Mi hijo ha llegado a la casa. Corre las sábanas. No sé qué hora es. Pero ya viene desnudo. Entra en la cama amplia. Yo también estoy desnuda y deseando que me toque de un buena vez. El se pega contra mí. Siento su dureza contra mis nalgas briosas y deseosas, mi vulva chorrea jugos imposibles. Me siento una perra, es que eso soy. Para mi hijo. Soy su puta. La puta que lo espera todas las noches para entregarme a sus deseos.
El restriega su vergón por mis nalgas, jugando con mi agujero, aproximándose, para luego retirarse airoso y caliente. Mi humedad es insoportable. Mis gemidos son cada vez más intranquilos. Cada vez más calientes. Nerviosos.
Acaricia mis teas, las pellizca, pellizca mis pezones que se ponen duros como rocas. Estoy tan caliente y el lo sabe.
Cuando mi marido me dejo, hace unos cinco años, el, mi hijo, empezó por pasarse a la madrugada a mi cama. Los días de tormenta se pegaba a mí y al principio fue eso. Un hijo con temor a las tormentas. Pero día a día, fue haciéndose regular, aunque no había mal tiempo el amanecía pegado a mí y más de una vez noté que estaba mojado y lo que es pero aún yo estaba húmeda por completo, se ve que inconscientemente mi vagina había regado de jugos por todos lados.
Eso lo hacíamos, al menos yo, de manera inconsciente, hasta que un madrugada me desperté, y sentí aquella dureza en mi parte trasera y giré mi cuerpo, y acaricié aquel pedazo, que me brindaba mi hijo, y lo introduje mansamente en mi almeja caliente, abierta, dilatada, babosa. Lo tragué y el acabo en menos de cinco minutos.
Así fue que noche tras noche, empezamos a tocarnos, a acariciarnos.
Ahora el empuja su miembro mientras estoy empezando a gemir la espera de su sable. Mete un dedo en mi trasero, lo mueve y yo me retuerzo de gusto de placer, de lujuria completamente loca de pasión por aquel pedazo que espero entré en mi cuerpo de un momento a otro. Lo deseo. Lo quiero. Lo necesito dentro de mí. Es lo que espero cada noche. Me gusta. Me encanta. Como dije soy la puta de mi hijo y me gusta muchísimo.
veces, alguna vez ha venido con alguna novia a casa, pero finalmente no ha podido dejar de estar conmigo, dejar de buscarme, de desearme, de cogerme.
Me mete su vergón finalmente. Me entierra su pedazo de carne dura en el ojete, el lo ha abierto, entra en el túnel, profundamente, gruñe, en tanto muerde mi nuca, suave, hasta hacerme sollozar de placer y dolor. Una mezcla irresistible.
__¡Ohhh madre…tu cola es preciosa…quiero cogerte siempre…ahhh!!!__ me susurra al oído en medio de gemidos de locura placentera.
__¡Dame tu verga…ohhh….siii…así, me encanta como me coges, ohhh, siii, que verga tienes cariño, tan dura para mi, para tu puta!!!__ mi ojete se estiraba para que su carne se apropiara de mi orificio. Me llenaba de manera tremenda. Mis caderas se movían hacia atrás , iban al encuentro del pedazo. Sus manos atrapaban mis pezones y jugaban con ellos. Tuve un orgasmo, y luego otro, me sacudí de manera eléctrica. De forma convulsiva.
Me perfora, bombeando, chupa mis orejas, pasa su húmeda lengua por allí, me derrito, me retuerzo, me conmuevo. Siento que me viene otro orgasmo, mientras esa barra de carne me recorre el ojete, gruñe mi chico, me resopla la espalda, parte de ella. Muerde, pellizca mis tetas, las recorre. Las amasa con gozo, con deseo, con placer.
Me sacude, apura sus embestidas, sé que llenará mi culo con su néctar. Gruñe cada vez con más firmeza, se apura, esta con sus gemidos potentes, se aferra a mis caderas, fuertes y firmes, se contorsiona, y va largando su leche en mi cola. La llena. La desborda, la completa, hasta que siento que el jugo comienza a escapar, a chorrear de mi anillo baboso. Suspiro, jadeo, el apoya su cara en mi cervical, la muerde, mañoso. Extasiado. Tanto como yo.
