Elestudiante
Haceya algunos años que ocurrieron los hechos que voy a relatar.
Comenzabael nuevo curso en la universidad de Sevilla. Estudiaba segundo de psicología.Las clases se impartían en un magnífico edificio del centro de la ciudad, la antiguaFábrica de Tabaco. Se habían adaptado las distintas salas como aulas, donde seimpartían Derecho, Física, Historia, etc. Y Psicología.
Tengoque aclarar que en aquella época, no había facultad de Psicología en Sevilla.Me tuve que matricular en la de Filosofía y Ciencias de la Educación, secciónde Psicología.
Metrasladé desde el pueblo donde crecí, distante cien kilómetros de Sevilla en laSierra Norte. La carretera, más que unir, separaba las ciudades. Curvas y máscurvas, la hacían impracticable. Para empeorar la situación estaban en obras,llevaban así años. Había que pensárselo para desplazarse.
Mispadres gozaban de una cómoda posición económica, lo que me facilitó las cosas;sin pensarlo demasiado, compraron un piso con tres habitaciones, dos baños,cocina, salón y terraza-lavadero, en Sevilla, en la barriada de SanBernardo, para que yo no tuvieraproblemas de alojamiento durante los estudios. Cuando terminara ya se vería loque se hacía con el inmueble. De todos modos, parecía una buena inversión, dadoel bajo precio que pagaron. Desde donde vivía hasta la universidad apenas habíaun paseo.
Yallí estaba yo en mi piso; tenía los muebles imprescindibles, pero suficientespara mí. Una mujer, amiga de mi madre, hacía la limpieza un par de veces a lasemana, y preparaba comida, que guardaba en el frigorífico, para que no tuvieramás que calentarla.
Sibien la comida que me dejaba Remedios, Reme, era buena; por la mañanadesayunaba en los bares, bien de la universidad o uno cerca de mi casa.
Asífue como comenzó mi historia.
Unsoleado viernes por la mañana, en el mes de octubre, sin clase, porqué seimpartían de lunes a jueves; me senté en una mesita en la puerta del bar cercade mi casa a desayunar.
Esperabaal camarero, mientras leía el plan del curso en unas fotocopias, cuando observéa una mujer… Bufff… ¡Qué mujer! Unos treinta y tantos años, muy guapa, rubianatural. Vestía un traje chaqueta color beige con una falda ceñida que dejaba ala vista las piernas más bonitas que jamás había contemplado, enfundadas enunas medias color carne y zapatos de salón marrón claro.
Perolo que me produjo un escalofrío fueron unos preciosos ojos verdes que pude vercuando se quitó las gafas de sol y… me miró…
Imaginocual sería la cara que me vio, mi mandíbula se descolgó, la boca entreabiertacomo un bobo. Y sonrió… ¡Dioss… que sonrisa! Unos labios carnosos, parecíandibujados por un artista, unos dientes como perlas…
Turbadopor la imagen, se me cayeron los papeles de las manos y me arrodillé en elsuelo para recogerlos. Pero… no podía apartar mis ojos de los suyos… Me teníahechizado.
Supongoque a la mujer le hizo mucha gracia mi torpeza y la impresión que me causaba supresencia.
Peromayor fue mi turbación cuando se levantó, se acercó, se acuclilló frente a mí yme ayudó a recoger los folios.
—Hola, ¿puedo ayudarte? —Dijo, con una voz que me sonaba a canto de ángel.
—Hooolaa, yo… yo… Soy Eduardo. —Y me dio la mano…
—Y yo Marta —Su sonrisa, su mano en mi mano…
Creímorir, la cabeza me zumbaba. La mujer al ver mi cara se asustó. Me ayudó asentarme y terminó de recoger los folios desparramados y los colocó sobre lamesa. Se sentó a mi lado y me levantó la cara cogiendo mi barbilla.
—¿Te encuentras bien? —Preguntó preocupada.
—Ssii… estoy bien, no sé lo que me ha pasado yo…
—Tranquilízate, seguramente te ha dado un mareo por una bajada de glucosa.Seguro que anoche no cenaste o estuviste de copas… —Decía mientras yo la miraba
Llamóla atención del camarero que vino rápidamente.
—Desayunay verás cómo se te pasa. —Dirigiéndose al mesero le encargó tostadas conaceite, jamón y café con leche para dos.
—No se moleste… No sé lo que me ha pasado… Ha sido al verla a usted…
Despuésde decir aquello me quería morir. ¿Qué pensaría de mí?
