1
Pueblo sin nombre
El pueblo no era ni demasiado grande ni demasiado pequeño, no estaba demasiado cerca del mar ni demasiado cerca de las montañas. Sus gentes no eran ni demasiado tristes ni demasiado alegres y en él la vida no transcurría ni demasiado despacio ni demasiado deprisa.
Tobías lo había descubierto por azar: un anuncio, una casa, un huerto trasero, no demasiado lejos del pueblo ni demasiado cerca de él. Nada más verla le encantó, sus muros de piedra, sus techos de vigas de madera, su tejado de tejas rústicas cubiertas por los líquenes acumulados durante años. Fruto de largos, fríos y húmedos inviernos, seguidos igualmente de largos, cálidos y secos veranos, hacían de la casa una postal típica de tantos pueblos blancos que hay repartidos por la geografía de aquel país.
¡Sin duda perfecta! Fue la primera frase que se paseó por su mente nada más verla. Perfecta y barata pues, ¿quién querría mudarse a aquel pueblo, no demasiado grande ni demasiado pequeño, no demasiado importante ni demasiado insignificante?
Tras alquilar la casa, preguntó por un local en el centro del pueblo para poner un negocio, el tratante del pueblo sonrió, pues aquel extraño extranjero, sin ser demasiado extravagante tampoco era demasiado normal. Los negocios en el pueblo eran pocos y apenas subsistían con los habitantes de este y los turistas por allí no venían ni se les esperaba, siempre había sido un pueblo sin demasiados monumentos ni demasiados adornos.
Sus únicas edificaciones dignas de admiración eran su iglesia, hecha en piedra, como sólo las sabían hacer antes, no demasiado grande ni demasiado pequeña, lo justo para los devotos que la visitaban los domingos para ir a misa. Y una casa señorial de la familia más adinerada del pueblo, los Marqueses de Villa Verde, aunque este no era el nombre del pueblo sino de la villa o sea de la casa donde éstos habitaban por generaciones.
El tratante local, pues allí nunca llegó a abrir sus puertas ninguna inmobiliaria moderna, era Modesto, por él pasaba todo lo que estaba en venta en el pueblo, ya fueran casas, tierras, o incluso herencias. A pesar de tener pocos estudios, no tenía un pelo de tonto y sabía tratar con la gente, con métodos como los de antes, cerrando los tratos con un apretón de manos y empeñando su palabra, pues esa iba a misa, aunque él nunca hubiese pisado la iglesia nada más que lo imprescindible, bautismo, primera comunión, boda, las fiestas de guardar y cuando tocaban las campanas el repique de difuntos para despedir a algún paisano que había pasado a peor vida.
El ávido tratante ya se debería haber jubilado, o al menos lo debía haber hecho hacía años. Pero por aquello de dejar el negocio familiar a alguno de sus hijos lo había aguantado para el pequeño, quien puso fe en él y comenzó a anunciar las propiedades que compraban y vendían en Internet. Ante el asombro y estupor de Modesto, que nunca quiso ni quería entender de esas cosas de la tecnología. Así fue como Tobías descubrió la casa y este anuncio fijó su destino, como tan sólo el azar y la casualidad saben atar a los hombres con sus caprichos y antojos.
Aunque insistió a aquel simpático extraño que poner un negocio allí no era cosa fácil, la insistencia de Tobías, que presionaba sin palabras, hizo desistir a Modesto de su empeño de aconsejarle mejores inversiones y aprovechó la ocasión para deshacerse de la casa de una viuda que ya se iba a la ciudad para vivir con su hija tras dejar su marido este mundo y pasar al de más para allá.
Tras ver la casa Tobías vislumbró su negocio, como si ya la hubiese adecentado y preparado así que, ante la extrañeza de Modesto, le confirmó que también se la quedaba y cerrando el nuevo trato con otro apretón de manos Tobías se fue a dar un paseo por los caminos que circundaban el pueblo.
Allá por donde pasaba era objetivo de todas las miradas, despertaba comentarios y levantaba el ánimo a los habitantes de un pueblo donde casi nunca pasaba nada. Algunas mujeres en corrillo que volvían del campo lo miraron extrañadas, y él las saludó con cortesía poco acostumbrada por aquellos rudos lares, pues no eran los habitantes muy finos que digamos y los modales de Tobías, aparte de destacar, no eran nada corrientes.
