Hacía tan solo un par de días que había estado con "ya saben quién", y todavía estaba como en una nube de éxtasis. No podía creer que ÉSE HOMBRE, me haya buscado a MÍ para cumplir un deseo. Digo, ahora que está separado puede elegir a la que quiera, mucho más joven, más linda, más cogedora.
Después de estar casado con una mujer que es una bomba, y pese a todo los elogios que me han hecho tras el relato, los cuáles agradezco, soy conciente de que no estoy en la misma liga. No puedo ni competir con esa mujer.
Pero en la cama, en dónde realmente cuenta, debajo o arriba de su cuerpo, creo haber estado a la altura. Así me lo hacía sentir él. Un tipo no se echa tres al hilo si no le gustás en serio.
Pensaba en todo esto, en cuándo nos volveríamos a ver, en si nos volveríamos a ver, cuándo pegué un frenazo repentino, por suerte no venía nadie atrás que sino me llevaban puesta.
Estaba yendo a lo de mi contador a dejarle algunas facturas y recibos para deducir impuestos. Iba por Balbín, pero distraída como estaba, tenía que ir hacia Congreso y estaba yendo hacia el otro lado. Pero no fue por eso que frené de repente, sino por lo que ví. Estacionada en una de las calles laterales, estaba la camioneta de Damián, una inconfundible pick-up modelo 80, con la caja llena de tachos y elementos de pintura.
Me había pasado, así que tuve que ir hasta la siguiente cuadra y dar toda la vuelta, hasta estacionarme delante de ella.
Si antes, de solo pensar en mi Crush, me latía fuerte el corazón, ahora parecía que se me saldría del pecho.
Me quedo un momento ahí sentada, tras el volante, tratando de tranquilizarme, mientras que con la mirada busco el lugar en dónde debía de estar trabajando.
La casa está justo enfrente, un típico caserón de Belgrano, con andamios y todo aquello que anuncia que la propiedad está en obras.
Aunque todavía no lo veo, de solo pensar en él, comienzo a excitarme.
Tengo cientos de compromisos ése día, pero la tentación es muy fuerte.
La presencia de Damián, allí, aún lejos de mi vista, es como un imán que me atrae y no me suelta.
Agarro mi bolso y me bajo del auto. Cruzo la calle y decidida le pregunto a uno de los trabajadores por el pintor.
-Vi su nombre en la camioneta y quisiera hacerle una consulta- le explico.
Creyendo que se trata de una consulta de trabajo, me indica que se encuentra adentro, en la sala principal.
Entro y allí lo veo, de espalda, supervisando a uno de sus ayudantes que le está dando los últimos retoques a las molduras.
-Damián...- lo llamo.
Se da vuelta y se queda mirándome, como no pudiendo creer que esté justo ahí, delante suyo.
-Mariela...- escucharlo decir mi nombre me endulza los oídos.
Se acerca y me besa en la mejilla, pero aunque se trata de un beso amistoso, cauto, siento que me derrito.
Con Damián se trata de una cuestión de piel, quiénes sean asiduos lectores de mis relatos ya lo deben conocer, no se parece en absoluto al galán del relato anterior, más bien todo lo contrario, pero me puede. Estoy a su lado y me mojo como una adolescente. Quizás hayamos sido amantes en alguna otra vida, no lo sé, pero nuestros cuerpos se sienten, se huelen, se reconocen...
-Muchachos, ya pueden ir a almorzar, yo tengo que tratar algunos asuntos con la Señora...- les anuncia a sus trabajadores.
Recién cuándo se van, y ya no hay moros en la costa, me besa en la boca. Un beso profundo, de lengua, un beso que me estremece hasta la médula.
Lo abrazo y me refriego contra su cuerpo, sintiendo su erección, férrea, pronunciada, agresiva. En ese momento me doy cuenta de cuánto había extrañado esa sensación, su sexo apoyándose contra el mío.
Supongo que por su parte, él podrá sentir como me late el corazón, emocionado, agitado, y hasta oler mi excitación. La excitación que él mismo me produce.
Cómo poniéndonos de acuerdo, cuándo me levanta, le rodeo el cuerpo con las piernas, y así alzada, como si no pesara nada, me lleva hasta la ventana que da a un jardín aún en remodelación.
Le paso los brazos por el cuello, acariciándole la espalda, embotándome los sentidos con el olor a sudor y hombría.
