Eran las 3 de la mañana la primera vez que lo escuche. Un zumbido como el de una mosca lejana o un celular silenciado recibiendo una llamada. La cosa era que algo vibraba.
Esa noche, como de costumbre, estaba caliente, mirando el techo de la habitación. Calculo que han pasado mil años desde la última vez que puse un pie fuera de la casa. Y extraño el sexo casi con nostalgia. A pesar de eso, la idea de masturbarme me aburría, pues uno se aburre de todo, hasta del placer rutinario de un orgasmo solitario. Harta que lo escuche.
Ya no era solo ese zumbido, había algo más, era capaz de distinguir una voz aguda, temblorosa y contenida, a veces se cesaba, pero luego volvía con mayor intensidad, como esa bocanada de aire inevitable tras aguantar la respiración, nadando bajo el agua. Solo ese sonido basto para que cada músculo de mi cuerpo se contrayera, electrificando, para que una erección, todavía tímida, levantará levemente las sábanas. Una reacción primitiva, inexplicable, me sentía como una serpiente siguiendo hiptonizado la melodía del flautista de Hamelin. Pero de repente mi intelecto despertó y descubrí las fuentes de aquellos sonidos.
Las paredes de mi casa son delgadas, por lo que es difícil no oír la música que suena en otra habitación, o el televisor prendido, sintonizando algún canal de noticias estridentes y terribles, o un zumbido vibrante y una voz aguda y temblorosa, luchando por no alzarse demasiado.
Mi hermana había vuelto a casa hace unos meses. Sus clases universitarias, como las mías, ahora eran en línea, por lo que mantenerse viviendo en la ciudad donde estudiaba era completamente innecesario. He de ser sincero, su presencia me molestaba, nunca nos hemos llevado muy bien, desde que tengo memoria nuestras personalidad han chocado, incompatibles. Yo valoro el silencio, la tranquilidad y la mesura, hablo poco y cuando lo hago mido cada una de mis palabras. Ella no. Es ruidosa como un televisor puesto en uno de esos canales llenos de píxeles blancos y negros y se un ruido blanco, exasperante. Siempre hablando fuerte en la madrugada, dando portazos desconsiderados, hablando como si para hablar fuera necesario gritar. Supongo que es la costumbre de vivir sola, pero habita la casa como si siguiera sola en su apartamento universitario. Se pasea por los pasillos vestida tan solo con una polera larga, mostrando casi completamente sus piernas, solo cubriendo su ropa interior, si es que la lleva puesta, pues de ella espero cualquier cosa. Hoy, por la mañana, llevaba una polera blanca y unas piernas largas y bronceadas, ligeramente tonificadas, sus muslos eran gruesos, pero no tanto, siempre delicados, como toda ella. Me declaro culpable, acumulado por esta cuarentena solitaria, no era yo, eran mis ojos los que la miraban, mis pupilas se mandaban solas. Cuando estaba de espaldas notaba el pliegue de su camiseta dibujando su trasero, era del tamaño preciso, como una manzana. A veces, fugazmente, me fijaba en sus pechos, no eran demasiado grandes ni demasiado pequeños, justo en el límite que les permití ser abundantes pero no ceder ante la gravedad, pues no había nada que los sostuviera, no usaba corpiño, lo supe ese día frío, en que vi sus pezones marcados en su camiseta, tensando la tela, al escribir esto todavía los veo y todavía se me hace agua la boca.
Creo que era inevitable que yo la mirara de otra manera. Como no, si por las tardes, mientras yo jugaba videojuegos en la sala de estar, ella, con ropa apretada, hacía ejercicio, saltaba, bailaba, mirando unos videos en YouTube, eso explicaba sus piernas tonificadas. Y eso explicaba también que yo jugara tan mal y perdiera siempre.
Esa voz aguda y temblorosa eran los gemidos de mi hermana, y ese zumbido, probablemente, era un vibrador. Y tal como no era yo la que la miraba, si no que eran mis ojos, era mi mano la que me masturbaba, inexorablemente, más allá de mi control, y parecía que a medida que el extasía se acercaba sus gemidos también cada vez más cerca, cada vez más fuertes, hasta que cesaban aliviados, y yo también.
