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Las hermanas del pueblo. Capítulo 10

Las hermanas del pueblo. Capítulo 10

Esta es la historia de Naiara, Rocío y Valeria, tres hermanas que viven en un pueblo en el cual sus vidas van cambiando a medida que diferentes personas se involucran con ellas, ayudándolas a descubrir nuevos límites y llevándolas por diferentes caminos de placer. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

CAPITULO 1

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Capítulo 10: A los ojos (Naiara)
   El pueblo seguía sin ser mi zona de confort a pesar de todo. Mi último encuentro con Andrés y su esposa Karina en el bar de Fernando me había dejado asqueada por completo. La impunidad con la que me había tacado frente a todos los demás y con la posibilidad de ser visto por ella, me hizo darme cuenta que en ese lugar las cosas funcionaban muy distinto a lo que lo hacían en la ciudad. Era cierto, seguía habiendo muchísimos hombres machistas en todos lados, pero en el pueblo era como si todos hicieran de cuenta que nada pasaba y que todo estaba bien. No me sentía cómoda, no coincidía en nada con la mayoría de la gente y no estaba con ganas de tolerarlo mucho tiempo más. Pero las cosas se iban a poner peor.
   Fernando, sin intenciones de alardear y solo por compartir algo de su intimidad, les contó a Luciano y a Tobías que habíamos estado juntos en un par de ocasiones. A partir de ahí el teléfono descompuesto siguió aumentando. Luciano lo habló con otro de sus amigos, este otro le dije algo a su primo, este primo lo mencionó en una reunión y así se enteró Andrés. Este tomó la noticia como si yo fuera su esposa y acabara de engañarlo y rápidamente me mandó un mensaje preguntándome si era cierto lo que había escuchado. Sin poder creerlo, le respondí de muy mala manera y dejándole bien en claro que yo estaba soltera y que yo podía hacer lo que quería. Mi ex novio tardó en contestarme, pero cuando lo hizo demostró que era un posesivo y celoso tremendo, diciéndome que yo le había dado señales confusas, que lo había calentado y que después lo había dejado con las ganas y otra sarta de estupideces que no pude creer. La discusión no quedó ahí ya que yo le seguí contestando para aclararle nuevamente que yo hacía lo que quería y que no era mi culpa si él no podía satisfacerse con su esposa.
   La bronca me duró tanto, que todavía seguía enojada el lunes a la mañana cuando estábamos con Cristian en el hospital y este me hablaba de una cita que había tenido con Alina. “¡Bueno basta! ¡Ya entendí que te gusta!” le respondí cuando él me dijo que se había quedado pensando en ella toda la noche y que no veía la hora de verla de nuevo. Cristian se sorprendió frente a mi exabrupto aunque yo rápidamente le pedí disculpas y me excusé en que había dormido mal toda la noche y que me dolía la cabeza. Lo cierto era que cada día que pasaba sentía que él era el único en el pueblo que me caía bien y con quien coincidía. Su forma de pensar, su manera de actuar en el trabajo y como me respetaba y me demostraba cariño hacían que me sintiera cada vez más atraída hacia él. Era por eso que saber del avance de su relación con la futura enfermera me ponía como loca. Pero como dije antes, los problemas recién estaban empezando.
   Tan solo media hora después de esa respuesta agresiva de mi parte, Karina entró al hospital y en medio del pasillo empezó a acusarme de trola, de puta y de que le quería robar a su marido. A los gritos, descontrolada y amenazando de pegarme, comenzó a perseguirme por el hospital mientras yo caminaba de espaldas tratando de alejarme de ella. No entendía que pasaba, pero sin lugar a dudas ella estaba obstinada a que todos en ese lugar se enteraran de que yo quería cogerme a su marido. “¡Es mío! ¡Yo me casé con él! ¡No quiero que le hables más! ¡No quiero que lo mires más! ¡Dejate de joder porque te voy a matar! ¡Puta de mierda!” me gritaba y sus palabras resonaban por todos lados.