Me pone de espalda contra la pared y me acaricia las tetas, volviéndome a besar con esa urgencia que solo provoca el tiempo y la distancia.
Me abro la camisa y bajándome el corpiño, se las ofrezco para que se empache a gusto.
Había visto unas fotos suyas en Facebook con su última pareja, y me había dado cuenta de que ni tetas tiene. Quizás por eso me las chupa y muerde con tanto entusiasmo.
Estoy con falda, así que solo tengo que sacarme la bombacha para que pueda meterme los dedos y navegar por mi interior.
Se los chupa antes de invadirme, provocándome un espasmo que me hace soltar unos chorritos de flujo.
Enseguida, al sentir lo mojada que estoy, se desabrocha el pantalón, se baja el cierre, y lubricando su erección con mi humedad, me la manda a guardar sin dejar nada afuera.
Podría estar ciega, sorda, muda, insensible a todo, pero la verga de Damián la reconocería entre miles.
La forma en como me calza, como encaja justo en mi interior, abarcando hasta el mínimo resquicio.
Manteniéndome contra la pared, se empieza a mover, fluyendo con esa intensidad suya tan entrañable, tan reconocible.
Se apodera de mi cuerpo, y hasta de mi alma con cada empujón, con cada arremetida.
Me muevo con él, una pierna en torno a su cintura, la otra afirmada en el suelo, avanzando, retrocediendo, golpeando la pared, mezclándonos en nuestros propios placeres, agitados, jadeantes, totalmente entregados a ese disfrute que nos eleva y reconforta.
Entre sus brazos me deshago en un orgasmo monumental, emotivo, impactante. Siento la fuerza vital del placer estallando en mí, la energía primigenia del universo condensada en esos pocos segundos, apenas un pestañeo que me enciende y vivifica.
En pleno goce me levanta y, sin sacármela de adentro, me traslada hacia la mesa de trabajo. Me sienta en el borde y me sigue cogiendo con esa cadencia que parece tener nombre propio..., el suyo.
Me recuesto de espalda, tirando en el suelo pinceles, herramientas y lijas, abriéndome toda para él, para ese hombre que siempre ha sabido liberar mi parte más promiscua.
Lo conocí en un Gangbang, pero aunque aparte de él había dos tipos más, él fue quién me cautivó en todo momento.
Me agarra de los muslos y me aniquila a pijazos, llevándome hacia otro orgasmo, mucho más intenso y húmedo que el anterior.
Acaba conmigo, disolviéndose en mi interior, resoplando como si hubiera corrido una maratón. Al parecer había perdido la sana costumbre de coger con tanta intensidad.
Se derrumba encima mío, hunde la cara entre mis pechos y aspira profundamente, llevándose mi aroma consigo.
-¡La misma Mariela de siempre!- exclama, mirándome a los ojos.
Quiero decirle algo, lo mucho que lo extrañé, lo que significa para mí, pero solo suspiros y jadeos salen de mi boca.
Volvemos a besarnos con esa pasión que nos arrolla sin control, sin piedad.
Me saca la pija de la concha, y se la guarda rápidamente, como si recién se diera cuenta de en dónde estamos, y que cualquiera de sus trabajadores podría llegar a entrar en cualquier momento.
Me bajo de un salto de la mesa a buscar la bombacha que quedó hecha un bollo junto a la pared. Me la pongo junto con una toallita íntima que saco de mi bolso, para que la leche no me salpique por entre las piernas. Luego me arreglo lo mejor que puedo. Igual, por más que tratemos de disimular, quién nos vea en ése momento, se daría cuenta fácilmente de que estuvimos garchando.
-Pasó tanto tiempo y sin embargo es como si te hubiera visto ayer- le digo, acariciándole la mejilla.
-¿Cómo sabías que estaba trabajando acá?- me pregunta, acariciando a su vez la mano que lo acaricia a él.
-No lo sabía, pasé de casualidad y ví tu camioneta, imposible de confundirla-
Me acompaña hasta la puerta, un brazo envolviendo mi cintura.
-¿Cuándo volvemos a vernos?- le pregunto, ansiosa porque aquel no haya sido tan sólo un polvo esporádico.
Ya me había olvidado de mi galán y de cualquier otro amante, lo único que quería era disfrutar con él en una cama, con el tiempo suficiente para amarnos en plenitud, con la intensidad que nuestra amistad se merece.
Quedamos en hablar, sin llegar a concertar ningún futuro encuentro. Sin embargo me fuí de aquel caserón pensando que a mi oficina ya le estaba haciendo falta una buena mano de pintura...