Asi fue como me empecé a dormir más tarde, agudizando mi oído, esperando ese zumbido, y sus inevitables gemidos. Y luego lo de siempre, acompañarla en el placer, aunque ella no lo supiera.
Ahora todas las mañanas eran difíciles, y ella lo notaba, que pasa me decía, te noto cansado, y yo estaba cansado, pero ella, por alguna razón no, siempre radiante, enseñando sus piernas, y su camisa te dibujando su cuerpo, tocándolo como, cada vez más, me gustaría tocarlo a mi.
Quizás estoy equivocado, pero parecía que ella se daba cuenta de mi nueva forma de mirarla, y, inauditamente, parecía que le gustaba. Ahora sus pezones solían estar marcados, y ahora sus camisetas eran un poco más cortas. Ahora, cuando hacía sus ejercicios, parecía elegir deliberadamente las posiciones que me permitían apreciar su cuerpo, y que una vez me permitieron apreciar, que efectivamente no llevaba ropa interior, que efectivamente estaba mirando su vagina, cubierta por un poco de pelo, y al parecer, húmeda, como su cuerpo sudado. Cada vez jugaba peor videojuegos.
Con el tiempo necesité más, necesite sentirla más cerca, así que, sigilosamente, salí de mi pieza y me senté en el suelo, al lado de su puerta, que era lo único que me separaba de sus gemidos, ahora mucho más perceptibles. Esa termino siendo mi rutina, sentarme ahí a escucharla y masturbarme. Hasta que un día salió para ir al baño.
No se cuanto tiempo nos miramos a los ojos, ella de pie, yo sentado en el suelo, sentí que fue una eternidad, pero probablemente no fueron más de 5 segundos. La cosa es que, como si nada, siguó su camino, se dirigó al baño como si no me hubiera visto, como si nada hubiera pasado. Apenas entró, yo me puse de pie y me fui a mi habitación.
La siguiente semana, ni siquiera me atrevía a tocarme escuchandola, estaba paralizado por una confusión que se parecía bastante al miedo. Hasta que todo volvió a la normalidad, a esa extraña normalidad, y mi mano volvió a hacer la suya, entregado a sus gemidos como escuchando una música involuntaria, compuesta sólo para mi.
Hasta que, habiendo pasados semanas, habiendose mantenido ese silencio durante el día, esa sensación de que lo que pasó aquella noche era un sueño que confundí con la realidad, me atreví a volver a sentarme afuera de su habitación, a escucharla más de cerca, y ella parecía esforzarse por que la escuchara, por que la sintiera, pues ahora gemía más fuerte que antes, o quizás era mi deseo, cada vez mayor, el que amplificaba su contenido placer en mi mente, como una piedra cayendo a un lago y dibujando pequeñas olas en su superficie, cada vez más grandes, hasta diluirse, como ella se diluía, como yo me diluía, cuando acabamos.
Y volvió a salir al baño, pero ahora no me miraba, simplemente salía y volvía a entrar a mi habitación, consciente de mi presencia, pero ignorandola por completo, supe entonces que teniamos un acuerdo. Asi fueron transcurriendo los días. Hasta que me atrevi a aumentar la apuesta.
Apenas entró al baño, yo entre a su habitación, y la espere adentro, sentado en la silla de su escritorio, orientado a su cama, con mi miembro en mis manos, como controlandolo, como diciendole que todavía no, que esperara, tal como yo la esperaba a ella.
Cuando entró se vio bastante sorprendida por mi presencia, y volvio a repetirse el episodio de la primera vez, nos miramos a los ojos una eternidad, y noté como sus piernas temblaban un poco. Ella encendio la luz, se recostó en su cama, abrió sus piernas hacía mi, encendió su vibrador y lo posó sobre su sexo, enseñandomelo, concediendome ese regalo. He de reconocer que hasta se me olvido masturbarme, simplemente mis pupilas se perdieron en esa humedad creciente, en su rostro, que parecia librar una timida lucha con el placer, sus ojos cerrados, sus labios humedecidos de vez en cuando por su lengua, su nariz respingada, casi milagrosa de perfecta, una obra de arte sin autor. Se sacó la camiseta de a poco, y acariciba sus pezones, rodeandolos, dibujando circulos, lamiendose los dedos y empezando de nuevo, acariciando sus pezones, rodeandolos, dibujando circulos, de vez en cuando bajaba su mano, cruzando su vientre plano hasta llegar a su vagina, a su clitores, acariciando levemente, casi sin tocarlo. Yo no lo podía creer. Yo no podía pensar en nada. Yo era solo cuerpo, solo carne, cada celula de mi cuerpo apuntando a su cuerpo como una flecha. De repente el vibrador se apagó.
