1
¡Soy puta! De eso no hay duda, y como dicen por ahí: “y mi coño lo disfruta”. ¿Para qué negarlo? Nunca me gustó mucho estudiar, llegué a la universidad y necesitaba dinero, pues con la asignación que me daban mis padres no me llegaba para mis caros caprichos y juergas. Así que me introduje en este mundillo a través de una amiga.
Como en todo, los inicios fueron duros, pero no me puedo quejar, comencé haciéndolo con viejos, empresarios con unos cochazos impresionantes, pero viejos al fin y al cabo, gordos, peludos y feos. Aunque luego llegaron algunos que eran más guapos y más apuestos, pero en fin, yo me lo tomaba como un trabajo y así accedí a un nivel económico nunca antes soñado por mí. Ni que decir tiene que yo era cara, carísima, vamos lo que se suele llamar una puta de lujo, mi joven y esbelto cuerpo, de carnes prietas y curvas perfectas, así lo merecía. ¡Y el negocio me iba bien!
Me mudé a uno de los mejores barrios de la ciudad y me instalé en un apartamento con todas las comodidades que deseaba, a la altura de mi nuevo estatus.
Trabajaba durante las noches, sobre todo los fines de semana, aunque entre semana tampoco me faltaban clientes fijos, que ávidos de sexo volvían a requerir los servicios de una jovencita como yo.
Y aprendí bien el ofició, los ponía súper cachondos con mis insinuaciones, mi lengua traviesa y mi sonrisa picarona. Por ejemplo, a veces me invitaban a cenar a los mejores restaurantes y en un momento dado de la cena tiraba la servilleta al suelo para que mi comensal me la recogiese galantemente, entonces me abría de piernas y le enseñaba mi chochito desnudo, libre de ataduras. Esto siempre funcionaba, el agradecido cliente se levantaba con una espléndida sonrisa entre los labios, que yo hacía corresponder con otra mía.
Pero como casi todo en la vida, nada es para siempre. Un día llegó mi hora, uno de mis clientes se encaprichó conmigo, me seguía a todas partas y se ponía súper celoso cuando me acostaba con otros. Una noche al volver del trabajo me esperó en mi portal y la emprendió a golpes con mi preciado cuerpo sin mediar palabra. Me encontraron tirada en el suelo, inconsciente, en la entreplanta de la escalera.
Pasé semanas en el hospital hasta mi completa recuperación. Lo ocurrido me hizo recapacitar y ya nada fue como antes, hasta pensé en dejarlo pero una vez que te acostumbras al dinero fácil resulta prácticamente imposible dejarlo, es como una droga.
Decidí mudarme de ciudad. Para no llamar la atención me busqué un apartamento más discreto en un barrio humilde y volví a comenzar de nuevo. A partir de ese momento fui más discreta y seleccionaba mejor a mis clientes.
Una mañana de primavera, cuando salía de mi nuevo apartamento, iba caminando por la acera frente a un parque y olí a césped recién cortado ¡Ese olor me embriagó! ¡Me encanta ese olor! Había un chico junto a una máquina cortadora de césped, llevaba gorra y estaba sacando el césped recién cortado de ella cuando me vio acercarme, al verme me sonrió.
— ¡Buenos días señorita! —me dijo con una sonrisa de las más inocentes que haya visto.
— ¡Buenos días chico! —conteste devolviéndole la mejor de mis sonrisas.
Al verlo más de cerca me di cuenta de que el muchacho padecía el llamado síndrome de Down, automáticamente no pude evitar sentir algo de lástima. Aunque lo cierto es que me cayó simpático y decidí charlar un poco más con él.
— ¿Estás cortando el césped? —pregunté ingenua, pues era obvio lo que estaba haciendo.
— Si señorita, me gusta cortar el césped —dijo él con tono campechano.
— ¡Me encanta el olor del césped recién cortado! —exclamé inspirando profundamente, y llenando a tope mis pulmones.