   De golpe, Cristian y otro de los médicos aparecieron y lograron calmarla un poco y fue entonces cuando le pregunté a qué se refería. “¡No te hagas la que no sabés! ¡Vi los manejases que le mandaste!” me dijo a los gritos y levantó su celular para enseñarme. Se trataba de una captura de pantalla estratégicamente recortada de la conversación que habíamos tenido con Andrés en la que solo se podían ver los mensajes que yo le había escrito. “Yo hago lo que yo quiero. Si quiero cogerme a Fernando, me lo cojo. Si quiere coger con vos, cojo con vos. Sé que te morís de ganas de estar conmigo y que seguramente tu mujer no te la chupa como te la chupaba yo. Nunca nadie te va a coger como yo.” Decían mis mensajes que claramente estaban sacados de contexto al no tener las partes escritas por él.
   - ¿No le preguntaste que me escribía él?- Le pregunté a Karina luego de que me sacara el celular de las manos de forma violenta.
   - No necesito preguntarle nada.- Me respondió ella ofendida.- Desde que volviste al pueblo te estas cogiendo a todo el mundo y todos lo saben. ¡Con mi marido no, pedazo de puta! ¡Te voy a matar si le volvés a hablar!
   Antes de que pudiéramos hacer algo, Cristian y el otro médico sacaron a Karina del hospital y hablaron con el policía que estaba en la puerta que para colmo era amigo de Andrés. Enseguida me metí en mi consultorio y me puse a llorar desconsoladamente sin poder creer lo que acababa de pasar. Era cierto, le había escrito eso a Andrés, pero lo había hecho en respuesta a sus palabras, las cuales eran igual de incriminatorias que las mías. No aguantaba las ganas de irme de ahí. No quería estar en ese lugar. Me levanté pensando en irme del pueblo para nunca más volver y de golpe se abrió la puerta y entró Cristian que rápidamente vino a consolarme.
   Me abrazó y luego me preguntó si estaba bien. En pocos segundos le resumí lo que había pasado desde que yo había vuelto al pueblo y le conté como Andrés me buscaba una y otra vez. Él me escuchó atentamente y siguió consolándome, diciéndome que Andrés era un pelotudo y que yo no tenía la culpa de nada de lo que había pasado. Me di cuenta de la cara que puso cuando le conté que estaba acostándome con Fernando, pero enseguida vino a abrazarme y noté el calor de su cuerpo transportarse al mío y una calma fugaz se apoderó de mí. “No te preocupes” me dijo con voz suave y sentí el deseo de no querer soltarlo nunca, de quedarme así para siempre.
   Rápidamente la puerta de mi consultorio se abrió y él me soltó al ver que era Alina la que estaba del otro lado. Sin saludarme, miró a Cristian a los ojos y le dijo que tenía que hablar con él. Mi amigo salió del consultorio no sin antes mirarme a los ojos y decirme que él iba a estar ahí para lo que yo necesitara. Me senté en el escritorio nuevamente y antes de poder pensar algo, vi que Fernando me había mandado un mensaje pidiéndome disculpas por todo el lío que había generado. Me aclaró que no lo había hecho de mala fe y le dije que no tenía por qué disculparse, ya que nosotros no habíamos hecho nada malo. Siguió escribiéndome, pero yo no veía sus mensajes.
   En cuestión de segundos mi madre también me escribió para preguntarme que había pasado en el hospital, pero yo no tenía ganas de contarle. Esa noche la conversación fue inevitable y a pesar de que mi padre prefirió no hablar del tema y de que Vale se puso de mi lado, mi mamá no pudo evitar hacerme sentir culpable diciéndome que no tenía que meterme en una pareja. “Se dicen muchas cosas de vos” me dijo y todo estalló en gritos, llantos y peleas que terminaron haciendo que me encerrara en mi pieza y que mi madre gritara que era la decepción de la familia. Al parecer fue Rochi quien terminó calmándola un poco diciéndole que yo ya era lo suficientemente grande para saber lo que hacía. Eso también me sorprendió, ya que mi hermana nunca solía defenderme de esa manera.
   La semana no fue mucho más tranquila. En el hospital la gente me miraba raro, todos creían la versión de Karina y al parecer a todos les había llegado el chat editado en el que solo se veían mis palabras. Estuve a punto de poner a circular el chat original, en donde Andrés me confesaba que su esposa no estaba tan buena como yo y que no lo complacía como yo lo había hecho en su momento, pero decidí no hacerlo. Era evidente que no importaba lo que yo hiciera, en ese lugar yo era la extranjera que había ido a romper las relaciones y a generar caos y destrucción. Además de mis hermanas y algunos de mis amigos, el único que estaba de mi lado era Cristian, pero lo hacía cuando estábamos solos. En el momento que Alina o algún otro personal del hospital apareciera, se alejaba de mí y hacía como si no me conociera. Eso me destrozaba.