Se había descargado. Note su frustración, su rabia. Y sin que yo pudiera hacer nada, me baje de la silla, de rodillas, y me acerque de a poco, como una serpiente reptando ebria por la melodia de la flauta de hammelin. Ebrio de deseo, comence a besar la parte interior de sus muslos, no me atrevía, aún, a acercarme ahí a su sexo, pero era inevitable, se me hacía agua la boca, y a ella se le hacia agua la vagina, cada vez más humeda, cada vez más apetecible. Hasta que me atreví.
Besé su vagina, me quería ahogar en su humedad, la acaricie con mi lengua, de arriba abajo, sintiendo su sabor, oyendo sus gemidos, de arriba a abajo. Luego me concentré en su clitoris, lo quise con mi lengua lentamente, lo rodeé dibujando circulos a su alrededor, lo acaricie con la punta de mi lengua, un ritmo acompasado y constante, no se cuanto tiempo estuve ahí, se que no fue suficiente. Hasta que senti como su cuerpo se contraía, como su vientre se apretaba, como no podía quedarse quieta. Me apretaba con sus mulos, me tomaba el pelo, como intentando sostenerse de algo, para no hundirse en su placer.
Cuando ya todo había terminado, cuando ella sólo era cansancio y alivio, fui subiendo por su cuerpo hasta que estuvimos cara a cara. Nos miramos, como cuando me vió, por primera vez, sentado afuera de su pieza, como cuando abrio la puerta de su habitación y ahí estaba yo. Nos miramos una eternidad contenida en diez segundo, y ambos sonreímos.
Esa noche, como de costumbre, estaba caliente, mirando el techo de la habitación. Calculo que han pasado mil años desde la última vez que puse un pie fuera de la casa. Y extraño el sexo casi con nostalgia. A pesar de eso, la idea de masturbarme me aburría, pues uno se aburre de todo, hasta del placer rutinario de un orgasmo solitario. Harta que lo escuche.
Ya no era solo ese zumbido, había algo más, era capaz de distinguir una voz aguda, temblorosa y contenida, a veces se cesaba, pero luego volvía con mayor intensidad, como esa bocanada de aire inevitable tras aguantar la respiración, nadando bajo el agua. Solo ese sonido basto para que cada músculo de mi cuerpo se contrayera, electrificando, para que una erección, todavía tímida, levantará levemente las sábanas. Una reacción primitiva, inexplicable, me sentía como una serpiente siguiendo hiptonizado la melodía del flautista de Hamelin. Pero de repente mi intelecto despertó y descubrí las fuentes de aquellos sonidos.
Las paredes de mi casa son delgadas, por lo que es difícil no oír la música que suena en otra habitación, o el televisor prendido, sintonizando algún canal de noticias estridentes y terribles, o un zumbido vibrante y una voz aguda y temblorosa, luchando por no alzarse demasiado.
