-¡¡¡Ahhh... Ahhhhh... Ahhhhhhhh...!!!-
El orgasmo me llega como una explosión multisensorial, luego de una intensa y acelerada cabalgata.
Juan Carlos me agarra fuerte de las nalgas, manteniéndome bien sujeta contra su cuerpo, mientras los dos acabamos en deliciosa sintonía.
El reencuentro con el colectivero de la línea 50 se había dado luego de bastante tiempo. Primero un saludo, luego una charla, y enseguida quedamos en vernos en el telo de siempre.
A él no le puedo decir que no. Es uno de esos hombres de mi vida con los cuáles el sexo siempre está garantizado.
Podemos no vernos por un tiempo, pero cuando nos encontremos, seguro que nos terminamos encamando.
-Cada vez me cogés mejor...- le digo entre suspiros, echándome a un lado, sintiendo todavía en mis entrañas el retumbar de sus embestidas.
Me levanto, voy al baño y cuando vuelvo, le pregunto algo que había estado cavilando desde hace varios días.
-¿Alguna vez estuviste con más de una persona a la vez? Digo, cogiendo-
Me mira sorprendido.
-¿Qué, algo así como una fiesta?-
-Sí, tipos y minas, todos juntos revoleando la matraca- le sonrío -O varios tipos con una mina- enfatizo enseguida.
Se ríe, me dice que no, que nunca estuvo con más de una persona a la vez, pero que ahora que se lo pregunto, le gustaría probar.
-¿Y porqué querés saber?- inquiere curioso.
-Vas a pensar que estoy loca, pero para mí cumpleaños quiero hacer una fiestita de esas...-
Me mira sorprendido, enarcando las cejas.
-Les pregunté a unos amigos..., amigos con derecho, claro, y todos se prendieron enseguida, solo faltás vos- prosigo con rapidez, sin dejarlo pensar casi.
-¿Y de cuántos amigos estamos hablando?- se interesa.
-Y... solo los más cercanos, cuatro, cinco si aceptás-
-¿Mujeres?-
-Solo yo...-
-¡Alta fiestonga te querés mandar!- exclama, mirándome con renovado ardor.
-Cuento con vos o me busco a otro- lo emplazo.
Ya estaba cerca de cumplir los cuarenta, y quería celebrar mi último cumple de treintañera con un Gangbang. Ése era mi capricho.
Había pensado en el Cholo, en el mecánico, en Juan Carlos, por supuesto, en Cacho, y alguno más, que tendría que ser alguien nuevo, un invitado de alguno de ellos, para que no sean solo caras conocidas.
Víctor no entraba en la ecuación, ya que era de un nivel diferente. Sus fiestas sexuales seguramente involucrarían personas con muchos ceros en la cuenta bancaria, gente de gustos refinados. Mientras que lo mío eran los ex convictos, tacheros y colectiveros.
Y precisamente, Juan Carlos era el último de mi lista que me faltaba confirmar. Todos los demás ya estaban asegurados, incluso el mecánico llevaría a un amigo que salía de Batán por esos días.
-Mary, para coger sabés que podés contar siempre conmigo- me dice el colectivero, luego de hacerle la propuesta, mientras se sube encima mío y me penetra con una erección que parece estar mucho más portentosa que antes.
Unos días después...
-¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Marielita, que los cumplas feliz...!-
Sentada frente a una torta de chocolate, pido mis tres deseos y soplo la velita. Todos me aplauden, saludándome y deseándome lo mejor para mis flamantes 39.
-Ahora vas a tener que seguir soplando- dice alguien.
-Tenía unos velones para vos qué ya chorrean cera...- añade otro.
Allí están el Cholo, el mecánico, que en realidad se llama Aníbal, Cacho, Juan Carlos, y un recién liberado de Batán, Mario, o Yorugua, por ser de la Banda Oriental.
Como si aquella advertencia hubiera sido la señal que todos esperaban, enseguida me encuentro con cinco hermosos pijazos rodeándome.
Hay para todos los gustos, largos, gruesos, rectos, combados, todos frondosos, imponentes, rebosantes de vigor.
Estamos en el cuarto de el Cholo, sin protocolos ni distanciamiento social, todos amontonados, aunque en ese tercer piso prácticamente aislado del resto de la pensión, nadie podría darse cuenta que no cumplimos con ninguna de las restricciones tan comunes hoy en día.
