Esto sucedio cuando trabajé un tiempo en una firma de consultoría de mediano tamaño y mucho prestigio. El gerente de la misma, a la vez el dueño, era un tirano de la peor calaña.
Tendría ya unos 65 años y un genio realmente insoportable. Su prepotente proceder ocasionaba que la rotación de personal sea extremadamente alta. A pesar de saberlo, por comentarios de amigos que habían trabajado antes en la empresa, decidí asumir el reto, pues el pago era notablemente bueno y la experiencia de trabajar con él siempre era un trampolín hacia mejores puestos.
Soporte poco más de un año su intolerable forma de ser. Y debo reconocer que se cumplió mi objetivo de dar un importante salto laboral. El dueño de la consultora era realmente un capo, un profesional brillante y muy bien contactado. Aprendí mucho y luego logré un contrato que mejoró aún más mis ingresos y mi perfil profesional.
Ahora, a la distancia, recuerdo dos cosas de esta experiencia laboral. En primer lugar, lo importante que fue para mi desarrollo profesional siguiente y, en segundo lugar, el doble placer de haberme cogido a la esposa del dictador.
A pesar de tener unos 65 años, la segunda esposa de mi entonces gerente tenía algo más de 40 años. Sin dudarlo y sin medias tintas, la típica mujer aspiracional que quería “un viejo con plata”, tal como se dice en Perú. No voy a decir que fui un seductor galán que sedujo a la seria y recatada dama casada. Simplemente fue el encuentro de dos deseos. En mi caso, con el doble placer de disfrutar un delicioso cuerpo muy trabajado en gym y, a la vez, a la esposa del prepotente que me jodía en el trabajo.
La señora en cuestión iba un par de veces por semana a la oficina. Sin preámbulos se metía directamente a la oficina del gerente, quien ante ella era realmente un faldero sumiso. Sin dudarlo llegaba a pedirle dinero, pues casi siempre el tesorero de la empresa ingresaba a la oficina y salía casi despedido a zapatazos.
Mi oficina estaba en la ruta de entrada y salida de la señora y más de una vez admiré su bien trabajado cuerpo, sabiendo que para ella era poco más que una mosca y menos que una cucaracha. Pero, la vida es extraña y toma rumbos que uno ni se imagina.
Un par de días mi gerente estuvo algo delicado de salud. Trabajó desde su casa (una impresionante mansión en San Isidro, a pocas cuadras del golf). Teníamos que entregar un informe de consultoría unos días después y me hizo ir a su casa para revisar los avances. Fui dos veces. La primera vez nada fuera de lo común. La segunda vez al llegar vi a su mujer llegando del gimnasio, en leggings que resaltaban sus bien formadas piernas y culo. No pude evitar mirarla con deseo. Ella me miró y me saludo con la fría cortesía de las burguesas limeñas.
Estuve un par de horas reunido con mi gerente y al salir de la casa, me encontré nuevamente a la señora, coordinando con el jardinero unos arreglos en el jardín del acceso. En short y un polo ligero y un sombrero blanco, parecía una postal de una dama de Miami o el caribe. Estaba realmente provocadora. No pude evitar mirarla cargado de deseo nuevamente.
Al día siguiente mi gerente volvió a la oficina y tuvimos una reunión de coordinación. En medio de la misma su esposa se metió, sin avisar. Le pidió dinero, por lo que vi, bastante más de lo que yo ganaba al mes y se retiró. Me sonrió al salir y casi empiezo una erección que felizmente no llegó.
Volví a mi oficina y seguí trabajando. Mi jefe fue a su casa a medio día y hacia las 6 pm, justo cuando salía, me llamó para que vaya con urgencia para unas correcciones finales al informe que trabajábamos. Fui y encontré a su esposa con unas amigas en la sala, reunidas, tomando unas copas con unos bocaditos que desconocía sobre la mesa.
Estuve unas dos horas en la oficina en casa de mi gerente y al salir, me topé con su esposa, algo mareada. Una mujer realmente bella, ya madura, pero bella y con un cuerpo delicioso. No había ya nadie más y me habló con amabilidad. Me preguntó cómo me iba en la oficina, generalidades sobre el trabajo y finalmente me dijo que le gustaría conversar conmigo. Me dio una tarjeta y me dijo que la llame al día siguiente a las 10 am.
