Los síntomas empeoran, el padre y la hija lo sufren por igual y la cuarentena no hace más que empeorar la situación, esta es la 2da parte (de 3) de Incestvirus, el retrato de una rara enfermedad que se da en aquellos que viven a solas con una hija promiscua y rebelde que encima, es consentida, indisciplinada y está muy buena.
El post original fue bajado por infringir copyright y decidí subirlos con fotos de otra mujer. La modelo Stephy Suicide, perteneciente a la compañía Suicide Girls, tuve que reemplazar con mucho dolor a LiilGhoul, la modelo original de los relatos porque infringía copyright, sepan disculpar. Sin más preámbulos, que disfruten la historia.
Luchando contra la tentación
Abby no ofreció ninguna resistencia mientras le retiraba la toalla, mis dedos hundidos en su piel dibujaron suaves surcos mientras descendía… lo que si ofreció resistencia, fue mi instinto de padre que me llevó a desistir antes de llegar demasiado lejos. No podía hacerlo, no era correcto, ya hasta llegar a ese punto era considerado llegar demasiado lejos y yo casi cruzo una línea infranqueable.
- No, esto no está bien. - Y regrese la toalla a su lugar, sin ver nada que un padre debía ver de su hija de 18 años.
- Es solo un masaje, no tiene nada de malo, papi. - Me susurró en un tono que no iba con sus palabras, girando de manera descuidada, aunque cubriéndose con la toalla su sensual cuerpo, blanco como una figura de porcelana, aunque con las mejillas encendidas. Si hubiera querido hubiera visto sus pezones sin problema.
- No seas inocente, Abby, estamos solos, encerrados hace días, no puedo hacer esto, es así de simple. – Al admitir con vergüenza mi debilidad, ella se sonrojo como una enamorada. El encierro parecía tener la casa patas arriba además de nuestra ética y moral. Vernos a diario, hacer todo juntos había trastornado nuestros sentidos y casi cometíamos un delito del nos íbamos a arrepentir toda la vida.
- Bueno, gracias entonces por no aprovecharte de la situación. - Abigail se deslizo desnuda por el sofá como una felina y me obsequio un sonoro beso en la mejilla mientras me abrazaba. Yo hice esfuerzos denodados por no girar la cabeza. – pero si te soy sincera… me gustaba como se estaba desenvolviendo todo.
En eso, clavó su mirada de lago prístino en mi entrepierna erecta. No había lugar a otras interpretaciones, me ficho el bulto con descaro.
- Hija, por favor, sé que estamos en cuarentena, pero esto no es Santiago del Estero. – Bromeé acordándome de los memes que ella misma me mostró sobre las cuestionables (y calculo que falsas) costumbres de esa provincia norteña.
- ¿Ves? Incluso indignado y confundido haces bromas, sos lo más, Papi. - Y comenzó a besarme en el cuello y las mejillas. - Siempre fuiste todo para mí, si supieras los tipos que conocí entenderías porque me siento más segura con vos en todo aspecto.
- Por favor, vestite, y no me tenés que agradecer por… por, por no aprovecharme. Esto es una locura, escucharme decir eso fue peor que haberlo dicho. – Alejándola de mi por primera vez. - Es lo que un padre normal, no… una persona normal hubiera hecho, yo de por sí te fallé al seguirte el juego, perdón, Abby.
Y antes de que me respondiera, me encerré en el baño, observando con vergüenza mi reflejo en el espejo. Me lavé la cara como un autómata sabiendo que ni toda el agua del mundo alcanzaría para limpiar mi conciencia sucia, que tenía la figura resplandeciente de mi hija grabada a fuego.
Nunca me había sentido tan mal padre. Tras varios minutos de confusión salí.
- ¿Estás bien? No es para tanto. - Me dijo a la pasada. Mi hija ya estaba vestida y escuchando música desde su celular. Como si nada hubiera ocurrido estaba con una remera pegada al cuerpo sin sostén, pantalón corto y medias largas. “¿Me parece a mí o se viste para provocar? Esa manía que tiene de andar con todo pegado al cuerpo como un dulce envuelto.” pensé mientras me disponía a preparar la cena ignorándola. Ese día no sería como cualquier otro, y esa cena menos que menos.
- ¿Así que tuviste pensamientos chanchos cuando estaba ligera de ropas? - Me pregunto sirviéndose un poco de atún enlatado y garbanzos. - Me siento halagada jeje casi te convertís en mi suggar daddy.
- No quiero hablar de eso y no es motivo de bromas. Además, no estabas ligera de ropas, no tenías, que es distinto. - Le dije fingiendo interés en el noticiario de la noche, en el cual ya se hablaba de la primera docena de muertos. - Qué bárbaro, esos deben ser los inconscientes que se fueron a vacacionar en medio de esta pandemia, imprudentes. No quiero decir que se lo merecen, pero se lo merecen.
- Que hábil que sos para cambiar de tema. - Observó más punzante que nuestros cuchillos (que no tenían mucho filo de por sí). - Tan grande y te incomodas así fácil.
- Capaz no te das cuenta, Abby de que la mente de un hombre encerrado, solo, o mejor dicho, sin nadie con quien acostarse, se vuelve… bueno, a falta de una mejor palabra: peligrosa, inestable. No es que quiera poner excusas, lo que hice simplemente estuvo mal y no le esquivo al bulto. - Admití tranquilo, aparentando saber de lo que hablaba, como si fuera normal que un padre, al ver su hija desnuda, se excitara así. – Aunque es muy incómodo para mi admitirlo, estoy muerto de vergüenza y no voy a tocarte en mal modo, así que quiero ponerle un punto final a todo esto.
- La cabeza de nosotras puede ser peor. No te creas que por tener pija tenés el monopolio de la perversión. - Abby se terminó su ración de atún y me miró satisfecha con su argumento. Lo soltó tan perfectamente que hasta parecía ensayado.
- De una forma u otra te aseguro que no va a darse algo como lo de hoy, ni sé cómo llamarlo.
Esta vez me miró incrédula, como una madre que le sonríe al hijo que promete portarse bien, a sabiendas de que en pocas horas se volverá a descontrolar. Se levantó y trajo fruta de la heladera, una banana para ella y una cerveza para mí.
- Deberías llamar a Jessica. - Dijo mientras la pelaba y le daba un mordiscón frente a mí. Era adorable cuando comía con la boca abierta como una ardilla. Nunca supe porque no reprimí esa mala costumbre. - Ya que conmigo tenés la mano prohibida supuestamente.
- ¡¿Qué?! El supuestamente estuvo de más. – Exclamé chorreándome la cerveza y haciéndola reír. - ¡¿Y cómo sabes ese nombre?? – Pregunté en el mismo tono que Batman en la película en la que pelea contra Superman.
- Te escuché esa noche decirlo, o debería decir gritarlo, te dije que hiciste un tremendo escándalo. - Mencionó tomando de la misma lata que yo. - Va a necesitar la plata más que nunca con lo que está pasando, podrías llamarla, desquitarte y volver a ser vos mismo, si tanto te preocupa perder la cabeza.
- Esto no deja de volverse más incómodo e incómodo. - Admití arrebatándole la lata. – Aunque no quiero saber cuánto escuchaste y menos cuanto viste quizás tengas razón, es una mierda que algunos como yo necesitemos eso con regularidad para funcionar en nuestros cabales.
- Sos de carne y hueso, por supuesto que lo necesitas. - Continuó como disfrutando de hablar esos temas. Sin dudas eran otra generación, en mis tiempos no podíamos decir teta sin ser castigados o reírnos como Homero Simpson.
-Ay Abby, hoy me hiciste envejecer cinco años, no quiero hablar más de esto. Punto final.
Mire Netflix como cada noche, aunque esta vez, solo y por inercia. Cada palabra de la conversación se quedó grabada en mi cabeza como un disco rayado, en especial “me gustaba como se estaba desenvolviendo todo” y ni al acostarme pude conciliar el sueño con la normalidad de siempre.
En cambio, Abigail parecía no haberse inmutado, hasta me había dado el beso de las buenas noches sin que le tiemble un pelo. Ella me había pedido un masaje desnuda y quería que lo hiciera incluso sin la toalla como si fuera algo tan natural. Ella lo permitía, ella lo había querido ¿Sería que no me hubiera puesto ningún límite? Si me remitía a las pruebas, había sido yo el que puso un alto. No debía sentirme tan mal.
