Una tarde regresé a casa antes de lo previsto, ya que había podido completar el papeleo en la oficina bastante temprano.
Justo en la entrada de nuestro edificio encontré a mi esposa, que venía de hacer compras en el supermercado. Estaba acompañada por un hombre negro enorme, bastante fornido, de unos cincuenta años de edad. El hombre le ayudaba a cargar las bolsas…
Ana sonrió al verme y mirando al negro enorme, nos presentó:
“Amor, este señor es Patrick, nuestro nuevo vecino en el piso…”
Recibí las bolsas que el hombre cargaba y estreché su mano con cierta curiosidad, porque me parecía extraño que un africano pudiera vivir en Villa Urquiza…Hablaba en un castellano difícil de entender, muy cerrado y con mucho acento francés.
Mientras preparaba la cena, Ana me explicó que nuestro vecino era senegalés y que trabajaba en la sección de Seguridad en la embajada de su país. Hacía solo tres días se había mudado al departamento situado frente al nuestro, en el mismo piso.
Mi esposa también había averiguado que era viudo y compartía su casa con dos hijos varones; un par de mellizos de veinte años…
Los días fueron pasando y pude notar que mi esposa se estaba haciendo muy amiga de nuestros vecinos. Cada tanto la veía conversar con ellos, tanto el hombre mayor o los mellizos…
Una mañana en la oficina descubrí que había olvidado unos documentos en casa y por ello, muy a regañadientes, tuve que regresar a buscarlos.
Mientras buscaba las llaves de entrada, pude escuchar la voz de Ana tras la puerta del departamento vecino… Estaba conversando animadamente y riendo a carcajadas con los vecinos africanos.
Decidí no darle importancia al asunto; así que entré a buscar los papeles que necesitaba y entonces decidí esperar a mi esposa.
Un rato después ella cruzó el pasillo y entró a casa, sorprendiéndose al verme allí sentado en el comedor. Estaba radiante, con ese brillo que siempre tenía cuando acababa de coger. Sus rubios cabellos enrulados estaban desordenados y su bello rostro estaba arrebatado en rojo, casi al borde de la transpiración…
Le espeté antes de que ella intentara explicar nada;
“Qué estabas haciendo en el departamento de nuestros vecinos?”
“Hmmm, no te lo imaginas, amor?... estaba haciéndome coger…”
Abrí la boca para protestar, pero entonces mi esposa continuó:
“No te asustes, solamente me cogió Patrick con su gran verga negra”
No podía creer lo que estaba escuchando de labios de mi adorada y fiel esposa. No podía ser verdad y se lo dije… Pero ella insistió:
“Ese hombre tiene una verga enorme, magnífica y la mantiene erecta durante horas y horas… Ayer estuve toda la tarde en su cama, me hizo acabar cuatro veces y me dejó la concha al rojo vivo…”
Y entonces continuó diciendo con total desparpajo:
“Por suerte anoche vos estabas cansado y no quisiste cogerme… tendría que haberme negado, porque me ardía mucho la concha…”
Estaba a punto de insultarla, cuando unos golpes sonaron a la puerta. Ana atendió y ese negro Patrick alargó sus brazos a la cintura de mi mujer; la estrechó entre ellos y le comió la boca en un tremendo beso de lengua; sin percatarse de que yo estaba sentado allí.
Entonces carraspeé para hacerme notar. El africano rompió el beso, pero sus manos continuaron bajando para acariciar el culo de Ana.
“Desde cuando estás haciendo esto…? Le pregunté a mi mujercita.
“Desde el día en que se mudaron; fui a preguntarles si necesitaban algo y terminé chupándole las vergas a los tres juntos…”
Yo seguía sin poder creer lo que escuchaba. Mi delicada mujercita cogiendo con tres negros era lo último que se me habría podido ocurrir. Pero para peor, Anita continuó diciendo:
“Ahora soy una esclava sexual para ellos; una perra para coger…”
Entonces el africano salió un momento, cruzó el pasillo y llamó a sus dos hijos. Mientras los esperaba, se sentó cómodamente en una silla e hizo que Ana se sentara sobre sus rodillas. Le hizo separar los muslos y hundió su enorme mano bajo la falda de mi esposa.
