Era el cumpleaños de una amiga laboral en común, y la noche iniciaba entre risas de grupos de todo nuestro contingente, separados por esa mesa interminable, y calentando las gargantas que se esforzaban para hacerse oír tras esa cortina de música del lugar.
Ya nos conocíamos más a fondo, porque algunas que otras veces después del trabajo te había alcanzado a tu casa para evitar la combinación de colectivos innecesarios. No me quedaba tan de paso, pero te llevaba, así y todo, sin dobles intenciones (por el momento).
Más allá de la situación de compañerismo en la empresa, no existía más que charlas y cercanía casual. Pero esa noche, producida como estabas, con tu cabellera de bucles oscuros, con tus ojos claros que podía encontrar fácilmente en cualquier rincón oscuro de ese lugar, con tu jean al cuerpo y sobre todo esa sonrisa tan sensual, me hacía las cosas dificilísimas para mantener esa buena conducta de compañero y nada más.
Las horas fueron pasando y las bebidas fueron cayendo muertas de la mesa. Las risas eran más corrientes y ante la música se empezó a gestar las ganas de los cuerpos a moverse. Varias parejas se fueron formando, pero con el correr del tiempo eventualmente caímos como pareja de cualquier tipo de baile.
Los pasos se fueron dando, con los cuerpos más pegados a medida que pasaban las canciones, con roces de mi mano en tu cintura, y quizás un poco más allá. Quizás como respuesta a un roce o toque tuyo a mi entrepierna, oculto entre tus movimientos sensuales y la oscuridad del lugar. De repente los demás dejaron de existir, y también la distancia entre los dos. Sin embargo, el lugar, y sobre todo la compañía pesaba lo suficiente como para devolvernos sin mediar palabra a la realidad más fría. No más movimientos provocativos, no más roces “accidentales”; por lo menos por el momento, según leí en tu mirada.
Continuamos con frases cortas en el oído de uno y el otro, como para apaciguar las aguas y que los demás no comiencen a fantasear con algo real, palpable entre los dos, pero indeseable en días laborales.
Las luces del lugar se prendieron, la puerta también, y las luces del patrullero en la puerta ofrecieron los rayos de luz para los vampiros para que salgan despavoridos del lugar, aunque aún era de noche.
Junto a un par de compañeros, se decidió de manera unánime continuar en algún otro lugar. Cuando llegamos, nos encontramos todo cerrado por la hora, cosa normal, y con menos gente que la que habíamos acordado inicialmente. Por distintos motivos se fueron yendo más personas, y te encontré a mi lado tiritando de frío. Sin dudarlo ofrecí mi abrazo para abrigarte, y tus brazos se extendieron por mi torso. Inconscientemente, mi mano comenzó a masajearte. Levantaste la mirada con una cuasi sonrisa en código que interpreté en pleno vuelo y desaparecimos del resto.
Llegamos finalmente a tu casa, atravesando el umbral de la entrada. Me prometiste algo para tomar y desapareciste de mi vista, ofreciéndome el sillón para que me ponga cómodo. La cabeza la sentía liviana, tentada, tratando de descifrar el siguiente movimiento, pero lentamente el raciocinio estaba dejando el lugar a la sangre en la cabeza de abajo.
Oía ruidos desdela cocina, y al momento apareciste en una musculosa y ese jean que tanto me había revuelto las neuronas durante la noche. Con tu sonrisa dejaste dos vasos sobre la mesa al pie del sofá, acompañados de una cerveza.
“¿Bueno, en donde estábamos?” me preguntaste con intención incierta.
Mientras vertía la cerveza pude ver como un bretel iba cediendo lugar a tu piel blanca, y tu mirada buscaba la mía en vano. ¿Cómo verte a los ojos teniendo semejante espectáculo enfrente mío?