- No, no, acá el que manda soy yo y no le aclare los tantos como es debido. No debía permitir que la situación empezara, vi el fuego crecer y lo apagué solo cuando empezó a quemarme. - Refunfuñé mientras tomaba el teléfono cerca de las para llamar a Jessica acostado en mi cama. Aunque era tarde, por lo general atendía a cualquier hora.
Se preguntarán porqué una llamada y no un WhatsApp y les respondo que tengo 45 años, tan solo eso.
No obstante, no respondía. Intenté una segunda vez sin éxito nuevamente, hasta que me llego un WhatsApp de ella (que es mucho más joven)
“No estoy trabajando, corazón. Espero que vos y tu hija estén bien, será hasta la próxima cuando pase este virus de #§♠$%”
- Bueno, eso explica muchas cosas. Que ganan un fangote de plata porque no necesita trabajar y que me queda descargarme de una sola manera.
Enchufé la portátil, apagué la luz, me encreme la mano y me dispuse a navegar por mis sitios predilectos en busca de mis musas cibernéticas que tanto me enloquecían en mis épocas. Recordaba a Linda Lovelace, Chasey Lain, Traci Lords, Rita Feltoyano, entre otras, actrices no tan en el foco actual como Sasha Grey o Mia “Kalif-no sé cuánto”.
Luchando contra los pantallazos, las propagandas y los enlaces falsos, recordaba porque detestaba navegar en línea. Encima no era muy adepto a la paja y de tanto buscar se me fueron las ganas, de hecho, a riesgo de sonar soberbio, la usaba más para controlar mi ansiedad antes del sexo y llegar al delicioso más relajado y sin el tanque a rebalsar que como final feliz.
- No… no estoy para esto. No es como antes. - Cerrando la portatil con resignación. - Tengo que tener autocontrol, nada más, nadie se murió por no coger unas semanas. Sera posible, que día de mierda.
Aunque, haciendo la cuenta pegado a la almohada, en realidad llevaba casi dos meses. Intente dormir en una y otra posición, volteando cada vez más molesto porque la cama se calentaba y encima llegaba luz desde afuera. Me asome y provenía de la habitación de Abby, junto a la mía. Se veía una luz tenue pero ningún sonido. Sin darle importancia, me levanté y fui a cerrar mi puerta, pero en eso, llegó un sonido de la habitación que me enfrentaba.
- Ya no son horas para estar viendo series. - Pensé en la electricidad más que nada.
Todo era oscuridad excepto las luces provenientes de su cuarto. Me imagine que estaba frente a su monitor mirando una serie o alguna película, cosa que a esa hora debía de ir cortando (palabra muy de padre, lo sé) y si me asomaba, no se percataría de ello por lo que podría sorprenderla, así que tras ojear desde afuera que no se encontraba en su cama y la luz provenía de su monitor, ingresé a su cuarto a decirle que se durmiera.
Combatiendo el insomnio
En mi inocencia… no la inocencia que tienen los niños, sino la que tienen los padres al pensar que una hija es incapaz de algo así, la encontré en un espectáculo tan obsceno como embarazoso, la frutilla del postre del día más inusual de mi vida.
Frente a su computadora, con los auriculares puestos, estaba reclinada en su silla, abierta de piernas, tan abierta que un pie se posaba en un extremo de su mesa y el otro pie en el opuesto. No había que ser genio para darse cuenta de lo que hacía. Avancé unos pasos y vi en la pantalla contenido pornográfico muy subido de nivel. Observaba una orgía en la que una joven tatuada de cabellos azulados era invadida en cada hoyo de manera barbárica por varios individuos, incluso de a más de tres al mismo tiempo.
La actriz porno era tomada de los pelos teñidos con salvajismo y era obligada a tragar una o dos pollas a la vez, mientras otros tipos fortachones le llenaban lo agujeros a reventar, golpeteando sus cuerpos contra el de ella de manera salvaje. No sé si me perturbaba más la flexibilidad de los orificios desea chica o que mi hija encontrara esa producción como divertimento. El video estaba en HD o una calidad superior y podían verse sus enrojecidos agujeros, en especial el del culo, dilatados hasta abarcar la circunferencia de una pelota de tenis.
Mi hija se masturbaba ruidosamente ante la visión de semejante despliegue sexual, lo más salvaje que el porno moderno tenía para ofrecer y yo, inmóvil como una estatua, la observaba desde atrás sintiendo un calor ardiente invadiéndome cada extremidad, en especial, mi extremidad más privada.
Fue un nuevo clavo en una noche donde el sueño estaba muerto. Después de una sesión de entrenamiento inusual, luego del masaje que casi devino en escena condicionada, veía a mi Abigail despatarrada ida por completo de la realidad, gozando de la pornografía de este siglo en una realidad de sexo grupal irreal y pieles tatuadas. Mis piernas y todo lo que rodeaban me querían llevar hacia ella, mi cerebro confundido había perdido el control, mis brazos temblorosos querían reemplazar la mano derecha con la que mi hija se daba placer. Mis oídos empezaban a oír chillidos desde sus auriculares y por supuesto, el roce húmedo de sus dedos contra sus interiores aterciopelados.
Me acerque, esta vez, incapaz de entrar en razón, conducido por impulsos tan primitivos como malsanos y Abigail notó mi presencia cuando mi cuerpo dibujo una sombra delatora sobre el monitor. Mi hija se percató de mi presencia, se retiró los auriculares y volteó a verme, anqué solo vi su perfil, la noté brillante de sudor y despeinada.
- ¿No me das una mano, papi? No tiene nada de malo. - Dijo en un susurro apenas audible, medio despeinada, sin cambiar de posición.
- Tiene todo de malo. – Exprese sin convicción. - Venia a… decirte que es tarde, que duermas. Mañana salimos de compras temprano.
- No te vayas, ayudame… - Insistió mi hija, mi propia hija sin reparos por la situación mientras su mano masajeaba su entrepierna sin pausa.
- No puedo, Abby, no puedo. Esto está mal, muy mal.
- Ya estás acá, no tiene nada de malo si yo te dejo. - Volvió a la carga con ese tono meloso que me derretía, aunque de una forma inédita.
Me acerqué con cautela, precedido por una erección incontenible y me coloqué detrás de Abby. Mi mano temblorosa se posicionó en su cuello cual una caricia, de a poco, fui avanzando milímetro a milímetro inclinado sobre ella.
En mi inocencia, esperaba un reto, un grito, una reprimenda de Abby, esperaba que sea ella la que me sacara de esa situación perversa cuando en realidad, era la que me había metido vulnerando todas mis defensas morales. Era su padre y sin embargo ahí estaba, a punto de cometer un acto inenarrable.
- Apaga eso, mi mano va a ser suficiente. - Le susurré al oído. Me distraía la manera en la que vulneraban de forma brutal a la actriz, era irreal, las relaciones no eran así, ese video construía una imagen equívoca del sexo y consumirlos en exceso podían atrofiar la percepción de las cosas.
Ella hizo caso como pocas veces, apagó el monitor y la habitación se hizo oscuridad mientras que nuestra excitación se encendió como la mecha de una bomba.
Mi mano no necesitó de luz alguna para viajar por su cuerpo de mujercita, sintiendo la suavidad de sus pechos bajo su remera en el trayecto, le di el relevo a su propia mano posicionando mi mano grande y fuerte sobre su vagina desde atrás.
- Ahh, papi… - Me susurró con la cara volteada hacia mi rostro. - Por fin, por fin te animas…
- No digas nada, Abby, papi te va a hacer sentir bien. – Cedí por completo mientras comenzaba a reconocer su sexo en la oscuridad. Lo tenía todo depiladito, era un terciopelo húmedo y ardiente en el que no se sentía ni un poro. De no ser que sabía que estaba tocando una vagina, en la oscuridad mis sentidos podían engañarme y pensar que tocaba un pequeño corte. Sentía la viscosidad de sus fluidos esparcidos por todo su tajito, se había dado una paja muy sucia.
Antes de penetrarla con mis dedos, busqué su pequeño clítoris, a la intemperie y muy mojado. Sus labios no lo cubrían y debí de saltar a la vista con facilidad, mis dedos lubricados con sus jugos lo frotaron despertando en ella una descarga eléctrica. En mi mente, se dibujaba la vagina más pequeña y pulcra que jamás haya palpado. Ya no dibujaba límite alguno entre el bien y el mal, ya había descendido al incesto y no tenía una neurona puesta al análisis ni juicio de mis actos.