Ana gimió al sentir el contacto de esos gruesos dedos con su clítoris. Se mordió los labios y me miró con una leve sonrisa de lujuria…
“Ahora vas a ver cómo me culean estos tres negros enormes…”
En ese momento entraron los mellizos; que sin siquiera saludarme, ya comenzaron a desnudarse. Patrick hizo lo mismo y luego le arrancó la falda a mi esposa, desgarrando también su camiseta de algodón. Ana quedó desnuda en medio del salón, solamente vestida con sus sandalias de taco.
Mi pija comenzó a endurecerse, anticipándose a lo que iba a suceder: tres africanos iban a cogerse a mi esposa en mi presencia; con el pleno consentimiento de ella, sin que yo pudiera evitarlo…
Los negros rodearon a Anita, que se puso en cuclillas y comenzó a mamarles las enormes vergas negras por turno.
De repente Patrick se sentó en la silla y Ana se levantó del suelo, acercándose a él. Dobló su cuerpo por la cintura y continuó mamando esa verga negra que apuntaba derecho al techo.
Uno de los mellizos se acercó por detrás de ella y comenzó a refregar la cabeza de su pija entre los labios vaginales de mi esposa. Después de deslizarla varias veces como si fuera un pincel, finalmente se la metió de un solo saque, hasta el fondo, haciendo que Ana se inclinara más adelante para meterse la verga de Patrick hasta la garganta.
El mellizo comenzó a bombearle la concha a Ana, mientras unos sonidos ahogados llenaban el salón. Parecían ser gemidos de dolor, pero yo estaba seguro de que eran de puro placer…
Antes de que acabara dentro del cuerpo de mi esposa, el primer mellizo se salió y le cedió el turno al segundo; quien sin perder tiempo, atravesó a Ana con su verga negra bien erecta.
Entonces se me ocurrió comparar tamaños y comprobé que la verga de Patrick era mucho más grande que la de los dos chicos. Por eso ellos la estaban cogiendo en primer término, para que Ana se adaptara al tamaño de a poco y que el negro mayor luego pudiera cogerse a mi mujercita con la concha no demasiado dilatada…
El segundo mellizo le bombeó la concha a mi esposa pero tampoco llegó a acabar dentro de su cuerpo. En un momento también se salió, sin haber provocado a Ana grandes gemidos ni tampoco orgasmos…
Entonces Ana dejó de chupársela a Patrick. Se sentó a horcajadas de él y fue empalándose de a poco en su magnífica verga negra erecta.
Comenzó a balancearse sobre el cuerpo del negro, sintiendo esa enorme verga que seguramente la llenaba por completo. Patrick aprovechó para sobarle las tetas y mordisquearle los duros pezones a mi esposa.
Después de un rato de cabalgata sobre la verga del africano; el primer mellizo se acercó por detrás de Ana y muy despacio hundió su pito duro en el trasero de Ana; arrancándole un alarido de dolor. La fue enculando muy despacio y, cuando llegó hasta el fondo, comenzó a entrar y salir de su ano con un buen ritmo…
Ana gemía ante los embates de ambos negros. Su cara denotaba placer, aunque sus aullidos y alaridos parecían ser de dolor. El primer mellizo rugió de repente y se quedó quieto, mientras su verga descargaba una buena cantidad de semen dentro del culo de Ana.
El segundo otra vez no perdió el tiempo. Aprovechó la lubricación que había dejado la leche de su hermano y rápidamente se hundió entre los cachetes de Ana, que volvió a aullar de dolor…
Mi esposa giró su cabeza para mirarme, para mostrarme lo bien que disfrutada de esa doble penetración; con dos serpientes negras gigantescas entrando y saliendo de sus dos orificios.
El chico por fin acabó, sumando una buena descarga de semen en el recto de Ana a la que ya había dejado su mellizo. Luego se salió y se vistió, abandonando nuestro departamento junto a su hermano…
Apenas se fueron, Patrick hizo desmontar a Ana y le ordenó que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra.