—Vaya… nunca pensé que podía causar tanta impresión en un joven…
Elcamarero con el pedido interrumpió el momento. Ya delante de los platos y loscafés yo no me atrevía a mirarla. De nuevo ella levanto mi barbilla y me miró alos ojos.
—¿Sabes que eres muy guapo? —Aquello acabó con la poca firmeza que me quedaba —¿Por qué me mirabas así? ¿Te gusto?
—Yo… Bueno… verá, no quería ofenderla. Es que…
—Tranquilízate Edu… ¿Puedo llamarte así? No solo no me ofendes, me halagas. Queun chico tan joven y guapo como tu se fije en una mujer de mi edad…
—Ssii, en casa me llaman Edu, yo… ¡Es usted muy guapa! ¡Me impresionó verla! ¡Yono soy así…! ¡Lo siento! —Dije balbuceando.
—¿Así cómo? Dime, ¿cómo eres? —Sus preguntas y su permanente sonrisa me teníanhechizado. —Bueno, luego me lo cuentas… Ahora come que se enfrían las tostadas.
Alo largo de la comida no podía dejar de mirarla, pero al tiempo me avergonzabay desviaba mi mirada cuando sus ojos me atravesaban. Estaba cada vez más liado.
—¿Dónde vives? —Preguntó, con su dulce voz.
—Aquí cerca, en un piso. —Respondí
—¿Con tus padres?
—No… solo. Mis padres viven en el pueblo; yo estoy estudiando, por eso vivoaquí.
—Bien Edu… Yo vivo aquí cerca también, con una amiga. Ya nos veremos—Llamó alcamarero, le pagó, intenté pagar pero no me dejó, se volvió y me besó, en lacomisura de mi boca.
Yano fue un escalofrío, fue una descargaeléctrica. Como un latigazo que recorrió mi espina dorsal y me erizó el pelo enla nuca. Pero lo curioso es que, al parecer, ella también lo sintió… Se apartóapoyando sus manos en mi pecho y me miró fijamente…
—¿Qué ha pasado Edu? —Pregunto sorprendida.
—No lo sé Marta, habrá sido una descarga de electricidad estática… A vecesocurre… —Intenté explicar.
—A mí es la primera vez… Por cierto… ¿Qué vas a hacer hoy? —La pregunta mesorprendió.
—No sé… Nada… —Respondí.
—¿Damos un paseo? Llevo solo tres días en Sevilla y no la conozco. ¿Quieres sermi guía? —No podía creerlo, mi sueño hecho realidad.
—¡Claro… encantado! —Mi entusiasmo la hizo reír.
Yqué risa… Sonaba como el agua al caer entre las piedras de un arroyo, franca,limpia… Sincera. Nos pusimos en marcha en dirección a los jardines de Murillo.
Almarcharnos observé la mirada de envidia del camarero.
Lacharla mientras caminábamos fue muy agradable. Se interesó por mi vida, comoera mi pueblo, las costumbres… Su acento no era andaluz, hablaba muy bien, sincortes en las palabras, remarcando las sílabas.
—¿De dónde eres? —Pregunté.
—Nací en Salamanca, pero he vivido desde muy pequeña en Madrid.
—¿En qué trabajas? —Mi pregunta la sorprendió.
Miróal suelo, levanto la vista, mirando al frente, como esquivando mis ojos.
—Ahora en nada, he venido a Sevilla a ver si encuentro trabajo… Soy peluquera…Esteticien. Estoy con una amiga que trabaja en una peluquería y va a tratar deque me den trabajo. —La respuesta parecía poco convincente, su lenguajecorporal contradecía sus palabras.
Seguimospaseando por el barrio de Santa Cruz; yo intentaba explicarle lo poco queconocía de la ciudad, ya que también llevaba poco tiempo aquí, pero me gustabapasear, hablar con la gente en los bares, seguir a las guías turísticas y asíaprendía algo.
Hiceque se fijara en la que yo llamo “La reja imposible”. Está en la Plaza Alfaroesquina a Lope de Rueda. La reja, es una ventana a metro y medio del suelo dela calle y que tiene los barrotes entrelazados en una bella filigrana.
Callejeandollegamos a la catedral y con ella la torre de la Giralda, hermoso monumento quefue alminar de origen árabe, de finales del S-XII, y toma su nombre de laveleta de bronce, el Giraldillo, que la corona y que “Gira”. Con sus 104,1metros de altura, fue, durante muchos años, la torre más alta de Europa. Eshermana de la Koutubia de Marrakech.