- Ahh, ahhh, ahh, ahhh, mmmm, aaah… - Gemía Abigail, sin tapujos, sin preocuparse por despertar a su padre dado que su padre estaba más despierto que nunca.
En medio de un gemido prolongado, arrastré dos dedos de arriba abajo por toda su vulva y ni bien encontré un cúmulo de humedad, un tapón de fluidos, metí mis dedos hasta el fondo rebalsándola. Estaba tan apretada que la mente podía engañarse y creer que se trataba del orificio trasero bien lubricado. Abby se contorsiono en la silla de la cadera para arriba, de la cadera para abajo estaba inmóvil, gozando de mis dedos haciendo remolinos dentro de su conchita.
“Chuick, chuick, chuick, chuick, chuick, chuick, chuick…” chapoteaban hasta el fondo de su sexo.
No podía moverlos mucho tampoco, no solo tocaba su ardiente fondo, sino que las paredes me astringían con fuerza, a tope de capacidad, se notaba que, aunque había sido promiscua, hacía tiempo que no ponía a prueba la flexibilidad de su orificio. Mis dedos extasiados sentían por primera vez una vagina tan convulsionada, parecía correrse continuamente, como si tuviera glándulas salivales en cada poro.
No obstante, para darle un final, realicé la mano cornuta y de ahí en más desperté a la bestia. Mi hija gimió con sonidos que no sabía que podía proferir mientras acelere la masturbación, sintiendo chorros de fluidos desprenderse cada milésima de segundo que duro su corrida. Si tenía guardado tanto jugo para mí o era efecto de la abstinencia, no me lo pregunté, estaba ante el espectáculo más húmedo que jamás presencié y contra todo pronóstico, me lo había dado mi hija.
- Eso… es… así me gusta. - Me susurró besando mi rostro. – Gracias, papi, te quiero… - Yo tomé su rostro jadeante y le di un pico prolongado y sonoro como despedida silenciosa. Sin mediar ninguna palabra, ni encender la luz para ver el enchastre que habíamos hecho, cerré la puerta sintiéndome poseído por el demonio.
- ¿Pero que hice? - Dije una vez afuera, como si la puerta hubiera sido la entrada a inframundo, un descenso directo al pecado al cual, volvería más pronto que tarde. - ¿Cómo no lo hice antes?
Esta vez no necesite tomar la laptop, tampoco crema o loción alguna, en el silencio de mi habitación, deje de negarme a mí mismo y con el olor de mis dedos y su sabor, cortesía de los recónditos de mi Abby, me acabe los pocos segundos sobre mí mano, cubriéndola de semen, apaciguando a la extraña bestia dentro de mí, en, quizás, la mejor paja de mi vida… y ni así me sentía satisfecho, algo me decía que mi hija en la habitación contigua tampoco.
- Por más buenas que hayan sido nuestras pajas, te aseguro que fueron las últimas.
Los mejores ejercicios
Mal dormidos (por los mismos motivos) a la mañana siguiente salimos en el auto a la calle con Abby rumbo al hipermercado, a comprar lo que pudiéramos, lo que encontremos. Hicimos cola afuera, a un metro de cada persona, en silencio, dado que a esa hora tenían prioridad los adultos mayores.
Dicen que la almohada era buena consejera, y para mí había sido, o mejor dicho, una buena conciliadora. Mi hija había empezado todo con su dichoso masaje, había pedido que la desnudara, había pedido que la masturbara ¿Por qué sentir culpa? ¿Por qué mortificarse? Si ella le ponía un punto final a todo eso, lo aceptaría, no obstante, lo dudaba rotundamente.
- ¿Por qué siempre vinimos tan temprano? Esta hora es para que vengan los viejos nomas. - Dijo refregándose el ojo como una nena.
- Shhh no seas maleducada. Te dije que no sé qué cosas necesitas, amor, quiero que las compres vos, demás me ayudas a encontrar todo más rápido.
- ¿Te da vergüenza comprarme tampones y toallitas femeninas? - Dijo en voz alta a propósito.
- Si te acostarás más temprano en vez de estar en la computadora no estarías tan gruñona. – Mencioné simulando su mimo modo incisivo.
Eso la tomó por sorpresa y por primera vez la noté incomoda, obsequiándome una cara picarona.
- Lo más probable es que me acueste más y más tarde, no te hagas el inocente.
- Sos hermosa hasta ofendida. - Apretujándole el cachete. Haciendo caso omiso a sus rabietas, entramos cuando nos tocó y nos desplegamos por el mercado como un grupo comando, después de todo, tras tantos minutos de cola, habíamos repasado la estrategia una y otra vez. En menos de media hora teníamos todos lo que habíamos ido a buscar y más en uno de los viajes al súper más prolíficos. Abby siempre se agarraba chocolate o masitas dulces sin permiso, pero no le hice caso y la deje abrirlos antes de pagarlos.
Una vez en el auto, me convido de una barra de chocolate Cadbury. No le molestaba que mordiera en el mismo lugar, y me la convido varias veces. No me pregunten por qué notaba esos detalles.
- No sos ninguna boluda para elegir chocolate. Aunque hoy vas a tener que trabajar duro en el gym para bajarla.
- Si tengo buen gusto, para todo. – Dijo masticando con la boca abierta- Pensé que no me entrenarías más después de lo de ayer, ya sabés, el masaje erótico.
- Que obsesión que tenes con recordarme todo eso. - Admití cansado, aunque al menos optimista, decían que era bueno en las familias hablar de los temas difíciles con naturalidad y sin dudas Abigail propiciaba tales diálogos. – Tenes chocolate en la mejilla, te ensuciaste como una nena. - Dije al estacionar, y mojándome el dedo, la limpié.
- Siempre tan atento con tu “nena” pero podrías ser más atento.
Abigail se pasó al lado del conductor, sobre mí, en un movimiento grácil propiciado por su cuerpo de lolita que encajaba en cualquier sitio, y con el chocolate en una mano, me abrazó obsequiándome un beso en la boca.
Ahí, por varios minutos, frente a mi gimnasio, dentro de mi auto, me besó con mi hija con pasión, a ojos cerrados pero boca abierta, compartiendo el mismo sabor del chocolate, hasta casi limpiarnos las encías. Además del gustito especial que tenía un beso incestuoso así, su lengua perforada con un piercieng que siempre reprobé, me abrió los ojos ante lo interesantes que eran esos accesorios y como sumaban sensaciones maravillosas en un beso.
- Ayúdame a bajar las cosas, preciosa, y te llamo cuando este la comida. - Le dije sin darme cuenta de que mis manos estaban en su cola, palpándola con ganas.
- ¿Tan rápido? ¿No te gustó mi beso de chocolate?
- Es que estamos dando un mal ejemplo, acordate que no se debe salir en cuarentena en parejas. - Contesté más lúcido que nunca, giñándole un ojo y dándole un piquito.
Y las atenciones mutuas continuarían hasta después de la cena y la siesta, en un nuevo día de entrenamiento puertas adentro, listos para atrincherarnos varios días más con un nuevo condimento que haría nuestra cuarentena mucho más interesante. A diferencia de la oportunidad anterior, esta vez arrancamos juntos. 20 minutos de bicicleta para ella y yo me enfoqué en hombros y piernas.
Lo interesante vino al final, cuando decidí enseñarle a hacerle ejercicios con pelota de pilates, esas grandes de goma que usan en yoga (y en pilates dhu) que, combinado con su atuendo revelador de calza y top holgado, sería la confirmación de que no le importaba en absoluto poner paños fríos a la cuarentena. Y a mí, tampoco.
“Voy a descubrir tus intenciones, a ver qué tan lejos pansas llegar, voy a encontrar tu límite, hijita…” Pensé con los ejercicios más candentes de mi repertorio listos: - Hoy nos enfocamos en los abdominales, te voy a enseñar a hacer abdominales bajos con pelota. Tírate en la colchoneta, yo te superviso.
- Siempre quise hacer algo con la pelota, espero no caerme. - Dijo desde el suelo.
- No, en este vos vas a estar en el suelo y levantar la pelota con las piernas, así, muy bien. - Observándola atenazar la pelota con las piernas. La miré sin reparos, a ver si se incomodaba o decía algo, sin embargo, ni se molestó. Tampoco cuando le puse una mano en cada pierna, desde adelante, para indicarle que debía apretar. Al ver abajo, ya se darán cuenta que le vi la almejita toda marcada por la calza.