— A mi también, ¿cómo te llamas? —me preguntó el muchacho.
— Me llamo Lucía, ¿y tú guapo?
— Yo me llamo Francisco, aunque mis amigos me llaman Fran.
Así fue como le conocí, aquí comenzó nuestra historia juntos…
El muchacho le devolvió de nuevo su inocente sonrisa, como todas las suyas. Una sonrisa que despertaba mucha ternura y que inmediatamente conectó con Lucía, tal vez el poder de la inocencia en un hombre, algo que lamentablemente ella no veía muy a menudo.
— ¡Oh pues encantada de conocerte Fran! —exclamó Lucía de muy buen humor—. ¿Y trabajas por aquí todos los días?
— Si, estamos por este parque, yo mi mis compañeros —le dijo señalando a otro grupo que estaba desperdigado por aquel parque frente a su edificio, en el que Lucía no había reparado aún.
Un hombre joven se acercó a ellos mientras charlaban y cuando llegó a su altura le preguntó a Fran por su nueva amiga.
— ¡Hombre Fran qué amiga más guapa tienes! ¿Me la presentas?— dijo el hombre acercándose al muchacho y echándole el brazo por el hombro mientras le miraba descaradamente las tetas.
Lucía ya conocía aquellas miradas, eran las miradas del depredador, los hombres que ella trataba de evitar a toda costa, pues le hacían sentirse mal cuando se acostaba con ellos, por mucho que le pagasen.
— Si, se llama Lucía. Este es Antonio, nuestro monitor...— comentó finalmente Fran, sacándola de sus pensamientos hacia el monitor.
— Encantada Antonio —mintió—. Estaba charlando con Fran sobre el césped, me parece muy simpático, ¿estáis haciendo un curso con chicos como él por aquí, no?
— Si, es una obra social patrocinada por una caja de ahorros, así ellos aprenden un ofició y están activos.
— ¡Oh si, claro! —dijo Lucía como si supiese de lo que estaba hablando.
— De hecho, se les paga como a un trabajador más de jardines.
— ¡Está muy bien, Fran es muy simpático! —exclamó ella con su estupenda sonrisa.
— ¿Es guapa, verdad Antonio? —preguntó de repente Fran a su monitor.
— ¡Oh ya lo creo Fran, es guapísima! —exclamó galantemente el monitor.
— ¡Vaya, gracias! ¡Sabes qué, por ser tan simpático te has ganado un súper beso! —dijo Lucía acercándosele y estampándole el mejor de sus besos.
— Vaya Fran, ¡qué suerte tienes de haber conocido a una amiga así! —le felicitó su monitor, tal vez envidioso de que una mujer como Lucía se hubiese fijado en él.
— Bueno me tengo que marchar, ¡espero que nos sigamos viendo por aquí chicos! —dijo ella para despedirse de ambos.
Con el tiempo, Lucía recordaría con gran cariño este momento justo, cuando le conoció, aunque como suele pasar, aquel día ella no le diese mayor importancia al agradable encuentro con aquel noble muchacho.
Cuando volvía a la hora del almuerzo a casa, para su sorpresa, vio que Fran estaba sentado en su portal. Así que volvieron a saludarse.
— ¡Hola Fran, cómo estás! ¿Ya terminaste el trabajo?
— Si, estoy esperando a mi madre— contestó el muchacho.
— ¿Es que vives aquí?
— Si, en el 2ºA— acertó a decir.
— ¡Vaya, pues yo vivo justo encima vuestro, en el 3ºA. ¡No tenía idea que fuéramos vecinos! Sabes qué, me voy a quedar contigo esperar a tu madre y que no te aburras, ¿te parece? —dijo Lucía sentándose en el escalón del portal a su lado, mientras se colocaba su pequeño bolso en sus piernas blancas, tras descolgarlo de su hombro.
— Vale, ya no tardará en volver, ¡porque tengo hambre! —exclamó jovial.
