Así como iba terminando el verano, empezaba un nuevo año escolar en Hogwarts. El expreso estaba a punto de salir. La plataforma 9 y ¾ estaba abarrotada de chicos nerviosos y alborotados y de algunos padres que habían ido a despedirlos. La mañana era bastante fresca y había hasta un poco de niebla.
Cerca de uno de los accesos al tren estaban reunidos Harry, Hermione, Ron, Ginny y el resto de los Weasley. Hablaban animadamente sobre algo, y reían. A la pasada, Luna decidió saludarlos.
– ¿Qué tal, chicos?
La rubia venía aún sin la túnica de Hogwarts puesta, con una camperita bordó y unos jeans muy ceñidos a la cintura. Saludó a todos y les preguntó cómo habían pasado las vacaciones.
– Lo mismo de siempre. – dijo Harry, entre aburrido y apenado. Estaba un poco blanco, por el frío suponía.
Ron se limitó a sonreír de forma rara y Ginny no dijo nada; hablaban casi todos los días así que sus vacaciones no eran ningún misterio para Luna. Hermione sí, encantada de que le preguntaran, se puso a hablar sobre sus paseos a las montañas, y los libros que había leído, y así y así. Luna la escuchaba con genuina atención. En eso sintió que la llamaba su padre así que se despidió y se fue a hablarle.
Su padre, como siempre, vestía estrafalario. Los pantalones negros de traje no coincidían con la campera marrón ni con los zapatos azules; y cerraba el espectáculo con una vieja galera.
– Siento que será un buen año, Luna. Pero te vas a tener que portar bien. Ya estás grandecita, deberías andar con cuidado. – la miró con cierta tensión – No dejes que se aprovechen.
– Sí, papá. – el tren empezó a echar humo y a silbar. – Nos vemos. – le dio un beso en el cachete y corrió hacia el tren, lista para empezar su quinto año en Hogwarts.
Los chicos también empezaron a subir, después de saludar al Sr. y a la Sra. Weasley. Antes, Ron señaló a Luna y le dijo a Harry al oído: – Ese sí es un buen culito.
Después de registrar la totalidad de los vagones en busca de algún Sgnark en el aire que pudiera molestar, Luna se fue a buscar un compartimento donde sentarse. Iba saltando y el pelo rubio, un poco sucio y enredado, le rebotaba en el pecho.
Encontró a sus amigos y entró. Se había sumado Neville, que se desesperaba buscando algo en sus bolsillos, hasta que entró Luna y se quedó mirándola, sorprendido y algo excitado. Luna estaba buena. Y mucho. Su expresión despistada y esos ojos de muñeca siempre le habían gustado, pero ahora le habían crecido las tetas y tenía un culo infartante. La única que pareció ver la reacción de Neville fue Ginny, que sonrió por lo bajo.
– Hola otra vez. Hola, Neville. – dijo, mirando al chico, que seguía con la mandíbula desencajada.
Luna se sentó al lado de Ginny y sacó un ejemplar de El Quisquilloso que se puso a leer.
– ¿Y cuál es el plan para el año, Harry? – preguntó Ron, burlón.
– Mirá, con un poco de suerte quizás no terminemos al borde de la muerte esta vez.
– ¡Harry! – le reprochó Hermione, afectada. – No hables así. Da mala suerte.
Neville pareció al fin volver en sí y, después de tragar saliva un par de veces, dijo: – Mi abuela dice que la mala suerte es para los tontos nada más…
Hermione hizo una mueca más de asombro que de enojo.
– Yo no le haría mucho caso a tu abuela. – repuso Ron ofendido.
Luna seguía leyendo su diario y Ginny miraba la escena divertida. Harry se estaba comiendo una rana de chocolate que se le había querido escapar reptando por la puerta que había quedado abierta. Luna levantó la cabeza del papel.
– Dice acá que este año pueden esperarse mayor cantidad de lechuzas áureas por la zona debido a la influencia de Saturno sobre la Tierra.
Todos la miraron en silencio. – ¿Lechuzas áureas? – preguntó Hermione – ¿Qué es eso?
– Lechuzas… áureas – repitió Luna extrañada. – Son esas lechuzas grandes y doradas que vuelan sobre las nubes. – explicó, como si fuera algo de público conocimiento.
– Nunca vi una lechuza dorada en mi vida. – dijo Harry.
– Bueno – sentenció Luna con una sonrisa – este año van a verse más. – y siguió con su diario.