Su miembro vigoroso late dentro de mí, no sale o no quiere sacarlo. Yo lo retengo lo mas que puedo, como se va desinflando de manera inevitable, tarde o temprano sale expulsado de mi interior.
Nos ponemos de frente, siento como cae la pesada y pegajosa leche de mi hijo. Su boca busca la mía. Nuestras lenguas se cruzan, se chocan, se chupan, ardientes. Besos profundos, calientes, volcánicos, excitados. El mete sus dedos en mi vagina plena de orgasmos. Plena de madurez y de deseo. Endurece mi botón inflado y parado. Me choca un golpe eléctrico.
Luego baja a mis pechos, los lame suavemente, los va mordiendo como si fuera una barra de chocolate, muy despacio, la saliva chorrea por mis tetas prominentes. Los erectos pezones reciben su lengua, la saliva, los dientes. Yo gimoteo casi al punto de lloriquear de placer, de lujuria de gozo.
Chupa como hambriento, siento el roce de su poronga que va creciendo otra vez, para mi gusto y satisfacción. Mis muslos se sienten agradecidos, de esa potente arma que va creciendo contra ellos. Me halaga, me regala otra erección en está madrugada inquieta y salvaje. Mi corazón galopa, mientras su boca baja a mi clítoris enfermo de lujuria.
Nos movemos inquietos, lujuriosos, perdido de todo raciocinio. De toda moralidad. De todo dictado social.
Nos arrastramos unos sobre el otro, de frente, de costado, montados, sueltos, esquivos. Termino con su pedazo en mi boca. Saboreando los restos de leche que me ha dado a comer por el ojete. Se levanta, se va endureciendo.
Me hace sonreír. Me hace sonrojar.
La trago y el suelta sus suspiros como ronquidos ahogados. Goza. Su madre lo hace gozar. Tiembla, en verdad temblamos, porque el mete su lengua en mi mojada almeja, tengo otro orgasmo, araño sus bolas, que se van llenando otra vez de su néctar. De eso que a mí me gusta saborear . La beso mordisqueándola muy viciosamente. Beso sus bolas, les paso la lengua por todo lo ancho y lo gordo de sus huevos.
El los lleva sin vellos como se lo he pedido. Me gusta esa piel que parece de bebé.
Los como, los trago y voy más allá, cuando encuentro su anillo y le paso la lengua abiertamente y el abiertamente gruñe, bufa como potro caliente. Le gusta que haga eso. Que le llene el hoyito de saliva y que luego juegue con un dedo, mientras su poronga se levante y se endurezca mucho más. Tensa. La masajeo para no olvidarla. Pero mi lengua sigue en su culito.
__¡Ohhh puta…eres tan putita madre…ahhh me calientas, ohhhh!!__ sigo con mi lengua hundiéndola, sabe que de un momento a otro empezare a escarbar con un dedo. El abre sus piernas, meto mi lengua y el hunde la suya en mi conchita totalmente abierta.
Meto un dedo y juego, dejo su lanza un poco quieta, porque es mucho para que no explote, lo quiero retener un poco más, porque lo cabalgaré de un momento a otro, quiero subirme arriba de él, de su pedazo y enterrarlo en mi vagina emputecida.
Ya está, salto sobre mi caballo, mi potro. Me entierro su barra de carne, su mástil que apunta al techo. Me abro de piernas y lo entierro por completo de una vez en mi vagina chorreante. En mi cajita que desea siempre que aquella verga entré. Lo cabalgo, me arrimo a su cara y paso mi lengua por sus ojos, por su nariz, por sus orejas y sus labios, el gime, se que va a terminar en cualquier instante. Apuro mis cabalgadas, los músculos de mi vagina rodean y aprietan al perno que me atraviesa. El esta prendido a mis nalgas, no puede estar quieto y hunde dos dedos en mi ojete, que aún sigue chorreando sus jugos, mezclados con los míos. Pone sus dedos en mi boca y yo perra como soy los chupo y los disfruto para que el vuelva a enterrarlos en mi cola sin piedad, y siento los primeros escupitajos en mi vagina y luego más y otro más y yo tengo otro orgasmo y luego caigo sobre el desmadejada, por completo agotada, satisfecha, feliz, besando sus labios, su lengua, sus mejillas, pidiendo que se quede un ratito dentro de mí, que se quede solo un poco más, solo un poquito más.-
El restriega su vergón por mis nalgas, jugando con mi agujero, aproximándose, para luego retirarse airoso y caliente. Mi humedad es insoportable. Mis gemidos son cada vez más intranquilos. Cada vez más calientes. Nerviosos.
