Trabajo en un hostel al sur de Montevideo, barrio Pocitos. Todos los que estamos ahí hemos visto a varias personas que nos han interesado o asqueado. El ambiente de trabajo de un hostel es muy hot: la tensión sexual está presente en todo momento y, a diferencia de otros trabajos, abundan camas y lugares para encerrarse con una o más personas.
Hace dos semanas llegó una pareja de brasileros. Ella era de altura promedio, flaca, rubia teñida con raíces morochas, muy caderona y con un piercing en la nariz, hermosa. Él era más alto, muy flaco, de pelo cortísimo y ojos pardos. Cuando se acercan a anunciar la llegada, mientras entraban las maletas y demás, sentí que él me insinuó. Raro porque no es lo habitual, debía ser mi imaginación. Me dijo "qué bello es todo aquí, teníamos ganas de venir" apoyando su mano sobre la mía mientras acomodaba su carta con las llaves y otras informaciones útiles que les damos a los huéspedes. Los brasileros son más cálidos por lo general, no me iba a dejar guiar por eso.
Esa noche, veinte personas de las que estaban alojadas -no necesariamente habiendo llegado juntas- se reunieron alrededor del fuego del patio trasero a hacer un poco de sociales. A esa hora por lo general no llega nadie, así que los del hostel nos acercamos también, un poco en busca de alcohol como en busca de alguna chica que quiera divertirse con un "lugareño".
Allí estaba el brasileño, con algunos tragos arriba, y ni bien me vio se me pegó durante un largo rato. Me pasaba la mano por la espalda. A esa altura ya no me quedaba alguna duda más que sí buscaba dar o recibir. Su pareja estaba con otra chica argentina hablando de no sé qué cosa. Para hacer la prueba, en un momento le dije que iba a revisar si quedaba hielo en la heladera y me fui sin mirar atrás. En la sala comedor del hostel, de paredes de madera y no más luz que un tubo cálido sobre la mesada, sentí sus pasos y sin mediar palabra me abrazó de atrás. Solo atiné a decir "epa, epa", ante la sorpresa. Era eso: sorpresa, desagrado no, para nada. Él me agarró la mano y me la apoyó en su verga, no estaba dura ni parada, pero dormida se sentía grande. Me besó contra una pared y enseguida me lo saqué de encima, le dije que no era lugar ni momento, y mirándome con cara de decepción me dice en un portuñol arrancado que vayamos a su habitación. No sé por qué le dije que sí, básicamente porque quedaba cerca, quizás si hubiera tenido que subir dos pisos la simplificaba con un no.
Ya en la habitación se sacó la remera, tenía tatuajes tribales en los costados del torso, y efectivamente tenía una verga enorme. Se tiró en la cama y yo me puse de rodillas a chupársela, no paraba de tirar leche esa verga tostada. Mientras pensaba a dónde llevaría todo esto, sentimos pasos en el pasillo, ambos hicimos silencio y aguardamos. El sonido ahora era en la puerta de la habitación. Su mujer entró, yo me paré lo más rápido posible, me limpié la boca y traté de parecer lo más normal. Incluso agarré unas toallas que estaban ahí como para justificar mi presencia. Él, en cambio, quedó tirado en la cama con su verga dura. Ella, para mi sorpresa, entró sonriendo de forma perversa, y me dijo que sabía exactamente lo que estaba sucediendo ahí, y que siguiera.
Por lo general, cuando llega una pareja y quieren experimentar un trío, es la mujer la que avanza sobre algún chico o chica en el living del hostel. Nosotros lo vemos todo el tiempo, a esta altura está naturalizado.
En el caso de esta pareja no fue tan así, él había salido a la caza del tercero y yo había caído ahí. Siguiendo con mi tarea, la verga del brasilero estaba durísima, y ahora su mujer, con unas tetas medianas y puntiagudas, se apoyaba contra mí, casi que abrazándome mientras me masturbaba muy despacio.
