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Cambio de piel (Resubido)

Lautaro era un estudiante que recién comenzaba su carrera. Estaba deseoso de saber de qué se trataba la vida universitaria. Se preguntaba si había muchas mujeres y si le darían algo de cabida. Su actividad sexual era mucho menor de la que presumía. Cada tanto les mostraba a sus amigos fotos de chicas con las que no había tenido la menor chance. A menudo inventaba anécdotas que parecían salir del cine porno más genérico.


 Un día conoció a su compañera Pía, y lo primero que pensó fue en si había alguna oportunidad de cogérsela, como a todas las que veía. No le parecía la más linda del grupo, pero era más que suficiente  para saciar sus ímpetus. Ella era muy menudita, pálida y con mucha cara de niña. Tenía unos cachetes y unos ojos grandes.


 Durante una conversación grupal fuera de clase, ella contó que era virgen con mucha naturalidad. Esto sorprendió a muchos, y a Lautaro se le cayó el mito de que todas debutaban antes de los quince.


 -¿Cuántos años tenés?- Preguntó uno de sus compañeros.


 -Veintidós.


 -¿Veintidós? Yo pensé que eras mucho más chica- Indicó


 Y era lo que todos pensaban antes de conocerla. No sólo aparentaba ser menor físicamente, si no que su personalidad no la ayudaba. Pía venía de las afueras de la ciudad. Su familia era muy conservadora y no le daban mucha libertad. Esto la hizo crecer con cierta inocencia e inmadurez.


 Desde entonces, el joven quedó con mucho morbo. “Me imagino lo estrecha que debe estar”, pensaba. Así fue que, sin más preámbulos, la encaró un día con un piropo banal que hizo sonrojar a Pía y caer en sus encantos. Él era moreno y tenía lindas facciones, lo que lo ayudaba a veces para atraer a las mujeres. Su seguridad o aparente seguridad complementaba su falta de ingenio. Aún no cumplía los veinte.


 Los días de clase pasaban y ellos aprovechaban las horas libres para besarse en todos los rincones solitarios de la facultad. En cada beso, las manos de Lautaro se animaban a más. Pía aceptaba con cierta incomodidad ambigua. Lo que más le impedía era el pudor y cierto temor de verse como una zorra. A él le fascinaban las colas, y no podía abstenerse a tocarla, darle algúnaprelatos.
Era el único momento en el que podían verse, ya que las actividades de Pía estaban bastante controladas por su familia. Había cierto romance en donde sólo compartían ese rato. Ella se veía  mucho más comprometida en involucrada sentimentalmente que él.  Durante la noche, bien tarde, intercambiaban algunas palabras por mensajes.


-¿Es verdad que sos virgen?


 -Sí, ¿Por qué?


 -Me cuesta creerte. A tu edad… Dale, es joda.


 -No, no tiene nada de malo. Yo soy diferente.- Dijo con orgullo.


 -¿No querés probar?


 -No, no lo haría con cualquiera.


 -¿Tenés miedo?


 -Sí, un poco. Pero no es por eso. ¿Y vos sos virgen?


 -Pfff… Hace como cinco años que no soy virgen.- Improvisó Lautaro.


 En verdad el estudiante había debutado recién en su viaje de egresados, pero tenía reservada la misma mentira para todos los que se lo preguntaban. Según él, en un viaje a Chilecito conoció a una “Gauchita” del lugar.


 -¿Y has estado con muchas chicas?


 -Sí, con varias- Dijo, pensando que esto le ayudaba.


 -¿Y no tenés hijos si has estado con tantas?


 -No, nada que ver. Siempre la saco a tiempo-Señaló sorprendido- ¿Y vos nunca tuviste novio?


 -No, pero me he besado con varios. Me acuerdo la vez que salí a bailar y un chico me sacó. Me empezó a chapar. Ese día tomé fernet y ahí nomás me piqué.


 El jóven se extrañaba por lo que escuchaba. No podía creer que contara algo tan común para él como si fuera una anécdota única.


Era común que cambie de tema tan repentinamente. Le daba mucho pudor conversar de sexo, pero cada día solía soltarse un poco más.


 Los días pasaron y los besos y los roces se pusieron cada vez más y más permisivos. Al principio ella estaba como rígida. Sus labios apenas los movía, dejaba que él la besara. Ahora sentía que sabía un poco más. Cada tanto se tomaban el ascensor y rozaban sus cuerpos, más él que ella. Pía sentía una mezcla entre curiosidad e incertidumbre, y eso lo demostraba cada vez que él avanzaba un poco, paulatinamente. Pero al final siempre se dejaba. Le gustaba. Su compañero la instruía, con lo poco que sabía. A veces inventaba, pero ella siempre escuchaba atenta.


Pasaron más de seis meses. Un día Lautaro descubrió que el último piso de la universidad era muy poco concurrido. Allí había un aula en donde él podía sentir los pasos y ver si alguien se acercaba. No tardó mucho en llevarla una vez que se escaparon de clase. Se sentaron en un banco y él comenzó a meter su mano en su ropa interior con picardía. Ella estaba nerviosa, pero intrigada. ¿Qué era lo que estaba sintiendo? Tomó la mano de Lautaro con fuerza y se la quitó.


 -Perdoname-Le dijo él.- Pensé que te gustaría


-Tengo miedo. ¿Y si nos ven?


 Estaba agitada. Eufórica. Le pasaban un millón de cosas por la cabeza. El corazón le latía a mil por hora.


 -No nos van a ver. Estoy viendo desde la ventana. Si viene alguien saco la mano- Dijo el hombre- ¿Tenés miedo?


 -¡No!- Dijo, y tomó la mano de Lautaro para que vuelva a estimularla.


 Ella intentaba disimular la agitación efusiva por el miedo a ser descubierta, pero le costaba mucho. Mientras tanto, él se sentía con mucha astucia, ya que tenía una anécdota real para contar. Comenzó a excitarse desde que sus manos se posaron en ella. Pensó en pedirle una devolución igual, que ambos se masturben mutuamente. Pero ambos se vieron interrumpidos por el sonido de unos pasos cercanos. Sacó la mano asustado y Pía se puso colorada.


 Apareció un profesor que parecía estar cerca de jubilarse. Lautaro ya había pensado que podía pasar, y tenía un par de apuntes sobre la mesa para simular estudio. El jogging le permitió sacar su mano rápidamente y colocarse en otra postura menos comprometedora.


 -¿Qué están haciendo acá?


 -Estudiando.


 -Para eso está la biblioteca.- Dijo, y se retiró.


 -Bueno, ya vamos para allá.


 -Estamos mal- Dijo ella, cuando el profesor se marchó.


 -No pasa nada, ¿No has sentido como adrenalina?


 -Me siento rara. Es como si me sintiera mal, pero quiero más. No entiendo por qué me gusta.


 -Ni la pensés.


 -¿Y qué pasa si nos descubren?


 -No nos van a descubrir. Yo tampoco quiero que me descubran.

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