Abigail sostuvo la pelota entre sus piernas y el ejercicio consistía en apresarla fuerte por 20 segundos. Era bastante doloroso para los principiantes así que solo le di dos series.
- Muy bien, bastante bien. Descansa unos minutitos y haces otra serie.
Yo aproveché el parate para sacarme la remera con la excusa de limpiarme el cuerpo con la toalla, aunque la verdad, no estaba muy transpirado y solo quería que me viera. No estaba de 10, pero creo que por motivos de cuarentena y ser el único hombre disponible, podía sumar puntos extras en cualquiera. Por el momento solo quería que notara que su padre estaba en buena forma.
- Ya estoy empezando a sentirlo, acordate que ya de ayer estaba dolorida, no me castigues. - Se quejó cuando le estaba enseñando el segundo ejercicio, plancha con pelota. - No estoy en forma como vos.
- Este no es difícil, es lo mismo que te enseñé ayer, solo que tu base, la pelota, no está fija y te va a costar un poco más. Con dos series de 20 segundos estas bien.
- Uuuh me duele todo. - Expresó venciéndose. Yo la levanté, esta vez, desde la cadera, y la sostuve para enseñarle la altura indicada teniendo su trasero precioso muy cerca mío, observándolo fijamente. Con una mirada más cercana, me di cuenta de que, si tenía bombacha o tanga, era indetectable. Mis miradas y roces no parecían incomodarla por ahora, tampoco mi falta de remera.
- Acordate, columna alineada al cuello, que no se caiga la cola ni la subas tanto. - Dije observándola nuevamente con deseo, un padre nunca debería ver a su hija, aunque tras los sucesos de la noche anterior, una mirada era el menor de los males que había cometido e iba a cometer.
Abigail me observaba, nos mirábamos fijamente iniciando el juego de “quién cede primero” no obstante, empezaba a comprender que, si era capaz de desnudarse frente a mí sin importarle que terminara en algo obsceno, y me pidiera que la masturbe en la oscuridad de la habitación, ninguno de mis ejercicios la incomodaría en absoluto. Mientras yo reflexionaba, ella hacía los ejercicios con una entrega admirable.
- Sé que estas dolorida, así que con dos series más estamos, pero de un ejercicio distinto. Abdominales con pelota.
- De este si me puedo caer. - Observó mientras le indicaba que se acostara apoyando la espalda en la pelota.
- No, no, mostrame como se hace y yo te copio.
- Bueno, es así. - Y me acosté sobre la pelota con los brazos en la nuca y los abdominales marcados como ravioles. - Entonces subís y bajas, manteniendo el equilibrio. La pelota lo dificulta y hace trabajar más al músculo. - Abby me miró subir y bajar, y yo seguí a ver si daba muestras de ceder, no obstante, me dejó mostrarle el ejercicio con normalidad.
- Voy a estar cerquita para sostenerte la pelota, no te preocupes, acóstate tranquila que al principio yo te la tengo.
Abigail apoyo la espalda en la esfera elástica y de a poco se fue dejando caer hasta quedar en posición: - Muy bien, ahora hace abdominales, despacio, así no perdes el equilibrio.
- Es muy jodido, y duele como el carajo. - Se quejó colorada como un tomate, temblorosa y compenetrada en mantener el equilibrio. - Sosteneme la pelota, siento que se mueve.
- Vas bien, vas bien, yo estoy acá… al lado tuyo.
Desde arriba tuve una nueva perspectiva de su cuerpo esforzándose, su vientre chato endureciéndose, el sudor perdiéndose en su remera holgada… tan obnubilado estaba, que mi hija se deslizó y se aferró a mi cuerpo, teniéndola pegada a mí, cara a cara, nos miramos a los ojos.
- ¿Cuánto vamos a seguir con este juego? - Me preguntó – No sé si queres cogerme o volverme una fisiculturista.
- ¿Te respondo o te lo demuestro? – Y la acosté sobre la bola de pilates, frente a mí, con los cabellos despeinados y el vientre chato durito por el esfuerzo de estar derecha. Ella abrió las piernas y yo la sostuve entre medio de ellas tomándola de la cadera. - Siempre tuve fantasía de hacerlo con alguien en mi lugar de trabajo y quizás nunca tenga la oportunidad de tenerlo así de desierto de nuevo, con alguien especial para hacerlo… - Confesé expectante. - ¿Te va la idea o damos por terminada la clase?
Abby me miró por varios segundos, y cuando pensé que había llegado demasiado lejos, me contestó a su manera.
- ¿Te respondo o te lo demuestro? – Y se levantó enseñándome las tetitas.
No podía creerle a mis ojos, estar ahí con mi hija exponiendo su cuerpo ante mí, su padre, sus preciosos pechos, cuyos pezones rosaditos estaban perforados como su lengua. Por supuesto que no hacía falta más nada y mis manos subieron de su cadera hacia sus pechos, a los que acaricie con aprecio, los masajee y palpé con gusto antes de concentrarme en sus pezones, a los que pellizque con delicadeza, sintiendo el accesorio metálico atravesando su carne más sensible. Me preguntaba si el hecho de tener un piercing le daba más placer al endurecerse o más dolor.
- ¿Te gustan papi? - Me preguntó mordiéndose el labio, seduciéndome como si no fuéramos familia y estuviera entregándose a un desconocido.
- Demasiado. - Expresé inclinándome sobre ella para llegar a ellos con mi boca, obsequiándole besos en los pezones, lamiendo los contornos de sus tetas, embriagándome con el olor de su piel y su sabor salado. Una ventaja de los pierncings era que me permitían succionarlos con más facilidad, con ellos atravesando el pezón no podían escapar de mi boca y los apresé entre mis labios a cada uno un buen rato, estirándolos a fuerza de chupar.
- Uuuuhhh, aahh, me vas a sacar los piercings. - Se quejó no muy convencida de si le gustaba o no. – No pensé que te gustarían tanto mis tetas, cuando me las operé te vas a volver loco.
Me despegué de sus pezones y le obsequié una mirada asesina. Habían quedado brillantes, como metalizados, con hilillos de saliva surcando su pechito tatuado.
- Podes ponerte tatuajes, piercings por todos lados, operarte las tetas no, te lo prohíbo.
- Okey, me estaba olvidando que sos un padre sobre protector ¿Por qué será?
Abby se salió de la pelota, se me colgó y volvió a besarme con salvajismo, como un felino saltando a la yugular de su presa. Nos besamos como posesos, sosteniéndola en el aire de la cola, sintiendo como hasta se me cruzaban sus cabellos en cada beso y ni nos importaba. Casi sin ver, por intuición, la senté en el banco de pecho quedándome de pie frente a ella.
- Oooh ya veo, querés una devolución de favores, aunque no voy a usar solo la mano, espero que no te importe. - Abby entendió el mensaje corporal y me acarició el pene erecto desde afuera. Estaba por desnudar mi sexo ante mi hija, a permitirle que me hiciera una mamada en mi lugar de trabajo. Si eso no era salirse de los rieles entonces no sé qué era. La hija estaba a punto de rendirle tributo al organismo que la creó.
- No tenés que hacer nada que no quieras, nada. - Le repetí a ella y a mí mismo, para recordarme que absolutamente todo debía ser consensuado, quizás, el último salvavidas moral que me quedaba.
- Tranquilo, tenemos que pasar la cuarentena de alguna forma, prepárate, te voy a hacer un buen pete.
Continuara
Gracias por leer, más si ya lo habían leído antes o no, es de mis relatos favoritos y por eso me tomé el trabajo de resubirlo. Ahora la trilogía vuelve a estar completa. Por prevención, voy a cambiar las imágenes del 3ero más adelante así no me lo dan de baja.
Agradecería un montón si dejan puntos, comentarios, lo que sea, me llevo tiempo reeleerlos, buscar una modelo nueva, hacer los post, etc. Sepan disculpar las molestias.