Eramediodía, llevé a Marta por los bares de tapas, dijo que no bebía alcohol, solorefrescos, tónica; yo tomaba cerveza. Propuso que comiéramos en algúnrestaurante con la condición de que era ella quien pagaba. No era habitual, enesa época, que las mujeres corrieran con los gastos.
—Si no me dejas pagar a mí me voy. —La resolución me dejó sin argumentos yacepté.
Despuésde la comida seguimos caminando por las calles del centro histórico, camino acasa. Yo no quería que terminara así, pero no encontraba la forma de seguir asu lado…
—Edu… ¿Tienes café en tu casa? —Me dio un vuelco el corazón.
—¡Claaa… claro que sí! —De nuevo mi balbuceo provocó la risa cantarina de Marta.
¡Ellatambién quería seguir conmigo! ¡No cabía en mí de gozo!
Seguimoscharlando de cosas intrascendentes hasta llegar a mi piso. Se lo mostré, dimosuna vuelta y fui a la cocina. Preparé la cafetera y la puse en la hornilla. Conel café recién hecho, las tazas y el azúcar regresamos al salón.
—¿Qué te parece esto? —Pregunté inocentemente.
—Está bien… Pero se nota la falta de una mano femenina. ¿Te apañas solo?
¿Quéme estaba preguntando? ¿Cómo me las apañaba? No quise pensar más en ello y lointerpreté como “las cosas de la casa”… —Buenooo… Una mujer, amiga de mi madre viene dos días a la semana y limpia, lavay me hace la comida que guarda en el frigorífico…
—O sea… No haces nada en tu casa…
—No, solo estudio… Normalmente no tengo mucho tiempo, sobre todo en época deexámenes.
—¿Tienes novia? ¿Te gusta alguna chica? Un mozo guapo y fuerte como tú debe tenerlas a manojitos… —La preguntame sorprendió.
—No,no tengo pareja. En la facultad casi todo son chicas, pero a mí no me interesaninguna… Hasta hoy… Al conocerte, yo… —Un calor agobiante subió por mi cuerpopara quemar mi rostro. Lo imaginaba rojo como un tomate.
¿Cómose me ocurrió decir eso? ¿Y si se molestaba? ¿Y si se marchaba?
—Edu, me gustas… Pero no quisiera hacerte daño. Soy mucho mayor que tú, tengouna vida pasada y tú eres muy joven con un gran futuro por delante…
Meacerqué a ella y en un arranque de valor cogí sus manos tiré de ella y besé suboca… Fue un breve contacto de mis labios con los suyos. La tibieza, lasuavidad, el aroma a perfume que desprendía… Me enardecía, me inflamaba… Meseparé y la miré fijamente a los ojos… Y sonrió… Entreabrió los labios y cerrólos ojos.
Besé,devoré, aquella boca que me atraía con una fuerza irresistible… Caímos sobre elsofá, abrazados en una locura de caricias, besos… No podía creer que tuvieraentre mis brazos a aquella preciosidad de mujer… Su boca era miel para mí, supiel, de una finura excepcional, pero sobre todo, su olor… El aroma quedesprendía… No era perfume, al menos no solo eso, era su aroma natural. Pudepercibir sus feromonas, era algo maravilloso. Estaba muy excitada, pero notanto como yo.
Enun momento de cordura se levantó, cogió mi mano y tiró de mí para llevarme aldormitorio…
Se desprendió de los zapatos, desabrochó y sequitó la chaqueta, abrió la cremallera de la falda y la dejó caer hasta lospies… Llevaba un conjuntito braguitas y sostén de color rosa palo… ¡Erapreciosa! Seguía sonriendo, sus bellos ojos fijos en los míos… Se giró dándomela espalda.
—¿Me desabrochas, por favor? —Si bella era de frente, su espalda, la suave curvade sus caderas, los glúteos, eran divinos…
—Ssii… Claro… —Logré articular.
Soltéel clip que cerraba el sostén y se giró. Sus manos apresaron mi cara y me forzóa agacharme, ya que al quitarse los zapatos quedó su rostro casi a la altura demi pecho y me besó…
Acariciésu cuerpo con miedo a hacerle daño, la veía tan suave, tan frágil… Como unamuñeca de porcelana fina… Pero ella no estuvo quieta. Desabrochó mi camisa y lasacó, dejando mi torso desnudo… Lo acarició y beso, chupó mis tetillas… ¿Era unsueño? Sus manos acariciaron cada milímetro de la piel de mi pecho, mi cintura,mi espalda con su boca en mi boca, mis manos acunaban sus preciosos pechos, nomuy grandes, pero turgentes, como los de una adolescente. Soltó mi cinturón,desabrochó el botón y la cremallera del pantalón y tiró hasta bajarlo y sacarlopor mis pies… Arrodillada frente a mí, acarició mi hombría que pugnaba porescapar de su encierro.