Fui a casa, me olvidé del asunto. Al día siguiente la llame, pensaba era alguna consulta sobre su esposo (con quien trabajaba mucho), pero estaba equivocado. Fue directa al grano. Quería encontrarse conmigo. Me preguntó si podría el sábado por la mañana (era jueves ese día) le dije que sí. Me dio la dirección de un hotel, que no conocía ni de nombre, ubicado en una zona lujosa de Lima. Quedamos a las 10 am ese día. Cortó.
No pude dejar de pensar en el asunto. Esa tarde al salir del trabajo fui a “reconocer” el hotel, muy discreto, obviamente para encuentros sexuales, no para el turismo receptivo. Ya no tuve más dudas.
El sábado le dije a mi mujer que tendría reunión con mi gerente. Ya había trabajado algunos sábados antes así que todo normal con ella. Fui al hotel. Llegué minutos antes de las 10 am, dije al recepcionista que esperaba a una persona. Me senté en una sala de espera muy discreta. Hacia las 10.15 am ella llegó. Me saludo, pagó en recepción en efectivo y subimos hacia una habitación.
Demás está decir que la señora era una perfecta puta. Yo era uno más de los varios o muchos con los que le ponía los cuernos a su marido. Nunca pregunté en la oficina por temor a que algún infidente le comentara a mi gerente, pero quizás más de uno había hecho lo mismo que yo hacía.
En todo momento ella tuvo el control. Me empezó a besar apasionadamente y a los pocos minutos paso su mano por mi verga erecta. Me pidió que me desnude y la obedecí. Ella se desnudó y aprecie su cuerpo firme, perfectamente trabajado en el gym.
Nos acostamos y seguíamos besándonos. Ella me soltó y bajo hacia mi verga. En el camino, lamio y beso mi pecho, mi vientre, hasta llegar a mi verga. La relamió muy buenos minutos, hasta que me vine en su boca. Ella me miró cómplice y se tomó todo mi semen, lamió mi verga hasta dejarla completamente limpia. Se acostó a mi lado y me dijo “ahora baja tú”.
Y me tocó bajar besando sus senos, sus pezones pequeños, de mujer sin hijos. Su vientre perfecto, sin ningún rollo. Hasta llegar a su concha perfectamente depilada, con unos deliciosos y finos labios. Me sentí en el paraíso lamiendo su concha fina y perfumada. Sentirla gemir mientras mi lengua y mis labios la recorrían me puso nuevamente al palo.
Casi con respeto le dije “señora, dese la vuelta”. Y se dio la vuelta. Separé sus nalgas y me dediqué un buen rato a lamerle un culo limpio y fino, de dama elegante y burguesa. Se puso loca con ello y comenzó a gemir y decir “soy una putita, soy una putita”. Tome valor y rápidamente, antes de darle tiempo para reaccionar, me monte sobre ella y le puse mi verga en la puerta de su culo.
Ella me dijo “no, no, no lo hagas”. Pero estando encima de ella, yo tenía el control absoluto y procedí. Cuando sentí mi verga entrar en su culo, supe que su “no, no, no lo hagas” era protocolar. Entré sin problemas en un culo seguro conocido por muchos hombres.
Me puse loco al poseerla, en un cuarto de hotel pagado por ella, al que llegó con la fina ropa que compraba con el dinero de su esposo, mi gerente. No resistí la tentación y comencé a casi insultarla “es usted una puta, una perra, una cachera, una zorra, una ramera”, ella gemía y decía “si, si, si, eso soy”.
Tomé más valor y le dije “es una perra que le pone los cuernos a su marido don XX,YY”, ella respondió “si, se los pongo, se los pongo con su trabajador”. Llegó y llegué.
Habían pasado ya casi una hora y media. Ella se vistió rápidamente y se fue. Antes de salir me dijo, espera unos 15 minutos y sales. La obedecí. Nos volvimos a encontrar varias veces más, siempre en ese hotel discreto para damas burguesas y putas. Siempre ella pagando la habitación.