Los paisajes le fascinaron, se pasó caminando casi toda la tarde y cuando cayó el Sol, para dar paso a una Luna en cuarto creciente, Tobías volvía medio perdido, en busca de su casa, pues cuando la luz fue dejando paso a las tinieblas y su memoria empezó a flaquear, temió no ser capaz de encontrar de nuevo su casa. Finalmente, la providencia se apiadó de él e iluminada por la mortecina farola en parte y por la media Luna, apareció señorial ante sus ojos, con sus paredes blancas parecía tener cierta luminiscencia ante tan reflectivo color.
Introdujo la vieja llave, de esas que ya no se fabrican y la desechó, sonando los cerrojos internos como golpes secos y largos y finalmente empujó la encajada puerta y esta se abrió. Pasó al interior y extendió una esterilla en espacio diáfano del salón, pues aún no había muebles, sacó de su mochila un par de velas y las encendió colocándolas a su izquierda y a su derecha.
Acto seguido extendió un pequeño paño que hacía las veces de mantel, y sobre este partió el pan tierno que había comprado en una de las tiendas del pueblo, sacó su fiambre y con la navaja multiusos abrió el pan para colocarlo en su interior. Sacó también una botella de vino que había comprado y se sirvió en un pequeño vaso de aluminio que llevaba en la misma mochila y puso también una gran manzana amarilla en un extremo del mantel, reservándola para postre.
Con el hambre que tenía aquellos humildes alimentos le parecieron un manjar de dioses. Y mientras arrancaba unos bocados a aquel tierno y crujiente pan, miró a su alrededor, al techo iluminado débilmente por las velas, con sus vigas color marrón y el blanco espacio entre ellas, se fijó en la vieja chimenea que sin duda había calentado muchas noches de frío invierno a sus anteriores habitantes.
Entonces recordó que el rico pan se lo había vendido Rosa la panadera, con la que intercambió unas amables palabras, extrañada ella por su presencia en el pueblo.
—¿Y qué le trae por aquí? —le preguntó la panadera.
—Pues la vida, pretendo instalarme una temporada aquí, tienen un pueblo muy bonito —afirmó Tobías.
—Supongo que sí, pero para una que lleva toda su vida en este pueblo, a veces llega a ser claustrofóbico no salir más que para ir a la capital a hacer algunas gestiones.
—Bueno, uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde —afirmó Tobías tras escuchar el lamento de la panadera.
—Si, supongo que eso es cierto —si emigrase como mis padres me acordaría todas las noches al acostarme de estas calles y los paisajes que hay en los alrededores.
Sin duda Rosa era una buena mujer, Tobías se fijó en que llevaba anillo, su marido sería quien durante la noche hacía el pan y ella la que por las mañanas lo vendía mientras éste recuperaba horas de sueño perdidas.
Más tarde durante su paseo por los caminos del pueblo, se encontró con un corrillo de mujeres que salían a caminar, por aquello de que es saludable moverse, todas murmuraron sin excepción al ver a aquel pintoresco caminante, mochila al hombro y sin que ninguna acertase a adivinar su procedencia.
Amablemente las saludó y estas le correspondieron entre murmullos y se alejaron volviéndose para seguir cuchicheando. Tobías sonrió para sus adentros, cuán curiosa es la gente ante un extraño, necesitamos identificarlo, averiguar sobre él, tal vez sea el miedo a lo desconocido, tal vez un mecanismo ancestral de defensa de la tribu en la que todos ante un extraño colaboraban para saber de sus intenciones.
Por último, vio a una pareja, esta se escondió furtiva entre los árboles, un chico y una chica, que no querían ser descubiertos así que Tobías respetó su deseo y no fue a su encuentro.
Un largo día, tal vez no demasiado excitante pero tampoco demasiado tranquilo, ahora necesitaba descansar, pues en pocas horas el sol saludaría de nuevo a la Luna allá por el punto opuesto del horizonte cuando eclipsara a la otra poco después de su aparición, como amantes condenados a verse de lejos y nunca de cerca estar.
Tobías extendió su saco de dormir sobre la esterilla donde antes estuviera sentado cenando en el suelo y se metió en él, entregándose al descanso, dejándose llevar por los susurros de las hadas que transporta el viento, mecido por el crujir de miles de hojas en el exterior.
2
Un nuevo comienzo
Al día siguiente llegaron los de la mudanza, con su camión descargaron los pocos enseres que Tobías poseía y con ellos puso un poco de mobiliario y un toque de humanidad en aquellas vacías estancias, aunque a Tobías le gustaba la sobriedad de la casa vacía, pero ver en ella algo como una mesa y unas sillas o su vieja cama, le reconfortaron y le hicieron sentirse finalmente en su hogar.