El negro se tomó la verga con sus dos manos y me miró muy serio:
“Ahora es mi turno de darle por el culo a esta perra blanca… vas a quedarte a mirar…? Te advierto que tu mujer va a llorar…”
Asentí en silencio con mi cabeza, mientras el africano sonreía y se arrodillaba por detrás de mi esposa, entre sus invitantes muslos.
El hijo de puta tenía razón, por la reacción de Ana, supe que no era la primera vez que sodomizaba a mi delicada mujercita.
Apenas le metió la cabeza de esa pija, Ana gritó e intentó escapar hacia adelante, pero Patrick la inmovilizó entre sus fornidos brazos, mientras le seguía metiendo el resto de esa cosa negra hasta el fondo de su estrecho culo.
Evidentemente, la lubricación con leche que habían dejado los dos mocosos sirvió de muy poco; ya que, todo el tiempo que el africano estuvo disfrutando de ese estrecho ano, mi esposa no dejó de gritar, aullar y pegar tremendos alaridos de dolor.
La tortura duró bastante, hasta que por fin, después de más de media hora de bombearle sin descanso el culo, el negro gruñó y se descargó en el fondo de Anita…
Entonces la sacó; jaló a mi esposa por los cabellos y la hizo girar en el aire, para después meterle esa pija en la boca y ordenarle que la limpiara con su lengua. Ana lamió esa verga durante unos minutos y el negro finalmente volvió a acabar, esta vez llenando la boca de mi dulce esposa con su semen caliente. Ella lo tragó todo y luego sonrió.
Patrick me miró triunfante mientras se vestía, diciéndome:
“Tu perra blanca ahora es mi puta y voy a cogerla cuando yo quiera…”
Luego le dio unas palmadas en el trasero a Ana, que se guía todavía a cuatro patas sobre la alfombra. Le habló en francés y pude entender que la esperaba esa misma noche en su departamento…
Cuando cerró la puerta detrás de él, Ana se acercó gateando hasta mí
“No te pongas así… es solo sexo, salvaje, brutal, descontrolado…”
Acaricié su bello rostro, que denotaba fatiga por ese tremendo encuentro sexual. Besé sus labios, sintiendo el gusto a semen que le habían dejado los africanos.
Le dije que todo estaba bien… Qué otra cosa podía hacer.
Justo en la entrada de nuestro edificio encontré a mi esposa, que venía de hacer compras en el supermercado. Estaba acompañada por un hombre negro enorme, bastante fornido, de unos cincuenta años de edad. El hombre le ayudaba a cargar las bolsas…
Ana sonrió al verme y mirando al negro enorme, nos presentó:
“Amor, este señor es Patrick, nuestro nuevo vecino en el piso…”
Recibí las bolsas que el hombre cargaba y estreché su mano con cierta curiosidad, porque me parecía extraño que un africano pudiera vivir en Villa Urquiza…Hablaba en un castellano difícil de entender, muy cerrado y con mucho acento francés.
Mientras preparaba la cena, Ana me explicó que nuestro vecino era senegalés y que trabajaba en la sección de Seguridad en la embajada de su país. Hacía solo tres días se había mudado al departamento situado frente al nuestro, en el mismo piso.
Mi esposa también había averiguado que era viudo y compartía su casa con dos hijos varones; un par de mellizos de veinte años…
Los días fueron pasando y pude notar que mi esposa se estaba haciendo muy amiga de nuestros vecinos. Cada tanto la veía conversar con ellos, tanto el hombre mayor o los mellizos…
Una mañana en la oficina descubrí que había olvidado unos documentos en casa y por ello, muy a regañadientes, tuve que regresar a buscarlos.
Mientras buscaba las llaves de entrada, pude escuchar la voz de Ana tras la puerta del departamento vecino… Estaba conversando animadamente y riendo a carcajadas con los vecinos africanos.
Decidí no darle importancia al asunto; así que entré a buscar los papeles que necesitaba y entonces decidí esperar a mi esposa.
Un rato después ella cruzó el pasillo y entró a casa, sorprendiéndose al verme allí sentado en el comedor. Estaba radiante, con ese brillo que siempre tenía cuando acababa de coger. Sus rubios cabellos enrulados estaban desordenados y su bello rostro estaba arrebatado en rojo, casi al borde de la transpiración…
Le espeté antes de que ella intentara explicar nada;
“Qué estabas haciendo en el departamento de nuestros vecinos?”