Tendría ya unos 65 años y un genio realmente insoportable. Su prepotente proceder ocasionaba que la rotación de personal sea extremadamente alta. A pesar de saberlo, por comentarios de amigos que habían trabajado antes en la empresa, decidí asumir el reto, pues el pago era notablemente bueno y la experiencia de trabajar con él siempre era un trampolín hacia mejores puestos.
Soporte poco más de un año su intolerable forma de ser. Y debo reconocer que se cumplió mi objetivo de dar un importante salto laboral. El dueño de la consultora era realmente un capo, un profesional brillante y muy bien contactado. Aprendí mucho y luego logré un contrato que mejoró aún más mis ingresos y mi perfil profesional.
Ahora, a la distancia, recuerdo dos cosas de esta experiencia laboral. En primer lugar, lo importante que fue para mi desarrollo profesional siguiente y, en segundo lugar, el doble placer de haberme cogido a la esposa del dictador.
A pesar de tener unos 65 años, la segunda esposa de mi entonces gerente tenía algo más de 40 años. Sin dudarlo y sin medias tintas, la típica mujer aspiracional que quería “un viejo con plata”, tal como se dice en Perú. No voy a decir que fui un seductor galán que sedujo a la seria y recatada dama casada. Simplemente fue el encuentro de dos deseos. En mi caso, con el doble placer de disfrutar un delicioso cuerpo muy trabajado en gym y, a la vez, a la esposa del prepotente que me jodía en el trabajo.
La señora en cuestión iba un par de veces por semana a la oficina. Sin preámbulos se metía directamente a la oficina del gerente, quien ante ella era realmente un faldero sumiso. Sin dudarlo llegaba a pedirle dinero, pues casi siempre el tesorero de la empresa ingresaba a la oficina y salía casi despedido a zapatazos.
Mi oficina estaba en la ruta de entrada y salida de la señora y más de una vez admiré su bien trabajado cuerpo, sabiendo que para ella era poco más que una mosca y menos que una cucaracha. Pero, la vida es extraña y toma rumbos que uno ni se imagina.
Un par de días mi gerente estuvo algo delicado de salud. Trabajó desde su casa (una impresionante mansión en San Isidro, a pocas cuadras del golf). Teníamos que entregar un informe de consultoría unos días después y me hizo ir a su casa para revisar los avances. Fui dos veces. La primera vez nada fuera de lo común. La segunda vez al llegar vi a su mujer llegando del gimnasio, en leggings que resaltaban sus bien formadas piernas y culo. No pude evitar mirarla con deseo. Ella me miró y me saludo con la fría cortesía de las burguesas limeñas.
Estuve un par de horas reunido con mi gerente y al salir de la casa, me encontré nuevamente a la señora, coordinando con el jardinero unos arreglos en el jardín del acceso. En short y un polo ligero y un sombrero blanco, parecía una postal de una dama de Miami o el caribe. Estaba realmente provocadora. No pude evitar mirarla cargado de deseo nuevamente.
Al día siguiente mi gerente volvió a la oficina y tuvimos una reunión de coordinación. En medio de la misma su esposa se metió, sin avisar. Le pidió dinero, por lo que vi, bastante más de lo que yo ganaba al mes y se retiró. Me sonrió al salir y casi empiezo una erección que felizmente no llegó.
Volví a mi oficina y seguí trabajando. Mi jefe fue a su casa a medio día y hacia las 6 pm, justo cuando salía, me llamó para que vaya con urgencia para unas correcciones finales al informe que trabajábamos. Fui y encontré a su esposa con unas amigas en la sala, reunidas, tomando unas copas con unos bocaditos que desconocía sobre la mesa.
Estuve unas dos horas en la oficina en casa de mi gerente y al salir, me topé con su esposa, algo mareada. Una mujer realmente bella, ya madura, pero bella y con un cuerpo delicioso. No había ya nadie más y me habló con amabilidad. Me preguntó cómo me iba en la oficina, generalidades sobre el trabajo y finalmente me dijo que le gustaría conversar conmigo. Me dio una tarjeta y me dijo que la llame al día siguiente a las 10 am.