—Estás muy excitado Edu… Voy a tener que hacer algo porque esto debe doler…—Dijo con voz dulce, melosa.
Cuandoliberó al prisionero, se encontró con él a la altura de su boca. Su rosadalengua acarició el prepucio, una gota de líquido preseminal surgió de repente.Se apresuró a lamerla y saborearla…
—Me encanta tu sabor Edu… No suelo hacer esto porque no me gusta el semen. Pero,no sé por qué, el tuyo es… Distinto. Y me gusta…
Pasóla lengua a lo largo de mi virilidad, acarició los testículos… Vi como sacabala lengua para tragarse mi falo… Dos, tres, cuatro veces como máximo…
—¡No puedo más, Marta¡ ¡Aparta!
Nosolo no se apartó, con sus manos en mis nalgas impidió que me separara de ella.Y descargué en su garganta. Tuvo que ser demasiado, porque intentó tragar perono podía, tosía y se le saltaron las lágrimas; pero lo engulló, relamió suslabios, me miró sonriendo.
—¡Perdóname Marta, te avisé! ¡Lo siento!
—No lo sientas Edu. Me encantan tus jugos… Me gustas… demasiado. Ven, vamos adescansar un poco.
Retiróla colcha y la sábana y se tendió en la cama…
—Ayúdame… Quítame las medias por favor…
—¿Por favor? Ahora mismo puedes pedirme lo que quieras, soy tu esclavo.
Surisa cristalina inundó la estancia. De rodillas, sobre la cama, a sus pies,acaricié los muslos alabastrinos, con toda la delicadeza de la que fui capaz,deslicé las medias hasta los pies… ¡Qué pies! ¡Eran perfectos! Uno tras otrolos acogí con mis manos, los acaricié, los besé… Los deditos, tan redonditos,los talones de curvas perfectas, los tobillos de una delicadeza sublime… Mi amigono podía más. Acababa de soltar su carga y ya estaba preparado para entrar denuevo en liza. Pero no quería que aquello terminara nunca. Seguí subiendo porlas piernas hasta los muslos, de nuevo.
Vicomo acariciaba sus pezones, tiré de la braguita hasta sacarla por los pies yme quedé extasiado ante la belleza que se me ofrecía. Un monte de Venus pobladopor un vello suave, de un delicado color dorado, como su cabello. Acerqué mirostro y percibí un delicioso aroma desconocido para mí, pero embriagador.
Notenía experiencia alguna con una mujer. No sabía qué hacer y ella se diocuenta. Acarició mi pelo y me invitó a deslizarme sobre su cuerpo.
— Vaya, tu amiguito esta en forma de nuevo.¡Qué fortaleza! —Dijo con voz melosa.
Nuestroslabios se fundieron en un ardiente beso… Su mano guió mi virilidad hasta suardiente grieta. Era tan suave, tan cálida, tan acogedora. Me hubiera quedadoallí, sin moverme el resto de mi vida. Pero Marta inició un cadenciosomovimiento de caderas que me encantaba. Sus pechos en mi pecho, sus piernasapresando mis caderas, acompañando mis movimientos con sus pies para penetrarhasta el fondo de su intimidad…
Mefaltaba el aire, mi pecho se llenaba pero yo me ahogaba… Se movía de formacompulsiva, sus caderas empujaban las mías y mi miembro se hundía en lasprofundidades de su ser. Una y otra y otra vez. No dejaba de acariciar surostro, su pelo. La sorprendí hundiendo su naricilla en mi pelo y aspirando miolor. Hice lo mismo, era delicioso. Estaba a punto de llegar, se dio cuenta ypellizcó mis tetillas hasta el dolor y retrasó mi eyaculación. Jadeaba, tambiénle faltaba aire; me separé apoyándome en los codos para que no tuviera quesoportar mi peso sobre su precioso y delicado cuerpo.
¡Yestalló!… No era una mujer, era una fiera moviéndose espasmódicamente, arañandomi espalda, golpeándome los hombros. Gritaba como poseída por un demonio… Memordía los labios, las lágrimas corrían por sus mejillas… Los sollozos laahogaban. Abrió sus brazos y duranteunos segundos se quedó sin respiración… Me asusté.