A la hora más o menos, Ginny y Hermione fueron a cambiarse y ponerse sus túnicas. Luna dijo que las alcanzaría en un momento. Harry también salió hacia el baño. Luna terminó de leer un artículo sobre las habilidades artísticas de los Boggart y salió del compartimento.
Cuando entró al vestuario, las chicas ya estaban saliendo entre risas con sus túnicas puestas. La de Ginny le quedaba un poco grande y disimulaba bastante el buen par de tetas que le habían crecido durante las vacaciones. Lo de Hermione no tenía remedio. Aunque se hubiera puesto una carpa no hubiera podido esconder las montañas que tenía en el pecho, que se bamboleaban con el traqueteo del tren. Al pasarlas y ver también el culo de la castaña, Luna se lamió las comisuras de los labios, soñando.
Entró en el vestuario y se sacó la ropa. Sobre la piel blanquísima llevaba un modesto corpiño color azul satinado y una tanga también azul. Se puso la túnica y volvió al pasillo. Y escuchó un ruido débil que venía de algún lado. Un siseo. Venía de uno de los armarios para guardar las cosas de mantenimiento que estaban a los costados del vestuario. Era el de la derecha. Luna pensaba seguir caminando pero el siseo se volvió a escuchar, ahora más fuerte. Curiosa, abrió la puerta del armario, que tenía cierta profundidad pero estaba muy oscuro así que no se veía nada. Quiso prender la luz. El siseo la detuvo. Entró en el armario y la puerta se cerró sola detrás de ella. Ahora no veía absolutamente nada. Pero había alguien más ahí, sentía el calor y la respiración. Estiró una mano para ver quién o qué era, pero lo que fuera la golpeó en la mano y la hizo callar otra vez.
Le pusieron una mano en la cabeza. Era la mano de un hombre, creía. Le hizo presión para que se arrodillara y Luna escuchó el sonido de ropa deslizándose. Pero no pasó nada más, aunque la mano seguía en su cabeza.
– ¿Qué? ¿Quién sos? ¿Qué…? – mientras Luna intentaba enterarse de qué pasaba, algo se le metió en la boca abierta. Algo largo y caliente. Era un poco salado pero le pareció rico. No intentó sacárselo pero tampoco se movió. No sabía qué estaba pasando.
Después de un momento, eso se empezó a mover dentro de su boca. Parecía vivo. La mano en su cabeza liberó un poco la presión y eso seguía moviéndose. Salía un poco y volvía a entrar hasta su garganta, golpeándole la campanita. Luna notó que hasta había crecido un poco. Entonces salió por completo de su boca y le dejó a Luna un hilo de saliva colgando. Quería saber cómo era pero no veía nada. Lo buscó con las manos y lo encontró. Lo recorrió. Era como un mango carnoso. Curiosa, le pasó la lengua por la punta y lo sintió temblar. Le pegó unas lengüetadas más y se lo metió en la boca.
– Eso, eso. – dijo una voz. Le sonaba conocida pero no la reconocía. – Más fuerte.
Luna no sabía a qué se refería pero siguió chupando, con más ganas. Era rico, y mientras más lo chupaba más grande parecía, casi mágico. Después de un rato así, empezó a metérselo y sacárselo de la boca y, para no caerse por tanto movimiento, se agarró de ese mango y al ver que a su dueño parecía gustarle por los gemidos que escuchaba, empezó a frotarlo con sus manos, cada vez más fuerte. La mano volvió a hacer presión en su cabeza y Luna sintió una explosión en su boca. Un líquido espeso y caliente le llenó la boca y se le derramaba por los labios. No era tan rico. Quiso escupirlo pero la mano misteriosa le cerró la boca y la obligó a tragar. Le dio unas palmadas en la cabeza, le pasó por al lado, y una figura oscura salió del armario, dejándola sola y a oscuras, arrodillada en el piso, acelerada y con la boca llena de semen.
Luna se levantó, salió del armario y se acomodó un poco la túnica. Se cuidó de que no le hubiera quedado nada en la cara de ese líquido raro y volvió al compartimento con sus amigos. Cuando entró, ninguno de los chicos estaba en su asiento. Solo estaban Ginny y Hermione. Luna se sentó en silencio. Ginny notó su expresión.
– Luna, ¿todo bien?