Acaricia mis teas, las pellizca, pellizca mis pezones que se ponen duros como rocas. Estoy tan caliente y el lo sabe.
Cuando mi marido me dejo, hace unos cinco años, el, mi hijo, empezó por pasarse a la madrugada a mi cama. Los días de tormenta se pegaba a mí y al principio fue eso. Un hijo con temor a las tormentas. Pero día a día, fue haciéndose regular, aunque no había mal tiempo el amanecía pegado a mí y más de una vez noté que estaba mojado y lo que es pero aún yo estaba húmeda por completo, se ve que inconscientemente mi vagina había regado de jugos por todos lados.
Eso lo hacíamos, al menos yo, de manera inconsciente, hasta que un madrugada me desperté, y sentí aquella dureza en mi parte trasera y giré mi cuerpo, y acaricié aquel pedazo, que me brindaba mi hijo, y lo introduje mansamente en mi almeja caliente, abierta, dilatada, babosa. Lo tragué y el acabo en menos de cinco minutos.
Así fue que noche tras noche, empezamos a tocarnos, a acariciarnos.
Ahora el empuja su miembro mientras estoy empezando a gemir la espera de su sable. Mete un dedo en mi trasero, lo mueve y yo me retuerzo de gusto de placer, de lujuria completamente loca de pasión por aquel pedazo que espero entré en mi cuerpo de un momento a otro. Lo deseo. Lo quiero. Lo necesito dentro de mí. Es lo que espero cada noche. Me gusta. Me encanta. Como dije soy la puta de mi hijo y me gusta muchísimo.
veces, alguna vez ha venido con alguna novia a casa, pero finalmente no ha podido dejar de estar conmigo, dejar de buscarme, de desearme, de cogerme.
Me mete su vergón finalmente. Me entierra su pedazo de carne dura en el ojete, el lo ha abierto, entra en el túnel, profundamente, gruñe, en tanto muerde mi nuca, suave, hasta hacerme sollozar de placer y dolor. Una mezcla irresistible.
__¡Ohhh madre…tu cola es preciosa…quiero cogerte siempre…ahhh!!!__ me susurra al oído en medio de gemidos de locura placentera.
__¡Dame tu verga…ohhh….siii…así, me encanta como me coges, ohhh, siii, que verga tienes cariño, tan dura para mi, para tu puta!!!__ mi ojete se estiraba para que su carne se apropiara de mi orificio. Me llenaba de manera tremenda. Mis caderas se movían hacia atrás , iban al encuentro del pedazo. Sus manos atrapaban mis pezones y jugaban con ellos. Tuve un orgasmo, y luego otro, me sacudí de manera eléctrica. De forma convulsiva.
Me perfora, bombeando, chupa mis orejas, pasa su húmeda lengua por allí, me derrito, me retuerzo, me conmuevo. Siento que me viene otro orgasmo, mientras esa barra de carne me recorre el ojete, gruñe mi chico, me resopla la espalda, parte de ella. Muerde, pellizca mis tetas, las recorre. Las amasa con gozo, con deseo, con placer.
Me sacude, apura sus embestidas, sé que llenará mi culo con su néctar. Gruñe cada vez con más firmeza, se apura, esta con sus gemidos potentes, se aferra a mis caderas, fuertes y firmes, se contorsiona, y va largando su leche en mi cola. La llena. La desborda, la completa, hasta que siento que el jugo comienza a escapar, a chorrear de mi anillo baboso. Suspiro, jadeo, el apoya su cara en mi cervical, la muerde, mañoso. Extasiado. Tanto como yo.
Su miembro vigoroso late dentro de mí, no sale o no quiere sacarlo. Yo lo retengo lo mas que puedo, como se va desinflando de manera inevitable, tarde o temprano sale expulsado de mi interior.