Para evitar caer en el sillón, me acomodé tomándote de la cintura, mientras te daba tu correspondiente vaso. Lo tomaste sin mirar. Tu mirada se encontraba concentrada en tu presa. Tu atención era letal.
“Epa, la manito…”dijiste en broma.
“¿No te gusta?” consulté apelando a la inocencia, o boludismo repentino.
Sin más dialogo entre los dos, dejamos los vasos enteros en la mesa, y nos reclinamos para encontrarnos cara a cara, perdiendo la vista en los labios del otro. Podíamos sentir la respiración alterada de ambos. Tus labios amplios, carnosos, eran tan tentadores como deliciosos.
El solo resistirme a comerte la boca consumía todas mis energías, en un juego casi masoquista, al no hacer lo que más deseaba en ese mismo instante, teniendo la oportunidad a literales centímetros de mí.
Nuestro choque labial fue tremendo. La batalla entre nuestros suaves labios se contrastaba con la furia desmedida de las ganas acumuladas durante toda la noche. La irregularidad de la respiración de ambos era preocupante, sin respirar a veces, disfrutando tanto ese beso que provocaba olvidar que la respiración es un mecanismo vital para la vida. Pero ese placer de besarte y recorrer frenéticamente tu cuerpo por instantes eternos fue inconmensurable.
Tu musculosa voló y mi camiseta la siguió, aunque nunca sabremos que dirección decidió tomar cada una. Instantes de separación entre ambos para dejar pasar el atuendo pasaron en una milésima de segundo, rompiendo algún récord en el proceso.
Caímos juntos, insistiendo en el beso eterno, con tu espalda al sillón, y yo encima tuyo. Nos separamos, para comenzar a despedir los pantalones que sobraban en nuestra ecuación, y la vista de tu torso desnudo, con tu piel de porcelana, tus pelos revueltos en el sofá y esa maldita sonrisa tentadora prendía los leños más ardientes en las hogueras del infierno mismo.
Ayudé a tus pantalones a abandonarte, ofreciendo fútil resistencia en el proceso, y llevándose consigo a tu ropa interior. Tus suaves labios rosados y tu piel me incitaban a comerte fuera de todo control.
El llamado era tan primitivo que sorteó todo pensamiento y movió músculos de inmediato para aguar mi boca, suavizar mi lengua, calentar mi saliva y comenzar a lamerte con el sólo propósito de sentirte caliente, mojada, disfrutando de cada movimiento de lengua, labios y todo lo que pueda ofrecerte para que juntos perdamos la razón.
Un gemido tuyo perforó el silencio de la habitación. Los sonidos húmedos de mi lengua moviéndose lenta pero firme, aunque suave, recorriendo tus dóciles labios no hicieron mucho para apaciguar el comienzo de tus suaves e intensos gemidos. Esos mismos gemidos que resultaban música para mis oídos. Indicaciones sonoras no lingüísticas de que tu lugar pertenece al placer.
De alguna manera leíste mi mente, cuando sujetaste mi pelo, ordenándome nuevamente sin palabras que continúe sin detenerme por ningún motivo.
Cuando oíste que torpemente me estaba terminando de sacar el pantalón para quedar como vos, tu alma volvió al cuerpo y algo se apoderó de vos. Esa mirada tierna pero seductora, se había perdido en un mar de ansiedad y lujuria. Tu cuerpo se incorporó y tus manos fueron directo a mi pija dura para guiarla a tu boca impaciente.
Tus ojos se clavaron en los míos mientras me tragabas completo, con movimientos hambrientos, implosionando una de las últimas neuronas activas sobrevivientes al momento. Buscabas comerme. No. Buscabas devorarme. Buscabas ser dueña de mí. Estabas reclamándome de una forma tan ardiente que me quemaba el cuerpo entero de adentro hacia afuera.
Mis ojos casi no podían hacer foco. Ni siquiera querían hacer foco, aunque tenían la orden de sacar fotos mentales del evento para no olvidar jamás esa sensación.