Otros capítulos:
Incestvirus. Cuarentena Padre e Hija:http://www.poringa.net/posts/relatos/4234077/Incestvirus---Cuarentena-Padre-e-Hija-Resubido.html
Incestvirus. Cuarentena Padre e Hija. Capítulo 3:http://www.poringa.net/posts/relatos/4280635/Incestvirus---Cuarentena-Padre-e-Hija-Capitulo-3.html
El post original fue bajado por infringir copyright y decidí subirlos con fotos de otra mujer. La modelo Stephy Suicide, perteneciente a la compañía Suicide Girls, tuve que reemplazar con mucho dolor a LiilGhoul, la modelo original de los relatos porque infringía copyright, sepan disculpar. Sin más preámbulos, que disfruten la historia.
Luchando contra la tentación
Abby no ofreció ninguna resistencia mientras le retiraba la toalla, mis dedos hundidos en su piel dibujaron suaves surcos mientras descendía… lo que si ofreció resistencia, fue mi instinto de padre que me llevó a desistir antes de llegar demasiado lejos. No podía hacerlo, no era correcto, ya hasta llegar a ese punto era considerado llegar demasiado lejos y yo casi cruzo una línea infranqueable.
- No, esto no está bien. - Y regrese la toalla a su lugar, sin ver nada que un padre debía ver de su hija de 18 años.
- Es solo un masaje, no tiene nada de malo, papi. - Me susurró en un tono que no iba con sus palabras, girando de manera descuidada, aunque cubriéndose con la toalla su sensual cuerpo, blanco como una figura de porcelana, aunque con las mejillas encendidas. Si hubiera querido hubiera visto sus pezones sin problema.
- No seas inocente, Abby, estamos solos, encerrados hace días, no puedo hacer esto, es así de simple. – Al admitir con vergüenza mi debilidad, ella se sonrojo como una enamorada. El encierro parecía tener la casa patas arriba además de nuestra ética y moral. Vernos a diario, hacer todo juntos había trastornado nuestros sentidos y casi cometíamos un delito del nos íbamos a arrepentir toda la vida.
- Bueno, gracias entonces por no aprovecharte de la situación. - Abigail se deslizo desnuda por el sofá como una felina y me obsequio un sonoro beso en la mejilla mientras me abrazaba. Yo hice esfuerzos denodados por no girar la cabeza. – pero si te soy sincera… me gustaba como se estaba desenvolviendo todo.
En eso, clavó su mirada de lago prístino en mi entrepierna erecta. No había lugar a otras interpretaciones, me ficho el bulto con descaro.
- Hija, por favor, sé que estamos en cuarentena, pero esto no es Santiago del Estero. – Bromeé acordándome de los memes que ella misma me mostró sobre las cuestionables (y calculo que falsas) costumbres de esa provincia norteña.
- ¿Ves? Incluso indignado y confundido haces bromas, sos lo más, Papi. - Y comenzó a besarme en el cuello y las mejillas. - Siempre fuiste todo para mí, si supieras los tipos que conocí entenderías porque me siento más segura con vos en todo aspecto.
- Por favor, vestite, y no me tenés que agradecer por… por, por no aprovecharme. Esto es una locura, escucharme decir eso fue peor que haberlo dicho. – Alejándola de mi por primera vez. - Es lo que un padre normal, no… una persona normal hubiera hecho, yo de por sí te fallé al seguirte el juego, perdón, Abby.
Y antes de que me respondiera, me encerré en el baño, observando con vergüenza mi reflejo en el espejo. Me lavé la cara como un autómata sabiendo que ni toda el agua del mundo alcanzaría para limpiar mi conciencia sucia, que tenía la figura resplandeciente de mi hija grabada a fuego.
Nunca me había sentido tan mal padre. Tras varios minutos de confusión salí.
- ¿Estás bien? No es para tanto. - Me dijo a la pasada. Mi hija ya estaba vestida y escuchando música desde su celular. Como si nada hubiera ocurrido estaba con una remera pegada al cuerpo sin sostén, pantalón corto y medias largas. “¿Me parece a mí o se viste para provocar? Esa manía que tiene de andar con todo pegado al cuerpo como un dulce envuelto.” pensé mientras me disponía a preparar la cena ignorándola. Ese día no sería como cualquier otro, y esa cena menos que menos.
- ¿Así que tuviste pensamientos chanchos cuando estaba ligera de ropas? - Me pregunto sirviéndose un poco de atún enlatado y garbanzos. - Me siento halagada jeje casi te convertís en mi suggar daddy.
- No quiero hablar de eso y no es motivo de bromas. Además, no estabas ligera de ropas, no tenías, que es distinto. - Le dije fingiendo interés en el noticiario de la noche, en el cual ya se hablaba de la primera docena de muertos. - Qué bárbaro, esos deben ser los inconscientes que se fueron a vacacionar en medio de esta pandemia, imprudentes. No quiero decir que se lo merecen, pero se lo merecen.
- Que hábil que sos para cambiar de tema. - Observó más punzante que nuestros cuchillos (que no tenían mucho filo de por sí). - Tan grande y te incomodas así fácil.
- Capaz no te das cuenta, Abby de que la mente de un hombre encerrado, solo, o mejor dicho, sin nadie con quien acostarse, se vuelve… bueno, a falta de una mejor palabra: peligrosa, inestable. No es que quiera poner excusas, lo que hice simplemente estuvo mal y no le esquivo al bulto. - Admití tranquilo, aparentando saber de lo que hablaba, como si fuera normal que un padre, al ver su hija desnuda, se excitara así. – Aunque es muy incómodo para mi admitirlo, estoy muerto de vergüenza y no voy a tocarte en mal modo, así que quiero ponerle un punto final a todo esto.
- La cabeza de nosotras puede ser peor. No te creas que por tener pija tenés el monopolio de la perversión. - Abby se terminó su ración de atún y me miró satisfecha con su argumento. Lo soltó tan perfectamente que hasta parecía ensayado.
- De una forma u otra te aseguro que no va a darse algo como lo de hoy, ni sé cómo llamarlo.
Esta vez me miró incrédula, como una madre que le sonríe al hijo que promete portarse bien, a sabiendas de que en pocas horas se volverá a descontrolar. Se levantó y trajo fruta de la heladera, una banana para ella y una cerveza para mí.
- Deberías llamar a Jessica. - Dijo mientras la pelaba y le daba un mordiscón frente a mí. Era adorable cuando comía con la boca abierta como una ardilla. Nunca supe porque no reprimí esa mala costumbre. - Ya que conmigo tenés la mano prohibida supuestamente.
- ¡¿Qué?! El supuestamente estuvo de más. – Exclamé chorreándome la cerveza y haciéndola reír. - ¡¿Y cómo sabes ese nombre?? – Pregunté en el mismo tono que Batman en la película en la que pelea contra Superman.
- Te escuché esa noche decirlo, o debería decir gritarlo, te dije que hiciste un tremendo escándalo. - Mencionó tomando de la misma lata que yo. - Va a necesitar la plata más que nunca con lo que está pasando, podrías llamarla, desquitarte y volver a ser vos mismo, si tanto te preocupa perder la cabeza.
- Esto no deja de volverse más incómodo e incómodo. - Admití arrebatándole la lata. – Aunque no quiero saber cuánto escuchaste y menos cuanto viste quizás tengas razón, es una mierda que algunos como yo necesitemos eso con regularidad para funcionar en nuestros cabales.
- Sos de carne y hueso, por supuesto que lo necesitas. - Continuó como disfrutando de hablar esos temas. Sin dudas eran otra generación, en mis tiempos no podíamos decir teta sin ser castigados o reírnos como Homero Simpson.
-Ay Abby, hoy me hiciste envejecer cinco años, no quiero hablar más de esto. Punto final.
Mire Netflix como cada noche, aunque esta vez, solo y por inercia. Cada palabra de la conversación se quedó grabada en mi cabeza como un disco rayado, en especial “me gustaba como se estaba desenvolviendo todo” y ni al acostarme pude conciliar el sueño con la normalidad de siempre.
En cambio, Abigail parecía no haberse inmutado, hasta me había dado el beso de las buenas noches sin que le tiemble un pelo. Ella me había pedido un masaje desnuda y quería que lo hiciera incluso sin la toalla como si fuera algo tan natural. Ella lo permitía, ella lo había querido ¿Sería que no me hubiera puesto ningún límite? Si me remitía a las pruebas, había sido yo el que puso un alto. No debía sentirme tan mal.
- No, no, acá el que manda soy yo y no le aclare los tantos como es debido. No debía permitir que la situación empezara, vi el fuego crecer y lo apagué solo cuando empezó a quemarme. - Refunfuñé mientras tomaba el teléfono cerca de las para llamar a Jessica acostado en mi cama. Aunque era tarde, por lo general atendía a cualquier hora.