Y no andaba descaminado, pues fue como si la presintiera. En ese momento Lucía vio acercarse a una mujer de unos cincuenta años al portal, el chico giró su cabeza para verla y cuando lo hizo se le iluminó la cara. Sin duda era su mamá.
— ¿Cómo está mi niño?— le preguntó mientras este se levantaba y la abrazaba dándole dos besos.
— Muy bien mamá, ya he terminado del trabajo. Mira, ella es Lucía, ¡es mi amiga y vive arriba! —dijo él muy contento.
Ambas mujeres se presentaron, su madre se llamaba Marisa y venía cargada con bolsas de la compra. De forma que tras una charla informal, Lucía se ofreció a ayudarla con las bolsas y subieron juntos en el ascensor. Le dijo que era estudiante y que efectivamente vivía encima justo de su piso, con esto siguió con su tapadera habitual de chica estudiante universitaria.
En la segunda planta se despidieron, luego ella continuó hasta el tercero, entró en su apartamento, se cambió y se puso cómoda, para luego cocinarse algo de pasta y pues estaba tan hambrienta como Fran y luego sesteó tirada en el sofá mientras se distraía viendo los cotilleos de la tele.
2
Esa noche quedó con un cliente, éste la había llamado a una agencia de modelos que se anunciaba en internet y en los principales periódicos con el eslogan “señoritas de compañía”, en la que Lucía ofrecía sus servicios al efecto. Con sus reservas habituales concertó una cita en un restaurante de la ciudad. Por supuesto la cena correría por su cuenta y luego llegaría el polvo, que podría prolongarse tanto como el cliente quisiera, pues cada minuto contaba para la factura final.
Tras la velada ella cobraría sus honorarios habituales en estos casos a través de la agencia, para así no tener que llevar dinero encima. Todo muy sencillo, todo muy discreto.
Cuando se acercó al restaurante, previamente se sentó en la barra y se pidió un cóctel. Diez minutos después llegó su cliente, vestido con traje negro y corbata. Se lo veía nervioso, cuando le preguntó al camarero por su reserva apenas consiguió explicarse. Finalmente éste le confirmó que tenía la mesa preparada y lo condujo hasta ella.
Lucía dedicó unos minutos a estudiarlo desde su posición estratégica en la barra del bar. Ella estaba impecable, también llevaba un vestido ajustado y negro, con abrigo del mismo color y bufanda de piel de zorro, collar de perlas blancas con diamantes a juego y reloj de oro.
El hombre no hacía más que mirar a uno y otro lado, buscando su acompañante de esa noche. A Lucía le divirtió observarlo y prolongó la espera unos minutos más mientras se terminaba su coctel. Finalmente como una estrella de cine, bajó de su taburete y despacio fue caminando hasta donde estaba el camarero que recibía a los comensales, le dio el nombre de su cliente y éste la condujo hasta su mesa.
Al acercarse vio cómo el pobre incauto tragaba saliva, cuando estuvo frente a la mesa éste se levantó nervioso, ella se deshizo del su abrigo, que fue recogido por el camarero y se acercó a él soltándole sendos besos con sus rojos labios.
— ¡Hola cariño! —le dijo en un tono familiar.
— ¡Hola! —balbuceó su cliente.
Finalmente se sentó en la silla que previamente el camarero había separado de la mesa para ella. Sin duda toda una señora. El caballero hizo lo mismo y se sentó frente a ella, cruzando sus manos sobre la mesa. Otro camarero se acercó al instante y les preguntó qué deseaban para beber. En ese momento Lucía se adelantó y pidió una botella de vino.
Como siempre al principio la situación era tensa y ella detectó al instante que su cliente no estaba precisamente experimentado en estos temas, casi no hablaba, de forma que ella tuvo que soltarse la lengua y hablar por los dos, tratando así de crear un ambiente relajado y tranquilo, sonriéndole todo el rato.