   El fin de semana decidí huir de ese lugar. Le escribí un mensaje a Lucas, mi ex amante y le dije que iba a la ciudad a pasar el fin de semana y que quería verlo. Mi idea era quedarme con él en su casa y estar encerrados todo el día completamente desnudos y pasándola bien, pero Lucas me contestó diciéndome que ese fin de semana tenía que estudiar para una especialización que estaba haciendo. “Es un fin de semana. Puedo ayudarte a estudiar si querés” le respondí, pero nuevamente me dijo que no podía. Lo hizo de manera tan cortante y agresiva que decidí irme hasta la su edificio ni bien llegué a la ciudad para sorprenderlo tocándole el timbre. Pero las desgracias me seguían a todos lados.
   Cuando estaba a punto de llegar, ya en la esquina de su edificio, lo vi caminando de la mano con una chica y pude apreciar como los dos entraban al edificio. “No tenías por qué mentirme. Si estas saliendo con alguien más me lo decís y listo” le escribí y automáticamente lo bloqué para no tener que leer una respuesta estúpida e innecesaria. No sabía a dónde ir, me sentía completamente sola. Terminé alojándome en un hotel cerca de la zona de los bares y llorando como una estúpida en la habitación mientras la televisión se oía de fondo. Estaba arruinando todo y no podía controlarlo. No podía volver a ese pueblo, no podía verle nuevamente la cara Karina y no estaba dispuesta a escuchar una vez más de Cristian y Alina.
   Pero como si se tratara de una conexión mental, en ese mismo instante mi compañero de trabajo me mandó un audio de unos pocos segundos en los que podía escuchar su voz. “Hola Nai, espero que andes bien. Sé que tuviste una semana jodida, pero quiero decirte que para mí seguís siendo muy importante y que podes contar conmigo para lo que sea. Mis momentos favoritos del día son cuando estamos en el hospital, porque siempre la pasamos bien y nos divertimos. Te quiero un montón y relájate el fin de semana que el lunes arrancamos con una operación bien temprano”. Escuchar su voz hizo que me pusiera a llorar más fuerte, pero que una sonrisa se dibujara en mi rostro de una forma que no pude quitármela por las siguientes horas.
   Sin pensarlo, me vestí, me arreglé un poco y fui al bar que estaba en la esquina del hotel. Me senté en la barra y pedí un trago mientras pensaba en cómo había arruinado mi vida al volverme al pueblo ¿Por qué Cristian no podía ser mío? Lo deseaba, lo quería. Veía su rostro en todos lados. Parpadeé por unos segundos después de pensar que él estaba sentado a tan solo unos metros de donde yo estaba, pero cuando abrí los ojos lo volví a ver. ¡Era él! ¡Estaba ahí! Sentado en el bar y mirándome con una sonrisa algo extraña en el rostro. Le devolví la sonrisa y empezó a caminar hacia mí y fue en ese momento que me di cuenta que no se trataba de Cristian, sino de alguien que curiosamente se parecía mucho a él.
   - ¿Qué estas tomando? ¡Te invito otro!- Dijo el chico señalando mi vaso casi vacío.
   Como yo no le respondí, se sentó al lado mío y empezó a hablar. Me dijo que se llamaba Sebastián y que tenía 27 años, que era abogado y que estaba tomando algo con unos amigos en ese momento, pero que estaban todos en pareja y por eso se vino a sentar conmigo. Yo apenas pude decirle mi nombre y que hacía de mi vida, ya que Sebastián no solo no paraba de hablar. Sin embargo lo que me tenía congelada era el hecho que se parecía mucho a Cristian y no podía dejar de sentir que estaba con él. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando, pero esperé lo más que pude para besarlo repentinamente y con todas mis ganas. Él me devolvió el beso y antes de que los dos pudiéramos terminar nuestro segundo trago, le propuse que nos fuéramos de ahí.
   Entramos a la habitación del hotel envueltos en besos y yo fui directo al baño pues me estaba haciendo pis. Cuando salí luego de mirarme al espejo unos segundos, me encontré con que Sebastián se había sacado toda la ropa y me esperaba acostado en la cama con las sábanas tapando sus partes íntimas. Su rostro se parecía mucho al de Cristian, pero su cuerpo era mucho mejor, ya que se notaba que tenía los músculos perfectamente marcados. Sin dudarlo, me desvestí lo más rápido que pude y me abalancé sobre él para volver a besarlo con todas mis ganas.
   Era una sensación muy extraña, porque sabía que en realidad no lo estaba haciendo con mi compañero de guardias, pero cada vez que había los ojos lo veía a él. Sebastián fue mucho más rápido que yo y empezó a manosearme y a besarme a lo bestia, calentándome con todo su cuerpo y haciéndome sentir su pija bien dura entre mis piernas. Mis manos también se empezaron a descontrolar y fueron recorriendo su hermoso cuerpo, sintiendo esas abdominales marcadas y esos bíceps que resaltaban. No quería cerrar los ojos en ningún momento, quería verlo todo el tiempo y sentir que de verdad estaba con Cristian.