De repente sacaste mi miembro de tus labios calientes, en un gesto súbito, dejando un hilo desaliva comunicando mi cabeza con tu boca. Te sentaste en el sofá, y llevando una mano a tu entrepierna mojada, me condenaste con esa maldita sonrisa, buscando silenciosa y endemoniadamente que te coja toda.
Mi cabeza brillante por tu saliva se encontró entre tus labios. Los suaves labios que no había probado hasta el momento, y comenzó a moverse entre ellos, alcanzando tu clítoris en la tracción. El calor ya resultaba insoportable entre los dos, y guiaste por el tronco mi pija para que entre suavemente.
Mientras penetraba centímetro a centímetro, tu rostro se modificaba por el mismo placer que me invadía, potenciándonos a perdernos.
Con movimientos suaves primero, me sujetaste de la cadera y comenzamos a elevar el ritmo, la intensidad. Los sonidos de nuestros choques con la humedad de nuestro sexo se amoldaban al ritmo de los gemidos, solamente acallándose de vez en cuando por algún beso robado.
Luego de un rato de batalla, te diste vuelta para ofrecerme la maravillosa vista de tu cola, para que te sujete de la cintura mientras te daba en cuatro. Tus nalgas se movían con cada embestida mientras de vez en cuando se alternaba alguna nalgada para disfrutar tus gemidos potenciados y notar tu piel recordar mi palma enrojecida.
No pude contener tampoco la tentación de sostener tu pelo, teniendo las riendas de semejante mujer que me vuelve loco.
La intensidad me la hiciste notar cuando me sujetaste fuerte de mi muslo con tu mano, rasguñándome y obteniendo una embestida más fuerte como consecuencia.
¿Qué mas se puede decir, sino que, por esas casualidades de la vida, no caí en la demencia que provoca tu cuerpo en plena lujuria?
Caí rendido en la cama, mientras recobrábamos ambos el aliento, después de esa sesión frenética de comunicación corporal de deseos, de tentación y provocación aquella noche. Satisfechos, si, pero ¿por cuánto tiempo?
Ya nos conocíamos más a fondo, porque algunas que otras veces después del trabajo te había alcanzado a tu casa para evitar la combinación de colectivos innecesarios. No me quedaba tan de paso, pero te llevaba, así y todo, sin dobles intenciones (por el momento).
Más allá de la situación de compañerismo en la empresa, no existía más que charlas y cercanía casual. Pero esa noche, producida como estabas, con tu cabellera de bucles oscuros, con tus ojos claros que podía encontrar fácilmente en cualquier rincón oscuro de ese lugar, con tu jean al cuerpo y sobre todo esa sonrisa tan sensual, me hacía las cosas dificilísimas para mantener esa buena conducta de compañero y nada más.
Las horas fueron pasando y las bebidas fueron cayendo muertas de la mesa. Las risas eran más corrientes y ante la música se empezó a gestar las ganas de los cuerpos a moverse. Varias parejas se fueron formando, pero con el correr del tiempo eventualmente caímos como pareja de cualquier tipo de baile.
Los pasos se fueron dando, con los cuerpos más pegados a medida que pasaban las canciones, con roces de mi mano en tu cintura, y quizás un poco más allá. Quizás como respuesta a un roce o toque tuyo a mi entrepierna, oculto entre tus movimientos sensuales y la oscuridad del lugar. De repente los demás dejaron de existir, y también la distancia entre los dos. Sin embargo, el lugar, y sobre todo la compañía pesaba lo suficiente como para devolvernos sin mediar palabra a la realidad más fría. No más movimientos provocativos, no más roces “accidentales”; por lo menos por el momento, según leí en tu mirada.
Continuamos con frases cortas en el oído de uno y el otro, como para apaciguar las aguas y que los demás no comiencen a fantasear con algo real, palpable entre los dos, pero indeseable en días laborales.