—¡Marta ¿qué te pasa?! ¡Dime algo, por Dios! —Grité.
Consus dos manos acarició mi cara y me besó en los labios.
—Es la segunda vez, en mi vida, que me pasa esto Edu. Ha sido tan intenso quecasi no lo soporto, creí morir. —Y se echó a llorar…
Mesenté en la cama, pasé mi brazo por su espalda y acuné su cuerpo… Recostó sucabeza en mi hombro. Poco a poco se fue calmando.
—¿Es tu primera vez? —Pregunto con ternura.
—Ssí. No había visto nunca desnuda a una mujer… Y me pregunto si eres real.Tengo la sensación de vivir un sueño del que en cualquier momento voydespertar. Desaparecerás y volveré a estar solo…
—No Edu, no sueñas… Pero lo que nos ocurre no es normal… Me siento ligada a tidesde que te vi en el bar. Y cuando te toqué… Esa descarga, tu voz, tu olor… Esalgo muy extraño, como si te conociera desde siempre. Y lo peor de todo es queme recuerdas a alguien que conocí… —No pudo terminar la frase, estalló ensollozos refugiándose en mis brazos.
—¿Pero qué te pasa…? Cuéntamelo, desahógate… Mi vida… Mi amor… Mi pequeña Marta.
Seapartó de mí, me miró sorprendida.
—¿Por qué has dicho eso?
—¿Qué he dicho? ¿Mi vida? ¿Mi amor?…Porque lo siento Marta. Ahora mismo el mundo, mi mundo gira en torno a ti. Sientoque si te apartaras de mí… Me moriría de pena…
—Ha sido la frase "Mi pequeña Marta", la que me ha llevado a otraépoca, a otro lugar, con otro… —Dejó la frase sin concluir — ¿Qué he hecho Edu?… ¡Dios mío, qué he hecho! Tu y yo… No podemos… Tengo un pasado muy…
—¿Muy qué Marta? Sea lo que sea… No me importa… ¿Estás casada? ¿Tienes marido ehijos?… Te quiero, no me dejes ahora que he encontrado el amor de mi vida. —Aloír mis palabras sonrió amargamente.
—No… No estoy casada, pero tengo, tuve un hijo. Es una triste historia queprefiero olvidar.
—Pero yo quiero conocerla mi amor. Cuéntame tu historia…te lo suplico. —Miexpresión le hizo gracia y sonrió.
— Nací y me crie en Salamanca. Mi padre eracatedrático en la Universidad y mi madre hija de una “familia bien” de laciudad. Crecí entre estudiantes. Algunos se alojaban en casa, mis padres lesalquilaban habitaciones durante el curso, así sacaban un sobresueldo que en realidadno necesitaban, puesto que con su trabajo y la renta de las fincas heredadas demis abuelos tenían más que de sobra. Yo tenía quince años cuando conocí a… —Laslágrimas acudieron a sus ojos, se cubrió la cara con ambas manos.
Laestreché entre mis brazos y esperé, en silencio, a que se calmara. Continuó…
— Como te decía, tenía quince años cuandoconocí a Manu, un chico joven guapo, muy inteligente, según decía mi padre,pero con pocos recursos económicos. Su familia era muy modesta y accedía a losestudios superiores por su capacidad, a base de becas, que no eran suficientespara mantenerse en la ciudad. Hacia trabajos esporádicos como camarero, pintorde brocha gorda, peón de albañil… Lo aprovechaba todo… Me enamoré, o eso creí.Con él tuve mi primera relación, con él mi primer orgasmo, con él mi primerembarazo… Los anticonceptivos estaban prohibidos, los condones también, nihablar de la pesadilla del aborto. Cuando mi padre se enteró Manu,sencillamente, desapareció. Mi querido padre, el religioso padre, el santurrónpadre, me dio una soberana paliza y me echó de casa, diciéndome que no queríavolver a verme nunca más, que su hija estaba muerta y enterrada. Me encontré enla calle, sin recursos, con la ropa que llevaba puesta, un hatillo que la cobardede mi madre me dio con algo de comida, cuatro trapos y algo de dinero.—Estabahablando con gesto compungido.
Elrecuerdo dolía, pero se rehízo.