Se preguntarán porqué una llamada y no un WhatsApp y les respondo que tengo 45 años, tan solo eso.
No obstante, no respondía. Intenté una segunda vez sin éxito nuevamente, hasta que me llego un WhatsApp de ella (que es mucho más joven)
“No estoy trabajando, corazón. Espero que vos y tu hija estén bien, será hasta la próxima cuando pase este virus de #§♠$%”
- Bueno, eso explica muchas cosas. Que ganan un fangote de plata porque no necesita trabajar y que me queda descargarme de una sola manera.
Enchufé la portátil, apagué la luz, me encreme la mano y me dispuse a navegar por mis sitios predilectos en busca de mis musas cibernéticas que tanto me enloquecían en mis épocas. Recordaba a Linda Lovelace, Chasey Lain, Traci Lords, Rita Feltoyano, entre otras, actrices no tan en el foco actual como Sasha Grey o Mia “Kalif-no sé cuánto”.
Luchando contra los pantallazos, las propagandas y los enlaces falsos, recordaba porque detestaba navegar en línea. Encima no era muy adepto a la paja y de tanto buscar se me fueron las ganas, de hecho, a riesgo de sonar soberbio, la usaba más para controlar mi ansiedad antes del sexo y llegar al delicioso más relajado y sin el tanque a rebalsar que como final feliz.
- No… no estoy para esto. No es como antes. - Cerrando la portatil con resignación. - Tengo que tener autocontrol, nada más, nadie se murió por no coger unas semanas. Sera posible, que día de mierda.
Aunque, haciendo la cuenta pegado a la almohada, en realidad llevaba casi dos meses. Intente dormir en una y otra posición, volteando cada vez más molesto porque la cama se calentaba y encima llegaba luz desde afuera. Me asome y provenía de la habitación de Abby, junto a la mía. Se veía una luz tenue pero ningún sonido. Sin darle importancia, me levanté y fui a cerrar mi puerta, pero en eso, llegó un sonido de la habitación que me enfrentaba.
- Ya no son horas para estar viendo series. - Pensé en la electricidad más que nada.
Todo era oscuridad excepto las luces provenientes de su cuarto. Me imagine que estaba frente a su monitor mirando una serie o alguna película, cosa que a esa hora debía de ir cortando (palabra muy de padre, lo sé) y si me asomaba, no se percataría de ello por lo que podría sorprenderla, así que tras ojear desde afuera que no se encontraba en su cama y la luz provenía de su monitor, ingresé a su cuarto a decirle que se durmiera.
Combatiendo el insomnio
En mi inocencia… no la inocencia que tienen los niños, sino la que tienen los padres al pensar que una hija es incapaz de algo así, la encontré en un espectáculo tan obsceno como embarazoso, la frutilla del postre del día más inusual de mi vida.
Frente a su computadora, con los auriculares puestos, estaba reclinada en su silla, abierta de piernas, tan abierta que un pie se posaba en un extremo de su mesa y el otro pie en el opuesto. No había que ser genio para darse cuenta de lo que hacía. Avancé unos pasos y vi en la pantalla contenido pornográfico muy subido de nivel. Observaba una orgía en la que una joven tatuada de cabellos azulados era invadida en cada hoyo de manera barbárica por varios individuos, incluso de a más de tres al mismo tiempo.
La actriz porno era tomada de los pelos teñidos con salvajismo y era obligada a tragar una o dos pollas a la vez, mientras otros tipos fortachones le llenaban lo agujeros a reventar, golpeteando sus cuerpos contra el de ella de manera salvaje. No sé si me perturbaba más la flexibilidad de los orificios desea chica o que mi hija encontrara esa producción como divertimento. El video estaba en HD o una calidad superior y podían verse sus enrojecidos agujeros, en especial el del culo, dilatados hasta abarcar la circunferencia de una pelota de tenis.
Mi hija se masturbaba ruidosamente ante la visión de semejante despliegue sexual, lo más salvaje que el porno moderno tenía para ofrecer y yo, inmóvil como una estatua, la observaba desde atrás sintiendo un calor ardiente invadiéndome cada extremidad, en especial, mi extremidad más privada.
Fue un nuevo clavo en una noche donde el sueño estaba muerto. Después de una sesión de entrenamiento inusual, luego del masaje que casi devino en escena condicionada, veía a mi Abigail despatarrada ida por completo de la realidad, gozando de la pornografía de este siglo en una realidad de sexo grupal irreal y pieles tatuadas. Mis piernas y todo lo que rodeaban me querían llevar hacia ella, mi cerebro confundido había perdido el control, mis brazos temblorosos querían reemplazar la mano derecha con la que mi hija se daba placer. Mis oídos empezaban a oír chillidos desde sus auriculares y por supuesto, el roce húmedo de sus dedos contra sus interiores aterciopelados.
Me acerque, esta vez, incapaz de entrar en razón, conducido por impulsos tan primitivos como malsanos y Abigail notó mi presencia cuando mi cuerpo dibujo una sombra delatora sobre el monitor. Mi hija se percató de mi presencia, se retiró los auriculares y volteó a verme, anqué solo vi su perfil, la noté brillante de sudor y despeinada.
- ¿No me das una mano, papi? No tiene nada de malo. - Dijo en un susurro apenas audible, medio despeinada, sin cambiar de posición.
- Tiene todo de malo. – Exprese sin convicción. - Venia a… decirte que es tarde, que duermas. Mañana salimos de compras temprano.
- No te vayas, ayudame… - Insistió mi hija, mi propia hija sin reparos por la situación mientras su mano masajeaba su entrepierna sin pausa.
- No puedo, Abby, no puedo. Esto está mal, muy mal.
- Ya estás acá, no tiene nada de malo si yo te dejo. - Volvió a la carga con ese tono meloso que me derretía, aunque de una forma inédita.
Me acerqué con cautela, precedido por una erección incontenible y me coloqué detrás de Abby. Mi mano temblorosa se posicionó en su cuello cual una caricia, de a poco, fui avanzando milímetro a milímetro inclinado sobre ella.
En mi inocencia, esperaba un reto, un grito, una reprimenda de Abby, esperaba que sea ella la que me sacara de esa situación perversa cuando en realidad, era la que me había metido vulnerando todas mis defensas morales. Era su padre y sin embargo ahí estaba, a punto de cometer un acto inenarrable.
- Apaga eso, mi mano va a ser suficiente. - Le susurré al oído. Me distraía la manera en la que vulneraban de forma brutal a la actriz, era irreal, las relaciones no eran así, ese video construía una imagen equívoca del sexo y consumirlos en exceso podían atrofiar la percepción de las cosas.
Ella hizo caso como pocas veces, apagó el monitor y la habitación se hizo oscuridad mientras que nuestra excitación se encendió como la mecha de una bomba.
Mi mano no necesitó de luz alguna para viajar por su cuerpo de mujercita, sintiendo la suavidad de sus pechos bajo su remera en el trayecto, le di el relevo a su propia mano posicionando mi mano grande y fuerte sobre su vagina desde atrás.
- Ahh, papi… - Me susurró con la cara volteada hacia mi rostro. - Por fin, por fin te animas…
- No digas nada, Abby, papi te va a hacer sentir bien. – Cedí por completo mientras comenzaba a reconocer su sexo en la oscuridad. Lo tenía todo depiladito, era un terciopelo húmedo y ardiente en el que no se sentía ni un poro. De no ser que sabía que estaba tocando una vagina, en la oscuridad mis sentidos podían engañarme y pensar que tocaba un pequeño corte. Sentía la viscosidad de sus fluidos esparcidos por todo su tajito, se había dado una paja muy sucia.
Antes de penetrarla con mis dedos, busqué su pequeño clítoris, a la intemperie y muy mojado. Sus labios no lo cubrían y debí de saltar a la vista con facilidad, mis dedos lubricados con sus jugos lo frotaron despertando en ella una descarga eléctrica. En mi mente, se dibujaba la vagina más pequeña y pulcra que jamás haya palpado. Ya no dibujaba límite alguno entre el bien y el mal, ya había descendido al incesto y no tenía una neurona puesta al análisis ni juicio de mis actos.