Agarro una chota con cada mano, acariciándolas como si las estuviera descorchando, y empiezo a chupar la que tengo enfrente, sin ninguna predilección en especial. Luego agarro otras dos, y chupo una tercera, y así hasta que todas pasan por mi boca y mis manos.
Para cuándo termino de recorrerlas, ya están todas bien paradas, con ese lustre característico de las buenas erecciones.
Me levanto y me saco la ropa. Ellos ya hacen rato que están en bolas.
Desnuda me hinco de rodillas en medio de la habitación, haciendo que los cinco formen una ronda a mi alrededor, y me pongo a chupar de nuevo, girando varias veces para atenderlos a todos.
Todas me gustan, aunque debo admitir que la del nuevo, la del Yorugua, le saca, literalmente, una cabeza a las demás. Es el más "cabezón" de todos. Pero además, no sé si sea porque es la más nueva, la única que no probé antes, pero como que tiene un gustito distinto, un sabor que le resulta por demás agradable a mi paladar.
No todas las pijas saben igual, cada una tiene su sabor característico, como el semen, y los sabores de esos cinco machos en celo se mezclan en mi boca formando un cóctel irresistible.
Cuando ya están todos con unas erecciones que quitan el aliento, me agarran de los brazos, y levantándome en el aire, me llevan hacia la cama.
Caigo y me acomodo en cuatro, con la cola bien levantada, la concha chorreándome de las ganas. No sé quién me la mete primero, porque enseguida Cacho se me acerca por adelante y me hunde la pija en la boca. Se la chupo, pero en cuanto tengo un respiro, me doy la vuelta para darme cuenta que es Mario, el Yorugua, quién me bombea desde atrás.
PLAP - PLAP - PLAP - PLAP - PLAP...
Le sonrío, me gusta que sea el primero, pero enseguida alguien le toca el hombro, y ahora es Juan Carlos quién me hace retumbar la chota en las entrañas.
Se la sigo chupando a Cacho mientras los demás se van sucediendo unos a otros, cogiéndome cada cuál a su ritmo, unos más fuerte, otros más despacio, pero todos ensartándome hasta los huevos, llenándome bien de pija.
Luego de un rato Cacho me la saca de la boca, se tumba de espalda, y con la pija como un ariete, apenas contenida por el preservativo, me hace sentar encima suyo.
Me acomodo en la montura más confortable que existe, y empalándome yo misma, lo empiezo a cabalgar como si estuviera compitiendo en el gran torneo hípico nacional.
Arriba, abajo, clavándome una y otra vez, disfrutando cada pedazo de verga, mientras los demás se suben a la cama y me ofrendan las suyas para que se las chupe.
Voy de una pija a otra, saboreando todas con entusiasmo, sin dejar de moverme para sentir ésa otra que me revuelve todo por dentro.
El nuevo, el Yorugua, tiene una manía con mis tetas. Me las chupa, me las muerde, me las pellizca, hasta me las cachetea, provocando que se me pongan rojas de tanto franeleo.
Con una erección que hace que se le encojan los huevos, el Cholo se tumba a un lado, y atrae mi atención sacudiéndosela. ¿Cómo negarme a tal convite?
Lo dejo a Cacho y me siento encima suyo, de espalda, clavándomela en el culo. Previamente me habían estado metiendo los dedos, por lo que ya lo tengo bastante dilatado.
Con toda su pija adentro, el Cholo me agarra de las piernas y me las abre, dejándome bien expuesta ante los demás.
El primero en acercarse es el Yorugua, quién me refriega el glande por toda la concha, humedeciéndose en mis propios juguitos íntimos.
Me retuerce con saña los pezones mientras me la mete, haciéndome doler, aunque la intensidad del placer es mucho más fuerte que cualquier posible molestia.
Los tengo a los dos adentro, al Cholo y al Yorugua, dos ex convictos, uno de Ezeiza, otro de Batán, penetrándome por detrás y por delante, fluyendo a través de mis orificios, hundiéndose en mi cuerpo como si no tuviera fondo.
El Cholo se queda abajo, bien ensartado en mi culo, mientras los demás van desfilando por entre mis piernas, todos navegando en mi flujo íntimo, penetrándome con golpes fuertes y certeros, haciéndome temblar cada vez que sale uno y entra otro. Ese cambio, repentino, notorio, entre formas y tamaños, representa el sumun del placer, el combustible de mi excitación.
De tanta pija que me rebota adentro, siento que me meo encima. Les pido que paren un momento y voy al baño. Hago pis y cuando me levanto, me miro en el espejo. Tengo el maquillaje corrido a causa de las lágrimas y el sudor.