“Hmmm, no te lo imaginas, amor?... estaba haciéndome coger…”
Abrí la boca para protestar, pero entonces mi esposa continuó:
“No te asustes, solamente me cogió Patrick con su gran verga negra”
No podía creer lo que estaba escuchando de labios de mi adorada y fiel esposa. No podía ser verdad y se lo dije… Pero ella insistió:
“Ese hombre tiene una verga enorme, magnífica y la mantiene erecta durante horas y horas… Ayer estuve toda la tarde en su cama, me hizo acabar cuatro veces y me dejó la concha al rojo vivo…”
Y entonces continuó diciendo con total desparpajo:
“Por suerte anoche vos estabas cansado y no quisiste cogerme… tendría que haberme negado, porque me ardía mucho la concha…”
Estaba a punto de insultarla, cuando unos golpes sonaron a la puerta. Ana atendió y ese negro Patrick alargó sus brazos a la cintura de mi mujer; la estrechó entre ellos y le comió la boca en un tremendo beso de lengua; sin percatarse de que yo estaba sentado allí.
Entonces carraspeé para hacerme notar. El africano rompió el beso, pero sus manos continuaron bajando para acariciar el culo de Ana.
“Desde cuando estás haciendo esto…? Le pregunté a mi mujercita.
“Desde el día en que se mudaron; fui a preguntarles si necesitaban algo y terminé chupándole las vergas a los tres juntos…”
Yo seguía sin poder creer lo que escuchaba. Mi delicada mujercita cogiendo con tres negros era lo último que se me habría podido ocurrir. Pero para peor, Anita continuó diciendo:
“Ahora soy una esclava sexual para ellos; una perra para coger…”
Entonces el africano salió un momento, cruzó el pasillo y llamó a sus dos hijos. Mientras los esperaba, se sentó cómodamente en una silla e hizo que Ana se sentara sobre sus rodillas. Le hizo separar los muslos y hundió su enorme mano bajo la falda de mi esposa.
Ana gimió al sentir el contacto de esos gruesos dedos con su clítoris. Se mordió los labios y me miró con una leve sonrisa de lujuria…
“Ahora vas a ver cómo me culean estos tres negros enormes…”
En ese momento entraron los mellizos; que sin siquiera saludarme, ya comenzaron a desnudarse. Patrick hizo lo mismo y luego le arrancó la falda a mi esposa, desgarrando también su camiseta de algodón. Ana quedó desnuda en medio del salón, solamente vestida con sus sandalias de taco.
Mi pija comenzó a endurecerse, anticipándose a lo que iba a suceder: tres africanos iban a cogerse a mi esposa en mi presencia; con el pleno consentimiento de ella, sin que yo pudiera evitarlo…
Los negros rodearon a Anita, que se puso en cuclillas y comenzó a mamarles las enormes vergas negras por turno.
De repente Patrick se sentó en la silla y Ana se levantó del suelo, acercándose a él. Dobló su cuerpo por la cintura y continuó mamando esa verga negra que apuntaba derecho al techo.
Uno de los mellizos se acercó por detrás de ella y comenzó a refregar la cabeza de su pija entre los labios vaginales de mi esposa. Después de deslizarla varias veces como si fuera un pincel, finalmente se la metió de un solo saque, hasta el fondo, haciendo que Ana se inclinara más adelante para meterse la verga de Patrick hasta la garganta.
El mellizo comenzó a bombearle la concha a Ana, mientras unos sonidos ahogados llenaban el salón. Parecían ser gemidos de dolor, pero yo estaba seguro de que eran de puro placer…
Antes de que acabara dentro del cuerpo de mi esposa, el primer mellizo se salió y le cedió el turno al segundo; quien sin perder tiempo, atravesó a Ana con su verga negra bien erecta.
Entonces se me ocurrió comparar tamaños y comprobé que la verga de Patrick era mucho más grande que la de los dos chicos. Por eso ellos la estaban cogiendo en primer término, para que Ana se adaptara al tamaño de a poco y que el negro mayor luego pudiera cogerse a mi mujercita con la concha no demasiado dilatada…
El segundo mellizo le bombeó la concha a mi esposa pero tampoco llegó a acabar dentro de su cuerpo. En un momento también se salió, sin haber provocado a Ana grandes gemidos ni tampoco orgasmos…
Entonces Ana dejó de chupársela a Patrick. Se sentó a horcajadas de él y fue empalándose de a poco en su magnífica verga negra erecta.