- Ahh, ahhh, ahh, ahhh, mmmm, aaah… - Gemía Abigail, sin tapujos, sin preocuparse por despertar a su padre dado que su padre estaba más despierto que nunca.
En medio de un gemido prolongado, arrastré dos dedos de arriba abajo por toda su vulva y ni bien encontré un cúmulo de humedad, un tapón de fluidos, metí mis dedos hasta el fondo rebalsándola. Estaba tan apretada que la mente podía engañarse y creer que se trataba del orificio trasero bien lubricado. Abby se contorsiono en la silla de la cadera para arriba, de la cadera para abajo estaba inmóvil, gozando de mis dedos haciendo remolinos dentro de su conchita.
“Chuick, chuick, chuick, chuick, chuick, chuick, chuick…” chapoteaban hasta el fondo de su sexo.
No podía moverlos mucho tampoco, no solo tocaba su ardiente fondo, sino que las paredes me astringían con fuerza, a tope de capacidad, se notaba que, aunque había sido promiscua, hacía tiempo que no ponía a prueba la flexibilidad de su orificio. Mis dedos extasiados sentían por primera vez una vagina tan convulsionada, parecía correrse continuamente, como si tuviera glándulas salivales en cada poro.
No obstante, para darle un final, realicé la mano cornuta y de ahí en más desperté a la bestia. Mi hija gimió con sonidos que no sabía que podía proferir mientras acelere la masturbación, sintiendo chorros de fluidos desprenderse cada milésima de segundo que duro su corrida. Si tenía guardado tanto jugo para mí o era efecto de la abstinencia, no me lo pregunté, estaba ante el espectáculo más húmedo que jamás presencié y contra todo pronóstico, me lo había dado mi hija.
- Eso… es… así me gusta. - Me susurró besando mi rostro. – Gracias, papi, te quiero… - Yo tomé su rostro jadeante y le di un pico prolongado y sonoro como despedida silenciosa. Sin mediar ninguna palabra, ni encender la luz para ver el enchastre que habíamos hecho, cerré la puerta sintiéndome poseído por el demonio.
- ¿Pero que hice? - Dije una vez afuera, como si la puerta hubiera sido la entrada a inframundo, un descenso directo al pecado al cual, volvería más pronto que tarde. - ¿Cómo no lo hice antes?
Esta vez no necesite tomar la laptop, tampoco crema o loción alguna, en el silencio de mi habitación, deje de negarme a mí mismo y con el olor de mis dedos y su sabor, cortesía de los recónditos de mi Abby, me acabe los pocos segundos sobre mí mano, cubriéndola de semen, apaciguando a la extraña bestia dentro de mí, en, quizás, la mejor paja de mi vida… y ni así me sentía satisfecho, algo me decía que mi hija en la habitación contigua tampoco.
- Por más buenas que hayan sido nuestras pajas, te aseguro que fueron las últimas.
Los mejores ejercicios
Mal dormidos (por los mismos motivos) a la mañana siguiente salimos en el auto a la calle con Abby rumbo al hipermercado, a comprar lo que pudiéramos, lo que encontremos. Hicimos cola afuera, a un metro de cada persona, en silencio, dado que a esa hora tenían prioridad los adultos mayores.
Dicen que la almohada era buena consejera, y para mí había sido, o mejor dicho, una buena conciliadora. Mi hija había empezado todo con su dichoso masaje, había pedido que la desnudara, había pedido que la masturbara ¿Por qué sentir culpa? ¿Por qué mortificarse? Si ella le ponía un punto final a todo eso, lo aceptaría, no obstante, lo dudaba rotundamente.
- ¿Por qué siempre vinimos tan temprano? Esta hora es para que vengan los viejos nomas. - Dijo refregándose el ojo como una nena.
- Shhh no seas maleducada. Te dije que no sé qué cosas necesitas, amor, quiero que las compres vos, demás me ayudas a encontrar todo más rápido.
- ¿Te da vergüenza comprarme tampones y toallitas femeninas? - Dijo en voz alta a propósito.
- Si te acostarás más temprano en vez de estar en la computadora no estarías tan gruñona. – Mencioné simulando su mimo modo incisivo.
Eso la tomó por sorpresa y por primera vez la noté incomoda, obsequiándome una cara picarona.
- Lo más probable es que me acueste más y más tarde, no te hagas el inocente.
- Sos hermosa hasta ofendida. - Apretujándole el cachete. Haciendo caso omiso a sus rabietas, entramos cuando nos tocó y nos desplegamos por el mercado como un grupo comando, después de todo, tras tantos minutos de cola, habíamos repasado la estrategia una y otra vez. En menos de media hora teníamos todos lo que habíamos ido a buscar y más en uno de los viajes al súper más prolíficos. Abby siempre se agarraba chocolate o masitas dulces sin permiso, pero no le hice caso y la deje abrirlos antes de pagarlos.
Una vez en el auto, me convido de una barra de chocolate Cadbury. No le molestaba que mordiera en el mismo lugar, y me la convido varias veces. No me pregunten por qué notaba esos detalles.
- No sos ninguna boluda para elegir chocolate. Aunque hoy vas a tener que trabajar duro en el gym para bajarla.
- Si tengo buen gusto, para todo. – Dijo masticando con la boca abierta- Pensé que no me entrenarías más después de lo de ayer, ya sabés, el masaje erótico.
- Que obsesión que tenes con recordarme todo eso. - Admití cansado, aunque al menos optimista, decían que era bueno en las familias hablar de los temas difíciles con naturalidad y sin dudas Abigail propiciaba tales diálogos. – Tenes chocolate en la mejilla, te ensuciaste como una nena. - Dije al estacionar, y mojándome el dedo, la limpié.
- Siempre tan atento con tu “nena” pero podrías ser más atento.
Abigail se pasó al lado del conductor, sobre mí, en un movimiento grácil propiciado por su cuerpo de lolita que encajaba en cualquier sitio, y con el chocolate en una mano, me abrazó obsequiándome un beso en la boca.
Ahí, por varios minutos, frente a mi gimnasio, dentro de mi auto, me besó con mi hija con pasión, a ojos cerrados pero boca abierta, compartiendo el mismo sabor del chocolate, hasta casi limpiarnos las encías. Además del gustito especial que tenía un beso incestuoso así, su lengua perforada con un piercieng que siempre reprobé, me abrió los ojos ante lo interesantes que eran esos accesorios y como sumaban sensaciones maravillosas en un beso.
- Ayúdame a bajar las cosas, preciosa, y te llamo cuando este la comida. - Le dije sin darme cuenta de que mis manos estaban en su cola, palpándola con ganas.
- ¿Tan rápido? ¿No te gustó mi beso de chocolate?
- Es que estamos dando un mal ejemplo, acordate que no se debe salir en cuarentena en parejas. - Contesté más lúcido que nunca, giñándole un ojo y dándole un piquito.
Y las atenciones mutuas continuarían hasta después de la cena y la siesta, en un nuevo día de entrenamiento puertas adentro, listos para atrincherarnos varios días más con un nuevo condimento que haría nuestra cuarentena mucho más interesante. A diferencia de la oportunidad anterior, esta vez arrancamos juntos. 20 minutos de bicicleta para ella y yo me enfoqué en hombros y piernas.
Lo interesante vino al final, cuando decidí enseñarle a hacerle ejercicios con pelota de pilates, esas grandes de goma que usan en yoga (y en pilates dhu) que, combinado con su atuendo revelador de calza y top holgado, sería la confirmación de que no le importaba en absoluto poner paños fríos a la cuarentena. Y a mí, tampoco.
“Voy a descubrir tus intenciones, a ver qué tan lejos pansas llegar, voy a encontrar tu límite, hijita…” Pensé con los ejercicios más candentes de mi repertorio listos: - Hoy nos enfocamos en los abdominales, te voy a enseñar a hacer abdominales bajos con pelota. Tírate en la colchoneta, yo te superviso.
- Siempre quise hacer algo con la pelota, espero no caerme. - Dijo desde el suelo.
- No, en este vos vas a estar en el suelo y levantar la pelota con las piernas, así, muy bien. - Observándola atenazar la pelota con las piernas. La miré sin reparos, a ver si se incomodaba o decía algo, sin embargo, ni se molestó. Tampoco cuando le puse una mano en cada pierna, desde adelante, para indicarle que debía apretar. Al ver abajo, ya se darán cuenta que le vi la almejita toda marcada por la calza.
