You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

La primera mujer

Cuando cerramos por primera vez la puerta de la habitación, no solo nos sentimos a salvo de miradas indiscretas. También sentimos que por fin, íbamos a tener en nuestras manos y en nuestras bocas, todo aquello que nos habíamos prometido. 


Besar por primera vez la boca de Eva fue, extrañamente, como volver a besarla. Había imaginado tantas veces esos labios que sentirlos en mi boca fue como remembrar eso que nunca había pasado. 


Ella tiene unos ojos claros, verde claros, hipnóticos y me clavó su mirada y sus dos manos se aferraron a mis nalgas y me atrajo hacia su cuerpo, murmurando, con mi lengua y su lengua entrelazadas, por fin, ya era hora. 


O algo así. 


En las largas charlas que nos habían llevado hasta ese lugar, nos habíamos conocido profundamente. Sabíamos qué música, qué luces, qué roces. También sabíamos que búsquedas, qué deudas, qué fantasías. 


Y hacia allá ibamos, decididos, dejando la ropa en su lugar, prolijamente, desparramadas en el suelo, mientras las pieles se iban fundiendo en una sola y extensa caricia.


Tenía en mis manos las carnes de la mujer que deseaba, la del nombre de la primer mujer, la que respondía con su espalda arqueada, cada embate de mi boca entre sus piernas, la que inundaba con gemidos dulces cada roce de mi lengua en su centro. 





La primera mujer




Sentí sus piernas rodearme el cuello. Sentí su cuerpo tensarse. Sentí su grito ahogado, y sentí electricidad recorriéndole el cuerpo. Me sentí único, orgulloso, satisfecho, de haber logrado esa sonrisa en la cara, cuando pudo recuperarse. 


Y en eso de sentir, sentí su mano en mi pija, guiándola hacia el exacto lugar donde debía estar, y me monté encima suyo, y me empecé a hacer círculos con mis caderas, sin penetrarla… dejando que toda mi herramienta, la roce.


Le murmuré al oído que adoraba que se pajee con mi pija. Me contestó con lo que fue casi una orden. 


-Cogeme.


No me hice rogar más.


Me dejé resbalar lentamente en sus profundidades. Sentí cada milímetro de piel abriendo paso para que mi estocada llegara hasta el final. Y hundido en sus carnes, me quedé quieto. Y mirándola a los ojos, empecé a moverme dentro suyo, muy lentamente, pero sin perder el ritmo. Un baile sensual, de pieles que se rozan, de caderas que se contorsionan, de gemidos que se cruzan, de respiraciones que se agitan. 


El ritmo crecía a la vez que sus gemidos iban en aumento. Su piel volvía a tensarse. Yo ya conocía su orgasmo, así que me esmeraba para encontrar otra vez el camino de su placer. Le di dos fuertes estocadas una detrás de otra, y ella volcó su cabeza hacia atrás, para recibirlo con más intensidad. Y empecé a desplegar un ritmo para no detenerme. Quería que me acabe en su pija y la espalda enarcada, y su voz ronca me daban la certeza de que ya estaba a punto.


Mis manos en su pecho, y mis golpes de cadera hicieron lo que faltaba. Sentí en mi pija las contracciones de su orgasmo. Volaba y yo con ella. Sus fluidos hicieron que se me hiciera agua la boca. 


No pude resistir la tentación, y quise saborearla. Pero me detuvo. 


-Ahora yo te voy a dar lo que nunca nadie te dio. Soy Eva y voy a ser la primera.


Fue dulce, pero también era una orden. Me quedé quieto y dejé que hiciera.


Se puso encima mío, y empezó a tocarme, pajeándome lento y acompasadamente, decidida a sacarme la leche. 


Los dos desnudos, transpirados, exultantes y su mano firme en mi pija, meneándola hacia arriba y hacia abajo, y mirándome a los ojos, lubricando su mano con su lengua, o metiendo sus dedos en mi boca para que las cubra de saliva. 


Cuando en ese movimiento acompasado, la punta de mi pija quedaba expuesta al aire, brillosa, morada, como una ciruela madura, su lengua lamía la miel que ya brotaba. 


Ahora era yo el que volaba de placer. Ella tenía un objetivo claro: quería mi leche y la quería en su boca. Quería sentir el lechazo en su rostro, la gota caliente y pesada de semen chorreando por sus mejillas, y la consistencia espesa en su boca de lo que pudiera atrapar. 


Su mirada se había endurecido, y estaba concentrada en su labor. 


Para mí, ya es imposible poner en palabras las sensaciones que envolvían mi cuerpo en ese precioso momento donde ya nada puede controlarse. 


Me tenía literalmente en un puño, y cada movimiento me hacía emitir sonidos involuntarios. Hasta que llegamos a ese punto sin retorno, el nudo eléctrico que inicia en mi cuello y desciende hasta el vientre y desde allí, se desliza por todo el cuerpo.


Creo que llegué a murmurar un “sí, si” y un “ahi viene” y ella se cerró aún más con su mano a mi pija y abrió la boca en todo su esplendor. 


Pude ver como se le dibujaba en la cara una sonrisa enorme, cuando corroboró que su labor estaba surtiendo efecto, y en la palma de su mano sintió mi verga palpitando, mi vena hinchada, preparándose para el momento justo en el que la lava desborda.


No tengo dudas de que ella estaba sintiéndose poderosa de lo que sentía y de lo que veía. Pero nunca será tan hermoso como sentir lo que yo estaba sintiendo en ese momento, en el que la pequeña muerte invadía mi cuerpo. 


Pero esta vez pasó algo distinto, y es lo que merece ser contado. 


Ya dije, Eva fue la primer mujer que logró sacarme leche con la boca, y su cara, al sentir mi leche en sus labios se había iluminado de un modo tan sensual, que luego de que solté dos, tres estertores de leche pesada, caliente, me soltó, creyendo, como era natural, que mi orgasmo había terminado.


Pero yo sentí algo en mi cuerpo que nunca antes había sentido. 


Y sin pensarlo, me agarré la pija, y seguí menéandomela, porque mi cuerpo me estaba pidiendo algo así, y yo obedecía, irreflexivo.


Eva se dio cuenta de eso, y puso sus manos sobre mi muslo, y se acercó a horcajadas, esperando que eso, lejos de ser las caricias del final, se convirtieran en algo que nunca me había pasado: un orgasmo nuevo, segundo, inmediato, más profundo, más intenso que el anterior. 


Sentí un vuelco en la cabeza, y después, todo en blanco. Y borbotones de leche expulsados al aire, cuatro, cinco nuevos estertores copiosos, y mis gritos, mis gemidos de placer.


Lo mejor estaba por llegar. Todas mis fuerzas se retiraron de mi cuerpo. Quedé laxo, sin aliento, sin ninguna tensión. 


Recuperé el aliento, del modo en que empezó esta historia: con los labios de Eva en mis labios, y las sonrisas unidas, de saber que toda la espera, las caricias en soledad, la voluptuosidad generada, los besos deseados, nos llevaron a ese encuentro, el de mi primera vez derramando en la boca de una dama, el de la primera vez que sentí un orgasmo doble. 




lengua

1 comentarios - La primera mujer

Mobumba +1
Me encanto!! 😍
VoyeaurXVII +1
y a mi? ni le cuento! jaja