— Me fui a la estación y saqué un billete detren para Madrid. Allí, tras andar por las calles, ya desfallecida, entré enuna iglesia y me quedé dormida en una banca. Un cura me vio, se sentó a mi ladome preguntó qué me pasaba y se lo conté. No se portó mal, me llevo a su casa,me dio de comer, y una cama donde dormir aquella noche. Por la mañana, tras desayunar,me acompañó a un convento donde me ofrecieron quedarme hasta tener a mi bebé,después lo darían en adopción si yo no podía atenderlo. Y Así fue, pasé losmeses que me quedaban de gestación y después del parto, al ver a mi hijo… —Unsollozo rompió el relato. Me abrazó y me miró a los ojos. — No podía separarme de mi niño. Se lo dije ala monja que intentaba convencerme para que se lo entregara; le dije que no,que quería quedarme con él. Creo que me dieron algo para dormir y al despertarmi hijo ya no estaba. Grité, lloré y protesté, pero todo fue en vano. Memantuvieron un tiempo a base de somníferos… ¡Fui una mala madre, Edu…!¡Abandoné a mi hijo! No supe nunca más de él.
Intentéconsolarla, me partía el corazón escucharla, pero intuía que necesitaba eldesahogo, necesitaba hablar de hechos tan dolorosos. Ya más calmada prosiguió.
—Después de parir, me quedé en el conventodos años, estuve a punto de tomar los hábitos y recluirme en aquel remanso depaz, pero seguía recordando a Manu. ¿Qué había sido de él? ¿Me abandonó?¿Alguna vez me amó? Con dolor me despedí de las hermanas que habían sido madrespara mí. Llegué al convencimiento que no era la idea, el concepto de Dios, enel que cada vez creía menos. Eran las personas las que realizaban buenas omalas obras, las habrían realizado con o sin Dios, con o sin religión. A partirde mi salida del convento las cosas se aceleraron. Fui en busca de Manu, nopodía olvidarlo. En su pueblo, en casa de los padres, me enteré que habíasufrido un accidente de coche y había muerto tres años atrás. Aquello supusootro golpe en mi vida. Regresé a Madrid destrozada. Encontré trabajo comocamarera, pero el dueño quiso abusar de mí y me defendí. Le golpeé la cabezacon una botella; me denunció por agresión y estuve en la cárcel dos años.Cuando me dejaron salir me encontré con algunas chicas que se dedicaban a la prostitución. En Echegaray reconocía Marina. Era una de las que habían estado en el convento buscando ayudamédica. Ella me inició y me ayudó a integrarme en ese mundo. Desde entonces mededico a eso… Es la amiga con la que estoy viviendo aquí. Nos trasladamos desdeMadrid para cambiar. Abrir una peluquería y dejar esa vida, pero ella no puededejarlo porque… le gusta. Yo ya no lo soportaba.
Estabamuy conmovido por el relato. Un nudo en mi pecho me dificultaba la respiración.La estreché entre mis brazos y besé su frente.
—Marta, no sé lo que nos deparará el futuro. Pero no puedo dejarte ir. Puedeparecer una locura pero creo que me he enamorado de ti, quiero que te quedesconmigo, que no sigas llevando esa vida, que creo que detestas. Aquí podemosvivir los dos hasta que termine mis estudios, me quedan tres años. Mis padresestán bien situados, tienen fincas y un negocio. Podemos vivir holgadamente… Sitú quieres podemos intentarlo…
—Edu, eres un buen hombre y yo una mala mujer… No te convengo. Podemos seguirviéndonos pero…
—No Marta. No eres una mala mujer. Eres una mujer valiente que ha afrontadoserios problemas y ha salido adelante. Ahora debes elegir, o seguir con la vidaque llevabas o quedarte conmigo y cambiar definitivamente. No me importa lo quehayas hecho antes de conocerte, solo quiero que entiendas que no podríasoportar que estando conmigo te acostaras con otros. Eso no, compréndelo. Tienesahora la oportunidad de cambiar. Ten por seguro que haré lo imposible porhacerte feliz, pero estando juntos.
Sucabeza reposando en mi pecho, mis besos en su coronilla, el olor de su pelo. Miamigo se irguió rozando la espalda de Marta que entre sonrisas y lágrimas, serevolvió, me empujó para tenderme de espaldas y me cabalgó como una amazona. Notuvo necesidad de ayudar con la mano. El tronco entró solo en su cálida gruta.
Acariciésus delicados pechos; pasaba mis manos por sus corvas, su cintura, su vientre.Mientras ella se movía cadenciosamente, en un vaivén enloquecedor. Adelante,atrás, tenues giros de cadera que me hacían perder la razón. Pellizcaba mistetillas. Se inclinó hasta rozar nuestros labios. Una batalla de lenguas selibraba en nuestras bocas.