Mi hermana había vuelto a casa hace unos meses. Sus clases universitarias, como las mías, ahora eran en línea, por lo que mantenerse viviendo en la ciudad donde estudiaba era completamente innecesario. He de ser sincero, su presencia me molestaba, nunca nos hemos llevado muy bien, desde que tengo memoria nuestras personalidad han chocado, incompatibles. Yo valoro el silencio, la tranquilidad y la mesura, hablo poco y cuando lo hago mido cada una de mis palabras. Ella no. Es ruidosa como un televisor puesto en uno de esos canales llenos de píxeles blancos y negros y se un ruido blanco, exasperante. Siempre hablando fuerte en la madrugada, dando portazos desconsiderados, hablando como si para hablar fuera necesario gritar. Supongo que es la costumbre de vivir sola, pero habita la casa como si siguiera sola en su apartamento universitario. Se pasea por los pasillos vestida tan solo con una polera larga, mostrando casi completamente sus piernas, solo cubriendo su ropa interior, si es que la lleva puesta, pues de ella espero cualquier cosa. Hoy, por la mañana, llevaba una polera blanca y unas piernas largas y bronceadas, ligeramente tonificadas, sus muslos eran gruesos, pero no tanto, siempre delicados, como toda ella. Me declaro culpable, acumulado por esta cuarentena solitaria, no era yo, eran mis ojos los que la miraban, mis pupilas se mandaban solas. Cuando estaba de espaldas notaba el pliegue de su camiseta dibujando su trasero, era del tamaño preciso, como una manzana. A veces, fugazmente, me fijaba en sus pechos, no eran demasiado grandes ni demasiado pequeños, justo en el límite que les permití ser abundantes pero no ceder ante la gravedad, pues no había nada que los sostuviera, no usaba corpiño, lo supe ese día frío, en que vi sus pezones marcados en su camiseta, tensando la tela, al escribir esto todavía los veo y todavía se me hace agua la boca.
Creo que era inevitable que yo la mirara de otra manera. Como no, si por las tardes, mientras yo jugaba videojuegos en la sala de estar, ella, con ropa apretada, hacía ejercicio, saltaba, bailaba, mirando unos videos en YouTube, eso explicaba sus piernas tonificadas. Y eso explicaba también que yo jugara tan mal y perdiera siempre.
Esa voz aguda y temblorosa eran los gemidos de mi hermana, y ese zumbido, probablemente, era un vibrador. Y tal como no era yo la que la miraba, si no que eran mis ojos, era mi mano la que me masturbaba, inexorablemente, más allá de mi control, y parecía que a medida que el extasía se acercaba sus gemidos también cada vez más cerca, cada vez más fuertes, hasta que cesaban aliviados, y yo también.
Asi fue como me empecé a dormir más tarde, agudizando mi oído, esperando ese zumbido, y sus inevitables gemidos. Y luego lo de siempre, acompañarla en el placer, aunque ella no lo supiera.
Ahora todas las mañanas eran difíciles, y ella lo notaba, que pasa me decía, te noto cansado, y yo estaba cansado, pero ella, por alguna razón no, siempre radiante, enseñando sus piernas, y su camisa te dibujando su cuerpo, tocándolo como, cada vez más, me gustaría tocarlo a mi.
Quizás estoy equivocado, pero parecía que ella se daba cuenta de mi nueva forma de mirarla, y, inauditamente, parecía que le gustaba. Ahora sus pezones solían estar marcados, y ahora sus camisetas eran un poco más cortas. Ahora, cuando hacía sus ejercicios, parecía elegir deliberadamente las posiciones que me permitían apreciar su cuerpo, y que una vez me permitieron apreciar, que efectivamente no llevaba ropa interior, que efectivamente estaba mirando su vagina, cubierta por un poco de pelo, y al parecer, húmeda, como su cuerpo sudado. Cada vez jugaba peor videojuegos.
Con el tiempo necesité más, necesite sentirla más cerca, así que, sigilosamente, salí de mi pieza y me senté en el suelo, al lado de su puerta, que era lo único que me separaba de sus gemidos, ahora mucho más perceptibles. Esa termino siendo mi rutina, sentarme ahí a escucharla y masturbarme. Hasta que un día salió para ir al baño.
No se cuanto tiempo nos miramos a los ojos, ella de pie, yo sentado en el suelo, sentí que fue una eternidad, pero probablemente no fueron más de 5 segundos. La cosa es que, como si nada, siguó su camino, se dirigó al baño como si no me hubiera visto, como si nada hubiera pasado. Apenas entró, yo me puse de pie y me fui a mi habitación.
La siguiente semana, ni siquiera me atrevía a tocarme escuchandola, estaba paralizado por una confusión que se parecía bastante al miedo. Hasta que todo volvió a la normalidad, a esa extraña normalidad, y mi mano volvió a hacer la suya, entregado a sus gemidos como escuchando una música involuntaria, compuesta sólo para mi.