Me estoy lavando la cara cuando siento que viene uno y metiéndose de prepo en el baño, me agarra por atrás y me entra a garchar de cara contra el botiquín.
Es el mecánico, quién me surte como si mañana mismo lo fueran a meter de nuevo en el penal de Ezeiza, en absoluta abstinencia. Detrás de él viene Cacho que lo hace un lado y me garcha también, manteniéndome bien sujeta contra el lavabo.
Todos se amontonan en el baño, cogiéndome, culeándome por turnos, más de una vez cada uno, estirándome los agujeros al máximo de su resistencia.
Cuando ya me cepillaron todos, me arrastran de nuevo a la cama, en dónde me someten a otra ronda de dobles penetraciones.
Ya sea al derecho o al revés, mi concha y mi culito, se convierten en el receptáculo de sus indómitas pasiones. Me bombean sin parar, por uno y otro agujero, ya sin la deferencia del comienzo.
Cuando empezamos algunos eran más delicados que otros, como que se controlaban más, pero ahora todos se habían convertido en unos maníacos sexuales cuyo único objetivo era amasijarme a pijazos. Y lo estaban logrando...
Pero no me quejo, claro, esa era mi propia fiesta, mi celebración, y mi mayor deseo era ser ultrajada de esa forma tan brutal y caótica.
En algún momento, luego de envainarme por partida doble, tantas veces que ya casi ni sentía los agujeros, me dejan ahí tirada, rota, mancillada, afiebrada de tanta excitación.
Me pongo de espalda, me abro de piernas y los voy llamando de a uno. Juan Carlos, el mecánico, el Cholo, Cacho y el Yorugua, así, en ese orden desfilan de nuevo por entre mis piernas, pero ésta vez los beso a todos con pasión, reteniéndolos contra mi cuerpo lo más que me sea posible.
El Yorugua, el último de la fila, es el primero en acabar, me acaba adentro, pero aunque tiene el forro puedo percibir los estertores de la explosión a través del látex.
Aquello pareció ser una señal para los demás, ya que cada quién se saca el preservativo y empiezan a menearse las pijas.
Me levanto y poniéndome de rodillas, por entre medio de los forros usados que quedaron desperdigados en el suelo, abro la boca y saco la lengua, la cara hacia arriba, hacia esos dioses seminales que se agrupan en torno a mí para agasajarme con la esencia vital del Universo.
Uno, dos, tres y ¡SPLASH!, me bañan en leche. Lo último que alcanzo a ver antes de cerrar los ojos, son los manguerazos de semen salpicándome por todos lados. Una buena parte me cae en la cara y en la boca, el resto se derrama por mis pechos, empapándome con su agradable efusividad.
Cuando ya no quedan más que gotitas, le doy una lustrada a cada uno, sorbiendo los restos de tan empalagoso derrame. Al terminar, caigo desfallecida, como desmayada.
Por entre la bruma de aquella semi-inconsciencia, alcanzo a notar como se dan una rápida ducha y se visten, todos comentando entusiasmados lo buena que estuvo mi fiestita de cumpleaños.
Me desean que termine bien mi día y se van yendo de a uno. Solo queda el Cholo.
Ahora me doy yo una ducha y duermo una siesta con él, ya que necesito reponerme antes de volver a casa. No puedo aparecerme así, como si acabarán de darme una paliza. Bueno, en realidad me la dieron, pero lo mejor es evitar andar dando explicaciones.
Esa noche, a horas nomás de haber cogido como una descocida con cinco hombres, tres de ellos recién salidos de la cárcel, celebro en casa, con mi marido y mi hijo, mis flamantes 39.
Mi marido me regaló una gargantilla de plata con aros y pulsera haciendo juego, mi hijo una hermosa foto de los tres enmarcada en un cuadro pintado por él mismo.
Los abrazo y los beso, agradeciéndoles los regalos, aunque lo cierto es que el mejor regalo me lo hicieron esa misma tarde...
Para algo están los amigos, ¿no?
El orgasmo me llega como una explosión multisensorial, luego de una intensa y acelerada cabalgata.
Juan Carlos me agarra fuerte de las nalgas, manteniéndome bien sujeta contra su cuerpo, mientras los dos acabamos en deliciosa sintonía.
El reencuentro con el colectivero de la línea 50 se había dado luego de bastante tiempo. Primero un saludo, luego una charla, y enseguida quedamos en vernos en el telo de siempre.