Sensacionesdesconocidas recorrían mi cuerpo. Su rostro reflejaba pasión, la boca y lasaletas de su naricilla abiertas; sus ojos no dejaban de mirarme, a vecesparecían tristes, otras con lujuria; pero siempre transmitiéndome… Amor… Amorverdadero…
—¡Abrázame Edu! ¡Abrázame fuerte y no me dejes ir! —A continuación profirió unangustioso grito que retumbó en la habitación.
Sucuerpo se contorsionó, un temblor incontrolable la poseía, boqueaba como lospeces cuando se les saca del agua, aspiraba aire con dificultad, los ojosvueltos… Se abrazaba a mí como si fuera un salvavidas en un mar embravecido.
—¡Jamás mi amor, nos quedaremos así para siempre! ¡Joder, por qué no te habréconocido antes! —Grité, con toda la fuerza de mis pulmones, un instante antesde inundar a mi amada.
Sentirsu cuerpo relajado sobre el mío era sencillamente… Delicioso. Un sentimiento decariño, de amor, me inundaba.
¿Cómohabía llegado tan profundamente a mi corazón? ¿Qué extraños vericuetos sigueCupido en sus travesuras?
Apenasunas horas antes no la conocía y ahora me sentía incapaz de vivir sin ella… Lanecesitaba…
Nosquedamos dormidos tras la batalla. Desperté… Ella seguía sobre mí, la abrazabacomo si se me fuera a escapar. Su respiración pausada sobre mi pecho me henchíade ternura, de amor por ella. Me sentía en la necesidad de protegerla, decuidarla… ¡Cuánto padecimiento, cuanto sufrimiento! Y todo por la intolerancia,por la nefasta y equivocada moral que se nos ha inculcado. Un padre fanático yunas monjas avariciosas.
Despertó,me miró y se iluminó la habitación. Su sonrisa, era contagiosa, reía con laboca, con los ojos, con dos hoyitos que se le formaban sobre las comisuras delos labios… Apreté su cuerpo con mis brazos…
—Edu, mi vida, me vas a asfixiar… Pero no me sueltes… Bésame…
Nosbesamos, acaricié su pelo, de nuevo percibí su olor, suave, delicado, pero queejercía un poderoso encantamiento que me embriagaba, que me poseía.
—Cariño, no quiero hacerte daño, no quiero que tengas problemas por mí con tufamilia. Pero la verdad es que jamás me había ocurrido algo así. Estesentimiento tan fuerte… Solo me pasó con Manu… Tú me lo recuerdas mucho, teníatus ojos, tu pelo, tu olor… Aun lo recuerdo a pesar de los años.
—No me vas a hacer daño si te vienes a vivir conmigo. Deja tu vida pasada atrásy comencemos una nueva andadura. ¿Tienes algo que perder?
—A ti, mi vida. Si me voy de tu lado… te pierdo. Si me quedo puede que mi pasadonos pase factura y te pierda… Estoy hecha un lio… Pero algo tengo claro… ¡Noquiero, no puedo, separarme de ti!
Pasamosla noche juntos, abrazados. Marta se movía, sus sueños la obligaban a jadear,emitía lastimeros gemidos, lloraba; despertaba y la consolaba hasta que sedormía de nuevo y otra vez los sueños inquietos.
Despertésolo. Olía a café. Me levanté y fui a orinar… Marta estaba sentada en elinodoro; dio un respingo al verme.
—Buenos días, vaya, ¿te he asustado? ¿Qué haces levantada tan temprano? Aun noson las nueve y es sábado. Podemos seguir en la cama un rato.
—Buenos días Edu… Suelo levantarme temprano para salir a correr. Pero no tengoropa y me he decidido por hacer café. ¿Cómo estás?
—Yo muy bien cariño. ¿Y tú? ¿Te pasa algo?
—No yo… veras, anoche hablamos de cosas que… no se… —Su mirada suplicante meapenaba.
—Marta… Anoche te pedí, te supliqué que te vinieras a vivir conmigo. Loreafirmo. Cuando me he despertado y no te he visto a mi lado, me ha dadounvuelco el corazón. Creí que te habías ido y que no volverías y… no sé lo queme entró. El olor del café y tus ruiditos en el váter…
—¿Me has oído? ¡Qué vergüenza!