Las luces del lugar se prendieron, la puerta también, y las luces del patrullero en la puerta ofrecieron los rayos de luz para los vampiros para que salgan despavoridos del lugar, aunque aún era de noche.
Junto a un par de compañeros, se decidió de manera unánime continuar en algún otro lugar. Cuando llegamos, nos encontramos todo cerrado por la hora, cosa normal, y con menos gente que la que habíamos acordado inicialmente. Por distintos motivos se fueron yendo más personas, y te encontré a mi lado tiritando de frío. Sin dudarlo ofrecí mi abrazo para abrigarte, y tus brazos se extendieron por mi torso. Inconscientemente, mi mano comenzó a masajearte. Levantaste la mirada con una cuasi sonrisa en código que interpreté en pleno vuelo y desaparecimos del resto.
Llegamos finalmente a tu casa, atravesando el umbral de la entrada. Me prometiste algo para tomar y desapareciste de mi vista, ofreciéndome el sillón para que me ponga cómodo. La cabeza la sentía liviana, tentada, tratando de descifrar el siguiente movimiento, pero lentamente el raciocinio estaba dejando el lugar a la sangre en la cabeza de abajo.
Oía ruidos desdela cocina, y al momento apareciste en una musculosa y ese jean que tanto me había revuelto las neuronas durante la noche. Con tu sonrisa dejaste dos vasos sobre la mesa al pie del sofá, acompañados de una cerveza.
“¿Bueno, en donde estábamos?” me preguntaste con intención incierta.
Mientras vertía la cerveza pude ver como un bretel iba cediendo lugar a tu piel blanca, y tu mirada buscaba la mía en vano. ¿Cómo verte a los ojos teniendo semejante espectáculo enfrente mío?
Para evitar caer en el sillón, me acomodé tomándote de la cintura, mientras te daba tu correspondiente vaso. Lo tomaste sin mirar. Tu mirada se encontraba concentrada en tu presa. Tu atención era letal.
“Epa, la manito…”dijiste en broma.
“¿No te gusta?” consulté apelando a la inocencia, o boludismo repentino.
Sin más dialogo entre los dos, dejamos los vasos enteros en la mesa, y nos reclinamos para encontrarnos cara a cara, perdiendo la vista en los labios del otro. Podíamos sentir la respiración alterada de ambos. Tus labios amplios, carnosos, eran tan tentadores como deliciosos.
El solo resistirme a comerte la boca consumía todas mis energías, en un juego casi masoquista, al no hacer lo que más deseaba en ese mismo instante, teniendo la oportunidad a literales centímetros de mí.
Nuestro choque labial fue tremendo. La batalla entre nuestros suaves labios se contrastaba con la furia desmedida de las ganas acumuladas durante toda la noche. La irregularidad de la respiración de ambos era preocupante, sin respirar a veces, disfrutando tanto ese beso que provocaba olvidar que la respiración es un mecanismo vital para la vida. Pero ese placer de besarte y recorrer frenéticamente tu cuerpo por instantes eternos fue inconmensurable.
Tu musculosa voló y mi camiseta la siguió, aunque nunca sabremos que dirección decidió tomar cada una. Instantes de separación entre ambos para dejar pasar el atuendo pasaron en una milésima de segundo, rompiendo algún récord en el proceso.
Caímos juntos, insistiendo en el beso eterno, con tu espalda al sillón, y yo encima tuyo. Nos separamos, para comenzar a despedir los pantalones que sobraban en nuestra ecuación, y la vista de tu torso desnudo, con tu piel de porcelana, tus pelos revueltos en el sofá y esa maldita sonrisa tentadora prendía los leños más ardientes en las hogueras del infierno mismo.
Ayudé a tus pantalones a abandonarte, ofreciendo fútil resistencia en el proceso, y llevándose consigo a tu ropa interior. Tus suaves labios rosados y tu piel me incitaban a comerte fuera de todo control.