A él no le puedo decir que no. Es uno de esos hombres de mi vida con los cuáles el sexo siempre está garantizado.
Podemos no vernos por un tiempo, pero cuando nos encontremos, seguro que nos terminamos encamando.
-Cada vez me cogés mejor...- le digo entre suspiros, echándome a un lado, sintiendo todavía en mis entrañas el retumbar de sus embestidas.
Me levanto, voy al baño y cuando vuelvo, le pregunto algo que había estado cavilando desde hace varios días.
-¿Alguna vez estuviste con más de una persona a la vez? Digo, cogiendo-
Me mira sorprendido.
-¿Qué, algo así como una fiesta?-
-Sí, tipos y minas, todos juntos revoleando la matraca- le sonrío -O varios tipos con una mina- enfatizo enseguida.
Se ríe, me dice que no, que nunca estuvo con más de una persona a la vez, pero que ahora que se lo pregunto, le gustaría probar.
-¿Y porqué querés saber?- inquiere curioso.
-Vas a pensar que estoy loca, pero para mí cumpleaños quiero hacer una fiestita de esas...-
Me mira sorprendido, enarcando las cejas.
-Les pregunté a unos amigos..., amigos con derecho, claro, y todos se prendieron enseguida, solo faltás vos- prosigo con rapidez, sin dejarlo pensar casi.
-¿Y de cuántos amigos estamos hablando?- se interesa.
-Y... solo los más cercanos, cuatro, cinco si aceptás-
-¿Mujeres?-
-Solo yo...-
-¡Alta fiestonga te querés mandar!- exclama, mirándome con renovado ardor.
-Cuento con vos o me busco a otro- lo emplazo.
Ya estaba cerca de cumplir los cuarenta, y quería celebrar mi último cumple de treintañera con un Gangbang. Ése era mi capricho.
Había pensado en el Cholo, en el mecánico, en Juan Carlos, por supuesto, en Cacho, y alguno más, que tendría que ser alguien nuevo, un invitado de alguno de ellos, para que no sean solo caras conocidas.
Víctor no entraba en la ecuación, ya que era de un nivel diferente. Sus fiestas sexuales seguramente involucrarían personas con muchos ceros en la cuenta bancaria, gente de gustos refinados. Mientras que lo mío eran los ex convictos, tacheros y colectiveros.
Y precisamente, Juan Carlos era el último de mi lista que me faltaba confirmar. Todos los demás ya estaban asegurados, incluso el mecánico llevaría a un amigo que salía de Batán por esos días.
-Mary, para coger sabés que podés contar siempre conmigo- me dice el colectivero, luego de hacerle la propuesta, mientras se sube encima mío y me penetra con una erección que parece estar mucho más portentosa que antes.
Unos días después...
-¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Marielita, que los cumplas feliz...!-
Sentada frente a una torta de chocolate, pido mis tres deseos y soplo la velita. Todos me aplauden, saludándome y deseándome lo mejor para mis flamantes 39.
-Ahora vas a tener que seguir soplando- dice alguien.
-Tenía unos velones para vos qué ya chorrean cera...- añade otro.
Allí están el Cholo, el mecánico, que en realidad se llama Aníbal, Cacho, Juan Carlos, y un recién liberado de Batán, Mario, o Yorugua, por ser de la Banda Oriental.
Como si aquella advertencia hubiera sido la señal que todos esperaban, enseguida me encuentro con cinco hermosos pijazos rodeándome.
Hay para todos los gustos, largos, gruesos, rectos, combados, todos frondosos, imponentes, rebosantes de vigor.
Estamos en el cuarto de el Cholo, sin protocolos ni distanciamiento social, todos amontonados, aunque en ese tercer piso prácticamente aislado del resto de la pensión, nadie podría darse cuenta que no cumplimos con ninguna de las restricciones tan comunes hoy en día.
Agarro una chota con cada mano, acariciándolas como si las estuviera descorchando, y empiezo a chupar la que tengo enfrente, sin ninguna predilección en especial. Luego agarro otras dos, y chupo una tercera, y así hasta que todas pasan por mi boca y mis manos.
Para cuándo termino de recorrerlas, ya están todas bien paradas, con ese lustre característico de las buenas erecciones.
Me levanto y me saco la ropa. Ellos ya hacen rato que están en bolas.
Desnuda me hinco de rodillas en medio de la habitación, haciendo que los cinco formen una ronda a mi alrededor, y me pongo a chupar de nuevo, girando varias veces para atenderlos a todos.