Tras sacar algunas cosas de las cajas, Tobías salió a dar un paseo de nuevo por los alrededores y portando un viejo libro de flora de la región se dedicó a buscar hierbas en las que tenía interés: tomillo, romero, cáñamo y otras más raras que ya conocía de haber leído el libro pero que no había probado aún.
De vuelta al pueblo fue a comprar el pan de cada día y allí de nuevo Rosario le recibió con su amable sonrisa. Al ver su zurrón se interesó por lo que allí llevaba y Tobías tuvo a bien mostrarle algunas de las hierbas de las que había cortado algunos manojos.
—Son para hacer aceites esenciales —le aclaró a la sorprendida Rosario.
—¡Ah, qué interesante! —dijo la sorprendida panadera.
—Los aceites esenciales se ponen en la piel y alivian todo tipo de males en el cuerpo, cuando tenga algunos probados puedo regalarle alguno, pero antes debe decirme qué males le aquejan.
—¡Uf, pues principalmente las piernas, paso tantas horas de pie que sufro de la circulación por las pantorrillas! —se quejó la amable panadera mostrándole sus piernas bajo el blanco delantal.
—¡Perfecto Rosario, pues prepararé un aceite esencial para ti!
¿En serio lo haría? Muy agradecida Tobías, si me alivia mis molestias nunca más pagará por mi pan.
—Me parece un trato justo Rosario, me esforzaré por aliviar tus males.
Rosario se quedó tras el mostrador, como si ya le hubiese hecho ese preciado remedio, tan agradecida como si lo hubiese recibido de antemano, y Tobías estuvo contento de ayudar a su primera clienta potencial, aunque aún no supiese cómo iba a hacer tal cosa.
Tras el frugal almuerzo fue a la casa que alquiló en el centro y allí planteó la reforma que quería, para el amplio salón al que se accedía desde la puerta, decidió ampliar la ventana y poner una cristalera grande, allí pondría un escaparate donde mostraría sus aceites esenciales en bonitas botellas de vidrio sobre sábanas blancas, lo quería todo blanco allí dentro y quería que la luz inundara la estancia a voluntad para lo que planteó unas cortinas de lamas venecianas para poder darles la inclinación apropiada y así también proteger de miradas indiscretas a los clientes que esperasen a ser atendidos.
En los días siguientes habló con Modesto, quien todo lo podía y este le consiguió un par de buenos albañiles que abrieron la pared y colocaron el cristal encargado expresamente a medida de vidrio aislante. Nada más colocarlo puso papel en el mismo para que la gente no viese lo que ocurría allí dentro y así darle un aire de misterio a lo que preparaba y a fe que tuvo el efecto deseado. Pronto no se hablaba de otra cosa en el pueblo que el amable Tobías entrando en su negocio y cerrando la puerta tras él con su amable sonrisa a los viandantes que se asomaban desde la plaza tratando de fisgar algo de lo que allí se cocía.
Por dentro luego cambió el suelo, como no por blancas baldosas y encargó algunos muebles del mismo color, puso un par de altavoces y una cálida música inundó la estancia. Dos cuartos anexos fueron acondicionados con lo necesario para el oficio que pretendía desempeñar, uno con una mesa y dos sillas para clientes tras la que él se sentaría en un sillón y otro con una camilla y un mueble donde guardar toallas y enseres que necesitaría para sus tratamientos.
Finalmente llegó el día de la inauguración. Tobías había preparado unas tarjetas de invitación, en las que describía su nuevo negocio: Reflexología. Y bajo el nombre de este el suyo propio con un lema para finalizar: “Si tus males tienen remedio tratare de solucionarlos, si no lo logro no tendrás que pagarme, por lo que no tendrás nada que perder”.
Y el bueno de Tobías se puso en la puerta ante las miradas atónitas de los viandantes y amablemente fue entregando invitaciones a una consulta a quien se acercó a preguntar, cuarenta invitaciones, justo la semilla que esperaba que floreciera en su nuevo porvenir.
3
Miedo ante “el extranjero”
Pero la gente es desconfiada por naturaleza y pocas mujeres fueron quienes se acercaron a su inédito local en aquel apartado lugar. Pero menos fueron las que se atrevieron a tomar una de sus tarjetas y menos las que cumplieron con la invitación.
Al día siguiente se fue a la tienda de Rosario, para comprarle su pan de cada día. Por supuesto dejó una tarjeta para su única amiga en el pueblo hasta la fecha, esta la aceptó con más entusiasmo que determinación a usarla y la guardó en el bolsillo de su delantal.
—¡Por supuesto que iré! —exclamó agradecida—. Siempre tengo las piernas hinchadas y doloridas, pues son muchas las hora de pie en este horno.