   Me colocó boca arriba en la cama y fue velozmente hasta mi cintura para empezar a comerme la conchita a lo loco. El ritmo estaba tan acelerado que en cuestión de segundos ya estaba toda mojada y tenía dos dedos adentro mientras gritaba como loca y me aferraba con fuerzas a las sábanas. Era increíble como Sebastián me estaba calentando haciendo algo tan simple. Es que en realidad lo que me calentaba era el hecho de ver entre mis muslos el rostro de mi amigo, el de Cristian. Me mordía los labios para no decir su nombre, pero me moría de ganas de gritarlo a los cuatro vientos cuando sus dedos me penetraban bien a fondo.
   Sebastián se puso un preservativo aceleradamente mientras yo le manoseaba el pecho y se colocó encima de mí para metérmela de una. Empezamos a coger a lo bestia, bien sarpado y moviendo nuestros cuerpo a toda velocidad. Su pija entraba y salía de mi conchita totalmente mojada mientras que yo gemía frente a su rostro y lo miraba con los ojos brillosos. Era increíble el parecido con Cristian y a pesar de que sabía que no era él, no podía evitar sentirme muy excitada por ello. Él también me miraba fijo a los ojos y notaba en su rostro una expresión de deseo que se reflejaba en la forma apasionante en la que me cogía.
   No tardamos en cambiar de posición, pues él quería colocarse de costado y ponerse detrás de mí. Yo lo hice, obedecí a sus órdenes y me coloqué mirando hacia la pared de la habitación mientras mi amante se acomodaba atrás mío y me penetraba mientras sujetaba mi pierna con una mano. Pero esa posición no me gustaba. No podía verle la cara a Sebastián y eso no me entusiasmaba, pues parte del morbo de estar haciendo eso era ver los rasgos de Cristian en la cara del hombre con quien estaba cogiendo. Necesitaba verlo a la cara. ¡Necesitaba sentir que estaba cumpliendo mi mayor deseo!
   Fue en ese momento cuando le pedí que se acostara boca arriba en la cama así yo podía sentarme sobre él. Ni bien me acomodé encima de su cintura y volví a sentir su pija adentro mío, hice contacto visual inmediatamente. Enseguida noté como un fuego abrazador se apoderaba de mí y me convertía en una yegua despiadada que se movía frenéticamente hacia adelante y hacia atrás. Sebastián, con la boca entreabierta, no podía creer como me había transformado de golpe en una bestia salvaje que gritaba y gemía descontroladamente, pero sin dejar de mirarlo a los ojos.
   - ¡Decí mi nombre! ¡Decilo!- Le ordené entre gemidos y goces de placer.
   Él no terminó de entender lo que le pedía y me miró con una expresión que denotaba confusión. Yo, por mi parte, no podía dejar de moverme encima de su cuerpo como una loba, sintiendo su pija clavarse bien a fondo de mi cuerpo con cada golpe que daba. Mis manos se apoyaban fuertemente en su pecho y él recorría mi cintura con las suyas. Al ver que el único ruido que invadía la habitación eran mis gemidos, volví a pedirle que dijera mi nombre. No sé por qué, pero sentía la necesidad de escuchar mi nombre saliendo de sus labios. Quería que lo dijera bien fuerte y claro.
   - ¡Si Naiara! ¡Cogeme bien duro!- Dijo él y yo insistí una vez más.
   - ¡De nuevo! ¡Ahhh! ¡Más fuerte!- Le pedí sin controlar mis gemidos y mirándolo bien fijo a la boca.
   - ¡Dale Naiara! ¡Cogeme! ¡Haceme tuyo Naiara!- Dijo él y dio en el punto exacto.
   Mi cuerpo se descontroló por completo y mi cintura empezó a moverse violentamente hacia adelante y hacia atrás sin poder contenerse. Mis uñas se clavaron en el pecho de Sebastián que seguía diciendo mi nombre estimulándome más y más. “¡Así Naiara! ¡Cogeme Naiara! ¡No pares!” me decía y su voz sonaba por encima de mis gemidos que eran cada vez más fuertes. Mis piernas comenzaron a temblar, mi cuerpo se aceleró, mi corazón palpitaba a máxima velocidad y mi concha se humedecía aún más. Me incliné hacia adelante y sin aguantarme las ganas de besarlo, acabé en un orgasmo increíble mientras por mi cabeza pasaba el nombre de Cristian.
   Sebastián terminó la noche colocándose detrás de mí y cogiéndome en cuatro para acabar casi al instante. Se ve que a él también lo había excitado muchísimo el hecho de decir mi nombre y comprobar que eso me convertía en una sacada total. Cuando terminó, fue al baño, se cambió y salió de la habitación luego de pedirme el teléfono en dos oportunidades y que yo me negara a dárselo. No quería volver a verlo, no quería volver a saber de él. Acababa de darme una noche mágica y muy placentera, pero su aspecto me hacía acordar muchísimo a alguien que amaba profundamente y no podía con ello. Me acosté en la cama mirando al techo y pensando en mi compañero de guardias me puse a llorar desconsoladamente.


SIGUIENTE


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2 comentarios - Las hermanas del pueblo. Capítulo 10

Hernann27 +1
cómo no hay más comentarios?? muy buen capitulo!!! como siempre un placer leerte...espero que nos encontremos y charlemos pronto. Besoo!
HistoriasDe
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