Segundos después ella se acerca a la pija de su macho y empieza a lamerla, dándome algunos besos a mí en el acto. Para dejarle lugar me paré, y en eso él me agarra del culo con fuerza y me acerca mi verga a su boca, para empezar a comerla con fuerza. Eso era hermoso, todos contra todos. La rubia comenzó a dar algunos sentones sobre la verga de su pareja, y yo volví a arrodillarme para poner comerle la vagina a ella y los huevos a él en un mismo acto. Él se dejó caer hacia atrás, y ella también, pidiéndome que le entre por el otro lugar disponible. Esa doble penetración hizo mucho ruido, demasiado quizás, y para aumentar el clímax él empezó a besarme. Ella pidió descansar y entonces le sacamos las dos vergas de adentro, y él se puso en cuatro patas mientras me miraba y se mordía el labio. Le apoyé mi pija y empecé a darle, tenía el culo empapado así que solo tuve que hacerla bailar un poco hasta que entró entera. Ella le agarraba la cara y le daba cachetazos mientras él contenía los gemidos. Hubo más juegos y luego volvimos a estar en cuatro, esta vez ella me pidió que lo llenara de leche, a lo cual accedí porque entre la adrenalina y la excitación de coger un culo así de apretado ya no aguantaba más. Me caí encima de él luego de acabar, y ahí, flojo y desganado, él me agarró por la fuerza y empezó a cogerme el culo sobre la cama. Era un animal, mi punto de clímax ya tendría que haber pasado pero él me lo mantuvo ahí: la clave estuvo en que no me dejó bajar luego de acabar. Ella se sentó en mi cara diciéndome, con un tonó muy mandón, que coma todo. Agarrando fuerte con ambos brazos sus piernas, lo cual ayudaba también a bancarse el dolor de la embestida del otro animal, le comí el clítoris hasta que se acabó encima mío. No lo esperaba, será que soy muy novato, pero eyaculó sobre mi cara y casi me quedo sin aire. En ese momento él la sacó de mi culo, de forma muy brusca, se subió a la cama y nos dijo a ella y a mí que abriéramos la boca para, un segundo después, tirar los chorros de leche más fuertes que sentí en mi vida.
Al día siguiente me saludaron normalmente, sin referencia alguna a lo sucedido. Y esta vez sí era ella la que estaba en pose de seducción, con la misma argentina con la que había estado conversando muy de cerca la noche del fogón. ¿Habrá terminado ella también en la cama con estos dos? Me gusta imaginar que sí.
Hace dos semanas llegó una pareja de brasileros. Ella era de altura promedio, flaca, rubia teñida con raíces morochas, muy caderona y con un piercing en la nariz, hermosa. Él era más alto, muy flaco, de pelo cortísimo y ojos pardos. Cuando se acercan a anunciar la llegada, mientras entraban las maletas y demás, sentí que él me insinuó. Raro porque no es lo habitual, debía ser mi imaginación. Me dijo "qué bello es todo aquí, teníamos ganas de venir" apoyando su mano sobre la mía mientras acomodaba su carta con las llaves y otras informaciones útiles que les damos a los huéspedes. Los brasileros son más cálidos por lo general, no me iba a dejar guiar por eso.
Esa noche, veinte personas de las que estaban alojadas -no necesariamente habiendo llegado juntas- se reunieron alrededor del fuego del patio trasero a hacer un poco de sociales. A esa hora por lo general no llega nadie, así que los del hostel nos acercamos también, un poco en busca de alcohol como en busca de alguna chica que quiera divertirse con un "lugareño".
Allí estaba el brasileño, con algunos tragos arriba, y ni bien me vio se me pegó durante un largo rato. Me pasaba la mano por la espalda. A esa altura ya no me quedaba alguna duda más que sí buscaba dar o recibir. Su pareja estaba con otra chica argentina hablando de no sé qué cosa. Para hacer la prueba, en un momento le dije que iba a revisar si quedaba hielo en la heladera y me fui sin mirar atrás. En la sala comedor del hostel, de paredes de madera y no más luz que un tubo cálido sobre la mesada, sentí sus pasos y sin mediar palabra me abrazó de atrás. Solo atiné a decir "epa, epa", ante la sorpresa. Era eso: sorpresa, desagrado no, para nada. Él me agarró la mano y me la apoyó en su verga, no estaba dura ni parada, pero dormida se sentía grande. Me besó contra una pared y enseguida me lo saqué de encima, le dije que no era lugar ni momento, y mirándome con cara de decepción me dice en un portuñol arrancado que vayamos a su habitación. No sé por qué le dije que sí, básicamente porque quedaba cerca, quizás si hubiera tenido que subir dos pisos la simplificaba con un no.