La charla fue un poco intrascendente al principio, ya mientras comían el hombre comenzó a hablar de su vida y le confesó que estaba en trámites de divorcio de su mujer y que desde hacía mucho tiempo no mantenía ningún tipo de relación con su ya casi ex. Finalmente su cliente se fue tranquilizando a medida que el vino y la comida corrían y la velada se hizo agradable. Por cierto, el hombre dijo llamarse Juan, seguramente un nombre inventado, al igual que el de ella.
Finalmente Lucía le propuso marcharse y ya en la puerta, se subieron al BMW X5 que les estaba esperando, traído hasta allí por el aparca coches del restaurante justo a tiempo. Se montaron en el vehículo y se marcharon. A Lucía le volvían loca estos coches, con tapicería de cuero blanco, sus acabados cromados y en madera pulida, sin duda aquel tío tenía pasta y se podía permitir su compañía toda la noche si hacía falta.
El hombre se dirigió al hotel de cinco estrellas en el que previamente había reservado habitación, entró en el parking y al estacionar para su sorpresa Lucía se le aproximó y echando mano a su paquete descubrió que no estaba precisamente excitado.
— ¿Oh cariño, quieres que comencemos aquí antes de subir a la habitación?— le dijo mientras le manoseaba su flácido miembro encima de su bragueta.
— ¡No, espera, aquí no! ¡Mejor subamos a la habitación!— exclamó nervioso su acompañante zafándose de sus caricias y saliendo del vehículo.
— ¡Está bien, tranquilo! Haremos lo que tú quieras...— contestó Lucía melosa.
Accedieron al ascensor y para su sorpresa vio como pulsaba directamente la quinta planta, eso quería decir que el muy pillo ya había recogido la llave de la habitación, antes de cenar, así evitaría la incómoda situación de pedirla con ella a su lado a esas horas de la noche.
El Hotel era todo un cinco estrellas, estaba súper bien, al entrar en la habitación Lucía descubrió con agrado que era toda una suite con una cama enorme, flores por la habitación y un centro de mesa repleto de frutas junto a una botella de champán francés al lado enfriándose en un recipiente lleno de hielo, todo había sido dispuesto al detalle.
Se acomodaron, Lucía pasó primero al servicio y se alivió la vejiga, después procedió a lavar su sexo en el bidé, dejándolo listo para la acción. Se secó y se puso de nuevo un tanga transparente de color rosa con piedrecitas brillantes en sus caderas. Se desvistió y salió únicamente ataviada con el citado tanga, lo cual le confería un aspecto poco menos que impactante. El incauto partenaire estaba sirviendo el champán cuando la vio e inmediatamente comenzó a regar la mesa con el espumoso y dorado líquido. Ella al ver su torpeza no pudo por menos que sonreír.
— ¡Oh vaya, no te pongas nervioso! —rió—. En vez de tirarlo en la mesa me lo podrías echar a mi por el cuerpo y luego beberlo de mi piel, ¿te gustaría? —le dijo mientras se acercaba a él con su cuerpo esplendorosamente semi desnudo.
La bella chica se acercó como una gata en celo y le restregó todo su cuerpo desnudo sobre el caro traje de ejecutivo que lucía aquel hombre. Su perfume lo embriagó y no pudo por más que echar mano a su culo descubierto, suave y sedoso, al tiempo que probaba sus pequeños pechos, chupando sus pezones sabiamente excitados en el baño hasta ponerlos duros y puntiagudos, haciéndolos entrar en su boca y chupándolos dulcemente, mientras Lucía se os ofrecía sujetándolos con sus manos.
Ella se pego a conciencia contra sus ingles, pegando su monte de venus allí donde dormía el monstruo de su amiguito, monstruo o más bien monstruito, el caso es que el durmiente despertó. Entonces ella echó mano a él y continuó desperezándolo acariciándolo encima de su bragueta. Tras el calentón inicial, él la interrumpió.
— ¡Tengo que ir al lavabo!
— Adelante cariño, haz lo que tengas que hacer pero aséate bien al final, ¿vale? Quiero que estés bien limpito para que yo pueda hacerte un regalito —le advirtió señalando el mostruito que había nacido en su entrepierna.
