una cola de un chico de 20 años.
En ese instante del recuerdo, abro los ojos y me doy con mis dedos entrando y saliendo de mi vagina, dedos húmedos, lleno de fluidos.
Un instante más y mi mente deriva ese pensamiento en la cola de mi sobrino moviéndose al fregar los platos.
Al querer sacar los dedos de mi vagina siento un torrencial de placer eléctrico que va desde arriba hasta mi panza llegando a mi vagina. Exploto de placer, chorreando más fluidos, caen, entre mis dedos, manchan mi tanga y las sabanas.
El olor de mis fluidos son fuertísimos, inundan la habitación.
Saco mis dedos temblorosos, mis piernas abiertas también tiemblan e intentan cerrarse culposas.
No sé qué hacer con mis dedos mojados, quiero pensar en mi esposo nuevamente y cierro los ojos con fuerza. Me llevo los dedos a la boca, siento mis propios jugos, mi olor. Chupo mis dedos como tratando de agregar otras ideas a mi cabeza retorcida.
Así me quedo recordando a mi esposo y me quedo dormida, con las sabanas mojadas, mi tanga manchada, y mis dedos en mi boca.
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