Fui a casa, me olvidé del asunto. Al día siguiente la llame, pensaba era alguna consulta sobre su esposo (con quien trabajaba mucho), pero estaba equivocado. Fue directa al grano. Quería encontrarse conmigo. Me preguntó si podría el sábado por la mañana (era jueves ese día) le dije que sí. Me dio la dirección de un hotel, que no conocía ni de nombre, ubicado en una zona lujosa de Lima. Quedamos a las 10 am ese día. Cortó.
No pude dejar de pensar en el asunto. Esa tarde al salir del trabajo fui a “reconocer” el hotel, muy discreto, obviamente para encuentros sexuales, no para el turismo receptivo. Ya no tuve más dudas.
El sábado le dije a mi mujer que tendría reunión con mi gerente. Ya había trabajado algunos sábados antes así que todo normal con ella. Fui al hotel. Llegué minutos antes de las 10 am, dije al recepcionista que esperaba a una persona. Me senté en una sala de espera muy discreta. Hacia las 10.15 am ella llegó. Me saludo, pagó en recepción en efectivo y subimos hacia una habitación.
Demás está decir que la señora era una perfecta puta. Yo era uno más de los varios o muchos con los que le ponía los cuernos a su marido. Nunca pregunté en la oficina por temor a que algún infidente le comentara a mi gerente, pero quizás más de uno había hecho lo mismo que yo hacía.
En todo momento ella tuvo el control. Me empezó a besar apasionadamente y a los pocos minutos paso su mano por mi verga erecta. Me pidió que me desnude y la obedecí. Ella se desnudó y aprecie su cuerpo firme, perfectamente trabajado en el gym.
Nos acostamos y seguíamos besándonos. Ella me soltó y bajo hacia mi verga. En el camino, lamio y beso mi pecho, mi vientre, hasta llegar a mi verga. La relamió muy buenos minutos, hasta que me vine en su boca. Ella me miró cómplice y se tomó todo mi semen, lamió mi verga hasta dejarla completamente limpia. Se acostó a mi lado y me dijo “ahora baja tú”.
Y me tocó bajar besando sus senos, sus pezones pequeños, de mujer sin hijos. Su vientre perfecto, sin ningún rollo. Hasta llegar a su concha perfectamente depilada, con unos deliciosos y finos labios. Me sentí en el paraíso lamiendo su concha fina y perfumada. Sentirla gemir mientras mi lengua y mis labios la recorrían me puso nuevamente al palo.
Casi con respeto le dije “señora, dese la vuelta”. Y se dio la vuelta. Separé sus nalgas y me dediqué un buen rato a lamerle un culo limpio y fino, de dama elegante y burguesa. Se puso loca con ello y comenzó a gemir y decir “soy una putita, soy una putita”. Tome valor y rápidamente, antes de darle tiempo para reaccionar, me monte sobre ella y le puse mi verga en la puerta de su culo.
Ella me dijo “no, no, no lo hagas”. Pero estando encima de ella, yo tenía el control absoluto y procedí. Cuando sentí mi verga entrar en su culo, supe que su “no, no, no lo hagas” era protocolar. Entré sin problemas en un culo seguro conocido por muchos hombres.
Me puse loco al poseerla, en un cuarto de hotel pagado por ella, al que llegó con la fina ropa que compraba con el dinero de su esposo, mi gerente. No resistí la tentación y comencé a casi insultarla “es usted una puta, una perra, una cachera, una zorra, una ramera”, ella gemía y decía “si, si, si, eso soy”.
Tomé más valor y le dije “es una perra que le pone los cuernos a su marido don XX,YY”, ella respondió “si, se los pongo, se los pongo con su trabajador”. Llegó y llegué.
Habían pasado ya casi una hora y media. Ella se vistió rápidamente y se fue. Antes de salir me dijo, espera unos 15 minutos y sales. La obedecí. Nos volvimos a encontrar varias veces más, siempre en ese hotel discreto para damas burguesas y putas. Siempre ella pagando la habitación.
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