El llamado era tan primitivo que sorteó todo pensamiento y movió músculos de inmediato para aguar mi boca, suavizar mi lengua, calentar mi saliva y comenzar a lamerte con el sólo propósito de sentirte caliente, mojada, disfrutando de cada movimiento de lengua, labios y todo lo que pueda ofrecerte para que juntos perdamos la razón.
Un gemido tuyo perforó el silencio de la habitación. Los sonidos húmedos de mi lengua moviéndose lenta pero firme, aunque suave, recorriendo tus dóciles labios no hicieron mucho para apaciguar el comienzo de tus suaves e intensos gemidos. Esos mismos gemidos que resultaban música para mis oídos. Indicaciones sonoras no lingüísticas de que tu lugar pertenece al placer.
De alguna manera leíste mi mente, cuando sujetaste mi pelo, ordenándome nuevamente sin palabras que continúe sin detenerme por ningún motivo.
Cuando oíste que torpemente me estaba terminando de sacar el pantalón para quedar como vos, tu alma volvió al cuerpo y algo se apoderó de vos. Esa mirada tierna pero seductora, se había perdido en un mar de ansiedad y lujuria. Tu cuerpo se incorporó y tus manos fueron directo a mi pija dura para guiarla a tu boca impaciente.
Tus ojos se clavaron en los míos mientras me tragabas completo, con movimientos hambrientos, implosionando una de las últimas neuronas activas sobrevivientes al momento. Buscabas comerme. No. Buscabas devorarme. Buscabas ser dueña de mí. Estabas reclamándome de una forma tan ardiente que me quemaba el cuerpo entero de adentro hacia afuera.
Mis ojos casi no podían hacer foco. Ni siquiera querían hacer foco, aunque tenían la orden de sacar fotos mentales del evento para no olvidar jamás esa sensación.
De repente sacaste mi miembro de tus labios calientes, en un gesto súbito, dejando un hilo desaliva comunicando mi cabeza con tu boca. Te sentaste en el sofá, y llevando una mano a tu entrepierna mojada, me condenaste con esa maldita sonrisa, buscando silenciosa y endemoniadamente que te coja toda.
Mi cabeza brillante por tu saliva se encontró entre tus labios. Los suaves labios que no había probado hasta el momento, y comenzó a moverse entre ellos, alcanzando tu clítoris en la tracción. El calor ya resultaba insoportable entre los dos, y guiaste por el tronco mi pija para que entre suavemente.
Mientras penetraba centímetro a centímetro, tu rostro se modificaba por el mismo placer que me invadía, potenciándonos a perdernos.
Con movimientos suaves primero, me sujetaste de la cadera y comenzamos a elevar el ritmo, la intensidad. Los sonidos de nuestros choques con la humedad de nuestro sexo se amoldaban al ritmo de los gemidos, solamente acallándose de vez en cuando por algún beso robado.
Luego de un rato de batalla, te diste vuelta para ofrecerme la maravillosa vista de tu cola, para que te sujete de la cintura mientras te daba en cuatro. Tus nalgas se movían con cada embestida mientras de vez en cuando se alternaba alguna nalgada para disfrutar tus gemidos potenciados y notar tu piel recordar mi palma enrojecida.
No pude contener tampoco la tentación de sostener tu pelo, teniendo las riendas de semejante mujer que me vuelve loco.
La intensidad me la hiciste notar cuando me sujetaste fuerte de mi muslo con tu mano, rasguñándome y obteniendo una embestida más fuerte como consecuencia.
¿Qué mas se puede decir, sino que, por esas casualidades de la vida, no caí en la demencia que provoca tu cuerpo en plena lujuria?
Caí rendido en la cama, mientras recobrábamos ambos el aliento, después de esa sesión frenética de comunicación corporal de deseos, de tentación y provocación aquella noche. Satisfechos, si, pero ¿por cuánto tiempo?
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