—Te comprendo Rosario, mira aquí te traigo lo prometido, tu aceite esencial, lleva varias hierbas maceradas, debes ponértelo por la noche antes de ir a acostarte, aplicándote un masaje con él para activar la circulación. Y también puedes repetirlo al lavarte por la mañana. Aunque si lo deseas para potenciar su efecto puedo ayudarte en mi consulta estimulándote los puntos energéticos a través de los pies, se llama reflexología y junto al aceite harán que mejores más rápidamente.
—¡Estupendo Tobías pues te avisaré! Déjame que busque hueco —agregó de nuevo la amable panadera.
Pasó todo el día en la puerta de su consulta, dentro también entró y a ratos salía fuera y entregaba tarjetas a quien pasaba por delante. Estos las miraban curiosos, las guardaban, pero ninguno daba síntomas de querer usarlas.
Finalmente, al caer la tarde Tobías, lleno de esperanza cerró. Los siguientes días Tobías dejó de tener visitas, salvo los curiosos que se asomaban al escaparate, la mayoría ellas para ver lo que mostraba en él, y tras este el paciente Tobías esperaba sentada en un cojín meditando, vaciando su mente cuando sus pensamientos internos conseguía acallar y escuchándose por dentro cuando no los podía contener.
Por las mañanas iba al campo y buscaba sus hierbas, por las tardes esperaba paciente en su negocio y por las noches estudiaba en casa y leía cuantos libros podía.
Cierta tarde estaba Tobías tomando el cálido sol en su puerta cuando por ella pasaron tres mujeres mayores, una altiva con la barbilla casi paralela al suelo, de gran porte y serenidad. Otra con miraba al suelo e iba cogida de su brazo evitando las miradas especialmente la de Tobías cuando se fijó en ella y la última separada un poco con aspecto indiferente, algo ruda en cuanto a su forma de caminar y curiosa por lo que en el escaparate aparecía.
—Buenas tardes señoras —saludó Tobías complacido—. Les apetecería consultar alguno de sus males conmigo, si puedo les ofrecer un remedio y sólo tienen que pagarme si ven que el remedio surte efecto —explicó el amable Tobías.
—Buenas tardes tenga usted, ¿y en qué basa sus remedios si puede saberse? —preguntó algo insolente la más altiva de las tres.
—Pues ante todo en mi buena fe y en lo que creo haber aprendido sobre medicinas naturales para poner en práctica, nada peligroso, no le pediré que beba ninguna pócima ni brebaje de dudosa preparación, sólo aceites esenciales que ningún daño harán a su piel, todo lo más ponerla tersa e hidratada.
—Tal vez la señora quiera consultar sus problemas de lumbalgia con él —sugirió la que estaba separada de las otras dos.
Por la forma de dirigirse a ella, sin duda parecía servirla y por la forma en que la altiva mujer la miró, sin duda su sirvienta era.
—Bueno tal vez lo haga, ¿pero qué referencias tengo de este buen señor? Salvo sus palabras adornadas con ánimo de que pruebe sus servicios.
—Lamentablemente ninguna —respondió Tobías—. Tan sólo su intuición que a buen seguro creo que no es poca cosa, si se deja guiar por ella seguramente acertará en su decisión. Piénselo tranquilamente y tenga esta tarjeta si quiere puede pasarse y concertar una cita cuando mejor le convenga.
—¿Cita? Estoy segura de que no tendré problemas para cogerla —le soltó con la poca delicadeza de quien acostumbra a decir lo que quiere y cuando quiere.
—Con más razón, imagino que igual quiere guardar discreción en su visita —replicó Tobías perspicaz sabiendo que la primera clienta es la más suspicaz.
Y las tres siguieron su camino y cuando se alejaban, aquella joven, cogida del brazo de la que parecía su madre le miró y en su mirada Tobías encontró tristeza y ya no pudo dormir aquella noche intentando descifrar lo que a lo mejor aquellos ojos quisieron contarle. Sólo podía cerrar los suyos y verlos de nuevo en su retina, tal vez la que necesitara ayuda fuese ella y no la altiva madre.
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Cierto es que hasta aquí no has visto sexo, ¿verdad? Pues yo te garantizo que en mi nueva novela hay mucho sexo! Y del bueno! Sólo has de tener un poco de paciencia y ver próximos capítulos. De momento se plantea un pequeño misterio, quién es Tobías y por qué se ha mudado a este pueblo... ya te adelanto que causará una pequeña revolución entre las mujeres de este "Pueblo Sin Nombre".
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