Después de estar casado con una mujer que es una bomba, y pese a todo los elogios que me han hecho tras el relato, los cuáles agradezco, soy conciente de que no estoy en la misma liga. No puedo ni competir con esa mujer.
Pero en la cama, en dónde realmente cuenta, debajo o arriba de su cuerpo, creo haber estado a la altura. Así me lo hacía sentir él. Un tipo no se echa tres al hilo si no le gustás en serio.
Pensaba en todo esto, en cuándo nos volveríamos a ver, en si nos volveríamos a ver, cuándo pegué un frenazo repentino, por suerte no venía nadie atrás que sino me llevaban puesta.
Estaba yendo a lo de mi contador a dejarle algunas facturas y recibos para deducir impuestos. Iba por Balbín, pero distraída como estaba, tenía que ir hacia Congreso y estaba yendo hacia el otro lado. Pero no fue por eso que frené de repente, sino por lo que ví. Estacionada en una de las calles laterales, estaba la camioneta de Damián, una inconfundible pick-up modelo 80, con la caja llena de tachos y elementos de pintura.
Me había pasado, así que tuve que ir hasta la siguiente cuadra y dar toda la vuelta, hasta estacionarme delante de ella.
Si antes, de solo pensar en mi Crush, me latía fuerte el corazón, ahora parecía que se me saldría del pecho.
Me quedo un momento ahí sentada, tras el volante, tratando de tranquilizarme, mientras que con la mirada busco el lugar en dónde debía de estar trabajando.
La casa está justo enfrente, un típico caserón de Belgrano, con andamios y todo aquello que anuncia que la propiedad está en obras.
Aunque todavía no lo veo, de solo pensar en él, comienzo a excitarme.
Tengo cientos de compromisos ése día, pero la tentación es muy fuerte.
La presencia de Damián, allí, aún lejos de mi vista, es como un imán que me atrae y no me suelta.
Agarro mi bolso y me bajo del auto. Cruzo la calle y decidida le pregunto a uno de los trabajadores por el pintor.
-Vi su nombre en la camioneta y quisiera hacerle una consulta- le explico.
Creyendo que se trata de una consulta de trabajo, me indica que se encuentra adentro, en la sala principal.
Entro y allí lo veo, de espalda, supervisando a uno de sus ayudantes que le está dando los últimos retoques a las molduras.
-Damián...- lo llamo.
Se da vuelta y se queda mirándome, como no pudiendo creer que esté justo ahí, delante suyo.
-Mariela...- escucharlo decir mi nombre me endulza los oídos.
Se acerca y me besa en la mejilla, pero aunque se trata de un beso amistoso, cauto, siento que me derrito.
Con Damián se trata de una cuestión de piel, quiénes sean asiduos lectores de mis relatos ya lo deben conocer, no se parece en absoluto al galán del relato anterior, más bien todo lo contrario, pero me puede. Estoy a su lado y me mojo como una adolescente. Quizás hayamos sido amantes en alguna otra vida, no lo sé, pero nuestros cuerpos se sienten, se huelen, se reconocen...
-Muchachos, ya pueden ir a almorzar, yo tengo que tratar algunos asuntos con la Señora...- les anuncia a sus trabajadores.
Recién cuándo se van, y ya no hay moros en la costa, me besa en la boca. Un beso profundo, de lengua, un beso que me estremece hasta la médula.
Lo abrazo y me refriego contra su cuerpo, sintiendo su erección, férrea, pronunciada, agresiva. En ese momento me doy cuenta de cuánto había extrañado esa sensación, su sexo apoyándose contra el mío.
Supongo que por su parte, él podrá sentir como me late el corazón, emocionado, agitado, y hasta oler mi excitación. La excitación que él mismo me produce.
Cómo poniéndonos de acuerdo, cuándo me levanta, le rodeo el cuerpo con las piernas, y así alzada, como si no pesara nada, me lleva hasta la ventana que da a un jardín aún en remodelación.
Le paso los brazos por el cuello, acariciándole la espalda, embotándome los sentidos con el olor a sudor y hombría.
Me pone de espalda contra la pared y me acaricia las tetas, volviéndome a besar con esa urgencia que solo provoca el tiempo y la distancia.
Me abro la camisa y bajándome el corpiño, se las ofrezco para que se empache a gusto.