Esperó un tiempo prudencial y cuando oyó el agua del bidé correr decidió entrar a ver que tal iba su acompañante. Éste, de nuevo, se sobresaltó al verla.
— ¡Vaya estamos nerviosillos hoy! ¿Verdad? —sonrió Lucía tranquilizadora—, sólo quería echarte una mano en el aseo.
Tras lo cual se arrodilló junto al tipo, que estaba ya completamente desnudo y sentado en el bidé y procedió a lavar su miembro, enjabonándolo primero, aprovechando para darle un buen masaje de jabón y aclarándolo después con abundante agua tibia, hasta que el monstruito quedó reluciente.
Entonces lo hizo levantarse y en cuclillas comenzó a chupársela, bebiendo las gotas de agua que aún la envolvían con su ardiente boca, haciendo brillar su glande al sacarla de su boca, mientras con su lengua que se enroscaba una y otra vez sobre su punta, provocándole unas sensuales cosquillas.
El hombre quedó absorto y puso sus ojos en blanco antes de cerrar sus párpados y mirar al cielo, como acordándose que tales placeres de la naturaleza aún existían para él. Tras unos segundos Lucía cogió un condón que previamente había ocultado en su mano y sin que él se diese cuenta lo introdujo en su boca y vistió al monstruito con él, en un juego ya bien aprendido para enfundar los falos sin que el cliente apenas lo notara y sin que protestase por dicha acción.
— La chupada a pelo, es un detalle de la casa con su cliente en la primera vez, si quieres que siga tienes que demostrarme que eres un tío sano— le dijo dando por finalizada la mamada.
A continuación pasaron a la cama, ella lo tumbó de espaldas y se subió a su cuerpo como una tigresa, de un salto. Frotándose el coño antes de metérsela, se abrió sus labios y poco a poco la condujo hasta el fondo, quedando sentada sobre sus huevos.
— ¡Qué bonita eres!— exclamó Juan en el momento en que su polla entraba en el ardiente interior, a lo que siguió una exhalación muestra del mayor de los placeres.
— ¿Soy bonita verdad? —sonrió Lucía apoyada en su pecho mientras comenzaba a cabalgarlo—. ¡Pues esta noche te enseñaré además las cositas que sé hacer!
— ¡Házmelo despacio!— le rogó él.
— Está bien cariño, lo haremos como tú quieras— contestó Lucía mientras colocaba suavemente su falo bajo su rajita y se lo restregaba suavemente jugueteando en su entrada con él.
Cuando se cansó, lo hizo desaparecer de nuevo en su caliente interior y suavemente comenzó a subir y bajar continuando con la cabalgada.
— ¡Jo, qué bueno!— exclamó el sumiso cliente bajo aquella gatita encelada.
— ¡Oh si!, ¡me está gustando a mi también! —gritó Lucía acordándose de porqué le gustaba aquel oficio: ¡Buena comida, buenos vinos, suites de lujo y sexo!
Ella, que conocía los entresijos de su trabajo a la perfección, se echó sobre el pecho del individuo haciendo que este se aferrase a su espalda y le comiera los pezones, mientras ella, con rítmicos movimientos de su cintura de avispa, lo fue follaba despacito como le había pedido él.
Mientras tanto el hombre disfrutaba mamando de sus tetitas, como golosinas en la boca de un niño, al tiempo que apretaba su culo prieto y redondo con ambas manos mientras ella ejercitaba sus caderas arriba y abajo. Sin duda todos sus sentidos estaban puestos en aquella hermosa chica que se lo elevaba al cielo, y le hacía recuperar parte de su autoestima, perdida por el trámite del divorcio al que le había dicho durante la cena que se enfrentaba.