Todas me gustan, aunque debo admitir que la del nuevo, la del Yorugua, le saca, literalmente, una cabeza a las demás. Es el más "cabezón" de todos. Pero además, no sé si sea porque es la más nueva, la única que no probé antes, pero como que tiene un gustito distinto, un sabor que le resulta por demás agradable a mi paladar.
No todas las pijas saben igual, cada una tiene su sabor característico, como el semen, y los sabores de esos cinco machos en celo se mezclan en mi boca formando un cóctel irresistible.
Cuando ya están todos con unas erecciones que quitan el aliento, me agarran de los brazos, y levantándome en el aire, me llevan hacia la cama.
Caigo y me acomodo en cuatro, con la cola bien levantada, la concha chorreándome de las ganas. No sé quién me la mete primero, porque enseguida Cacho se me acerca por adelante y me hunde la pija en la boca. Se la chupo, pero en cuanto tengo un respiro, me doy la vuelta para darme cuenta que es Mario, el Yorugua, quién me bombea desde atrás.
PLAP - PLAP - PLAP - PLAP - PLAP...
Le sonrío, me gusta que sea el primero, pero enseguida alguien le toca el hombro, y ahora es Juan Carlos quién me hace retumbar la chota en las entrañas.
Se la sigo chupando a Cacho mientras los demás se van sucediendo unos a otros, cogiéndome cada cuál a su ritmo, unos más fuerte, otros más despacio, pero todos ensartándome hasta los huevos, llenándome bien de pija.
Luego de un rato Cacho me la saca de la boca, se tumba de espalda, y con la pija como un ariete, apenas contenida por el preservativo, me hace sentar encima suyo.
Me acomodo en la montura más confortable que existe, y empalándome yo misma, lo empiezo a cabalgar como si estuviera compitiendo en el gran torneo hípico nacional.
Arriba, abajo, clavándome una y otra vez, disfrutando cada pedazo de verga, mientras los demás se suben a la cama y me ofrendan las suyas para que se las chupe.
Voy de una pija a otra, saboreando todas con entusiasmo, sin dejar de moverme para sentir ésa otra que me revuelve todo por dentro.
El nuevo, el Yorugua, tiene una manía con mis tetas. Me las chupa, me las muerde, me las pellizca, hasta me las cachetea, provocando que se me pongan rojas de tanto franeleo.
Con una erección que hace que se le encojan los huevos, el Cholo se tumba a un lado, y atrae mi atención sacudiéndosela. ¿Cómo negarme a tal convite?
Lo dejo a Cacho y me siento encima suyo, de espalda, clavándomela en el culo. Previamente me habían estado metiendo los dedos, por lo que ya lo tengo bastante dilatado.
Con toda su pija adentro, el Cholo me agarra de las piernas y me las abre, dejándome bien expuesta ante los demás.
El primero en acercarse es el Yorugua, quién me refriega el glande por toda la concha, humedeciéndose en mis propios juguitos íntimos.
Me retuerce con saña los pezones mientras me la mete, haciéndome doler, aunque la intensidad del placer es mucho más fuerte que cualquier posible molestia.
Los tengo a los dos adentro, al Cholo y al Yorugua, dos ex convictos, uno de Ezeiza, otro de Batán, penetrándome por detrás y por delante, fluyendo a través de mis orificios, hundiéndose en mi cuerpo como si no tuviera fondo.
El Cholo se queda abajo, bien ensartado en mi culo, mientras los demás van desfilando por entre mis piernas, todos navegando en mi flujo íntimo, penetrándome con golpes fuertes y certeros, haciéndome temblar cada vez que sale uno y entra otro. Ese cambio, repentino, notorio, entre formas y tamaños, representa el sumun del placer, el combustible de mi excitación.
De tanta pija que me rebota adentro, siento que me meo encima. Les pido que paren un momento y voy al baño. Hago pis y cuando me levanto, me miro en el espejo. Tengo el maquillaje corrido a causa de las lágrimas y el sudor.
Me estoy lavando la cara cuando siento que viene uno y metiéndose de prepo en el baño, me agarra por atrás y me entra a garchar de cara contra el botiquín.
Es el mecánico, quién me surte como si mañana mismo lo fueran a meter de nuevo en el penal de Ezeiza, en absoluta abstinencia. Detrás de él viene Cacho que lo hace un lado y me garcha también, manteniéndome bien sujeta contra el lavabo.
Todos se amontonan en el baño, cogiéndome, culeándome por turnos, más de una vez cada uno, estirándome los agujeros al máximo de su resistencia.