Había visto unas fotos suyas en Facebook con su última pareja, y me había dado cuenta de que ni tetas tiene. Quizás por eso me las chupa y muerde con tanto entusiasmo.
Estoy con falda, así que solo tengo que sacarme la bombacha para que pueda meterme los dedos y navegar por mi interior.
Se los chupa antes de invadirme, provocándome un espasmo que me hace soltar unos chorritos de flujo.
Enseguida, al sentir lo mojada que estoy, se desabrocha el pantalón, se baja el cierre, y lubricando su erección con mi humedad, me la manda a guardar sin dejar nada afuera.
Podría estar ciega, sorda, muda, insensible a todo, pero la verga de Damián la reconocería entre miles.
La forma en como me calza, como encaja justo en mi interior, abarcando hasta el mínimo resquicio.
Manteniéndome contra la pared, se empieza a mover, fluyendo con esa intensidad suya tan entrañable, tan reconocible.
Se apodera de mi cuerpo, y hasta de mi alma con cada empujón, con cada arremetida.
Me muevo con él, una pierna en torno a su cintura, la otra afirmada en el suelo, avanzando, retrocediendo, golpeando la pared, mezclándonos en nuestros propios placeres, agitados, jadeantes, totalmente entregados a ese disfrute que nos eleva y reconforta.
Entre sus brazos me deshago en un orgasmo monumental, emotivo, impactante. Siento la fuerza vital del placer estallando en mí, la energía primigenia del universo condensada en esos pocos segundos, apenas un pestañeo que me enciende y vivifica.
En pleno goce me levanta y, sin sacármela de adentro, me traslada hacia la mesa de trabajo. Me sienta en el borde y me sigue cogiendo con esa cadencia que parece tener nombre propio..., el suyo.
Me recuesto de espalda, tirando en el suelo pinceles, herramientas y lijas, abriéndome toda para él, para ese hombre que siempre ha sabido liberar mi parte más promiscua.
Lo conocí en un Gangbang, pero aunque aparte de él había dos tipos más, él fue quién me cautivó en todo momento.
Me agarra de los muslos y me aniquila a pijazos, llevándome hacia otro orgasmo, mucho más intenso y húmedo que el anterior.
Acaba conmigo, disolviéndose en mi interior, resoplando como si hubiera corrido una maratón. Al parecer había perdido la sana costumbre de coger con tanta intensidad.
Se derrumba encima mío, hunde la cara entre mis pechos y aspira profundamente, llevándose mi aroma consigo.
-¡La misma Mariela de siempre!- exclama, mirándome a los ojos.
Quiero decirle algo, lo mucho que lo extrañé, lo que significa para mí, pero solo suspiros y jadeos salen de mi boca.
Volvemos a besarnos con esa pasión que nos arrolla sin control, sin piedad.
Me saca la pija de la concha, y se la guarda rápidamente, como si recién se diera cuenta de en dónde estamos, y que cualquiera de sus trabajadores podría llegar a entrar en cualquier momento.
Me bajo de un salto de la mesa a buscar la bombacha que quedó hecha un bollo junto a la pared. Me la pongo junto con una toallita íntima que saco de mi bolso, para que la leche no me salpique por entre las piernas. Luego me arreglo lo mejor que puedo. Igual, por más que tratemos de disimular, quién nos vea en ése momento, se daría cuenta fácilmente de que estuvimos garchando.
-Pasó tanto tiempo y sin embargo es como si te hubiera visto ayer- le digo, acariciándole la mejilla.
-¿Cómo sabías que estaba trabajando acá?- me pregunta, acariciando a su vez la mano que lo acaricia a él.
-No lo sabía, pasé de casualidad y ví tu camioneta, imposible de confundirla-
Me acompaña hasta la puerta, un brazo envolviendo mi cintura.
-¿Cuándo volvemos a vernos?- le pregunto, ansiosa porque aquel no haya sido tan sólo un polvo esporádico.
Ya me había olvidado de mi galán y de cualquier otro amante, lo único que quería era disfrutar con él en una cama, con el tiempo suficiente para amarnos en plenitud, con la intensidad que nuestra amistad se merece.
Quedamos en hablar, sin llegar a concertar ningún futuro encuentro. Sin embargo me fuí de aquel caserón pensando que a mi oficina ya le estaba haciendo falta una buena mano de pintura...
13 comentarios - Caserón de tejas...
uno anhela un encuentro con vos y ver que tanto de lo relatado es verdad...
van 10
beso Vikingo