Lucía se recreaba en el acto subida encima del caballero al que apenas conocía. Había llegado a ser capaz de de abstraerse mientras follaba a aquellos hombres, la mayoría de veces no le gustaban mucho, por eso recurría a la imaginación, bien para cambiarles el aspecto, bien para verse en una playa caribeña de blanca y fina arena, tumbada sobre una hamaca disfrutando de un cóctel mientras un hermoso joven la poseía.
Esta ocasión era distinta, pues era su primer cliente en bastante tiempo, desde su incidente y lo cierto es que le había caído bien con sus inseguridades durante la cena y también echaba de menos el sexo. El sentir una verga en su interior, el sentir su poder encima de un hombre, controlarlo con su pequeño y fibroso cuerpo, que tanto gustaba a ellos por su aspecto infantil pero tremendamente erótico.
Por eso, ensimismada en sus pensamientos, no sorprendió que apenas llevasen unos minutos cuando el tipo comenzó a gemir airadamente, apretando sus dientes, sus manos en su culo y tensando todo su cuerpo levantándola con él sobre la cama.
— ¿Ya cariño? —le preguntó extrañada.
— ¡Oh si! ¡No he podido evitarlo! —confesó el cliente entre dientes.
Bueno, no había más que hacer, se limitó a echarse sobre su cuerpo y hacerle arrumacos en el oído mientras apuraba los últimos espasmos de su corrida. Cuando hubo terminado, desmontó y se tumbó a su lado.
— Me gustaría ver cómo te masturbas —le propuso su cliente.
Dado el poco tiempo que había durado la penetración a Lucía no le pareció mal seguir jugando con él, después también era de carne y hueso y le hubiese gustado que aguantara un poco más para darse placer.
Así que se bajó de la cama y se acomodó en una butaca que había a los pies de la misma. Levantando una rodilla por encima del reposa manos, apoyó su talón en él, dejando su pequeña rajita exageradamente al descubierto. Luego lamió delicadamente la punta de sus dedos y procedió a separar los finos labios de su afeitada flor, deleitándose con caricias sensuales y atrevidas sobre su clítoris y labios.
— Métete los dedos, quiero ver cómo lo haces —le exigió el cliente.
Lucía lo complació y se introdujo dos y hasta tres de sus dedos. Jugaba con su almeja como una experta y como sabía lo que ponía a los hombres se deleitaba estirándose los pliegues de su coño, mostrándolo tan abierto y explícito como le era posible. Incluso se permitía introducir sus dedos en ese oscuro agujero del deseo prohibido, algo que también los volvía locos.
Lo cierto es que estaba tan abandonada, que descubrió lo caliente que se estaba poniendo en aquellos momentos y le apeteció correrse delante de aquel tipo. De manera que cuanto más pensaba en esta idea más le excitaba el hacerlo.
— ¿Te atreverías a comérmelo? —le propuso tan cachonda como ya no recordaba haber estado con ningún cliente.
El hombre la miró extasiado en la visión de su preciosa y pequeña joya. Tal proposición le turbó y aunque dudó, pues ella para él también era una extraña, finalmente claudicó y aproximándose a ella a gatas puso su boca tan cerca de su raja que Lucía pudo sentir su cálido aliento sobre su piel.
— ¡Oh si Juan, qué rico! —exclamó airadamente al sentir su lengua clavarse en su coño.
Se había atrevido a pedírselo y él había aceptado, no era algo que soliese hacer pero aquella noche era distinta lo deseaba y quería correrse, pues también ella tenía derecho.
El hombre se portó tan bien que ella para recompensarlo lo tumbó de nuevo en la cama y le comió la polla a pelo una vez más hasta recuperar una aceptable erección de aquel tipo.
— ¡Vamos, fóllame por detrás! —le ordenó como si fuese su ama.
Él sin rechistar se puso tras su pequeño culo respingón y le clavó la verga en su sonrosada rajita.
Lucía la sintió entrar y ahora fue ella quien exhaló de puro placer. El tipo se aferró a sus estrechas caderas y apretó con furia ahora contra su culito, lo cual le hizo un delicioso daño. Después de todo no follaba mal el tío.