– Creo que sí. – dijo, y las chicas se la quedaron mirando, en espera – Me acaba de pasar algo muy raro…
Mientras tanto, el expreso por fin estaba llegando a Hogwarts y parecía que el año empezaba de forma interesante para algunos de los alumnos.
Cerca de uno de los accesos al tren estaban reunidos Harry, Hermione, Ron, Ginny y el resto de los Weasley. Hablaban animadamente sobre algo, y reían. A la pasada, Luna decidió saludarlos.
– ¿Qué tal, chicos?
La rubia venía aún sin la túnica de Hogwarts puesta, con una camperita bordó y unos jeans muy ceñidos a la cintura. Saludó a todos y les preguntó cómo habían pasado las vacaciones.
– Lo mismo de siempre. – dijo Harry, entre aburrido y apenado. Estaba un poco blanco, por el frío suponía.
Ron se limitó a sonreír de forma rara y Ginny no dijo nada; hablaban casi todos los días así que sus vacaciones no eran ningún misterio para Luna. Hermione sí, encantada de que le preguntaran, se puso a hablar sobre sus paseos a las montañas, y los libros que había leído, y así y así. Luna la escuchaba con genuina atención. En eso sintió que la llamaba su padre así que se despidió y se fue a hablarle.
Su padre, como siempre, vestía estrafalario. Los pantalones negros de traje no coincidían con la campera marrón ni con los zapatos azules; y cerraba el espectáculo con una vieja galera.
– Siento que será un buen año, Luna. Pero te vas a tener que portar bien. Ya estás grandecita, deberías andar con cuidado. – la miró con cierta tensión – No dejes que se aprovechen.
– Sí, papá. – el tren empezó a echar humo y a silbar. – Nos vemos. – le dio un beso en el cachete y corrió hacia el tren, lista para empezar su quinto año en Hogwarts.
Los chicos también empezaron a subir, después de saludar al Sr. y a la Sra. Weasley. Antes, Ron señaló a Luna y le dijo a Harry al oído: – Ese sí es un buen culito.
Después de registrar la totalidad de los vagones en busca de algún Sgnark en el aire que pudiera molestar, Luna se fue a buscar un compartimento donde sentarse. Iba saltando y el pelo rubio, un poco sucio y enredado, le rebotaba en el pecho.
Encontró a sus amigos y entró. Se había sumado Neville, que se desesperaba buscando algo en sus bolsillos, hasta que entró Luna y se quedó mirándola, sorprendido y algo excitado. Luna estaba buena. Y mucho. Su expresión despistada y esos ojos de muñeca siempre le habían gustado, pero ahora le habían crecido las tetas y tenía un culo infartante. La única que pareció ver la reacción de Neville fue Ginny, que sonrió por lo bajo.
– Hola otra vez. Hola, Neville. – dijo, mirando al chico, que seguía con la mandíbula desencajada.
Luna se sentó al lado de Ginny y sacó un ejemplar de El Quisquilloso que se puso a leer.
– ¿Y cuál es el plan para el año, Harry? – preguntó Ron, burlón.
– Mirá, con un poco de suerte quizás no terminemos al borde de la muerte esta vez.
– ¡Harry! – le reprochó Hermione, afectada. – No hables así. Da mala suerte.
Neville pareció al fin volver en sí y, después de tragar saliva un par de veces, dijo: – Mi abuela dice que la mala suerte es para los tontos nada más…
Hermione hizo una mueca más de asombro que de enojo.
– Yo no le haría mucho caso a tu abuela. – repuso Ron ofendido.
Luna seguía leyendo su diario y Ginny miraba la escena divertida. Harry se estaba comiendo una rana de chocolate que se le había querido escapar reptando por la puerta que había quedado abierta. Luna levantó la cabeza del papel.
– Dice acá que este año pueden esperarse mayor cantidad de lechuzas áureas por la zona debido a la influencia de Saturno sobre la Tierra.
Todos la miraron en silencio. – ¿Lechuzas áureas? – preguntó Hermione – ¿Qué es eso?
– Lechuzas… áureas – repitió Luna extrañada. – Son esas lechuzas grandes y doradas que vuelan sobre las nubes. – explicó, como si fuera algo de público conocimiento.
– Nunca vi una lechuza dorada en mi vida. – dijo Harry.
– Bueno – sentenció Luna con una sonrisa – este año van a verse más. – y siguió con su diario.