Comenzó a balancearse sobre el cuerpo del negro, sintiendo esa enorme verga que seguramente la llenaba por completo. Patrick aprovechó para sobarle las tetas y mordisquearle los duros pezones a mi esposa.
Después de un rato de cabalgata sobre la verga del africano; el primer mellizo se acercó por detrás de Ana y muy despacio hundió su pito duro en el trasero de Ana; arrancándole un alarido de dolor. La fue enculando muy despacio y, cuando llegó hasta el fondo, comenzó a entrar y salir de su ano con un buen ritmo…
Ana gemía ante los embates de ambos negros. Su cara denotaba placer, aunque sus aullidos y alaridos parecían ser de dolor. El primer mellizo rugió de repente y se quedó quieto, mientras su verga descargaba una buena cantidad de semen dentro del culo de Ana.
El segundo otra vez no perdió el tiempo. Aprovechó la lubricación que había dejado la leche de su hermano y rápidamente se hundió entre los cachetes de Ana, que volvió a aullar de dolor…
Mi esposa giró su cabeza para mirarme, para mostrarme lo bien que disfrutada de esa doble penetración; con dos serpientes negras gigantescas entrando y saliendo de sus dos orificios.
El chico por fin acabó, sumando una buena descarga de semen en el recto de Ana a la que ya había dejado su mellizo. Luego se salió y se vistió, abandonando nuestro departamento junto a su hermano…
Apenas se fueron, Patrick hizo desmontar a Ana y le ordenó que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra.
El negro se tomó la verga con sus dos manos y me miró muy serio:
“Ahora es mi turno de darle por el culo a esta perra blanca… vas a quedarte a mirar…? Te advierto que tu mujer va a llorar…”
Asentí en silencio con mi cabeza, mientras el africano sonreía y se arrodillaba por detrás de mi esposa, entre sus invitantes muslos.
El hijo de puta tenía razón, por la reacción de Ana, supe que no era la primera vez que sodomizaba a mi delicada mujercita.
Apenas le metió la cabeza de esa pija, Ana gritó e intentó escapar hacia adelante, pero Patrick la inmovilizó entre sus fornidos brazos, mientras le seguía metiendo el resto de esa cosa negra hasta el fondo de su estrecho culo.
Evidentemente, la lubricación con leche que habían dejado los dos mocosos sirvió de muy poco; ya que, todo el tiempo que el africano estuvo disfrutando de ese estrecho ano, mi esposa no dejó de gritar, aullar y pegar tremendos alaridos de dolor.
La tortura duró bastante, hasta que por fin, después de más de media hora de bombearle sin descanso el culo, el negro gruñó y se descargó en el fondo de Anita…
Entonces la sacó; jaló a mi esposa por los cabellos y la hizo girar en el aire, para después meterle esa pija en la boca y ordenarle que la limpiara con su lengua. Ana lamió esa verga durante unos minutos y el negro finalmente volvió a acabar, esta vez llenando la boca de mi dulce esposa con su semen caliente. Ella lo tragó todo y luego sonrió.
Patrick me miró triunfante mientras se vestía, diciéndome:
“Tu perra blanca ahora es mi puta y voy a cogerla cuando yo quiera…”
Luego le dio unas palmadas en el trasero a Ana, que se guía todavía a cuatro patas sobre la alfombra. Le habló en francés y pude entender que la esperaba esa misma noche en su departamento…
Cuando cerró la puerta detrás de él, Ana se acercó gateando hasta mí
“No te pongas así… es solo sexo, salvaje, brutal, descontrolado…”
Acaricié su bello rostro, que denotaba fatiga por ese tremendo encuentro sexual. Besé sus labios, sintiendo el gusto a semen que le habían dejado los africanos.
Le dije que todo estaba bien… Qué otra cosa podía hacer.
2 comentarios - Ana y los vecinos senegaleses