Cuando ya me cepillaron todos, me arrastran de nuevo a la cama, en dónde me someten a otra ronda de dobles penetraciones.
Ya sea al derecho o al revés, mi concha y mi culito, se convierten en el receptáculo de sus indómitas pasiones. Me bombean sin parar, por uno y otro agujero, ya sin la deferencia del comienzo.
Cuando empezamos algunos eran más delicados que otros, como que se controlaban más, pero ahora todos se habían convertido en unos maníacos sexuales cuyo único objetivo era amasijarme a pijazos. Y lo estaban logrando...
Pero no me quejo, claro, esa era mi propia fiesta, mi celebración, y mi mayor deseo era ser ultrajada de esa forma tan brutal y caótica.
En algún momento, luego de envainarme por partida doble, tantas veces que ya casi ni sentía los agujeros, me dejan ahí tirada, rota, mancillada, afiebrada de tanta excitación.
Me pongo de espalda, me abro de piernas y los voy llamando de a uno. Juan Carlos, el mecánico, el Cholo, Cacho y el Yorugua, así, en ese orden desfilan de nuevo por entre mis piernas, pero ésta vez los beso a todos con pasión, reteniéndolos contra mi cuerpo lo más que me sea posible.
El Yorugua, el último de la fila, es el primero en acabar, me acaba adentro, pero aunque tiene el forro puedo percibir los estertores de la explosión a través del látex.
Aquello pareció ser una señal para los demás, ya que cada quién se saca el preservativo y empiezan a menearse las pijas.
Me levanto y poniéndome de rodillas, por entre medio de los forros usados que quedaron desperdigados en el suelo, abro la boca y saco la lengua, la cara hacia arriba, hacia esos dioses seminales que se agrupan en torno a mí para agasajarme con la esencia vital del Universo.
Uno, dos, tres y ¡SPLASH!, me bañan en leche. Lo último que alcanzo a ver antes de cerrar los ojos, son los manguerazos de semen salpicándome por todos lados. Una buena parte me cae en la cara y en la boca, el resto se derrama por mis pechos, empapándome con su agradable efusividad.
Cuando ya no quedan más que gotitas, le doy una lustrada a cada uno, sorbiendo los restos de tan empalagoso derrame. Al terminar, caigo desfallecida, como desmayada.
Por entre la bruma de aquella semi-inconsciencia, alcanzo a notar como se dan una rápida ducha y se visten, todos comentando entusiasmados lo buena que estuvo mi fiestita de cumpleaños.
Me desean que termine bien mi día y se van yendo de a uno. Solo queda el Cholo.
Ahora me doy yo una ducha y duermo una siesta con él, ya que necesito reponerme antes de volver a casa. No puedo aparecerme así, como si acabarán de darme una paliza. Bueno, en realidad me la dieron, pero lo mejor es evitar andar dando explicaciones.
Esa noche, a horas nomás de haber cogido como una descocida con cinco hombres, tres de ellos recién salidos de la cárcel, celebro en casa, con mi marido y mi hijo, mis flamantes 39.
Mi marido me regaló una gargantilla de plata con aros y pulsera haciendo juego, mi hijo una hermosa foto de los tres enmarcada en un cuadro pintado por él mismo.
Los abrazo y los beso, agradeciéndoles los regalos, aunque lo cierto es que el mejor regalo me lo hicieron esa misma tarde...
Para algo están los amigos, ¿no?
25 comentarios - Amigos son los amigos...
Lo que me llama la atención es el marido: se puede ser un cornudo de semejante nivel, sin ser consciente de ello? Puede tu mujer garchar todo el tiempo (incluso en navidad!!) con taxistas, colectiveros, delincuentes, vigilantes, pintores, vecinos del viejo barrio, del nuevo, compañeros de él, amigos, socios, incluso tener un hijo de otro, todo durante años y no darte cuenta de nada? Creo que aunque quisiera serlo a propósito, no se puede ser tan pelotudo. Supongo entonces que él es consciente de la vida de Martita, pero es feliz así: ella siempre de buen humor (no es para menos, je), no le rompe los huevos, nunca se queja si él se va de pesca o un viaje de negocios, un HEMBRA siempre dispuesta para cuando él quiere, garcha como los Dioses y TODOS FELICES. Una buena receta, no?
Son años de cuernos, de experiencia en la materia, nunca me vas a agarrar con la guardia baja...
Van diez puntos.
Felicitaciones y saludos al cornudo.