Hasta que, habiendo pasados semanas, habiendose mantenido ese silencio durante el día, esa sensación de que lo que pasó aquella noche era un sueño que confundí con la realidad, me atreví a volver a sentarme afuera de su habitación, a escucharla más de cerca, y ella parecía esforzarse por que la escuchara, por que la sintiera, pues ahora gemía más fuerte que antes, o quizás era mi deseo, cada vez mayor, el que amplificaba su contenido placer en mi mente, como una piedra cayendo a un lago y dibujando pequeñas olas en su superficie, cada vez más grandes, hasta diluirse, como ella se diluía, como yo me diluía, cuando acabamos.
Y volvió a salir al baño, pero ahora no me miraba, simplemente salía y volvía a entrar a mi habitación, consciente de mi presencia, pero ignorandola por completo, supe entonces que teniamos un acuerdo. Asi fueron transcurriendo los días. Hasta que me atrevi a aumentar la apuesta.
Apenas entró al baño, yo entre a su habitación, y la espere adentro, sentado en la silla de su escritorio, orientado a su cama, con mi miembro en mis manos, como controlandolo, como diciendole que todavía no, que esperara, tal como yo la esperaba a ella.
Cuando entró se vio bastante sorprendida por mi presencia, y volvio a repetirse el episodio de la primera vez, nos miramos a los ojos una eternidad, y noté como sus piernas temblaban un poco. Ella encendio la luz, se recostó en su cama, abrió sus piernas hacía mi, encendió su vibrador y lo posó sobre su sexo, enseñandomelo, concediendome ese regalo. He de reconocer que hasta se me olvido masturbarme, simplemente mis pupilas se perdieron en esa humedad creciente, en su rostro, que parecia librar una timida lucha con el placer, sus ojos cerrados, sus labios humedecidos de vez en cuando por su lengua, su nariz respingada, casi milagrosa de perfecta, una obra de arte sin autor. Se sacó la camiseta de a poco, y acariciba sus pezones, rodeandolos, dibujando circulos, lamiendose los dedos y empezando de nuevo, acariciando sus pezones, rodeandolos, dibujando circulos, de vez en cuando bajaba su mano, cruzando su vientre plano hasta llegar a su vagina, a su clitores, acariciando levemente, casi sin tocarlo. Yo no lo podía creer. Yo no podía pensar en nada. Yo era solo cuerpo, solo carne, cada celula de mi cuerpo apuntando a su cuerpo como una flecha. De repente el vibrador se apagó.
Se había descargado. Note su frustración, su rabia. Y sin que yo pudiera hacer nada, me baje de la silla, de rodillas, y me acerque de a poco, como una serpiente reptando ebria por la melodia de la flauta de hammelin. Ebrio de deseo, comence a besar la parte interior de sus muslos, no me atrevía, aún, a acercarme ahí a su sexo, pero era inevitable, se me hacía agua la boca, y a ella se le hacia agua la vagina, cada vez más humeda, cada vez más apetecible. Hasta que me atreví.
Besé su vagina, me quería ahogar en su humedad, la acaricie con mi lengua, de arriba abajo, sintiendo su sabor, oyendo sus gemidos, de arriba a abajo. Luego me concentré en su clitoris, lo quise con mi lengua lentamente, lo rodeé dibujando circulos a su alrededor, lo acaricie con la punta de mi lengua, un ritmo acompasado y constante, no se cuanto tiempo estuve ahí, se que no fue suficiente. Hasta que senti como su cuerpo se contraía, como su vientre se apretaba, como no podía quedarse quieta. Me apretaba con sus mulos, me tomaba el pelo, como intentando sostenerse de algo, para no hundirse en su placer.
Cuando ya todo había terminado, cuando ella sólo era cansancio y alivio, fui subiendo por su cuerpo hasta que estuvimos cara a cara. Nos miramos, como cuando me vió, por primera vez, sentado afuera de su pieza, como cuando abrio la puerta de su habitación y ahí estaba yo. Nos miramos una eternidad contenida en diez segundo, y ambos sonreímos.
5 comentarios - Los gemidos de mi hermana tocan mi puerta.