A la hora más o menos, Ginny y Hermione fueron a cambiarse y ponerse sus túnicas. Luna dijo que las alcanzaría en un momento. Harry también salió hacia el baño. Luna terminó de leer un artículo sobre las habilidades artísticas de los Boggart y salió del compartimento.
Cuando entró al vestuario, las chicas ya estaban saliendo entre risas con sus túnicas puestas. La de Ginny le quedaba un poco grande y disimulaba bastante el buen par de tetas que le habían crecido durante las vacaciones. Lo de Hermione no tenía remedio. Aunque se hubiera puesto una carpa no hubiera podido esconder las montañas que tenía en el pecho, que se bamboleaban con el traqueteo del tren. Al pasarlas y ver también el culo de la castaña, Luna se lamió las comisuras de los labios, soñando.
Entró en el vestuario y se sacó la ropa. Sobre la piel blanquísima llevaba un modesto corpiño color azul satinado y una tanga también azul. Se puso la túnica y volvió al pasillo. Y escuchó un ruido débil que venía de algún lado. Un siseo. Venía de uno de los armarios para guardar las cosas de mantenimiento que estaban a los costados del vestuario. Era el de la derecha. Luna pensaba seguir caminando pero el siseo se volvió a escuchar, ahora más fuerte. Curiosa, abrió la puerta del armario, que tenía cierta profundidad pero estaba muy oscuro así que no se veía nada. Quiso prender la luz. El siseo la detuvo. Entró en el armario y la puerta se cerró sola detrás de ella. Ahora no veía absolutamente nada. Pero había alguien más ahí, sentía el calor y la respiración. Estiró una mano para ver quién o qué era, pero lo que fuera la golpeó en la mano y la hizo callar otra vez.
Le pusieron una mano en la cabeza. Era la mano de un hombre, creía. Le hizo presión para que se arrodillara y Luna escuchó el sonido de ropa deslizándose. Pero no pasó nada más, aunque la mano seguía en su cabeza.
– ¿Qué? ¿Quién sos? ¿Qué…? – mientras Luna intentaba enterarse de qué pasaba, algo se le metió en la boca abierta. Algo largo y caliente. Era un poco salado pero le pareció rico. No intentó sacárselo pero tampoco se movió. No sabía qué estaba pasando.
Después de un momento, eso se empezó a mover dentro de su boca. Parecía vivo. La mano en su cabeza liberó un poco la presión y eso seguía moviéndose. Salía un poco y volvía a entrar hasta su garganta, golpeándole la campanita. Luna notó que hasta había crecido un poco. Entonces salió por completo de su boca y le dejó a Luna un hilo de saliva colgando. Quería saber cómo era pero no veía nada. Lo buscó con las manos y lo encontró. Lo recorrió. Era como un mango carnoso. Curiosa, le pasó la lengua por la punta y lo sintió temblar. Le pegó unas lengüetadas más y se lo metió en la boca.
– Eso, eso. – dijo una voz. Le sonaba conocida pero no la reconocía. – Más fuerte.
Luna no sabía a qué se refería pero siguió chupando, con más ganas. Era rico, y mientras más lo chupaba más grande parecía, casi mágico. Después de un rato así, empezó a metérselo y sacárselo de la boca y, para no caerse por tanto movimiento, se agarró de ese mango y al ver que a su dueño parecía gustarle por los gemidos que escuchaba, empezó a frotarlo con sus manos, cada vez más fuerte. La mano volvió a hacer presión en su cabeza y Luna sintió una explosión en su boca. Un líquido espeso y caliente le llenó la boca y se le derramaba por los labios. No era tan rico. Quiso escupirlo pero la mano misteriosa le cerró la boca y la obligó a tragar. Le dio unas palmadas en la cabeza, le pasó por al lado, y una figura oscura salió del armario, dejándola sola y a oscuras, arrodillada en el piso, acelerada y con la boca llena de semen.
Luna se levantó, salió del armario y se acomodó un poco la túnica. Se cuidó de que no le hubiera quedado nada en la cara de ese líquido raro y volvió al compartimento con sus amigos. Cuando entró, ninguno de los chicos estaba en su asiento. Solo estaban Ginny y Hermione. Luna se sentó en silencio. Ginny notó su expresión.
– Luna, ¿todo bien?
– Creo que sí. – dijo, y las chicas se la quedaron mirando, en espera – Me acaba de pasar algo muy raro…
Mientras tanto, el expreso por fin estaba llegando a Hogwarts y parecía que el año empezaba de forma interesante para algunos de los alumnos.
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