—Vergüenza ¿por qué?, ¿por unos pedetes que me sonaban a música celestial? Tusruiditos me confirmaban que estabas aquí, conmigo, que no te habías ido… ¡Tequiero! ¡Quiero tus pedetes, tus ruiditos, tus olores! ¡Todos! — Me arrodilléante ella, se tapaba la cara avergonzada, le separé las manos y besé suslabios.
Paséuna mano entre sus muslos y acaricié su tesoro, mi mano se empapó y la llevé ami boca, lamiéndola, oliéndola, aspirando sus aromas más íntimos…
—¡Pero que guarrete eres Edu! Voy a tener que castigarte por esto. Anda, sal yecha el café que no quiero que me veas limpiarme el trasero… Me da muchavergüenza… ¡Por favor! —No pude negarme al ver su carita suplicante.
Dejéque terminara de asearse y preparé unas tostadas con pan de molde, mantequilla,aceite de la sierra, lonchas de jamón hecho en casa y café.
Cuandoapareció, recién duchada, con el pelo revuelto, antes de cubrirlo con unatoalla, estaba preciosa. Cuanto más la miraba, más bella me parecía.
Sesentó a mi lado y dimos cuenta del desayuno gastándonos bromas y charlando. Eraalegre, simpática; pero algunas veces un mal pensamiento ensombrecía su bellorostro.
Decidimosque ese mismo día, traeríamos sus cosas del piso de su amiga y se quedaríadefinitivamente en mi casa; su casa, desde ahora. En cuanto terminamos dedesayunar nos vestimos y fuimos a ver a su amiga.
Elpiso estaba cerca del mío. Entramos con la llave que tenía Marta. El piso erasimilar al que yo ocupaba. Al oír la puerta una voz femenina llamó a Martadesde el dormitorio al fondo del pasillo.
—¡Marta! ¿Eres tú?
—¡Sí soy yo Marina! ¡Vengo a recoger mis cosas! ¡Me voy!
—¿Cómo que te vas? ¿No habíamos quedado en?… —No terminó la frase, se presentóen el salón, donde estábamos nosotros y enmudeció al verme. — ¿Quién es este?
—Este es Eduardo. Me voy a vivir con él. Ya te dije que quería dejar esta vida,por eso vine a Sevilla. Edu me ayudará.
Marinaera una mujer de una belleza impresionante, acrecentada por un avanzado estadode gestación que la hacía aún más hermosa. Casi tan alta como yo, morena deojos grandes y rasgados y una boca de labios carnosos y sensuales. Estabadesnuda y no parecía importarle que yo la viera así.
Marta entró en uno de los dormitorios.
—¡Fuera de aquí! ¡Suéltame! —Escuché gritar a Marta y me apresuré a ir en subusca.
Enla habitación un tipo, desnudo, sujetaba a Marta por un brazo, empujándolahacia la cama. Di dos pasos y le estampé un puñetazo en la cara. Lo sorprendí ycayó de espaldas al suelo.
—¿Pero qué haces? ¿Por qué le pegas? —Entró Marina gritando.
—¡Porque no se maltrata a las mujeres! ¡Este tío es un cerdo! ¡Marta, recoge tuscosas y vámonos! —Dije sin ocultar mi enfado.
Marinavio mi cara de mala leche y calló, ayudó a levantarse al tipo del suelo, se lollevó a otro dormitorio y se quedó hablando airadamente con alguien más. Eltipo entró de nuevo manteniendo la distancia conmigo, recogió su ropa se vistióen el salón y salió del piso como alma que lleva el diablo, con las naricesensangrentadas.
Martame miró sorprendida y sonrió. Sacó unamaleta del armario la llenó con ropa de los cajones. En el salón nos esperabaMarina con una bata de casa que apenas cubría su desnudez.
¿Es definitivo Marta? ¿Medejas?
— Sí Marina.Me marcho pero no te dejo, seguiremos viéndonos, pero desde luego no piensoseguir con esta vida. Ya te lo advertí, antes incluso de conocer a Eduardo. Aunasí pienso seguir a tu lado para ayudarte en lo que me necesites con tu…criatura.
Con las maletas y una caja salimos del piso ynos marchamos a nuestra casa.
—Esto es lo que yo no quería. Marina no es mala persona, pero no quiere entenderque la vida que hemos llevado debe terminar, al menos para mí… Y gracias a tiEdu… Ya lo has visto, me tenía preparado un cliente; anoche estaba muy borrachoy durmió la mona en mi cama esperándome, mientras ella atendía al otro en sucuarto.
Martahabía roto con su pasado y una nueva vida nos aguardaba.
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