Se soltó en una serie de gemidos y alaridos como gustaba oír a los hombres que la follaban, apoyó los codos sobre las sábanas y dejó su culito en pompa y se dejó follar por él, para que sintiera que sumisamente se rendía a su polla y adoptó el papel que tanto gustaba a sus clientes a veces.
Secretamente deslizó sus dedos en aquella postura por su vientre y se acarició su clítoris mientras la follaba, disfrutó con cada embestida e incluso sintió cómo éste le deslizaba el dedo gordo por su ano, algo que seguramente hacía con su mujer y que ella también apreció, pues la excitó un poco más si cabe.
Y corriéndose por todo lo alto se contrajo y convulsionó con su pequeño cuerpo sometido a aquel tío que acababa de conocer, placeres del trabajo que sólo muy de tarde en tarde ocurrían, pero que cuando pasaban le hacían reponerse y continuar con su oficio, que por otra parte le proporcionaba además pingues beneficios.
— ¡Qué bueno, joder! —dijo mientras terminaba de correrse.
Pero Juan, que así se llamaba, al sentir las contracciones de su pequeño cuerpo de universitaria, apretó sus embestidas y mientras ella terminaba fue él quien comenzó a dar alaridos y alcanzar así su segunda corrida.
Sólo entonces Lucía fue consciente de que esta segunda vez se había olvidado de los condones y casi de inmediato pensó en el peligro que corría por aquel imperdonable despiste. Aún así lo analizó con frialdad y pensó que probablemente aquel tío no iba de putas desde hacía años y que sólo ahora, a raíz de la tensa relación con su esposa había claudicado, se fijó en que aún llevaba su anillo y pensó que no era probable que le contagiase nada, aunque eso sí, tomó nota para próximas ocasiones.
Mientras tanto el tío terminó de sacudir su pequeño cuerpo y rendido se echó a un lado, liberándola de su cintura, momento en el que Lucía aprovechó para salir rauda hacia el cuarto de baño, buscando un poco de intimidad.
Se sentó en la taza del váter y el pipí cayó con su chorrito característico, también sintió otros flujos bajar, fruto de su inconsciencia de antes. Respiró hondo y se relajó unos instantes. En su mente se sintió liberada, volvía al trabajo y esta noche se sacaría una buena tajada. Entró en la ducha y se aseó bien su rajita, dejó que el agua caliente corriese por su rostro, limpiando su maquillaje, pues ahora ya no le importaba y tras esto salió de la ducha cogiendo la primera toalla que tuvo a mano.
Mientras se secaba se estuvo mirando en el espejo, viendo su cuerpo desnudo, sin duda era narcisista y le gustaba verse reflejada en todo su esplendor.
— ¿Estás buena, eh? —se dijo como Narciso al mirarse al estanque.
Al salir sorprendió al hombre dormido, este se sobresaltó un poco y ella se disculpó. Le dijo que se tenía que marchar y este se envolvió perezosamente en las sábanas mientras la despedía.
— Volveré a llamarte, has estado genial —le dijo antes de que saliese por la puerta.
— Cuando quieras estoy a tu disposición “guapetón” —respondió ella girándose y devolviéndole la mejor de sus sonrisas mientras le tiraba un besito al aire.
Se vio un poco cursi, pero sabía que aquel tipo lo había pasado bien y que sin duda volvería a picar en sus redes, haciéndose un cliente fiel, y a juzgar por su nivel de vida, ¡sin duda le convenía!
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Soy Puta creo que fue mi cuarta novela, tras: Náufragos, Memorias y Caluroso Verano. Ya había logrado escribir novelas completas! No solo una ristra de relatos que no llegaban a ninguna parte, ahora escribía obras con fundamento, con una trama y un desenlace y todo plagado de calientes encuentros sexuales. En Soy Puta además esa trama tiene giro inesperado, como en las mejores obras y pienso que sorprende al lector o lectora que toma entre sus manos una obra erótica como esta.
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