Ya en la habitación se sacó la remera, tenía tatuajes tribales en los costados del torso, y efectivamente tenía una verga enorme. Se tiró en la cama y yo me puse de rodillas a chupársela, no paraba de tirar leche esa verga tostada. Mientras pensaba a dónde llevaría todo esto, sentimos pasos en el pasillo, ambos hicimos silencio y aguardamos. El sonido ahora era en la puerta de la habitación. Su mujer entró, yo me paré lo más rápido posible, me limpié la boca y traté de parecer lo más normal. Incluso agarré unas toallas que estaban ahí como para justificar mi presencia. Él, en cambio, quedó tirado en la cama con su verga dura. Ella, para mi sorpresa, entró sonriendo de forma perversa, y me dijo que sabía exactamente lo que estaba sucediendo ahí, y que siguiera.
Por lo general, cuando llega una pareja y quieren experimentar un trío, es la mujer la que avanza sobre algún chico o chica en el living del hostel. Nosotros lo vemos todo el tiempo, a esta altura está naturalizado.
En el caso de esta pareja no fue tan así, él había salido a la caza del tercero y yo había caído ahí. Siguiendo con mi tarea, la verga del brasilero estaba durísima, y ahora su mujer, con unas tetas medianas y puntiagudas, se apoyaba contra mí, casi que abrazándome mientras me masturbaba muy despacio.
Segundos después ella se acerca a la pija de su macho y empieza a lamerla, dándome algunos besos a mí en el acto. Para dejarle lugar me paré, y en eso él me agarra del culo con fuerza y me acerca mi verga a su boca, para empezar a comerla con fuerza. Eso era hermoso, todos contra todos. La rubia comenzó a dar algunos sentones sobre la verga de su pareja, y yo volví a arrodillarme para poner comerle la vagina a ella y los huevos a él en un mismo acto. Él se dejó caer hacia atrás, y ella también, pidiéndome que le entre por el otro lugar disponible. Esa doble penetración hizo mucho ruido, demasiado quizás, y para aumentar el clímax él empezó a besarme. Ella pidió descansar y entonces le sacamos las dos vergas de adentro, y él se puso en cuatro patas mientras me miraba y se mordía el labio. Le apoyé mi pija y empecé a darle, tenía el culo empapado así que solo tuve que hacerla bailar un poco hasta que entró entera. Ella le agarraba la cara y le daba cachetazos mientras él contenía los gemidos. Hubo más juegos y luego volvimos a estar en cuatro, esta vez ella me pidió que lo llenara de leche, a lo cual accedí porque entre la adrenalina y la excitación de coger un culo así de apretado ya no aguantaba más. Me caí encima de él luego de acabar, y ahí, flojo y desganado, él me agarró por la fuerza y empezó a cogerme el culo sobre la cama. Era un animal, mi punto de clímax ya tendría que haber pasado pero él me lo mantuvo ahí: la clave estuvo en que no me dejó bajar luego de acabar. Ella se sentó en mi cara diciéndome, con un tonó muy mandón, que coma todo. Agarrando fuerte con ambos brazos sus piernas, lo cual ayudaba también a bancarse el dolor de la embestida del otro animal, le comí el clítoris hasta que se acabó encima mío. No lo esperaba, será que soy muy novato, pero eyaculó sobre mi cara y casi me quedo sin aire. En ese momento él la sacó de mi culo, de forma muy brusca, se subió a la cama y nos dijo a ella y a mí que abriéramos la boca para, un segundo después, tirar los chorros de leche más fuertes que sentí en mi vida.
Al día siguiente me saludaron normalmente, sin referencia alguna a lo sucedido. Y esta vez sí era ella la que estaba en pose de seducción, con la misma argentina con la que había estado conversando muy de cerca la noche del fogón. ¿Habrá terminado ella también en la cama con estos dos? Me gusta imaginar que sí.
4 comentarios - El brasilero que me compartió con su mujer