Abigail sostuvo la pelota entre sus piernas y el ejercicio consistía en apresarla fuerte por 20 segundos. Era bastante doloroso para los principiantes así que solo le di dos series.
- Muy bien, bastante bien. Descansa unos minutitos y haces otra serie.
Yo aproveché el parate para sacarme la remera con la excusa de limpiarme el cuerpo con la toalla, aunque la verdad, no estaba muy transpirado y solo quería que me viera. No estaba de 10, pero creo que por motivos de cuarentena y ser el único hombre disponible, podía sumar puntos extras en cualquiera. Por el momento solo quería que notara que su padre estaba en buena forma.
- Ya estoy empezando a sentirlo, acordate que ya de ayer estaba dolorida, no me castigues. - Se quejó cuando le estaba enseñando el segundo ejercicio, plancha con pelota. - No estoy en forma como vos.
- Este no es difícil, es lo mismo que te enseñé ayer, solo que tu base, la pelota, no está fija y te va a costar un poco más. Con dos series de 20 segundos estas bien.
- Uuuh me duele todo. - Expresó venciéndose. Yo la levanté, esta vez, desde la cadera, y la sostuve para enseñarle la altura indicada teniendo su trasero precioso muy cerca mío, observándolo fijamente. Con una mirada más cercana, me di cuenta de que, si tenía bombacha o tanga, era indetectable. Mis miradas y roces no parecían incomodarla por ahora, tampoco mi falta de remera.
- Acordate, columna alineada al cuello, que no se caiga la cola ni la subas tanto. - Dije observándola nuevamente con deseo, un padre nunca debería ver a su hija, aunque tras los sucesos de la noche anterior, una mirada era el menor de los males que había cometido e iba a cometer.
Abigail me observaba, nos mirábamos fijamente iniciando el juego de “quién cede primero” no obstante, empezaba a comprender que, si era capaz de desnudarse frente a mí sin importarle que terminara en algo obsceno, y me pidiera que la masturbe en la oscuridad de la habitación, ninguno de mis ejercicios la incomodaría en absoluto. Mientras yo reflexionaba, ella hacía los ejercicios con una entrega admirable.
- Sé que estas dolorida, así que con dos series más estamos, pero de un ejercicio distinto. Abdominales con pelota.
- De este si me puedo caer. - Observó mientras le indicaba que se acostara apoyando la espalda en la pelota.
- No, no, mostrame como se hace y yo te copio.
- Bueno, es así. - Y me acosté sobre la pelota con los brazos en la nuca y los abdominales marcados como ravioles. - Entonces subís y bajas, manteniendo el equilibrio. La pelota lo dificulta y hace trabajar más al músculo. - Abby me miró subir y bajar, y yo seguí a ver si daba muestras de ceder, no obstante, me dejó mostrarle el ejercicio con normalidad.
- Voy a estar cerquita para sostenerte la pelota, no te preocupes, acóstate tranquila que al principio yo te la tengo.
Abigail apoyo la espalda en la esfera elástica y de a poco se fue dejando caer hasta quedar en posición: - Muy bien, ahora hace abdominales, despacio, así no perdes el equilibrio.
- Es muy jodido, y duele como el carajo. - Se quejó colorada como un tomate, temblorosa y compenetrada en mantener el equilibrio. - Sosteneme la pelota, siento que se mueve.
- Vas bien, vas bien, yo estoy acá… al lado tuyo.
Desde arriba tuve una nueva perspectiva de su cuerpo esforzándose, su vientre chato endureciéndose, el sudor perdiéndose en su remera holgada… tan obnubilado estaba, que mi hija se deslizó y se aferró a mi cuerpo, teniéndola pegada a mí, cara a cara, nos miramos a los ojos.
- ¿Cuánto vamos a seguir con este juego? - Me preguntó – No sé si queres cogerme o volverme una fisiculturista.
- ¿Te respondo o te lo demuestro? – Y la acosté sobre la bola de pilates, frente a mí, con los cabellos despeinados y el vientre chato durito por el esfuerzo de estar derecha. Ella abrió las piernas y yo la sostuve entre medio de ellas tomándola de la cadera. - Siempre tuve fantasía de hacerlo con alguien en mi lugar de trabajo y quizás nunca tenga la oportunidad de tenerlo así de desierto de nuevo, con alguien especial para hacerlo… - Confesé expectante. - ¿Te va la idea o damos por terminada la clase?
Abby me miró por varios segundos, y cuando pensé que había llegado demasiado lejos, me contestó a su manera.
- ¿Te respondo o te lo demuestro? – Y se levantó enseñándome las tetitas.
No podía creerle a mis ojos, estar ahí con mi hija exponiendo su cuerpo ante mí, su padre, sus preciosos pechos, cuyos pezones rosaditos estaban perforados como su lengua. Por supuesto que no hacía falta más nada y mis manos subieron de su cadera hacia sus pechos, a los que acaricie con aprecio, los masajee y palpé con gusto antes de concentrarme en sus pezones, a los que pellizque con delicadeza, sintiendo el accesorio metálico atravesando su carne más sensible. Me preguntaba si el hecho de tener un piercing le daba más placer al endurecerse o más dolor.
- ¿Te gustan papi? - Me preguntó mordiéndose el labio, seduciéndome como si no fuéramos familia y estuviera entregándose a un desconocido.
- Demasiado. - Expresé inclinándome sobre ella para llegar a ellos con mi boca, obsequiándole besos en los pezones, lamiendo los contornos de sus tetas, embriagándome con el olor de su piel y su sabor salado. Una ventaja de los pierncings era que me permitían succionarlos con más facilidad, con ellos atravesando el pezón no podían escapar de mi boca y los apresé entre mis labios a cada uno un buen rato, estirándolos a fuerza de chupar.
- Uuuuhhh, aahh, me vas a sacar los piercings. - Se quejó no muy convencida de si le gustaba o no. – No pensé que te gustarían tanto mis tetas, cuando me las operé te vas a volver loco.
Me despegué de sus pezones y le obsequié una mirada asesina. Habían quedado brillantes, como metalizados, con hilillos de saliva surcando su pechito tatuado.
- Podes ponerte tatuajes, piercings por todos lados, operarte las tetas no, te lo prohíbo.
- Okey, me estaba olvidando que sos un padre sobre protector ¿Por qué será?
Abby se salió de la pelota, se me colgó y volvió a besarme con salvajismo, como un felino saltando a la yugular de su presa. Nos besamos como posesos, sosteniéndola en el aire de la cola, sintiendo como hasta se me cruzaban sus cabellos en cada beso y ni nos importaba. Casi sin ver, por intuición, la senté en el banco de pecho quedándome de pie frente a ella.
- Oooh ya veo, querés una devolución de favores, aunque no voy a usar solo la mano, espero que no te importe. - Abby entendió el mensaje corporal y me acarició el pene erecto desde afuera. Estaba por desnudar mi sexo ante mi hija, a permitirle que me hiciera una mamada en mi lugar de trabajo. Si eso no era salirse de los rieles entonces no sé qué era. La hija estaba a punto de rendirle tributo al organismo que la creó.
- No tenés que hacer nada que no quieras, nada. - Le repetí a ella y a mí mismo, para recordarme que absolutamente todo debía ser consensuado, quizás, el último salvavidas moral que me quedaba.
- Tranquilo, tenemos que pasar la cuarentena de alguna forma, prepárate, te voy a hacer un buen pete.
Continuara
Gracias por leer, más si ya lo habían leído antes o no, es de mis relatos favoritos y por eso me tomé el trabajo de resubirlo. Ahora la trilogía vuelve a estar completa. Por prevención, voy a cambiar las imágenes del 3ero más adelante así no me lo dan de baja.
Agradecería un montón si dejan puntos, comentarios, lo que sea, me llevo tiempo reeleerlos, buscar una modelo nueva, hacer los post, etc. Sepan disculpar las molestias.
Otros capítulos:
Incestvirus. Cuarentena Padre e Hija:http://www.poringa.net/posts/relatos/4234077/Incestvirus---Cuarentena-Padre-e-Hija-Resubido.html
Incestvirus. Cuarentena Padre e Hija. Capítulo 3:http://www.poringa.net/posts/relatos/4280635/Incestvirus---Cuarentena-Padre-e-Hija-Capitulo-3.html
1 comentarios - Incestvirus - Cuarentena Padre e Hija. Capítulo 2