Nos ponemos de frente, siento como cae la pesada y pegajosa leche de mi hijo. Su boca busca la mía. Nuestras lenguas se cruzan, se chocan, se chupan, ardientes. Besos profundos, calientes, volcánicos, excitados. El mete sus dedos en mi vagina plena de orgasmos. Plena de madurez y de deseo. Endurece mi botón inflado y parado. Me choca un golpe eléctrico.
Luego baja a mis pechos, los lame suavemente, los va mordiendo como si fuera una barra de chocolate, muy despacio, la saliva chorrea por mis tetas prominentes. Los erectos pezones reciben su lengua, la saliva, los dientes. Yo gimoteo casi al punto de lloriquear de placer, de lujuria de gozo.
Chupa como hambriento, siento el roce de su poronga que va creciendo otra vez, para mi gusto y satisfacción. Mis muslos se sienten agradecidos, de esa potente arma que va creciendo contra ellos. Me halaga, me regala otra erección en está madrugada inquieta y salvaje. Mi corazón galopa, mientras su boca baja a mi clítoris enfermo de lujuria.
Nos movemos inquietos, lujuriosos, perdido de todo raciocinio. De toda moralidad. De todo dictado social.
Nos arrastramos unos sobre el otro, de frente, de costado, montados, sueltos, esquivos. Termino con su pedazo en mi boca. Saboreando los restos de leche que me ha dado a comer por el ojete. Se levanta, se va endureciendo.
Me hace sonreír. Me hace sonrojar.
La trago y el suelta sus suspiros como ronquidos ahogados. Goza. Su madre lo hace gozar. Tiembla, en verdad temblamos, porque el mete su lengua en mi mojada almeja, tengo otro orgasmo, araño sus bolas, que se van llenando otra vez de su néctar. De eso que a mí me gusta saborear . La beso mordisqueándola muy viciosamente. Beso sus bolas, les paso la lengua por todo lo ancho y lo gordo de sus huevos.
El los lleva sin vellos como se lo he pedido. Me gusta esa piel que parece de bebé.
Los como, los trago y voy más allá, cuando encuentro su anillo y le paso la lengua abiertamente y el abiertamente gruñe, bufa como potro caliente. Le gusta que haga eso. Que le llene el hoyito de saliva y que luego juegue con un dedo, mientras su poronga se levante y se endurezca mucho más. Tensa. La masajeo para no olvidarla. Pero mi lengua sigue en su culito.
__¡Ohhh puta…eres tan putita madre…ahhh me calientas, ohhhh!!__ sigo con mi lengua hundiéndola, sabe que de un momento a otro empezare a escarbar con un dedo. El abre sus piernas, meto mi lengua y el hunde la suya en mi conchita totalmente abierta.
Meto un dedo y juego, dejo su lanza un poco quieta, porque es mucho para que no explote, lo quiero retener un poco más, porque lo cabalgaré de un momento a otro, quiero subirme arriba de él, de su pedazo y enterrarlo en mi vagina emputecida.
Ya está, salto sobre mi caballo, mi potro. Me entierro su barra de carne, su mástil que apunta al techo. Me abro de piernas y lo entierro por completo de una vez en mi vagina chorreante. En mi cajita que desea siempre que aquella verga entré. Lo cabalgo, me arrimo a su cara y paso mi lengua por sus ojos, por su nariz, por sus orejas y sus labios, el gime, se que va a terminar en cualquier instante. Apuro mis cabalgadas, los músculos de mi vagina rodean y aprietan al perno que me atraviesa. El esta prendido a mis nalgas, no puede estar quieto y hunde dos dedos en mi ojete, que aún sigue chorreando sus jugos, mezclados con los míos. Pone sus dedos en mi boca y yo perra como soy los chupo y los disfruto para que el vuelva a enterrarlos en mi cola sin piedad, y siento los primeros escupitajos en mi vagina y luego más y otro más y yo tengo otro orgasmo y luego caigo sobre el desmadejada, por completo agotada, satisfecha, feliz, besando sus labios, su lengua, sus mejillas, pidiendo que se quede un ratito dentro de mí, que se quede solo un poco más, solo un poquito más.-
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